Soberanía
Alimentaria o Derecho a la Alimentación*
Roberto Laxe
LAS MOVILIZACIONES EN CUARENTA PAÍSES
contra la suba de los precios agrícolas en productos de primera necesidad, las
de los pequeños y medianos propietarios campesinos, que tanto en países como
Argentina cómo en la Unión Europea se movilizaron contra la imposición de
precios por las multinacionales o de medidas que recortan las rentas agrarias,
la sobreproducción de ciertos productos, ligada a la caida de los precios de
otras, y la especulación alrededor de ellos, convirtieron en un problema social
y político central lo que dio origen a la burguesía como clase dominante, la
propiedad de la tierra, y sin embargo, el derecho a la alimentación.
De la
misma manera que la explotación de la fuerza de trabajo tiene sus límites
expresados en la tendencia decreciente de la tasa de lucro, la expansión de la
agricultura capitalista los encuentra en la productividad de la tierra, base de
la renta diferencial de la tierra. Se expresa así, de una manera clara y
meridiana, que nos encontramos delante de un proceso que avanza hacia una
profunda transformación social, que no necesariamente tiene que ser hacia
delante. La disyuntiva “socialismo o barbarie” es más actual que nunca.
Los
límites a la expansión cuantitativa del capitalismo comienzan a ser objetivos,
o lo que es igual, la posibilidad de apertura de nuevos mercados choca
frontalmente con el hecho de que en el siglo XXI el único modo de producción,
que no coexiste con ninguno otro, es el capitalista.
Mientras a
lo largo del siglo XIX el capitalismo se ceñía a Europa y América (norte y
sur), aunque conviviera en estas zonas geográficas con los restos del
feudalismo (Rusia o Austria) o modos de producción previos (los indios
americanos), tenía todo un mundo por conquistar: África!; a lo que se le
añadió, en el siglo XX la URSS y después los llamados estados del “socialismo
real”, que por la vía de la expropiación de la burguesía escapaban de la
explotación directa de la fuerza de trabajo.
Con la
colonización de África en el siglo XIX y comienzos del XX, y la restauración
del capitalismo en el “socialismo real” a finales del XX, el modo de producción
capitalista alcanzó hoy un nivel planetario sin combinación con ninguno otro
modo. De este modo, la expansión cuantitativa de los mercados llegó su techo:
ya no quedan zonas en el mundo para que sean incorporadas al mercado mundial, y
por lo tanto, este camino como vía de escape a la crisis económica está cerrada
[sic]. Ahora sólo cabe una explotación intensiva, de calidad de las principales
fuerzas productivas, el ser humano y la tierra.
En los
períodos de crisis y transformación social como la que atravesamos surgen,
desde los sectores oprimidos y empobrecidos de la sociedad, alternativas con
las que enfrentarla.
La primera
conocida de la era del desarrollo capitalista fue la de Robert Owen, quien
fundó en 1825 la Comunidad de New Harmony en Indiana, donde trató de llevar [a]
la práctica sus ideas sobre la organización del trabajo y la distribución de la
riqueza, estableciendo el seguro social, bibliotecas, escuelas para niños y
adultos, y otras prestaciones para los obreros. Pero el experimento fracasó y
tuvo que vender el terreno en 1828, perdiendo con eso una buena parte de su
fortuna
Poco
tiempo después surgieron los falansterios de Fourier, que serían comunidades
rurales autosuficientes, como la base de la transformación social. Los
falansterios se crearían por la acción voluntaria de sus miembros, que disponía
de tierras para agricultura y para diversas actividades económicas, para
viviendas y para una gran casa común. Sólo hubo una experiencia industrial de
Jean Baptiste Godin, que cuajó un corto período de tiempo.
Hasta este
momento, los filántropos como Godin o los llamados socialistas “utópicos” como
Fourier u Owen pretendían transformar las penosas condiciones de trabajo que
generaba el capitalismo en su expansión. Son ejemplos más radicales de lo que
hacían las sociedades filantrópicas, amortiguar los elementos más duros de un
capitalismo en expansión.
Las únicas
experiencias que estaban ligadas a este carácter “socialista” de la propuesta,
y que “sobrevivieron” hasta ahora fueron los kibbutz creados a partir del
llamado “sionismo socialista”, y lo hicieron porque fueron los cimientos del
actual estado de Israel. Después de un éxito inicial como experiencias
“igualitarias” y “sostenibles” (por utilizar un término actual), están inmersas
en un proceso de privatización y de rechazo del “igualitarismo” que les dio
origen.
En los
comienzos del siglo XX, con la expansión del capitalismo a todo el mundo, el
desarrollo del imperialismo y las clases medias urbanas, un sector de la
socialdemocracia alemana con E. Berstein a la cabeza, elaboran la teoría de la
vía gradual al socialismo, que parte del hecho de que la clase obrera es
mayoritaria en la sociedad, y el parlamentarismo le permitirá dominarla. En las
palabras de Rosa Luxemburgo, la propuesta de Berstein procuraba llenar el
océano de limonada “vertiendo vasos de limonada en el mar”.
La I
guerra de 1914, el crack del 29, las dictaduras fascistas y la II guerra,
desatadas contra la clase obrera y contra todas las organizaciones que de
cualquier manera pudieran paliar las desastrosas condiciones de los
trabajadores y los pueblos, dejaron bien claro que tanto las vías gradualistas
al socialismo, como los remiendos filantrópicos o las experiencias de
“socialismo utópico”, eran eso, utópicos. La burguesía imperialista no admitía
la menor margen de maniobra y no dudaba en recurrir a sus dos herramientas más
brutales para salir de la crisis que ella había generado, la guerra y el
fascismo.
En los 60,
tras el boom de la economía mundial de la postguerra, y ante los primeros
síntomas de su agotamiento, surgieron los movimientos hippies que, a través de
las comunas que se extendieron entre amplios sectores de la juventud
occidental, buscaban una alternativa a un sistema que estaba generando guerras
como la del Vietnam. El final del movimiento hippie es de todos conocido.
Mientras,
en la América Latina, en Asia y en los países del llamado “tercer mundo”, es
decir, las colonias del imperialismo se dan un proceso de liberación nacional.
Son las guerras de liberación de Argelia, Vietnam, Camboya, Laos, Sáhara, etc.,
etc. Son los años del auge de las guerrillas en América Latina bajo el influjo
de la revolución cubana, que buscan una salida a una crisis de la que se
empiezan a ver sus primeros síntomas, y que estallara en el 72 y 73.
Sin querer
hacer un balance de las experiencias históricas de una búsqueda de alternativas
al sistema desde sectores sociales que no son la clase obrera -sería motivo de
un estudio mucho más amplio-, esta relación sólo pretende establecer una
primera tesis: no es la primera vez que ante la crisis del capitalismo cada
sector social agredido, golpeado y empobrecido procure, por todos los medios,
una salida a su situación. Ninguna clase ni sector social desaparece sin
resistencia.
La fase imperialista del capitalismo
Nos encontramos en una fase muy
concreta del capitalismo imperialista, en su fase de decadencia; en la que el
dominio del capital financiero y las grandes multinacionales bate día sí y día
también con las fronteras y los estados nacionales, que son un freno a su
desarrollo.
Porque
esta es la contradicción central en la que nos situamos: el capital es
genéticamente internacional, y por lo tanto “odia” las fronteras, los
aranceles, los limites a su expansión; pero las burguesías son genéticamente
nacionales, y necesitan de las fronteras para proteger sus intereses, bien
contra los competidores externos, bien contra lo enemigo interno, la clase
obrera y el pueblo.
En esta
contradicción permanente, en un período de crisis, las burguesías comienzan por
levantar fuertes fronteras nacionales que les protejan de las agresiones
externas, de la invasión de capitales más poderosos. Se cierran sobre sí
mismas.
La fase
imperialista del capitalismo también es la fase en la que el dominio del
capital financiero se expresa en el dominio de unas naciones sobre otras, de
unos estados sobre otros. El colonialismo directo del siglo XIX es sustituido
por la independencia formal, política de los estados, pero su dependencia cada
vez más absoluta de las potencias imperialistas, en un proceso inevitable pero
no cerrado.
Dicho de
otra forma, el capital imperialista en el siglo XX y el XXI domina por
intermediación de las burguesías “nacionales”, en una dialéctica constante de
lucha y predominio. Las burguesías nacionales fueron reducidas a nivel de
dependientes, pero como burguesías que son siempre quieren su parte de la
plusvalía extraída a los trabajadores.
Siempre
dejan la mejor parte para la potencia imperialista de turno, pero siempre
buscan “rapiñar” parte de los lucros imperialistas. De otra manera, no se
entendería la aparición constante en las semi colonias de dirigentes populistas
(no hay semi colonia en el mundo que no tenga su Peron, su Ghandi, su Chavez o
su Sukarno o su Mugabe), que a caballo sobre las aspiraciones reales de las
masas, quieren hacerse “socios” del imperialismo, dejando de ser “súbditos”.
Y para
eso, recogiendo legítimas aspiraciones de las masas, se sitúan cómo Bonapartes,
por encima de las clases sociales, representando a la “nación” frente al
“imperio”, que llevan el progreso a la “nación”, y haciendo eje en los aspectos
más pequeño burgueses de las aspiraciones de las masas populares, especialmente
el campesinado, puesto que la gran burguesía de esos países están absolutamente
ligados al imperialismo, y la clase obrera tiende a tener su política
independiente.
Política agraria imperialista
Los países imperialistas fomentan su
soberanía nacional alimentaria, protegiendo de una manera sistemática su
campesinado, que en su mayoría hace años que se convirtió en burguesía.
En la
Francia, tras la revolución de 1789, la reforma agraria profunda que se realizó
provocó la aparición de una burguesía agraria, en la Gran Bretaña tanto la
Revolución de Cronwell como la llamada “gloriosa” revolución -que no fue más
que el pacto entre los terratenientes feudales y la nueva burguesía en ascenso-
tuvieron como objetivo transformar la producción agrícola feudal en capitalista
y sentar las bases para la revolución industrial posterior. En los EE UU, su
paso directo al capitalismo se hizo sobre la base de un reparto de las tierras
supuestamente vacías del oeste.
En todos
los casos, las reformas agrarias permitieron la aparición de un nuevo sector de
la burguesía, la agraria, que constituye, con la clase media urbana, la base
social de las democracias occidentales. No es por casualidad que lo esencial de
los presupuestos de la Unión Europea se vaya a la PAC (Política Agraria Común),
a subvencionar la producción agrícola del campesinado europeo.
La PAC
absorbe cerca de 50.000 millones de euros anuales, el 50% del presupuesto
comunitario, por lo que no es de extrañar que sea en la PAC donde los choques
entre las potencias que componen la UE sean de los más duros.
Aunque en
Europa el porcentaje de la población en el campo sobre el conjunto sea
minoritario, y en países como Gran Bretaña o Alemania no llegue siquiera al 5%
de la población, no resta que desde un punto de vista económico, la aportación
al PIB es importante, como político y social tengan un peso superior a la
poblacional.
La PAC
contribuyó al crecimiento económico, garantizando el suministro de una amplia
gama de productos alimenticios de calidad intentando que los precios sean
razonables. La UE se convirtió en el primero importador y el segundo exportador
de productos agrícolas a nivel mundial.
La
“soberanía” alimentaria es, en fin, desde el punto de vista imperialista (en
Japón se da el mismo proceso, ser la 2º economía del mundo, les permite adoptar
medidas de soberanía alimentaria respeto de su producción agraria “estrella”,
el arroz), más incluso, con políticas defendiendo a un sector de la producción
en detrimento de otros países.
Si esta
contradicción se da entre potencias imperialistas como las existentes entre los
USA y a la UE acerca del plátano y el banano, son “guerras comerciales”. Si
esta contradicción se da entre las potencias imperialistas y las semicolonias,
hablamos de lucha de liberación nacional.
Campesinado y liberación nacional
El campesinado como grupo social es
la quintaesencia de esa concepción de “nación” por encima de las clases. Así,
cuando se habla del tema, se olvida sistemáticamente que en su seno hay
diferenciación de clases. En un informe de la OIT, en el mundo hay mil cien
millones de personas en el rural, de los que la mitad son asalariados con rentas
y condiciones sociales inferiores a los pequeños propietarios.
Desde un punto de vista simbólico, el
campesino no explota a sus empleados, porque normalmente su enfrentamiento con
el terrateniente, y ahora la gran multinacional agroalimentaria, ocultan su
verdadero carácter de pequeño propietario con una renta, en muchas ocasiones,
inferior a la de un obrero industrial.
De esta
manera, el campesino, como el pequeño comerciante o el pequeño industrial, se
presenta delante de la clase trabajadora como un elemento emprendedor,
arriesgado frente al conservatismo de los obreros, que “sólo” defienden su
salario, su jornada laboral, mientras ellos generan empleo, son la base social
de la “nación”, de su progreso.
En las
potencias imperialistas este pequeño o mediano campesino defiende sus
intereses, habitualmente a través de partidos de derecha o de extrema derecha,
puesto que el cierre de fronteras, impulsado por las mismas multinacionales que
saquean el mundo (los USA y la UE son los mercados más cerrados del mundo), se
hace sobre la base de subvenciones del estado que abaratan costes y el
desarrollo tecnológico permiten producir en unas condiciones mejores que nos
países semi coloniales (por ejemplo, productividad agrícola en Suecia
multiplica por diez el promedio mundial). La defensa de la “nación”
imperialista es la defensa de los intereses imperialistas.
Por el
contrario, la debilidad económica, y su dependencia del imperialismo para casi
todo, hace que en las semi colonias el campesino pobre no tenga la menor
protección, primero de la rapiña de las multinacionales, y segundo, de la
competencia de una producción agrícola tecnificada y altamente productiva.
Esto los
convierte en la base social de las luchas de la liberación nacional, puesto que
cerrarse sobre sí mismos en estas economías protege los mercados nacionales de
la invasión “extranjera”, imperialista. Romper con el imperialismo les
permitiría una economía autárquica y, poner, según sus ilusiones hacer lo que
hicieron los campesinos europeos y norteamericanos hace 200 años, la revolución
burguesa que les dio la propiedad de la tierra.
Soberanía alimentaria y
liberación nacional
“La soberanía alimentaria es el
DERECHO de los pueblos, de sus Países o Uniones de Estados a definir su
política agraria y alimentaria, sin dumping frente a países terceros”
“Hace falta, bajo la égida de las
Naciones Unidas, dotar estos intercambios de un nuevo marco… “
De la Declaración de Vía Campesina
sobre la Soberanía Alimentaria.
La pregunta ante esta declaración de
intenciones es bien evidente: quién puede garantizar esa soberanía, esos
derechos de los campesinos y consumidores. La misma declaración contesta: “bajo
la égida de las Naciones Unidas”.
Francamente
los redactores de la Declaración o son unos ingenuos o son unos canallas. Por
qué fiarse de la ONU, es decir, el agrupamiento de estados dominados por las
potencias imperialistas, donde tres de las más saqueadoras del mundo, los USA,
la Gran Bretaña y Francia, tienen derecho de veto en el Consejo de Seguridad,
es ponerse en manos de un organismo que, o bien, avala ataques a países
semicoloniales o bien con su impotencia, permite que se destruyan otros.
De esta
manera convierten en papel mojado las promesas de “soberanía” alimentaria, al
llamar a confiar en un organismo imperialista: “la zorra guardando el
gallinero”, podría titularse la Declaración.
Al revés
de lo que defienden, la soberanía alimentaria, es decir el derecho a definir
una política agraria y alimentaria, sin intrusiones de las multinacionales y
las potencias imperialistas sólo se puede lograr rompiendo con los organismos
que las representan, con la ONU, con el TLC, con la UE, etc., y avanzando en
verdaderas uniones territoriales en pie de igualdad. Federaciones democráticas
de estados y naciones que rompan el esquema de dominación imperialista que hay
hoy en el mundo.
Este
camino sólo tiene un nombre, el de la independencia nacional real del
imperialismo. La soberanía alimentaria sólo es concebible en un marco de verdadera
soberanía nacional, por eso el primer eje de la lucha por esos derechos debe
ser la denuncia y el combate contra los organismos impuestos por las
multinacionales, comenzando por la ONU. Justo lo contrario de lo que hace la
declaración de Vía Campesina.
Entregar
toda la confianza en la ONU es entregarse a los estados que representan a la
Monsanto, a Nestle, a Pescanova -no olvidemos que el problema de la tierra es
muy semejante al de la explotación de los mares-, es decir, a las
multinacionales agroalimentarias, y por ello, contradictorio por el vértice con
el término soberanía alimentaria, salvo que por ella se entienda la
estrecha defensa del derecho del campesino propio a enriquecerse más que los
vecinos.
Un ejemplo
de esta contradicción en Galicia se produjo con la destrucción de 25 mil litros
de leche de ganaderos portugueses, más barata que la gallega; para las
organizacions patronales ganaderas gallegas “la soberanía alimentaria” de los
ganaderos gallegos es más “soberanía” que la de los portugueses.
El mercado garantía de la soberanía
alimentaria y nacional
Como se vio, la soberanía alimentaria
(“el DERECHO de los pueblos…”) en los estados imperialistas está relativamente
garantizada y protegida por las normativas tanto internas, como la de la UE a
través de la PAC. La soberanía de los estados imperialista garantiza unos
mínimos ingresos al campesinado.
Y como se
denuncia desde todos los ámbitos, en los estados semicoloniales, esta soberanía
no existe. Son los organismos internacionales, desde el FMI hasta la OMC, desde
la ONU hasta el BM, los que con sus políticas neoliberales, liberalizadoras,
las que imponen las normas por la que se rige el saqueo de la tierra y el mar a
nivel mundial.
La
burguesía en todas sus revoluciones del siglo XIX procuró extender la propiedad
y la producción capitalista a todos los ámbitos de la economía y la sociedad, y
por la vía de la reforma agraria a la tierra. En los estados más desarrollados
esto se consiguió plenamente. No así en las naciones que por cualquiera motivo
no fueron capaces de completar su proceso de independencia nacional, y la
reforma agraria, como otras muchas reivindicaciones democráticas, en el mejor
de los casos quedaron en medio camino; más las leyes del mercado capitalista
entraron en la producción agraria, se introdujeron y fueron destruyendo todas
las formas de producción previas en prácticamente todo el mundo.
Las luchas
de liberación nacional de mediados del siglo XX abrieron en muchas naciones la
expectativa de la reforma agraria, y así sucedió, por ejemplo, en prácticamente
toda América Latina, donde se reprodujeron diversas versiones legales de
reforma agraria.
El capital
entraba definitivamente en la tierra y la ponía a su servicio, en un proceso
agudizado en los últimos años, con la aparición de bio combustibles, las crisis
financieras, la búsqueda de alternativas al petróleo, etc., que llevo a
fracciones del capital no ligado directamente a la producción agrícola a
fuertes inversiones en el campo, terminando con los pocos restos de producción
a pequeña escala que existían.
La reforma
agraria, en todas sus variantes puras o desvirtuadas, cumplía su papel
histórico: había servido para llevar al capitalismo al campo. Y como todo
proceso capitalista, actuaron las leyes de este sistema de concentración y
centralización de capital.
De la
misma manera que el capital en su origen disolvió a los gremios para liberar
mano de obra barata y “libre” para ser explotada por los capitalistas, y generó
una amplia pequeña burguesía que fue desapareciendo con las fusiones y la
aparición del gran capital, en el campo, el reparto de la tierra que supone la
reforma agraria sólo es la precondición para la aparición de grandes
capitalistas en la producción agraria.
Las leyes
de mercado en las que se basa la reforma agraria -división de la propiedad de
la tierra- sólo tienen un final, la concentración y la centralización del
capital agrario en pocas manos. Es una ley intrínseca al capital, vulgarmente
conocida como “el pescado grande se come al pequeño”.
La
definición de la Soberanía Alimentaria como el derecho de los pueblos a
defender su política agraria y alimentaria es contradictoria con la existencia
del mercado. Las leyes del mercado “La mano oscura del mercado”, en definición
del Adam Smith- son inexorables y automáticas, y no admiten control: sólo
garantizan que los capitales mejor invertidos van a tener una rentabilidad
superior, y, tarde o temprano expulsan de la producción a los capitales peor
invertidos. La concentración y centralización del capital se producirá y los
gobiernos legislarán para que este proceso sea más o menos traumático.
La única
garantía de una verdadera Soberanía Alimentaria para los pueblos es acabar con
las leyes de mercado capitalistas, las mismas que provocaron la desaparición
del artesanado, que en los países imperialistas concentraron la producción
hasta extremos de monopolio en muchas ocasiones, que saquean la tierra y el mar
en la búsqueda constante de inversiones rentables. Son, en fin, las leyes del
capitalismo que no garantizan la soberanía de nada, puesto que se basan en la
lucha a muerte por el control de la producción y del excedente generado por
ella.
Frente a
este caos, la concepción de Soberanía defendida actualmente es una vuelta atrás:
es una ilusión en que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Una ilusión en el
reparto de la tierra, como de la producción, en que “lo pequeño es hermoso”,
por utilizar una definición de un economista de los 50/60, elaborada contra la
supuesta concepción marxista de que “el grande y colectivo es el mejor”.
En un
imitación de las experiencias propuestas en los orígenes del capitalismo para
superar los desastres generado por este, las propuestas de control de precios,
de proteccionismo, de defensa de derecho a consumir y a producir lo que se
quiera, sin cuestionar la esencia anárquica y depredadora del mercado convierte
en papel mojado, en un saludo a la bandera para incautos, toda propuesta de
Soberanía que no atenten contra las bases mismas del sistema capitalista,
contra el mercado y la propiedad privada de los medios de producción.
La única
garantía del derecho de los pueblos a una alimentación sana es la de acabar con
estas bases, y la propuesta campesina de más propiedad y más mercado sólo
conducen en dirección contraria.
¿Quién, entonces, lo puede
garantizar?
El derecho a la alimentación sana
(que no es el de Soberanía Alimentaria), como a la vivienda, a la sanidad o a
la educación, es, por decirlo de alguna manera, un “derecho biológico” del ser
humano. Son derechos básicos.
De la
misma manera que la vivienda no se garantiza con más mercado, de la misma
manera que la privatización de la sanidad sólo conduce a convertir la salud en
un negocio, de igual manera que la privatización de la educación expulsa de la
enseñanza a los más pobres, la privatización de la tierra que supone la reforma
agraria sólo conduce la que el derecho a la alimentación quede en manos de los
propietarios, grandes o pequeños, de la producción agrícola.
Al ser
derechos básicos de la población, y no un negocio, sólo un estado que no esté
al servicio de los propietarios y del mercado puede caminar en la planificación
democrática y racional de la producción. El mercado, sea en el sector que sea,
sólo pagada al mejor inversor, al más productivo, no a lo que genera una
producción al servicio de las necesidades sociales, sino a lo que produce en
las mejores condiciones respeto de sus competidores.
Acabar con este caos en la producción
supone acabar con la propiedad privada y planificar en función de los intereses
sociales, que es el significado del concepto “socialismo”: el conjunto de la
sociedad, con la mayoría asalariada al frente, a través de la planificación
democrática de la economía, quien tiene que determinar qué, cuándo y cómo se produce;
ningún sector de la sociedad puede imponer al conjunto esas decisiones, y
menos, hacerlo en función de la rentabilidad de sus inversiones.
(*) 9 Octubre, 2015. http://www.corrienteroja.net/soberania-alimentaria-o-derecho-a-la-alimentacion/
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