viernes, 1 de enero de 2016

Historia

Sobre la Revolución de Túpac Amaru
(Décimo Tercera y Última Parte)

 Emilio Choy
EL VIGOR DE LA GUERRA CIVIL de Túpac Amaru deja, después del análisis histórico, la sensación de haber contemplado erguirse a un gigante, rom­per sus cadenas por un momento para volver a ser encerrado en una prisión más amplia. Más se identificaron con el espíritu de ese gigante, Micaela Bastidas y Túpaj Katari y los otros capitanes de la insurrección india. Pero tampoco podemos disminuir los méritos de Túpac Amaru, a pesar de sus grandes errores. Su actuación más brillante se realiza después de su captura por los verdugos de Areche. Como conductor reveló estar mal orientado; solo en medio de sus carceleros y verdugos mostró una firmeza extraordinaria. A pesar del tiempo transcurrido aún asombra cómo pudo convertirse de acusado en acusador de Areche, el verdugo del virreinato. Este aspecto indoblegable y su entereza durante su martirio lo convirtieron en un héroe en la historia, a pesar de las vacilaciones e influencias que no pudo vencer[10].
La masa indígena se benefició en cierto modo con la supresión, des­pués de la revolución, de los corregimientos y los repartimientos y los reemplazó por la libertad de comprar[11], que aunque parezca de poca importancia, fue una gran conquista de las masas que sufrían las imposi­ciones del corregidor. Había intenciones, desde antes de la insurrección, de suprimir los repartimientos; esto como buen deseo hubiese quedado en el papel, como las Leyes de Indias. Los millones de pesos que iban a poder de los corregidores entraron a la circulación económica y esto sirvió para tonificar al comercio y las manufacturas.
Carlos III, que se había empeñado en debilitar sistemáticamente el virreinato limeño con gastos agobiadores, a la vez que despojarlo de los cuantiosos ingresos del Alto Perú, en 1776, para fortalecer al virreinato de Buenos Aires, cedió algo de su empeño de dejar anémica la economía peruana.
La amputación del Alto Perú estaba destinada a dejar en quiebra al virreinato peruano, y esta negativa tendencia, iniciada por Carlos III, ha sido seguida, consciente o inconscientemente, por todos los que se opusieron a la unidad de las dos partes de lo que debe ser un solo cuerpo estatal. Sin embargo, esta pérdida no pudo impedir que la colectividad peruana siguiera estructurando las bases del futuro Estado, con la seguridad de que llegaría el momento en que se conquistarían mayores libertades, las cuales harían posible, al final, romper la dominación española. El sacrificio de Túpac Amaru y de decenas de millares de peruanos no fue, pues, estéril. Las condiciones sociales del país, ya menguadas en su aspecto económico por los Borbones, en lugar de retroceder como esperaba el gobierno español, no sólo no se estancaron, sino que avanzaron un poco, pero avanzaron; y esto era lo importante, porque el dominio del porvenir sólo se consigue avanzando.

** Ver edicto de Lampa de 23 de diciembre de 1780 - Odriozola. T. ...págs. 42, 43. (N.E. Anotación al margen de Emilio Choy, posterior a la publicación del ensayo).


[10]La afirmación del historiador Carlos Daniel Valcárcel de que Túpac Amaru fue fidelista tiene justificación si se tienen en cuenta las declaraciones en el proceso a que fue sometido y en el que declaró que los culpables que merecían la muerte eran él y el visitador, pues afirmó que sólo quería eliminar a los funcionarios que eran unos ladrones, pero insistió en su fidelidad a Carlos III. Tal actitud se observa, asimismo, en casi todos los documentos dedicados a atraerse a los criollos. Pero señalar a Túpac Amaru como fidelista es un enfoque unilateral que es razonable modificar. No se puede ser frío y caliente. Pero el Inca fue frío y caliente, su posición dependía de las circunstancias. Lewin acierta cuando dice que en algunos lugares se presentaba como fidelista y en otros como separatista. Tenía que obrar de acuerdo con las condiciones políticas para poder lograr las adhesiones con que esperaba fortalecer su movimiento que intentaba resucitar algunos aspectos del fenecido imperio del Tahuantinsuyo. En la localidad donde era conveniente, cuando las masas lo acogían incondicionalmente, proclamaba su título de Rey; si el ambiente era menos favorable se presentaba —como ocurrió con el Cabildo del Cusco— como fiel ejecutor de mandatos moralizadores del gobierno de Carlos III, tratando de coincidir con las aspiraciones de los criollos.
[11]El haberse lanzado Túpac Amaru contra los corregimientos y el repartimiento constituyó el acierto revolucionario de la insurrección. El sistema de los corregimien­tos y repartimientos afectaba desde el indio al mestizo, a plebeyos y pequeños bur­gueses, campesinos y artesanos. La abolición del repartimiento era una necesidad sentida por todos; era una bandera que fundía las aspiraciones de todos en un "solo cuerpo". Una dirección que hubiese comprendido la importancia de esta demanda habría llevado el movimiento al triunfo hasta conseguir la independencia, porque in­terpretaba el sentir de todas las clases que odiaban la dominación de los Borbones y de su aliado más seguro: el grupo que detentaba el monopolio comercial limeño'. En cambio, el sector más importante de los criollos, los propietarios de los obrajes, los terratenientes capitalistas, los industriales mineros y los pequeños comerciantes que sufrían la opresión estranguladora de la organización política del virreinato, se hubieran alineado al lado de las masas indígenas en su lucha contra el enemigo común.
La supresión de los repartimientos, y posteriormente de los corregimientos, reemplazándolos con las intendencias, fue un notable progreso que permitiría a los co­merciantes poder vender en un mercado que había sido coto cerrado del corregidor; el cual imponía a todas las personas que se encontraban dentro de su jurisdicción, desde muías cojas hasta costosas telas de Cambray, o encajes de Bruselas. Si tenía derecho a vender sólo 100 mil pesos, obligaba —sin tener en cuenta las posibilidades monetarias— a sus gobernados a recibir tres o cuatro veces más. No existía manera más eficiente de empobrecer a la población y afectar a los demás comerciantes (que no tenían la suerte de conseguir un corregimiento). Por eso se decía que el corregidor era un alquimista que transformaba la sangre del indio en oro, sin emplear la piedra filosofal.
Se ha creído que los abusos de índole económica que realizaban los funcionarios era el resultado de una política equivocada de la metrópoli.
¿Por qué no creer que era deliberada? Fomentando la miseria también se estaba asegurando el atraso y la postergación de las corrientes económico-sociales que con­ducirían a la independencia.

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