China Anuncia su Entrada
en el Club de los Países en Crisis (*)
Marcos Margarido
LA INESTABILIDAD DE LAS PRINCIPALES BOLSAS DE
VALORES DE CHINA (Shangai y Shenzhen) parece no tener fin. Después de la caída
de 32% en solo 17 días, entre junio y julio, el 24 de agosto quedó marcado como
el de mayor caída de la Bolsa de Shangai (8,5%) en solo un día desde 2007,
cuando se iniciaba la crisis económica mundial que se arrastra hasta hoy. El
resultado fue la caída generalizada de las bolsas en todo el mundo.
El Diario
del Pueblo, periódico del Partido Comunista de China (PCCh), llamó este día
“lunes negro”, una denominación racista inaceptable en un país donde 100% de la
burguesía del país y los miembros del gobierno –los causantes de la caída de
las bolsas– son blancos.
Al contrario
de lo que la prensa mundial intenta mostrar –un día malo para las bolsas– hace
por lo menos dos meses que la dictadura china viene haciendo esfuerzos para
salvar el mercado de acciones.
El gobierno
consiguió reducir la sangría el 9 de julio, después de la intervención de
inmobiliarias financiadas por bancos estatales y la compra masiva de acciones
de las estatales por ellas mismas (ver nota en el este site: Caída de las
bolsas chinas profundiza las contradicciones de la economía del país), pero
no impidió que el mal desempeño de la economía china continuase influenciando
el valor de las acciones negociadas. En total, se estima que el gobierno inyectó
U$S 300.000 millones para intentar estabilizar las bolsas… solo para verlas
caer de forma aún más violenta.
Los llamados
países emergentes son muy afectados
Si en julio, erróneamente, la prensa afirmaba que
el problema era local y que no afectaría el mercado mundial, esta vez no hay
cómo tapar el sol con un cernidor. El valor de las materias primas (commodities)
compradas por China (con excepción de alimentos) cayó vertiginosamente. Fue la
mayor caída de precios desde 1999, el preludio de otra crisis económica, que
tuvo inicio en 2001.
Con eso, los
países exportadores de estas mercaderías ven disminuir una de sus principales
fuentes de ingresos, lo que va a profundizar la crisis económica que golpea
fuerte en países como el Brasil, Rusia y África del Sur, y puede ser el inicio
en otros, como Indonesia, Colombia y Australia. En Indonesia, el carbón se
acumula en los puertos y hasta productos como el aceite de palma sufren una
caída de la importación por China. En África del Sur, las mineras de oro, platino
y hierro están despidiendo. La minera Lonmin, por ejemplo, anunció el despido
de 6.000 trabajadores hasta 2017, 20% de su fuerza de trabajo. Los ingresos de
la Vale, la mayor productora de mineral de hierro del mundo, cayó 29,7% en el
segundo trimestre de 2015 debido a la reducción de la demanda, y ahora deberá
caer aún más debido a la caída de los precios. Rusia, que vive una fuerte
crisis causada por la caída de los precios del petróleo –su principal fuente de
divisas extranjeras– y que había girado su economía al abastecimiento de
productos a China, a raíz del embargo económico europeo y norteamericano, ve
empeorar su situación. En Tailandia, la exportación de goma para las fábricas
de neumáticos chinas cayó 20% en relación con 2014.
Países
dependientes cada vez más pobres
Como consecuencia de la caída del comercio, las
monedas de los países semicoloniales sufrieron una desvalorización tremenda en
relación con el dólar. En otras palabras, las naciones dependientes
económicamente del imperialismo –principalmente el norteamericano– quedan más
pobres en relación con las naciones ricas.
Solo la
desvalorización de la moneda china, el yuan, causó una pérdida estimada en U$S
5 billones (Economist, The great of China, 29/8) en los mercados de
acciones. En Rusia, el rublo se desvalorizó casi 100% con relación al año
anterior, en tanto en el Brasil el real cayó casi 36%. La rupia, moneda
tailandesa, cayó 12,5% y el peso mexicano, 23%. Hasta países considerados
estables, como Colombia, vieron su moneda –el peso colombiano– caer 60% (todas
las caídas medidas en relación con el dólar).
Esto
significa que los productos de estos países se hacen más baratos en relación
con el dólar, facilitando la exportación. Pero no solo los productos sino
también las fábricas que los producen, los inmuebles, los recursos naturales,
los bancos, etc. La desvalorización de las monedas también lleva a un aumento
de la inflación y, con eso, a la disminución del poder de compra de los
asalariados.
El resultado
es que las naciones dependientes quedan aún más vulnerables al imperialismo,
pues sus multinacionales pueden aprovechar la oportunidad para hacer “buenos
negocios” con la compra de patrimonios nacionales a precios mucho menores en
dólares, llevando a la desnacionalización aún mayor de las economías de estos
países y a la mayor concentración y centralización del capital, una de las
formas con que el capitalismo resuelve sus crisis financieras.
El otro lado
de la moneda es el aumento de la explotación de los trabajadores, por el robo
cometido con el aumento de la inflación debido a la desvalorización de las
monedas. Esa es otra de las formas encontradas por el capitalismo para resolver
sus crisis económicas. Lo que vemos, es el aumento de la dependencia de los
países coloniales y semicoloniales al imperialismo y una mayor explotación de
los trabajadores.
Fin de la
ilusión en China
El Wall Street Journal, portavoz del capital
financiero de los Estados Unidos, expresó de esta forma la turbulencia causada
por la caída de las bolsas chinas: “China deja de ser la salvación y se torna
una amenaza a la economía mundial”, y explica que “las dificultades del
gobierno chino en los últimos meses llevaron a muchos inversionistas a ver a
China como una amenaza, no una salvación, para la economía global. Durante la
crisis financiera de 2008 y 2009, China actuó como amortiguador de choques
gracias a un colosal plan de estímulo. Recientemente, sin embargo, es China la
que ha provocado choques”.
En otras
palabras, la gallina de los huevos de oro está parando de poner. Pero la falta
de racionalidad lógica de los mentores del imperialismo es impresionante. Pues
fue justamente el “colosal plan de estímulos” de 2008/2009 lo que causó la
actual caída de la economía china y su probable entrada en el club de los países
en crisis (ya se habla de una reducción de 7% a 5% en el crecimiento del PIB en
2015 y hay quien afirma –Economist– que el crecimiento real es de 2-3%).
La inyección
de miles de millones de dólares hecha por el gobierno chino en 2008 impidió que
la crisis económica mundial, que daba sus primeros pasos, alcanzase al país
aquel año, pero solo para postergar los problemas y no para resolverlos. Eso se
dio porque se hicieron inversiones en infraestructura –capital improductivo–
por el Estado, al mismo tiempo en que las luchas de los obreros forzaron al
gobierno a garantizar aumentos del salario mínimo (recibido por la gran mayoría
de los trabajadores en empresas privadas), por encima de la inflación desde
entonces.
A pesar del
aumento de la producción, los aumentos salariales impidieron que la burguesía
china consiguiese un aumento de la tasa de explotación de sus obreros (aumento
de la tasa de plusvalía). El resultado fue una superproducción de las más
variadas mercaderías, pero principalmente de aquellas necesarias al sector de
la construcción de inmuebles, que ahora viene dando muestras de agotamiento. No
solo la tasa de ganancias no aumenta, sino que también el lucro comienza a
bajar. El propio Wall Street Journal afirma que “la vieja receta de
contar con inversiones del Estado y las exportaciones también han perdido
eficacia. Las exportaciones cayeron 8,3% en julio con relación al año anterior,
los encargos a las fábricas se estancaron y el inicio de nuevas construcciones
cayó 16,8% en los primeros siete mes de 2015”.
La receta
pregonada por el imperialismo es una sola: reformas para abrir el país (aún
más) al capital extranjero, esto es, venta de las estatales, abertura del
capital de los bancos estatales a la entrada del capital financiero privado,
igualdad de “competitividad” entre las empresas estatales y las privadas,
privatización de la tierra, etc. Es decir, la entrega de lo que aún queda
propiamente nacional al dominio imperialista. La desvalorización del yuan cayó
como guante para conseguir eso.
Esto muestra
cuán frágil es uno de los argumentos de sectores de la izquierda frente a la
expansión de la economía china: aquel país se habría transformado en
imperialista en busca de nuevos mercados (África, América Latina) y una guerra
victoriosa contra los Estados Unidos podría afirmarlo como el imperialismo más
poderoso del planeta. En realidad, el comportamiento de los dirigentes del PCCh
es típico de cualquier país económicamente dominado por el imperialismo en el
resto del mundo. Y, por lo que parece, la relativa autonomía política del
gobierno de Xi Jimping va desvaneciéndose rápidamente.
¿De qué
crisis se trata?
Los principales diarios de los países imperialistas
dicen que los problemas de la economía china se deben a la “falta de
gobernabilidad” y que “el mundo está comenzando a concluir que China no es tan
competente cuanto parecía, principalmente en la esfera económica”. En realidad,
los dirigentes chinos seguirán a rajatabla las determinaciones del FMI para
transformar a su país en una “economía plena de mercado”, y lo que se los
impidió hasta ahora es la continuidad de la crisis económica mundial y la lucha
de la clase obrera china, que se mostró mucho más resistente de lo que los
dirigentes del PCCh imaginaban, y no se deja explotar fácilmente.
Lo que los
economistas burgueses se niegan a ver es que la “crisis financiera mundial de
2008 y 2009” se mantiene hasta hoy, no acabó en 2009, y que el alivio de 2013 y
2014, sentido por los principales países imperialistas (crecimiento en Estados
Unidos, Inglaterra, Alemania y Francia) no pasa de eso: un alivio, o una breve
expansión económica en algunos países imperialistas acompañada por la entrada
en crisis de países semicoloniales, principalmente las submetrópolis del
imperialismo (Brasil, África del Sur, Rusia).
Por lo
tanto, la crisis de las bolsas que afecta a China hoy no es una particularidad
china y no quedará restricta a aquel país y a los países exportadores.
Significa, en primer lugar, la entrada de la más importante submetrópoli del
imperialismo, China, en la ola descendente de la economía. Y puede significar
–aun cuando sea temprano para dar una posición afirmativa– el fin de la breve
ola de expansión en los países imperialistas. Algunos ya están dando señales de
esta posibilidad, como Alemania e Inglaterra, que tuvieron un crecimiento en
2014 igual al de 2013 (1,6% para Alemania y 2,6-2,7% para Inglaterra). Los
Estados Unidos crecieron 3,1% en 2014, contra 2,4% en 2013 (todos los datos son
del FMI), pero la previsión para 2015 es de estancamiento.
A lo que
asistimos, por lo tanto, es a la mantención de ola larga descendente de
contracción de la economía, con sus altos y bajos, con períodos de expansión
cortos y localizados, seguidos de nuevos períodos de contracción, en general
más largos y profundos. Como siempre ocurre en estos períodos históricos, la
última palabra será dada por la lucha de clases y no por los ministros de
Hacienda.
(*) Tomado de http://www.corrienteroja.net/china-anuncia-su-entrada-en-el-club-de-los-paises-en-crisis/
El Huracán Katrina y los Crímenes de un sistema Genocida*
El 29 de
agosto del 2005, el huracán Katrina azotó a la ciudad
de Nueva Orleans. Fue uno de los cinco más dañinos huracanes en la historia de
Estados Unidos. Pero la secuela fue mucho peor.
El huracán Katrina fue una tormenta
feroz. Causó tremenda destrucción en el Golfo, desde la Florida central hasta
Texas. En Nueva Orleans se vio la mayor destrucción, sufrimiento y cantidad de
muertos. La mayor parte del sufrimiento no se debió a la tormenta en sí. El
problema fue que el gobierno esencialmente había abandonado el mantenimiento de
los diques que tenían que contener la marea, y cuando vino la inundación tras
el huracán resultaron inútiles. En la costa del Golfo 1.833 personas murieron
por la tormenta y sus secuelas. En Nueva Orleans, se dañaron 134.000 unidades
de vivienda, el 70% del total.
En el país más rico del planeta, los
sobrevivientes —la mayoría negros y pobres— fueron abandonados a la muerte. Por
días y semanas se veían cuerpos flotando en las aguas. Miles de negros estaban
encerrados en el Superdome de Nueva Orleans en condiciones que hacían recordar
los barcos que transportaban a los esclavos. En el país más rico del mundo, la
abandonada ciudad de Nueva Orleans parecía un pobre país del tercer mundo.
Las imágenes de personas en techos con
las viviendas bajo agua levantando pancartas que demandaban “¡Socorro!” sin
recibirlo… la manera que el sistema tildó de “saqueadores” a quienes
distribuían alimentos y agua que se necesitaban de urgencia… la ocupación
militar y la feroz represión desatadas contra los sobrevivientes… todo eso
sorprendió e indignó a millones de personas. Desenmascaró lo asqueroso y
completamente inservible que es el sistema.
Cuando el gobierno los abandonó la
gente tomó riesgos heroicos, contra viento y marea, para rescatarse y
protegerse mutuamente. Las personas que el gobierno vilipendió y atacó como
“saqueadores” mantuvieron a otros vivos, distribuyeron los alimentos y agua que
el gobierno se negó a distribuir. Millones de personas por todo el país que
vieron que el gobierno estaba dejando a la gente morirse, expresaron su
indignación y trataron de ayudar. Esa indignación, y ese deseo de ayudar, dan
una idea del potencial que existe para tener una sociedad completamente diferente
a la que se basa en la locura por las ganancias.
En los 10 años desde Katrina, se han
desvanecido las imágenes de los horrores provocados en parte por un desastre
natural, pero muchísimo más por un sistema desastroso. Pero no podemos
permitir que la verdad de lo que sucedió, de lo que le hicieron a la gente, la
escondan debajo de la alfombra. No lo podemos permitir porque fue un crimen
histórico. No lo podemos permitir porque la verdadera historia de
Katrina destapa la naturaleza completamente inservible que es este sistema. Y
porque la verdadera historia de Katrina arroja luz sobre por qué y cómo las
cosas no tienen que ser así.
Abandonados a la muerte
Días antes de que Katrina azotara a
Nueva Orleans, los meteorólogos habían pronosticado un huracán bastante fuerte,
y que hubiera que evacuar la ciudad, que está seis pies debajo del nivel del
mar. Pero el gobierno no hizo nada para evacuar a la ciudad, dejando
atrapados a casi 100.000 personas pobres y negras en un lugar donde sabían que
serían fuertemente azotadas por la tormenta y podrían morir.
El colapso de los diques resultó en que
el nivel del agua subiera 20 pies en partes de Nueva Orleans, y el 80% de la
ciudad estaba innecesariamente debajo del agua. En un país que tiene la
tecnología para construir armas nucleares, el mantenimiento de los diques que
protegen a la ciudad calificaba de cero en la lista de prioridades de las
autoridades.
Y cuando la ciudad quedó inundada, no
había ayuda para decenas de miles de personas que se encontraban en una
situación de desesperación por días sobre los techos con temperaturas que
superaban los 100° F y sin nada que comer o beber. Dejaron los cadáveres de
personas pobres y negras flotando en el agua; sobre banquetas, debajo de
basura, descomponiéndose, destrozados. Dejados por días, por meses.
Los militares obligaron a regresar a
los voluntarios que iban a Nueva Orleans, especialmente en los días
inmediatamente después de la tormenta. En por lo menos un caso, policías se
apoderaron de buses escolares que llegaron para evacuar a los sobrevivientes.
El 4 de septiembre, unos policías
atacaron y mataron a personas negras que intentaron fugarse cruzando el puente
Danzinger hacia un suburbio blanco de Nueva Orleans. 10 años después, los
asesinos siguen libres (en el 2013 revocaron las condenas de cinco de los
policías que participaron en esa matanza).
En una sociedad profundamente marcada
por la encarcelación en masa de millones de personas, abandonaron a la merced
de la inundación a 7.000 presos, y sí, otra vez, la mayoría pobres y negros.
Las prisiones se inundaron, se apagó la electricidad, dejándolas en tinieblas,
y se apagó el sistema electrónico para abrir las celdas. Por varios días miles
de presos fueron atrapados sin alimento, bebidas o medicamentos necesarios y se
vieron obligados a tomar agua de la inundación, aguas residuales sin tratar.
Los presos dicen que francotiradores de los sheriffs disparaban a cualquiera
que intentaba fugarse del inundado y asfixiante edificio. Cuando los sheriffs
volvieron a entrar en el edificio, no entraron con alimentos, agua o algún tipo
de ayuda. En vez entraron vistiendo equipo de motín, armados con escopetas,
mace, cachiporras, pistolas eléctricas Taser y brutalidad, y evacuaron a los
presos bajo condiciones salvajes e inhumanas.
El presidente y las autoridades
federales —que están en la cúpula de un sistema que intercepta llamadas y
vigila a prácticamente todo el mundo— de repente quedaron ciegos, sordos y
mudos ante el sufrimiento y horror. En medio del infierno al que estaban
sometidos, el presidente George Bush le dio un palmazo al director de FEMA (el
Sistema de Manejo de Emergencias Federal) y le dijo: “estás haciendo un
buenísimo trabajo”.
Encerrados en el Superdome
El Superdome es un gran estadio de
fútbol norteamericano en Houston. Allí encerraron a más de 20.000 personas en
espera de ser trasladadas. No las trataron como víctimas que acababan de vivir
un terrible desastre natural y no sabían qué había pasado con sus familiares,
sino más bien como presos y animales sometidos a las peores condiciones
sanitarias, inhumanas, rodeados de efectivos de la Guardia Nacional listos para
disparar. Padecían de deshidratación, rodeados de aguas contaminadas.
No fue porque
no había agua. Cuando activistas del Partido Verde intentaron distribuir agua
potable en el Superdome, los soldados les apuntaron los fusiles y les
impidieron hacerlo. Tampoco dejaron entrar a camiones de Wal-Mart que iban
repletos de agua.
Los cadáveres permanecían al aire
libre. Muchos dijeron que era como un campo de concentración. Un señor que
cumplió una condena en la Prisión de Orleans Parish, le dijo al New York
Times: “Es peor que una prisión. En la prisión uno tiene donde orinar, y para
otras necesidades sanitarias. Aquí no te dan ni agua, ni baños, ni luz”.
El piso del Superdome estaba empapado
de la lluvia, parte del techo se había colapsado, el apeste de los baños
saturados permeaba y la gente tenía que hacer sus necesidades en corredores y
escaleras. Por todos lados había heces y basura. No había acceso a ninguna
clase de atención médica o medicamentos necesarios. No había duchas y no les
dieron ropa limpia. Había muy poco alimento, agua, cobijas o sábanas.
La limpieza étnica de Nueva Orleans
Cuando el gobierno por fin evacuó a la
gente de Nueva Orleans, lo hizo como un esclavista moderno. Un vecino recuerda:
“Como la evacuación dispersó a mi familia por todo Estados Unidos, tuve un
presentimiento antiguo, como si hubiera estado en un piso de subasta [de
esclavos]”. Y más que unas pocas personas comentaron que les hacía recordar la
dispersión de las familias durante la esclavitud.
La gente subía a buses sin saber a
dónde iban. Separaron a familias, niños raptados de sus padres. Les trataron
como si fueran criminales o sospechosos. Le hacían investigación de
antecedentes para permitir a uno entrar a un albergue. A unos los detuvieron
cuando vieron que tenían órdenes de arresto viejas, a unos inmigrantes los
deportaron. Pusieron a la gente en centros que eran fuertemente vigilados, con
detectores de metal, rodeados de radio-patrullas, soldados armados, agentes de
FEMA, y funcionarios locales, estatales y federales.
Después, cuando las aguas
retrocedieron, por políticas de limpieza étnica se retardó y después paró la
reconstrucción de las comunidades negras. Allanaron con buldóceres los
edificios de vivienda pública donde había vivido gente pobre y negra, aunque
estaban en buen estado y los pudieron haber limpiado y reparado. El congresista
de Luisiana, Richard Baker, dijo: “Por fin limpiamos la vivienda pública de
Nueva Orleans. Nosotros no pudimos hacerlo, pero Dios sí”. Y el secretario de
Vivienda y Desarrollo Urbano, Alphonso Jackson dijo: “Nueva Orleans no será tan
negro como era por mucho tiempo, o nunca”.
Un sistema de saqueo mundial y terror acusa a la gente negra de
“saqueadores”
Jóvenes estancados en Nueva Orleans
—que antes de la crisis probablemente estuvieran metidos en la lucha de la
jungla sobrevivir— pusieron a un lado vendettas y trabajaron juntos lo más que
pudieron. Liberaron alimentos, agua y medicamentos y los distribuyeron a los
que desesperadamente los necesitaban.
Con eso, y de otras maneras, se
percibió una idea de porque las cosas no tienen que ser así. Se vio a la gente
superar las tonterías en las que por lo general está enmarañada, oponerse
resistencia a las autoridades, y servir al pueblo en lugar de la mentalidad
capitalista de la jungla.
Para los gobernantes de este sistema
capitalista, eso fue absolutamente intolerable. La prensa grande (mejor dicho,
de la clase dominante) vilipendió a esos héroes como “saqueadores”. Y sus
fuerzas armadas, todo su aparato de “seguridad nacional”, demostraron que la
esencia de la “seguridad nacional” es la seguridad de una clase de parásitos
que gobierna este país.
El comandante de la fuerza especial de
la Guardia Nacional de Luisiana, dijo: “Este lugar va a parecer ser un Pequeño
Somalia”. Se refería a la invasión de 1993 por Estados Unidos de Somalia, ese
pobre y saqueado país de África. Los soldados estadounidenses aterrorizaron a
la población con armamento pesado hasta que una amplia gama de fuerzas somalís
los corrió del país tras una batalla que se hizo famosa por el libro y la
película Black Hawk Down.
Un sistema inservible y una salida
En la estela de Katrina, el mundo vio
un sistema despiadado de explotación capitalista, un sistema fundado en la más
salvaje tortura y esclavitud de la gente negra por siglos, un sistema en su
asquerosa esencia. Pero hubo algo más. La unidad que se forjó entre los
oprimidos para liberar suministros esenciales y distribuirlos según los más
necesitados y no según la avaricia o las ganancias. Por todo Estados Unidos
miles de personas, incluyendo mucha gente blanca de la clase media, viajaron a
Nueva Orleans para ayudar. Por todo el país había personas, entre ellas
celebridades, que no se tragaba el cuento de que los negros abandonados eran
“saqueadores”, y en vez, de una u otra manera, vieron al sistema como una
amenaza para la gente negra.
Y si hay una manera de organizar
la sociedad para que en vez de calumniar y atacar violentamente esos impulsos
positivos, se los dé alas y los medios para que se expresen la creatividad, la
energía y las habilidades de millones de personas para la construcción de una
sociedad completamente diferente. Una en la cual se cumpla con las necesidades
básicas —alimentos, albergue y vestimenta— y se faciliten una cultura vibrante
y emancipadora y que incluya la promoción del disentimiento. Esa sociedad está
esbozada con gran profundidad y minucioso detalle, a todo color, en la Constitución
para la Nueva República Socialista en América del Norte (Proyecto de texto).
A 10 años, es difícil comunicar, e
importante apreciar, qué tan profunda y ampliamente se les desenmascaró a los
que manejan este país, y el sistema detrás de ellos, por lo macabro y desalmado
que son. La crisis llevó a millones a enfrentarse al sistema, en su pensar y
sus acciones. Desenmascaró, a diferentes grados en diferentes sectores de la
población, la naturaleza del sistema, inclusive el hecho de que es completamente
ilegítimo.
Las crisis sociales como la que estalló
en la estela de Katrina pueden desempeñar un papel importante en cuanto a
acumular fuerzas para la revolución y repolarizar la sociedad a favor de la
revolución. Pero la revolución requiere más que la crisis social. Requiere
dirección, y fuerzas organizadas capaces de dirigir una revolución y de
dirigirla a forjar un mundo completamente diferente, uno que sirva los
intereses de la humanidad. Esa dirección existe en Bob Avakian, y el
Partido Comunista Revolucionario, Estados Unidos, que él dirige.
Las lecciones de Katrina son de vida o
muerte. No solo para la historia. Por importante que es denunciar a los verdaderos
criminales cuyo sistema produjo tanto sufrimiento, las lecciones de Katrina
tienen una pertinencia oportuna hoy en día.
A 10 años de Katrina, ahora que las
aguas han retrocedido, hasta cierto grado importante ha pasado una limpieza
étnica de Nueva Orleans. Y este sistema sigue cometiendo grandes crímenes aquí
y por todo el mundo.
Este sistema que aprovechó un desastre
natural para intensificar una agenda genocida sigue desatando el terror
violento contra la gente negra, latina y otros de color a través del
encarcelamiento en masa y la epidemia de asesinato policial. Este sistema sigue
demonizando a los inmigrantes. Este sistema destruye el medio ambiente:
del derrame de petróleo en el golfo de México al tóxico fracking a la
perforación petrolera en el Ártico. Los mismos fascistas cristianos que
celebraron la destrucción de la vivienda pública por ser “la voluntad de dios”,
invocan la inmoralidad del Cinturón de la Biblia para obligarles a las mujeres
a tener hijos contra su voluntad, al hacer inaccesible el aborto y los métodos
anticonceptivos. Y este sistema sigue tratando a la gran mayoría de la
humanidad como “el enemigo”.
¿Por cuánto tiempo? ¿Cuántos años más
tendrá que sufrir la humanidad bajo esta locura? El funcionamiento del sistema
engendra conflicto y crisis, y una y otra vez dan a conocer la naturaleza fea y
feroz de quienes lo manejan. Corre por nuestra cuenta jamás olvidar y jamás
perdonar lo que hicieron en Nueva Orleans hace 10 años. Y maximizar todo
esfuerzo cuando se presenten momentos en sus crisis para desarrollar la
resistencia contra sus crímenes, y preparar al pueblo, preparar el terreno y
preparar a la vanguardia para la revolución.
(*) Periódico Revolución, 26
de agosto de 2015.
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