A Dos Formas De
Arte Corresponden Dos Teorías Que Les Son Afines
Julio Carmona
EL AUTOR RUSO MIJAIL BAJTIN, al
estudiar la obra de Dostoievski, llega a la conclusión de que existen
dos tipos de crítica por las que ha sido abordada: la histórico-literaria y la
formalista. A este último tipo no llega a denominarlo así, pero de su exposición
se deduce. Veamos. Refiriéndose a los críticos ligados al primer tipo, dice: «…
en todos esos trabajos predominan los análisis histórico-literarios e
histórico-sociológicos de su obra [de Dostoievski] y de la realidad social
reflejada en esta.» E, inmediatamente, agrega lo siguiente: «Los problemas de
la poética en sí se tratan, como regla general, en un plano secundario (aunque
en algunos de estos trabajos aparecen observaciones valiosas, pero dispersas,
sobre algunos aspectos de la forma artística en Dostoievski)» (BAJTIN,
1993, pág. 62) .
He ahí presentados los dos tipos de
crítica aludidos: el primero preocupado por la ‘realidad social reflejada en la
obra’ y el segundo dándole prioridad a ‘los problemas de la poética en sí’, a
los ‘aspectos de la forma artística’. Pero, además, en esa presentación aflora
la identificación del expositor. Y lo que se debe destacar es el sesgo
exclusivista que da a la tendencia con la que él se identifica, pues para él la poética en sí está referida solo a los aspectos de la forma artística;
de tal suerte que la tendencia que se preocupa por la realidad social reflejada en la
obra no tiene lugar en la poética en sí. Este es el
resultado de reducir todo a la existencia de una sola poética. Y de
esa manera se borran —dice Lukács— «todas las huellas de las importantes luchas
entre tendencias» [y se traza] «el camino unitario y exento de problemas y de
contradicciones hacia el irracionalismo» (LUKÁCS,
1959, pág. 12) ; pensamiento de Lukács ligado, en cierta forma, con esta
aseveración de Marx y Engels: «Desde este instante, se halla la conciencia en
condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría
“pura”, de la teología “pura”, la filosofía y la moral “puras”, etc.» (La
ideología alemana, 1974, pág. 32) .
Y, para mejor ilustrar esa
oposición, Bajtin hace referencia a un trabajo de Viktor Shklovski, y dice:
«Desde el punto de vista de nuestra tesis [es decir, desde el punto de vista de
la forma artística] el libro de V. Shklovski Pro
y contra. Notas sobre Dostoievski, tiene un interés especial» (BAJTIN,
1993, pág. 60) .Y ese interés especial está dado porque Shklovski, a
pesar de incidir en lo histórico-literario, no deja de observar el nivel formal
o de estilo; pero esa observación es subsidiaria de lo otro; esto lo dice
Shklovski citado por Bajtin: «La peculiaridad de mi trabajo no consiste en
subrayar estos rasgos estilísticos que considero muy evidentes», es decir,
queShklovski reconoce el alto valor estilístico de la obra de Dostoievski y considera
que ya queda muy poco qué decir sobre eso; además agrega que esos rasgos
estilísticos «el mismo Dostoievski puso de relieve en Los hermanos Karamazov, al
poner el título Pro y contra a una de las partes de la novela. En
mi libro yo traté de explicar otra cosa: qué fue lo que despertó la disputa
cuya huella aparece en la forma literaria de Dostoievski y, al mismo tiempo, en
qué consiste el universalismo de las novelas de Dostoievski, es decir, quién se
interesa actualmente por esta disputa.» Y Bajtin explica esta posición de
Shklovski diciendo que «parte de una idea que por primera vez apareció en L.
Grossman, acerca de que es precisamente la disputa,
es decir la lucha de las voces ideológicas, lo que está en el fundamento mismo
de la forma artística de las obras de Dostoievski, esta es la base de su
estilo.» Aunque agrega que: «… a Shklovski no le interesa tanto la forma
polifónica de Dostoievski como las fuentes históricas (epocales) y biográficas
de la misma disputa ideológica que engendró la forma mencionada.» De tal
manera, pues, que Bajtin reconoce la existencia de ambas opciones críticas. Lo
ha aseverado antes: «La poética, por supuesto, no puede ser separada de los
análisis socio-históricos, pero tampoco puede ser disuelta en los
mismos»(Ibíd.).
Y, en realidad, no se trata de
disolver a ninguna de las dos opciones críticas. De lo que se trata es de
aceptar su independencia relativa. Si un crítico concentra su trabajo en el
estudio de solo el aparato formal de una obra [su paradigma es el análisis
hecho por Jakobson y Lévy-Strauss del poema «Los gatos» de Baudelaire (Varios,
1970, págs. 11-34) ] a nadie nunca se le ha ocurrido censurarlo al
extremo de condenarlo al destierro de los estudios literarios ni, a propósito
de esa censura negar su inclusión en el ámbito de la poética.
Esto último es, más bien, lo que
suele ocurrir en sentido contrario cuando la crítica formalista destierra, sí,
al análisis “histórico-literario” del ámbito de la poética, criterio que, hemos
visto arriba, se desliza en un comentario de Bajtin, cuando hace entrever que
‘los problemas de la poética en sí son los aspectos de la forma artística’. Y
lo ecuánime no es que ambas opciones críticas se diferencien por el rasero de
la forma (quién la aplica y quién la descuida), pues —como se ve— ambas la
toman como punto de partida. Hipólito Taine, que es un crítico ubicable dentro
de la tendencia crítica histórico-literaria, es citado por William Somerset
Maugham quien dice: «Taine [al criticar el Rojo
y negro de Stendhal] no
estaba interesado en la novela como una obra de arte. Su objetivo al escribir
era despertar interés en un autor descuidado, y lo que escribió fue un
panegírico más que un estudio crítico. El lector que es inducido a conocer Rojo y negro por el ensayo de Taine puede muy bien
quedar algo desencantado. Pues en cuanto obra de arte es tristemente
imperfecta» (Somerset
Maugham, 1993, pág. 109) . De esta incisión se desprende que Taine no
dejaba de estudiar la forma utilizada por Stendhal, sino que con su estudio vio
que no era lo más importante centrarse en dicha forma (que, dígase de paso, no
toda la crítica desmerece), y prefirió incidir en lo que para él era más
importante: ‘la realidad social reflejada en la obra’.
Sin embargo, lo que suele ocurrir es
que la crítica formalista ignora el otro elemento del hecho artístico: el
factor contenido. Es desfasado pretender dar “carta de ciudadanía” dentro de la
estética a solo la forma y negársela al contenido. En todo caso se tendría que
rectificar la fórmula de Bajtin cuando dice que los críticos
“histórico-literarios” ‘tratan los problemas de la poética en un plano
secundario’, cuando debe decirse que los problemas de la poética son tanto de
carácter formal como de contenido. Pongamos otro ejemplo que hace William
Somerset Maugham quien, para destacar el contenido de una obra, parte de hacer
referencia a su forma:
Cumbres borrascosas es un libro extraordinario. En su
mayor parte las novelas delatan su época no solo por la manera de escribir
común en el tiempo en que fueron escritas [con esto nos hacemos cargo de que en
esa expresión está incluido su nivel formal], sino también por coincidencia con
el clima de opinión de su tiempo, el punto de vista moral de sus autores y los
prejuicios que aceptan o rechazan (Somerset
Maugham, 1993, pág. 262) .
Es decir, la forma y el contenido
van juntos. Es más, el mismo Bajtin –reduciendo su fundamentalismo estético y
resumiendo su explicación de Shklovski– dice: “Reuniendo materiales extensos y
heterogéneos, históricos, histórico-literarios y biográficos, Shklovski, en la
forma tan viva y aguda que le es propia, descubre la disputa de las fuerzas
históricas, de las voces de la época (sociales, políticas, ideológicas) disputa
que acompaña todas las etapas de la vida y obra de Dostoievski, que penetra
todos los acontecimientos de su vida y que organiza tanto la forma como el
contenido de todas sus obras.” (BAJTIN,
1993, pág. 63) . Ergo, si la obra tiene esas dos dimensiones (forma y
contenido), cada cual tiene el perfecto derecho a ser tratado por la estética o
por la poética, y pueden hacerlo de manera independiente, sin que uno de esos
tratamientos rebaje al otro o pretenda superarlo o, lo que es peor aun,
suprimirlo. Su altura o bajura debe verse en su propio ámbito. Puede darse
incluso el trabajo crítico de un estudioso que abarque ambos dominios. Y esto
lo reconoce Bajtin (sin incluirse en ese modelo) y cita a Leonid Grossman:
De acuerdo con su poética [la
poética de Dostoievski], dos fábulas semejantes pueden completarse por otras lo
cual a menudo crea una cierta multiplicidad de planos en las novelas de
Dostoievski. Pero el principio de la iluminación bilateral del tema principal
permanece como dominante. Con este principio se relaciona el fenómeno de
‘dobles’ que tantas veces se ha estudiado en Dostoievski; los ‘dobles’ tienen
en sus concepciones una función importante no solo desde el punto de vista
ideológico y psicológico, sino también estructural (BAJTIN,
1993, pág. 69) .
Y Bajtin acota: “Estas son las
valiosas observaciones de L. Grossman. Son interesantes sobre todo por el hecho
de que Grossman, a diferencia de otros investigadores, llega a la polifonía de
Dostoievski desde la estructura. Le interesa no tanto la polifonía ideológica de las novelas de Dostoievski, como la
aplicación netamente estructural del contrapunto que relaciona las diferentes
narraciones incluidas en la novela, los diversos argumentos y planos” (Ibíd.)
Sin embargo, a pesar de reconocer que el contenido se da a través de la forma
(con lo cual ya está reconociendo la existencia de ambos, y que adquieren el
mismo derecho a ser tratados –con autonomía– y también la existencia de sus
respectivas opciones críticas) Bajtin dice:
Esta es la interpretación de la
novela polifónica de Dostoievski por parte de la crítica literaria que en algún
momento se ha planteado los problemas de la poética de este escritor. La mayor
parte de los trabajos críticos e histórico-literarios acerca del escritor aun
subestiman el carácter particular de su forma literaria y buscan este carácter
específico en el contenido: en los temas, ideas, imágenes separadas sacadas de
las novelas y valoradas tan solo desde el punto de vista de su contenido vital.
Con lo dicho, obviamente, Bajtin
está exigiendo que esos trabajos críticos tenían que –o estaban obligados a–
tratar el estudio de la forma. Es más, según él, al no hacerlo así:
… el mismo contenido inevitablemente
se empobrece con este procedimiento, se pierde en él lo más esencial, lo nuevo que supo ver Dostoievski. Sin entender
esta nueva forma de visión, no se puede entender correctamente aquello que por
vez primera se vio y se descubrió en la vida gracias a esta forma. La forma
literaria correctamente comprendida, no abarca un contenido ya preparado y
encontrado, sino que permite por primera vez encontrar y ver este contenido.
(Ibíd.)
Ergo, para evitar este tipo de
controversias, de disputarse la hegemonía dentro de la poética, existiendo dentro de ella
dos concepciones opuestas y autónomas (o relativamente autónomas), lo saludable
es hacer que esas dos opciones se constituyan, cada una, en poética en sí. Vale decir: una poética formalista y una poética realista. Lo cual no
quiere decir que entre ellas se prescriba enemistad o contrariedad
irreconciliable. Si, como hemos visto, por lo menos la tendencia realista parte
del reconocimiento de que la forma es óptima (pero considera ocioso o
redundante el “demostrar” lo que se demuestra por sí solo), entonces, es
opcional que cada quien incida en los pródromos de la tendencia opuesta, no es
obligatorio ni mucho menos compulsivo. Es más, si como insiste Bajtin, ‘el
estudio de la forma enriquece al contenido’ y el descubrir en la obra aspectos
ocultos puramente formales (como es la polifonía dialógica relevada por
Bajtin), pues bien, en buena hora, que eso se haga con total libertad sin la
aprehensión del ‘qué dirán si no incido en el contenido’ (o viceversa).
Bibliografía :
Bajtin, Mijail (1993). Problemas de la poética de
Dostoievski. México: FCE.
Jakobson, R. y C. Levy-Strauss, en:
Varios (1970). Estructuralismo
y literatura.Buenos Aires: Nueva Visión.
Lukács, Georg (1959). El asalto a la razón. México:
FCE.
Marx y Engels (1974). La ideología alemana. México:
Ediciones en Lenguas Extranjeras.
Somerset Maugham, William (1993). Diez novelas y sus autores.
Bogotá: Norma.
La Historia Social de la Literatura
Julio
Carmona
CON
EL NACIMIENTO Y DIFUSIÓN de la ciencia sociológica en el s. XIX, la literatura
pasa a convertirse en objeto de estudio apetecible. Y es así como la mayoría de
estudiosos de la historia de la sociología literaria coinciden en señalar a
Madame de Staël como su primera impulsora con el libro De la literatura considerada en sus relaciones con las
instituciones sociales.[i] Pero
hay quienes reivindican ese privilegio a un autor anterior, cuya vida
transcurrió entre la segunda mitad del s. XVII y la primera del XVIII, nos
referimos al italiano Juan Bautista Vico.[ii] A
este autor, un compatriota suyo, Benedetto Croce lo proclamó por primera vez en
1905 como “el primer descubridor de la ciencia estética.”[iii] Una
confirmación de este aserto, y en relación más directa con la literatura, la
hace Edmund Wilson, cuando dice que “en el año 1725, el filósofo napolitano
Vico publicó La Scienza Nuova,
obra revolucionaria en materia de filosofía de la historia, en la cual afirma
por primera vez que el mundo social ha sido por cierto creación del hombre, y
acomete, también, por primera vez, que yo sepa, la interpretación social de un
trabajo literario.” (E-1957: 205.) Y el mismo Wilson, en ese trabajo, hace
alusión a otros autores como Herder y Hegel. Según él, Herder es, junto con Goethe,
Schiller y Lessing, uno de los padres de la ciencia literaria alemana (Ver
también Walter Muschg, op. cit. p. 9), y es asimismo uno de los teóricos de la
estética histórica. Y Wilson concluye
diciendo que
en
el campo de la crítica literaria, este punto de vista (socio) histórico obtuvo
la primera flor completa con la obra del crítico francés Hipólito Taine, a
mediados del s. XIX. Toda la escuela de críticos-historiadores a que pertenecía
Taine —Michelet, Renan, Saint Beuve— se había ocupado de interpretar los libros
conforme a sus orígenes históricos. Pero Taine fue el primero que intentó
aplicar esos principios en forma sistemática y en gran escala en un trabajo
dedicado exclusivamente a la literatura. En la “Introducción” a su Historia de la literatura inglesa,
publicada en 1863, hizo su famoso pronunciamiento de que las obras literarias
debían entenderse como fruto de tres factores en fusión: el momento, la raza y
el medio.
Seguidamente
Edmund Wilson, en este bosquejo histórico del método sociológico aplicado a la
literatura, menciona a Carlos Marx y Federico Engels. Dice:
En
sus capítulos sobre la conquista de Inglaterra por los normandos, Taine muestra
la diferencia que hay entre una clase gobernante por una parte y una clase vencida
y oprimida por la otra. Y Michelet, en su volumen sobre la Regencia, que
terminó el mismo año que apareció la Historia
de la literatura inglesa, estudia Manon Lescaut del abate Prevost como
documento que representa el punto de vista de la pequeña gente pudiente con
anterioridad a la Revolución Francesa. Pero Marx y Engels hacían provenir las
clases sociales de la forma en que la gente se ganaba la vida u obtenía los
medios necesarios; de lo que ellos llamaban medios de producción, y se
inclinaban a considerar fundamentales para la civilización estos procesos
económicos. (Op. cit. 208.)
El siglo XIX es, literariamente
hablando, escenario de una revolución —semejante al Renacimiento, de los siglos
XV y XVI: el romanticismo. Aunque fuera calificado por algunos como la
enfermedad del siglo. Lo cierto es que influyó en todos los órdenes del
quehacer intelectual (comprometió a la política, la economía, la sociología,
etc.) y artístico (música, artes plásticas y literatura.) En el desarrollo del
romanticismo, Francia jugó un papel decisivo. No se puede obviar que, desde los
siglos XVII y XVIII, la crítica literaria francesa se convirtió en árbitro del
buen gusto. Pero la revolución de 1789, que tanta influencia habría de ejercer
en el resto de Europa, en la misma Francia desencadenó reacciones que
propiciaron un estancamiento en su trabajo intelectual y artístico. Mientras en
Inglaterra y en Alemania el influjo de la revolución daba impulso al nuevo
espíritu que daría vida al romanticismo, en Francia persistió la tendencia
conservadora del neoclasicismo. Pero hacia 1830 Francia despertó repentinamente
del letargo. Se crea entonces la historia literaria francesa, en relación con
lo social, por obra de un grupo de historiadores y filósofos: Víctor Cousin
(1792-1867), François Guizot (1787-1874) y otros, uniéndose a ellos un joven,
Carlos Agustín Sainte-Beuve (1809-1869), a quien muchos, dentro y fuera de Francia,
consideran aún el crítico por antonomasia.
En el otro extremo se erigía la
figura de Teófilo Gautier, defensor de la teoría del arte por el arte, y en el
extremo opuesto empieza a tomar forma la doctrina del realismo. Pero a la vez vuelve
a acogerse en Francia el simbolismo literario, que se había ido infiltrando con
el romanticismo alemán y con las nuevas versiones que de él habían dado los
escritores de habla inglesa: Carlyle, Emerson y Poe. Sin embargo, todavía el
auge del determinismo científico trajo mayores cambios, hacia los años sesenta,
con los trabajos del ya mencionado Hipólito Taine. Así, gracias al talento y a
la riqueza de ideas de sus críticos, Francia volvió a ponerse a la cabeza de
Europa en los planos cultural y artístico.[iv]
Desde
1830, también nuevos países vinieron a unirse al bloque del mundo occidental.
Rusia, que había coreado las ideas francesas en el s. XVIII, encontró un
importante crítico en Vissarion Belinsky (1811-1848.) Al principio, atraído por
Schelling y Hegel, abogó por el romanticismo; luego se orientó hacia la
doctrina social del arte. De Belinsky arranca un grupo de críticos radicales:
Chernyschevsky, Dobrolyubov y Pisarev, que podemos considerar como precursores
de los estudios marxistas en ese país.
Las
doctrinas de la crítica romántica también cruzaron el océano hasta llegar a los
Estados Unidos. Antes de los años treinta no hay en esta nación nada original.
El verdadero iniciador de una estética nueva y personal es Emerson, aunque
dependa de Coleridge, Carlyle y los alemanes. Por su parte Edgar Allan Poe dio
forma brillante y extremosa, en su idealismo mágico, a ciertas ideas tomadas de
Coleridge. Sin embargo, el desmoronamiento del romanticismo fue rápido.
Realismo y naturalismo son, ciertamente, las tendencias más fuertes de fines
del s. XIX que le hacen oposición. Además, pronto se evidencia un resurgir del
clasicismo en Inglaterra (con Arnold), en Francia (con Nisard y Brunetiere) y
en Italia (con Carducci.) El propio romanticismo perdió en muchos países su
fuerza central —el concepto simbólico de la poesía— para convertirse en mera
justificación de corrientes sentimentales o nacionalistas. Pero no por eso
quedaron cortados sus vínculos con el siglo que lo sucede, en tanto los
movimientos que heredaron su prédica esteticista —parnasianismo y simbolismo—
no sólo reivindicarán su influencia a fines del siglo XIX, sino que lo
trascenderán largamente.
Y, así, en el caso de los
modernistas americanos, esa exigencia por emancipar la obra respecto del
referente —‘realidad’— planteada inicialmente por el romanticismo y llegando a
convertirse casi en una consigna de la cultura finisecular, adquirirá urgencias
de revolución. Pero eso iba aparejado a la autonomía misma del individuo que es
también reclamo básico de las ansias de libertad propias de la época. Quien
explica de manera bastante clara esta realidad —concreta e ideológica, a la
vez— es Erich Fromm. Veamos cómo lo hace:
En
el pensamiento filosófico de la edad moderna —dice— también descubrimos que los
dos aspectos de la libertad permanecen entrelazados, como lo habían estado ya
en las doctrinas teológicas de la Reforma. Así, para Kant y Hegel la autonomía
y la libertad del individuo constituyen los postulados centrales de sus
sistemas, y sin embargo los dos filósofos subordinan el individuo a los
propósitos de un Estado todopoderoso. Los filósofos del período de la
Revolución Francesa, y en el siglo XIX Feuerbach, Marx, Stirner y Nietzsche,
expresaron una vez más sin ambages la idea de que el individuo no debería
someterse a propósitos ajenos a su propia expansión o felicidad. Los filósofos
reaccionarios del mismo siglo, sin embargo, postularon explícitamente la
subordinación del individuo a las autoridades espirituales y seculares. La
tendencia hacia la libertad humana, en sentido positivo, alcanzó su culminación
durante la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX. No solamente
participaron de este progreso las clases medias, sino también los obreros, que
se transformaron en agentes libres y activos, en luchadores en pro de sus
intereses económicos, y al mismo tiempo de los fines más amplios de la
humanidad. (Fromm, E-1985: 147.)
Y
bien sabemos que los artistas y los escritores, en la mayoría de los casos,
provienen de las clases medias. Pero cuando se sintieron llamados a participar
en esos reclamos de autonomía artística y libertad individual, por lo común,
cayeron en el esteticismo y en el individualismo. Y en tanto sus “intereses
económicos” no eran lo fundamental para ellos, pues tenían, o tienen, más o
menos asegurada una relativa tranquilidad social, entonces confundieron —y
confunden— sus propios fines con “los fines más amplios de la humanidad”.
1.5
Visión social de la literatura en América
Entre
los descontentos del orden capitalista, el pintor, el escultor, el literato, no
son los más activos y ostensibles: pero sí, íntimamente, los más acérrimos y
enconados. El obrero siente explotado su trabajo. El artista siente oprimido su
genio, coactada su creación, sofocado su derecho a la gloria y a la felicidad.
La injusticia que sufre le parece triple, cuádruple, múltiple. Su protesta es
proporcionada a su vanidad generalmente desmesurada, a su orgullo casi siempre
exorbitante. (Mariátegui, E-1959-a: 14.)
A la mayoría de los poetas y
artistas de esa época, incluyendo al mismo Darío (y, aun hoy, a MV) calza ese
diagnóstico de Mariátegui. De Rubén Darío dice Mariátegui que “creía pensar en
francés más bien que en castellano. Probablemente no se engañaba. El
decadentismo, el preciosismo, el bizantinismo de su arte son los del París
finisecular y verleniano del cual el poeta se sintió huésped y amante. Su barca
‘provenía del divino astillero del divino Watteau’. Y el galicismo de su
espíritu engendraba el galicismo de su lenguaje.” (E-1980: 299.) Pero los seres
humanos son perfectibles. No son hechos de una sola pieza, de acero inoxidable.
Y son permeables a las inclemencias de los tiempos. Ya hemos visto que en Rubén
se operó una saludable reacción. Claro que MV privilegia el lado esteticista de
Darío porque es con ese lado que él siempre se ha sentido solidario. Este
vínculo nunca disuelto es bien observado por Américo Mudarra cuando
—analizando, precisamente, la tesis universitaria ya aludida de MV— dice que:
Darío
es uno de los fundadores de la modernidad en Hispanoamérica; su vida y obra
formalizan la autonomía del artista moderno y contribuyen decisivamente en la
separación de la esfera artística de la moral y la política. Por ello, la
elección de este literato como tema de tesis obedece a la búsqueda de
referentes que legitimen la propia aventura del crítico. Construir su imagen
recurriendo a una figura del pasado que alumbre su futuro. [Y al mismo tiempo]
Esta tesis constituye el primer eslabón orgánico y extenso de su obra como
crítico y ensayista literario. Estas líneas de reflexión sobre la vocación del
escritor prosiguen y se consolidan en Gabriel
García Márquez: Historia de un deicidio (1971.)
Este incesante demonio no abandonará jamás a Vargas Llosa porque la conversión
del hombre en escritor es una operación ardua y dolorosa que él vivió y sobre
la cual reflexiona siempre con la pasión y la lucidez que lo caracterizan.
(Forgues, D-2001: 169.)
Pero no se pierda de vista que la
‘revolución verbal’ a la que, en cita anterior, alude MV al referirse a Darío
no puede desligarse de la revolución conceptual y/o ideológica que se da a
fines del siglo XIX con influencia decisiva en todos los órdenes del quehacer
del hombre de Occidente. Pero esa concepción que sirve de base al modernismo y
que —como dice MV— es el ‘punto de partida de todas las futuras vanguardias’,
no es compartido “a fardo cerrado” por todos los hombres de la época. Manuel
González Prada, en Perú, por ejemplo, o José Martí, en Cuba, piensan que toda
esa transformación formal es necesaria, pero no consideran que ella lo sea
todo, que agote todo el problema estético. En la literatura peruana, dice
Manuel Gonzáles Prada:
Todo hai, menos el lenguaje claro y sustancioso, con
la virtud del agua i del pan, no cansar.
No surje una personalidad
eminente que seduzca i se imponga, lo que es un bien i un mal: un bien, porque
toda eminencia literaria induce a imitación i ahoga la libre iniciativa del
individuo; un mal, porque no habiendo superioridades, las falsificamos i nos
convertimos en adoradores de medianías i mediocridades.
(...)
¡
Carecemos de buenos estilistas,
porque no contamos con buenos pensadores, porque el estilo no es más que sangre
de las ideas: a organismo raquítico, sangre anémica. ¿I cómo pensaremos bien si
todavía respiramos atmósfera de la Edad Media, si en nuestra educación jiramos
alrededor de los estériles dogmas católicos, si no logramos espeler el virus
teolójico, heredado de los españoles? (E-1964: 117-118, respetamos la singular
ortografía del Maestro.)
Y esta prédica gonzalezpradiana (que
no deja de reflejar los imperativos de la época: “la libre iniciativa del
individuo”, “el lenguaje claro y sustancioso”, “el estilo fuerte y moderno”) exige,
además, ruptura con las ataduras ideológicas de la Edad Media, el dogma
religioso, que es herencia española y contra la cual su cosmopolitismo
modernista se rebelaba, siempre, de manera beligerante. Y lo importante para
nuestro trabajo es ver cómo esa reprensión del Maestro es aplicable al mismo
MV, quien —pese a su pregonado agnosticismo— no logra desasirse de un glosario
teológico (demonios, Dios, deicidio) que
llevado al dominio de la ciencia literaria —como veremos más adelante— no
busca sino contaminar su exigible racionalidad con un oscurantismo y
confusionismo retrógrados. De ahí que no llame la atención el hecho de que, en
una entrevista (C-2004:
118-119), rompa lanzas
en defensa de la “herencia española”, reivindicando sólo el “lado positivo”,
dice:
Yo
estoy convencido de que el desarrollo del Perú es inseparable de la afirmación
de esa lengua y de esa cultura que llegó a nosotros con España. Digo esto sin
menospreciar por supuesto nuestra historia prehispánica, quechua o aimara, pero
pienso e insisto en nuestra herencia española, que es una herencia que tiene
una estirpe libertaria extraordinaria, insumisa, laica y popular, desde el
Arcipreste de Hita hasta Valle-Inclán.
Pero si se pudiera sondear una
opinión, preguntando a los herederos directos de esa historia prehispánica
sobre la edulcorada herencia española en que muy diplomáticamente MV los
menciona, y que siguen siendo víctimas de la otra atormentada herencia española
que él escamotea, por ejemplo, el estigma de ser los eternos “perdedores”[v],
ciertamente su respuesta sería otra. Esos herederos aludidos seguro es que
opinarían de la siguiente manera:
¿Dónde
están mis ancestros? ¿A quiénes he de celebrar? ¿Dónde encontraré mi materia
prima? Mi primer antepasado americano... fue un indio, un indio de los tiempos
tempranos. Los antepasados de ustedes lo desollaron vivo. Y yo soy su huérfano.[vi]
Porque la herencia de los españoles
no es sólo el “lado positivo” del idioma con la carga cultural occidental que
lo acompaña, y paramos de contar.[vii] Porque la “estirpe libertaria
extraordinaria, insumisa, laica y popular” —de que habla MV— no vino con ellos,
que, más bien, debelaron a sangre y fuego toda insurrección. Bien dice Eduardo
Galeano:
La
historia real de la conquista y la colonización de las Américas es una historia
de la dignidad incesante. No hubo día sin rebelión, en todos los años de
aquellos siglos; pero la historia oficial ha ninguneado casi todos esos
alzamientos, con el desprecio que merecen los actos de mala conducta de la mano
de obra. Al fin y al cabo, cuando los negros y los indios se negaban a aceptar
como destino la esclavitud o el trabajo forzado, estaban cometiendo delitos de
subversión contra la organización del universo. Entre la ameba y Dios, el orden
universal se funda en una larga cadena de subordinaciones sucesivas. Como los
planetas giran alrededor del sol, han de girar los siervos alrededor de los
señores. La desigualdad social y la discriminación racial integran la armonía
del cosmos, desde los tiempos coloniales. Y así sigue siendo. (Op.
cit.: 53-54.)
Y esa es la “herencia española” que
truca MV: la idea de un sistema regido por los poderosos (a imagen de Dios),
idea que en los dominados permanece inconmovible, aunque sea vista como una
fatalidad:
Así
como Europa llevó a los pueblos abarcados por su red de dominación sus variadas
técnicas e inventos: como los métodos para extraer oro o para cultivar la caña
de azúcar, sus ferrocarriles y telégrafos [que es a lo que, parece, MV se
refiere como “el desarrollo del Perú”], también introdujo en ellos su carga de
conceptos, preconceptos e idiosincrasias referidos a sí misma y al resto del
mundo, incluidos los correspondientes a los pueblos coloniales. Estos, privados
de las riquezas por siglos acumuladas y del fruto de su trabajo bajo el régimen
colonial, sufrieron, además, la degradación de asumir como imagen propia lo que
no era más que un reflejo de la visión europea del mundo que los consideraba
racialmente inferiores por ser negros, indígenas o mestizos. En consecuencia
explicaba su atraso como una fatalidad derivada de características innatas e
ineludibles, de pereza, de falta de ambición, de tendencia a la lujuria, etc.[viii]
Por supuesto, para MV importa la herencia “que hace de nosotros un país moderno,
un país que, a pesar de todo, forma parte de un contexto de cerca de 300
millones de hombres de los que nosotros formamos parte, y que constituye una de
las provincias culturales más ricas y vivas del mundo” (Ibidem.) Según
este criterio deberíamos estarles más bien agradecidos a los conquistadores genocidas
por “tan preciado bien”. Y éste es un criterio manejado por los mismos
españoles del siglo XVII, un cura de esa época, citado por Eduardo Galeano,
“sostenía que los indios eran de ascendencia judía, porque al igual que los
judíos ‘son perezosos, no creen en los milagros de Jesucristo y no están
agradecidos a los españoles por todo el bien que les han hecho’.”(E-1992: 64.)
La “herencia negativa” para MV no es sino un prejuicio. Según ese prejuicio
—dice:
... todo lo retardatario,
ultramontano y reaccionario, está relacionado en nuestro país con la cultura de
raigambre española. Creo que hay una inmensa injusticia y una inmensa
ignorancia en esto, porque es verdad que esa es una de las caras de la
tradición de raigambre española, pero no es ni la más creativa ni la que
realmente nos importa. [¡No les importará a los hispanistas, que son los otros;
pero sí, a nosotros!][ix]
Mas, finalmente, MV no oculta la
verdadera razón de su afección por la aséptica “herencia española” que él ha
creado; lo hace porque, dice: “personalmente me siento muy ligado a España, que es
un país al que quiero muchísimo y al que además le debo gran parte de lo que
soy. Si hoy en día me puedo dedicar a escribir, que es lo que realmente me
interesa, y si mis libros tienen una difusión que nunca sospeché, esto se lo
debo en gran parte a España y a los españoles.” (Op. cit., p. 119.) Sale, pues,
a flote el individualismo muy siglo XIX, un individualismo llevado ahora a la
dimensión del egoísmo. Y es éste el que explica por qué MV se traga la
salchicha descompuesta con tripa y todo.
Eso también explica por qué niega la
existencia de la literatura peruana, asumiendo una, nada rara, reencarnación
del hispanista José de la Riva Agüero[x],
para quien “la literatura peruana forma parte de la castellana”. Y hasta
agregaba que “No sólo es la literatura del Perú con toda evidencia castellana, en el sentido de
que el idioma que emplea y la forma de que se reviste son y han sido
castellanas, sino española,
en el sentido de que el espíritu que la anima y los sentimientos que descubre,
son y han sido, si no siempre, casi siempre los de la raza y la civilización de
España.” (E-1962: 261-263.) Y, como éste, MV —ante la pregunta “¿Cree que
existe la novela peruana?”— dice:
-Miren, hay peruanos que
escriben novelas, por lo tanto la novela peruana existe. Ahora, si
me preguntan si existe una literatura peruana que se pueda diferenciar por sus
temas, sus técnicas y su escritura de las otras literaturas latinoamericanas,
yo diría que no. La distinción sería demasiado sutil y además completamente
innecesaria. (Coaguila, C-2004: 50.)
Es obvio que MV, así como quiere
imponer su propia visión de la herencia española también quiere privilegiar su
propia concepción literaria: divorciadas ambas de la historia real, precisando
en la misma entrevista que: “la literatura no es recopilación de documentos o
de datos de la realidad, sino recreación de lo real, es una técnica.” Y aún subraya:
“De tal manera que la literatura, el arte en general, es fundamentalmente técnica,
procedimiento, uso de la palabra.” (Ibidem.) Desde ese punto de vista técnico,
podemos decir que toda la literatura universal es una sola. Pero no puede
perderse de vista que hay algo que diferencia a las literaturas de los países
entre sí. Y ese algo es: la idiosincrasia nacional (que la da la geografía, la
historia, las costumbres y la raíz popular). Desde la perspectiva de MV, por
aquello que ha dicho de pertenecer los peruanos a “un contexto de cerca de 300
millones de hombres [que hablan castellano] de los que nosotros formamos
parte”, para él, lógicamente —como para Riva Agüero—, la literatura peruana
sigue siendo una provincia de la española. Y en realidad lo que debe reclamarse
es la autonomía no sólo de la literatura de una nación respecto de otras
(“¡Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estériles; sí la unidad, como
armonía de las multánimes voces de los pueblos!”, al decir de Pedro Henríquez
Ureña) sino, además, debemos reclamar el derecho de cada pueblo americano a
tener un juicio propio sobre su literatura, que juzgue las obras de sus
escritores con cánones propios que contemplen no sólo la creación formal (y no
sólo aplicando esquemas derivados de otras literaturas, especialmente europeas
o norteamericana, reducidas hoy en día a especulaciones lingüísticas) sino
también y, en primer lugar, a generalizar y enjuiciar la visión de la historia
expresada en ellas.
No se trata tan sólo de que partamos
aquí del principio de que no existe tal belleza pura independiente del
contenido de la obra artística, y que pretender que alguien es un escritor
superior por causa de razones puramente estéticas es decir una frase vacía.
Tampoco se trata de aducir aquí el principio, que nos parece evidente, de que
el fundamento artístico o estético de una obra no es meramente formal; que
decir arte no es meramente decir forma sino armonía de contenido material y
forma temática y expresiva.[xi]
Notas
[i]Aun
cuando, respecto a Madame de Staël, todos coinciden en que tuvo sus
limitaciones, pues se le achaca que dio mucha importancia a los aspectos
emotivos del arte (Cf. René Wellek, Historia
de la crítica moderna, 1959, t. 1. p. 39), y llegando a opiniones extremas,
como la de Goethe a quien “la visita de Madame de Staël lo enervó pronto, pues
no veía en su conversación brillante nada más que la ignorancia más elegante de
lo que es la poesía.” (Walter Mushg, E-1965: 403).
[II]Juan
Bautista Vico (1688-1744) “fue uno de los primeros escritores en descubrir el
principio de que todos los grupos humanos tienen una naturaleza común. Sus
estudios comparativos de las instituciones sociales de todas partes, le
hicieron creer siempre en la mentalidad común del género humano (...) Por esta
contribución, Vico ha sido llamado ‘el padre de la sociología’.” (Emory S.
Bogardus, E-1963: 359.)
[III]Adelchi
Attisani, “Prólogo de la edición castellana” de la Estética de Benedetto Croce, Buenos Aires,
Ediciones Nueva Visión, 1969. p. 7. Cf., también, Gillo Dorfles, Estética del mito, Caracas,
Editorial Tiempo Nuevo, 1967. p. 9.
[IV] Hay un
autor, Jean Marie Guyau (1854-1888), que merece ser rescatado del olvido según
opinión de Jacques Leenhardt de quien dice: “Hay un antepasado al que la
sociología de la literatura podría rescatar del profundo olvido en que se lo ha
abandonado: Jean-Marie Guyau. Con toda razón se ha condenado sin apelación
posible lo que se ha dado en llamar su doctrina estético-ética, pero sin
reparar en el interés metodológico de algunos capítulos que anteceden a sus
análisis concretos en El arte
desde el punto de vista sociológico. Guyau debió enfrentar dos posiciones
teóricas opuestas: el naturalismo historicista de Taine y el idealismo
romántico.” (En: Goldmann, E-1971: 58-59.)
[V]“Nuestra comarca del mundo, que hoy
llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos
tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y
le hundieron los dientes en la garganta.” (Galeano, E-1992: 1.)
[VI]Esta
es una cita del novelista norteamericano Mark Twain, citado por Eduardo Galeano
en: E-1998: 47.
[VII] “¿Qué otra
cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma -hoy no tiene otro-
para maldecirlo, para desear que caiga sobre él la ‘roja plaga’?” Roberto
Fernández Retamar, Calibán,
apuntes sobre la cultura de Nuestra América, Buenos Aires, La Pléyade,
1973, p. 49. Para este autor, Calibán es el símbolo del pueblo, y Próspero, su
explotador, a quien maldice.
[VIII] Darcy Ribeiro, Las américas y la civilización,
t. 1, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1969, p. 103.
[IX]Coaguila,
C-2004: 118-119. No está muy distante este pensamiento de MV del esgrimido —con
clara intención de perdonavidas— por José de la Riva Agüero: “No sé —dice—, si
será ceguedad mía, pero en la historia de España yo no encuentro que jamás la
nación deliberadamente cometiera crímenes. Hubo
crímenes individuales, pero no nacionales.” (E-1962:
303.)
[X]No
se equivocó Miguel Gutiérrez cuando dijo que MV, “en un espectacular salto
atrás ha caído en el lugar exacto dejado por Riva Agüero.” (Tenorio, D-2001-a:
69.)
[XI]Rafael
Bosch, “Análisis objetivo (o material) del primer Carpentier”, en: Revista de Crítica Literaria
Latinoamericana N° 4, Segundo semestre, 1976, p. 100.
Renacimiento de dos
Lenguas.
Entre Shakespeare y
Cervantes
Roque Ramírez Cueva
LA TENDENCIA ACTUAL ES DESVINCULAR a
los textos, particularmente a la palabra de inexistentes contextos vinculados
con sus creadores, menos con reflejos de la realidad que pudiere proyectar la
palabra como significante estético. Esto es, la palabra sin decir nada sólo
¿inquietando? ¿exacerbando? sentidos, sentimientos ni se diga.
Sin embargo, proponen una categoría
lingüística que es pasible de ¿indicar? ¿vincular? al texto literario con
elementos externos al texto, le llaman intertextualidad. ¿Cuál es el propósito?
(“alguna parte de la mente me indica que no se acepta significado alguno”). Ah,
sí, desautorizar la teoría literaria sustentada desde la sociología.
Qué es lo que aspiran, aparte de
recordarme a ciertos filósofos griegos que decían que las flechas y las piedras
eran inexistentes (aunque huían de ellas cuando les eran lanzadas), negar la
existencia de los creadores en un medio físico influenciado por la economía y
las relaciones entre las opuestas sociedades humanas.
Por ello, al comentar dos obras
medulares al proceso de la literatura universal, El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha y Hamlet apuntaremos a situar la esencia de las lecciones
que sus autores, Shakespeare y Cervantes, en contextos definidos legaron no
sólo a la literatura sino, en especial, a sus modernas lenguas: inglés y
castellano.
En lo social: Shakespeare, nace en
Stratford-on Avon (Inglaterra) en 1564. Hijo de agricultores aprovechó de
estudiar en una época que la nobleza permitía la alfabetización de los
humildes. A los 22 años, sabiendo escribir marcha a Londres con su esposa y sus
tres hijos sin empleo alguno.
En 1593 publica su primera obra
Venus y Adonis; antes, en 1591 representó Trabajos de Amor Perdidos. El éxito
obtenido a partir de Romeo Y Julieta le llevó a gozar el acomodo de la vida
burguesa. Muere en su ciudad natal, aparentemente, el mismo día y año que
Cervantes, el 23 de abril de 1616.
Miguel Cervantes, nace en Alcalá de
Henares (España) en 1547. La inclusión de un soneto suyo, en la antología de
homenaje por la muerte de Isabel de Valois, lo descubren como poeta. Se
hace soldado y participa en una batalla naval contra los moros de donde
adquirirá el epíteto de Manco de Lepanto. Resultado de esta batalla, pasó
varios años en cautiverio entre los argelinos.
Y a pesar del eventual cargo de
recaudador de impuestos, que ocupa a su regreso, viviría en la crueldad de la
miseria. No obstante su empleo de recaudación le permitiría conocer la
geografía española y, particularmente, la idiosincrasia de su pueblo. El puesto
lo hizo alternar con todo tipo de personajes populares además de darle acceso a
la sabiduría de los mismos.
En el año de 1604 publica por
primera vez la primera parte de su obra maestra El Ingenioso Hidalgo, Don
Quijote de la Mancha. Tiempo después publicaría sus Novelas Ejemplares y sus
obras de teatro. Años mas tarde, después que hubiera intentos de plagio se
decide a culminar la segunda parte de El ingenioso Hidalgo…, la que
saldría a luz en 1615. El siguiente año de 1616 mientras concluía de escribir
Los Trabajos de Persiles y Sigismunda, fallece el 13 de abril.
En lo político: gobierna la Reina
Isabel en el imperio inglés; y en el español, reinaron Felipe II y Felipe III.
Ambos países se hallan en conflicto por la disputa de los dominios
marítimos para permitirse el control de las rutas comerciales. Mientras los
hispanos marchan hacia la extinción de su imperio, los ingleses despuntaban
como los nuevos colonialistas. El lío quedó dirimido con la destrucción
de la “Armada Invencible” española.
En lo económico, Inglaterra
desarrolla las nuevas formas de producción manufacturera que daban curso al
surgimiento de la primera revolución industrial surgida en los Países
Bajos. Este fenómeno no sólo determinaría la precipitación de la caída del
imperio español, sino que destruye el sistema de dominación feudal,
imponiendo los rasgos estructurales del nuevo orden capitalista.
El impulso económico logrado por las
fuerzas anglosajonas se incrementa con el oro que sus corsarios le saquean a
los galeones españoles, pero principalmente, por las divisas que empezaron a
generar las incipientes industrias manufactureras. En tanto que el imperio
español se atiene sólo a la voracidad extractiva de las riquezas minerales
arrebatadas a sus colonias, y sustentándose en el monopolio de su comercio.
En lo cultural, el Renacimiento se
hizo sentir con significativa influencia en ambos países. Un poco retrasado,
claro, pero con los aires innovadores que le insuflaron sus hombres de arte y
letras. En Inglaterra fluye la llamada Era Isabelina o edad neoclásica. En España
se sucede el período de plenitud del llamado con justicia el siglo de oro de
sus letras.
Los comunicantes en Hamlet y El
Quijote
Los especialistas de la literatura
europea consideran algunos lugares comunes en los procesos literarios de ambas
naciones. Entre las similitudes de mayor incidencia tenemos que tanto Hamlet
como El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha se construyen incluyendo
algunos rasgos autobiográficos de sus creadores.
En ambas obras se discierne sobre
literatura, se recitan versos, se enjuicia las actitudes del hombre y el
artista con sus ámbitos nacionales, aparte de describirse los anecdóticos
avatares que experimenta todo escritor o artista.
En la dramaturgia shakespeareana y
en la novela cervantina se muestran las fuerzas justicieras morales y corruptas
que se hallan inscritas históricamente en el fenómeno de las ambiciones y
debilidades del poder representado por sus clases dominantes sin dejar de
mostrar el otro lado de la medalla, la subordinación y conformismo de los
sojuzgados.
Shakespeare y Cervantes escrutan al
poder imperial desde la manipulación e intencionalidad maquiavélica de sus
ejecutores y representantes. Lo denuncian y cuestionan respaldándose en
la ironía popular del Sancho gobernante de la ínsula Barataria, y en la locura
lúcida hamleteana.
Al igual que en la obra de
Cervantes, el desorden, la inconsecuencia, las figuras literarias toscas y de
trazo torpe, son la peculiaridad que identifica el drama shakespeareano. Quizá
como indicando que están abandonando la vieja tramoya de una estética teatral
formal para renovarse en otra más que de sello neoclasicista, es isabelina.
Precisamente, Dámaso Alonso nos
señala que Cervantes es el paso transicional de la tradición a la modernidad
como el que finiquita la prosa épica caballeresca para dar cauce a la moderna
narrativa. Shakespeare igualmente culmina con el teatro tradicional
(desvencijado en sus formas) proponiendo y esbozando las estructuras de lo que
hoy se conoce como Drama Moderno.
Sin embargo, la relevancia
innovadora de ambas obras reside en la elaboración de un lenguaje particular a
cada personaje según el rango social que ocupan en la representación literaria.
Por primera vez, los personajes dialogan haciendo uso de un lenguaje
convencional, acompañándolo de los usos ásperos del lenguaje popular.
Peculiaridad que permite la universalización y popularización de las obras
literarias.
Ambos escritores, con el drama
Hamlet y la novela El Ingenioso Hidalgo, Don Quijote, en esencia lo que han
aportado es a la reestructuración y consolidación de los inconsistentes, hasta
ese momento, idiomas de los castellanos y de los anglosajones.
En otras palabras, afirmamos que
dichas obras se convierten en el punto de partida fundacional del renacimiento
de las referidas lenguas que con el soporte del tiempo conformarían y
sintetizarían su moderna estructura lingüística.
Claro, sin olvidar la enseñanza
hamleteana de percibir o descubrir la forma más antigua de la simulación por la
vida, en la enajenación. O la moraleja cervantina de la tendencia dual, el
idealismo quijotesco y la materialidad sanchopancesca, que envuelven al hombre
de aquí y de allá.
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