Sobre la
Revolución de Túpac Amaru*
Emilio
Choy
En la
historia del Perú, las fuerzas que tratan de introducir mejoras o cambios en la
estructura de la sociedad parece que son inevitablemente derrotadas, una o más
veces, antes de lograr la victoria. Los Borbones pretendieron mejorar la
penetración hacia la selva a través de la expansión de las misiones
franciscanas —progresistas para su tiempo—, pero fueron derrotados por un
sistema de guerra prolongada, bajo la inspiración de los hijos de Loyola, llevado
a la práctica por Juan Santos Atahualpa en 1742-56? Pero no siempre las guerras
que se proclaman independentistas tienen un contenido de avanzada, aunque, en
lo formal en este caso, permitieron deducir que se podía vencer al poderío
español aun sin ayuda exterior, si se lograba una buena y adecuada
organización.
Los Borbones, al introducir la innovación de expulsar a
los jesuitas de todo el imperio, dieron un paso trascendental si se tiene en
cuenta que ello significaba prescindir de un aliado poderoso en las colonias
aun cuando, después, el vacío dejado por ellos fuera cubierto por la burguesía
de origen español y de españoles nacidos en América. No obstante la decadencia,
forzada por las medidas impuestas por los Borbones para impedir el desarrollo
de la economía virreinal, hubo cierto crecimiento de la burguesía comercial
que, sin alcanzar los niveles de los siglos anteriores, fue lo suficientemente
importante como para interesarlos en la política de dominación borbónica
brindándoles el control del vasto imperio monopolista de los jesuitas sobre
los productos agropecuarios, obrajes y establecimientos comerciales.
Un sector de la burguesía, y quizás hasta
en su conjunto, pudo tener el deseo de independizarse, en la década del 80,
coincidiendo con Túpac Amaru, pero no era una decisión firme. Sólo el pueblo,
compuesto por el campesinado, artesanos, mineros, obrajeros, un pequeño sector
de la burguesía provinciana y conspiradores de las ciudades, en particular del
sur del país, fueron los que se decidieron por el separatismo.
La derrota de 1780, y la de 1814, o sea la
revolución de Pumacahua, conllevaron un avance indispensable para que las
fuerzas revolucionarias maduraran en experiencias y organización, proceso que
se consolida en 1821 y culmina con la batalla de Ayacucho. No es que los
peruanos rehuyeran la lucha por la independencia, sino que un vasto sector de
la clase que debió asumir la lucha por ese ideal estaba aristocratizado, en el
sentido de que compartía las migajas del festín colonial, y se hallaba
confiado en que las concesiones que haría la metrópoli serían cada vez mejores,
permitiéndoles crecer bajo el calor del colonialismo post- Bonaparte y a la
sombra de las ilusiones que produjo la revolucionaria Constitución de Cádiz.
Por otro lado, se cuidaban del pueblo, cuyas iras habían sentido en 1780 y en
1814.
Por eso la burguesía aristocratizada, y aun
la ennoblecida por la compra de títulos, terminó inclinándose por la lucha
debido a que las condiciones internas habían madurado a tal punto que fueron
obligadas a tener que asumir la dirección en las lides emancipadoras, y, cuando
lo hicieron, llevaron a cabo su tarea con la ayuda de fuerzas que llegaron de
países hermanos pero, fundamentalmente, con el aporte principal de los
peruanos.1 No olvidemos que el Perú, así como México, fueron centros
de dominación reforzados por poderosas fuerzas enviadas especialmente de la
metrópoli, para afianzar el colonialismo.
Así como los neogranadinos requirieron la ayuda
británica en volumen considerable, el Perú precisó la ayuda de países vecinos
porque la tarea de liberación no era únicamente un problema de carácter
nacional, sino que tenía una fisonomía continental. Por eso ayudaron, tanto
como el Perú ayudó, a preparar la lucha liberadora mediante los gigantescos
movimientos del campesinado en 1780 y 1814.
Notas
[1] Es conveniente
destacar que fuerzas estrechamente vinculadas a la metrópoli por coincidencia
de intereses tuvieron que cambiar de posición. Las contradicciones de
dependencia entre la burguesía colonial y la de la metrópoli pueden tornarse en
colisión antagónica. Las instancias en la historia no son fijas; creer en tal
estabilidad es ignorar que la dialéctica histórica se articula en los cambios
debido al desarrollo de las fuerzas productivas. El desarrollo triunfal del
capitalismo como sistema mundial a comienzo del siglo XIX y el debilitamiento
del sistema del feudalismo aburguesado del imperio español precipitado por la
invasión napoleónica creó la coyuntura que precipitó, por la pendiente de la
emancipación, a sectores que las vísperas eran decididamente defensores de la
metrópoli.
Pumacahua, de brigadier al servicio de las
armas reales, enemigo del movimiento de Túpac Amaru a fines del siglo XVIII, se
tornó en independentista en 1814. Las condiciones de la política mundial
habían cambiado y los conductores de pueblos no actúan sin tener en
consideración estas modificaciones que repercuten en la destrucción de las
viejas estructuras.
*Publicado originalmente en Idea, artes y letras, enero-junio de
1968, año XIX, nos. 71-72, p.7. (Nota del Comité de Redacción)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.