lunes, 6 de enero de 2014

Historia



Garcilaso Frente al Colonialismo Hispánico*

(Tercera Parte)


Emilio Choy


ESTO LO RECALCA GARCILASO MÁS ADELANTE, en los capítulos 3° al 7' de la segunda parte de los Comentarios. Se ve que Garcilaso se esforzaba en abarcar la historia de su patria relacionándola con la influencia del Perú en el mundo, al considerar no solamente lo que el Perú había avanzado y avan­zaría con la cultura (feudal-capitalista) que había recibido la revolución manufacturera que se operó en la producción textil, minera y, en el orden agropecuario, las nuevas plantas y anímales domésticos que los hispanos habían introducido. En otro aspecto, el progreso capitalista de Holanda, Inglaterra y Francia hubiera sido demasiado lento sin el aporte del Perú y América. La ruta del Indico para explotar el lejano oriente que los holandeses habían logrado imponer, despla­zando a los portugueses, no hubiera sido posible sin la plata del Perú. Los ingleses se deslizaban por la misma ruta y con igual fuerza, gracias a la plata que lograban sacar de Espa­ña, la misma que ésta recibía de Indias. Europa progresaba mientras la península se mantenía atrasada, y Garcilaso aunque notaba este atraso, no lo habría podido explicar por­que se  debía precisamente a la teocracia dominante, intere­sada en sofocar la dinámica burguesa hispana y beneficiar al capitalismo foráneo.

Considerando la dialéctica de la parábola, que los que llegaban último aunque habían laborado menos, en opinión del amo merecían igual paga, los indios, por el hecho de ser los últimos, pero con el mérito de haber contribuido en pro­porción igual debido a la intensidad de su jornal (6), habían adquirido ese derecho. Garcilaso podía haberse limitado a escribir: paga igual a los que llevaron el peso de los trabajos pr más tiempo y ardor, pero la mención de igual jornal descubre que los iridios, lo que no hicieron en el tiempo, lo realizaron con creces en la intensidad. Si el sacrificio, de acuerdo con la religión, era una expiación para lograr la gra­cia divina, ¿no era suficiente la muerte de millones y millones de indios para cumplir con la remisión de los quintos indispensables para las guerras de España contra los infieles y los herejes? Garcilaso no podía ignorar que la religión tenía, como principal rostro, el mostrarse compungida para ayudar con sus cánticos y rezos, a bien morir a los indios. Pero el cusqueño no era de los que creían que la religión sólo servía para lamentar la suerte del indio y justificar su exterminio, como lo hacía su contemporáneo Avila, que empleaba la religión como opio para encauzar el despecho de los po­bres Indios hacia la otra vida, metiéndoles la idea que sus padecimientos se debían a que eran todavía malos cristianos, al conservar ídolos y sostener sus antiguos sacerdotes o he­chiceros. La divinidad los castigaba porque el indio: "hon­ra con los labios pero su corazón está lejos de mi".

Por eso os castiga Dios dándoos malos corregidores y algunos padres y curas no ajustados […] Veamos, qué es la causa de que con todo los lugares y pueblos de indios, se hayan consumido tantos, muerto y acabado. Oíd en sólo este valle de Lima conocieron, y vieron los españoles antiguos ciento y veinte mil indios, que paga­ban tributo, y ahora ya no los hay, se acabaron, y sus pueblos están yermos. ¿No sabéis por qué ha sido esto? No más por no haber convertido a Dios.

Lo mismo pasó en todos los lugares de la sierra. En el Callao hervía la gente como hormigas, y en los Canas, y en los Aymaraes, en los Soras, en los Lucanas, y en to­das partes; y ahora está todo yermo, y las casas desiertas: y en las minas de Potosí muere innumerable gente con el trabajo, y en Huancavelica lo propio: ¿por qué todo esto? Por los pecados los consume Dios, en sólo cien años se han perdido, y los que murieron sin conocer, ni temer a Dios han ido a penar con los demonios".

Una vez que preparaban la mentalidad del pobre oyente con otros argumentos de igual cuño, los sermones siguientes giraban alrededor de este mismo tema. Dumezil expone en forma ampliada que la finalidad era convencer con argumen­tos repetidos, con imágenes impresionantes, que los españoles al castigar a los indios y exterminarlos, eran como “algua­ciles, y ministros de Dios”. La salvación estaba en la muerte, pero creyendo profundamente en lo que decía el sacerdote:

"hijos míos, esto es cosa sin duda, que todos somos hechura de Dios, y ovejas, y ganado de Jesu Cristo hijo de ese Señor, él es nuestro verdadero Pastor, sustantándonos con su doctrina para con eso llevarnos a la bienaventu­ranza, a partir donde no hay muerte y en vuestra vida disparatada, el Demonio es vuestro Pastor, para llevaros con engaño al Infierno".

Excelente planteamiento; si el clero en América en el siglo XVI había atacado al conquistador por haber exterminado indios, en el siglo XVII, en que el clero dominaba la economía territorial y las minas trabajaban para la teocracia, era importante hacer creer al indio que la muerte era una felici­dad si moría pensando en la divinidad y, en cambio, si continuaba con las creencias nativas, el demonio sería su pastor. O lo que es lo mismo, pasaría a un achicharramienlo eterno. Como el indio sabía que sus días estaban contados, para evitar ser un asado permanente después de muerto, es posible quo se decidieran por ser uno de los ganados del Buen Pas­tor. No cabía elección más sensata. La religión para muchos terminaba por ser una droga tan necesaria como la cocaína que los indios extraían de la hoja que mascaban.

Pero ésta no era la religión que practicaba Garcilaso. El creía que la religión católica, insuflándole elementos racionales, adquirirla un nuevo contenido, de ahí su afán de tra­ducir a León Hebreo. Creía que la religión no debía ser temor, sino amor definido en términos de lucha, era vida. Si el temor era necesario o indispensable para sostener el sometimiento a España, él creía amar a España luchando contra la dominación que ejercía la teocracia sobre el Perú, para lograr la liberación si no inmediata, en el porvenir, utilizando los elementos culturales que aquella había introducido en América. En su obra no existe el afán de mostrar la cara compungida del sacerdote convenciendo al indio a bien morir envenenado por el polvillo de las minas. No era el que se detenía a condenar las riquezas de los hombres que formaban la burguesía colonial; sabía que la política de la metrópoli se encarga de fomentar el lujo y la corrupción, como me­dio de adormecer las energías de la burguesía y frenar las reinversiones, domesticándola con una mentalidad de derroche y afeudalamiento. Garcilaso creía que el catolicismo no sería un obstáculo —si se le cambiaba de rostro–, en el proceso de dejar de ser colonia de la religión católica, como había hecho Inglaterra al liberarse de Roma.


¿Por qué Garcilaso defendió al padre Valverde? Sin du­da, como se ha dicho, lo defendió para criticarlo mejor. Po­día haberse limitado a citar a algún cronista español para condenar a Valverde el haber incitado a la matanza, pero pensó mejor ubicarlo en una postura tal que su contribución tan o más grave que la de los masacradores. Precisamente los historiadores españoles de la época al presentar a Valverde como incitador de la masacre, lo justificaban porque, de acuerdo coa la creencia de la época su actitud era justa por la sencilla razón que el catolicismo creía estar en su de­recho al imponerse a sangre y fuego sobre los que se opo­nían a su propagación. Y no olvidemos que todos los que trataron sobre el tema mencionaron que Atahualpa rechazó el libro de Dios y lo arrojó. Lo hiciera conciente o inocente­mente, pero ese hecho bastó para justificar la matanza de acuerdo al pensamiento católico dominante de entonces. Si quemaban herejes, con más razón podían masacrar indios paganos.

Después de haber escuchado el sermón del padre Valverde por intermedio del famoso Felipillo, Atahualpa debía obedecer a Francisco Pizarro, “lugarteniente y embajador de Carlos V en estos reinos". El inca debía someterse como va­sallo pagando tributo al emperador (Carlos V) o sea como su súbdito:

"y de todo punto le entregues el reino, y renuncies la ad­ministración y gobierno del, así como lo han hecho otros reyes y señores: esto es lo primero. Lo segundo es que hecha esta paz y amistad y habiendo sujetado por grado o de fuerza, has de dar verdadera obediencia al Papa Sumo Pontífice […] menospreciar y echar de ti totalmente la abominable superstición de los ídolos; que el mismo hecho te dirá cuán santa es nuestra ley y cuán falsa la tuya y que la inventó el diablo. Todo lo cual (o rey) si me crees, debes otorgar de buena gana, por­que a ti y a todos los tuyos conviene muy mucho: y si lo negares, sábete que serás apremiado con guerra, a fuego y a sangre, y todos tus ídolos serán derribados por tierra, y te constreñiremos con la espada […] quieras o no quieras recibas nuestra fe católica, y pagues tributo a nuestro emperador, entregándole el reino. Si procurares porfiarlo y resistir con ánimo obstinado, tendrás por muy cierto, permitirá Dios que como antiguamente Faraón, y todo su ejércelo pereció en el mar Bermejo así tú y todos tus indios seáis destruidos por nuestras armas".

Este brillante remate de la segunda parte de la oración de Valverde, constituye la llave de la historia espiritual de la conquista, cuyo antecedente lo podemos encontrar en el famoso contrato entre Luque, en representación del capitalista Gaspar de Espinoza, Pizarro y Almagro. En la filosofía de la conquista, el catolicismo prometía vida a los que se le sometían y muerte y más muerte a los que se resistían.

Notas:
[6] Jornal, como medida de terreno, como arazada, fanega, etc. Según […] sería la tierra que trabajaba en un día el jornalero castellano antiguo.









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