En el 2013: Se Recuerdan los Ciento Veintiún Años de Vida de César
Vallejo, los Ciento Dieciocho de José Carlos Mariátegui, los Ciento Dos de José
María Arguedas y los Setenta y uno de Javier Heraud
La Difícil Sencillez de César Vallejo
Julio Carmona
Muchas veces hemos escuchado decir que César
Vallejo es un poeta de difícil lectura. Y es cierto, pero -debiera agregarse,
en forma de pregunta como complemento de esa apreciación-: ¿qué poeta no lo es?
Cuando damos por hecho que un poeta es sencillo, seguramente nos estamos
quedando en el nivel superficial del significado inmediato de las palabras y
creemos haberlo comprendido todo, sin haber hecho un esfuerzo por penetrar en
los significados profundos que esa aparente sencillez encierra. Como una forma
de ilustrar este dilema voy a analizar aquí el poema de Vallejo titulado
“Sombrero, abrigo, guantes”, de Poemas humanos, que dice:
Enfrente a la
Comedia Francesa está el Café
de la Regencia; en
él hay una pieza
recóndita, con una
butaca y una mesa.
Cuando entro, el
polvo inmóvil se ha puesto ya de pie.
5 Entre
mis labios, hechos de jebe, la pavesa
de un cigarrillo
humea, y en el humo se ve
dos humos
intensivos, el tórax del Café,
y en el tórax, un
óxido profundo de tristeza.
Importa
que el otoño se injerte en los otoños,
10 importa que el otoño se integre de retoños,
la nube de
semestres, de pómulos la arruga.
Importa oler a loco
postulando
¡qué cálida es la
nieve, qué fugaz la tortuga,
el cómo qué sencillo, qué
fulminante el cuándo!
Digamos, en principio, que los dos primeros
versos (hasta el punto y coma) no entrañan mayor dificultad; son -hasta, si se
quiere- descriptivos del mundo real: dos lugares de París, famosos y conocidos
-por difusión cultural: a) “la Comedia Francesa” y b) “el Café de la Regencia”,
colocados uno en frente del otro, como representativos de París, es decir, como
definidores del Mundo Real. Pero observemos que, después del punto y coma, se
pasa de lleno al mundo imaginario, de una manera brusca, se nos habla de: a)
“una pieza recóndita” y b) “una butaca y una mesa”, que sólo están en la idea
del “Locutor poético” (que es la voz que reemplaza a la del poeta) y éste
todavía no nos ha dicho que ha entrado al Café (lo hará recién en el cuarto
verso). Pero esos elementos (“pieza recóndita, butaca y mesa”) están ligados
íntimamente con el elemento precedente: “Café de la Regencia”, el que, a partir
de aquí se convierte en el núcleo fundamental del Mundo Imaginario, y los otros
elementos: “pieza recóndita y butaca y mesa”, que constituyen parte de ese
mundo imaginario, dan la sensación de soledad y ensimismamiento en que se
encuentra inmerso el locutor poético, como si dichos elementos estuvieran
puestos ahí, ex profeso, para él, consustanciándose “con él” (y con nadie más).
Es decir, aquí se
nos da una clave de interpretación: el sujeto humaniza a las cosas y éstas lo
cosifican a él. Es decir que el Mundo Imaginario propiamente dicho (su “entorno
material”) se ve incrementado por la presencia del sujeto, el mismo que es
absorbido en un hálito de anonimato que lo hace ser coincidente con la vacuidad
que enuncia el título: “sombrero, abrigo, guantes”, es decir, no hay hombre:
hay ropa vacía que transita por el Mundo Imaginario. Pero, además, hay una
construcción que va de lo externo -general- a lo interno -particular-,
fusionando los elementos del ambiente con los del sujeto: haciendo, al final,
un todo imbricado, indisoluble, y unido por un elemento común: la tristeza.
Seguidamente, como
ya dijimos, el locutor poético, en primera persona (sujeto) enuncia la acción
de entrar (al Café de la Regencia) y nos dice percibir que “el polvo inmóvil”
(un “sujeto” -por definición- inanimado) se humaniza: se pone de pie.
Obviamente, aunque por omisión sugerente, debe entenderse que hay otras
personas en el Café -iguales al locutor poético-, las mismas que permanecen
indiferentes ante su entrada: ¡a diferencia de lo que ocurre con el polvo!, lo
que viene a ratificar ese proceso -ya sugerido- de humanización de las cosas y
de cosificación de los humanos que los vuelve anónimos, solitarios y tristes.
En el quinto verso
hay dos elementos más: a) los labios del locutor poético, a los que se hace
extensivo el proceso de cosificación, puesto que -de manera insólita- se nos
dice que no son de carne (como -por lógica- debiera ser) sino de jebe, dándonos
una imagen de insensibilidad; y, al mismo tiempo con ellos, con los labios, se
puede establecer otra imagen paralela (como entrada que
son al interior del hombre) con
la imagen de la puerta de ingreso al Café, en tanto -como se ve en el siguiente
elemento: b) la pavesa de un cigarrillo- ambas “entradas” -del hombre y del
Café- humean; y el cigarrillo, entonces, se presenta como otro símbolo
adicional de que si hay algo vivo, actuante, son las cosas: hay pieza, butaca y
mesa (pero no hay personas), y hay polvo que se pone de pie, y hay cigarrillo
que humea en “labios de jebe”, cosificados.
En los versos
siguientes (séptimo y octavo) el humo del cigarrillo se confunde con el humo
del Café (con mayúscula) y suman “dos humos intensivos”: el humo del Café, del
local cuyo “Tórax” sigue haciendo un paralelo con el humo del cigarro que está
en el “tórax” del sujeto. Y, por supuesto, si somos consecuentes con estas
imbricaciones de los “tórax”, tenemos que enlazar la imagen del cigarrillo en
los labios del hombre, humeando, paralela a la imagen de la puerta del Café,
también humeante, y, por lo tanto, imaginar asimismo el tórax del hombre con
“un óxido profundo de tristeza”, imagen ésta a la que habría que agregar el
“tórax de la taza de café”, que también humea y que, por el color del “café”
(con minúscula) también satura al conjunto con su “óxido profundo de tristeza”.
En el verso noveno
hay que destacar el verbo IMPORTA: pues cabe preguntar ¿por qué “importa” que
el elemento subsiguiente que lo acompaña: a) “el otoño” (como símbolo de la
sociedad, adelantemos) se injerte en el otro elemento b) “los otoños” (como
símbolo de los hombres, elementos que conforman a esa sociedad cuyo símbolo,
decíamos, es el otoño)? Y una respuesta
rápida puede sugerir que esa importancia busca precisar el interés, la urgencia
de que los hombres (otoños) tomen conciencia de su ser social: hijos de la
sociedad (vástagos del otoño), dejando de lado su estar individual.
Y la misma
progresión se sugiere en el verso diez con los siguientes elementos: a)
“importa que el otoño”, y b) “se integre de retoños”, es decir, que los hombres
(retoños, asumiendo conscientemente su ser social) sean verdaderamente “hijos”
de su sociedad (otoño): que sientan ser retoños de ese otoño; que no sean
partes aisladas sino partes integradas.
Y en el verso once,
una vez más, se repite la progresión integradora: que el elemento a) “la nube”
se integre de b) “semestres”; y que el elemento c) “la arruga” se integre de d)
“pómulos”. Y en este caso, se está causando una sensación de ilogicidad, un
cierto desquiciamiento, en tanto se relacionan elementos que en la realidad no
pueden integrarse: se integre la nube de semestres, y más aún cuando se trata
de los elementos c) y d): se integre la arruga de pómulos. Pero, en verdad, se
está proponiendo la fusión del todo en la parte (de lo más grande en lo más
pequeño: así como veíamos que se pedía en los versos noveno y décimo la
compenetración de la sociedad en el individuo), en este caso la nube que es una
parte del día ¡deberá integrarse de semestres! que es una acumulación mayor de
días. Y lo mismo ocurre con los elementos subsecuentes: los pómulos y la arruga
que serían también expresión temporal del hombre: es decir, hay la urgencia de
acumular en cada hombre (en cada parte de la humanidad) la mayor cantidad de
experiencia (recuérdese la famosa tesis de Marx sobre la “explicación del
mundo”), que se traduce en extensión temporal y que debe resumirse en cada
parte humana actuante para la “transformación del mundo”. Pero, por otro lado,
esa ilogicidad va preparando la sensación de locura que el locutor poético
propondrá en los siguientes versos.
El elemento “oler a
loco” del verso doce entra en relación (reiterativa) con el verbo “importa”,
que ya ha sido analizado antes, y es pertinente hacer -por nuestra parte- una
relación de estos elementos con el Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam,
que vendría a ser el paradigma de esta propuesta vallejiana. Porque la realidad
enferma constituye para los “señores del poder” el estado normal de las cosas y
lo llaman incluso el “orden” establecido, y, por lo tanto -según ellos-,
quienes no están de acuerdo con ese “orden”, con esa realidad enferma, resultan
estar locos. Entonces, según Erasmo (y Vallejo) lo que corresponde hacer a
quienes ven las cosas de manera diferente, es elogiar la locura, es ser
considerado loco. De ahí que a ese loco no se le ocurre otra cosa que postular
(pretender) en los versos trece y catorce que se den las siguientes
apreciaciones, “trastornadas”: a) “qué cálida es la nieve”, b) “qué fugaz la
tortuga”, c) “qué sencillo el cómo”, y d) “qué fulminante el cuándo”, lo que
equivale a decir que el “loco” debe proponer lo contrario de lo que se
considera normal y lógico en una sociedad deshumanizada, y, por ende, si los
señores del poder dicen que la nieve es fría, el “loco” debe decir que la nieve
es cálida; si se piensa que la tortuga es lenta, decir, contrariamente, que es
fugaz. Porque ello equivale a precisar que si se considera que el hielo de la
maldad social es eterno, pues debe decirse que no es así, que puede derretirse,
porque en el interior de esa maldad social hay suficiente calor humano que hace
cálido al hielo. E igualmente, si se piensa que para ver transformado el mundo
tendrán que pasar muchos años, es decir, si se tiene la sensación de que la
revolución socialista -que según la comprensión política de Vallejo- avanza de
manera muy lenta, pues entonces hay que decir lo contrario: ese cambio será o
se hará rápido. Pero, ahí surge la pregunta: Si es así, ¿cómo se hará? Y,
entonces -según el locutor poético- resulta que el cómo es sencillo, siempre y
cuando se cumpla con esa integración de los retoños del otoño; al asumir el hombre
su naturaleza humana, que rechaza el desquiciamiento de este presente enfermo
(que es, según la expresión de Marx, la prehistoria de la humanidad), entonces
también la otra pregunta que se imponía: ¿cuándo ocurrirá esto? debe obtener la
respuesta de que el cuando será fulminante, dándonos, con esa expresión la
imagen de lo que es la revolución, porque -también como postula el pensamiento
marxista, y Vallejo lo suscribe-: para la revolución, varios años se sintetizan
en una hora.
Las
Conquistas Románticas de Rubén Darío
(En Evocación de los 100 años de El Canto Errante)
Roque Ramírez
En un programa de televisión de TVPerú
atiendo el diálogo sobre Azul el libro
de poesía de Rubén Darío, donde los escritores invitados concuerdan en señalar
que dicha obra significó un antes y un después para la literatura americana, la
cual ingresaba al ámbito universal con la espada y pluma del adalid que la
condujo a la palestra de las letras hispanas, plena de modernidad y autonomía
sin influencias paternales.
Cierto, por el año
de 1888 en que se publica Azul, se
inician las conquistas románticas de Rubén Darío, y no hablo de amoríos sino de
heroísmos e ideales americanistas vindicantes. Como bien señaló Octavio Paz (Los Hijos del Limo), el modernismo fue para
América morena el proceso romanticista que décadas atrás se gestó en
Europa, "el modernismo
insurgía como respuesta al vacío de fe,
a la falta de ideales en las sociedades americanas".
Por aquellas
décadas de fines del siglo XIX, la sociedad española, incluidas sus letras y
artes, sufre un período de decadencia, uno de los motivos, entre varios, es la
extinción definitiva de su imperio a causa de las luchas de independencia de
Cuba lideradas por el poeta modernista José Martí, lograda en 1898, el año
clave de la primera insurrección literaria latinoamericana.
Antes de 1888, las
letras y artes americanas, en opinión de Tamayo Vargas, se mantenían en un
ambiente de grosera imitación de los
moldes letrados europeizantes. Imitan a esa España de escritores decadentes o
también hacen la imitación que de la literatura francesa hicieron algunas
plumas hispanas de la época, pues sus glorias imperiales de antaño se habían
opacado por la emancipación independentista de América.
Sin embargo, este
panorama cultural del entorno que precede al inicio del modernismo fue
variando, y cambia por la renovación de poderes en algunos países que inician
su proceso de industrialización. Los terratenientes o latifundistas perdían
piso y tierras, ante el control del Estado, administrado por ascendentes
burguesías nacionales.
Por la década de
1890, un sector de las letras americanas aún dirige su mirada al naturalismo y
parnasianismo europeo, el propio Darío con Prosas profanas (1896). Y por otro
lado, recobran vigencia e importancia las ideas positivistas que son el
sustento del proyecto liberal decimonónico, y las ideas americanistas de
emancipación y libertad, todas ellas se enarbolan y son la fuente que saciará
la sed de lauros nacionales no sólo de los guerreros independentistas sino de
sus poetas.
Es en esta escena
donde insurge el modernismo. Con el dinamismo y auge de la
industrialización mundial e innovación
técnica la información en los periódicos y radios se expande y difunde a más
sectores sociales y más rápido, en las bibliotecas universitarias de nuestro
continente se llega a conocer todo el
glorioso pasado de la cultura universal, aportada por el exotismo de las
grandes civilizaciones orientales de Egipto, Babilonia, la India, Japón y China.
Obviamente,
inventos como el telégrafo, teléfono, trasatlánticos, trenes, aviones, la
energía eléctrica, la radioemisora, etc., aportan nuevas terminologías que
pasan a ser uso corriente en las calles y que luego incrementarán los
diccionarios. Pero, la literatura engalanada por rígidas letras de molde
clásico no les da importancia, y esa es la virtud visionaria de los
modernistas, incorporar en sus obras estos vocablos para incluirlos en la
tradición poética universal.
Circunstancias
estas que, explícita e implícitamente, y como complemento de factores socio-
económicos, contribuyeron a generar un ambiente cultural conveniente y
acondicionado para la renovación e insurgencia de las letras latinoamericanas,
a partir de Azul.
Es así que estas
artes y letras, con el desbrozar de José Martí y el protagonismo de Rubén
Darío, ingresan a su primer momento de gloria, pues se trata que suscribieron
para la historia una etapa diferente e inédita. Como dice Amado Alonso,
"es la primera vez que América asume la dirección poética en la lengua española.
España se incorpora al movimiento americano".
Esta propuesta
literaria, la podemos entender mejor desde el testimonio del propio Darío, en
un comentario que nos ofrece sobre la obra de uno de los iniciadores del
modernismo, el héroe combatiente por la libertad de Cuba, el poeta José Martí:
"Yo
admiraba altamente el vigor general de aquel escritor único a quien había
conocido por aquellas formidables líricas correspondencias que enviaba a
diarios hispanoamericanos".
"Escribía
una prosa confusa, llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música.
Se transparentaba el cultivo de los
clásicos españoles y el conocimiento de todas las literaturas antiguas y
modernas".
Opinión
que resume los rasgos característicos de la escuela modernista, muy
aparte de que el comentario sobre Martí no sea certero respecto a su prosa, hoy
bien conocemos que la lucidez martiana
fue de ideas vanguardistas, sobre todo visionarias. Rasgos éstos que además
asumió el propio Darío, en su segunda etapa en que evoluciona y da pie a
transitar hacia la vanguardia en libros como Cantos de Vida y Esperanza
(1905) y El Canto Errante (1907).
Los modernistas
originales han recibido injustas acusaciones de emitir cantos de cisne con
voces de cristales musicales nada más. Eso lo hicieron sus seguidores. Sus
plumas de avanzada, Darío, Martí, Gonzáles Prada, Herrera Reisig, quisieron ser
y fueron universales, quisieron por entereza desvincularse de yugos
imperialistas y devolvieron ese período oscuro de la invasión con una conquista
de luces, la creación poética americana imponiéndose en el viejo continente.
En lo que respecta
solo a Darío, veamos de modo breve esa transición suya hacia la vanguardia en
uno de sus libros menos difundidos y que este año cumple cien años salido de
las imprentas, El Canto Errante, cuya poesía se mantiene vital. S. Yurkievich
postula que la poesía última de Darío es iconoclasta, no sólo de denuncia sino
también cuestionante de los grandes poderes, con un lenguaje renovado exento de
galas.
Veamos dos de sus
poemas. En el poema "A Colón" se presenta el asombro nativo y el
espanto en piel de ovejas invasoras que significaron los hechos a partir del 12
de octubre de 1492, versos en cuyo trasfondo se percibe un canto de loores
cargados de vindicaciones por la identidad continental de una América cobriza y
morena.
En el poema "A
Rooselvelt" canta a protagonistas inéditos en la poesía latinoamericana:
los obreros y trabajadores negros y latinos, mostrando su función de
constructores virtuales pero marginados por la sociedad industrial Anglosajona.
Sobre todo advierte del peligro de las garras que afila el águila imperial
norteamericana.
Cierto no es una
poesía propia de la mejor vanguardia pero en su universalidad cruzó sus
fronteras y se aproximó bastante a ella. Lo cual nos confirma que a los genios
de la literatura universal resulta inútil encasillarlos en rígidas tendencias.
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