COMPETENCIA,
TIPO DE CAMBIO Y RIQUEZA
César
Risso
Partiendo de la premisa de que todos los
bienes y servicios producidos dependen de la cantidad de fuerza de trabajo
disponible, y que la productividad del trabajo permanece constante, entonces,
no se puede crear más riqueza de la que equivale a la fuerza de trabajo total.
Si nos encontramos
en una nación hipotética, compuesta de 100 personas, y cada una puede trabajar
en condiciones normales 8 horas al día, entonces, la riqueza que se puede crear
equivale a 800 horas al día.
Disponemos entonces
de una riqueza de 800 horas, que puede estar expresada en alimentos, prendas de
vestir, vivienda, medios de producción (máquinas, herramientas, etc.),
educación, recreación, etc. De qué depende el uso de la fuerza de trabajo. En
el capitalismo esta decisión está dada por la ley del valor.
Esta ley se
expresa, dada la competencia, como un promedio. Esto es, la anarquía de la
producción, en la que cada capitalista invierte su capital en las actividades
más rentables, obteniendo en promedio una cuota media de ganancia, expresa la
rentabilidad del capital invertido. Pero
la rentabilidad de cada capital puede estar por debajo, o por encima, o en el
nivel de la cuota media de ganancia. Por la lógica del capital, aquellos que
están por debajo de la cuota media de ganancia, migrarán hacia las actividades
que obtienen una rentabilidad mayor a la de la cuota media de ganancia. De modo
que hay una permanente migración del capital de una a otra actividad.
Cuando los
capitales, en cantidad considerable, se invierten en aquella actividad cuya
rentabilidad es más alta, lo que logran es obtener una cantidad mucho mayor de
la mercancía que producen. Esto genera un exceso de oferta (producción) de
dicha mercancía, que frente a un mismo nivel de demanda, genera una caída de
los precios de dicha mercancía, indicando que se ha producido en exceso, y que
por lo tanto se ha distribuido, en términos sociales, mal el capital. De otro
lado, aquellas mercancías cuya producción disminuye, debido a que los capitales
abandonan dicha actividad por la baja rentabilidad, provoca un alza del precio,
puesto que la oferta disminuye frente a una demanda que no ha cambiado. Así, el
mercado a través del precio indica que se ha producido poco de dicha mercancía.
Cuando hablamos de
demanda, nos referimos a la demanda solvente, esto es a la demanda sobre la
base de la remuneración de los trabajadores, y no a la demanda en función de
las necesidades de los trabajadores.
La consecuencia de
la ley del valor es que se desperdicia fuerza de trabajo. Aquello que se ha
producido en exceso, expresa la mala distribución de la fuerza de trabajo, y en
consecuencia su desperdicio. Evidentemente esto se debe a la necesidad de los
capitalistas de obtener plusvalía.
Al igual que con
las mercancías, sucede con el dinero. El dinero, sin considerar el signo
monetario, es el oro. Cuando este se produce en exceso, o se produce por debajo
de la demanda, nos encontramos frente a la misma situación descrita líneas
arriba. Si añadimos el signo monetario, o sea, las monedas y billetes, acontece
lo mismo. E igualmente si consideramos los dólares, que aunque no los
“producimos”, los obtenemos a través del comercio exterior. Con la diferencia
que en el caso del dólar, su precio en moneda nacional se llama tipo de cambio
(*).
Veamos en primer
lugar la cantidad de fuerza de trabajo total de que dispone el Perú. Según
datos del INEI, la población en edad de trabajar en el año 2011 fue de
16’564,100 de personas. Si tomamos el total de días de trabajo, al año se
trabaja 300 días aproximadamente. Descontando los domingos y feriados,
obtenemos 2400 horas de trabajo al año por persona. Con estos datos calculamos
que la riqueza que podría haberse creado equivale a 39,753’840,000 horas de
trabajo. Sin embargo, la población ocupada fue de 11’251,700 personas, que
multiplicadas por las 2400 horas al año, da un riqueza de 27,004’080,000. La
diferencia entre una y otra, nos da la riqueza que se dejó de crear
(12,749’760,000 horas de trabajo).
Aclaramos, que
estamos considerando la fuerza de trabajo como igual en todos los casos. Es
decir, no estamos considerando el trabajo complejo, que es superior al trabajo
simple debido a la capacitación y la experiencia laboral.
Los cálculos realizados
no consideran la fuerza de trabajo desperdiciada como consecuencia de la
competencia entre los capitalistas.
La competencia, o
para ser más exactos, la anarquía de la producción, aparte del exceso de
determinadas mercancías y de la escasez de otras, tiene como consecuencia la
quiebra de empresas; lo cual es también un desperdicio de fuerza de trabajo,
así como de la riqueza creada por esta. Esto se produce porque en este sistema
al funcionar la ley del valor, queda en manos de los capitalistas privados
individuales, la decisión de invertir en tal o cual actividad en función de sus
intereses.
He aquí un primer
argumento a favor de la planificación económica, pero que tiene asidero cuando
la propiedad de los medios de producción está en manos de todo el pueblo. Y
cuando la ley económica fundamental es la satisfacción de todas las
necesidades, tanto materiales como espirituales, de todo el pueblo.
En relación al tipo
de cambio (soles por dólar), se tiene que del 2006 al 2012, el dólar ha perdido
el 20% de su valor en términos de nuevos soles. O, lo que es lo mismo, que la
moneda nacional se ha apreciado aproximadamente el 24%. Esto quiere decir que la producción en el
Perú tiene más valor en términos de dólares.
Si comparamos el
valor producido por la fuerza de trabajo, utilizando la población ocupada del
2011, tomando como referencia que el precio por hora de la fuerza de trabajo es
de 3,60 nuevos soles, obtenemos un valor monetario de valor anual de
97,214’688,000 nuevos soles. Ahora, expresemos esto en términos del tipo de
cambio del año 2006. Esto da 29,683’874,198 dólares. Si expresamos la misma
cifra con el tipo de cambio del 2012, obtenemos 36,823’745,454 dólares. Es
decir, que sin variar el volumen de producción, ni el valor de las mercancías
producidas, el monto en dólares es mayor en 24%.
Lo que ha sucedido
es que las mercancías producidas en el Perú se han hecho más caras en términos
de dólares. Y, sin embargo, la riqueza producida no ha aumentado ni un céntimo,
o para evitar confusiones, la mayor suma en dólares no significa que se haya
producido un solo alfiler más. Es un fenómeno estrictamente monetario. Está
claro que estamos haciendo abstracción de otras variables como las
remuneraciones, la masa monetaria en moneda nacional, etc.
Nuestro mayor
volumen de exportación está dado por las exportaciones tradicionales: productos
mineros y harina y aceite de pescado. Pues bien, el precio internacional de las
materias primas ha venido subiendo considerablemente a causa de la crisis. De
modo que quienes se benefician de este mayor precio de nuestras exportaciones,
como consecuencia de la variación del tipo de cambio, son las transnacionales
que extraen y exportan materias primas.
Como la burguesía
no mide la rentabilidad de su inversión en términos de la cantidad de valores
de uso producidos, esto es, de riqueza, sino en términos de porcentaje de
dinero adicional respecto del dinero invertido, la variación del tipo de cambio
le crea la ilusión de que son más ricos. Incluso, a pesar de toda la fuerza de
trabajo no utilizada, y de la fuerza de trabajo desperdiciada en la
competencia.
______________
[*] Para evitar cualquier equívoco, decimos
que este análisis corresponde a una economía de libre mercado. La situación se
complica aún más con la presencia de los monopolios.
Desarrollo Desigual y Formas Históricas del Capitalismo
Samir
Amin
DESDE LA ANTIGÜEDAD, LA HISTORIA SE
HA CARACTERIZADO por el desigual desarrollo de las regiones, si bien hay que
esperar a la era moderna para que la polarización se convierta en el subproducto
inmanente de la integración de la totalidad del planeta en el sistema capitalista.
Por consiguiente, podemos decir que la polarización (capitalista) moderna ha
aparecido en formas sucesivas durante la evolución del modo de producción
capitalista. Concretamente, podemos singularizar cuatro grandes fases, a saber:
1. La
forma mercantilista (1500-1800), previa a la revolución industrial y
moldeada por la hegemonía del capital mercantil en los centros atlánticos
dominantes, así como por la creación de zonas periféricas (América) cuya
función presuponía su total aceptación de la lógica de acumulación del capital.
2. El denominado modelo clásico, surgido de
la revolución industrial, que definió a partir de entonces las formas básicas
del capitalismo. Por su parte, las periferias (a América Latina se agregaron
progresivamente toda Asia, excepto Japón, y África) siguieron siendo rurales,
no industrializadas, y su participación en la división internacional del
trabajo se produjo a través de la agricultura y la producción mineral. Este importante
rasgo de polarización estuvo acompañado de otro no menos importante: la
cristalización y establecimiento de sistemas netamente industriales como
sistemas nacionales autocentrados, acaecido en paralelo a la construcción de
los estados nacionales burgueses. Ambas características explican las líneas
dominantes de la ideología de la liberación nacional, la respuesta al reto
planteado por la polarización: a) el objetivo de considerar la
industrialización como sinónimo de progreso liberador y un instrumento para
ponerse al día; b) el objetivo de construir Estados-nación inspirados en los
modelos de los países del centro. De esa forma se concibió la ideología de la
modernización. Por consiguiente, esta forma clásica de polarización caracterizó
el sistema mundial desde la revolución industrial (es decir, después de 1800)
hasta la Segunda Guerra Mundial.
3. El
período de posguerra (1945-1990) supone la progresiva erosión de las dos
características que acabamos de mencionar. Durante el período se produjo la
industrialización de las periferias, un proceso obviamente desigual que resultó
el factor dominante en América Latina y Asia, con el movimiento de liberación
nacional afanándose en acelerar el proceso en aquellos Estados periféricos que
acababan de recobrar su autonomía política. En esos años se produjo también,
simultáneamente, el progresivo desmantelamiento de los sistemas de producción
nacional autocentrados y su recomposición como elementos constitutivos de un
sistema integrado de producción mundial. Esta doble erosión supuso una nueva
manifestación de la profundización de la globalización.
4. El
período más reciente (a partir de 1990), en que la acumulación de esas
transformaciones ha provocado el colapso del equilibrio característico del
sistema mundial de posguerra.
Esta evolución,
empero, no apunta hacia un nuevo orden mundial caracterizado por nuevas formas
de polarización, sino hacia el desorden
global. El caos al que nos
enfrentamos proviene de un triple fracaso del
sistema, que ha sido incapaz de
desarrollar: a) nuevas formas de organización social y política que vayan más
allá del Estado-nación, un nuevo requisito del sistema globalizado de
producción; b) relaciones políticas y económicas capaces de reconciliar el auge
de la industrialización en las nuevas zonas periféricas competitivas de Asia y
América Latina con el objetivo del crecimiento mundial; y c) una relación que
no sea excluyente con la periferia africana, que no está implicada en modo
alguno en una industrialización competitiva. Este caos resulta visible en todas
las regiones del planeta y en todas las facetas de la crisis política, social e
ideológica. Está en la base de las dificultades de la actual construcción
europea, así como en la incapacidad del continente de alcanzar la integración
económica y establecer a la vez estructuras políticas integracionistas. Es también
la causa de las convulsiones que se observan en todas las periferias de Europa
oriental, del viejo Tercer Mundo semiindustrializado y del nuevo y marginado
Cuarto Mundo. Así las cosas, el caos actual lejos de apuntalar el incremento de
la globalización revela su extrema vulnerabilidad.
No obstante, el
predominio del caos no debe impedirnos pensar en escenarios alternativos para
un nuevo «orden mundial», si bien es cierto que existen muchos y diferentes
«órdenes mundiales» posibles. Quiero llamar la atención sobre cuestiones que
fueron ignoradas por el triunfalismo que suscitó la idea de la inexorabilidad
de la globalización, pese a que, como ya he señalado, se ha revelado su
precariedad.
El lector habrá
descubierto ya que este análisis del capitalismo mundial no se centra en la
cuestión de las hegemonías, puesto que no me adscribo a la escuela de las
hegemonías sucesivas de cierta historiografía. El concepto de hegemonía es a
menudo estéril y acientífico merced a la vaguedad de las definiciones al uso,
de modo que no creo que deba constituir el centro del debate. He llegado a la
conclusión, por el contrario, que la hegemonía es la excepción a la norma, a
saber, el conflicto entre las partes que pone fin a la hegemonía. La hegemonía
de Estados Unidos, aparentemente vigente en la actualidad, quizás por ausencia
de rival, es tan frágil y precaria como la globalización de las estructuras a través
de las que opera.
El
Actual Sistema Mundial y los Cinco Monopolios del Capitalismo
En mi opinión, el debate debería
empezar con un debate a fondo de los rasgos novedosos del sistema mundial
actual, provocados por la erosión del sistema anterior. Creo que existen dos
elementos nuevos, a saber:
1. La erosión del Estado-nación centrado en sí
mismo y la consiguiente desaparición del vínculo entre la esfera de la
reproducción y la de la acumulación, que acompaña al debilitamiento del control
político y social que hasta el momento había sido determinado precisamente por
las fronteras de ese Estado-nación autocentrado;
2. La erosión de la gran fractura entre un
centro industrializado y las regiones periféricas no industrializadas, es
paralela a la emergencia de nuevas dimensiones de polarización.
La posición de un país en la
jerarquía global viene definida por su capacidad para competir en el mercado
mundial. Aceptar esa evidencia no supone en modo alguno compartir la opinión
del economista burgués que considera que dicha posición se debe al resultado de
adoptar medidas racionales, una racionalidad —dicho sea de paso— que se mide a
partir de las denominadas «leyes objetivas del mercado». Por el contrario, creo
que dicha competitividad es un producto complejo en el que confluyen múltiples
factores económicos, políticos y sociales. En esta lucha desigual, los centros
usan lo que me gusta denominar sus «cinco monopolios», monopolios que
constituyen un desafío a la totalidad de la teoría social. Dichos monopolios
son:
1. Monopolio
tecnológico. Requiere gastos enormes, que sólo un Estado poderoso y rico
puede afrontar. Sin el apoyo estatal, en particular a través de la inversión y
gasto militar (algo que el discurso liberal no menciona), la mayor parte de
esos monopolios no podrían perdurar.
2. Control
de los mercados financieros mundiales. Dichos monopolios poseen una
eficacia sin precedentes merced a la liberalización de las normas y reglas que
gobiernan su establecimiento. Hasta hace poco, la mayor parte de los ahorros de
una nación sólo podía circular dentro del ámbito, en gran medida nacional, de
sus instituciones financieras. En la actualidad, estos ahorros se gestionan de
manera centralizada por instituciones cuyas operaciones tienen un alcance
mundial. Hablamos de capital financiero, es decir, del componente más
mundializado del capital y, sin embargo, la lógica de esa globalización de las
finanzas puede ponerse en un brete por la simple decisión política de optar por
la desconexión, aun si esa desconexión se limitara al dominio de las
transferencias financieras. Es más, creo que las directrices que rigen el libre
movimiento del capital financiero se han vuelto inservibles. Antaño el sistema
se basaba en la libre flotación de las divisas en el mercado (de acuerdo con la
teoría que sostiene que el dinero es una mercancía como cualquier otra) con el
dólar actuando de facto como moneda universal. No obstante, considerar el dinero
una simple mercancía no es una teoría científica y, por otro lado, la posición
preeminente del dólar sólo se debe a la falta de algo mejor. Una moneda
nacional no puede cumplir las funciones de una divisa internacional a menos que
exista un excedente de importaciones en el país cuya moneda sirve de divisa
internacional, lo que obliga a ajustes estructurales en otros países. Ése era
el caso de Gran Bretaña en el siglo XIX, pero no el de Estados Unidos en la
actualidad, que en realidad financia su déficit mediante préstamos que el resto
del mundo se ve obligado a aceptar. Ni tampoco es el caso de los competidores
de Estados Unidos: el excedente japonés (puesto que el alemán desapareció tras
la unificación en 1991) no basta para cubrir las necesidades financieras
ocasionadas por los ajustes estructurales de los demás. En estas condiciones,
la globalización financiera, lejos de ser un proceso «natural», resulta ser
algo extremadamente frágil. A corto plazo sólo conduce a una inestabilidad
permanente y no a la estabilidad necesaria para la actuación eficiente de los
procesos de ajuste.
3. Acceso monopolista a los recursos naturales
del planeta. Los peligros de la explotación indiscriminada de esos recursos
adquieren ahora naturaleza planetaria. El capitalismo, basado en una racionalidad
a corto plazo, no puede superar los peligros que conlleva ese comportamiento imprudente
e indiscriminado, por lo que acaba reforzando los monopolios de los países ya
desarrollados. La publicitada preocupación medioambiental de estos países se
limita a no permitir que otros sean tan irresponsables como ellos.
4. Monopolio
de los medios de comunicación. Dicho monopolio no sólo lleva a la
uniformidad cultural, sino que abre la puerta a nuevos medios de manipulación
política. La expansión del mercado moderno de los medios de comunicación
constituye ya uno de los principales componentes de la erosión de las prácticas
democráticas en el propio Occidente.
5. Monopolio
de las armas de destrucción masiva. Desafiado y mantenido a raya merced a
la bipolaridad de posguerra, el monopolio es una vez más, como sucedió en 1945,
posesión exclusiva de Estados Unidos. Aunque se corre el riesgo de que la
proliferación nuclear se descontrole, la proliferación constituye, en ausencia
de un control democrático internacional, la única forma de luchar contra ese
inaceptable monopolio estadounidense.
Estos cinco
monopolios, tomados en su conjunto, definen el marco en el que opera la ley del
valor mundializada. La ley del valor es la expresión abreviada de todas estas
condiciones y no la expresión de una racionalidad económica «pura», objetiva.
El condicionamiento de todos estos procesos anula el impacto de la
industrialización en las periferias, devalúa su trabajo productivo y
sobrevalora el supuesto valor agregado derivado de las actividades de los
nuevos monopolios de los que se beneficia el centro. El resultado final es una
nueva jerarquía, más desigual que ninguna de las anteriores, en la distribución
de los ingresos a escala mundial, que subordina las industrias de las
periferias y las reduce a la categoría de subcontratadas. Éste es el nuevo
fundamento de la polarización, presagio de sus formas futuras.
*Este
texto hace parte del primer capítulo del libro El Capitalismo en la Era de la Globalización, publicado en inglés
en 1997, Zed Books Ltd., Londres y New Jersey, y republicado en castellano en
1999, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona. (El Comité de Redacción).
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