Nakba
Eduardo
Lualdi
Tomo esta flor que sangra.
Es de un jardín
que luce miles de pétalos de
piel cetrina.
La luna en su membrana
reencarna noche a noche
en la luz de una tumba
inapelable,
de lunes a lunes, día a día,
noche a noche,
semana tras semana,
aherrojadas de furias
hasta que no queda más que
huesos y llantos
esparcidos como rotos
diamantes por la patria.
Un criadero de muerte sigue
a las sombras
de los que huyen abriéndose
camino entre lamentos.
Si no cayeran bombas, tantas
semillas germinarían
llenas de risas y de
lágrimas. Echarían raíces
entre las hondas intimidades
de la tierra.
Pero la vida fuga como un
pequeño insecto entre las ruinas.
Los horizontes se colman de
muertos sustantivos,
del tamaño de un grito, de
una pupila negra,
de un suspiro a palos, de
apenas el clamor de la chispa
que alumbra la inocente
sustancial infantil
que muere en la quemadura
del hierro incandescente.
¡Son miles de niños
condenados!
Antes de la alucinación
mortal de los verdugos
en la condensación sudorosa
de los Merkava,
Dier Yassin retorna con su
ferviente Rothschild
y su cosecha de niñas y
niños muertos. Entonces Netanyahu
repite forajido el salmo de
los exterminadores
de una Biblia que reparte la
muerte hasta los tuétanos.
Si no es la lucha,
sobrevendrá la caverna,
el corazón baldío muriéndose
de pena entre cadenas
ilimitadas, a puñetazos e
impávido quién sabe
dejando de latir sin más
remedio antes de ser esclavo.
Palestina será libre,
brotarán de su llanto
ya no flores de sangre, y
sus niños
verán rodar los amaneceres
por sus calles.
Palestina será libre. Será
el fin de la nakba.
07/11/2023
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