viernes, 2 de junio de 2023

Política

¿Renovación o Revolución? 

Eduardo Ibarra 

En el artículo «Admonición trascendental» (Anuario Mariateguiano, vol. III, nº 3, 1991, pp. 153-154), Ramón García escribió: 


José Carlos Mariátegui entendió la revolución como renovación, como palingenesia, como Resurgimiento. 

Y, para no perder la costumbre, pretendió solventar su afirmación tergiversando a José Carlos Mariátegui. 

Así, reseñó algunas afirmaciones del maestro pero, quienquiera que sepa leer las mismas, tiene que darse cuenta de que en una de ellas José Carlos Mariátegui desahució el término renovación. En efecto, precisamente en el editorial «Aniversario y balance», el fundador del marxismo peruano desahució dicho término y, a pesar de que García copia la parte donde aparece este desahucio, ¡no se dio cuenta del mismo! 

Recordemos el aludido desahucio: 


“Nueva generación”, “nuevo espíritu”, “nueva sensibilidad”, todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: “vanguardia”, “izquierda”, “renovación”1. 

Este desahucio del término renovación y de algunos otros, se debió a que, en 1928, decantadas las posiciones en el variopinto socialismo de la época, tales términos aparecían «…demasiado genéricos y anfibológicos», pues bajo ellos empezaban «… a pasar gruesos contrabandos.»2 

El contrabando que ahora pretende pasar García con su artículo, empieza a revelarse con solo preguntar: ¿la revolución es renovación de qué?, ¿palingenesia de qué?, ¿resurgimiento de qué? 

Y, termina por revelarse completamente, cuando se asimila el significado de la siguiente afirmación de José Carlos Mariátegui, silenciada por García: 


… una revolución continúa la tradición de un pueblo, en el sentido de que es una energía creadora de cosas e ideas que incorpora definitivamente en esa tradición enriqueciéndola y acrecentándola. Pero la revolución trae siempre un orden nuevo, que habría sido imposible ayer. La revolución se hace con materiales históricos; pero, como diseño y como función, corresponde a necesidades y propósitos nuevos3. 

La revolución, dice Mariátegui, no dice la renovación. Esto en primer lugar; en segundo, dice que la revolución enriquece la tradición de un pueblo, pero que trae siempre un orden nuevo, pues como diseño y como función corresponde a necesidades y propósitos nuevos: en el caso de la revolución proletaria, la toma del poder, la dictadura del proletariado, la realización del comunismo, para decirlo en términos bastante generales. Por eso el concepto de revolución –y señaladamente el de revolución proletaria– es mucho más rico, mucho más profundo, mucho más multilateral y mucho más trascendental que el concepto de renovación4. 

Por otro lado, en el mismo artículo se puede ver que, entre las distintas versiones sobre las palabras finales de José Carlos Mariátegui dirigidas a sus compañeros de partido, García eligió como verdadera la de Eudocio Ravines: 


No puede haber renovación sino sobre la base de grandes principios… Trabajen mucho. 

Pero antes de elegir, García escribió: 


José Carlos Mariátegui ¿dijo “revolución” o “renovación”? 

E hizo esta pregunta porque, en el segundo tomo de su libro La creación heroica de José Carlos Mariátegui (1964), Guillermo Rouillón dice que las palabras del maestro fueron las siguientes: «¡La revolución sólo se podrá hacer en base a grandes principios!5 

Entre las dos versiones, García eligió la de Ravines porque, según cree, es «la versión mejor registrada en contenido y forma, esencia y estilo», porque el autor de la versión «La da como testigo presencial» y porque el testigo presencial «poseía memoria fotográfica», es decir, según sugiere nuestro personaje, ¡Ravines VIO las palabras PRONUNCIADAS por José Carlos Mariátegui!6 

Por el contenido general del artículo que comentamos, puede suponerse con razón que la elección de García se debió a que en la versión de Ravines aparece el anfibológico término renovación, término desahuciado por José Carlos Mariátegui a favor del término revolución. 

En efecto, en el mismo texto donde José Carlos Mariátegui desahució el término renovación, llama a reivindicar la palabra revolución: 


La misma palabra Revolución en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal.7 

Y, efectivamente, a renglón seguido procedió a reivindicar la palabra revolución, en el sentido de precisar el carácter de la revolución latinoamericana en el marco de la revolución socialista mundial, así como, por razones obvias, hoy, siguiendo la idea mariateguiana según la cual «una revolución continúa la tradición de un pueblo», pero, al mismo tiempo, «corresponde a necesidades y propósitos nuevos», es necesario reivindicarla también restituyendo su sentido estricto y cabal en relación a «las pequeñas revoluciones», es decir, en relación a las meras renovaciones. 

En conclusión, García tergiversa el concepto mariateguiano de revolución y se adereza su propio concepto que expresa con la palabra renovación, desahuciada por Mariátegui.

 

18.06.2018.

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Notas

(1) Ideología y política, 1986, p. 247; cursivas mías.

(2) Es expresivo el hecho de que, mientras en 1928 Mariátegui desahuciaba la idea de concebir la revolución como renovación, cuatro años después Haya sostenía todavía esta envejecida idea; así, en el “Manifiesto de febrero de 1932”, escribía que el aprismo aspiraba «… llegar al poder para operar desde él la revolución, en un sentido de evolución, de renovación». (Citado en José Luis Rénique, Imaginar la nación, Segunda edición corregida, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2019).

(3) Temas de nuestra América, 1986, p. 93.

(4) Sin embargo García tergiversa el concepto mariateguiano de revolución colgándole al maestro, sin el menor escrúpulo, el suyo propio. Como se ha visto, para García la revolución se limita a la renovación de la tradición de un pueblo; así revela un concepto estrecho, unilateral, limitado y limitante de la revolución; así niega el concepto marxista de revolución. Por otro lado, es menester subrayar que el debate sobre los conceptos de revolución y renovación no es un debate puramente teórico, pues quienquiera puede constatar sus consecuencias políticas: un poco conforme a su concepción de la revolución como renovación, García apoya el reformismo de algunos gobiernos latinoamericanos, mientras los que mantienen el concepto marxista de revolución, apoyan algunas reformas de dichos gobiernos luchando porque se cumplan realmente, pero no apoyan su reformismo que, como se sabe bien, todo lo que hace, finalmente, es maquillar el sistema capitalista. La prueba del apoyo de García al reformismo es la nota que escribió a propósito del artículo «Venezuela: el estado comunal, una realidad revolucionaria pendiente», de Homar Garcés, nota donde, como se puede constatar, no plantea ni la más mínima observación critica al gobierno venezolano y, por el contrario, asume de hecho el «socialismo del siglo XXI» al sostener que este «socialismo» plantea el Estado-Comuna, pero silenciando que el mismo aparece en Venezuela solo como discurso retórico y concebido como resultado de una decisión burocrática, y no de abajo arriba, es decir, no por vía revolucionaria, negándose así precisamente la esencia del Estado-Comuna. Así, pues, opinando concretamente sobre un gobierno concreto, García no ha podido disimular cierta inclinación –más allá de románticas declaraciones generales– a la idea revisionista de la «transición pacífica». Tanto el artículo de Garcés (fechado el 31.10.2014) como la nota de García (fechada el 11.11.2014), fueron publicados en la red por el último de los nombrados.

(5) Es más que difícil que la versión de Ravines sea «la versión mejor registrada» de las palabras de Mariátegui, pues hacía año y medio que este había desechado el anfibológico concepto renovación.

(6) Aparte del anotado desatino, que debe haberle causado una carcajada homérica a más de uno, es menester apuntar que, con su artículo «Admonición trascendental», García se insinuó como seguidor de las últimas palabras que José Carlos Mariátegui dirigiera a sus compañeros de partido, pero, como es evidente, los hechos dan al traste con semejante intención: por ejemplo en el artículo «Nuestra Epoca», publicado en el número 2 de la revista Anuario Mariateguiano, nuestro liquidador da muestras evidentes de su decadencia moral al falsificar intencionalmente la verdad histórica de la revista que José Carlos Mariátegui y César Falcón dirigieron en 1918 (ver mi libro La creación heroica de Mariátegui y el socialismo peruano. Planteamiento de la cuestión). Por eso, es menester subrayar que, si el programa político de la revista Nuestra Epoca fue «decir la verdad», el programa político de García es decir mentiras.

(7) Ideología y política, p. 247.



Izquierda y Derecha

 

 

Eduardo Ibarra

 

I

Los dos términos que dan título al presente artículo han sido desahuciados por algunos intelectuales burgueses con el espurio argumento de que son anacrónicos. Según ellos, en el mundo no existe ya la contradicción entre capitalismo y socialismo, y, en consecuencia, en todos los países ha desaparecido la división de las fuerzas políticas en izquierda y derecha. Con esta falacia buscan borrar de la conciencia de las clases trabajadoras toda precisa demarcación entre revolución y reacción. Por otro lado, hay quienes utilizan los mencionados términos de una manera abusiva, es decir, sin tener en cuenta su estricto significado. Finalmente, hay también quienes, so capa de su origen, pretenden expulsar ambos términos del lexicón marxista o, cuando menos, descalificar el término izquierda como denominación de las fuerzas revolucionarias.

 

Ciertamente estas son razones suficientes para intentar un esclarecimiento de tales cuestiones.

 

En la Convención Nacional francesa de 1791, los jacobinos, que luchaban por liquidar el feudalismo, ocuparon el lado izquierdo del foro, mientras los girondinos, que seguían el camino de la conciliación con la monarquía, ocuparon el lado derecho. De esta azarosa circunstancia se tomó la costumbre de llamar izquierda a los jacobinos y derecha a los girondinos. En consecuencia, ambos términos adquirieron un contenido político preciso: empezaron a designar las dos tendencias fundamentales de la burguesía francesa del siglo XVIII: la  tendencia revolucionaria y la tendencia oportunista.

 

Ahora bien, la clase feudal era entonces la derecha por antonomasia. En consecuencia, en la época de que tratamos, en el seno del pueblo eran de izquierda quienes luchaban por liquidar la sociedad feudal y establecer la sociedad burguesa, mientras eran de derecha quienes conciliaban con la monarquía. Esto quiere decir que, desde un principio, ambos términos definieron la posición de las distintas fuerzas políticas en el seno del pueblo por su posición ante al poder político vigente. Y, precisamente en esto reside el quid de la cuestión.

 

En virtud pues de su adquirido contenido político, los términos izquierda y derecha cobraron carta de ciudadanía más allá de los marcos de la Francia dieciochesca, y hasta terminaron trascendiendo los marcos de la lucha de la burguesía contra el feudalismo.

 

Así, los dichos términos fueron asimilados al lexicón marxista, y precisamente en la literatura del partido bolchevique. En el ¿Qué Hacer? (escrito entre 1901 y 1902), Lenin sostuvo:

 

La comparación de las dos tendencias existentes en el seno del proletariado revolucionario (la revolucionaria y la oportunista) con las dos corrientes de la burguesía revolucionaria del siglo XVIII (la jacobina –la Montaña– y la girondina)  fue hecha en el artículo de fondo del número 2 de Iskra (febrero de 1901). El autor de dicho artículo fue Plejánov. Los demócratas-constitucionalistas, los “sin título” y los mencheviques gustan aún ahora de hablar del  “jacobinismo” en la socialdemocracia rusa. Pero hoy día prefieren callar u... olvidar el hecho de que Plejánov lanzó por primera vez este concepto contra el ala derecha de la socialdemocracia.

                                            

Y, en 1904, mantuvo en otro lugar:

 

De por sí el hecho de la división del Congreso (del partido) en ala izquierda y derecha, en ala revolucionaria y oportunista, no sólo no representa aún nada terrible ni nada crítico, sino ni siquiera absolutamente nada anormal.1

 

De manera pues que, ya a principios del siglo XX, los términos izquierda y derecha estaban consagrados en el lexicón marxista y, como hemos visto, los mismos designan las dos tendencias fundamentales en el seno del proletariado (y por extensión en el seno del pueblo): la tendencia revolucionaria, que lucha por liquidar el capitalismo y reemplazarlo por el socialismo; y la tendencia oportunista, que lucha por atenuar algunas expresiones extremas del capitalismo, pero no por liquidarlo como sistema económico-social.

 

Con estos términos ha sucedido, pues, lo que Engels señala con toda razón en su famoso Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana: las palabras valen no «lo que deberían denotar por su origen», sino lo que «significan con arreglo al desarrollo histórico de su empleo real».

 

II

 

Exactamente como ayer la clase feudal fue la derecha por antonomasia, hoy la clase burguesa es la derecha por antonomasia. Por consiguiente, en nuestra época cualquier fuerza política en el seno del pueblo se define como de izquierda o de derecha en función de su posición ante al poder político de la burguesía.

 

Los gobiernos del Frente Amplio en Uruguay, del Partido de los Trabajadores en Brasil, del Partido Socialista Unificado de Venezuela, del Movimiento al Socialismo en Bolivia, entre otros, son considerados por algunos como de izquierda. Pero la verdad es que, en rigor, ninguno de esos gobiernos es de izquierda, pues no tienen más horizonte que reformar el capitalismo.

 

No obstante, es un hecho que, con arreglo a su empleo real, el término izquierda ha cobrado una nueva acepción: designa también a las fuerzas políticas reformistas. Entonces, como consecuencia de ello, es menester aclarar que tales fuerzas son en realidad la izquierda de la derecha, pues, objetivamente, cumplen la función de sostener el sistema capitalista mediante su maquillaje.

 

Existe, pues, una diferencia sustancial entre la izquierda que lucha por liquidar el capitalismo y la izquierda que lucha por retocarlo, entre la izquierda revolucionaria y la izquierda reformista, entre la izquierda auténtica y la izquierda espuria.

 

Por otra parte, hay quienes creen decir algo muy profundo con aquello de que el marxismo «no es de derecha ni de izquierda, sino de avance». Con esto niegan que, con arreglo al desarrollo histórico de su empleo real, el término izquierda encierra el concepto de avance, y el término derecha encierra el concepto de conservación. Ocurre, por lo tanto, que el marxismo es la doctrina de izquierda por antonomasia, sencillamente porque de su aplicación por el movimiento revolucionario dimana el avance histórico de la humanidad hacia su emancipación.

 

Contra la pretensión reaccionaria, hay que reivindicar los términos izquierda y derecha como conceptos políticos que dan cuenta del revolucionarismo y el conservadurismo, respectivamente; contra la maniobra oportunista de cubrirse detrás del término izquierda, hay que reivindicar su estricto significado revolucionario; contra la pretensión de descalificar ambos términos que tipifican las fuerzas políticas opuestas en el mundo actual, hay que reivindicar la acertada observación de Engels según la cual las palabras valen por lo que «significan con arreglo al desarrollo histórico de su empleo real», pues el árbol del lenguaje vivo es siempre más verde que cualquier consideración etimológica.2

 

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(1) Un paso adelante, dos pasos atrás.

(2) De hecho, la última pretensión comentada es un caso de negación de la semántica diacrónica.




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