El Nuevo Realismo una
Nueva Opción para la Nueva Crítica Clasista
por: Julio Carmona
UNO DE LOS LIBROS QUE ANALIZA la obra
de José Carlos Mariátegui, con el que yo expreso conformidad en un noventa por
ciento, es el titulado Martí/Mariátegui:
Literatura, inteligencia y revolución en América Latina, del poeta Winston
Orrillo (1989). Es una conformidad
basada en dos razones. En lo formal, por su bien dosificada profusión de citas
y su interesante notación de las mismas. Y en el contenido, por la feliz
presentación de coincidencias en el pensamiento de ambos conductores de la
revolución de sus respectivos pueblos. Aun cuando —y el mismo autor lo precisa—
no hubiera identificación ideológica, debido, obviamente, a la distancia de época
que los separaba (aunque sí identidad popular).
Pero no se olvide
que al empezar insinué que había un diez por ciento de divergencia. Y es lo que
voy a explicar a continuación, porque está en relación con el tema a tratar, el
nuevo realismo. Y a estas otras
razones me remito. Al referirse a Martí, dice Orrillo:
«la
vocación realista de Martí (que no
tiene que ver con las estrecheces y limitaciones de la escuela literaria de
este nombre) lo preservó de sucumbir en el gaseoso esteticismo modernista» (op. cit., pág. 176. Negrita del autor).
Y mi discordancia en este caso se
relaciona con una imprecisión en torno al tópico del realismo, pues me parece inapropiado —en estos tiempos— estar
haciendo un deslinde de ese tipo con la escuela realista del novecientos, pues
en tal medida también habría que hacerlo respecto de otros realismos (como el realismo socialista moscovita, por
ejemplo). Y esto es tanto más urgente ya que en los tiempos de Martí todavía no
se había hecho un balance decisivo entre el haber y el debe del realismo
decimonónico. Entonces, se trata, mejor, de incluir a Martí solo en la tendencia realista (o vocación realista como inicialmente
formuló su juicio WO). El referirse a los movimientos o escuelas —derivados de
la tendencia— exige hablar de sus «estrecheces y limitaciones», y al hacerlo se
obvia los méritos o aportes insoslayables de la tendencia que es la que da
impulso a las escuelas (¡incluido —por extensión— el naturalismo de Zola!) Y
esto es algo en lo que no incurren: JCM, por su concepción dialéctica, o el
mismo Martí, por su sindéresis ínsita.
Pero en la
propuesta de WO hay otro aspecto positivo en lo que concierne al realismo, pues luego de hacer la
siguiente cita de Martí: «Les hablaremos [a
los estudiantes] de todo lo que se hace en los talleres, donde suceden cosas
más raras e interesantes que en los cuentos de magia, y son magia de verdad,
más linda que la otra». [Los corchetes son míos]. Y, enseguida, WO agrega:
«Con
este concepto Martí se está, nuevamente, adelantando a su tiempo y otea lo que
será el nuevo realismo, que no
excluye, sino que incorpora, porque no le teme a la fantasía, “los cuentos de
magia”. Una realidad amplia, rica, ubérrima, es la que debe ser reflejada en la
obra de arte literaria, que no será, pues, de ninguna manera, la mera
descripción fotográfica de la vida» (p. 177). [Cursiva mía, J.C.]
Y destaco la expresión nuevo realismo, en la cita de WO, porque
es un concepto que, precisamente, exime de estarlo oponiendo a otras versiones
de la tendencia realista (incluidas
las más pedestres o presumidas, como el populismo o el naturalismo). Y, luego
de tan acertada mención de ese concepto caro al Amauta, WO, con justeza,
establece el nexo de continuidad de esa visión realista martiana con la
sostenida por su par mariateguiana. Y para sustentarlo hace la siguiente cita
del Amauta:
«Nada
es más erróneo en la vieja estimativa literaria que el concepto de que el
realismo importa la renuncia de la fantasía. Esa es, en todo caso, una idea
basada exclusivamente en las experiencias y en las creaciones del sedicente realismo de la novela burguesa.
El artista desprovisto o pobre de imaginación es el peor dotado para un arte
realista. No es posible atender y descubrir lo real sin una operosa y afinada
fantasía. Lo demuestran todas las obras dignas de ser llamadas realistas, del
cinema, de la pintura, de la escultura, de las letras» (1959-6, pp. 178-179). [Cursiva mía, J.C.]
Pero WO, luego de esta cita, acota:
«Martí y Mariátegui vuelven a coincidir en su rechazo al ramplón realismo
decimonónico, al que el segundo llama “realismo burgués”.» Y vuelve a citar a JCM: «La impotencia de la
burguesía para producir un arte verdaderamente realista no se manifiesta en la
obra de Zola menos que en las otras del mismo ciclo literario» (op. cit.: 156).
Y en esto va
otra discordancia. Considero que la apreciación que hace WO de ambas citas es,
por decir lo menos, apresurada. En la primera, debe advertirse que JCM salva al
realismo (a la tendencia realista) de la acusación que ‘la vieja estimativa
literaria le hace de darle importancia a la renuncia de la fantasía’, y dice
que esa estimativa corresponde al «sedicente realismo de la novela burguesa».
Es decir, que para JCM no hay un solo realismo decimonónico, sino dos: uno
verdadero y otro falso; este último correspondería a la obra ‘de Zola y a las
otras de su mismo ciclo’. No es, pues —como dice WO—, que se esté rechazando a
un único y «ramplón realismo decimonónico», al que JCM —dice WO— «llama
“realismo burgués”.» En realidad, sobre este tópico del «realismo burgués», el
hecho de que la inmensa mayoría de los escritores realistas del novecientos
perteneciera a la clase de la burguesía o la pequeña burguesía, no quiere decir
que todos hubieran sido impulsados o patrocinados por estas clases para
desarrollar un «realismo» que asistiera a llenar el vacío dejado por Balzac y
Stendhal, fallecidos en 1850 y 1842, respectivamente.
Se sabe que
la burguesía no vio con buenos ojos la obra de ambos grandes realistas,
inclusive ni la de Eugenio Sue. De este autor dice Umberto Eco: «Sue adoptará
un solo código, el de las masas populares. Entonces la burguesía conservadora
se volverá contra él, a través de la opinión oficial (…) Sue ha elegido el
lenguaje y el mando de los proletarios» (Eco,
1970: 13).
Y agrega Eco: «Aun puede suscitar en nosotros (…) el gusto crítico que se
siente al saborear un documento característico de la época romántica
—testimonio más próximo de lo que se puede creer a las obras relevantes de
Sand, Balzac, Hugo, Cooper o Scott» (p. 22). Si el marxista JCM se hubiera
referido así, como dice WO, de todo
el realismo decimonónico como «ramplón», ¿cómo quedaría la opinión de Marx y de
Engels referida al padre del realismo de esa época: Honorato de Balzac? Dice
Engels:
«El
realismo del que yo hablo puede manifestarse también a pesar de las ideas del
autor. Permítame un ejemplo: Balzac, a quien yo tengo por un maestro del
realismo con mucho superior a todos los Zolas del pasado, del presente y del
futuro, nos da en la Comédie humaine
una excelente historia realista de la sociedad francesa, puesto que bajo la
forma de una crónica, describe, casi año a año, desde 1816 hasta 1848, el
empuje siempre creciente de la burguesía ascendente contra la sociedad
nobiliaria que, después de 1815, se había reconstituido y había vuelto a
enarbolar, en la medida de sus posibilidades, el estandarte de la vieille politesse francaise» [antigua cortesía francesa] (Marx y Engels, 1976: 136).
Y Georg Lukács dice: «Es sabido que
Marx quería escribir un libro sobre Balzac, que no pasó del estadio de plan ni
quedó siquiera fijado en forma de apuntes» (Lukács,
1966, pág. 151).
O sea, pues, que cuando JCM se refiere al «realismo burgués» es a aquel que
impulsa, promociona o propicia la burguesía, y que cristalizará en la obra de
los naturalistas y los populistas folletinescos, con quienes —como ya dijimos—
esa burguesía quería reemplazar al realismo
crítico de ese mismo siglo:
«…
cuando valoramos el realismo de comienzos del siglo XIX [dice Georg Lukács], pensamos en Balzac y Stendhal, no en
los incontables novelistas que tal vez sus contemporáneos admiraron por igual o
incluso más que a los primeros» (Lukács, 1967:
174).
El mismo JCM hace una precisión sobre
esa manipulación comercial que la burguesía hizo del populismo y el naturalismo
para «reemplazar» a la novela realista. Dice:
«El populismo es esencialmente demagógico. La novela y la
crítica burguesas sienten en Francia que a las grandes masas de lectores del
demos indiferenciado, mitad conservador, mitad frondeur [de la fronda] no les quedarían en breve plazo más obras prestigiosas
que las de Zola, si la literatura se obstinara en seguir las huellas de los
maestros del psicoanálisis moroso y de la prosa preciosista. De aquí nace la
decisión de fomentar la producción en gran escala de novelas que, reclamándose
precisamente de Zola, abastezcan al pueblo de una literatura que se adapte a
sus gustos e indague con simpatía sus sentimientos. Sería sumamente peligroso
para los intereses electorales y literarios de la burguesía francesa, que
concluyesen por acaparar a este público, desalojando al mismo Zola, las novelas
de la revolución rusa. Se traza el plan de una literatura populista exactamente
como se trazaría un plan manufacturero, al abrigo de tarifas proteccionistas y
atendiendo a la demanda y a las necesidades del mercado interno. El populismo
se presenta, de este lado, en estricta correspondencia con la política de
estabilización del franco. No es sino un aspecto de la reorganización de la
economía francesa, dentro de los prudentes principios poincaristas. Para la
burguesía subconscientemente o conscientemente, la novela no es sino una rama
de la industria, un sector de la producción. Por cierto relajamiento de la
organización industrial, se estaba produciendo casi únicamente una novela de
lujo. La novela popular era abandonada a los autores revolucionarios, o
fabricada con viejos moldes, con gastadas matrices. Hay que prevenir la pérdida
de una parte del mercado lanzando una nueva manufactura, que tenga en cuenta la
evolución del gusto y las necesidades de los consumidores. No es a causa de un honesto retorno a la objetividad y al realismo que
surge el populismo. Entenderlo así, sería caer voluntaria o distraídamente
en un engaño. El populismo se caracteriza íntegramente como un retorno a uno de
los más viejos procedimientos de la literatura burguesa. Un crítico de Le Temps no podría amparar otra cosa.
Ninguna tolerancia, ninguna esperanza son, por ende, concebibles respecto a
este movimiento» (1959-6: 34. Cursiva mía: J.C.).
La literatura de los Zola (populismo y
naturalismo unidos) tiene un carácter de clase burgués. El paralelo de la
difusión del populismo con los intereses fiduciarios y políticos de la
burguesía es aplicable a la difusión de las
telenovelas hogaño. Esa decisión de la burguesía de apoyar la difusión del
populismo responde a dos alternativas: se dejaba plaza libre a los autores
revolucionarios (aun cuando tuvieran pocas posibilidades de alcanzar grandes
audiencias) o dejaban a los populistas que lo hicieran con viejos moldes, con
gastadas matrices (aunque la distancia entre ambos no fuera muy amplia en ambos
sentidos). El apoyo del orden imperante al populismo no es que se haga para
favorecer al pueblo ni mucho menos al realismo. Y por eso concluye JCM:
«El
populismo no es sino la más especiosa maniobra por reconciliar las letras
burguesas con una cuantiosa clientela de pequeñas gentes, con un ingente
público que les habría enajenado el empleo exclusivo de los poncifs [suspensos] de
trasguerra, el apogeo indefinido de las modas postproustianas y postgidianas.
La demagogia es el peor enemigo de la revolución, lo mismo en la política que
en la literatura» (op. cit. pág. 33).
Nos dice, pues, JCM que el populismo
es oportunista y busca conquistar el público ganado por Proust y Gide, como
busca el amparo realista en torno a un «nuevo tema». Es esta una incisión categórica. De ahí que la siguiente y
generalizadora conclusión a la que llega WO no sea la más justa ni realista.
Dice:
«Por
eso el Amauta no tiene problema en celebrar la muerte del viejo realismo,
muerte que será, correlativamente, la de la sociedad en la que se sustentaba:
la burguesía.»1
Y no es una apreciación justa porque
en la cita que hace de JCM (en que aparece la frase «la muerte del viejo
realismo») se nota claramente que él se refiere al falso y sedicente realismo del siglo XIX, no al verdadero del mismo
siglo, y, por eso, como heredero de aquel (del falso) pone a un mediocre
periodista y dramaturgo, Alfred Capus (1858-1922). Veamos la cita:
«La
muerte del viejo realismo no ha
perjudicado absolutamente el conocimiento de la realidad. Por el contrario, lo
ha facilitado. Nos ha liberado de dogmas y de prejuicios que lo estrechaban. En
lo inverosímil hay a veces más verdad, más humanidad que en lo verosímil. En el
abismo del alma humana cala más hondo una farsa inverosímil de Pirandello que
una comedia verosímil del señor Capus»
(1959-6: 23-24. Cursiva mía).
Obsérvese que no dice «muerte del
realismo», sino «muerte del viejo
realismo»; porque él está anunciando y hasta promocionando la aparición de un nuevo realismo. Y aquí está sugiriendo
cuál sería una de sus alternativas: la de morigerar ese sentido de lo
«verosímil», que en el «viejo realismo» lo ligaba a lo verdadero a «lo que ha
sido o es» (y hasta verificable).2 Y, entonces, JCM sugiere que
también debe admitirse la posibilidad de lo inverosímil, es decir, de aquello
que no siendo verdadero sí «es posible que lo sea». Y precisamente, antes, se
ha referido a una obra de Pirandello en la que lo extraordinario, aquello que
la alejaba de lo verdadero, no la hacía imposible de creerla como posible de
ser.3 Y en el artículo en que trata sobre Pirandello, JCM precisa
mejor su visión de lo verosímil:
«El
prejuicio de lo verosímil aparece hoy como uno de los que más han estorbado al
arte. Los artistas de espíritu más moderado se revelan violentamente contra él.
“La vida —escribe Pirandello— para todas las descaradas absurdidades, pequeñas
y grandes, de que está bellamente llena, tiene el inestimable privilegio de
poder prescindir de aquella verosimilitud a la cual el arte se ve obligado a
obedecer. Las absurdidades de la vida tienen necesidad de parecer verosímiles
porque son verdaderas. Al contrario de las del arte que para parecer verdaderas
tienen necesidad de ser verosímiles”.» (EAE: 24).
Esta cita de Pirandello cuadra el
asunto: las cosas de la vida no necesitan ser verosímiles porque son
verdaderas, y ellas a veces se presentan como inverosímiles. En arte lo
increíble tiene que hacerse creíble; la mentira, hacerse verdad. Lo verosímil
es lo opuesto a lo verdadero. Si se dice la verdad tal como se da en la
realidad, deja de ser arte. Por eso lo increíble en el arte «tiene la necesidad
de parecer verosímil».4 Esta visión del nuevo realismo se hace más
patente cuando al reiterar JCM la «defunción» de ese falso realismo, dice estar
refiriéndose a la escuela realista
(no a la tendencia realista). Veamos:
«A
través de estos autores y estas obras se constata en el teatro moderno un hecho
esencial: la defunción de la escuela
realista. La orientación naturalista y objetivista no ha tenido un largo
dominio sobre el Arte. Ha pretendido mantener en un injusto ostracismo a la
Fantasía y obligar a los artistas a buscar sus modelos y sus temas sólo en la
Naturaleza y en la Vida tales como las perciben sus sentidos» (op. cit.: 186).
Y esta separación entre falso y
verdadero realismo, que se advierte en la estimativa dialéctica mariateguiana,
se constata en la siguiente cita: «Los errores del realismo, en el teatro como
en la novela, han sido graves. Pero un
balance exclusivamente negativo y pasivo de la escuela realista sería
incompleto e injusto. El realismo
ha renovado la técnica y el método teatrales» (Ibíd. Cursiva nuestra). En tal sentido las otras conclusiones a las
que arriba WO también pierden objetividad, pues dice:
«…
se colige que es perentorio buscar un
nuevo realismo, un realismo que devuelva sus derechos a la fantasía, y que
llegue hasta la actualísima corriente del realismo
mágico que, como veremos, ya anuncia Mariátegui en este artículo sobre Nadja, de André Bretón» (op. cit. 180.
Negrita del autor. Cursiva nuestra).
Y, en realidad, no se trata de «buscar un nuevo realismo», se trata de renovar el realismo de siempre, el
inmemorial, el que como base teórica ha dado impulso a los movimientos y
escuelas realistas de todos los tiempos (incluidos los actos fallidos
naturalistas y populistas), es decir, esa tradición que tanto releva JCM y que,
como dice René Wellek: es la fuerza de una «tradición [y] no debe ser menospreciada. Tiene de su parte algunas
verdades sencillas. El arte no puede dejar de relacionarse con la realidad, a
pesar de lo mucho que reduzcamos su significado o hagamos énfasis en el poder
transformador o creador del artista. La palabra “realidad”, como “verdad”,
“naturaleza” o “vida”, es, en el arte, en la filosofía y en el uso común, una
palabra cargada de valor. Todo arte del pasado tenía como objetivo la realidad
aun si hablaba de una realidad superior: una realidad de esencias o una
realidad de sueños y de símbolos.» (Wellek, 1963: 170). Esta visión de los
hechos coincide con lo señalado por Eugenio Garin, en su importante trabajo
sobre el renacimiento italiano: «Lo antiguo, redescubierto —pues a ello
conducían las afinidades espirituales y las analogías en los estados de ánimo—,
fluía de nuevo plasmando por sí mismo la época, pero en un renacer y una
regeneración que eran como una nueva creación. Los simples imitadores pedestres
—y los hubo— aparecen, pues, como ramas secas en una planta floreciente» (Garin, 1986: 15).
De ahí que
JCM diga, con absoluta coherencia: «Ahora que el realismo está agotado y superado, aparecen una técnica
y un método verdaderamente realistas»;
es obvio, pues, que el ‘realismo agotado y superado’ a que se refiere JCM era
el «falso realismo», el que usaba técnicas y métodos realistas falsos.
Por lo demás,
cuando WO dice que JCM anunció lo que en los últimos tiempos se conoce como
«realismo mágico», resulta ser también exagerado, porque no es que él estuviera
proponiendo esa fórmula; en todo caso, se limitó a señalar que tal fórmula
pertenecía a Massimo Bontempelli, y que podía ser verificado hasta en los
escritores «más intransigentes en el servicio de la fantasía». Y en el mismo
orden de ideas, dice JCM:
«Restaurar
en la literatura los fueros de la fantasía, no puede servir, si para algo
sirve, sino para restablecer los derechos o los valores de la realidad. Los
escritores menos sospechosos de compromisos con el viejo realismo, más
intransigentes en el servicio de la fantasía, no se alejan de la fórmula de
Massimo Bontempelli: “realismo mágico”.» (1959-6: 179).
Esta es la cita que hace WO, pero en
la continuación de ella (y que omite nuestro autor) JCM ratifica la idea de una
tendencia realista permanente, es decir, que no se trata de «buscar un nuevo
realismo», ni de declarar la muerte de todo
realismo. Dice:
«No aparece, en ninguna teoría del novecentismo,
beligerante y creativa, la intención de
jubilar el término realismo, sino de distinguir su acepción actual de su
acepción caduca, mediante un prefijo o un adjetivo. Neorrealismo,
infrarrealismo, suprarrealismo, “realismo mágico”.5 La literatura,
aun en los temperamentos más enervados por los excitantes de la secesión
novecentista, siente que sólo puede moverse en el territorio de la realidad, y
que en ningún otro lo espera mayor suma de aventuras y descubrimientos» (Ibíd.)
Ahora bien, lo que sorprende en la
propuesta de WO aquí confutada: de atribuir a JCM el desahucio de todo el
realismo decimonónico, sin distinguir su visión dialéctica de ver en esa época
un realismo falso y uno verdadero y que este se seguía proyectando en su
sucesor, que él denomina nuevo realismo,
decíamos que esto nos sorprende en WO porque en el desarrollo de su exposición
sobre el tema, sí dice percibir «esta concepción dialéctica de Mariátegui sobre
la controvertida vanguardia», porque, en efecto, JCM destaca la existencia de
aspectos positivos y otros negativos en el movimiento vanguardista. Dice WO que
a la vanguardia: «No la rechaza de plano, y más bien señala lo que en ella es
deletéreo —su iconoclastia meramente nihilista, su tendencia al individualismo
asfixiante, su histrionismo— pero también destaca su crítica al orden burgués,
que no se resuelve solamente como una cuestión técnica» (op. cit.: 182). Sin
embargo, en esta comprensión de WO respecto de la dialéctica del Amauta, vuelve
a caer en exageración al señalar que esa misma diferenciación la aplica al
modernismo, y, más aun, lo hace precisando que en eso coincide con José Martí.
Dice:
«…
es bueno que reparemos en una excelente y desmitificadora caracterización del
modernismo, máxime si ya hemos hablado de él [del modernismo] al referirnos a Martí».
Resulta,
entonces, que WO se está refiriendo al modernismo que lideró Rubén Darío. Y, en
realidad, la cita que hace nuestro autor para sustentar esa ‘desmitificación
del modernismo’ y que atribuye a JCM, no tiene que ver con el rubendariano.
Veamos:
«Y no es el caso de hablar de modernismo. El modernismo no es sólo
una cuestión de forma, sino, sobre todo, de esencia. No es modernista el que se
contenta de una audacia o una arbitrariedad externas de sintaxis o de metro.
Bajo el traje huachafamente nuevo, se siente intacta la vieja sustancia. ¿Para
qué transgredir la gramática si los ingredientes espirituales de la poesía son
los mismos de hace veinte o cincuenta años? “Il faut étre absolument moderne”, como decía Rimbaud; pero hay que
ser moderno espiritualmente. Aquí se respira, generalmente, en los dominios
del arte y la inteligencia, un pasadismo incurable y enfermizo. Nuestros poetas
se refugian, voluptuosamente, en la evocación y en la nostalgia más pueriles,
como si su contorno actual careciese de emoción y de interés» (1972-11,
págs. 18-19).
Es evidente que JCM asigna la denominación de
«modernismo» a los movimientos ligados a la vanguardia, porque esta pertenece
al «mundo moderno», al que ha aludido en el párrafo anterior al de la cita. Ahí
dice: «Es cierto que el mundo moderno
anda neurasténico y un poco cansado, pero la neurastenia de las grandes urbes
es de otro género y es además muy compleja, muy honda y muy pintoresca.»
(Ibíd.)6 De tal suerte, pues, decíamos, que el encontrar similitud
en la visión que del modernismo tenía Martí con la del que tenía JCM resulta
también exagerado puesto que ambos están tratando de dos modernismos distintos.
Lo cual tampoco debe conducir a verlos separados de manera abismal, porque en
ambos se verifica la presencia de un elemento común, el cosmopolitismo, y este
—dice JCM «que puede parecer a algunos un rasgo común de una y otra época
literaria— nos conduce al autoctonismo. Además, el cosmopolitismo de ahora es
distinto del de ayer, también cosa de boulevard, emoción de París» (1959-7: 127). Ha de entenderse, pues, que el
cosmopolitismo, con su aceptación de nuevas fuentes, sirve también de puente
para recalar en lo propio, como ocurrió con el modernismo —sigamos llamándolo—
rubendariano, y como ocurrió también con los aportes en ese sentido del
vanguardismo, pero ello de ningún modo obliga a tratarlos como una sola y misma
entidad.
Es más, en lo que corresponde al mundo moderno JCM también lo denomina
«modernidad», de los cuales hace derivar el concepto de modernismo, para insertar en él la producción de sus
manifestaciones artísticas. De ahí que diga:
«… ningún género
literario ha envejecido lo bastante para no ser susceptible de feliz manejo, de acertada y natural inserción en la
modernidad.7 El diálogo, instrumentalmente, como elemento de la
novela o del teatro, no había podido decaer nunca; pero específicamente, en su
autonomía de forma artística, había sufrido cierto relegamiento. El
pensamiento, el discurso moderno son, sin embargo, absolutamente dialécticos,
polémicos. Y el diálogo, en su tipo clásico, encuentra razones de subsistir y
prosperar. El diálogo, sobre todo, logra mejor su desarrollo y su atmósfera con
el excitante de la velocidad. El mismo diálogo clásico es siempre algo
peripatético» (1959-7, pág. 59).
En esta cita se considera al «diálogo» como
un género literario. Y como tal tiene autonomía, aunque en el caso de la novela
y el teatro sea considerado como un “elemento” suyo. Y en esta ampliación de la
nomenclatura de los géneros está agregando a «la biografía como género
literario, señalado ya por muchas pequeñas obras maestras» (1959-7, pág. 61). Pero —hay que advertirlo—
estas variaciones taxonómicas no deben dar pie para considerar a JCM como un «heterodoxo» de la literatura. Es, en todo caso, un
renovador.
Una vez
esclarecidos los tópicos precedentes, volvemos a una cita de WO cuya
transcripción hemos hecho arriba, suprimiendo su primera parte que dice: «…
antes de pasar al estudio de lo que JCM consideraba el verdadero realismo —el
que advendrá con la revolución proletaria— es bueno que reparemos» [… aquí continúa la cita que hicimos arriba]. Y, por nuestra
parte, también decimos que es bueno reparar en aquello «de lo que JCM
consideraba el verdadero realismo» y si, bien es cierto, ya hemos visto que él
habla de un verdadero realismo para
—justamente— deslindarlo del sedicente o falso, no es que esté llegando a la
conclusión de «que advendrá con la revolución proletaria», porque esta
aseveración la hace WO deduciéndola de la siguiente cita:
«El
verdadero realismo llega con la revolución proletaria, cuando en8 el
lenguaje de la crítica literaria, el término “realismo” y la categoría
artística que designa, están tan desacreditados, que se siente la perentoria
necesidad de oponerle los términos de “suprarrealismo”, “infrarrealismo”.»,
etc. (1970-3, pág. 166).
La expresión «revolución proletaria»
no se refiere a la revolución en acto (es decir la revolución fáctica
triunfante), sino como impronta de la época, es decir, que corresponde a la época del imperialismo y de la revolución
proletaria, justo una época en que para la crítica literaria «el término
“realismo” y la categoría artística que designa, están tan desacreditados, que
se siente la perentoria necesidad de oponerle los términos de “suprarrealismo”,
“infrarrealismo”, etc.» El nuevo realismo
(que es así como lo llama JCM) se está gestando en ese entorno. Por eso antes,
en el mismo texto de la cita precedente, dice: «En primer lugar, hay que
advertir que El Cemento no es una
obra de propaganda. Es una novela realista, en la que Gladkov no se ha
propuesto absolutamente la seducción de los que esperan, cerca o lejos de
Rusia, que la revolución muestre su faz risueña, para decidirse a seguirla»
(Ibíd.) Ahí alude a la revolución rusa, ya en desarrollo. Y el realismo de
Gladkov —dice JCM— se realiza en esa efervescencia revolucionaria, sin esperar
a que se manifieste su mayor estabilidad. Y los demás países en los que no ha
triunfado ninguna otra revolución, no obstante esto, están inmersos en la época
de la revolución proletaria, y en los países de esta época se está gestando el
«verdadero realismo», el «nuevo realismo» con la impronta de la revolución
proletaria. Del mismo modo que el realismo burgués se fue gestando en las
entrañas del régimen feudal, en donde la nueva clase que apareció ahí, la
burguesía, no tuvo que esperar hasta el triunfo de la revolución francesa para
sentar las bases de su cultura y literatura.9 Para los mercaderes de
la Edad Media —dice Jacques Le GOFF:
«…
no se trataba tanto de cumplir una función artística, como cumplir una función
social mediante la beneficencia. En muchos casos, se trataba también de
controlar medios muy poderosos de influencia sobre el pueblo: control de la
literatura, para inspirar poemas y escritos favorables a su persona, su
profesión y su política; control del arte, cuyos temas debían responder a sus
intenciones y a sus aspiraciones; y, por encima de todo, medio de contentar al
pueblo dándole materia de admiración y de diversión, para evitar que se
interesara demasiado en la política o reflexionara sobre su condición social» (LE GOFF, 1966: 120-121).
Y, más adelante, este autor dice que
no es sencillo hacer la caracterización interna de la literatura medieval. No
obstante, hace algunas sugerencias sobre el particular:
«Literatura
burguesa, se ha llamado a ciertos géneros que se desarrollan en los medios
urbanos a partir del siglo xii. Pero necesitaríamos estudios precisos para
definir lo que en las fábulas, las máximas y las moralejas revela un espíritu
nuevo aportado por una clase social nueva. Una moral a ras de tierra, hecha de
prudencia y de buen sentido práctico y ligada a la preservación del dinero, de
la propiedad, de la familia y de la salud —una moral de poseedores y de
comerciantes—; el gusto mismo de moralizar, que habría que distinguir de la
prédica religiosa, no en la forma, lo cual es fácil, sino en el espíritu, lo
que es más difícil, porque ¿acaso no hay moralistas predicadores y predicadores
de moral burguesa? El amor al detalle realista
y familiar aportado por una clase aficionada al decorado material de la vida y
sensible a las apariencias, el amor a lo cómico, a la ironía algo pesada e
inclusive a lo burlesco; y la farsa medieval que, más que popular, es quizás
burguesa con su burla de las condiciones sociales y su crítica a menudo poco
caritativa del prójimo. Una literatura de gentes que viven pared de por medio,
que se observan, se espían y se denigran como competidores» (op. cit.: 132.
Cursiva nuestra).
Es en ese sentido que JCM habla de un
«realismo proletario»: en oposición a «realismo burgués», en tanto la burguesía
representa el polo de la época del imperialismo, y el proletariado representa
al polo contrario de la revolución proletaria. Por eso dice que:
«Los
españoles trajeron un género narrativo bien desarrollado que del poema épico
avanzaba ya a la novela. Y la novela caracteriza la etapa literaria que empieza
con la Reforma y el Renacimiento. La novela es, en buena cuenta, la historia
del individuo de la sociedad burguesa; y desde este punto de vista no está muy
desprovisto de razón Ortega y Gasset cuando registra la decadencia de la
novela. La novela renacerá, sin duda, como arte realista, en la sociedad
proletaria; pero, por ahora, el
relato proletario, en cuanto expresión de la epopeya revolucionaria, tiene más
de épica que de novela propiamente dicha»
(Mariátegui, 1980-2: 237-238).10
Coincide esta cita con lo expresado
hasta aquí: que no se ha de esperar a que se instaure la sociedad proletaria,
con su revolución en acto, para que se produzca —ahora, en la época de la
revolución proletaria— una literatura que refleje la ideología de la clase
proletaria. No olvidemos que este tópico de la literatura proletaria, fue tema de discusión y debate ideológico
en el tiempo de JCM, y recogido por él en la revista Amauta. Y es obvio que él estaba a favor de esa denominación. Y la
reconoció como propia del esquema de estudio marxista de la literatura, esquema
que clasifica a esta en literatura feudal o aristocrática, literatura burguesa
y literatura proletaria. Y la razón para que no lo usara en su estudio de
nuestra literatura (en el sétimo ensayo, específicamente) es porque en esa
época, las tres primeras décadas del siglo XX, tanto la burguesía como el
proletariado, como clases en sí, eran
una extensión de la aristocracia feudal y del campesinado, respectivamente, y
no habían alcanzado su condición de clases
para sí, es decir, que hubieran
asumido sus ideologías clasistas en su exacta dimensión. Por eso, cuando WO
escribe lo siguiente:
«Este
realismo verdadero —“realismo proletario” la (sic) llama JCM— (sic) realismo
socialista es su nombre, será el producto de una clase: el proletariado»11
(op. cit.: 184),
creemos que nuestro autor ha incurrido
en una suerte de «abuso de confianza», al pretender «corregirle la plana al
maestro», puesto que, si está reconociendo que el maestro llama ‘realismo
proletario al realismo verdadero’, no es lo más respetuoso sentenciar:
«realismo socialista es su nombre» (ni siquiera como un afán de
«actualización»), máxime si es por demás sabido que en la época que le tocó
actuar a JCM ese término o concepto (realismo socialista) todavía no había sido
acuñado, y además si —como el mismo WO lo reconoce— ya está definida la
defección en que devino. Y esto es impertinente con mayor razón si, más
adelante, vuelve a insistir en que el nuevo realismo propuesto por JCM, debe
ser llamado «realismo socialista, aunque Mariátegui no lo llame explícitamente
así» (y, por supuesto JCM no lo llama así ni siquiera implícitamente), y el
hecho se agrava porque el mismo WO dice que él hace esa propuesta de llamar
‘realismo socialista a lo que JCM llama realismo proletario o nuevo realismo’:
«más
allá de las deformaciones que esta denominación adquiriera luego, y que no
vamos a discutir aquí, pues las pruebas que JCM da sobre lo que él entiende por
realismo (con su alta dosis de fantasía, con su ficción intrínseca) son
suficientemente concluyentes» (op. cit.: 184);
y cabe preguntar, ¿qué es lo
suficientemente concluyente: que JCM hubiera estado de acuerdo con llamarlo
«realismo socialista»? (esto no pasaría de ser una ucronía), ¿que la «alta
dosis de fantasía y ficción intrínseca» es propia del realismo socialista? (y
esto no sería otra cosa que una exageración nada concluyente). Ahora, por lo
que concierne a aquella afirmación de WO —no de JCM— que el «realismo verdadero
o proletario será el producto de una clase: el proletariado», es también
discutible, si es que nos atenemos a lo dicho por los clásicos del marxismo Marx
y Engels:
«Pequeños
industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias
de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus
pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales
y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su
habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción.
De tal suerte, el proletariado se recluta
entre todas las clases de la población» (MARX
C. 1968, págs. 42-43).
Y JCM lo sabía y él mismo se
consideraba un compañero de los obreros, un proletario a su vez, al escribir lo
siguiente a esos sus compañeros: «Estas líneas de saludo no son pauta sino una
opinión. La opinión de un compañero intelectual que se esfuerza por cumplir,
sin fáciles declamaciones demagógicas, con honrado sentido de su
responsabilidad, disciplinadamente, su deber» (1969-13, pág. 116).
¿Alguien
podrá regatearle a JCM su condición de proletario, es más: de primer proletario
peruano? De tal suerte, pues, que el realismo verdadero o proletario (pero
nuevo realismo, al fin) no será producto de la clase obrera, proletariado en
sí, sino de todos los que reclute el proletariado, como clase para sí, entre
las otras clases.
Y, bueno, en
definitiva, con lo expuesto hemos podido destacar en el libro de WO el tema del
nuevo realismo que, decíamos al comienzo de este apartado, es lo que, en gran
medida constituye «el aspecto positivo», que nuestro respetado maestro aporta
al estudio de la literatura en José Carlos Mariátegui.
____________
Referencias
bibliográficas
ECO,
Umberto (1970). Socialismo y consolación.
Barcelona: Tusquets.
Mariátegui,
José Carlos (1959-6). El artista y la
época. Lima: Editorial Amauta.
Marx, Carlos,
Federico Engels (1976). Escritos sobre
arte. Buenos Aires: Futura.
Orrillo, Winston (1989).
Martí/Mariátegui: Literatura, inteligencia y revolución en América Latina. Lima:
Editorial Causachun.
(1) Y decimos que «no es una
conclusión realista» porque la muerte del viejo y falso realismo (celebrada por
JCM) no era correlativa a la de la sociedad burguesa, esta sigue hasta ahora
—lamentablemente— vivita y coleando; pero el viejo y falso realismo que la
burguesía pretendió contrabandear, no. Ese sí murió.
(2) «La obra del novelista escapa al
gobierno de la verosimilitud, e insensiblemente renuncia el escritor al
privilegio propio de la creación artística, al arduo goce de obligar a las
palabras a aceptar extraño contenido y nueva significación, a cambio de la
sutil pero estéril satisfacción de contemplar cómo giran obedientes a su propia
ley»
(3) He aquí un ejemplo categórico de
lo que JCM entiende por nuevo realismo,
aunque, aparentemente, contraría lo dicho en un momento anterior del libro que
estamos citando respecto al verismo, que buscaría lo verosímil o acercamiento a
la verdad; refiriéndose a la obra de un pintor solo realista: «Fattori, en cambio —dice JCM—, fue un pintor de
extraordinario realismo. Y en sus retratos y paisajes se aduna a una interpretación verista un admirable
sentido de la belleza y la armonía. Esta doble aptitud pictórica hace de él el
pintor más completo y más sugestivo del lapso abarcado por la bienal romana» (1959-6, pág. 70), es decir, que la verdad no necesariamente
tiene que ser explícita o «fotográfica» y ayuna de belleza y armonía.
(4) «… nuestra época (es) una época en
la que existe un marcado contraste entre arte y vida, hasta el punto de que en
la vida hay poco de arte, y en el arte poco de vida, el arte no puede ser
natural cuando la vida es algo artificial»
(5) Con esta cita JCM está ratificando
que la expresión «realismo mágico» no es una propuesta suya ni siquiera como
algo que él desease proponer.
(6) «… hay cuatro notas distintivas en
la poesía moderna. Su material propio es el sueño. Su fondo, la ciudad. La
situación en que se halla el poeta es la soledad. Y la acción que emprende,
abierta o furtivamente, es la rebelión» (REVOL, 1960, pág.
34).
Aunque a estas notas habría que agregar otra que el mismo autor ha relevado
previamente: esas notas —dice— explican y justifican «esa voluntad de
hermetismo que es una actitud esencial de la poesía moderna» (op. cit.: 29).
(7) «Debe reconocerse que no existe
forma alguna de desgracia que sea demasiado baja para una representación
literaria» (AUERBACH, 1996, pág. 466). Y Bertolt Brecht
acota: «La literatura proletaria procura aprender lo formal de viejas obras. Es
natural. Es sabido que no se pueden saltar buenamente fases previas. Lo nuevo
debe superar a lo viejo, pero debe tener lo viejo superado en sí, debe
“abolirlo”. Conviene darse cuenta de que existe hoy un nuevo aprendizaje, un
aprendizaje crítico, reformador, revolucionario. Hay cosas nuevas, pero estas
surgen de la lucha con lo viejo, no sin ello, no del aire libre. Muchos olvidan
el aprendizaje o lo tratan despectivamente, como cosa de pura fórmula, y
algunos tratan el momento crítico como cosa de pura fórmula, como algo que se
da por supuesto»
(8) En la cita de WO se ha suprimido
esta preposición «en».
(9) Dice JCM: «Así como en la entraña
del orden feudal se gestó el orden burgués, en la entraña del orden burgués
debía gestarse el orden proletario»
(10) «Uno de los rasgos más
caracterizados de la nueva literatura rusa es su épica. El género épico, que en
Occidente ha muerto, en Rusia resucita renovado. Los relatos de Babel, los
poemas de Tijonov, son las más vigorosas afirmaciones de este renacimiento.»
(1959-6, pág. 162). Para confrontar con las opiniones de Miguel Gutiérrez
relacionadas con el tema de la épica.
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