Contradicciones
Imaginarias y Reales
E.
V. Iliénkov
EL DOCTOR P. Medawar observa
dos enfermedades en la cultura espiritual contemporánea: el ‘poetismo’ y el
‘cientifismo’ (del término latino ‘scientia’1). El ‘poetismo’, según su
definición, es un estilo de pensamiento poético- ficticio que se entretiene en
la ‘ornamentación del lenguaje’, o, hablando en plata, en la charlatanería
grandilocuente.
El
‘cientifismo’, del que el profesor Medawar habla menos, es principalmente una
‘cientificidad’ deshumanizada, una ciencia conscientemente opuesta a todos los
valores e ideales ‘poético-ficticios’ (y, en realidad, a todos los valores e
ideales humanísticos). Se trata de esa misma ‘cientificidad’ con la que un
famoso ‘científico’ exclamó alegremente a la hora de la tragedia de Hiroshima:
‘¡Qué maravilloso experimento científico!’
Cada
una de estas dos enfermedades es una capacidad del sano intelecto humano
unilateralmente hipostasiada y envilecida. Y el doctor Medawar tiene razón al
considerar el ‘poetismo’ y el ‘cientifismo’ igualmente como productos muertos
de la desintegración del pensamiento científico y poético ‘normal’.
Pero
entonces aparece inmediatamente ante él la traicionera cuestión sobre este
mismo estatus ‘normal’ de la ciencia y el arte. Y a renglón seguido, la no
menos traicionera cuestión sobre las causas por cuyo vigor en algunas partes
tiene lugar la degeneración de la ciencia en ‘cientifismo’ y de la poesía en
‘poetismo’. Y este aspecto de sus meditaciones no puede sino despertar el más
vivo interés… y algunas objeciones.
El
doctor Medawar expresa de forma totalmente justa su insatisfacción con esa
representación del conocimiento científico que ya desde hace siglos es
predicada por el así llamado ‘inductivismo’, una teoría del conocimiento unilateral
y empírica que se encuentra especial y firmemente enraizada en suelo inglés.
Según esta concepción, la ciencia comienza desde la asimilación de hechos
aislados, tras lo cual el investigador halla en estos hechos algo común, separa
lo ‘común esencial’, lo fija mediante un término (concepto) y finalmente
construye a partir de dichos términos un sistema lógicamente no contradictorio,
una teoría, una ciencia.
El
desarrollo de la ciencia real ha demostrado claramente que esta representación
es de principio a fin un mito ingenuo, que la cosa no es ni de lejos tan
simple, y la filosofía clásica hace tiempo disipó las ilusiones del
‘inductivismo’ tras demostrar el rol activo que la imaginación juega en la
propia ‘contemplación’ de hechos y, especialmente, en el proceso de su
selección y procesamiento. La verdad se ‘toma’ al principio como la imagen de
un todo concreto. Dentro de los límites de esta imagen, la razón analítica
divide el todo en partes separadas para después reunirlas de nuevo en un único
concepto, en una teoría. La imagen poética (arte) es una idea formada mediante
la fuerza de la imaginación, y el concepto (ciencia) es la misma idea,
desplegada por la actividad del pensamiento.
Todos
estos argumentos aparecen ya en Kant y Fichte, y Schelling y especialmente
Hegel los transforman en una concepción completa del desarrollo del
conocimiento. Por supuesto, dicha concepción, con toda su tensa dialéctica, se
acerca mucho más a la verdad que los mitos infantiles del ‘inductivismo’
inglés.
Como
vemos, semejante comprensión no es en absoluto un ‘descubrimiento
contemporáneo’ que, además, ‘no pertenezca a nadie’. Es necesario recalcar esto
no solo en virtud del restablecimiento de la prioridad del autor. Mucho más
importante es que el citado descubrimiento ya en el segundo cuarto del siglo
pasado fue sometido a una transformación crítica muy fundamental, y se
introduce en la estructura de la filosofía científica actual con ajustes muy
severos, los cuales el doctor Medawar por alguna razón no menciona.
Ante
todo, estos ajustes aluden a la comprensión de las ideas como un estímulo
creativo inicial. No es correcto que la ciencia ‘empiece a partir de una idea
figurada’. Si para el propio científico la idea es el punto de partida de su
trabajo, entonces, desde un punto de vista superior (y la filosofía científica
obliga a asumir este punto de vista), es oportuna la pregunta: ‘¿Y de dónde
vienen las mismas ideas? ¿Qué son las ideas?’
Simplemente
decir que son los productos de la ‘capacidad creativa’, de la ‘energía creadora’,
de la ‘construcción de la imaginación’, etc. (y es que el doctor Medawar no nos
transmite más acerca de ellas), significa precisamente deshacerse del problema
más difícil con un sermón. Y lo que necesitamos es una respuesta exacta.
Dicha
respuesta nos la ha dado la filosofía científica. Y nos la ha dado precisamente
en el transcurso de la crítica al ‘descubrimiento’ (hegeliano) esbozado más
arriba. Marx y Engels explicaron la aparición de las propias ideas, es decir,
de los planos y ‘prescripciones’ en cuyo cauce siempre se desarrolla la
investigación científica y nacen las imágenes y los conceptos aislados que
concretizan estas ideas.
Las
necesidades reales que maduran dentro del organismo social siempre se expresan
en forma de ideas. No son estas las necesidades del individuo, sino de grupos
enteros, de masas de estos individuos. Son ellos precisamente los que ‘se
expresan a si mismos’ en la conciencia humana (también en la conciencia de los
científicos) bajo la forma de ideas. Esas mismas ideas, que a menudo los
propios científicos son propensos a tomar por el punto inicial de todo el
proceso de conocimiento, por productos del ‘libre juego de la mente’.
Sin
embargo, el marxismo va más a fondo en la búsqueda de las raíces y los orígenes
del movimiento del conocimiento. La necesidad, como prototipo de ideas, siempre
interviene en forma de tirante contradicción. Contradicciones entre personas,
entre clases de personas, entre los medios de su actividad, entre los métodos
de transformación de la naturaleza, entre las formas de tecnología, etcétera.
Y, al fin y al cabo, entre percepciones, teorías, conceptos. Atenazada en
contradicciones, la mente del ser humano busca una salida. Una idea es una
posible salida ‘inventada’, ‘percibida’ (es decir, localizada de momento solo
en la conciencia) más allá de los límites de la situación contradictoria, más
allá de las fronteras de la situación existente de las cosas y de los conceptos
que las expresan. Esto es la dialéctica como lógica y como teoría del conocimiento.
Si
se menosprecia la dialéctica, entonces queda únicamente un ‘metodología’
desnuda que vela exclusivamente por la corrección formal de las construcciones
teóricas y que es completamente indiferente a ‘las motivaciones y las metas’
del trabajo de los científicos, es decir, a la estructura y el contenido de las
ideas que (lo quieran o no) les gobiernan, dirigiéndoles como herramientas
ciegas. Semejante ‘metodología’ representa precisamente la teoría del
conocimiento del ‘cientifismo’ actual, esto es, del ‘espíritu de la ciencia’
sacrificado en la ‘formalina’ de las abstracciones y las fórmulas,
esencialmente indiferente a las necesidades y los padecimientos reales de las
personas vivas, así como al significado social de sus propios logros. Y
entonces, ciertamente, la ciencia ‘científicamente’ castrada se convierte en el
enemigo, en el competidor de cualquier poesía, la cual se mezcla ante sus ojos
con una ‘verborrea anticientífica’ a causa de los utópicos ‘deseos, objetivos y
esfuerzos’ de la humanidad. Para el ‘cientifismo’, la poesía se mezcla con el
‘poetismo’ y se desvanece cualquier posibilidad de distinguir la una del otro…
El
doctor Medawar se aparta clara e inequívocamente del ‘cientifismo’, pero el
reconocimiento ‘autocrítico’ final acerca de que – dice – nosotros, los
científicos, somos propensos a la cientificidad en virtud de nuestra
constitución, dudosamente se lo aplica a si mismo. Mientras tanto, el síndrome
del ‘cientifismo’ se aprecia definitivamente en algunas tesis de su artículo.
Esto
se manifiesta especialmente allá donde habla sobre la principal diferencia
entre la comprensión ‘científica’ y ‘artística’ de la verdad. Es cierto –
aunque demasiado general – que la mayor virtud de la ciencia es su concordancia
con la realidad, con ‘aquello que es en realidad’. Pero, ¿acaso con la poesía,
con la auténtica gran poesía, no sucede exactamente lo mismo?
El
asunto aquí, por lo visto, se halla en la estrecha comprensión de la ‘realidad’
de la que parte Peter Medawar. El hecho de que en este instante yo esté leyendo
un periódico y no paseando sobre la superficie lunar no es todavía ni de lejos
esa ‘realidad’ con la que tienen relación igualmente tanto la auténtica ciencia
como la verdadera poesía. ¿Qué significa ‘una esfera más amplia que la realidad’?
¿Tras qué límites comienza? ¿Tras los límites del momento dado? La verdad en la
ciencia no consiste en absoluto en el acuerdo entre la enunciación y el hecho
empírico aislado. Si la ‘realidad’ se comprende más amplia y concretamente, en
el sentido auténticamente científico, entonces liberar a la poesía de la
obligación de tener en cuenta a dicha realidad no es menos arriesgado que
obligar a la ciencia a la composición de utopías y mitos.
La
auténtica imagen artística tampoco es un ‘mito’ (por mucho que se lo parezca,
no solo al doctor Medawar, sino a muchos filósofos actuales), no es una simple
proyección de deseos, esfuerzos y metas subjetivas en la pantalla de la
realidad, sino precisamente una imagen de la realidad, alumbrada en aquellos
rasgos suyos que son importantes desde el punto de vista de las contradicciones
que han madurado dentro de la propia realidad y que esperan su resolución.
Frente
a la Realidad (con mayúscula), las obligaciones de la ciencia y la poesía son
exactamente iguales.
En
este punto, la concepción del doctor Medawar nos resulta especialmente
vulnerable, oscura y vaga. ¿Será porque la ‘poesía’ le parece más afín a la
mitología (a cualquier mitología, incluida la anticientífica, la religiosa) que
a la ciencia? ¿Será porque manifiesta una obvia indulgencia hacia el ‘poetismo’
en la poesía, en la literatura, considerándolo una ‘enfermedad insignificante’,
como una simple gripe, dándose cuenta al mismo tiempo que para la ciencia esta
enfermedad es mortal? A nosotros nos parece que el ‘poetismo’ en la poesía no
es en absoluto una manifestación de los excesos de la fantasía, de la fuerza
creadora de la imaginación, sino todo lo contrario, es el testimonio de su
carencia, de su incapacidad de hacer frente a la tarea de la comprensión figurativa-poética
de la realidad.
Y,
por supuesto, es ingenuo ver la causa de ambas enfermedades – tanto del
‘poetismo’ como del ‘cientifismo’ – en la fatídica influencia de los poetas
románticos y los filósofos
inductivistas. Sus raíces
yacen mucho más profundamente:
en la realidad social que nutre y cultiva estas mentalidades, en la forma de
división del trabajo que por lo general transforma a las personas en
competidores, contraponiendo clases a clases, profesiones a profesiones,
capacidades a capacidades; en la forma burguesa de división del trabajo, y de
ninguna forma en la ‘constitución’ innata de científicos y poetas.
Los
problemas planteados por el doctor Medawar son tremendamente serios. Es
especialmente importante aproximarse a ellos desde el punto de vista de la
dialéctica materialista.
La
ciencia y la poesía siempre han sido y siempre serán amigas dedicadas a la
misma cosa en común. Solo concurren entre ellos el ‘poetismo’ y el
‘cientifismo’, semejantes a ellas solo exteriormente, solo formalmente.
El
‘poetismo’ es el contagio de la ciencia por un veneno mortal infiltrado desde
el cementerio de la poesía, es la invasión no de un estilo de pensamiento
poético, sino del estilo de la poesía mala y enferma que muere de ‘poetismo’
(no es en absoluto una ‘enfermedad insignificante’).
Y lo
mismo pasa con el ‘cientifismo’. Poco hay que temer de la influencia de la
ciencia y del espíritu de la cientificidad en la literatura. Pero la influencia
de la cientificidad ‘científicamente’ degenerada, esto ya es otra cosa. Esta
influencia la puede experimentar un poeta e incluso un pintor, y entonces ella
empezará a producir ‘estructuras abstractas’ verbales o geométricas que no
tienen más relación con la poesía que la ‘ornamentación del lenguaje’ con la ciencia.
Pero
si estas monstruosas caricaturas de la ciencia y la poesía han conseguido en la
cultura espiritual actual (y entre paréntesis diremos, para más exactitud,
burguesa) una divulgación tan amplia que ya comienzan a confundirlas con sus
prototipos, entonces es más importante aún diferenciar claramente las unas de
los otros. Y solo se les puede diferenciar con la ayuda de la auténtica teoría
contemporánea del desarrollo del conocimiento científico, la dialéctica. Con la
ayuda de la teoría leniana del reflejo.
____________
(1) Aunque al lector le
pueda resultar evidente, Iliénkov hace esta aclaración porque el término ruso
para la palabra ‘ciencia’ (наука – naúka) no comparte origen latino con el
nuestro.
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