lunes, 1 de marzo de 2021

Literatura

Piedra Negra Sobre Una Piedra Blanca: Una Poética Dialéctica (*)

 

Julio Carmona

(Publico este texto como homenaje a César Vallejo en este mes en que se cumplen sus 129 años de vida. Es un texto que forma parte del tercer libro de la serie Vallejo para no iniciados. Una lectura de Poemas humanos).

 

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París y no me corro

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

 

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.

 

César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

 

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos...

(*) Es este el segundo soneto (de cuatro) del libro Poemas humanos que ha merecido, de parte de algunos lectores, una interpretación —sinceramente— pobre: que lo considera como premonitorio de la muerte del poeta, Yo pienso que, desde el título, se anuncia la integración —por oposición dialéctica— de lo particular dentro de lo general, de lo individual dentro de lo universal: el elemento particular lo negro cobra relieve sobre el elemento general lo blanco, es decir, «piedra negra»: el hombre en particular está «sobre una piedra blanca»: el mundo, que es lo general. En este poema vemos puesto de manifiesto el esperanzado humanismo vallejiano, el mismo que —genéricamente— es graficado por su famoso verso: «Hay, hermanos, muchísimo que hacer.» Podemos concluir diciendo que la crítica de la sociedad burguesa no obnubiló nunca la esperanza humanísima de nuestro poeta.

INTERPRETACIÓN del poema «Piedra negra sobre una piedra blanca»

Me moriré en París con aguacero, (1)

un día del cual tengo ya el recuerdo. (2)

(1) En este verso el locutor poético está «jugando» con una idea de dominio común: el Hombre sabe que morirá. Y si lo sabe el «Hombre en general», también lo sabe el «hombre en particular». Y esta idea de lo particular integrado en lo universal, lo individual en lo genérico, también se hace extensiva de manera paralela al «mundo particular», París, dentro del «mundo general», el universo, lo que se hace más definitorio si no se pierde de vista que París —por la época en que vivió nuestro poeta— era considerada todavía como la «Ciudad Luz» y, como tal, el centro del mundo cultural, es decir tenía el atributo de ser representativa del universo. Pero cabe agregar, en torno a esa visión integradora (dialéctica: del hombre y su entorno particulares, en el Hombre y su entorno generales), que ella lleva incluida la relación, fusionadora también, de la vida y la muerte en oposición dialéctica, lo que hace que no sea «ilógico», poéticamente (aunque para el sentido común sí lo sea), que el locutor poético estando en vida hable de su muerte como de algo que ya conoce. Lo que no viene a ser otra cosa que el «juego» dialéctico de la contradicción. Por otro lado, si no se obvia la acepción de ‘aguacero’ que el diccionario le asigna a este término, no solo con el significado denotativo de «agua de lluvia», sino como una imagen de «sucesos y cosas molestas, como golpes, improperios, etc., que en gran cantidad caen en una persona» (acepción ésta que se hará explícita en los versos del 9 al 12), veremos que tanto en el presente en que es enunciado el poema como en el pasado (e igual será en el futuro) el hombre (individual o universal) padece ‘golpes e improperios’, es decir que son mayores las agresiones que las gratificaciones en la pasión humana.

(2) La expresión «un día», de este verso, hace que la indeterminación del artículo «un» que modifica la tajante afirmación del hecho futuro: «me moriré» (del verso anterior), corrobora la idea de que el locutor poético está «jugando» con esa lógica, presentándola como ilógica: sabe que ocurrirá su muerte futura, como lo sabe todo el mundo; pero no sabe cuándo. Para, finalmente, en el mismo verso (2), volver a «jugar» con la paradoja de conocer ya —o tener el recuerdo de— algo que se dará en el futuro. Y, por eso, el locutor poético —como todos los hombres— conoce que morirá con aguacero en el mundo o en el lugar que represente a ese mundo. Y obsérvese que coincide con el lugar de residencia del autor; pero esto no debe apresurarnos a confundir al locutor poético con el autor, aunque el enunciado en primera persona así lo sugiera. Pero el uso de la primera persona «yo» es una técnica vallejiana que él mismo describe indicando que «El yo es más profundo y poético, tomado naturalmente como símbolo de todos.» (Contra el Secreto Profesional).1 Lo importante a destacar en estos dos primeros versos es la idea clave, dialéctica, que sugiere la intención temática a desarrollarse en el poema: Vida y muerte: la lógica de los contrarios.


Me moriré en París —y no me corro— (3)

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. (4)

(3) El paralelismo anafórico habido entre los inicios de este verso (3) y el verso (1): «Me moriré en París», refuerza nuestra propuesta del ‘juego lógico’ (de saber que uno se va a morir, y no de que se esté haciendo una «adivinanza» o una precognición), además de subrayar —con la reiteración— la sensación de me moriré como todos los días, es decir que el hombre particular muere como siempre, en su lugar particular (París, en este caso), como le ocurre al hombre en general que muere en el mundo, en general. Y, si continuamos con la propuesta de «absoluta lógica» (reforzada en el verso 3), la expresión subsiguiente: «y no me corro» vendría a ser, asimismo, un pleonasmo (y hasta una perogrullada), en tanto nadie puede correrse de la muerte; pero que, en el lenguaje coloquial elegido por el poeta, cobra un sentido de decisión vital, o sea: soy fiel a la vida y no me asusta la muerte, no me voy (‘de París’) del mundo, antes de tiempo, no me suicido, a pesar del aguacero de desgracias.

(4) Pero también, en estos dos versos, vemos que esa pasión futura (padecer la muerte), que ha sido establecida con absoluta seguridad desde el primer verso (por ser lógica), no es —o no puede ser— predicha con exactitud respecto al día de su acaecimiento, por eso es que se nos dijo que será un día (v. 2), y por eso, también (en el verso 4), se resuelve en una suposición «tal vez un jueves», y ya no con la forma de una afirmación tajante: «Me moriré» (vv. 1 y 3). Pero, cabe preguntar, ¿por qué, precisamente, jueves? Y la respuesta es una explicación por comparación: será un jueves como hoy. Pero es una comparación que reafirma eso que hemos llamado la decisión vital del poeta: no escapar de su realidad, de su presente, aunque éste sea comparable a la muerte: el morir de todos los días. Un presente que es, asimismo, como el otoño, gris, marchito, triste y que —continuando con la comparación— en relación con la vida es el período entre la plenitud vital y la vejez, que es el caso de la edad del poeta; como si se dijera que ese jueves es la antevíspera del fin de semana, pero es también la etapa de la vida que no ha llegado a la vejez. El locutor poético sabe que el hombre —promedio— muere antes de la vejez, entonces su yo es un símbolo de todos. Insistimos: el individuo integrado al universo.2


Jueves será, (5) porque hoy, jueves, que proso

estos versos, (6) los húmeros me he puesto

a la mala (7) y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo. (8)

(5) Y, por lo expuesto, considero que la afirmación rotunda con que se inicia el segundo cuarteto: «Jueves será», confirma el aserto de integración, en tanto con el verso precedente (4) nos había quedado la sensación de la duda: «tal vez un jueves», y vemos que con el verso 5 se empieza recusando esa suposición. Surgiendo otra vez la intriga de ¿por qué será jueves? Y la explicación sigue siendo el hoy, el presente («porque hoy jueves que proso/ estos versos»), es decir la misma razón que hemos visto en la suposición anterior: «jueves como es hoy» (v. 4); pero nótese que no es una razón superficial: el presente a que alude con el día jueves —ya he dicho— es el mismo que el de todos los días de su pasado (y será el mismo de su futuro).

(6) Pero, además, el locutor poético informa que en ese día jueves ‘él prosa / esos versos’ (resaltando un quehacer caro al poeta). Y aquí hay que destacar el encabalgamiento, pues con él queda en suspenso el significado del neologismo: «proso», con el que el sustantivo prosa ha pasado a cumplir función de verbo, pero —cabe preguntar— ¿en el sentido de ostentar —andar con prosa—, escribir prosa o vivir prosaicamente? Y nosotros creemos que son las dos últimas opciones: escribir, hacer prosa con los versos (contradictoriamente, porque prosa y verso son antitéticos), o sea que ese hacer prosa con los versos no es alusivo a una deficiencia poética —porque Vallejo es consciente del dominio de su oficio y, por ende, tampoco hay que tomar la expresión como un signo de modestia, aunque no sea descartable— sino porque escribir poesía —y más aún lírica— es un ejercicio difícil con el prosaísmo de la vida presente y atosigante que todo lo contamina (hasta los versos).

(7) Y esa sensación del presente opresor se reafirma con el elemento siguiente: «los húmeros», en el que, con otra paradoja, se nos dice que —en ese presente, cuyo prosaísmo todo lo contamina, hasta los versos— los huesos duelen (los húmeros no vienen a ser otra cosa que una metonimia: mencionar la parte por el todo, los húmeros por los huesos). Y lo lógico es pensar que sobre los húmeros se ponen las mangas de la camisa, acción que en este caso se transmuta en ponerse los húmeros, pero que lleva aparejada la connotación de vestirse, implicando el disgusto de hacerlo, porque —por ejemplo— el frío ambiente invita más bien a permanecer en cama, así que a disgusto —a la mala— ha tenido que vestirse, destacando el dolor de los huesos (los húmeros que la humedad del aguacero maltrata con toda la connotación de golpes que le hemos descubierto al aguacero).

(8) Pero todas las razones para reafirmar el porqué será en jueves que acaecerá la futura y ya prevista muerte, va a ser reforzada más aún en estos versos: «... y jamás como hoy [jueves] me he vuelto / con todo mi camino a verme solo». Hay que analizarlos detenidamente. Y, en principio, debe destacarse la palabra jamás, pues implica que ya ha habido antes algo (la soledad) que con ese «jamás» se exacerba: o sea que el presente de ese individuo, solo, en una ciudad, es la diagnosis del ser humano en la soledad mundial; como si se «tradujera»: El hoy, en que conozco ya más la vida, en comparación con el pasado, es mucho más insufrible, y no sólo para mí, individuo, sino para el Hombre, en general. Por otro lado, no puedo dejar sin explicar aquí un aparente error lexical que, mejor, podemos llamar una paradoja gramatical. Si se observa bien, la frase «me he vuelto» debería cumplir la función de enlazarse con la última frase del verso siguiente: «a verme solo» (ya que la expresión «con todo mi camino» viene a ser explicativa y, gramaticalmente, pasible de quedar en suspenso sin menoscabo del sentido de la proposición total), debiendo leer a aquélla así: ‘y, jamás como hoy, me he vuelto // a verme’, observándose una repetición, viciosa, del pronombre «me»; pero no hay que olvidar lo aseverado por Juan Ferraté: «El poeta no es nunca un alucinado, pero tiene que parecerlo cuando violenta el lenguaje común para expresar en él su interpretación de la realidad.» Entonces, se debe llegar a la conclusión de que la frase ‘me he vuelto’ adquiere una doble función:

a) la que la une con la frase inmediata: «me he vuelto/ con todo mi camino», asignándole el significado —espacial— de voltearse para mirar hacia el pasado con toda la carga de su vida, de su camino; como si dijéramos que cumple la función del verbo voltear3: ‘he volteado a ver mi camino’; y

b) la que la relaciona con la frase mediata: «(...) he vuelto// a verme solo», con el significado —interior— de verse hoy, desde la proyección introspectiva, en una soledad mayor que nunca, es decir, adoptando la acepción de «volver», es decir, haciéndolo equivalente a «repetir la acción»: ‘jamás he vuelto a verme solo’, o sea, jamás he repetido esta acción de verme tan solo.4


César Vallejo ha muerto, (9) le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

 

también con una soga; (10)

(9) Hasta el numeral anterior (8) he analizado los dos cuartetos del soneto. Y si en ellos se presenta la lucha de la vida (tesis) y la muerte (antítesis) en eterna contradicción, en los tercetos el conflicto dialéctico se resuelve en una síntesis magistral. Se observa, primero, que los tiempos, usados en los cuartetos y en los tercetos, sufren una transmutación muy singular: tanto el presente como el futuro de los cuartetos, se convierten en pasado y presente, en los tercetos. Y, por otro lado, el yo poético (yo moriré) de los cuartetos (que era, se dijo, integrador de todos) se convierte en él (él ha muerto) en los tercetos. O sea que el locutor poético pasa de la primera a la tercera persona, lo que es también paradójico, si desde el primer contacto de lectura se piensa que es la voz directa del poeta, corroborándose así la prevención de no confundir al locutor poético con el autor. Y, por otro lado, descarta también la interpretación de que el poeta esté refiriéndose a su propia muerte. Aunque, sí, está individualizando con mayor precisión el acontecimiento poético; pero, asimismo, está formalizando en la práctica artística la concepción dialéctica de unir los contrarios: lo particular en lo universal, en este caso. Ese autonombrarse particulariza el hecho, como si se nos dijera: ‘Este hombre, con estos documentos de identidad en los que además del nombre: César Vallejo, está —de manera connotativa— la nacionalidad: peruano; este hombre particular ha muerto’. Y pudo ser cualquier otro nombre (de otro ser humano, individual), pero creemos que Vallejo inscribe su nombre (aparte de las razones paradójicas y de necesidad poética intrínseca) también porque, como decía Unamuno, él podría haber dicho: ‘Disculpen que hable de mí, pero yo soy el ser humano que tengo más a la mano’. 

(10) Sin embargo, y no obstante esa individuación, el locutor poético además nos dice que antes de morir y durante toda su vida (‘en todo su camino’: en ese ‘jueves’ eterno) le pegaban «todos sin que él les haga nada;/ le daban duro con un palo y duro/ también con una soga.» Y, entonces, el padecer esos golpes de todos lo hace trascender su particularidad, porque esos golpes los sufre como hombre, como ser humano, y no sólo como individuo, y menos porque le hayan caído en el cuerpo, literalmente, sino en su humanidad, pues él es parte de la Humanidad: de toda la Humanidad, la que sufre (los oprimidos) y la que hace sufrir (los opresores); ambos grupos humanos —oprimidos y opresores— constituyen ese todos agresor denunciado. Todos le pegan: los opresores, por no dejar de golpear con el palo que es su símbolo represor, a los oprimidos con cuya soga, que es su símbolo de esclavos (los esclavos modernos del capitalismo), también le pegan al no rebelarse definitivamente contra esa opresión. Pero no se debe dejar pasar por alto, el uso —otra vez— de los verbos: ‘le pegaban (sin que) les haga nada’, porque el primer verbo está en tiempo pasado y el segundo en tiempo presente (subjuntivo). Esto que, para un lector ingenuo, podría pasar como un yerro gramatical (exigiendo, proba-blemente, para que exista la concordancia, la siguiente forma: ‘sin que él les hiciera nada’), viene a confirmar lo hasta aquí aseverado de la «lógica» inflexible con que se está manejando el locutor poético: le pegaban en un pasado que ha sido y sigue siendo presente, pues ‘el hombre vive muriendo’. Y por eso se ha visto en el segundo verso del poema que ya tenía el recuerdo de su muerte, que es lo que le pasa a todo ser humano, como se confirmará con los versos siguientes.


son testigos (11)

los días jueves (12) y los huesos húmeros, (13)

la soledad, la lluvia, los caminos...

(11) Como se ha visto en el terceto precedente, la constatación y aseveración de la muerte cotidiana del ser humano, para el locutor poético no es solo una hipótesis o una elucubración, sino un aserto definitivo; por eso, asegura tener testigos, como suele hacerse en el uso coloquial de la lengua y por eso creemos hallar cierto parentesco entre la expresión «son testigos» y las que ya hemos tenido ocasión de descubrir en los cuartetos (‘no me corro/ a la mala/ le daban duro’), en tanto en los diálogos cotidianos se suele jurar por algo o poner de testigo a alguien para dar mayor veracidad a lo aseverado. Pero contra lo que, lógicamente, se espera, luego del encabalgamiento (‘... son testigos//’), esos testigos no serán otros seres humanos, sino algunos «elementos» que, desde una lógica gramatical (o racional), están inca-pacitados para testificar, pero que poéticamente sí cumplen esa función de testigos, en tanto demuestran palmariamente la figuración dialéctico-poética planteada por el poeta (qué mejores testigos que las cosas que nos acompañan durante toda la vida), y que, por otro lado, son elementos que ya se han venido mostrando desde los cuartetos, siendo necesario analizarlos con precisión pues no constituyen una mera repetición, sino una síntesis poética.

(12) Obsérvese, en primer término, que en el elemento «los días jueves» la palabra jueves cumple la función de adjetivo (además pluralizado) y no de sustantivo (y en singular) como se vio que tenía en los cuartetos (un jueves/ jueves será/ hoy jueves), lo que hace que su significado también cambie y contribuya a cambiar el sentido del elemento todo, debiendo entenderlo como que se hace referencia a todos los días en que ‘se vive muriendo’ (bajo el sistema opresor del capitalismo), tomando el sentido que le estamos atribuyendo al poema de integrar lo particular en lo universal, fusionándolos en una unidad dialéctica de contrarios, siendo esta la fundamentación del quehacer poético del autor. 

(13) Y similar mecanismo poético —de transmutación— se puede observar con «los húmeros» del segundo cuarteto que, aquí en este terceto, dejan de ser sustantivo para cumplir, igual, la función de adjetivo, calificando —con su connotación aliterativa— a todos los huesos de estar padeciendo humedad (la humedad del aguacero que, ya hemos dicho, ha adquirido la significación de ‘golpes e improperios que en gran cantidad caen sobre una persona’) y por eso duelen, por eso uno siente que los está usando —que se los está poniendo— a la mala.

(14) Y, finalmente, el verso catorce (en el que —ley del soneto— debe concentrarse o condensarse la carga expresiva del texto total) está compuesto por otros tres elementos que ya han sido aludidos de manera singular en los cuartetos. Recordemos: lo solo (del verso 8) es la cualidad del individuo, lo particular dentro de lo genérico, que es la soledad (verso 14) y que es común al ser humano; del mismo modo la lluvia (verso 14) viene a ser la generalidad del aguacero (verso 1, no olvidemos la acepción del diccionario que ya dejamos consignada al analizar este verso y que lo presenta como una de las formas en que se da la lluvia), e igualmente el elemento los caminos  (verso 14) es la generalidad de ‘mi camino’ (verso 8): las vidas de todos en relación con la vida del locutor poético. Es así entonces cómo el autor Vallejo (en representación de cada individuo) se funde con el humano Vallejo (en representación de la humanidad) para universalizar lo particular o, a la inversa, para particularizar lo universal. Pero, asimismo, en el verso 14 se desestima cualquier interpretación apresurada que pueda atribuir al poema una tonalidad pesimista, en tanto en él en efecto se presenta una imagen del hombre en soledad pero sólo en cuanto esa es una realidad inherente a la sociedad moderna. Sin embargo, no debe dejarse pasar de largo el elemento solidario la lluvia (pues no olvidemos que «cuando llueve todos se mojan») que significa también una integración clasista de todos los que padecen ese «aguacero» de golpes o improperios, y el elemento los caminos que permite vislumbrar salidas colectivas para romper precisamente con esa soledad, estos elementos, pues, dejan entrever más bien una apertura hacia el optimismo de un futuro siempre perfectible.

______________

(1) Por eso, en el caso que nos ocupa, no se debe suponer que sea el autor quien se esté proponiendo hablar de su muerte (aunque posteriormente la coincidencia llegara a sugerirlo así) puesto que siendo un «absurdo» poético y como tal aceptable, como razonamiento ideológico no lo es. Máxime si el mismo Vallejo se encargó de refutar esa interpretación, en tanto él expresamente, en su libro El arte y la revolución, dijo que: «la anticipación expresa y rotunda de hechos concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujería barata y es cosa muy fácil. Basta ser un inconsciente con manía de alucinado. Así hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que anuncian.» Por eso, podemos decir que se equivocan quienes creen ver en este poema una precognición de su muerte. Y más aun lo hacen quienes pasan de esa suposición a decir que CV se equivocó en ciertos detalles o cosas muy puntuales, como escribió Mariella Checa respecto de que no fue jueves sino viernes el día de su muerte. Y concluye, textualmente: «Se equivocó». Y aun agrega: «En eso, como también en omitir un dato que si bien frente a la grandeza de su obra y de su figura pierde trascendencia, ha sido origen de uno y mil debates y discusiones: el motivo de su muerte». («El misterio en la muerte», en: El peruano, Revista especial, Lima: 16 de marzo de 1992, p. 2.) Y aun cuando Antenor Orrego escribiera que CV «poseía extrañas facultades premonitorias», esta aseveración no pasa de ser una especulación, puesto que se basa en una experiencia que le suele ocurrir a muchas personas y que se conoce como el deja vu (ya lo vi) de los franceses: de tener la sensación de estar viviendo algo como que ya ha pasado. Y Orrego refiere que el mismo CV le había dicho: «Asisto en ciertos momentos inesperados —me expresó en una ocasión— a escenas vividas que no me han ocurrido, como si las recordara y que me llenan de terror porque creo estar loco». («Mi encuentro con Vallejo», en: El peruano, Revista especial, Lima: 16 de marzo de 1992, p. 4).

(2) Sin embargo, no podemos dejar de subrayar la tendencia del poeta a pasar de afirmaciones rotundas a enunciados imprecisos (me moriré - un día / que ya conozco - tal vez un jueves), constituyendo ello una muestra palmaria del estilo dialéctico de Vallejo: avanzar por contradicciones, contraponiendo contrarios para ir formando una unidad con ellos.

(3) Como el «vuelve los ojos locos» del poema «Los heraldos negros» del libro del mismo título.

(4) Precisemos, primero, antes de continuar, que ese trabajo de síntesis poética, que abarca «la unidad esencial de expresión» y «la unidad esencial de concepción» (Jorge Guillén) aun transgrediendo el rigor gramatical, le sirve a nuestro poeta para acceder mejor a las profundidades de la vida. Y, en segundo término, debemos decir que el resumen conclusivo de los dos cuartetos vendría a ser un planteamiento de lucha de contrarios, la vida y la muerte en contradicción permanente: el ser humano que está en la vida pero que ha de morir en el mundo, constituyendo ambos (ser humano y mundo) la totalidad, es graficado en el individuo que morirá en París (siendo, ambos, la parte), es decir el «yo» que representa a «todos», y, en ambos casos, golpeados por una lluvia inmisericorde y prosaica, ajena a la poesía (la creación) que es la razón de ser del ser humano.

 

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