La Verdad Como Proceso.
La Hipótesis Científica es la Forma del Desarrollo del
Conocimiento Hacia la Verdad Objetiva*
P. V. Kopnin
LA INTERPRETACIÓN IDEALISTA
de la esencia de la hipótesis, la negación de su contenido objetivo no sólo
tiene raíces de clase, sino también gnoseológicas, que fueron descubiertas por
Engels y Lenin. Engels escribía:
“La abundancia de las hipótesis que se abren paso aquí y la
sustitución de unas por otras sugieren fácilmente –cuando el naturalista no
tiene una previa formación lógica y dialéctica– la idea de que no podemos
llegar a conocer la esencia de las cosas…”1 Lenin, al poner de
manifiesto las causas del idealismo físico, enunciaba en calidad de segunda
causa “… El principio del relativismo,
del carácter relativo de nuestro conocimiento, principio que se impone a los
físicos con singular vigor en este periodo de trastorno de las viejas teorías
que, unido a la ignorancia de la
dialéctica, lleva fatalmente al idealismo.”2
Vemos, pues, que Engels y Lenin consideraban que el
relativismo, unido a la ignorancia de la dialéctica (cuando falta una
preparación lógica y dialéctica) lleva al idealismo, a una comprensión
deformada de la esencia del conocimiento. En relación a la hipótesis éste se
expresa concretamente en la negación de que la hipótesis refleja de un modo
absoluto objetivo, la realidad. Los intereses de clase de los filósofos y
científicos burgueses afianzan y mantienen esta interpretación deforme de la
esencia del saber humano.
Las especulaciones idealistas en torno a la hipótesis y el
carácter del conocimiento en ella contenido se deben a su complejo carácter
como forma de conocimiento.
El filósofo acostumbrado a pensar al modo metafísico, es
decir, bien una cosa, bien otra, se encuentra en un callejón sin salida en este
complejo fenómeno donde la fórmula resulta inaplicable. Para él, la verdad y la
mentira son siempre y en todas partes absolutamente opuestas, por lo cual
considera todo juicio (o cualquier otra forma discursiva) ya absolutamente
verdadero, ya absolutamente falso. Sin embargo, el planteamiento de la cuestión
en la forma de lo uno o de lo otro, es válida únicamente para juicios ya
formados, definitivos, con referencia a los cuales puede decirse en realidad si
son verdaderos o falsos.
Cuando un filósofo que sólo piensa en forma de o lo uno o lo
otro, se enfrenta con la hipótesis y tiene que resolver si es verdadera o no,
al ver que su fórmula no le sirve, cae en el idealismo y niega la veracidad
objetiva de las hipótesis científicas.
Para saber qué clase de conocimiento nos proporciona la
hipótesis debemos comprender, ante todo, los siguientes factores: 1) la verdad
como proceso; 2) las interrelaciones de la verdad y la demostración. La
solución de estos dos problemas sólo la proporciona la dialéctica materialista.
La gnoseología marxista demostró la existencia de la verdad
objetiva, es decir, de un conocimiento cuyo contenido no depende de la
conciencia humana. Sin embargo, la verdad objetiva no es posible como un estado
inanimado, como el resultado definitivo del conocimiento, sino como un proceso
dinámico del pensar. “La coincidencia del pensamiento con el objeto –escribía
Lenin– es un proceso: el pensamiento
(=hombre) no debe representarse la verdad en forma de un reposo exánime, de un
cuadro (imagen), simple, pálido (opaco), sin aspiración, sin movimiento, como
un genio, como una cifra, como un pensamiento abstracto.”3 Al margen
de la dinámica del pensamiento es imposible hablar de la verdad objetiva; la
verdad considerada al margen del conocimiento –que se convierte en objetivo y
absoluto tan sólo en su dinámica– adquiere el místico carácter de una
revelación sobrenatural.
La verdad, como proceso, engloba naturalmente determinados
resultados, sin los cuales este proceso es inconcebible. Pero lo mismo, que el
movimiento no es una suma de reposos, tampoco la verdad, como proceso, es un
simple conjunto de resultados. Reducir la verdad a resultados aislados del
conocimiento o a su suma significa tan sólo que el conocimiento es discontinuo;
pero la negación de que en el proceso del conocimiento se producen determinados
resultados nos lleva a la idea de que la finalidad de la dinámica del pensar es
el propio movimiento.
La verdad es un proceso que comprende determinados
resultados; ellos constituyen los elementos de este proceso. Comprender el
significado, el contenido de estos resultados significa determinar su lugar en
el avance del pensamiento hacia la verdad objetiva. Desde estas posiciones debe
enfocarse la hipótesis cuando se trata de determinar el conocimiento emprendido
en ella en su relación con el mundo objetivo.
La filosofía metafísica especulativa que considera la verdad
como un estado petrificado, que interpreta dogmáticamente el conocimiento, se
muestra totalmente incapaz de responder a la pregunta de si la hipótesis
proporciona un conocimiento objetivamente verídico del mundo. Comprende que la
hipótesis no proporciona un conocimiento definitivo del objeto y, por lo tanto,
la hipótesis y la verdad son para ella absolutamente incompatibles (si es
verdad no es hipótesis, y si es hipótesis, entonces, naturalmente, no es
verdad). Debido a ello, las hipótesis se excluyen de la ciencia como algo
imperfecto, no verdadero. Mas en este caso la propia ciencia se empobrece
extraordinariamente, ya que su desarrollo está vinculado a la formulación de
nuevas y nuevas hipótesis (las ciencias están rodeadas de un enjambre de
hipótesis). Y todas estas búsquedas de verdades definitivas conducen a los
metafísicos, en última instancia, a la deducción agnóstica de que la verdad es
inalcanzable.
La filosofía metafísica, una vez convencida de que sus
búsquedas de la verdad, al margen de la aprehensión del objeto por el
pensamiento, son vanas, llega al relativismo. El dogmatismo y el relativismo no
son concepciones opuestas en la teoría de la verdad, sino dos modos de su
enfoque metafísico. Como nuestro conocimiento es un proceso vinculado a la
sustitución de unas hipótesis, por otras, no puede hablarse de verdad alguna.
En la hipótesis y en su sustitución se expresa con la máxima claridad que el
pensamiento científico constituye un proceso. El relativismo comprende esto muy
bien, pero lo interpreta subjetivamente. Las hipótesis y su sustitución
constituyen la trayectoria del conocimiento en la esfera de las
representaciones puramente subjetivas del objeto: una visión del mundo es
reemplazada por otra más cómoda y prácticamente ventajosa para el sujeto.
La dialéctica muestra que la dinámica del pensamiento, en
general, y en la forma de la sustitución de las hipótesis, en particular,
significa que cambia su contenido objetivo. Durante este proceso, el
pensamiento va aprehendiendo los fenómenos, las hipótesis, sigue el camino de
la aprehensión del contenido objetivo. Por ello, cuando se plantea el problema de
si es la hipótesis la forma de expresión de un conocimiento objetivamente
verídico, se quiere decir el desarrollo del pensamiento en la hipótesis sigue
el camino de la aprehensión del contenido objetivo o si las hipótesis y su
sustitución se hallan al margen de la aprehensión del objeto por el
pensamiento. Para un dialéctico materialista es de todo punto indudable que la
hipótesis científica nace y se desarrolla debido a la necesidad de conseguir un
conocimiento objetivamente verídico sobre el mundo; gracias a las hipótesis se
conocen las propiedades y las leyes objetivas.
La hipótesis, como proceso de desarrollo del pensamiento
comprende, como elemento suyo, determinados resultados, un sistema de tesis
relativamente definitivas. Por lo cual, tanto con respecto a la hipótesis en su
conjunto como en relación a sus diversas tesis, cabe lógicamente plantear la
cuestión de su contenido objetivo, es decir, en qué medida han aprehendido las
cosas, los procesos de la realidad que existen al margen de nuestra conciencia.
La hipótesis, lo mismo que las demás formas de conocimiento,
es el reflejo del mundo material en la conciencia del hombre, la imagen
subjetiva del mundo objetivo. La hipótesis científica proporciona un
conocimiento objetivamente verídico de las leyes del mundo exterior; su
contenido no depende ni del individuo ni de la humanidad, no es una ficción, ni
un símbolo, ni un signo taquigráfico, ni un patrón lógico, ni un instrumento de
trabajo, ni una selva que rodea el edificio de la ciencia, ni tampoco sus
muletas, sino una copia, una fotografía de los objetos, de los fenómenos del
mundo material y de las leyes de su movimiento.
La hipótesis, lo mismo que en cualquier otra forma de
conocimientos objetivamente verídicos del mundo exterior, no es una copia
fotográfica de la realidad, sino un proceso activo y creador de reflejo del
mundo.
La objetividad del contenido es la propiedad inalienable de
la hipótesis científica, que la distingue de toda suerte de teorías y ficciones
fantásticas, con las que operan la religión y la filosofía idealista. Además,
entre las diversas formas y clases de hipótesis científicas no hay ninguna
diferencia, ya que su fuente y su contenido son objetivos. Se diferencian tan
sólo por la plenitud con que abarcan el objeto, por el grado de exactitud con
que lo reflejan y por el nivel de su aprehensión de la naturaleza objetiva del
objeto.
Incluso las versiones, que son construcciones hipotéticas
provisionales, reflejan determinados aspectos de los fenómenos de la realidad
objetiva. Si la versión no reflejase algunos aspectos del proceso o del
fenómeno que se estudia, no contribuiría al avance de nuestro conocimiento en
la aprehensión de la naturaleza objetiva del objeto. Tanto más objetiva por su
contenido es la hipótesis científicamente argumentada.
En cada hipótesis es preciso diferenciar dos aspectos: 1) qué
refleja en el mundo objetivo y con qué exactitud; 2) qué perspectivas ofrece
para el progreso ulterior del conocimiento científico. Como vemos, lo segundo
depende de lo primero. El grado de la veracidad objetiva de la hipótesis
determina su eficacia y su capacidad de trabajo. Cuanto mayor sea el contenido
objetivo de la hipótesis, tanto más fértil será y, por el contrario, las
hipótesis que no contengan un conocimiento suficientemente objetivo y verídico
sobre el objeto, no abrirán amplios horizontes para el desarrollo de la ciencia
y sobre su base no se descubrirán nuevas leyes, nuevos hechos, etcétera.
El investigador, por sí sólo, no puede decidir lo que no es
objetivamente verídico en la hipótesis por él enunciada; esto lo establece el
curso del desarrollo ulterior del conocimiento. Por ejemplo, hoy día desde las
posiciones de la teoría moderna de la luz vemos con toda claridad lo que era
objetivamente cierto en la hipótesis mecánica (corpuscular y ondulatoria) y
electromagnética. También vemos con la misma claridad las fallas de estas
hipótesis, su carácter unilateral, que nos alejaban de la naturaleza objetiva
del objeto. Pero también nos es indudable que el desarrollo del conocimiento
sobre la naturaleza de la luz en forma de hipótesis que se sustituyen unas a
otras, expresaba la dinámica del conocimiento hacia la verdad objetiva,
contribuía a poner de manifiesto la naturaleza de este fenómeno tal como es en
realidad, al margen de la conciencia humana. Cada una de estas hipótesis fue un
elemento, un resultado de este proceso en una u otra etapa del progreso de la
ciencia, reflejaba determinados aspectos del objeto, pero era limitada por
cuanto el propio objeto era más rico y poseía mayor contenido que cualesquiera
de ellas.
El ejemplo de la hipótesis científica nos muestra con
peculiar evidencia el carácter relativo de la oposición de lo verdadero y lo
erróneo en un sentido y lo absoluto en otro. Engels escribía: “Verdad y error,
como todas las determinaciones de pensamiento que se mueven en contraposiciones
polares, no tienen validez absoluta más que para un terreno extremadamente
limitado, como acabamos de ver… En cuanto que la aplicamos fuera de aquel
estrecho ámbito antes indicado, la contraposición de verdad y error se hace
relativa y, con ello, inutilizable para un modo de expresión rigurosamente
científico.”4
Debemos distinguir la verdad del error, ya que su confusión
conduce a sustituir lo objetivamente verídico por lo erróneo. En un sentido
determinado, la verdad es la verdad, pero la verdad, como proceso dinámico del
pensamiento, no excluye la posibilidad del error, de que el pensamiento se
aleje, se aparte de la realidad. La verdad es un proceso en la trayectoria del
pensamiento que, pese a incluir en sí la posibilidad de equivocarse, sigue el
camino del reflejo objetivamente verdadero de la realidad. El error, en
oposición a la verdad, sigue el camino de la deformación, de un reflejo
deformado de la realidad. Y en este sentido, teniendo en cuenta la tendencia
del pensamiento, la verdad y el error constituyen procesos opuestos, aunque lo
verdadero contenga y revele más tarde sus aspectos erróneos y lo erróneo
comprenda algunos elementos verdaderos.
En toda hipótesis científica hay un contenido objetivamente
verídico y también elementos erróneos, en los cuales la realidad aparece
deformada y dogmatizada. Y en algunas hipótesis es muy reducido el factor
objetivamente verdadero, sobre todo cuando se trata de hipótesis aparecidas en
las primeras etapas del desarrollo de la ciencia; por ejemplo, las hipótesis
del calórico, del flogisto, etc. Creemos, incluso, que, en general, eran un
error de la mente humana ya que el factor objetivamente verídico contenido en ellas
es minúsculo desde el punto de vista de la ciencia moderna. Sin embargo, esta
manera de enfocar la apreciación de los resultados científicos es errónea. No
puede compararse una hipótesis científica, por muy inmatura que sea, con una
ficción religiosa o con las especulaciones de la filosofía idealista de acuerdo
con rasgos puramente cuantitativos (es decir, por el número de sus tesis
objetivamente verídicas). Si tomamos como criterio este planteamiento puramente
cuantitativo, se perderá de hecho toda diferencia entre lo verdadero y lo
erróneo, y tendremos que deponer las armas ante el relativismo. En este caso,
la hipótesis del flogisto y el mito de la vida y las actividades de Mahoma o de
Buda vendrían a ser equivalentes para nosotros (en la primera en todo, ni mucho
menos, es verdadero y, en la segunda, no todo es absolutamente falso; nadie ha
calculado el número de juicios acertados en la primera y en la segunda). La
filosofía positivista incita a esta comparación cuantitativa y nos conduce
inevitablemente, a través del relativismo, al idealismo y al fideísmo.
Como la verdad, desde el punto de vista de la dialéctica
materialista, es un proceso, debe interesarnos, ante todo, la calidad de este
proceso, su tendencia fundamental, la dirección en que se desarrolla el
conocimiento. Desde este punto de vista la hipótesis del flogisto expresa para
nosotros la verdad objetiva, accesible a la ciencia de aquel entonces, y los
diversos mitos religiosos, el error de la razón humana. Para nosotros no tiene
importancia esencial conocer el número de tesis falsas en la primera y de tesis
verdaderas en los segundos. En el sentido gnoseológico lo único que tiene
importancia de principio es saber si uno u otro sistema de tesis contribuye a
descubrir la naturaleza objetiva del fenómeno, a conocer las leyes de su
movimiento, o bien si va dirigida a deformar la realidad, si procura separar el
pensamiento del objeto, de sus propias cualidades y leyes. Aquí es donde la
diferencia entre la hipótesis científica y la ficción religiosa adquiere
carácter de antítesis entre la verdad y el error y se hace absoluta. Pero si
estudiamos un pensamiento, una hipótesis científica, por ejemplo, que en su
trayectoria trata de aprehender la naturaleza objetiva del propio objeto,
veremos que en ella la antítesis de la verdad y del error tiene carácter
relativo, por cuanto la propia hipótesis es limitada, tiene errores y refleja
aproximadamente el proceso; el curso ulterior del conocimiento pone de
manifiesto que la realidad se refleja en la hipótesis de un modo incompleto,
unilateral e incluso deformado. Por ejemplo, tomemos la hipótesis del éter que
desempeñó un papel esencial en la física del siglo XIX. Es indudable que esta
hipótesis reflejaba ciertos aspectos objetivos de la naturaleza, contenía
elementos verdaderos. Pero la ciencia de principios del siglo XX descubrió sus
lados erróneos. ¿Significa esto, acaso, que la hipótesis del éter es una
ficción a semejanza de la mitología cristiana, un error de la mente humana?
Claro que no. Por el contrario, su formulación es un testimonio de que la
física trataba de aprehender las leyes objetivas; pese a su limitación, esta
hipótesis poseía contenido objetivo. Esto se hace particularmente visible
ahora, cuando la ciencia retorna, en forma nueva y en una nueva fase, a ciertas
ideas del éter como algo que llena todo el medio material. Así, pues, lo
verdadero ponía de manifiesto su aspecto erróneo y aquello que parecía erróneo
de nuevo significado verdadero. En esto se manifiesta el carácter relativo de la
oposición entre la verdad y el error que demuestra la índole dialéctica del
desarrollo del conocimiento científico. Pero se trata de una oposición interna
del proceso dinámico del pensamiento en su camino hacia la verdad objetiva. No
debe confundirse de ningún modo con la oposición de la verdad y el error cuando
se comparan dos procesos distintos: el avance del pensamiento científico (con
todos sus conceptos, hipótesis, etc.) y las teorías seudocientíficas, dirigidas
a deformar la realidad; el primero, que significa un cambio en el contenido
objetivo del pensamiento, sigue el camino de la verdad objetiva; en el segundo
se sustituyen de manera arbitraria, subjetiva, las representaciones y se sigue
un camino erróneo. La hipótesis científica desarrolla el pensamiento en la
primera dirección y por ello es la forma de un conocimiento objetivamente
verídico del mundo.
___________
(*) Tomado de P. V. Kopnin, Hipótesis y verdad, Editorial Juan
Grijalbo, Colección 70, capítulo 2, parte 2.
(1) F. Engels, Dialéctica de
la naturaleza, Ed. Grijalbo, México, pág. 205.
(2) V. I. Lenin, Materialismo y Empiriocriticismo, Ed.
Grijalbo, México, ed. cit.
(3) V. I. Lenin, Obras, t.
38, pág. 186.
(4)
F. Engels, Anti-Dühring, Ed. Grijalbo, México, D. F., 1964, pág. 80.
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