Vallejo Para no Iniciados XV
Julio Carmona
VOY
A COMENTAR una opinión que hace André Coyné sobre los escritos en prosa de CV.
Dice:
«Media un abismo entre la poesía de Vallejo y sus
demás escritos.1 El abismo en sí es revelador y nos interesa como
tal. [a] Las crónicas que en 1925, 1926 o 1927, el autor de Trilce manda
desde París a revistas limeñas [b] reflejan una voluntad de orden, más aún, de
autenticidad, que dicta los juicios sobre los hombres y las obras. [c] Esa
voluntad, si bien acierta a definir valores ya seguros —desde Baudelaire y
Dostoievski hasta Proust y Reverdy— se equivoca cuando denigra, por ejemplo, al
surrealismo o a la primera novela de Bernanos» [d].2
a)
«Media un abismo entre la poesía de Vallejo y
sus demás escritos. El abismo en sí es revelador y nos interesa como tal.»
Si bien, es cierto, esta no es una aserción privativa del señor Coyné (hay
otros que corean lo mismo, aunque no con tanta asertividad3, casi
apodíctica), la afirmación de Coyné tiene el plus de la ‘agresividad pasiva’
(como ya lo destaqué en la explicación de la palabra ‘asertividad’). Porque eso
de establecer la existencia de un abismo
entre dos medios no comparables —el verso y la prosa— es, por decir lo menos,
una hipérbole infeliz. Y lo peor es que se haga como una verdad que no necesita
demostración, sin el sustento debido. Y ya establecida como tal verdad se puede decir todo lo que se
quiera4, hasta una tautología, como la frase que la sigue: que «el abismo en
sí es revelador». Obvio, si se demuestra
que hay tal abismo, pues, tiene que ser revelador (a no ser que —como en este
caso— esa demostración brille por su ausencia, basada solo en la creencia de
que el lector así la asumirá, sin chistar). Y la frase que sigue: «y nos
interesa como tal», sorprende, no por
ser redundante —como la precedente— sino por su ambigüedad, porque cabe
preguntar: ¿Qué es lo que le ‘interesa como tal’: el abismo en sí, o lo que
revela? Si es lo primero pues, entonces, tendrá que demostrar el porqué es tal abismo. Y si es lo segundo, que diga
también qué es ‘lo que revela’. Sin embargo, como veremos a continuación,
ninguna de esas cuestiones es puesta en evidencia, y solo se verá que usa la,
previamente, «devaluada» prosa de CV para llevar agua a su molino.
b)
«Las crónicas que en 1925, 1926 o 1927, el autor de Trilce manda desde París a revistas limeñas
(…)». Nótese en el comienzo de
esta proposición que —contra lo que uno espera: que sea la respuesta a las
cuestiones surgidas— está sesgando su afirmación primigenia, pues en esta ha
comparado la poesía de CV con todos «sus demás
escritos»: es decir, todo lo que no es poesía o verso, sino todo lo que está en
prosa —aunque seguro exceptúa a los poemas en prosa—; pero a lo que se refiere,
en particular, es a sus crónicas, y reducidas a las que escribiera en los años
25, 26 y 27: y esas crónicas no son todos
«sus demás escritos».
c)
Y lo que sigue, y completa la proposición anterior
que dejé en suspenso: «… reflejan una voluntad de orden, más aún, de
autenticidad, que dicta los juicios sobre los hombres y las obras.» ¡sorpresivamente:
no es una calificación negativa! Todo lo contrario o, al menos, releva algunos
méritos atendibles: porque dice que es una prosa de orden y autenticidad, y
que sirve de medio a una voluntad que
‘dicta juicios sobre hombres y obras’.
d)
Pero, sin mucho requilorio. Salta la liebre: «Esa
voluntad, si bien acierta a definir valores ya seguros —desde Baudelaire y
Dostoievski hasta Proust y Reverdy— se equivoca cuando denigra, por ejemplo, al
surrealismo o a la primera novela de Bernanos». Es decir, Coyné conviene en que
está bien que ‘defina a valores ya seguros’, pero, a pie juntillas, agrega que
«se equivoca cuando denigra». ¡Guarda!: «denigra» es una palabra bastante
fuerte que, atribuida a la voluntad de CV, es una imputación —a su vez—
denigrante. Asumiendo solo las
acepciones del diccionario: «1. Decir cosas negativas en contra del buen
nombre, la fama y el honor de una persona; 2. Dirigir a una persona insultos o juicios
despectivos», no son —de ninguna manera— aplicables a la voluntad de CV. Y es
preciso descartar el infundio, citando la única referencia que CV hace de
Bernanos en sus crónicas Desde Europa:
«A este respecto he de citar un libro tremendo,
“Bajo el Sol de Satán” que acaba de publicar Georges Bernanos y que toda la
crítica francesa reputa como una obra genial. En ese libro hay párrafos
espantosos. Se trata de lo que acabo de expresar: del tormento místico de
nuestra época. Para una mentalidad clara, despreocupada y amiga del sport, esta
novela ha de parecer una úlcera terrible. Yo mismo no he podido sustraerme a la
repulsión de ese libro. Me ha dado náuseas. No, precisamente, porque se trate
allí de un gran motivo religioso, a la manera medioeval, sino tal vez porque el
señor Bernanos no ha sabido tratarlo. ¡Qué magnífico flanco para una gran obra:
Dios! ... ¡La dicha eterna! ... ¡La manera de llegar a ella! ... ¡Las fuerzas y
direcciones del espíritu! ... ¡Las fuerzas y direcciones del cuerpo! ... ¡Las
lóbregas encrucijadas y los sutiles y perlados crepúsculos del infinito!...
Pero el señor Bernanos olvida que estamos en 1926 y no en el año en que
murieron Abelardo y Eloísa, ni siquiera en los días de León Bloy. Su profundo
anacronismo psicológico le ha perdido, y “Bajo el Sol de Satán” no podrá lograr
abrir la brecha espiritual que necesita nuestra época. A estos muchachos que
se han muerto de todos los dolores, de todas las miserias y de todas las
tragedias humanas en 1914, no
se les podrá tocar el corazón sino mostrándoles otros dados del destino, otras
posibilidades de ascensión, más inmediatas, más humanas, más universales, que
las posibilidades encuadradas dentro de una sola disciplina religiosa, ésta o
aquélla. El rostro de Satán habría que buscarlo fuera de la iconografía
católica; las llagas del mártir habría que buscarlas en otra cintura que no
fuese la del abate Donissants.
Estos mozos de ahora han visto ya a Satán en las
trincheras y a los santos penitentes en
la Cruz Roja.
¡Señor León Daudet! ¡Voto por el gran espíritu
católico de usted! Pero permítame tomar mi sombrero y alejarme sin ruido del
templo, antes de darme cuenta de que el nuevo cura de Ars, de M. Bernanos, ha
fallecido de martirio, en la sombra propicia del confesonario.
¡Mi generación pide otra disciplina de la vida!...»5
Y es la única crítica que CV hace a
dicha obra de Bernanos. Y en ella no se aprecia nada de denigrante ni para el
autor ni para la obra. No se extralimita fuera de ella. Solo la confronta con
el referente que debió tomar en cuenta en ella. Y, por lo demás, el señor
Bernanos —si pudiera— se sentiría halagado de que CV se ocupara de una obra que
ya no existe, igual que el señor Bernanos. Pero Coyné ha considerado esa
crítica de CV como si se la hubiera hecho al Espíritu Santo. Y, una vez más, no
sustenta lo que afirma: no dice por qué esa crítica resultó ser «denigrante»
(al menos para su parecer). Por lo tanto, si no se ponen las pruebas para que
una acusación sea considerada denigrante —desde el punto de vista judicial— esa
acusación es falsa o difamatoria. Pero estamos tratando de juicios literarios y
en ellos quienes los ejercen resultan ser inimputables, aunque sí pueden ser
contradichos o refutados, o, si no, temperados por quien los emitió. Y es así
que André Coyné consiente en admitir los aciertos de la «voluntad del juicio
crítico» de CV, y dice:
«Por cierto, tiene razón el cronista en censurar,
en la nueva poesía latinoamericana “a base de palabras o metáforas nuevas”,
mucha “pedantería de novedad” y en querer disociar a los poetas simplemente
novedosos de los realmente nuevos; [a] solo que, llegado el caso de especificar
nombres, enzarza6 entre los primeros a Neruda, Borges y Maples Arce,
[b] y les opone como dechado de los segundos al solo Pablo Abril de Vivero7,
y eso por “la humana hermosura de (su) llana elocución y de (su) rara virtud de
emocionar» (Ibíd.) [c]
a)
Como ya dije antes,
Coyné admite lo positivo del juicio vallejiano, relacionado con lo que está
ocurriendo en el quehacer poético de su momento, dominado básicamente por el
vanguardismo, y, asimismo, reconoce que en oposición a este releva a otro
quehacer poético que se yergue, potencialmente, contra el ímpetu arrollador del
primero.
b)
Pero —y en seguida—
Coyné precisa cuáles son los poetas cuestionados por CV: Neruda, Borges y
Maples Arce; sin embargo, no se cura en salud pues no es eso lo que él hace (no
pone pruebas, no presenta nombres) para que pueda sustentar lo que afirma. Y
cuando lo hace —como en este caso— confunde los términos, porque cuando CV
menciona a los citados por él no es que los esté devaluando. Solo señala que
esos poetas de Hispanoamérica no están haciendo otra cosa que seguir a los que
están de moda en París, y así dice: «Un verso de Neruda, de Borges, de Maples
Arce, no se diferencian en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy», es
decir, que está cuestionando el seguidismo que esos poetas hacen de la
tendencia formalista, descuidando las esencias de su realidad. Por eso, CV
agrega: «En Chocano, por lo menos, hubo el barato americanismo de los temas y
nombres. En los de ahora, ni eso» (op. cit, 1987: 204). Es más, CV cuando se
refiere a Borges pone como ejemplo a su Fervor
de Buenos Aires, y no a toda su obra (como sí lo hace Coyné con todos los
«demás escritos» de CV), y dice CV que Borges «ejercita un fervor bonaerense
tan falso, como lo es el latino-americanismo de Gabriela Mistral y el
cosmopolitismo a la moda de todos los muchachos americanos de última hora» (p.
205).
c)
Y lo mismo que he
dicho en el apartado precedente se puede decir de lo que Coyné considera
desfasado por referirse a Pablo Abril de Vivero, estimo que considerando
erróneo el énfasis puesto por CV en ‘lo humano y la llaneza de su elocución y
su virtud para emocionar’. Y no hay tal desfase ni error. CV opone, al
malabarismo tecnicista de la vanguardia, lo humano y lo llano en el decir, así
como el valor de lo emotivo. Esas son cualidades que CV siempre ha relevado
desde sus inicios hasta antes de su final. Y si el ejemplo que tiene más a la
mano es el de su amigo Pablo Abril, ¿qué de censurable hay en eso? ¿Acaso los
críticos, cuando tratan de las obras de su momento, lo hacen pensando que esas
obras van a ser inmortales? No todos los críticos se limitan a comentar obras
consagradas. Pero la soterrada ironía de Coyné —al subestimar ‘lo humano, lo
llano y lo emotivo’ relevados por CV— se explica por su adhesión a la poesía
formalista, es decir, al vanguardismo. Y es lo que aflora en los dos siguientes
párrafos que transcribo en extenso:
«Afortunadamente, cuando apartándose de censuras y
celebraciones extrañas, Vallejo considera su obra personal, la reivindica sin
admitir siquiera debate. [a] A fines de 1925, al referirse a opiniones adversas
a Trilce (libro que ha de valerle en 1926 su inclusión en el índice de
la nueva poesía americana editado en Buenos Aires por Hidalgo, Huidobro y
Borges), el entonces enemigo de tantos “vanguardistas … por cobardía o
indigencia” [b] rehúsa comentar sus versos y confía tranquilo en el juicio del
futuro: “Siempre gusté de no discutirme ni explicarme, pues creo que hay cosas
o momentos en la vida de las cosas que únicamente el tiempo revela y define”.
«Por más que Vallejo valorice la emoción, no nos
llegaría su emoción de no estar sostenida por una “estética” original que dista
mucho de la “llana elocución” de Ausencia de Pablo Abril y, ajena a las
recetas y mentiras enumeradas en el artículo “Contra el secreto profesional”,
[c] no por eso se somete a “la razón de Paul Souday” o al trillado “buen
gusto”, sino que de todas maneras pertenece —valga lo que valga el termino— al
ámbito del vanguardismo. El estilo redime los trozos más sentimentales, hasta
lastimeros de Trilce, y es un estilo marcado por el “aire del tiempo”, aun
cuando manifiesta caracteres personales, [d] los que, borrada la
agresividad, sellarán los largos períodos de 1937, solemnes, religiosos, y
simultáneamente devastados por el cataclismo de seguir dándose “contra todas
las contras”, a la espera de dar “con el jamás de tanto siempre”. [e]
«Apreciamos mejor la distancia que separa al
prosista —sincero y algo descarrilado hasta 1928, luego aplicado a servir la
causa que le parece entonces contener la mayor carga de humanidad de la
historia—, del poeta superior a cuanto escriba sobre poetas, y cuyo instinto le
prohíbe malgastar la poesía o hacer oficio de ella, aunque sea con las más
justas intenciones, prefiriendo acallarla a prostituirla como pronto se
dedicaría a prostituirla Neruda» [f] (p. 185. La cursiva es mía).
a)
Es obvio que si a
CV le pedían una opinión sobre su obra no iba a hacerlo con ‘auto-censuras o
auto-celebraciones extrañas’. Y no es acertado que se diga que (a su obra) «la
reivindica sin admitir siquiera debate», pues, al completar más adelante este
aserto, resulta que no se ratifica esa supuesta reivindicación: Vallejo —dice
Coyné— «rehúsa comentar sus versos y confía tranquilo en el juicio del futuro:
“Siempre gusté de no discutirme ni explicarme, pues creo que hay cosas o
momentos en la vida de las cosas que únicamente el tiempo revela y define”.» Y
al decir eso, CV no está ‘reivindicando su obra sin admitir siquiera debate’,
simplemente se abstiene de opinar sobre ella, y, modestamente, deja que el
tiempo lo haga (para bien o para mal). CV no se creía adivino para saber qué
calificativo deparaba el futuro a su obra, y con más razón si en su presente no
había recibido albricias.
b)
En esta parte, hay
una ironía soterrada de Coyné, cuando dice de Trilce que es un «(libro que ha de valerle en 1926 su inclusión en
el índice de la nueva poesía americana editado en Buenos Aires por Hidalgo,
Huidobro y Borges),» insinuando que CV fue injusto con Borges, y que este tuvo
la hidalguía de incluirlo en ese «nuevo índice», a él que había actuado como
«enemigo de tantos “vanguardistas … por cobardía o indigencia”». Si bien es
cierto Coyné ha cuidado en poner comillas a la frase «vanguardistas… por
cobardía o indigencia», siempre resulta ser riesgoso extraer frases cortadas de
una cita más amplia, pues, para un lector no avisado, puede dar la impresión de
que al referirse a CV como el «enemigo de tantos “vanguardistas… por cobardía o
indigencia”» pareciera que la «cobardía o indigencia» las está aplicando al
«enemigo de tantos vanguardistas» (o sea a CV).
c)
Luego, vuelve a
ironizar en torno al reclamo que CV hace para que la poesía nueva exprese
también una nueva emoción, y sugiere que si hay emoción en su poesía (de CV) es
gracias a «estar sostenida por una “estética” original» (aludiendo a la
estética vanguardista como se verá en la siguiente alerta). Pero aun agrega
Coyné que es una estética «ajena a las recetas y mentiras enumeradas en el
artículo “Contra el secreto profesional”,» y otra vez se descubre al crítico
lanzar acusaciones (esta vez de mentiroso a CV) sin explicar cuáles son esas
mentiras.
d)
Y he aquí lo que
adelantamos en la alerta precedente: que la ‘estética original’ de CV «de todas
maneras pertenece —valga lo que valga el término— al ámbito del vanguardismo.»
Y hasta llega a decir que es ese estilo vanguardista el que «redime los trozos
más sentimentales, hasta lastimeros de Trilce».
Porque es un estilo, el vanguardista [dice], «marcado por el “aire del tiempo”,
aun cuando manifiesta caracteres
personales». Es decir que los «caracteres personales» del estilo vallejiano
valen poco, pues lo cierto es que está «marcado por el “aire del tiempo”», es
decir, el aire privatizado del vanguardismo. Si se tuviera que reivindicar los
estilos que ‘dejan su marca en el aire del tiempo’, pues lo mismo se tendría
que decir del mismo vanguardismo respecto del modernismo, del cual —según
observación de Ángel Rama— «ninguna poesía moderna puede prescindir de [su]
aportación», pues el modernismo, según Rama «estableció las bases de una
creación autónoma y vigente; nutre la poesía posterior, le permite vivir y
desarrollarse» (en: La ciudad letrada).
Realmente, se siente la tentación de suponer —con ucronía— que si CV viviera
usaría la expresión popular: «No me defiendas, compadre».
e)
Aquí hay que
destacar que esos «caracteres personales», resaltados por Coyné, que tendría el
estilo vanguardista de CV, se desarrollarían en España, aparta de mí este cáliz, previamente «borrada la
agresividad», de Poemas humanos, se
entiende, porque en este libro se manifiesta abiertamente la adhesión de CV al
marxismo, contrariamente —sugiere Coyné— a lo que pasa en el libro posterior en
que aparecen «los largos períodos de 1937, solemnes, religiosos, y
simultáneamente devastados por el cataclismo».
f)
Y, en el último
párrafo, Coyné retoma la idea primigenia (que dio pauta para iniciar las
alertas de este comentario): que el prosista está separado del poeta, aunque
aquí —hay que reconocerlo— morigera su valoración de la prosa, pues distingue
la que va hasta 1928, en la que dice: ‘el prosista era sincero y algo
descarrilado’, de la posterior a ese año en la que mostrará su adhesión al
marxismo. Pero insiste en que el poeta siempre será «superior a cuanto escriba
sobre poetas». Y—pretendiendo inmiscuirse en las decisiones íntimas del poeta—
todavía añade que su «instinto le
prohíbe malgastar la poesía o hacer oficio de ella, aunque sea con las más
justas intenciones», es decir, está insinuando que Poemas humanos fue un
‘malgasto de poesía’, y añade que prefirió «acallarla a prostituirla como
pronto se dedicaría a prostituirla Neruda», justamente, se refiere al Neruda
posterior a las vanguardistas Residencias,
con las que Coyné —con seguridad— sí se identifica. Por favor: «Andá a cantarle
a Gardel».
_____________
(1) En página anterior ha hecho un
adelanto de esta idea: «… sólo en su poesía fue verdaderamente genial:
verdaderamente lúcido» (p. 183).
(2) André Coyné, 1989. César Vallejo. Trujillo: Ediciones SEA.:
184-189. Esta referencia a Bernanos, Coyné la había planteado cuarenta años
antes, mostrando desde ya un afecto idealista hacia Bernanos, tanto así que da
la impresión de que la crítica a él es poco menos que fuera hecha al espíritu
santo. En este artículo escribe lo siguiente: «En una crítica del todo equivocada,
la primera que ha presentado a Bernanos en una revista peruana (Mundial, 1926) César Vallejo, después de
leer la primera novela del autor, escribe:» (y a continuación cita parte del
texto que, más adelante y también en parte, aquí transcribo. Ver: André Coyné,
1949? «Bernanos, “Testigo de lo que dura”», en: Las moradas N°s 7-8, Lima: s/e. p. 104.
(3) ‘La asertividad es una habilidad
social que permite a la persona comunicar su punto de vista desde un equilibrio
entre un estilo agresivo y un estilo pasivo de comunicación’.
(4) «… el crítico teológico considera
como algo perfectamente natural el que haya de hacerse, en el campo filosófico,
todo lo necesario para que él pueda charlar acerca de la pureza de la crítica
resuelta y total, y se considera como el verdadero triunfador sobre la
filosofía…» Marx, Carlos (1982). «Manuscritos económico-filosóficos de 1844»,
en: Escritos de juventud. México: FCE. p. 559.
(5) «París renuncia a ser centro del
mundo», en: Mundial, Nº 320, 28 de julio de 1926. (Desde Europa, 1987: 105).
(6) Seguro quiso decir «engarza»,
porque «enzarzar» significa «Hacer que dos o más personas riñan o discutan por
algún motivo» y este significado no se condice con la expresión en sí, que más
se aviene con «engarzar» que significa «Unir una cosa con otra u otras de
manera que formen una cadena.»
(7) Sobre esta contradicción,
aparente, en la apreciación crítica de CV, Marta Ortiz Canseco dice: «Vallejo
alabó siempre la poesía de su amigo Pablo Abril de Vivero, y sin embargo no
dedica los mismos halagos al hermano de este, Xavier Abril, considerado hoy
mejor poeta» (…) «Esta antología se basa en la relevancia de que un autor como
Vallejo, imbuido de su época, alabe a poetas como Pablo Abril o Alcides
Spelucín, y no a otros como Alberto Hidalgo o Martín Adán, valorados ahora por
encima de los demás» (A-2013: 10). Con ese criterio inclusivo de todos los
poetas aparecidos entre 1921 y 1931, concluye la autora que busca «mostrar la
variedad de la época» e invertir «el orden de algunos cuestionamientos: como el
hecho de llamar a esta década vanguardista,
excluyendo todo lo demás» (op. cit.: 12).
Opinión Sobre Opiniones de Mario Vargas Llosa
Julio
Carmona
DESDE
LA PUBLICACIÓN DE MI LIBRO de crítica literaria,
El mentiroso y el escribidor. Teoría y
práctica literarias de Mario Vargas Llosa (2007: nótese que he resaltado la
palabra «literarias», porque en dicho trabajo incursiono solo de manera
aleatoria en otras recurrencias escriturarias del referido autor); pero decía
que, desde entonces, no he vuelto a ocuparme de nada relacionado con él. Pues
me parece ocioso hacerlo. Y es como machacar en fierro frío. Pues ya atosiga
verlo pontificar sobre el neoliberalismo en actitud más acérrima que los
liberales más tenaces. Y es un pontificador al que se puede aplicar la famosa
frase: más papista que el Papa. Al extremo, que llegó a plegarse a las tesis de
uno de esos fanáticos liberales, Francis Fukuyama, autor del best seller El fin de la historia; sin embargo, a pesar de que este,
finalmente, llegó a rectificarse y reconocer que, en realidad, había exagerado
y que el capitalismo y su globalización y neoliberalismo no eran el non plus ultra, y que se podía aceptar
la derivación de este hacia otros sistemas distintos o diferentes, Mario Vargas
(sintetizo), sigue aferrándose a los postulados fundamentalistas de dicho
autor.
Pero ocurre que el otro día, en casa de
unos parientes, que suelen incurrir en la inveterada costumbre de comprar
periódicos, hojeando uno de ellos me encontré con un artículo del susodicho en
el que, a propósito de comentar los últimos acontecimientos de disolución
congresal ocurridos en el Perú, vuelve a machacar sobre su somnífero baturrillo
sobre el neoliberalismo y la democracia burguesa, y culmina con la siguiente
parrafada, cual estocada en profundidad de un espadachín novato:
«…
un país no solo funciona con la democracia —dice—. Es imprescindible que haya
trabajo, que los ciudadanos sientan que existe igualdad de oportunidades, que
todos pueden progresar si se esfuerzan para ello, y que existe un orden legal
al que pueden recurrir si son víctimas de injusticias y atropellos». Y concluye
esa propuesta básica, para él, con el siguiente supuesto logro: «Se han
ensanchado las clases medias» (Mario. Vargas Llosa., «Del desorden a la
libertad», en: La República, Lima,
«Domingo», 06-10-2019, p. 13).
Obviamente,
cuando MV habla de democracia, se refiere a la burguesa, porque su
fundamentalismo y exclusivismo neoliberales así lo tienen establecido,
pretendiendo ignorar que la idea de democracia se erige sobre las clases que
conquistan el poder socio-político-económico, y que la democracia por él
privilegiada obedece al modelo utópico
del neoliberalismo burgués (y es una utopía
arcaica burguesa, pues deriva del liberalismo decimonónico que, con el
prefijo, neo, se busca hacerlo
digerible hogaño). Y, más que obviamente, es el modelo que defiende MV, quien
durante casi medio siglo viene ejerciendo ese fundamentalismo, también arcaico,
de ver al mundo moderno dominado por una sola potencia que es, en pocas
palabras, el capitalismo occidental capitaneado por el imperio norteamericano.
Y visto así este menjurje no tiene nada de nuevo, y es todo lo contrario de
digerible, pues tiene más bien todas las apariencias de un amasijo indigesto.
Primero,
veamos eso de «que es imprescindible que haya trabajo». Esta, en verdad, es una
condición nimia, superflua, en tanto el trabajo es uno de los factores que
constituyen la estructura de la economía, y no puede dejar de estar presente. O
sea que trabajo siempre hay. El problema es que se lo hace depender del lema
fundamentalista del neoliberalismo: la oferta y la demanda. O sea que siempre
hay una masiva demanda de trabajo. Lo que no hay es oferta, porque no solo la
monopoliza el sector privado, sino que en los países subdesarrollados ha sido
reducida a su mínima expresión: lo que puedan ofrecer las transnacionales en la
minería (y el comercio) y por la reducción del sector industrial, pues estos
países son importadores de productos elaborados en las metrópolis capitalistas,
y, en el mejor de los casos, en los centros de ensamblaje de esos productos en
los países receptores. Es, pues, una oferta ínfima, ridícula. Y millones de
«demandantes de trabajo» pasan a engrosar las filas de los desocupados, cuyas
estadísticas cada vez se incrementan más con las nuevas generaciones de la
población (lo cual ha abierto el rubro anexo de la delincuencia). Ese ha
resultado ser el sueño neoliberal.
Segundo,
veamos la otra propuesta fundamentalista del neoliberalismo: «que los
ciudadanos sientan que existe igualdad de oportunidades». Una ilusión, de cabo
a rabo. Es algo que solo puede existir en la imaginación de los que viven en
los centros de poder, en donde teorizan sobre cómo embellecer su modelo (y uno
de esos teóricos fantasiosos es MV). Pero para alguien que vive en la periferia
de esos centros de poder (centros en los que, dígase de paso, tampoco se cumple
esa utopía) ya no es un sueño sino una pesadilla, porque lleva aparejadas las
lacras de la discriminación en sus diferentes modalidades: racial, social,
cultural y de servicios: justicia, educación, salud, deporte, alimentación,
etc., precarios o inexistentes. ¿Existe «igualdad de oportunidades» en Perú,
pregunto, para no ir muy lejos?
Tercero,
de la anterior falacia deriva la siguiente: «que todos pueden progresar si se
esfuerzan para ello». ¿En qué familia peruana no hay esfuerzos sobrehumanos
para progresar? Por supuesto que los hay, pero ¿eso se condice con su premisa:
«existe igualdad de oportunidades»? Si una de las condiciones previas: que haya
trabajo no se da, ¿cómo se puede aspirar a progresar? Si las otras
oportunidades de «crear empresa» choca con el otro ingrediente de la economía
capitalista (inexistente para las grandes mayorías): el capital. Y cuando una
persona «emprendedora» junta un pequeño «capitalito» y se compra una carretilla
rústica en la que moviliza algunas raciones de comida o de ropa o de cualquier
otra chuchería para vender en la calle, porque el «capitalito» no le alcanza
para alquilar un local y mucho menos para comprarlo, es atropellada por los
guardias municipales que «defienden el ornato de la ciudad» y no permiten
comerciantes informales que, además, constituyen una competencia desleal para
los comerciantes formales. Y el sueño de hacer empresa queda desparramado, con
la empresa por los suelos (pareciera que la premisa vargasllosiana ha
convertido en sinónimos «sueño y suelo»).
Cuarto.
Y los emprendedores progresistas se enfrentan con otro escollo que MVLl da por
sueño plausible y alcanzable: «que existe un orden legal al que pueden recurrir
si son víctimas de injusticias y atropellos». Pero si ya vimos que uno de los
ingredientes menos alcanzable en el sistema neoliberal es el de la justicia: si
la discriminación en ese ámbito es proverbial. Y quien mejor lo siente y lo
expresa es la poesía popular: Felipe Pinglo cuyo «Plebeyo» sigue siendo el
himno de los «ídem» y continúa diciéndolo: «Señor, ¿por qué los seres no son de
igual valor? ¿Justicia para los pobres de dinero, de apellido y hasta de
dignidad?
Pero el ímpetu de progreso, en algunos
casos, logra rebasar o sortear esas vallas que atentan contra su sueño. Y, en
efecto, hacen que se cumpla no el sueño de MV, sino el objetivo del
neoliberalismo. Hacer desaparecer a la clase obrera de las sociedades subdesarrolladas,
porque ella siempre se organiza en sindicatos y estos se han convertido en
escuelas políticas, especialmente, de políticas izquierdistas, marxistas,
terroristas (para el neoliberalismo estos tres términos son sinónimos). Y en
gran medida lo han logrado: «las clases medias se han ensanchado» (como dice
MV), con el trabajo informal y formal también. Ha ido creciendo una clase
pequeñoburguesa. Y a esta MV, de manera inapropiada, la sigue llamando «clase
media», que va incluso contra el objetivo (también iluso) de su doctrina
ideológica, el neoliberalismo, pues ese objetivo es hacer desaparecer a la
clase obrera que quedando reducida a su mínima expresión —piensan los
neolilberales— esos pocos obreros (un número esencial, altamente calificado) fácilmente
pueden ser tratados con buenos sueldos para que asciendan en su estatus o modus
vivendi, de tal manera que se convertirán también en clase media o pequeña
burguesía. Pero obsérvese bien que de cumplirse este sueño neoliberal ya no se
deberá hablar de «clase media» porque desaparecida la clase obrera como tal,
convertida en pequeña burguesía, solo quedaría esta y la burguesía (y nadie más
en medio). Pero, también, ya lo dijo el poeta del siglo XVII, Pedro Calderón de
la Barca: «Los sueños, sueños son». Porque esa clase media sigue siendo clase trabajadora, opuesta a su
explotadora, la burguesía capitalista neoliberal. Y, finalmente, no le quedará
otra cosa que darse cuenta de ese su estado de clase explotada. Y el corolario
de esto es lo que ha pasado en Argentina y Chile, en los años de Macri y Piñera
en los que se jactaban de estar construyendo el paraíso aquí en la tierra. Y la
clase pequeñoburguesa y la clase obrera y la clase campesina (que el
neoliberalismo creyó estar aburguesando) salieron a las calles a manifestar sus
protestas por la infame explotación a que las somete el sistema capitalista
neoliberal. Y esto no se da solo en el «patio trasero» del imperio yanqui.
También en las mismas entrañas de ese monstruo se nota el descontento con repercusiones
en los otros centros de poder, especialmente europeos.
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