miércoles, 1 de enero de 2020

Política


Lineamientos programáticos


El Método en la Elaboración del Programa de la Revolución

(Quinta y Última Parte)


Eduardo Ibarra


El PROGRAMA SEÑALA:

8.- Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución proletaria. El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio el poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista (ibídem, p. 162).

Esta afirmación requiere una explicación. En la nota Del autor, Mariátegui escribió sobre su labor teórica:

Prepara actualmente un libro sobre política e ideología peruana, que será la exposición de sus puntos de vista sobre la Revolución Socialista en el Perú… (ibídem, p. 15).

En otro lugar, subrayó:

La revolución latino-americana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: “anti-imperialista”, “agrarista”, “nacionalista-revolucionaria”. El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos (ibídem, pp. 247-48).

Es de observar que Mariátegui no niega la etapa democrático-burguesa de nuestra revolución, sino que afirma que esta etapa es una parte de nuestra revolución socialista. Y de esta forma sostiene que la revolución peruana es una revolución socialista con dos etapas.

Congruente con esta visión, el Programa, como se ha visto, precisa que «Cumplida su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene en sus objetivos y en su doctrina revolución proletaria.»

Para evitar confusiones, es pertinente esclarecer qué sostuvo Mariátegui con la frase «Cumplida su etapa democrático-burguesa». Esta frase es una perífrasis de participio que equivale a decir: «luego de cumplirse su etapa democrático-burguesa, la revolución deviene…».

Esta forma lingüística es empleada por Mariátegui en otros casos también, por ejemplo cuando escribió: «Abatida la feudalidad latifundista, el capitalismo urbano carecerá de fuerzas para resistir a la creciente obrera» (ibídem, p. 33).

En conclusión, no es que el Programa sugiera que la revolución democrático-burguesa hubiera tenido lugar en algún momento anterior a 1928 (cuando se elaboró el Programa del Partido), sino que sostiene que, después de llevarse a cabo la etapa democrático-burguesa de nuestra revolución, ésta deviene revolución proletaria.

El Programa sostiene:

El partido del proletariado, capacitado por la lucha para el ejercicio del poder y el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa las tareas de la organización y defensa del orden socialista (ibídem, p. 162).

De hecho, con la frase «ejercicio del poder», Mariátegui se refiere a la dictadura del proletariado. Así lo demuestra la idea de que, ya en el poder, el Partido desarrolla «su propio programa», es decir, «realiza… las tareas de la organización y defensa del orden socialista.»

Teniendo en cuenta que al respecto no debe caber ninguna duda, sería mejor que en el Programa del Partido aparezca el término dictadura del proletariado y se defina el concepto que encierra.

El Programa dice:

El Partido Socialista del Perú es la vanguardia del proletariado, la fuerza política que asume la tarea de su orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase (ibídem).

Esta afirmación es sumamente importante y, en nuestro tiempo –en el cual hay quienes niegan el vanguardismo marxista– hay que destacarla suficientemente: desde la segunda década del siglo veinte, para ser vanguardia el partido debe adherir al marxismo-leninismo (que hay que entender como la ideología de Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao) y enraizarse en la clase y el pueblo. Pero desde que el Partido adhiere al marxismo-leninismo, es ya vanguardia: lo ideológico es el factor determinante de su cualidad de vanguardia, y su enraizamiento en las masas populares es una cuestión derivada, aunque, por supuesto, políticamente necesaria.

Ahora bien, si, como señala el Programa, el Partido «asume la tarea de [la] orientación y dirección en la lucha por la realización de sus ideales de clase», entonces se entiende que el Partido es necesario en la construcción del socialismo, o sea, en la lucha por la realización del comunismo.

En el acápite Reivindicaciones inmediatas, el Programa considera una serie de reivindicaciones que en los años veinte del siglo pasado estaban en la orden del día, reivindicaciones correspondientes tanto a lo económico como a lo social y a lo educacional, tanto a la clase obrera como al campesinado y a la pequeña burguesía. Presentemente el Programa debe considerar también las reivindicaciones que emanan de la situación concreta.

Entre las reivindicaciones consideradas por el Programa del PSP, la cuestión de «la libertad de cultos y enseñanza religiosa» merece el siguiente apunte: en el Programa a elaborarse, debe considerarse –aunque no como reivindicación inmediata sino máxima– la separación de la iglesia del Estado.

Por otra parte, en el Programa debe destacarse el derecho al trabajo, reivindicación que actualmente aparece en numerosos programas del país y el mundo. ¿Por qué hay que destacar este derecho? Analicemos la cuestión.

Como no puede ser de otro modo, el derecho al trabajo está ligado al concepto de «trabajo digno». ¿Qué es el «trabajo digno»? Es el que, según todo juicio, satisface las necesidades básicas del trabajador y su familia: vivienda, alimentación, educación, salud, transporte, recreación. Es decir, el «trabajo digno» es el que otorga al trabajador un «salario justo».

Pero sucede que, «en las actuales condiciones sociales, el más justo de los salarios corresponde inevitablemente a la más injusta distribución del producto del obrero, por cuanto la mayor parte de ese producto va al bolsillo del capitalista y el obrero debe conformarse con la parte indispensable para conservar su capacidad de trabajo y para propagar su especie» (Engels).

Por tanto, no hay «salario justo» y, por tanto, no hay «trabajo digno» y, por tanto, desde el punto de vista marxista, en el capitalismo el derecho al trabajo no es verdaderamente realizable.

        En efecto, el capitalismo semicolonial que caracteriza a nuestra sociedad, no tiene la capacidad de hacer que la paga cubra las anotadas necesidades de todos y cada uno de los integrantes de la masa laboral.

Al mismo tiempo, en el capitalismo el trabajo es trabajo enajenado, incluso si satisficiera las aludidas necesidades básicas. Precisamente en los Manuscritos económico-filosóficos de 1848, Marx expuso las cuatro formas fundamentales del trabajo enajenado, y no hay que perder de vista esta exposición.

        En consecuencia, todo marxista debe tener muy presente estas realidades explicadas aquí brevemente, pues de otro modo corre el riesgo de creer que el derecho al trabajo, el «trabajo digno» y el «salario justo», son realizables en el capitalismo.

Sin embargo, no obstante lo esclarecido, el derecho al trabajo es una bandera irrenunciable, y es un factor de agitación de primer orden.

Apuntemos, al respecto, dos cuestiones.

Primera cuestión: el derecho al trabajo es el centro del conjunto de las reivindicaciones inmediatas, pues todas ellas guardan con él una relación directa o indirecta.

Segunda cuestión: el derecho al trabajo es la reivindicación que relaciona el Programa Mínimo con el Programa Máximo, pues «detrás del derecho al trabajo está el poder sobre el capital, y detrás del poder sobre el capital la apropiación de los medios de producción, su sumisión a la clase obrera asociada, y por consiguiente, la abolición tanto del trabajo asalariado como del capital y de sus relaciones mutuas» (Marx).

Detrás del derecho al trabajo está el poder sobre el capital, porque, como hemos subrayado arriba, como regla el capitalismo no está en grado de resolver el problema del trabajo pleno (así como tampoco de proporcionar un trabajo que no sea trabajo enajenado), y menos lo está en un país de incipiente capitalismo como el nuestro, de manera que las clases trabajadoras pueden percibir perfectamente que el derecho al trabajo solo puede ser alcanzado realmente a condición de que se apropien de los medios de producción, o sea, de que conquisten el poder político, centro del Programa Máximo.

        Así pues, la lucha reivindicativa revela su ligazón intrínseca con el Programa Máximo, el derecho al trabajo su ligazón con la cuestión del poder, el «trabajo digno» su ligazón con el socialismo.

        No actuar la lucha de clase del proletariado conforme exige esta relación, hace que el derecho al trabajo sea asumido con una concepción meramente reformista.

Conclusiones

Como hemos visto a lo largo de la exposición, el Programa del PSP, redactado por Mariátegui, es un ejemplo de dialéctica: resuelve en términos correctos la relación entre la estructura económica y la superestructura de nuestra sociedad, entre la realidad nacional y la realidad mundial, entre la verdad universal del marxismo-leninismo y nuestra realidad concreta, entre el nacionalismo y el internacionalismo proletarios, entre la lucha por las reivindicaciones inmediatas y la lucha por el poder(5), entre el Partido por una parte y la clase y las masas por otra, entre lo «indígena» y lo occidental en nuestra sociedad, entre el Perú y la civilización occidental, etcétera, etcétera.

He ahí el método que Mariátegui puso en juego en la elaboración del Programa del PSP, cuyo contenido, por otra parte –y tal como hemos procedido– hay que asumir con beneficio de inventario.

Así, el Programa del Partido, cuestión en debate o que debe ser debatida, debe partir necesariamente del Programa del PSP, pero en el entendido de que debe basarse también, a un tiempo mismo, en la situación actual del Perú y el mundo.

El Programa del Partido no es el Programa del Frente Unido del Pueblo Peruano, pero puede ser su fuente de inspiración. Como se comprenderá, el tratamiento de esta cuestión excede en mucho los límites del presente escrito.

Notas
[5]    En el Programa del PSP, esta relación está expresada en la siguiente afirmación: «Los grupos estrechamente ligados que se dirigen hoy al pueblo, por medio de este manifiesto, asumen resueltamente, con la conciencia de un deber y una responsabilidad histórica, la misión de defender y propagar sus principios y mantener y acrecentar su organización, a costa de cualquier sacrificio. Y las masas trabajadoras de la ciudad, el campo y las minas y el campesinado indígena, cuyos intereses y aspiraciones representamos en la lucha política, sabrán apropiarse de estas reivindicaciones y de esta doctrina, combatir perseverante y esforzadamente por ellas y encontrar, a través de cada lucha, la vía que conduce a la victoria final del socialismo.» (Ideología y política, p. 164)

21.05.2019.

Economía

La Legislación en Nuestra Economía Semicolonial

César Risso

ENTRE LOS DECRETOS DE URGENCIA que dio el Poder Ejecutivo, y que tiene que ser revisado por el nuevo Congreso de la República, se encuentra el que prórroga la devolución del IGV a las empresas dedicadas a la actividad minera y de hidrocarburos.

“Devolución del IGV en Actividad Minera e Hidrocarburos – D.U. N° 021-2019: Dispone la prórroga hasta el 31 de diciembre de 2022 del beneficio tributario establecido por Ley N° 27623, que estableció la devolución del IGV a los titulares de la actividad minera en fase de exploración y del beneficio establecido por Ley 27624, que dispuso la devolución del IGV para la exploración de hidrocarburos.”

Qué refiere la Ley N° 27623:

Artículo 1º.- Objeto de la ley: […] El Estado garantizará al titular de la actividad minera la estabilidad de este régimen de devolución, por lo que no resultarán de aplicación los cambios que se produzcan en dicho régimen durante la vigencia del Contrato de Inversión en Exploración correspondiente.”

Los personajes involucrados directamente en la Ley N° 27623 son:

“POR TANTO: Mando se publique y cumpla. Dado en la Casa de Gobierno, en Lima, a los siete días del mes de enero del año dos mil dos. ALEJANDRO TOLEDO, Presidente Constitucional de la República. PEDRO PABLO KUCZYNSKI, Ministro de Economía y Finanzas. JAIME QUIJANDRIA SALMON, Ministro de Energía y Minas.”

Se entiende que, además de los representantes del Poder Ejecutivo, también los representantes del Congreso, y este en su conjunto, son responsables de tal medida.

        En el caso de la Ley 27624, el contenido es el mismo.

        Como se puede ver, la sumisión y genuflexión de los diferentes gobiernos, es el común denominador. Todos han optado por favorecer a la actividad minera y de hidrocarburos, que son efectuadas sobre todo por empresas transnacionales.

        Cuál es la justificación para esta medida:

“Que, la devolución definitiva contemplada en las Leyes N° 27623 y N° 27624 constituye un instrumento implementado para incentivar actividades de alto riesgo como son la ejecución de las actividades de exploración minera y de hidrocarburos;
Que, por tanto, resulta necesario y urgente dictar medidas para mitigar el impacto del vencimiento del incentivo establecido para fomentar las actividades de exploración en minería e hidrocarburos […]”

Esto es todo. No hay un solo argumento válido, una sola demostración. Simple y llanamente se decide continuar favoreciendo a las empresas transnacionales.

        Cómo opera la devolución del IGV. Esta devolución corresponde a lo que se conoce como crédito fiscal. Se trata de que las empresas que adquieren bienes y servicios para llevar a cabo sus actividades, cuando venden los bienes producidos, o prestan los servicios propios de su actividad, cargan el IGV a los consumidores o usuarios. Al hacer esto, y al haber pagado estas empresas el IGV al momento de haber comprado la materia prima, los insumos, los materiales auxiliares, y en fin, todo aquello que requieren para llevar a cabo su actividad económica, estarían pagando doble IGV por la materia prima, por ejemplo. Para que no sea así, el Estado dispone que al IGV que tienen que pagar las empresas por las ventas realizadas, se les reste el IGV por las compras realizadas.

        Pongamos un ejemplo para que sea más claro el sentido de la norma.

        Supongamos que una empresa ha realizado compras de materia prima por un precio de 5 mil soles; y que llevó a cabo ventas por 15 mil soles. De los 15 mil soles de las ventas tiene que pagar 2 mil 700 soles de IGV. En las compras pagó 900 soles de IGV. Por lo tanto, lo que debería de pagar es 1 mil 800 soles (S/ 2700 – S/ 900).

        Bien, el crédito fiscal, o el descuento que se le hace al pago del IGV a las empresas por sus ventas, es un beneficio tributario.

        Téngase en cuenta que la empresa que paga el IGV a la SUNAT, debido a sus ventas, está pagando el IGV que ha cobrado a sus clientes. Si no se descontase el crédito fiscal, esto no significaría que la empresa está pagando doble IGV.

        Qué sucede con las empresas mineras y de hidrocarburos. Cuando estas se encuentran en la fase de exploración, no realizan ventas, pues aun no pueden extraer el recurso que van a explotar. En consecuencia, solo realizan gastos, y no tienen ingresos. Vale decir, que no pueden descontar el IGV de sus compras porque no tienen ventas.

        Con la finalidad de no perder este beneficio tributario, y además como el reclamo de un incentivo a la inversión privada, y sobre todo extranjera, se les otorga el beneficio.

        Además, se parte del criterio de que los impuestos no se exportan, y por lo tanto, las empresas mineras y de hidrocarburos reciben la devolución del IGV de sus ventas.

        Visto así este asunto, resulta lógico, para la burguesía. Pero aquí no se trata de simple lógica burguesa. Se trata de llevar a cabo una política tributaria que resguarde nuestros recursos naturales; que permita tener recursos para financiar el Presupuesto General de la República, en las actividades que posibiliten reducir la pobreza; que se pueda elevar las remuneraciones de los trabajadores del sector público, etc.

        ¿Cuánto es lo que está en juego para las empresas transnacionales dedicadas a estas actividades?

        “En los últimos años, las devoluciones fiscales o tributarias se incrementaron drásticamente; solo desde el año 2016 a 2018 suman un total de S/ 50 mil 148 millones.” (https://larepublica.pe/sociedad/2019/07/15/sunat-devolvio-a-mineras-s-15-mil-millones/)

De este importe, “El principal beneficiado es el sector minero, en los últimos tres años se le reintegró S/ 15 mil 804 millones.” (https://larepublica.pe/sociedad/2019/07/15/sunat-devolvio-a-mineras-s-15-mil-millones/)

        Estas devoluciones pasan a incrementar las utilidades de las empresas dedicadas a estas actividades. El Estado burgués, y sus representantes en el gobierno, indistintamente de quiénes se trate, cumplen el rol de defender los intereses de la burguesía. He aquí una prueba palpable de para qué quieren ser gobierno, además, seguramente, de los beneficios personales a que se hacen acreedores por la defensa de las utilidades de la burguesía.

        En la lógica burguesa, los tributos salen del bolsillo de los mismos inversionistas. Por eso creen que ellos mantienen al Estado.

“El 47% de las utilidades de una empresa minera son destinados al pago de impuestos en el Perú, ­ según un estudio realizado por el Instituto Peruano de Economía (IPE), por encargo de la Sociedad Nacional de Minería (SNMPE).
En total, añadió, dice la SNMPE, la minería ha ­ desembolsado S/85.000 millones en impuestos y otros ­ gravámenes en los últimos 10 años, lo cual convierte al Perú como uno de los países que tienen mayor carga tributaria, por encima de las regulaciones de Canadá, Australia y Chile, solo superado por México.
Además del Impuesto a la Renta (IR), que se paga en función a la rentabilidad del negocio, las mineras pagan una serie de tributos como el canon, las regalías, el ­Impuesto Especial a la Minería y el Gravamen Especial a la Minería.” (https://www.ipe.org.pe/portal/mineras-pagan-47-de-utilidades-en-tributos/)

Qué es el canon minero:

“El Canon Minero, es la participación de la que gozan los Gobiernos Locales (municipalidades provinciales y distritales) y los Gobiernos Regionales del total de ingresos y rentas obtenidos por el Estado, por la explotación económica de los recursos mineros (metálicos y no metálicos).” (https://www.mef.gob.pe/es/transferencias-a-gobierno-nacional-regional-y-locales/base-legal-y-aspectos-metodologicos/canon)

Pues bien, el canon y las regalías mineras, corresponden a los recursos que extraen las empresas mineras. Rechazar el canon o las regalías mineras, es algo así como negarse a pagar la materia prima. Quieren los minerales gratis.

        Esta es pues la lógica burguesa. Todo lo que tienen que pagar, como los recursos que extraen, consideran que les pertenece; por eso afirman que lo descuentan de sus utilidades. Vale decir, que los imperialistas se sienten dueños de nuestros recursos.

Materialismo


Materialismo Eco-Dialéctico*

Alonso Castillo Flores

LA TIERRA PREOCUPA cada día más: deshielo, lluvia ácida, especies extintas, incendios forestales. Hemos dañado a la tierra, y el daño parece irreversible. Pero ese “hemos” debe ser sobre todo señalado en acto de contrición por las grandes tras-nacionales y líderes políticos mansos a su todopoderoso imperio. Evasión de la ley, obsolescencia programada, ahorro de costes, impedimento del desarrollo de energías renovables, falsos estudios de impacto ambiental y más.

        Se ha señalado hace mucho -de la mano de John Bellamy Foster y de Manuel Sacristán- que el marxismo se ha anticipado a la destrucción de la naturaleza por parte del gran capital. Los magnates industriales ya en el siglo XIX destruían las dos fuentes primordiales de toda riqueza: el trabajo y la tierra. Marx observó la ruptura metabólica que perpetra el capitalismo, es decir, el divorcio entre lo social y lo natural. Marx y Engels discutieron también sobre el desperdicio del estiércol humano y la contaminación fluvial en Inglaterra. Cabe mencionar que Foster reivindicó la figura más atacada del Diamat: Nikolai Bujarin, celebrando su teoría del equilibrio que intenta armonizar la relación sociedad-naturaleza.

        Había un tiempo en que condenar al Materialismo Dialéctico como anticuado, desactualizado y lejano del propio Marx, estaba muy de moda: “humanistas”, hermenéuticos, psicoanalistas, posmodernos y de-coloniales juntos contra el “positivismo” de Engels, Lenin y el Diamat. La filosofía inspirada en Marx se hizo historicista, culturalista: lo político y lo humano era lo que contaba, el estudio de la ciencia dura y la naturaleza estaba de más: El campo quedaba en bandeja de plata libre para los verdaderos positivistas, mentes “apolíticas” oleadas con la santa lógica formal: los herederos del Ernst Mach y el Círculo de Viena. Hoy olvidar el cosmos y las ciencias naturales resulta, para toda postura humana, tremendamente pernicioso. Condenadas como culpables de la hecatombe ambiental por quienes las ignoran, las ciencias fìsico-biológicas nos ayudan a comprender y proteger el planeta: ¿No es gracias al darwinismo que bien podemos descubrir el lazo sanguíneo, fraterno, entre nosotros y las demás especies animales?

        El estudio de la ecología parte como rama independiente o interdisciplinaria desprendida de la biología para hacerse del estudio de los ecosistemas, y el término fue propuesto por Ernst Heackel, darwinista alemán; discutido y valorado por Engels y Lenin. Ciencia a la orden de día no inmune a la reflexión ético-filosófica ni ajena a la aplicación práctico-política. Los cuatro grandes principios, o leyes, de la disciplina ambiental encierran en sí conceptos, ideas, ya discutidas por los creadores de la filosofía marxista de la naturaleza.

        El primero nos dice “Todo está relacionado con todo lo demás”. La naturaleza es vasta y compleja y en ella concursan ciclos metabólicos en los que nada está aislado, y trae al recuerdo el llamado efecto mariposa: un pequeño aleteo puede perturbar un estado climático dado. Engels describió a la dialéctica como “la ciencia de la concatenación universal”, en cuyo campo cabe el principio de acción recíproca: dos entes (o “contrarios”) interactúan bilateralmente sin quedar ninguno aislado.

        El segundo reza: “Todo va a dar a algún lado”. Los ciclos naturales son diferenciados, todo cuanto ocurre en la biósfera y en la Tierra en general deja su huella porque la energía se auto-reproduce para desarrollarse. En dialéctica, estamos hablando de la “ley del progreso”, según la cual el desarrollo se da “en espiral”, los ciclos de la evolución universal se dan en un nuevo nivel y el regreso a lo antiguo es aparente, como diría Lenin. Ningún “eterno retorno”.

        El tercer principio estipula que “La naturaleza es más sabia”, esto es, que el funcionamiento de la Tierra se ha perfeccionado con el tiempo. No se puede “diseñar” un mecanismo “más efectivo” que la propia Pacha Mama. Engels hizo suyo el principio de que la libertad es el conocimiento de la necesidad: Ningún dominio sobre la tierra, sino la comprensión de las leyes naturales para su uso en beneficio de quienes la habitan, sin por ello, llevarla al perjuicio y la destrucción. El cosmos es legal (sujeto a leyes) y nosotros hemos de comprenderlas.

        El cuarto y último: “Nada es gratis”, cualquier actividad nuestra implica el extracto de la energía que, de no ser devuelta al medio ambiente, queda este en déficit, dañando las especies y demás entes que forman parte de él. Se trata del clásico principio materialista de la conservación de la materia y la energía: nada sale de la nada, el antiguo postulado de Lucrecio.

        Ya decía Lenin, que las ciencias iban a engendrar al materialismo dialéctico: la ecología lo ha hecho. Para resumir haremos un esquema, de esos que tanto gustan los enemigos del “Diamat”.

CIENCIA ECOLÓGICA -------------------------MATERIALISMO DIALÉCTICO
1.“Todo está relacionado con lo demás”------- Concatenación universal (acción recíproca)
2.“Todo va a dar a algún lado”------------------ Ley del progreso (desarrollo en espiral)
3.“La naturaleza es la más sabia” ------------- Libertad y necesidad (legalidad de la naturaleza)
4.“Nada es gratis” ----------------------------- Conservación de la energía (Nada sale de la nada)

Lo que hoy es cierto mañana ya no lo es, y lo que no lo es puede llegar a serlo, la dialéctica de la naturaleza cometió, en sus defensores, sus propias exageraciones metafísicas y deterministas; ella engendró su respuesta polar: el marxismo humanista, concentrado en el materialismo histórico, centrado en el hombre, la praxis, la cultura, la sociedad. Hoy no se puede luchar por lo segundo sin defender lo primero: No se puede liberar al ser humano sin salvaguardar el medio ambiente, no se pueden defender los derechos fundamentales sin luchar por la agricultura, los valles y los bosques. La praxis no es solo la transformación del medio natural del hombre, es también, la transformación de las condiciones sociales que atrofian ese medio. Y no se puede defender algo sin estudiarlo, como no se puede querer nada que no se conozca. ¿No más ciencia natural? Como no. ¿Naturalistas? Sí, somos naturalistas, dialéctico-materialistas ¡hoy más que nunca! Natura ha cobrado venganza, sí, y los naturalistas también. Es el aparente retorno a lo viejo, la nueva síntesis, la “negación de la negación”.
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Erasmo


Erasmo

Aníbal Ponce

NO SON MUCHOS los reyes que podrían exhibir una iconografía más ilustre. Holbein lo pintó seis veces, Durero dos, Matsys una.

        El físico, a decir verdad, no valía gran cosa. Aun más, apenaba un poco con su aspecto frágil y su tez amarilla, sus cuidados perpetuos y su y sus temores incesantes. Erasmo era, en efecto, de esos hombrecillos escasos, puro hueso y nervadura, friolentos y egoístas, escurridizos e incómodos; de esos hombrecillos molestos que se quejan siempre del estómago o del hígado, que temen las corrientes de aire, los contactos impuros, las comidas sin la adecuada sazón; de esos hombrecillos, en fin, que todos los días amenazan con despedirse de este mundo, pero que viven setenta años enterrando a los amigos más robustos y consiguiendo siempre de cuantos los rodean, los asientos más cómodos y los lugares más tibios.

        Pero ese hombrecillo endeble encarnaba con más derecho que nadie la formidable novedad que había aparecido en su tiempo: la sabiduría alejada del convento, la cultura antigua al servicio de la vida, la ironía burguesa que hincaba su diente en la gravedad del teólogo, la doblez del obispo, la corrupción del señor. En aquel cuerpo despreciable, la mirada y las manos vivían, sin embargo, de manera extraordinaria. Eran ellas las que más preocupaban a quien se le acercaba: sobre ellas ha construido Holbein su retrato más famoso. Lo recuerdan ustedes. En la pieza en silencio el humanista escribe. A sus espaldas, sin duda, la puerta está con doble llave. Gruesas cortinas, además, apagan los rumores. ¿Reposos de media noche? ¿Sosiego logrado en pleno día? Lo mismo da. Erasmo se ha encerrado a escribir, y la luz amarilla de los cirios ilumina el rostro, las manos y el papel. Afuera, tal vez, debe hacer mucho frío. Pero aunque así no fuera, él no dejaría por eso ni su birrete de terciopelo1 ni su gabán de mangas anchas. Para escribir como para vivir, Erasmo necesita el abrigo, el cuidado, la suave caricia de la seda o de la piel. De lejos se diría que está inmóvil; de cerca es de una vitalidad que sobrecoge. Muchos pintores han osado acercarse a ese instante prodigioso en que un gran escritor se dispone al trabajo: Van Loo o Manet, para no citar más que a dos. Pero en el cuadro de Van Loo, Diderot mira al espectador y lo interpela; en el cuadro de Manet, Emilio Zola se ha quitado los lentes, ha interrumpido la lectura, se ha quedado perplejo. En ninguno de los dos el pintor se ha atrevido a sorprender a su modelo en el preciso instante en que el pensamiento adquiere cuerpo sobre el papel. Holbein se ha propuesto precisamente eso, y ha realizado tamaño milagro. Los tonos obscuros del vestido y del fondo atraen sabiamente la atención sobre el rostro severo y las manos con sortijas. La mejilla caediza y el mechón ceniciento son los de un hombre fatigado y viejo2. Pero en ese instante ni significan ni valen. Hay allí un espíritu reconcentrado en un solo esfuerzo creador, y a ese esfuerzo se lo adivina en acecho desde los superciliares contraídos y los labios apretados, hasta la mano ágil y la pluma alerta.  No vemos ahora sus ojos azules, pero tras de los párpados en visera se siente que la mirada baja hasta la pluma como un rayo de luz.

        Nunca la pintura ha rendido a un escritor un homenaje más alto. Y bien está que haya tomado en Erasmo, el pretexto y el símbolo. Porque este hombre extraordinario, que representó como nadie el humanismo burgués, llevaba en sí con todas las virtudes que le aseguraron un vasto reinado intelectual, todas las mezquindades del “letrado” que iban implícitas en su alma friolenta y en su pieza cerrada.

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        La vida de Erasmo (1467-1536) es relativamente fácil de contar si no se nos ocurre seguirlo paso a paso en sus viajes frecuentes y perpetuas mudanzas. Hijo de un eclesiástico, la madre no pudo recibirlo al nacer con esas telas blancas que en las tradiciones holandesas se ponían en las puertas de las casa para anunciar un hijo que la Iglesia había bendecido. Huérfano a los pocos años, Erasmo bebió en la infancia la doble amargura del desamparo y de la situación irregular. Tutores poco escrupulosos lo llevaron casi a la fuerza a un monasterio: el monasterio de los Agustinos de Steyn, en el cual continuó una educación que los “Hermanos de la vida común” inauguraron. Entre éstos había aprendido, a regañadientes, la actitud recogida y la gravedad silenciosa; entre los agustinos del convento, “ignorantes y perezosos”, le fue más difícil mantener sin protestas, la humildad opaca y la resignación tullida3. Casi todo el odio que sintió por los monjes, y toda la repugnancia por la pedagogía tradicional, los aprendió en aquellos años que para él fueron de un martirio indecible4.

        Con trampas, mañas y truhanerías, consiguió que el obispo de Cambrai lo tomara a su servicio, después de ordenarlo sacerdote. Para él equivalía a escaparse del convento, y desde entonces, en efecto, Erasmo no buscará más que pretextos para continuar estudiando en libertad. Un protector generoso había que encontrar cuanto antes, y para encontrarlo, adular, humillarse, mendigar. Puede decirse que desde el instante en que sale del convento (1492) a los veinticinco años de edad, hasta que alcanza la celebridad y el bienestar alrededor de los cincuenta, su vida no fue más que un continuo pedir, suplicar, importunar5. En 1500, después de haber escrito en todas direcciones muchas cartas adulonas, le confiesa a un amigo: “En mi vida he escrito con más asco estas necedades de parásito.”6 Dura era la vida para los humanistas. En la lista de gastos de los grandes señores, ocupaban el último lugar después de la corte, la guardia personal, el ejército, los edificios públicos y los bufones7. A fuerza de insistencias y limosnas, Erasmo consiguió estudiar en París y viajar por Inglaterra. Entre teólogos y doctores, acrecentó aún más su antipatía por la vida religiosa. Para colmo, algunos nobles sacerdotes le confiaron también su desencanto. Tal, por ejemplo, el guardián del convento de franciscanos de Saint-Omer, el generoso Vitrier, a quien Erasmo tanto admiraba. La Sorbona le había condenado a retractarse, algunos años atrás, con motivo de sus críticas al tráfico de las indulgencias y de sus censuras de las malas costumbres de los clérigos. Sin embargo. “con el deseo de no herir la fe de los humildes”, Vitrier no admitía que un monje dejara jamás los hábitos8. Subrayo a propósito este consejo oportuno: en la vida de Erasmo, lo veremos en breve, tuvo una importancia excepcional ese cuidado “de no herir la fe de los humildes”. En la clase anterior vimos con qué clara intención los humanistas destinaban al bajo pueblo lo que Bruno llamaba “la crédula locura”; en la de hoy vamos a ver actuar con idéntico sentido al menos creyente de los teólogos y al más sarcástico enemigo de los pontífices y de los nobles.

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        Nada de escándalos que entibien la fe de los humildes, nada de rebeliones que permitan cundir el mal ejemplo, eso fue para Erasmo una norma invariable de su conducta privada y de sus opiniones públicas. Aspiraba, en efecto, a conseguir la independencia y el bienestar que se había propuesto, sin grandes gestos ni revueltas inútiles. No importa que para eso tenga que soportar más de una vergüenza: lo importante es no chocar con violencia las formas recibidas, ni dar, sobre todo, a la “bestia enorme y poderosa que se llama pueblo”9, el espectáculo peligroso de una rebelión. Sólo en muy contadas excepciones dirá, por eso, derechamente, lo que piensa. Cuidadoso de su tranquilidad, primero; de la tranquilidad pública después, Erasmo es el hombre de las interlíneas, de los subentendidos, de las alusiones, de los matices, de los pasos oblicuos, de la luz tamizada, del gesto evasivo, de la tos oportuna10. Cuando se lo lee es difícil separar a veces con exactitud lo que dice porque así le conviene, de lo que dice porque así lo ha creído11. Si nos atenemos a su letra y lo leemos sin malicia, Erasmo hasta puede parecer un buen católico; es lo que han sostenido con alguna apariencia de verdad, Tiraboschi en Italia, Quoniam en Francia, Dámaso Alonso en España. Pero si se lo estudia como Erasmo debe ser estudiado –con el oído atento y el olfato alerta–, ¿quién no reconoce en cada línea a ese incrédulo burlón a ese satírico cauto frente a cuyos libros los frailes españoles situaban centinelas en las librerías para disuadir a las gentes de comprarlos?12.

        El largo proceso mediante el cual dejó los hábitos, sin romper por eso con la Iglesia, es una maravilla de picardías y patrañas, bajo la apariencia de un cierto coraje y hasta de cierta grandeza. Porque este hombre personalmente cobarde –cobarde confeso– tenía a veces un arte prodigioso para disfrazar de heroísmo hasta sus malandrinadas. “A pesar –dice– de que yo había comprobado que no servía para ese género de vida [se refiere a la vida monástica], el hecho de que la opinión corriente consideraba como impío a aquel que abandonaba ese estado conferido para siempre, hizo que yo aceptara valientemente hasta el fin esta parte de mi infortunio”13 Ya hemos visto que lo de “hasta el fin” es puro cuento. Apenas lo ordenan sacerdote, sabemos que salió del convento para servir a las órdenes del obispo de Cambrai, y que a partir de ese instante, Erasmo sólo pensó en asegurar la retirada de modo que nunca más lo volvieran a ver por el convento. En compañía de obispos y milores ha viajado mucho, ha estudiado más. Sabe todas las lenguas clásicas, ha recibido en Bolonia el grado de doctor, ha vigilado en casa de Aldo Manuncio la impresión de sus Adagios (1500), es ya el amigo del ilustre Tomás Moro. Traducir un viejo texto, corregirlo en las pruebas, escoger bien los tipos: he ahí su dicha, su horizonte, su vida. Para esa vida, el traje canónico le molestaba. Desde que había salido del convento no dejó de llevarlo un solo día, pero lo modificaba de acuerdo a los usos del país en que viajaba, “a objeto –según decía– de no singularizarse”. En Lovaina se atrevió a pedir un poco más: solicitó y obtuvo el permiso de llevar un simple escapulario de lino en vez del traje completo de agustino que le correspondía. Cuando fue a Italia vio que los monjes llevaban traje negro; para no perder la costumbre, colocó su escapulario sobre un traje negro. Pero ocurrió que al pasar por Bolonia una epidemia azotaba la ciudad, y que las autoridades habían dispuesto que los enfermos y los sospechosos llevaran sobre su traje un distintivo muy parecido al escapulario de lino que Erasmo usaba. Sin apercibirse de lo que ocurría, Erasmo fue corrido a pedradas tan pronto quiso entrar a uno de los barrios cuyo acceso estaba prohibido a los enfermos. La ocasión era magnífica, y Erasmo no la desaprovechó. Refirió al Papa el incidente desdichado y obtuvo el  favor de no llevar el traje religioso. “Las leyes pontificales –explicó después– excomulgan al que arroja el traje religioso a fin de vivir más libremente entre los laicos. Yo lo abandoné en Italia bajo amenaza de morir.”14 No era un católico, por cierto, el que así hablaba. No era un teólogo tampoco el que escribía desde Inglaterra a su amigo el poeta Fausto Andrelin, esta carta bien pagana en que se adivinan sus ojos brillantes y sus labios húmedos: “Hay por aquí algunas ninfas de rostro divino que preferirías con seguridad a vuestras musas. Existe además una costumbre que no podría elogiarse demasiado. A cualquier lado que uno va, las mujeres lo besan. Lo besan cuando uno se retira; lo besan cuando regresa. Besos cuando entra la visita; besos cuando se retira la visita. Cada encuentro un beso; de cualquier lado que uno se mueve, un beso. Si vos hubierais gustado la dulzura y el perfume, desearías viajar por Inglaterra hasta la muerte.”15

        No era un monje tampoco el que años después, cuando lo invitan a reincorporarse a su convento, contesta con argumentos de este orden: no se necesita vivir en el encierro para ser virtuoso; fuera del claustro ha encontrado verdaderos cristianos que lo alejaron del vicio; en el claustro tendría que soportar una vida para la cual su salud no lo autoriza; el pescado, por otra parte, le hace daño; el clima no le conviene; sufre de un cálculo y para curarlo los médicos no le permiten tomar nada más que ciertos vinos… En esas condiciones, ¿cómo ir a molestarlos? No ocasionaría más que fastidios y tal vez se moriría…”16

        El arte sutil que lo mismo le permitía introducirse que zafarse; esa manera entre inocente y humilde para presentar las objeciones o las disculpas; ese procedimiento tan personal para insinuar sin concluir, es lo que va a hacer de su Elogio de la locura el grito de guerra del humanismo. En casa de su amigo Tomás Moro lo compuso en siete días; casi de un solo aliento, entre broma y broma. Una circunstancia feliz vino en su auxilio. Por las dificultades de la época en cuestiones de transporte, Erasmo y su biblioteca no pudieron llegar a Inglaterra al mismo tiempo. Y a ese retraso, para él incómodo –porque un humanista nada podía escribir sin verlo primero a través de los antiguos17–, debe la literatura universal su panfleto prodigioso: esbelto y alegre como un muchacho extravagante y elástico como un acróbata.

        Exagera Croce cuando afirma que aquel libro da la impresión de no haber sido sentido; es decir, de ser mucho más un capricho académico, una “bravura sofística”, una paradoja hábilmente desenvuelta, que la expresión de un pensamiento potente, o una pasión que se va caldeando al afirmarse18. Y digo que exagera y no se equivoca, porque aun en este libro excepcional en que Erasmo arremete con su armadura completa, no olvida por eso ni las precauciones, ni las artimañas, ni los equívocos. Toda la primera parte, en efecto, no persigue otra cosa que quitarle a su sátira importancia y alcance; la parte final, de igual manera, se propone también adelantar excusas y embotar las flechas. Pero todo lo que podríamos llamar el cuerpo mismo del volumen –porque el Elogio no está dividido ni en capítulos ni en párrafos– es de una vehemencia que a veces asombra, es de una entonación iracunda que a veces contagia. Todo lo que Erasmo sabía de los pontífices y de los teólogos; todo lo que conocía de los reyes y de los señores, de los monjes y de los pedagogos; toda la indignación acumulada durante tantos años en su alma de burgués, se vuelca allí bajo los cascabeles de la locura. “Dama Estulticia” es la que habla. El recurso es feliz y le exime de responsabilidad. Pero, tal vez por lo mismo, cada acusación que dispara alcanza al blanco en pleno centro. Cuanto la burguesía pensaba de los nobles y la Iglesia, allí está expuesto con una travesura que desconcierta, con una gracia que encanta, con una destreza que maravilla. “Bravura de sofista”, como dice Croce, hay en el libro. Pero no es eso sólo. Hay, además, maestría de pintor, arrebato de satírico, mordedura de ácido que ataca el metal. Aquel panfleto de pocas páginas era el cuadro más acabado de la sociedad de la época visto con los ojos de la burguesía que trepaba; el inventario cabal de los abusos feudales; el cahier de doléances del Tercer Estado en los tiempos todavía nada revolucionarios del Renacimiento.

        Las primeras palabras que pronuncia la Locura sitúan al libro en su momento. Son, en efecto, un canto al oro, en el instante mismo en que ese oro, “hirviente de juventud”, se desparramaba por el mundo: “no debo mi nacimiento –dice– ni al Caos, ni a Platón, ni a Saturno, ni a Júpiter, ni a ningún otro de estos dioses podridos de vejez. Me ha engendrado Pluto –Pluto, padre de los dioses y de los hombres, digan lo que quieran Homero, Hesíodo y el mismo Júpiter–; Pluto, que hoy como ayer, con un movimiento de cabeza pone patas arriba las cosas sagradas y las profanas; Pluto, que dispone según su capricho, la guerra, la paz, los imperios, los consejos, la justicia, las asambleas populares, los matrimonios, los tratados, las alianzas, las leyes, las artes, lo festivo, lo serio… (¡ay!, ¡me ahogo!), en una palabra, todos los negocios públicos y privados de los hombres; Pluto, sin el cual la tropa de los dioses inferiores… ¿qué, los inferiores?... los mismos grandes dioses no existirían o por lo menos no se darían buen trato en casa; Pluto, cuya cólera es tan temible que Palas misma no podría venir en ayuda de quien hubiera incurrido en ella, y cuyo favor es tan poderoso que con él cualquiera puede burlarse de Júpiter y de su rayo”…19. “Mirad a vuestro alrededor: los papas, los reyes, los jueces, los magistrados, los amigos, los enemigos, los grandes y los pequeños, todos tienen un solo móvil: la sed de oro.”20

        Como exordio es de una audacia que inquieta. Cierto es que a poco andar la Locura se vuelve juguetona y no la emprende a dentelladas; que se distrae un poco con los pequeños vicios, que se detiene frente a los errores del egoísmo, del amor o de la juventud. Pero tan pronto el lector ha olvidado un poco la violencia del comienzo, la Locura lo instala de nuevo ante la cruda realidad que lo rodea. Y empiezan, entonces, con lo mejor del discurso, los ataques mordaces a la nobleza y a la Iglesia. “¿Qué diré de aquellos que engañan agradablemente al pueblo con sus pretendidas indulgencias fabricadas por ellos mismos y que miden como con una clepsidra la duración del purgatorio, calculando sin equivocarse y con una precisión matemática los siglos, los años, los meses, los días y las horas? ¿Y qué diré de aquellos que, fundándose en signos mágicos y en oraciones que un piadoso impostor ha imaginado para reírse de ellos y sacarles de paso el dinero, ya se lo prometen todo, riquezas, honores, placeres, buena mesa, salud siempre floreciente, larga vida, verde vejez, y en fin, un puesto en el cielo al lado de Cristo?”21. “A pesar de disponer de poco tiempo, no puedo dejar de mencionar a esos otros locos que, tan viles como el último de los pajes, se creen superiores a los hombres, gracias a un vano título nobiliario: si se les da crédito, descienden unos de Eneas, otros de Bruto, otros del rey Arturo. En todos los rincones de sus casas se ven las imágenes de sus antepasados esculpidas o pintadas. Cuentan sus bisabuelos y sus tatarabuelos y citan sus antiguos apellidos, aunque ellos mismos se parezcan a las mudas estatuas y sean más estúpidos que los retratos que enseñan.”22 “Quizá fuera mejor pasar en silencio a los teólogos; es una imprudencia remover esa ciénaga y «tocar esa planta fétida». Orgullosos e irascibles en el más alto grado, serían capaces de atacarme en corporación con mil conclusiones, de forzarme a una retractación, y si me negaba, de declararme inmediatamente herético. Éste es el rayo de que se sirven para atemorizar a todos los que nos los admiran… Dichosos por el amor propio, como si habitaran el tercer cielo, miran desde lo alto a los demás hombres como a unos míseros animales que se arrastran sobre la tierra y casi se compadecen de ellos. Están rodeados de tan numeroso cortejo de definiciones magistrales, de conclusiones, de corolarios, de proposiciones explícitas e implícitas; tienen todos al alcance de la mano tantas tergiversaciones, que aunque se les encerrara en el red de Vulcano, se escaparían de ella por medio de esas distinciones que cortan todos los nudos como el hacha de Tenedos. Vense llenos de palabras recién forjadas y de términos obscuros. Además, explican los misterios a su gusto, cómo fue creado y dispuesto el mundo, por qué canales el pecado original se extendió a la descendencia de Adán, en qué momento concibió la Virgen a Cristo, qué participación tuvo ellas, cuánto tiempo lo llevó en su seno y cómo es posible que en la Eucaristía los accidentes subsistan sin sustancia.”23 “Los mortales que me deben por lo menos tantos favores como los teólogos, son los religiosos o monjes, calificativos muy falsos, porque, de un lado, la religión se encuentra raramente en ellos y, por otro, «monje» quiere decir «solitario» y nos los tropezamos por todas partes… El género humano los aborrece de tal modo, que su encuentro es considerado de mal augurio; pero esto no impide que ellos tengan la más alta opinión de sí mismos. En primer lugar, piensan que la suprema piedad consiste en ser bastante ignorante para no saber siquiera leer. En seguida, cuando rebuznan como los asnos cantando sus salmos en las iglesias, sin conocer más que el ritmo, pero no el sentido de ellos, se imaginan verdaderamente que encantan los oídos de la Divinidad. Muchos trafican ventajosamente con su mugre y con su mendicidad, berreando en todas las puertas para pedir un pedazo de pan. Por todas partes, en las hosterías, en los coches y en los barcos, con gran perjuicio de los verdaderos pobres, penetra esta raza detestable, que con su suciedad, su ignorancia, su grosería y su desvergüenza pretende ser una imagen de los apóstoles”24. “Si lo soberanos pontífices, que ocupan el lugar de Cristo, se esforzaran por imitar su vida, es decir, su pobreza, su trabajo, su doctrina, su cruz y su desprecio del mundo; si pensaran en su nombre de Papa, que quiere decir padre, y en su nombre de Santísimo, ¿habría alguien más desdichado sobre la tierra? ¿Quién querría comprar ese honor a costa de toda su fortuna, y después de haberlo comprado, conservarlo por la espada, por el veneno y por toda clase de violencias?, si alguna vez la sabiduría… ¿qué digo la sabiduría?, si un solo grano de la sal de que habla Cristo se apoderase de ellos, ¿qué ventajas no perderían?, ¿qué sería entonces de todo lo que les rodea: riquezas, honores, poder, triunfos, beneficios, dispensas, impuestos, indulgencias, caballos, mulos, guardias y placeres de todo género?... Habría que reemplazar todo eso con vigilias, ayunos, lágrimas, rezos, predicación, estudio, penitencias y otros mil ejercicios de esta clase. Notad, además, que tantos escribanos, copistas, notarios, abogados, promotores, secretarios, muleteros, escuderos, recaudadores, mediadores –iba a decir proxenetas, pero no me atrevo–, muchedumbre onerosa, digo, honrosa, que forma la corte romana, perecerían de hambre. Esto sería un acto de inhumanidad abominable; pero todavía sería más horrible hacer que volviesen a la alforja y al cayado los soberanos de la Iglesia, verdaderas luces del mundo.”25

        Escrito en 1508, publicado en 1510, el Elogio preludiaba a Lutero y la Reforma, con la gran tragedia teológica y social que le siguió. Qué fue de Erasmo en ese instante y qué sentido tuvo su actitud aparentemente tan confusa, es lo que vamos a ver ahora para completar la figura del humanista.

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        Se dice habitualmente –y qué escritor que ha tratado este punto no ha esbozado un paralelo– que Erasmo era la razón y Lutero el entusiasmo; aquél el equilibrio y este el arrebato; aquél el tranquilizador y este el incendiario. De donde se deduce que el choque de temperamentos tan opuestos debía acarrear su incomprensión, y que aunque Erasmo guardaba en el fondo de su alma secreta simpatía por Lutero, no quiso acompañarlo en sus excesos de “revolucionario”26. Cuestión de táctica pues, no de principios; asunto de caracteres, no de doctrinas.

        Nos llevaría mucho tiempo si nos propusiéramos demostrar ahora la superficialidad de semejante interpretación. En las páginas magistrales de La guerra de los campesinos en Alemania ya ha fijado Engels27, de modo definitivo, la verdadera participación que Lutero tuvo en la Reforma. Lejos de ser un “revolucionario”, Lutero fue, si es posible expresarse así, el “entregador” del movimiento. Lógico era que partiera la protesta contra el Papa desde el país en donde la burguesía más sufría con su influencia. Pero en la rebelión contra el Pontífice coincidían, aunque persiguiendo objetivos diversos, la nobleza, la burguesía y lo que podría llamarse la “oposición plebeyo-campesina”: es decir, conservadores, reformistas y revolucionarios28. Para mejor llevar su lucha contra el Papa, tanto la burguesía como la pequeña nobleza alentaron la rebelión de los paisanos. Lutero, en un principio, asumió la representación de la burguesía moderada y de la pequeña nobleza contra los príncipes seculares y los príncipes de la Iglesia. Pero si de 1517 a 1522 encarnó tendencias en cierto modo democráticas, reaccionó ferozmente contra ellas desde 1522 a 1525 tan pronto vio crecer con ímpetu extraordinario la rebelión de los paisanos. Cuando en los comienzos Lutero convocó a todo el mundo contra la constitución y los dogmas de la Iglesia Católica, creyeron unos que había llegado el momento de terminar con la sumisión a Roma y de enriquecerse de pasada con la confiscación de los bienes eclesiásticos; creyeron otros que el movimiento debía aspirar a mucho más: a la igualdad civil y a la igualdad social29. Entre esas dos concepciones extremas: auspiciada una por la nobleza y la burguesía; enarbolada otra por los paisanos y la plebe, Lutero se decidió por la primera. Mientras creyó que le servían para su Reforma moderada de la Iglesia, Lutero dio la mano a los elementos populares; los abandonó y se dispuso a aplastarlos cuando vio que los paisanos habían tomado al pie de la letra las palabras de la Biblia que él mismo había traducido. Los “Doce artículos” que los paisanos presentaron como “reclamaciones justas”30, demostraban demasiado bien que a través de Isaías y Mateo era hacia una revolución social a donde iban. Contra ella, ni que hablar, reaccionaron por igual el Papa, los príncipes y la burguesía; y Lutero puso desde entonces en pedir la cabeza de los paisanos la misma furia que al principio había puesto en pedir la de los Papas31. Pero no sólo en eso reaccionó Lutero: con la Biblia en la mano, había comenzado oponiendo el limpio cristianismo de los primeros siglos al cristianismo corrompido de la “Sodoma Romana”; de la misma Biblia, después, Lutero extrajo un himno a la servidumbre, a la obediencia pasiva, a la reyecía de derecho divino. Traidor al movimiento popular primero, Lutero traicionaba ahora a la burguesía en provecho de los príncipes.

        Erasmo lo vio al principio con evidente simpatía. Antes que Lutero, “Dama Estulticia” había acusado a los príncipes corrompidos y a los príncipes parásitos; y en su edición del Nuevo Testamento (1516), Erasmo había pedido también una traducción popular de la Escritura: “Muy pocos cristianos conocen el cristianismo –decía–; como si la verdad de la religión estuviera reservada a los teólogos y monjes… Pero el Cristo ha hablado para todos y es necesario que todos lo puedan escuchar.”32 No nos engañemos, sin embargo, sobre el verdadero sentido de esta actitud en apariencia “popular”: si para Lutero, las muchedumbres sólo merecían, como el asno, “el pienso, el fardo y el castigo”33, para Erasmo también “es vil e indigno sentir con el pueblo”34.

        Con todo, más burgués y antifeudal que Lutero, Erasmo tuvo por lo mismo y desde el comienzo una actitud más de “izquierda”. A pesar de todo lo que digan los pretendidos admiradores católicos de hoy, su incredulidad o su indiferencia era total. Por cristianismo entendía una vaga moral humanitaria, muy distinta del rígido cristianismo de Lutero en que la libertad se sacrifica a la gracia, el hombre a Dios, la moral a una especie de fatalidad providencial35. Erasmo quería substituir a la Iglesia Romana por una iglesia sin fórmulas ni rutinas; una iglesia sin dogmas y sin fanáticos, del tipo de esas asociaciones que varios siglos después los norteamericanos llamarían “iglesia ética”; es decir, una institución en la cual la vida y la palabra de Jesús bastarían para inspirar una religión simple y racional. “En cuanto a lo demás –añadía Erasmo–, que los teólogos se peleen entre ellos cuanto quieran.”36 Lutero, en cambio, era ante todo un teólogo; un teólogo heterodoxo, sin duda, pero de la familia de aquellos de quienes Erasmo dice en el Elogio que por la manera como hablan se diría que son los secretarios del Eterno. Lejos de aspirar a un debilitamiento del dogmatismo, Lutero traía una nueva severidad y un nuevo despotismo37. Según Erasmo, por el contrario, para conseguir la protección de un santo bastaba “con imitar su vida”38; ese era “el verdadero culto, el único que sea agradable a los habitantes de los cielos”39. Una religión humanitaria, una moral vagamente teñida de cosas religiosas, era lo que en el fondo perseguía Erasmo. Nada de iglesias terratenientes, nada de iglesias politiqueras, guerreras y prestamistas: una iglesia simple y humilde como las primitivas, una iglesia que sólo sepa combatir en el orden espiritual, “el único que vale a los ojos de Dios”40. Nada, pues, en Erasmo, de ese horror del pecado ni de ese sentimiento de la miseria humana que atormentaba el alma de Lutero. Por eso, si lo escuchó al principio con amistad, no dejó de recelarlo, como si presintiera su posterior traición a la burguesía; por eso, también, en la polémica ulterior a propósito del "libre arbitrio", Erasmo defendería esa libertad41 que Lutero negaba y que constituía la atmosfera necesaria de la burguesía mercantil.

        Lutero no se equivocaba, pues, cuando afirmaba que el humanitarismo de Erasmo no era más que una falta evidente de fe cristiana42, y cuando le lanzaba al rostro con violencia estas palabras precisas que eran la fiel expresión de la verdad: “Sin certidumbre no hay cristiandad. Un cristiano debe estar seguro de su doctrina y de su causa o bien no es cristiano. Aquel que por tibieza o escepticismo, duda en cosas de la fe, debe dejar una vez para siempre de meterse en teología.”43

        Erasmo, a su turno, se indignaba, y con razón, cuando lo suponían luterano: “hombres estúpidos –decía– pretenden que yo pienso como Lutero y disimulo por miedo”44. Estaba con Lutero, sí, cuando atacaba a la Iglesia y a los teólogos, pero eso lo había pensado y escrito antes que el otro. Contra Lutero estaba, en cambio, en todo ese aspecto de su obra que el joven Marx resumía así, en el lenguaje cargado de antítesis que tan grato le fue cuando muchacho: “Lutero ha vencido a la servidumbre por devoción, pero le ha substituido la servidumbre por convicción. Ha roto la fe en la autoridad, porque ha restaurado la autoridad de la fe. Ha transformado a los sacerdotes en laicos, porque ha transformado a los laicos en sacerdotes. Ha liberado al hombre de la religiosidad exterior, porque ha hecho de la religiosidad la esencia misma del hombre.”45

        Tolerante por lo mismo que era incrédulo, Erasmo no sólo se indignaba antes los furores de Lutero. Algo, además, veía en él que lo alarmaba: su demagogia, su “vulgaridad”, su afán de conseguir aliados sacando a la calle cuestiones que no debían ventilarse en público46. Estaba allí una de las razones más profundas de su antipatía y una de las causas por lo mismo más tenaces de su resistencia a la Reforma. Ya hemos dicho que para Erasmo, “no ofender la opinión de los humildes” no sólo fue una norma de su vida privada, sino también de la pública. Lo primero pudimos verlo a propósito de sus líos con motivo del traje religioso; lo segundo vamos a verlo ahora a propósito de la Reforma. Desde que Lutero empezó su violenta campaña contra Roma alentando la rebelión de los paisanos, Erasmo tuvo la certidumbre de que iba a estallar un gran tumulto47. Más que nadie, Erasmo sabía que los grandes prelados de la Iglesia Católica se hallaban en la misma situación de los augures en los tiempos de Cicerón: no se podían mirar a los ojos sin reírse. Pero el conocimiento de ese escándalo notorio no quería que llegase hasta la plebe. “La sabiduría inoportuna –había dicho– es una locura… La verdadera prudencia para un mortal consiste en ver justamente la dosis de sabiduría compatible con la naturaleza humana y en disimular su sentimiento acerca de los errores de la multitud, si no puede compartirlos.”48 “Si cuando los actores están en escena se le ocurriere a alguno quitarles las máscaras para mostrar a los espectadores sus figuras verdaderas y naturales, ¿no trastornaría toda la obra dramática y no merecería que se le arrojase del teatro a pedradas, por extravagante? En un momento todo cambiaría de aspecto. La mujer no sería más que un hombre y el adolescente un viejo. Bajo el monarca despojado de su corona aparecería un bellaco, y bajo el dios un pobre diablo. Pero al destruir así la ilusión, habría destruido al mismo tiempo el interés de toda la obra, porque los disfraces y el afeite retienen por sí solos la atención del espectador.”49 En opinión de Erasmo, Lutero había sido precisamente el “sabio inoportuno” y el “espectador extravagante” que había arrancado las máscaras de puro aturdido y provocado un escándalo por el cual merecía que lo corriesen a pedradas. Con esa “bestia enorme y poderosa” que es el pueblo, nunca es suficiente la cautela50. Cuando se busca su apoyo para algo, es difícil después saber a dónde va. Ese era el tumulto que Erasmo preveía con claros ojos de burgués; el tumulto de los paisanos que sacudió la Alemania bajo la valiente dirección de Tomás Munzer y que desbordó con sus reivindicaciones a la misma burguesía que al comienzo lo alentó. Aterrorizado por el “tumultus” que en alguna medida también él había contribuido a atizar, prefirió Erasmo arrojarse en brazos de sus propios enemigos, convencido de que el orden es siempre mejor que la revuelta. “Cuando los papas y los emperadores actúan bien, los sigo porque es agradable; cuando deciden mal los soporto porque es necesario.”51

        “Reconozco –le escribe Erasmo al teólogo Martín Dopp– que ciertos problemas deben ser buscados y otros resueltos; pero a menudo hay muchos problemas que vale más no plantear que tratar de resolver: una parte de la creencia consiste en ignorar ciertas cosas.”52 En el Elogio de la locura, él, Erasmo, es verdad, se había burlado de lo humano y lo divino. Pero lo había hecho en latín, en el lenguaje de los sabios, en el idioma reducido de las gentes cultas. Los teólogos, sin duda, se habían fastidiado, ¿pero acaso el mismísimo León X, el pontífice León X, no lo había festejado a carcajadas? Lo grave, lo terrible, no era, pues, decir las cosas; era decirlas de manera que pudiesen enardecer al grueso público.

        Casi en la misma fecha del Elogio de la locura, Copérnico terminaba su libro sobre las Revoluciones de los orbes celestes, aunque mucho tiempo después habría recién de publicarlo53. Lo escribió en latín, lo dedicó al papa Pablo III y no hubo nada. Pero a Galileo, que defenderá en italiano esas mismas doctrinas, la Inquisición lo hará callar en el tormento. Así también con las obras de Erasmo: cuando escribe en latín no lo molestan; pero al que traduce sus libros al francés lo queman vivo en la plaza de Grève…54

        Para Erasmo, pues, las grandes cuestiones que interesan al mundo no debían ser discutidas sino por las “élites”.

        ¡Las élites! Erasmo ha sido el primero tal vez en acariciar amorosamente esa creencia que estaba en la entraña del humanismo burgués, y que bajo formas tan diversas reaparece todavía en el “intelectual” y en el “letrado”. Si los emperadores y los papas antes de resolver las cuestiones más difíciles escuchasen la opinión de un humanista, los negocios del mundo comenzarían a marchar mejor. Erasmo estaba tan seguro de que así ocurriría, que durante cierto tiempo pensó que Carlos V lo escuchaba… Y él, de ordinario tan lúcido, escribió además al papa Adriano VI para proponerle que se despojara de su lujo inútil y revistiera la pobreza de los que acompañan a Jesús…55

        ¡Erasmo dirigiendo desde su biblioteca los sucesos del mundo! ¡Qué tema más delicioso para Dama Estulticia! ¡Qué tema más delicioso si la lectura de su carta al Pontífice no nos causara cierta pena! De esa carta no se conoce más que la primera parte, y aun ésta es incompleta. El párrafo final, aunque sin terminar, es quizás el más elocuente. Helo aquí: “Su Santidad va a decir: ¿cuáles son esas fuentes y cuáles son esas cosas que es necesario cambiar? Para exponer esas cosas estimo que es necesario inspirarse en la opinión de hombres íntegros, ponderados, dulces, benévolos, pacíficos, de todos los países cuyo…” La carta se detiene ahí: pero basta lo que conocemos para comprender que Erasmo proponía algo así como un jury internacional de sabios para regular la cuestión de la Reforma…56

        El Papa, naturalmente, no le contestó. Y eso fue para Erasmo la prueba terminante de su fracaso, la brusca revelación de todo lo que había de ingenuo y de ridículo en su confianza en las élites. Después de haber deslumbrado al siglo con su nombre, esperó en silencio, trabajando y leyendo, que llegara la hora de su muerte. Cuando ésta vino, no quiso que hubieran sacerdotes junto a su lecho. Dejó en herencia una fortuna que se podría evaluar hoy en casi dos millones de francos57.

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        La cifra es enorme e invita a reflexionar. Hasta los cincuenta años, en que logró la fortuna y la celebridad, ya hemos visto que Erasmo vivó entre humillaciones y adulonerías. De buenas ganas se las perdonaríamos, si hubiera sabido redimirlas después con el ejemplo de una vida sin mancha. Triste era la vida de los humanistas; pero una vez lograda la fortuna, ¿no estaba ya al alcance de Erasmo la ansiada posibilidad de decir cuanto pensaba, no había conquistado con creces el formidable derecho a no callar? Dos circunstancias se lo impidieron: su cobardía primero, su actitud desdeñosa ante la lucha, después. La cobardía de Erasmo tuvo mucho de común con aquella otra tan parecida que su discípulo Rabelais no tardaría también en confesar. Como el autor de Gargantúa, el autor del Elogio era de esos hombres capaces de defender sus ideas, hasta la hoguera exclusive. Con una franqueza que apena, lo reconoció más de una vez: “Yo no expondría mi cabeza por el amor de la verdad. Todo el mundo no tiene la fuerza necesaria para convertirse en mártir, y mucho temo que en caso de revuelta no siga yo el ejemplo de San Pedro.”58 Hace un instante hemos dicho que Erasmo no fue un traidor a Lutero; digamos ahora con igual franqueza que fue, sin embargo, mucho peor: un traidor a sí mismo. Cuando con toda razón Lutero le abofeteó en aquellas líneas irrefutables: “aquel que por tibieza o escepticismo dude en las cosas de la fe, debe dejar de una vez por todas de entremezclarse en teología”, hubiera también podido decirle, y con igual razón, que tampoco tiene derecho a escribir  el que no está dispuesto a defender con la vida su opinión. Escribir es actuar, y en un escritor que tiene su público, hasta el hecho de no escribir en determinadas circunstancias es también una manera de tomar partido59. Poco valen todas las triquiñuelas con que intente después justificarse o disculparse. Por solidaridad en el trabajo social, el hombre que ha estado en condiciones de formarse una cultura, debe a los otros su opinión y su ejemplo. Erasmo supo darlos cuando rechazó indignado la acusación de ser un luterano timorato; no los dio en cambio cuando en medio del tumulto no quiso mantenerse en la actitud a que el "Elogio de la locura" lo obligaba. Económicamente no necesitaba ya de nadie. Magnífico en su retiro de Basilea –como después Voltaire en Ferney, o Goethe en Weimar–, Erasmo se retiró de la lucha y se propuso ser un tranquilo espectador después de haber lanzado al feudalismo el desafío de su libro. Cierto es que la burguesía, que estaba a sus espaldas, tardaría más de dos siglos antes de iniciar la conquista del poder; pero sin necesidad de exigirle a Erasmo actitudes revolucionarias que su clase no podía inspirarle, duele verlo justificar con su cobardía la tristeza de haber desertado de sí mismo. Mal pretexto también la cobardía, aunque haya cierta honradez en confesarla. Y mal pretexto, digo, porque el secreto del valor no está en el coraje, sino en la dignidad60.

        El más grande de los humanistas y el primero de los “intelectuales” nos da ya el ejemplo de una abdicación frente al empuje de las grandes masas. A fuerza de sacrificios, Erasmo había conquistado una situación excepcional. A fuerza de estudio, de labor, de vigilias, el humanista de la burguesía había arrancado al teólogo el privilegio de una cultura que hasta entonces sólo la Iglesia usufructuaba. Mas tan pronto se encontró en posesión de esa cultura, el “intelectual” no quiso arriesgar con un gesto de intrepidez el goce de un privilegio que quería disfrutar en la tranquilidad y el egoísmo. Para defenderlo, propuso la formación de las élites; para no comprometerlo en el tumulto, proclamó a todos los vientos que la inteligencia está por arriba de los partidos y que a la verdad le basta con ser enunciada para imponerse sin esfuerzos.

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        “La indiferencia –ha dicho Lenin– es la saciedad política. Es necesario estar repleto para mostrarse «indiferente» frente a un trozo de pan. Confesar la indiferencia es confesar al mismo tiempo que se pertenece al partido de los saciados.”61 Junto al partido de los saciados lo hemos visto al humanista; y para no disgustar a ese partido, lo hemos visto también quebrando en el silencio la línea de su espíritu.

        Cuando a la cultura se la disfruta como a un privilegio, la cultura envilece tanto como el oro.

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(1) El birrete de terciopelo con que Erasmo se tocaba siempre, y con el cual aparece en todos sus retratos, no obedecía a afectación de doctor ni a cuidado de friolento calvo, como Stefan Zweig afirma (Erasme, trad. Hella. Edit Grasset, París, 1935, p. 64). En opinión del conservador del Museo de Basilea –en donde, como es sabido, se guarda en una vitrina un molde en yeso de su cráneo– se debía a que su cráneo, demasiado alto y corto, le daba un aspecto desagradable. Ver: Georges Duhamel, “Erasme ou le Spectateur pur”, en: Conferencia, París, abril 15 de 1935, p. 472.
(2) Cincuenta y seis años tenía Erasmo en ese entonces. El cuadro fue pintado por Holbein en 1523, para Tomás Moro, gran amigo de Erasmo.
(3) Renaudet, “Erasme, sa vie et son ceuvre jusqu’en 1517 d’aprè sa correspondence”, en: Revue Historique, t. CXI, septiembre y diciembre de 1912, pp. 233-234.
(4) Para imaginar los horrores de semejante educación, ver: Maison, ob. cit., pp. 35 y 37.
(5) Algunas veces de manera bastante indigna. Veáse: Durand de Laur, Erasme, précurseur et initiateur de l’esprit moderne, edit. Didier, París, 1872, t. I, p. 65.
(6) Renaudet, art. cit., p. 249. Parecidas palabras a propósito del panegírico que escribe en honor del archiduque Felipe; ver pp. 254-255.
(7) Burckhardt, ob. cit., t. I, p. 8. En el mismo tomo, p. 165, Burckhardt dice que el tirano “protege al talento pero lo explota sin consideración”. Ver también: Maison, ob. cit., pp. 44-45, 65 y 67.
(8) Renaudet, art. cit., p. 253.
(9) Así lo llama en el Elogio de la locura, trad. de José Luengo, edit. Prometeo, Valencia, p. 48, sin fecha.
(10) Lutero lo llamaba “el rey de la anfibología”. Maison, ob. cit., p. 232.
(11) “No es posible distinguir en Erasmo lo que decía porque así lo exigía su posición –y hasta su posición económica– de lo que decía porque tal era su íntegra convicción.” Dilthey, L’Analisis dell’uomo e l’introduzione della Natura del Renascimento al secolo XVIII, trad. se Sanna, edit. La Nuova Italia, Venecia, 1927, p. 97. En igual sentido: Quoniam, Erasme, edic. Desclée de Brower, París, 1935, p. 12.
(12) Dámaso Alonso, “El crepúsculo de Erasmo”, en: Revista de Occidente, Madrid, t. XXXVIII, 1932, p. 47. La opinión de os contemporáneos era unánime respecto a la incredulidad de Erasmo: Possevino pedía que su nombre fuese borrado de todos los escritos católicos; Bellarmino lo consideraba semicristiano; Pablo Giovio, al referirse al Elogio, no deja de insinuar que allí se “hace befa hasta de las cosas de Dios”. Ver: B. Croce, “Introduzione”  a su traducción del Elogio della Pazzia e Dialoghi, edit. Laterza, Bari, 1914, pp. XIII y XVIII. Considero el libro de Pineau, Erasme, sa pensé religieuse, edic. Presses Universitaires de France, París, 1924, como la más fiel interpretación de sus ideas.
(13) Quoniam, ob. cit., p. 48. [Los subrayados son de Ponce. _ H.P.A.]
(14) Quoniam, ob. cit., p. 37. Igualmente Durand de Laur, ob. cit., t. I, p. 86.
(15) Durand de Laur, ob. cit., t. I, p. 47. Sobre las costumbres bastantes libertinas de Erasmo, ver: Maison, ob. cit., pp. 72-74, y Pineau, ob. cit., pp. 17, 20 y 85.
(16) La carta, que es un modelo de habilidad, está comentada ampliamente en Quoniam, pp. 44 a 65.
(17) Cuando Petrarca, que amaba el alpinismo, llegó a la cumbre del monte Ventuso, fue tal la impresión que sintió que no se le ocurrió otra cosa que ponerse a leer la Confesiones, de San Agustín, que llevaba en el bolsillo…
(18) Croce, “Prefazione” a su traducción italiana del Elogio della Pazzia e Diaologhi, ed. cit., pp. XIII y IX.
(19) Erasmo, Elogio de la locura, pp. 17-18.
(20) Idem, p. 144.
(21) Idem, p. 79.
(22) Idem, p. 83. [El subrayado es de Ponce. _ H.P.A.]
(23) Erasmo, ob. cit., pp. 108-109 [El subrayado es de Ponce. _ H.P.A.]
(24) Idem, pp. 118-119.
(25) Erasmo, ob. cit., pp. 135-136.
(26) Eugenio Camerini, por ejemplo, dice en su estilo pomposo que Erasmo anhelaba “un Hércules que limpiase los establos de Augías, y no un Polifemo que devorase a los hombres y a las bestias”. Ver su “Prefazione” al Elogio della Pazzia, edic. del Instituto Editoriale Italiano, Milano, p. 16, sin fecha. En igual sentido: Albert Maison, Erasme, p. 10, escribe: “Los curiosos de psicología histórica saben que la lucha de la Reforma y del Renacimiento ha sido menos un conflicto de ideas que de temperamentos”…
(27) Engels, La guerre des paysans en Allemagne, edic. Bibliothèque Marxiste, París, 1929.
(28) Guizot distingue en la Reforma, “una reforma aristocrática” y “una reforma popular”. A pesar de la imprecisión de los términos, la visión es exacta. No podía dejar de serlo en uno de los grandes historiadores que tanto hizo por esclarecer las luchas de clases. Ver su Historia de la civilización en Europa, trad. Vela, edic. Revista de Occidente, Madrid, 1935, p. 253.
(29) Engels, ob. cit., pp. 56 y 61.
(30) Van como apéndice en la edición ya citada de La guerre des paysans… de Engels, p. 161. El sentido “insurreccional” de ciertos pasajes de las Biblias que Rockefeller editaba habían sido expurgadas de los lamentos contra las inequidades de los ricos y el escándalo de la fortuna. Ver Lafargue, Por qué cree en Dios la burguesía, trad. Rafael Río, edic. Dialéctica, Buenos Aires, 1936, p. 111.
(31) La Reforma protestante, al atacar a la Iglesia “el gran centro internacional del feudalismo”, fue a parar, por un lado, en la religión luterana adaptada a los intereses de la monarquía absoluta; por el otro, en la religión calvinista de acentuado carácter republicano y democrático. Reflejo aquélla del ala derecha de la burguesía; fórmula esta otra de las aspiraciones del ala izquierda de la misma clase. Ver: Engels, “Inglaterra y el materialismo”, en: Dialéctica, Buenos Aires, núm. 4, junio de 1936, p. 159 y ss.
(32) Renaudet, art. Cit., t. CXII, p. 263.
(33) Engels, La guerre des paysans…, p. 64. En igual sentido: Luther, Memoires, edit. Hachette, París, 1837, t. I, pp. 154, 156 y 201.
(34) Funck-Brentano, La Renaissance, ed. cit., p. 86.
(35) “El individuo de la Reforma no es el individuo valiente y varonil del Humanismo, abandonado a su destino y a la necesidad de construirse él mismo su propio mundo; es un individuo arrojado en brazos de una realidad trascendente y a quien sólo por virtud de la gracia es posible encontrar en su humanidad.” Gentile, Giordano Bruno e il pensiero del Rinascimento, p. 264.
(36) Quoniam, ob. cit., p. 68.
(37) Para citar dos autoridades bien distintas, ver el juicio coincidente de Renan, Les apótres, edit. Calman-Lévy, París, pp. LX-LXI, sin fecha, y Jaspers, Ambiente espiritual de nuestro tiempo, trad. de la Serna, edit. Labor, Barcelona, 1933, p. 13.
(38) Erasmo, Elogio de la locura, p. 82.
(39) Maison, ob. cit., p. 116, dice muy bien que las reflexiones de Erasmo, contenidas en su Enquiridion, son el “primer libro de moral laica publicada en tiempos del Renacimiento”. Pineau, Erasme, p. 10, subraya que a la moral religiosa, Erasmo substituye “un cristianismo razonable tan atenuado que no difiere en nada de una disciplina puramente filosófica”. Ver también p. 116 y ss.
(40) Quoniam, ob. cit., p. 189. Renaudet, que ha estudiado tan bien el pensamiento religioso de Erasmo, reconoce que no tenía “ni la pasión intelectual de los grandes teólogos, ni la aspiración de los místicos hacía la unión divina, ni ese humilde amor de Cristo que consuela al autor de la Imitación, ni ese horror del pecado, ese sentimiento desesperado de la miseria humana que atormentaba entonces el alma violenta de Lutero”. Ver: Pineau, ob. cit., p. 70.
(41) “Aunque la manera como Erasmo trató esta cuestión no haya sido desaprobada por los ortodoxos, no se puede negar que su solución se inclinaba al pelagianismo y mostraba tendencias más racionales que teológicas.” Bouchitt, “Erasme”, en: Frank, Dictionnaire des Sciences Philosophiques, edit. Hachette, París, 1885, p. 460.
(42) S. Zweig, Erasme, p. 208.
(43) Idem, p. 206.
(44) Durand de Laur, ob. cit., t. I, p. 423.
(45) Marx, “Contribution a la critique de la philosophie du droit de Hegel”, en: Oeuvres philosophiques, edit. Cit., t. I, p. 97.
(46) S. Zweig, Erasmo, p. 145.
(47) En 1520, Erasmo le decía al papa León X: “He sido favorable a las buenas tendencias de Lutero, no a las malas, y hasta he favorecido en él la gloria de Cristo… Desde el principio he sentido las perturbaciones que iban a salir de ahí, y más que nadie me he horrorizado.” Ver: Quoniam, ob. cit., pp. 175-176.
(48) Erasmo, Elogio de la locura, p. 54. [Los subrayados son de Ponce. – H.P.A.]
(49) Erasmo, ob. cit., p. 52.
(50) “Erasmo no quiere destruir nada de la gran institución tradicional. Comprende su utilidad para la masa humana.” Pineau, ob. cit., p. 128. “La rebelión, dijo, no puede complacer a ningún hombre piadoso” (p. 161). “Toda revolución es impía” (p. 164).
(51) Quoniam, ob. cit., p. 188.
(52) Idem, p. 100. [El subrayado es de Ponce. – H.P.A.]
(53) Lo que tenía pensado desde 1507; lo terminó en 1514; lo publicó en 1543.
(54) Berquin fue quemado el 17 de abril de 1529.
(55) Quoniam, ob. cit., p. 202.
(56) Idem, p. 224.
(57) Siete mil ducados de oro. Funck-Brentano, La Renaissance, p. 131; Maison, Erasme, p. 190.
(58) S. Zweig, Erasme, p. 152.
(59) “El espectador puro es una quimera de intelectual. A pesar de que Erasmo lo sostuvo, debió tomar parte en todas las querellas. Ante todo, porque los escritos son actos. El hombre que tiene una pluma, sobre todo si la tiene con autoridad, no puede escaparse fácilmente cuando un mundo entero lo solicita. Si escribe, hace un acto. Y si no escribe, hace un acto también, y a veces un acto notable y notado, un acto de consecuencias innumerables.” Duhamel, art. cit., p. 482.
(60) Tan cobarde “físicamente” como él, fue tres siglos después un escritor que se llamaba Emilio Zola. Tímido como Erasmo, de una exasperación enfermiza, eludía también la lucha y el tumulto. Pero había en él la responsabilidad moral de su función de escritor, y eso sólo le bastó para llegar al heroísmo. Sobre la cobardía “física” de Zola, ver: Henri Barbusse, Zola, trad. Ximénez Sandoval, edit. Cenit, Madrid, 1932, pp. 202-203.
(61) Marcu, Lénine, edit. Payot, París, p. 168.