VALLEJO PARA NO INICIADOS XIV. Opinión Sobre opiniones
de James Higgins1
Julio
Carmona
EN REALIDAD, se puede estar de acuerdo
con algunas de las incisiones que sobre la poesía de CV hace el crítico escocés
James Higgins; especialmente en algunas interpretaciones estrictamente
poéticas. Pero el hecho es que, por lo común, suele deslizar esa opción crítica
hacia los predios de la biografía personal, a pesar de que él, en el prólogo a
la primera edición de su libro (1989), advierte esto como recusable: «El
Vallejo auténtico —dice— se encuentra no en las biografías ni en los libros de
tipo general que se valen del escritor para desarrollar teorías personales,
sino en los poemas mismos» (14). Por eso me parece contradictorio de esta
aserción —que comparto— cuando él mismo, de la visión estricta de su poesía,
deriva a lo personal o biográfico del poeta, pretendiendo enlazarlo, de manera
—en la mayoría de los casos— antojadiza o determinista. Por ejemplo: «El motivo
de esta tristeza [habida en el poema «Ágape» de LHN] es que en el curso del día que se acaba la experiencia del
poeta (fusionados CV y poeta) en este espacio urbano ha sido negativa».
No
estoy en contra de que se pueda recurrir a esos procesos, siempre y cuando no
se haga como meras suposiciones o superposiciones de sentidos, máxime si se
tiene la tendencia a atribuírselas al «poeta/autor» como si fuera un único ser,
cuando bien se sabe que la voz que queda en el poema ya no es la del autor, más
aun si también se sabe que esa voz o ese «yo poético» (o locutor poético, como prefiero llamarlo yo) del poema vallejiano es
la voz de todos. Por eso él llegó a
decir que el llanto del poema ‘lo habían confundido con su llanto’. Veamos
algunas muestras de ese desfase crítico de James Higgins.
Empezando
el segundo capítulo del libro, Higgins escribe: «Varios poemas de Los heraldos negros expresan la angustia existencial de un joven que ha
perdido la fe en las doctrinas religiosas en las cuales ha sido formado» (22).
Es obvio que aquí está fusionando poeta y
hombre Vallejo y sería ese ser fusionado quien se expresa en esos poemas,
cuando es mejor referirse a una voz poética que los reemplaza, como hemos
precisado antes. Sin embargo, eso no fuera del todo negativo (pues sigue siendo
una opción crítica, aunque no sea la más pertinente) si no que adopta signos no
verificables de una supuesta «angustia existencial» existente en el joven
Vallejo. Y, apoyándose en la biografía del autor, dice:
«Así, a la descomposición del mundo
seguro de la infancia provinciana, se suma la desintegración de las viejas
certezas espirituales con el derrumbe de la cosmovisión tradicional. En efecto,
Vallejo hereda y comparte la crisis espiritual de la sociedad occidental
moderna. Sin embargo, cabe sostener que esa crisis Vallejo la experimenta de
una manera especialmente aguda, ya que viene intensificada por la
desintegración de su mundo personal y por la pérdida de sus raíces culturales.
Además, como hombre de la periferia, tiende a cuestionar la tradición
occidental de una forma más radical respecto a lo que haría un europeo,
precisamente porque le cuesta identificarse con ella» (21).
Y, a continuación, analiza e
interpreta el poema «Espergesia»2:
«El título [aquí va incluida la nota
explicativa] presenta al poeta como víctima del destino, que arbitrariamente lo
condena a sufrir. Elaborando esta idea, la primera estrofa atribuye sus
desgracias a las circunstancias de su nacimiento, insinuando que Dios malogró
su creación por no estar en forma» (23).
Admito que sea «el poeta» que se
presenta, a través del título (si se acepta la explicación de Martín Alonso: Espergesia = declaración de una sentencia)
«como víctima del destino, que arbitrariamente lo condena a sufrir.» Pero me
resisto a aceptar la ‘elaboración de esa idea’ que interpreta la primera
estrofa como que esta le «atribuye sus desgracias a las circunstancias de su
nacimiento». Y, en realidad, en el poema no se encuentra nada que se refiera a
«desgracias». Y al continuar con el análisis del poema «Espergesia» dice que es
el poeta el que sufre:
«La tercera estrofa aclara la índole
de la fatalidad que persigue al poeta, aunque ya hay indicios de ella en las
dos primeras (¿). Creación malograda de un Dios enfermo, el poeta también ha
resultado un hombre enfermo, en cuanto nunca ha conocido la salud espiritual
gozada por los demás (¿), sino que vive asediado por la angustia metafísica.
(23)
Precisamente, porque él se sabe
distinto a ‘esa enfermedad espiritual sufrida por los demás’ no es que se
sienta enfermo, sino al contrario iluminado, porque es —aunque sea antitético o
paradójico3— ‘una creación malograda positiva’ para liberarse de esa ‘enfermedad espiritual
generalizada’, no es que su aire metafísico derive en angustia. Todo lo opuesto
a ello. Sin embargo, de esa apreciación negativa adjudicada a CV por Higgins,
este pasa a una visión relativamente certera:
«… es así porque, a diferencia de
los otros, que no ven más allá de la superficie de las cosas y aceptan la vida
sin cuestionarla, él ha nacido con una sensibilidad malsana [esta palabra
Higgins debió ponerla entre comillas] que lo hace cuestionar y analizar todo,
penetrando el velo de las apariencias para descubrir el vacío que yace detrás»
(Ib.). Y, más adelante, nuestro crítico vuelve a contradecir lo dicho en la
cita anterior, y dice: «… ese “aire metafísico” es su mundo interior, donde
sufre un vacío causado por su incapacidad para descubrir un sentido en la vida»
(24).
Pero si antes ha dicho que esa
sensibilidad «malsana» «lo hace cuestionar y analizar todo, penetrando el velo
de las apariencias para descubrir el vacío que yace detrás», ¿cómo es que después
dice que «su mundo interior… sufre un vacío causado por su incapacidad para
descubrir un sentido en la vida»? Léanse los versos donde se habla del ‘vacío
de su aire metafísico’ este es el que los demás perciben, pero que ellos nunca
podrán palpar: manipular, hurgar, sentir, porque es «el claustro [la celda de
retiro] de un silencio [para los demás] que habló a flor de fuego» [el fuego de
la poesía que habla solo a los elegidos: creadores o lectores tocados por ese
fuego].
Sin
embargo, Higgins dice: «El verbo “palpar” por su empleo frecuente en el
contexto de los reconocimientos médicos, sugiere que ese vacío espiritual es
como una herida abierta en su alma, una herida que nadie puede localizar,
puesto que los demás no comprenden su angustia espiritual» (Ib.). Y aun agrega
que el verbo «palpar» «Aquí sirve para insinuar que los otros son incapaces de
comprender su estado de alma porque solo entienden lo que pueden ver y tocar».
Y esto está bien, pero luego da el salto mortal:
«Por su parte el poeta no logra
comunicar lo que experimenta por dentro» [¡pero si eso es lo que está haciendo,
poéticamente], porque vive sumido en la introspección
obsesiva, encerrado en su mundo interior como en un claustro silencioso [si
fuera así no percibiría lo contrario que ocurre afuera: en la obra positiva
creada por un Dios sano], y su desolación (¿) no llega a expresarse sino “a
flor de fuego”, en la forma de una intensa angustia espiritual» (Ib.).
Con otra lectura, diferente a la de
Higgins, no hay ninguna angustia sugerida en el poema. Esa «angustia» es algo
que se añade al poema (y al poeta): algo que se le quiere imponer desde fuera.
Si
bien se aprecia que el locutor poético está «insinuando que Dios malogró su
creación por no estar en forma» eso no quiere decir que diera como resultado un
sufrimiento específico. Indica sí que, en su caso (que hace extensivo a todos los poetas4), se
«malogró» el prototipo que Dios tenía prefijado para todos los seres de su
creación: sumisos, obedientes, resignados e incapaces de ver más allá de sus
narices, como, es cierto, también lo sugiere Higgins:
«Marcado por esa fatalidad, el poeta
ha sido condenado a ser diferente a los demás y a sufrir angustias que los
otros no pueden comprender ni compartir» (Ib.).
Entonces, no es que el poeta se sienta
‘marcado por una fatalidad’ ni «a sufrir angustias»; más bien, es que él en
cierta forma se felicita de que sea así. Porque no es como interpreta Higgins
que el «“Diciembre de ese Enero” es el estado de desolación. Dice:
«—“Diciembre” evoca esa imagen del
invierno y de todo lo negativo asociado con esa estación— al cual sus tristes
orígenes lo han llevado» (Ib.).
En primer lugar, no es que Diciembre
tenga que ver con el invierno. En Perú, contrariamente a lo que ocurre en
Europa (que es a este diciembre que se refiere Higgins), es el verano el que se
inicia. Descartada esta situación de influencia negativa generada por la
inclemencia del invierno. Lo que ha de interpretarse de esa frase poética: que
los otros «no saben/ del Diciembre de ese Enero» (y, por lo visto, ese otros no saben incluye a Hinggins), es
que no saben cuál será el fin (muerte = diciembre) de aquel comienzo
(nacimiento = enero).
En
segundo lugar, descartada esta primera inexactitud, todo lo que venía aparejado
a ella: desolación, tristes orígenes,
sufrimientos interiores que reforzarían —dice Higgins—: «Los otros solo
perciben su ser exterior y no comprenden nada de los sufrimientos interiores que lo hacen comportarse de una manera que
ellos condenan (“saben que… soy malo»)» (23); en resumen: «la atmósfera de fatalidad, al presentar su condición de sufrimiento solitario
como algo ineludible», lo que se constata es lo contrario, no un sufrimiento,
sino una esperanza decisoria, que el locutor poético explica con esos
‘diciembres y eneros’. Dice: «… que no me vaya / sin llevar diciembres, / sin
dejar eneros», como si dijera: antes de morir quisiera haber despertado en los
demás hombres la inquietud de no avanzar al morir (al fin, al diciembre) con
esa resignación obsecuente, que tomen en cuenta, más bien, su visión poética de
la vida para la que él, en todo su poemario, ha insinuado en las alternativas
del amor y una nueva religión basada en la justicia para todos. Y esta visión del
final (diciembre) de los hombres se complementa con la otra: ‘que no me vaya’/
«sin dejar eneros», es decir: antes de morir quisiera haber dejado el
nacimiento de nuevos hombres.
En
otras palabras: los versos (estribillos) del poema «Espergesia»: «Yo nací un
día/ que Dios estuvo enfermo», si se aplica el principio poético vallejiano del
yo representativo de todos, implica
el haber despertado de esa generalidad, pues se supone que escapó a su designio
de ser un obediente de lo por Dios establecido, pues se le escapó de las manos
(dada su enfermedad). Y eso dice que lo saben todos: de su desubicación en ese
estado de cosas. Por lo tanto es «el malo». Pero «todos» no saben del fin de
ese comienzo (del diciembre de ese enero). Que, sin embargo, es algo que él ya
ha vislumbrado. «Todos» piensan que él anda perdido en las nebulosas de su
«aire metafísico», pero a este nadie lo ha de palpar, porque es «el claustro de
un silencio / que habló a flor de fuego». Las condiciones de la libertad son
silenciosas (incluso existe un miedo a la
libertad —Erich Fromm—, generalizado) que solo pueden hablar «a flor de
fuego»: el fuego de la poesía, en particular, o del arte, en general.
Por
eso, dentro de ese «todos» hay pocos que pueden comprenderlo, son sus
«hermanos» no de sangre o de apellido sino de desarraigo del sistema creado por
Dios. Y por eso clama: «Hermano, escucha, escucha…». Y luego de sentir que se
le presta atención, dice: espero no irme sin llevar diciembres ni sin dejar
eneros (analizado arriba), es decir, sin haber logrado que otros despierten
como él, que sepan cuál es su fin (diciembre) para el que han nacido, lo cual
implica dejar nuevos comienzos (eneros): otros nacimientos de hombres
despiertos. Pero, ¿cómo interpreta Higgins esta parte del poema? Dice:
«La cuarta estrofa, una especie de
paréntesis en la cual el poeta se presenta en el papel de un mendigo emocional,
indica que está dirigiendo el poema sus semejantes en un intento de explicarse
y de granjearse su comprensión. Pero los puntos suspensivos del verso 15
sugieren que sus palabras dan contra un muro de indiferencia, y su respuesta
resignada (“Bueno”) es una especie de encogimiento de hombros verbal, con el
cual reconoce que su dilema no le interesa a nadie. Pero tal es su
desesperación que les ruega a sus semejantes que, si no están dispuestos a
escucharlo con simpatía, al menos lleven “diciembres” y dejen “eneros”, que lo libren de su
desolación y le den la oportunidad de comenzar una vida nueva. (24)
Y ya se ha visto que puede haber una
lectura que diga o vea algo diferente. Se ve, pues, que Higgins combina,
algunos hallazgos acertados respecto del sentido del poema, con otros que él le
quiere imponer al poema. Ejemplo:
«La quinta estrofa reanuda el
intento de explicar la actitud vital que lo distancia de los demás» [pasa;
pero, enseguida, agrega]: «Aquí se refiere específicamente a su poesía, la cual
está dominada por una nota de angustia
desesperada» (24). [Y la estrofa aludida es la siguiente]: «Todos saben que
vivo, / que mastico… Y no saben / por qué en mi verso chirrían, / oscuro
sinsabor de féretro, / luyidos vientos / desenroscados de la Esfinge /
preguntona del Desierto» (Ib.).
Leída la estrofa, correctamente, no
aparece por ningún lado esa supuesta «angustia
desesperada» a la que alude Higgins. Ya se ha visto (incluso en
interpretación del mismo Higgins, aunque después se contradijera) que el poeta
observa a los demás y por eso, dice Higgins, que se nota «el intento de
explicar la actitud vital que lo distancia de los demás», es decir, que «Todos»
ven en él al hombre material, igual a todos, y que come como todos. Pero ese
«todos» no sabe lo que él ha visto [y que de vivir encerrado no hubiera podido
ver]: la muerte generalizada que causa el Destino: la Esfinge del desierto, que
siempre los envuelve en sus preguntas y los destruye. Y en esto también se
equivoca Higgins porque de la Esfinge dice que: «esta misteriosa figura esta
calificada de “preguntona”, se trata de una transposición del epíteto, ya que
en realidad es el hombre que la contempla, que se ve impulsado a hacerse
preguntas sobre la vida, preguntas que la insondable estatua se niega a
contestar». [Y todavía agrega:] «Así los vientos desencadenados por la Esfinge
y que chillan en su poesía son una metáfora de la angustia existencial que
asola la vida del poeta y encuentra expresión en sus versos» (25).
Y
en la cita hay dos equívocos. Primero, porque —al menos, la Esfinge que se
conoce por Edipo Rey— es la «preguntona», y eso lo saben todos por eso evitan
toparse con ella. Y segundo equívoco: que no es la misma Esfinge la que
desenreda esos vientos, sino es el locutor poético el que dice ‘haber
desenroscado esos vientos’ porque —como Edipo— ha encontrado las respuestas a
sus preguntas, y es así que en el Desierto (con mayúscula) en el que impone su
poder omnímodo el Destino representado por la Esfinge, el locutor poético ha
descubierto ese «oscuro sinsabor de féretro» y ‘otros vientos diluidos’ y que
chillan en sus versos; no es que esos elementos descubierto por él en el
Desierto constituyan una angustia existencial que anida en él. Por eso constata
que todos saben eso de él. Pero no saben que la luz también es un estado puro,
visible, porque es producto de la enfermedad de Dios, que se le evaporó de su
Sombra gorda. Y todos no saben que el Misterio (lo desconocido de todos) es la
síntesis de todo lo sufrido: el lado imperfecto de la perfección de vida, pero
que advierte a todos cuál es el paso de sus fronteras pequeñitas hacia las
fronteras mayores de la libertad. El poeta es el producto esquivo de la obra
divina. Pero, por ello mismo, sabe que Dios les oculta algo: que son los seres
humanos mismos quienes lograrán vencer al «destino», quitándose la venda de los
ojos que Dios les ha puesto. Del mismo modo como lo desobedecieron Adán y Eva
para conquistar la sabiduría: para conocer el bien y el mal. Pero Dios los
castigó a vivir en el mal. Entonces son los hijos de Adán y Eva los que tienen
que conquistar el bien que les es negado por Dios.
En
conclusión: haber ‘nacido un día que dios estuvo enfermo, grave’, le permitió
al locutor poético haber descubierto el enigma de la vida, que no se condice
con la resignación sino con la liberación del esclavismo, que hace al ser humano depender de un ser divino que estando sano mantiene a
los productos de su creación condenados a vivir en el mal. Pero que, habiendo enfermado ese dios, les deja abierta la
opción de su liberación, que es la conquista del bien.
_______________
(1) César Vallejo en su poesía (2015). Lima: Cátedra Vallejo.
(2) En nota explicativa, incluida en
el texto, Higgins dice que es «—un arcaísmo que, según Martín Alonso [Enciclopedia del idioma. Madrid:
Aguilar, 1958], significa la declaración de una sentencia— (23).
(3) Que Higgins usa como catacresis, y la define así: «juntar dos
palabras desemejantes».
(4) No en vano Platón los expulsó de
su República.
Romanza para
Víctor Mazzi Trujillo y el GIPM
-Parte uno-
Roque Ramírez Cueva
SE ES VIEJO O JOVEN según la
confluencia de elementos sociales e históricos, incluidos personajes, en las
líneas del tiempo; por ejemplo, de costumbre en todas las épocas se ha llamado
nuevo (léase joven) a todas las tendencias formalistas que surgieron, sin
embargo dicha literatura es de las más antigua si tenemos en cuenta sus
estructuras formales. El formalismo surge con la literatura oral misma, en su
transición a la palabra escrita, luego le siguió el realismo con el didáctico Hesíodo,
el cual no es tan joven tampoco en mi modesto recorrer, aunque algunos digamos
señalan la Leyenda del Gilgamesh como punto de partida, mil años antes del
griego, y no discreparía de ello.
En
cambio, el realismo exudado por los proletarios si es de menor antigüedad, el
capitalismo tiene pocas centurias en relación a los milenios en que se originó
la creación literaria en su versión oral. Y los proletarios no surgen de la
mano de la industrialización, hablo de proletarios y no de obreros, éstos si
son producto del capitalismo; en cambio los proletarios adquieren tal categoría
en el momento que se les dio por autoeducarse a partir de su ideario que
empezará desde el concebido Proyecto de la Comuna de París.
Porque
un proletario es aquel obrero que asume –en sentido lato- su filosofía, el
marxismo, me ilustraba hace una treintena de años el poeta Víctor Mazzi, hoy
comprobamos tal aguda certeza. Y justo, no es casualidad, los primeros poetas y
trovadores proletarios, se les ubica en este suceso histórico de la Francia no
revolucionaria, pueblo libertario que ya no lo sería. (1)
En
esta premisa proponemos el título y la glosa distintiva que expresamos al
maestro y poeta amigo Víctor Mazzi Trujillo (VMT), en adelante algunas veces le
diremos con el caro afecto reservado de la tertulia íntima, el viejo Mazzi. Nos
bastaría decirle su primer nombre y apellido, ello no le menguaría nuestro
respeto, pero sucede que uno de sus vástagos, también hombre de estudio, heredó
el mismo nombre. Don Víctor, hombre de pueblo muy querido, adelante veremos por
qué, el país de los de adentro lo vio aspirar aire puro y con smog por 64 años,
desde marzo de 1925 a febrero de 1989.
Nace
en Apata, Junín, y el apuro del empleo lleva a la familia a pocos meses de
nacido hasta Morococha. Lo demás, es narrativa conocida, aparte de los estudios
primeros en la escuela primaria, él trabajará para compañías mineras, donde se
inicia de lector (rara avis entre los obreros) y pronto escritor desde los años
40. Una afección temprana, como si fuera un disparo rozando, en el corazón lo
lleva a Chosica. Allí continúa sus autoaprendizajes mientras ofrecía libros de
viejo a los estudiantes y profesores de La Cantuta, para luego ya lo tenemos de
poeta, con obra literaria expectante a su clase.
Mientras
tanto, ese país profundo ha sufrido a Leguía, Sánchez Cerro, Benavides,
Bustamante y Rivero (única primavera democrática); mas esta es una historia de
dictadores, impropia a nuestra glosa dedicada a los héroes de estos tiempos,
los creadores de las bellas letras. Porque, como se viene trazando la presente
nota, esta romanza testimonio disgrega acerca del más antiguo joven de los
maestros y poetas que –en el sentido lato de la acepción- haya dejado su huella
entre la biblioteca y los corredores de la Universidad de Educación; por
cierto, no desconocida por los gobiernos represivos, La Cantuta.
Cuando
aún no oteábamos tal universidad en nuestro horizonte averiguamos desde la
memoria de los antecesores condiscípulos, sobre la discreta bibliografía apilada en sus anaqueles. Los ejemplares al
servicio de los lectores no satisfacían las expectativas de los lectores
asiduos a la biblioteca cantuteña. Es cierto, abundaba una vasta bibliografía
sobre ciencia pedagógica, didáctica y
tecnología educativa, pero en humanidades, literatura y pensamiento se
notaba las limitaciones mencionadas. Este vacío, sin predisponerse a tal fin,
fue cubierto por el poeta, quien exhibía libros de viejo en un quiosco instalado
dentro del campus universitario.
La
exigente bibliografía indicada en los sílabo por maestros conocedores de su
respectivo campo académico, ahí la hallaban los lectores más despiertos. El
viejo Mazzi tenía, entre otras, esta virtud de convertirse en directorio
bibliográfico, en diccionario literario, su quiosco en hemeroteca, sus ratos
libres en conferencista, charlador profundo es más apropiado si cabe el
término, en un asesor dispuesto y atinado sin paternalismo alguno ni horario
rígido. El lector, por supuesto tenía que calzar en un par de buenas costumbres
ávido de poesía, gustador de la literatura y de buen oído para la música del
jazz, un tanto entrenado en la política de élite y masas, cuando menos sensible
a esto último. Apelo a la memoria como testigo para recordar las incontables
horas que él destinaba para discernir de las inapreciables humanidades y de las
ideas lúcidas del sabio nacido en Treveris
El
universo hondo de su lar, entre la orilla del desborde y la línea férrea nos
acogía con fraterna e imborrable sonrisa. Su benevolencia en acogernos como si
fuésemos antiguos discípulos, sin incomodarse por nada, sólo la entendemos porque el poeta Mazzi
construyó todo su perfil hasta aquí descrito y por describir, en base a una
inveterada virtud, la autoeducación. Reafirmamos lo ya antes dicho. Algunos, me
cuentan, lo hicieron bajo los sauces de su patio, nosotros en la acogedora mesa
familiar, donde no sólo era conversar y conversar, aun interrumpiendo el sueño
de los personajes de sus “nanas” y hurtándoles el mimo del abrazo paterno en
esas horas de nostalgia vespertina. La grata recepción contaba con la venia y
afecto de doña Justina, esposa y compañera fiel del Ñeco (VMT), como solía
decirle con la voz prestada del nieto Víctor Manuel; madre innegable de todos
los peregrinos que visitamos ese lar, a quien extendemos este abrazo de los amantes
de la literatura, con humildad nuestra.
Como
señalan con certeza, Víctor hijo y el poeta Jesús Cabel, “La presencia de
Víctor Mazzi Trujillo en la literatura peruana marca la insurgencia de una voz
que emerge desde lo popular, y sigue un derrotero cultural muy propio y
original de la clase obrera […] En su Poesía
Proletaria del Perú planteó una secuencia evolutiva del acto creador de la
poesía, desde una perspectiva comprometida con los ideales de la clase obrera,
arte poética de la cual proviene y se dirige a ella misma.” (2) Postulados que propone y asume el
GIPM.
Escribimos
este testimonio grato, al fundador del Grupo Intelectual Primero de Mayo
(GIPM), en horas difíciles para uno de los miembros que lo integró en la década
de los años setenta. Nos referimos al poeta y ensayista Eduardo Ibarra, hoy
residente en Bolivia y quien está siendo calumniado. Ibarra en el GIPM era un
lector voraz de poesía universal y clasista, de allí la acertada y enjundiosa
compilación de los poemas que se publican en el Blog Creación Heroica, sección
creación. También fue un cómplice consuetudinario de don Víctor en las sesiones
auditivas del mejor jazz que los integrantes departían entre pertinaces y
agudas reuniones de arte, literatura y realidad nacional.
Los
contemporáneos de Ibarra de esa generación del GIPM, aparte de Víctor Mazzi que
lo funda desde los años 50, junto a Víctor Ladera y Leoncio Bueno; en los 70’s
fueron José Gutiérrez, Magno Dueñas, Julio Carmona, Artidoro Velapatiño,
Teodoro Stucchi, Donald Jaimes, Raúl Soto, y en los meses del verano desde
Piura se unía Alberto Alarcón. Y todos ellos editaron revistas, participaron en
congresos literarios y recitales en universidades, sindicatos en Lima y varias
regiones del país.
En
1968, la Asociación de Centros Federados de la UNI organizó un concurso de
literatura obrera, en el cual participó gran parte de los miembros del GIPM,
varios de los cuales fueron galardonados: Víctor Mazzi, primer lugar en poesía;
el segundo puesto lo obtuvo Eduardo Ibarra; y en ensayo ganaron Víctor Mazzi y
Teodoro Stucchi. Mas la activa
participación de los miembros del GIPM se notaba en los encuentros y congresos
de poesía, en los cuales Eduardo representaba al grupo por sus dotes de
polemista, conocedor tanto de la poesía universal y de la proletaria, además
del contexto socio económico de nuestra realidad nacional.
Concuerdo
con Alejandro Romualdo que “Cuando comprobé la aparición de este poeta que
viene a combatir al lado nuestro por ley natural, lo vi como un desagravio a
todos los que en el Perú sufrimos la dicha de ser escritores fieles a nuestra
extracción popular, que erupciona en esta hora del hombre.” (3)
A
Ibarra lo conocimos en Chosica, a
inicios de los años ochenta en una de las reuniones últimas del GIPM, sus
conocimientos del jazz y el tango y las
milongas hicieron amenas un par de tertulias, donde se habló de Nazim Hikmet,
Jiri Wolker, del Gabo y su polémica con Mario Vargas en la UNI, gusto que
compartían todos los miembros del grupo, particularmente el querido viejo
Mazzi. Después de la muerte de VMT, en 1989, lo encontré trabajando de
Bibliotecario, si no me equivoco, en la Universidad Nacional del Callao cuando iba a visitar a César Mazzi (hijo de
don Víctor) quien en calidad de docente dirigía un grupo de música andina
conformado por estudiantes de dicha universidad.
En
los años noventa le perdí el rastro. En los años iniciales de este siglo supe
que había migrado a Bolivia por razones de trabajo, la razón fue que con la
dictadura cívico militar de Fujimori muchos quedaron desempleados en las
universidades públicas al ser intervenidas. En este fin del mes de Noviembre
nos enteramos por el muro del Facebook de su hijo que Eduardo Ibarra, a raíz de
la convulsa situación social que se vive en el país del altiplano, ha sido
calumniado –como ya se dijo- por sus ideas políticas. Ante esto, rechazamos
esas calumnias y nos solidarizamos con el poeta y pensador. No olvidemos que
Eduardo Ibarra, desde estas páginas de Creación Heroica ha deslindado con los
terroristas y aventureros de la izquierda peruana.
Notas
Bibliográficas:
(1) En este artículo habló de los poetas de la Comuna de
Paris. Ver link:
(2) Cabel, Jesús y Víctor Mazzi H. VICTOR
MAZZI TRUJILLO O LA POESÍA DE CLASE. Lima. Editorial San Marcos EIRL. 2012.
(3) Cabel, Jesús y
Victor Mazzi H. Ibid
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.