Los Protagonistas de la Disputa en América Latina
Claudio Katz1
RESUMEN
Las
revueltas populares se extienden junto a la reacción de los opresores. En Chile
desenmascaran el modelo neoliberal y en Ecuador doblegaron el ajuste del FMI.
Pero en Bolivia se consumó un golpe con todos los tintes del fascismo. La
liberación de Lula ilustra la intensidad de las resistencias al ensayo
reaccionario en Brasil. Venezuela demuestra cómo enfrentar a la reacción, en un
escenario de crecientes protestas en Centroamérica y el Caribe. Las
confrontaciones electorales de México y Argentina asumen otro significado. La
derecha generaliza el golpismo con sostén militar, judicial y mediático. El
imperialismo agrede para recuperar primacía económica y los desastres generados
por el neoliberalismo salen a la superficie. Los levantamientos no expresan el
descontento indiferenciado de la clase media. Hay un antagonismo con las
marchas derechistas que el neutralismo no registra. Los poderosos retomar el
gobierno por las falencias del progresismo y en escenarios muy abiertos el
papel de la izquierda será decisivo.
AMÉRICA LATINA registra un abrupto
cambio, al calor de grandes confrontaciones entre desposeídos y privilegiados.
Esa disputa incluye revueltas populares y reacciones de los opresores. En un
polo aflora la esperanza colectiva y en el otro el conservadurismo de las
elites.
Las
batallas se dirimen en las calles y en las urnas. Los poderosos no sólo
recurren a la represión. Manipulan la información, difaman a los luchadores y alientan
el resentimiento de la clase media empobrecida. En toda la región los anhelos
de igualdad chocan el fascismo y en ningún país se observan resultados
definitivos. En un proceso vertiginoso, las victorias significativas coexisten
con los preocupantes retrocesos.
LAS REVUELTAS DE OCTUBRE
La sublevación en Chile es el gran
acontecimiento del tsunami latinoamericano. Es la mayor rebelión de la historia
del país. Todos los días miles de jóvenes salen de los colegios, universidades
y barrios para enfrentar a los gendarmes.
Las
pancartas son categóricas: “Chile se cansó y despertó”. Un pueblo harto de
humillaciones se ha insurreccionado contra el modelo neoliberal. Los
padecimientos generados por ese esquema han salido a la superficie. El 70% de
los hogares tiene su ingreso comprometido con deudas para solventar la
educación, la salud y el ahorro previsional privados. El país comparte el podio
de las ocho naciones más desiguales del mundo.
El
grueso de la población confronta con un gobierno aislado, que surgió de
comicios signados por la abstención. Piñera despliega una represión salvaje,
que ya causó más de 20 asesinatos, miles de detenidos e incontables heridos.
Los carabineros se drogan para continuar la balacera y disparan a los ojos de
los manifestantes, para quitarles la vista de por vida. Hay abrumadoras
denuncias de abusos sexuales contra las mujeres detenidas.
El
ejército sostiene ese vandalismo para preservar los privilegios legados por
Pinochet. Recibe un porcentual fijo de las exportaciones de cobre y sus
miembros están exentos de la vejez pauperizada que padece el resto de los
jubilados. Pero algunos soldados se han negado a reprimir y los jefes exigen
garantías de impunidad para seguir repartiendo palos. La demanda de juicios a
sus tropelías se ha instalado en la sociedad.
Piñera
está desbordado. Impuso el toque de queda y tuvo que levantarlo. Convocó al
dialogo y refuerza la sangría. Todos los días anuncia alguna concesión social
sin ningún resultado. El pánico imperante en su círculo íntimo aflora en
confesiones graciosas (“tendremos que disminuir nuestros privilegios”) o en la
descripción de los manifestantes como “alienígenas”.
Las
movilizaciones persisten para no repetir las frustradas experiencias del 2006 y
2011, que desembocaron en cambios cosméticos. La oleada actual comenzó en forma
espontánea y sin liderazgo, pero ya emerge una organización por abajo. En los
cabildos abiertos se debate cómo encauzar las protestas y las propuestas.
El
activismo de los estudiantes se ha extendido a los sindicatos y a los
colectivos sociales, que demandan el fin de Piñera y la convocatoria a una
Asamblea Constituyente. La presión es tan fuerte, que el propio gobierno
maniobra para deformar ambos reclamos.
También
los políticos de la Concertación
buscan diluir las exigencias del levantamiento. Sostuvieron durante 30 años el
régimen y convalidaron la militarización del último mes. Ahora propician el
llamado a un plebiscito que asegura la continuidad de Piñera y bloquea la
soberanía de una eventual Constituyente. Ensayan un nuevo dique para frenar las
movilizaciones.
Ecuador
ha sido el segundo epicentro de las revueltas. Las comunidades indígenas resistieron
a escala local el aumento del combustible e incorporaron otros sectores
populares a su monumental marcha sobre Quito.
Lenin
Moreno se escapó a Guayaquil y apostó al salvajismo represivo, provocando siete
muertos y miles de heridos. Pero al cabo de varias jornadas de intensa batalla
se rindió. Anuló el incremento de las naftas y aceptó la victoria conseguida
por la firmeza de la CONAIE. Cuando los indígenas ingresaron en el Parlamento,
el presidente tránsfuga recordó cómo tres antecesores suyos fueron tumbados por
ese movimiento (1997, 2000 y 2005).
El
levantamiento logró la derogación de un decreto redactado por el FMI, en un
país asfixiado por el endeudamiento externo. Todo el paquete de reforma laboral
y apertura de importaciones ha quedado afectado, en una economía ahogada por la
dolarización. Ese cepo impide compensar los ajustes con paliativos monetarios.
Los
manifestantes también ocuparon las oficinas del FMI, para advertir a los
banqueros cual será el tono de su resistencia. Después del éxito conseguido en
las barricadas, los colectivos sociales organizaron un Parlamento de los
Pueblos, que propuso aumentos del salario mínimo, impuestos progresivos y
mecanismos para salir de la dolarización, junto a la titularización de las
tierras y la reestructuración de las deudas campesinas. Estas definiciones
ilustran cómo las revueltas comienzan a madurar con proyectos alternativos.
LA IRRUPCIÓN DE LOS FASCISTAS
El golpe de estado en Bolivia ha
introducido un dramático contrapunto con las sublevaciones de Chile y Ecuador.
La derecha tomó la iniciativa y capturó el gobierno. Toda la controversia sobre
la definición de esa asonada es ridícula. Se consumó el golpe de estado más
abierto, descarado y evidente de las últimas décadas. No tuvo disfraz
institucional, ni mascaradas blandas.
Fue
una acción virulenta con protagonismo directo del ejército. Evo renunció a
punta de pistola, cuando los generales se negaron a obedecerlo. No dimitió por
simple agobio de la crisis (como De la Rúa en el 2001). Fue expulsado de la presidencia
por la cúpula militar.
Pero
la principal peculiaridad de esta operación fue su tinte fascista. Los
gendarmes impusieron una zona liberada, que ocuparon los matones para instaurar
el terror. Forzaron la indefensión del gobierno aplicando el manual de las
bandas ultraderechistas. Secuestraron dirigentes sociales, tomaron
instituciones públicas y humillaron a los opositores.
Camacho
puso en práctica las proclamas de Bolsonaro. Con biblias y rezos evangélicos
quemó casas, rapó mujeres y encadenó periodistas. Emitió gritos racistas contra
el cholo, mientras sus secuaces se burlaban de los coyas, quemaban la bandera
Whipala y golpeaban a los transeúntes de la raza denigrada. En La Paz imperó el
vandalismo ensayado en Santa Cruz. La valentía del “macho Camacho” estuvo
garantizada por la protección policial.
Ese
odio contra los indios recuerda la provocación inicial de Hitler contra los
judíos. Camacho no disimula la irracionalidad de sus diatribas contra los
pueblos originarios. Considera que las mujeres de esas nacionalidades son
brujas satánicas y que los hombres son únicamente aptos para la servidumbre.
Como en Alemania durante los años 30 ha creado legiones de resentidos para
humillar a los indígenas.
La
clase dominante celebra la venganza. Como no digiere que un indio haya ejercido
la presidencia, permite las descontroladas tropelías de Camacho. Los poderosos
esperan estabilizar el golpe, para equilibrar luego el manejo del estado con
sus hombres de confianza. Su prioridad inmediata es consolidar el
desplazamiento de Evo.
Por
eso invierten lo ocurrido y culpan al líder del MAS de un fraude que
justificaría su remoción. Convierten a la víctima en responsable y transforman
la impugnación del golpe en una crítica a la ambición de Morales. El presidente
electo es presentado como un dictador y los golpistas son elogiados como
salvadores de la democracia. La versión light de esta infamia declara que
“ambos bandos son culpables”.
Pero
los difamadores no presentaron ninguna prueba del alegado fraude. Tampoco
objetaron el triunfo de Evo. Sólo discutían si obtuvo el 10% de diferencia
requerido para evitar el ballotage. La oposición legitimó la elección con su
participación y por eso al principio sólo hablaba de irregularidades. Cuando
percibió la posibilidad de perpetrar el golpe improvisó el cuento del fraude.
El
protagonismo del Estados Unidos en el complot quedó confirmado con el elogio de
Trump a la intervención del ejército. Los jugosos negocios internacionales que
ofrecen los golpistas, indujeron también la bendición de la Unión Europea a los
usurpadores.
Pero
habrá que ver cuál es la consistencia de una mandataria auto-elegida en una
asamblea trucha. Añez intentará mantener la presidencia durante el tiempo
requerido para amañar elecciones con proscripciones. Oscila entre los
compromisos requeridos para montar esa farsa y el simple ejercicio de una
dictadura. Bajo su conducción, Bolivia ha retomado sus viejos parámetros de
ingobernabilidad.
La
heroica resistencia popular se desenvuelve en las duras condiciones de la
militarización. En los primeros cinco días hubo 24 muertos. Pero las
movilizaciones se extienden desde el bastión de El Alto al resto de las
ciudades. Los cabildos organizan la lucha de un pueblo muy experimentado en la
batalla callejera.
En
el curso de esa acción podrá evaluarse la actitud adoptada por Evo. El
principal problema no fue su estrategia de permanencia en el gobierno
(plebiscito y reelección), sino la total imprevisión frente al golpe. Quedó
atado al arbitraje de la OEA y fue sorprendido por la insubordinación de un
ejército, que reforzó con equipamientos y pertrechos. El desmovilizado
oficialismo no tuvo repuesta frente a la decidida ofensiva de la derecha. Este
balance ya está en la mente de los militantes que ahora priorizan la resistencia.
UNA RESONANTE VICTORIA
Los contrastes que dominan el contexto
latinoamericano tuvieron otra manifestación en la liberación de Lula. Esa
excarcelación suscitó una inmensa alegría entre los participantes de la campaña
contra su detención. Las marchas, campamentos y pronunciamientos
internacionales permitieron ese logro.
Ese
desenlace propinó una gran derrota a la farsa montada por el juez Moro y sus
cómplices de O Globo, para impedir la
presidencia del candidato más popular. La conversión del inquisidor en
superministro de Bolsonaro desenmascaró ese operativo. Ahora deberán lidiar con
las caravanas que exigirán la restitución de los derechos políticos a Lula.
Esa
campaña tendrá resonancia continental frente a un mandatario desprestigiado.
Bolsonaro carece de la serenidad mínima, requerida para ejercer una función
ejecutiva. Mantiene su perfil carnavalesco y no logra hilvanar un discurso.
Responde con insultos a cualquier cuestionamiento.
Esa
brutalidad agrava los problemas de su entorno. Ya tiene varios familiares
comprometidos con el lavado de dinero y algunos testimonios lo vinculan
directamente con el asesinato de Marielle Franco.
Bolsonaro
depende del sostén de los nueve generales que ejercen el poder efectivo.
Sobrevive por el gran servicio que presta a las clases dominantes, a través de
sucesivos paquetes de agresión a los trabajadores.
El
ex capitán debutó reduciendo el salario mínimo por decreto. Luego motorizó una
reforma laboral precarizadora e impulsa cambios regresivos en el sistema previsional.
Además, implementa privatizaciones en los estratégicos sectores de la energía,
las finanzas y el transporte y se propone rematar antes del 2022, un centenar
de empresas estatales. El recorte del presupuesto educativo ha sido tan brutal,
como la caza de brujas para destituir funcionarios con ideas progresistas. Sus
diatribas anticomunistas incentivan atropellos a los derechos humanos, mientras
aumenta el salvajismo de los gendarmes en las favelas.
Pero
Bolsonaro no ha podido traducir su verborragia reaccionaria en un programa de
concreción del fascismo. Carece de condiciones para materializar ese proyecto.
No logró un liderazgo reconocido en el grueso del sistema político conservador
y continúa soportando la resistencia popular.
Ya
afrontó una huelga de gran acatamiento contra la reforma previsional y una
marcha de tres millones de personas contra la homofobia. También las protestas
estudiantiles contra los recortes del presupuesto alcanzaron una inédita
masividad, bajo la impactante proclama de “libros sí, armas no”.
El
desorbitado capitán programa varios contragolpes y una movilización de su base
social derechista para intentar el re-encarcelamiento de Lula. El próximo
escenario emergerá de esa confrontación.
UN EJEMPLO DE RESPUESTA
La victoria democrática en Brasil
complementa un triunfo más significativo obtenido en Venezuela. En ese país se
libra la disputa más dura de la región. Durante todo el año la derecha intentó
capturar su presa más codiciada y sufrió una sucesión de contundentes fracasos.
Trump no pudo repetir la invasión de Granada (1983) o Panamá (1989) y debió
contentarse con la apropiación de la filial de PDEVESA en Estados Unidos.
Sus
lacayos venezolanos intentaron todos los complots imaginables, pero su
capacidad de acción quedó socavada por la fracasada auto-proclamación de
Guaidó. Falló también la farsa de la ayuda humanitaria y no pudieron consumar
ningún levantamiento militar. La guerra eléctrica no funcionó y la improvisada
asonada de Leopoldo López naufragó sin pena, ni gloria.
Las
amenazas de provocación militar igualmente persisten en la frontera con
Colombia. Por eso el Departamento de Estado dinamita las negociaciones con la
oposición. Pero el gobierno ha logrado desbaratar una conspiración tras otra.
En
un escenario social muy difícil (y agravado por los gigantescos desaciertos de
la política económica), David logró frenar a Goliat. El campo bolivariano
mantiene un intenso nivel de movilizaciones callejeras y disputa el espacio
público, cada vez que asoma la oposición. Se ha preservado la cohesión militar,
a través de una intervención política constante en el ejército, utilizando la
carta condicionante de las milicias populares.
Esta
conducta ilustra cómo actuar frente a la derecha. Confirma la necesidad de
respuestas de la misma escala que las acciones golpistas y sin ningún atisbo de
rendición. Venezuela ratifica la conveniencia de exhibir la fuerza junto al
accionar diplomático, manteniendo la serenidad y las banderas de la soberanía y
la paz. Para vencer a los fascistas hay que actuar sin vacilaciones.
BATALLAS SIN RESPIRO
Las tensiones en Venezuela extreman
otras confrontaciones que se dirimen en la calle. En ese ámbito se zanjó la
protesta contra el presidente de Puerto Rico, que se mofaba de las víctimas del
huracán y desplegaba comentarios homófobos.
El
pueblo hizo valer sus demandas a través de la movilización, en una isla
agobiada por el ajuste del FMI. La ley federal impuesta por los financistas
para afrontar la bancarrota fiscal genera terribles padecimientos a los trabajadores.
Pero por primera vez en la historia de esa nación, un gobernador ha sido
tumbado por la presión popular. La crisis continúa y no se avizoran soluciones,
en una colonia sin mecanismos políticos para procesar las tensiones habituales
de cualquier estado.
En
la vecina Haití, las manifestaciones del último semestre han sido monumentales.
Todos los días se levantan barricadas en las ciudades, para protestar contra un
gobierno que agravó el indescriptible empobrecimiento de la población. La
galopante inflación impide a la mitad de los haitianos completar su
alimentación cotidiana y la represión se ha cobrado la vida de 51 personas. Las
principales demandas afectan a tres presidentes, que malversaron los fondos
aportados por el chavismo a través de Petrocaribe. Los mandatarios
incrementaron sus fortunas personales con los recursos destinados al
abaratamiento del combustible.
Los
manifestantes exigen la renuncia del títere actual de Washington, que Trump
sostiene para recompensar su traición a Venezuela y su alineamiento con la
extrema derecha. Pero la marea de protestas no cede y la exigencia de enjuiciar
a los ladrones, ya es complementada con el reclamo de una Asamblea
Constituyente, para introducir drásticos cambios en el bochornoso sistema
electoral.
También
Honduras continúa convulsionada por una persistente resistencia contra el
régimen sanguinario surgido de un fraude (2017), que reforzó la estafa
electoral precedente (2013). Los criminales que conducen el estado no sólo
cargan con el asesinato de Berta Cáceres. Han ultimado a 200 militantes
populares que enfrentaron la mafia de los gendarmes. El país ha sido convertido
en un narcoestado, manejado por un
presidente con familiares condenados en Estados Unidos por el tráfico de
cocaína.
La
mecha de las rebeliones tiende a expandirse a toda la zona y ya impactó en la
próspera Panamá. En el istmo se registró una gran marcha universitaria, que
repudió el paquetazo de contrarreformas negociado en la Asamblea Legislativa.
CONFRONTACIONES EN LAS URNAS
La gran disputa en América Latina se
procesa también en el terreno electoral. El año pasado López Obrador consiguió
en México una arrolladora victoria, que cerró el ciclo de sofocantes gobiernos
del PRI y del PAN. Con ese impulso electoral desbarató las maniobras de fraude,
que preparaban los perdedores para eternizar su manejo del estado. La
expectativa suscitada por este cambio quedó expuesta en la multitudinaria
manifestación que coronó la asunción de AMLO.
La
esperanza está centrada en poner fin a la violencia, que ha convertido al país
en un gran ataúd de 300 mil muertos reconocidos y 26 mil cadáveres sin
identificar. Son incontables los líderes sociales masacrados, en una guerra que
sobrepasa los ajustes del crimen organizado.
López
Obrador fue votado para terminar con el desplazamiento forzado de poblaciones y
para esclarecer masacres como la ocurrida en Ayozinatpa. Pero ese anhelo de
pacificación y justicia no ha sido satisfecho. Sigue pendiente la
desarticulación de las bandas y el esclarecimiento de las complicidades
militares.
El
logro de esos objetivos choca con la reciente sanción de una norma de seguridad
interior, que legaliza la acción de las fuerzas armadas. Esa gravitación ha
sido reforzada con la aceptación del chantaje de Trump, para taponar el desplazamiento
de los migrantes con mayor despliegue de la Guardia Nacional.
AMLO
recibió también una catarata de sufragios para frenar las privatizaciones,
recuperar la autosuficiencia alimentaria y reducir el pesado endeudamiento
externo. Pero tampoco en este terreno aparecen las medidas prometidas, para
implementar una “cuarta transformación” fundacional de México.
La
otra convulsión electoral en la región fue suscitada por el triunfo de
Fernández en Argentina. Macri no pudo forzar el ballotage y la derecha perdió
el gobierno, en el país que catapultó la restauración conservadora.
La
prensa hegemónica disimula este resultado con lecturas invertidas de lo
ocurrido. Presenta a los perdedores como si hubieran liderado los comicios, por
la simple reducción de la distancia de sufragios con la fórmula triunfante. Ese
premio consuelo no altera el contundente veredicto de la población contra el
ajuste.
Los
derechistas inflan su performance para condicionar al nuevo gobierno. Desde sus
órganos de opinión lanzan advertencias contra cualquier medida progresista.
Mientras convocan de palabra a “cerrar la grieta”, preparan las cacerolas para
hacer valer sus exigencias.
La
confrontación se dirimirá en las respuestas a la catástrofe económico-social
que deja Macri. La derecha atribuye ese colapso a la sociedad, la cultura y la
historia de los argentinos. Pero el desplome obedece a razones más terrenales:
el modelo neoliberal, las políticas de endeudamiento y los ajustes impuestos
por el FMI. Ese dramático escenario induce al reinicio de la movilización, en
el país con mayor nivel de organización sindical y social de toda la región.
Sin ese resurgimiento de la lucha, no se podrá recomponer el deteriorado
ingreso de la población.
También
en otros países se libran importantes choques electorales con resultados más
contradictorios. En Colombia se verifica el lento surgimiento de fuerzas de
centroizquierda, que por primera vez disputan intendencias y gobernaciones con
la oligarquía y los paramilitares.
En
Uruguay se avizora en cambio un escenario difícil para el Frente Amplio, en el
ballotage contra la derecha, luego de 15 años de gobierno. Hace pocos meses en
El Salvador, un improvisado derechista consiguió la presidencia, poniendo fin a
una década de cuestionable gestión del Farabundo Martí.
Las
elecciones constituyen un terreno muy relevante de la confrontación en curso.
La derecha articula sus estrategias en el Grupo de Lima y el progresismo define
su perfil en el núcleo de Puebla. Construye esa alternativa tomando distancia
de los Encuentros Antiimperialistas, el ALBA y el Foro de Sao Paulo.
Estas
últimas instancias aportan un explícito sostén a la movilización popular. Como
no restringen su acción al terreno de las urnas, mantienen vasos comunicantes
con los organismos que emergen de las luchas sociales. Esas modalidades ya se
vislumbran en los Cabildos de Chile, en el Parlamento de Pueblos de Ecuador, en
los Encuentros de Movimientos en Bolivia y en los Organismos Coordinados de
Haití.
PRETEXTOS Y MANIPULACIONES
Es evidente que el golpe de estado ha
resurgido como instrumento de las clases dominantes. Su reciente implementación
en Bolivia corona la secuencia iniciada en Honduras (2009), seguida en Paraguay
(2012) y extendida a Brasil (2016).
Los
golpistas actúan con el sostén directo de los gendarmes y aseguran su
permanencia con algún socio civil. En Paraguay desplazaron a Lugo, pusieron a
Cartes y se afianzaron con Abdo, en comicios signados por la abstención y la ilegitimidad
de los mandatarios.
En
todos los casos el ejército vuelve a ocupar el primer plano, como garante de
nuevas formas autoritarias sostenidas en el estado de excepción. El colombiano
Duque encarna la modalidad más acabada de esos mecanismos. Apaña el asesinato
de militantes populares, legaliza el accionar de los paramilitares y sepulta
los Acuerdos de Paz para ultimar ex combatientes.
Otros
golpistas justifican el uso de la fuerza resucitando viejos fantasmas de la
guerra fría. Atribuyen las protestas sociales en cualquier rincón del
continente, a un plan de subversión monitoreado desde Venezuela y Cuba.
Difunden
esas tonterías sin ningún rubor, mientras afinan burdas operaciones judiciales
para proscribir a los líderes progresistas. Sin magistrados adictos, las causas
que inventan no podrían traspasar la primera instancia de cualquier tribunal.
Pero cuentan con los medios de comunicación para proclamar las sentencias que
repite el gran público.
Los
medios manipulan la información, presentando la corrupción como una enfermedad
de los gobiernos que se distancian de las normas conservadoras. Eximen de ese
mal a la derecha y por esa razón tienen poca prensa, las coimas de Oderbrecht o
las estafas al fisco en los paraísos fiscales. No se ha gastado tinta en
describir, por ejemplo, la trama mafiosa de los presidentes peruanos, que
encubrieron sus fraudes con pactos de impunidad. Los grandes medios operan como
usinas de fake news, que elaboran los
servicios de inteligencia a pedido de los grupos derechistas.
El
doble discurso de los diarios y emisoras traspasa también todas las fronteras.
Diariamente difunden nuevas denuncias sobre Venezuela -calcadas de los informes
elaborados por el Departamento de Estado contra Cuba- mientras silencian el
asesinato de 648 líderes sociales en Colombia.
La
derecha complementa sus mentiras con diversos dispositivos para obstruir la
reflexión popular. La ceguera que propicia el fanatismo religioso es el
instrumento predilecto de esa operación. Los evangélicos aportan sus recursos
multimillonarios para crear miedos y destruir solidaridades.
PRESIONES Y DEMOLICIONES
Washington no ceja en su acoso contra
Venezuela. Su prioridad es recuperar el principal yacimiento petrolero del
hemisferio. Ha reforzado también el embargo contra Cuba y conspiró contra
Bolivia, para manejar las enormes reservas del litio que acumula el Altiplano.
Evo tenía muy avanzadas las tratativas para ampliar la explotación de ese
estratégico recurso con firmas chinas.
Trump
intenta reconquistar el control estadounidense de las riquezas naturales
latinoamericanas. Afianza la subordinación de sus vasallos tradicionales y
explora una nueva sociedad con Bolsonaro. Pero habrá que ver si la clase
dominante brasileña mantiene ese eje geopolítico, a costa de sus florecientes
negocios con China.
La
reciente cumbre de los BRICS en Brasilia, incluyó llamativos pronunciamientos
propiciados por el gigante asiático a favor del libre-comercio. El propio
Bolsonaro ha comenzado a evaluar un Tratado de Libre Comercio con China y tiene
en carpeta el patrocinio de Huawei para las nuevas redes informáticas del 5 G.
Otra conflictiva tentación proviene de la oferta europea de concertar un TLC,
que dinamitaría el MERCOSUR.
Frente
a la dura rivalidad que anticipan estas jugadas, Trump acrecienta la presencia
regional del Pentágono. Estrecha relaciones con los militares latinoamericanos,
para hacer valer los intereses económicos de las empresas estadounidenses.
Esa
intervención también obliga a afianzar el neoliberalismo, que ha sido desafiado
por la sublevación chilena. Esa revuelta demuele todos los mitos del modelo más
ensalzado por los capitalistas de la región. Ahora se percibe con nitidez que
el universo trasandino no es un paraíso de crecimiento, sino un infierno de
desigualdad. Por esa razón, el descontento contra los 30 pesos del metro se transformó
en un levantamiento contra los 30 años de neoliberalismo.
La
rebelión trasandina tiene gran impacto internacional porque ha puesto en jaque
al niño mimado de la ortodoxia económica. La denuncia que en “Chile torturan,
matan y violan” ya irrumpió en los grandes festivales. Todos los circuitos de
la comunicación mundial recogen ese dato.
Resulta
prematuro predecir cuán doblegados están los cimientos del neoliberalismo. Pero
ha salido a flote la enorme vulnerabilidad de ese modelo, frente al estancamiento
de los precios de las materias primas, el aumento del endeudamiento y la
reducción del crecimiento.
Las
protestas han puesto también de relieve que el neoliberalismo es el principal
responsable de la desintegración social de América Latina. Genera las migraciones
masivas que suceden a la apertura comercial y a la destrucción de la pequeña
propiedad agraria. Los desposeídos engrosan las caravanas hacia el Norte, que
ningún muro o gendarme puede contener.
Los
hipócritas liberales ponderan el flujo irrestricto de capitales y mercancías,
pero exigen reforzar el control del movimiento internacional de los migrantes.
Propician la persecución y estigmatización de quiénes cruzan la frontera, para
enviar remesas a sus empobrecidos familiares.
El
neoliberalismo ha provocado, además, la expansión de la delincuencia y una
aterradora escala de violencia. De las 50 urbes más peligrosos del planeta 43
se localizan en América Latina. Las maras dominan el entramado de muchos países
centroamericanos, corroídos por la ingeniería social regresiva que ensayaron
los economistas de Chicago.
Ese
modelo es también responsable de la destrucción del medio ambiente y de los
recientes incendios en la Amazonia. La quema de grandes bosques es perpetrada
adrede para plantar soja o abrir pasturas a la ganadería, bajo la regla mercantil
de maximizar la ganancia.
INTERPRETACIONES Y POSTURAS
La derecha no sólo desconoce los
desastres provocados por su gestión. Afirma que su modelo forjó una próspera
clase media, que ahora reclama mayor participación en la vida pública.
Considera que ese grupo social se rebela contra los políticos que defienden su
casta, sin escuchar las demandas de los representados. En esta curiosa
interpretación, los desgarradores efectos del modelo neoliberal no estarían en
tela de juicio. Sólo habría una falla en el sistema político de un esquema
económico floreciente.
Esta
mirada ilustra hasta qué punto los privilegiados viven en una burbuja de Miami
y barrios cerrados. Ignora que las protestas no se limitan a impugnar el
comportamiento de los políticos. La desigualdad, las privatizaciones, el
endeudamiento y los ajustes son invariablemente cuestionados. El FMI, los
banqueros y las empresas transnacionales son ubicados en el banquillo de los
acusados. Las revueltas tampoco enjuician a todos los partidos o legisladores.
Cuando expresan intereses populares, las protestas objetan a los servidores del
orden capitalista.
La
verdadera clase media no guarda, además, el menor parentesco con el retrato
derechista. En los hechos, el ascenso social es muy limitado en el duro
contexto regional y coexiste con la precarización o el creciente desempleo. Por
eso las revueltas - que encabezan trabajadores, campesinos y estudiantes-
incorporan a veces a los comerciantes y dueños de pequeños negocios. Todos
buscan contener la degradación del nivel de vida.
La
clase media es una etiqueta utilizada por la derecha para improvisar
explicaciones. Mezclan peras con manzanas, para forzar interpretaciones
amoldadas a sus prejuicios. Por eso sitúan en una misma secuencia cualquier
acción de multitudes descontentas, omitiendo el sentido de cada movilización.
Pero
las polémicas sobre el escenario actual no involucran sólo a la derecha.
También incluyen a ciertos pensadores despistados que se auto-ubican en la
izquierda. Esos analistas no logran registrar las diferencias que contraponen a
una revuelta popular con un clamor reaccionario.
Esa
distinción debe ser expuesta en forma categórica. Una guarimba de escuálidos en
Venezuela se localiza en la vereda opuesta de las protestas indígenas de
Ecuador. Los seguidores de Camacho en Bolivia son nuestros enemigos y los que
defienden a Evo son nuestros aliados.
Es
importante recordar estas obviedades frente a las posturas neutralistas, que
pretenden eludir la gran divisoria de campos en disputa. Esas miradas han
cuestionado con igual virulencia a Maduró y a Guadió en Venezuela y ahora
extienden la misma equivalencia a Bolivia. Objetan los intentos reeleccionistas
del MAS con la misma vara que la furia racista de los Comités Cívicos. También
repiten la presentación mediática de las acciones derechistas como legitimas
protestas de la ciudadanía.
Salta
a la vista las gravísimas consecuencias políticas de ese daltonismo político
que ignora el peligro del fascismo. La caracterización de la confrontación en
Bolivia no es una actividad académica. Es la condición para actuar contra los
golpistas, intensificando las marchas de solidaridad. Resulta imposible
desenvolver esas acciones si se desconoce a quién combatir y a quién defender.
LECCIONES DE LO OCURRIDO
Derrotar al golpismo, al imperialismo
y al neoliberalismo es el gran objetivo de las luchas actuales. Para lograr esa
meta hay que redoblar la movilización e intensificar la acción política. Pero
esa intervención también requiere aprender de los errores que aprovecha la
derecha para recomponerse.
Resulta
muy difícil vencer a los enemigos que son alumbrados por el propio campo. Esa
auto-gestación ha sido una desventura permanente de la década pasada. El
ultra-reaccionario Lenin Moreno fue el caso más extremo. La propia coalición
progresista lo ungió como presidente para enfrentar la candidatura de los
conservadores. Moreno no sólo revirtió las mejoras previas, implementando la
agenda de las clases dominantes. Posicionó al país en el eje diseñado por la
OEA desmantelando la sede de UNASUR en Quito.
Tampoco
conviene olvidar que el golpista Temer fue vicepresidente de Dilma y surgió de
la frustrante la estrategia de “ampliar los frentes”. Esa misma política ha
conducido en México a conformar una alianza de gobierno con evangelistas,
conservadores y capitalistas, en desmedro del viejo pilar radical de AMLO.
También
el neoliberalismo se recompone, cuando sus cimientos son preservados por los
modelos alternativos que implementa la heterodoxia. Se promete erradicar los
esquemas regresivos y se termina facilitando su reconstitución. Fue lo ocurrido
en Brasil y Argentina en la década pasada, con el mantenimiento de los
privilegios a los financistas y el agro-negocio. Es lo que sucede en la
actualidad en México con la renovación del NAFTA, aceptando las exigencias de
aranceles, patentes e inversiones que reclamó Trump.
La
derecha suele recuperar terreno, cuando los gobiernos progresistas identifican
ingenuamente sus éxitos electorales con el respaldo político perdurable. Se
olvidan que los comicios constituyen un momento de la disputa por el poder.
Cuando el control efectivo de la economía, la justicia, el ejército y los
medios de comunicación permanece en manos de los grupos dominantes, el retorno
de la derecha es una cuestión de tiempo.
Esa
vuelta suele coincidir con el fin de gestiones progresistas que incluyeron
mejoras en el nivel de vida popular. Esa paradoja se ha verificado en
Argentina, Brasil y El Salvador y podría repetirse en Uruguay. En todos los
casos los gobiernos de centroizquierda facilitan alivios a la población, que
desembocan en la gestación de electorados más conservadores.
Esa
contradicción subyace también en la crisis de Bolivia. El MAS afrontó en los
últimos años un significativo retroceso electoral, a pesar de los inéditos
éxitos que obtuvo en el manejo de la economía. Logró altas tasas de
crecimiento, una importante reducción de la pobreza y fuertes inversiones con
el uso productivo de la renta gasífera.
La
despolitización del movimiento popular es la explicación más frecuente de esa
desconexión entre mejoras socio-económicas y retroceso electoral. Algunos
estiman que los votantes se tornan más individualistas, a medida que ensanchan
su radio de consumo. Consideran que en esa mutación asimilan la propaganda
conservadora y olvidan el proceso progresista que permitió su mejoría.
Pero
esa despolitización es consecuencia de la continuidad de un sistema que
reproduce los privilegios de los capitalistas. La ideología vigente en una
sociedad no flota en el vacío. Si el poder de las clases dominantes es
preservado, esa preeminencia tiende a extenderse a los comportamientos
electorales. Los poderosos recuperan los gobiernos porque nunca perdieron el
poder.
El
retorno de la derecha no es inexorable, ni expresa un péndulo natural de la
vida política. Deriva de la ausencia de radicalidad que impera en el
progresismo. En lugar de fomentar transformaciones sustanciales en los momentos
oportunos, esa corriente se adapta al status quo. Como rehúye la posibilidad de
remover el poder de los grandes capitalistas termina afianzando esa dominación.
La experiencia de los gobiernos de centroizquierda confirma que el freno a la
radicalización, abre las compuertas para la venganza de la derecha.
LA CENTRALIDAD DE LA IZQUIERDA
Frente a la gran oleada de
movilizaciones populares, la derecha prepara contragolpes del mismo alcance.
Por eso se avecinan confrontaciones mayores con resultados abiertos.
El
contexto actual incluye ciertos parecidos con el cuadro imperante a principio
de siglo, cuando la sucesión de rebeliones en Venezuela, Ecuador, Bolivia y
Argentina generó las condiciones para el debut del ciclo progresista. Ese
período concluyó con la restauración conservadora, que afronta ahora la impugnación
de una nueva generación de movimientos y dirigentes.
La
semejanza con lo ocurrido en 1989-2005 se observa en la familiaridad del
levantamiento ecuatoriano con el Caracazo.
Ambas revueltas se originaron en la misma reacción contra el aumento de los
combustibles impuesto por el FMI. También hay equivalencias de la sublevación
chilena con el 2001 de Argentina. La demanda contra los exponentes del régimen
político (“que se vayan todos”), se concentra ahora en la figura de Piñera y en
el esquema de gobierno legado por Pinochet.
Pero
lo llamativo del ciclo actual es la magnitud de la participación popular. El
número de manifestantes en la calles supera los registros de las últimas dos
décadas. En Ecuador se computan marchas varias veces superiores a los picos de
masividad, en Haití se estima que cinco millones de personas han actuado en las
protestas, en Chile hubo dos millones y en Puerto Rico un millón.
Existen
grandes posibilidades de lograr conquistas y cambios de las relaciones de
fuerza. No está en juego sólo la reapertura del ciclo progresista. La batalla
en curso puede derivar en novedosos e imprevistos escenarios.
Lo
importante es comprender el contenido de la confrontación. Los intereses de una
minoría de capitalistas chocan con los anhelos de la mayoría popular. El
alineamiento derechista de los poderosos contrasta con las propuestas
emancipadoras de la izquierda. El triunfo de nuestros pueblos exige construir,
fortalecer y renovar ese proyecto.
19-11-2019
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(1) Economista, investigador del
CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz.
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