Lineamientos
programáticos
El Método
en la Elaboración del Programa de la Revolución
(Tercera Parte)
Eduardo
Ibarra
EL
PROGRAMA SOSTIENE:
6º- El
socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las
grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la
cuestión agraria, solución que tolerará en parte la explotación de la tierra
por los pequeños agricultores ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad
recomiendan dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la gestión
colectiva de la agricultura, las zonas donde ese género de explotación
prevalece. Pero esto, lo mismo que el estímulo que se preste al libre
resurgimiento del pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus fuerzas y
espíritu nativos, no significa en lo absoluto una romántica y anti-histórica
tendencia de reconstrucción o resurrección del socialismo incaico, que correspondió
a condiciones históricas completamente superadas, y del cual sólo quedan, como
factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente
científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos
indígenas. El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa
capitalista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las
conquistas de la civilización moderna, sino por el contrario la máxima y
metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida
nacional (ibídem, p. 161).
Como vemos, después de indicar el destino colonial del país, el Programa sostiene la posibilidad de
que la comunidad campesina –así como las grandes empresas agrícolas–
constituyen elementos que permiten una solución socialista de la cuestión
agraria. Con respecto a la comunidad campesina, en el artículo Principios de política agraria nacional, Mariátegui escribió:
El “ayllu”,
célula del Estado incaico, sobreviviente hasta ahora, a pesar de los ataques de
la feudalidad y del gamonalismo, acusa aún bastante vitalidad bastante para
convertirse, gradualmente, en la célula de un Estado socialista moderno. La
acción del Estado, como acertadamente lo propone Castro Pozo, debe dirigirse a
la trasformación de las comunidades agrícolas en cooperativas de producción y
de consumo. La atribución de tierras a las comunidades tiene que efectuarse, naturalmente,
a expensas de los latifundios, exceptuando de toda expropiación, como en
México, a los pequeños y aun a la de medianos propietarios, si existe en su
abono el requisito de la “presencia real”. (Peruanicemos
al Perú, p. 151).
Obviamente, el significado de este planteamiento se
entiende en el marco general que propone Mariátegui en el principio de su citado
artículo:
1.- El
punto de partida, formal y doctrinal, de una política agraria socialista no
puede ser otro que una ley de nacionalización de la tierra. Pero, en la
práctica, la nacionalización debe adaptarse a las necesidades y condiciones
concretas de la economía del país (ibídem,
p. 149).
Ciertamente en el tiempo de Mariátegui la comunidad
campesina conservaba «vitalidad bastante»; ahora, después de más de noventa años
de evolución, su situación es diferente: como resultado de su masiva
incorporación a la economía mercantil, sus bases materiales se han debilitado
hasta el punto de que prácticamente se encuentra al borde de la extinción,
aunque, desde luego, ello no significa que vaya a extinguirse mañana mismo.
Sin
embargo, la comunidad campesina puede cumplir todavía un papel en la
construcción del Estado socialista: a más de conservarse en su seno la
propiedad colectiva de los pastos, etc., las diversas formas de solidaridad en
el trabajo que le son propias se conservan vivas, y, por tanto, si la revolución
se produce oportunamente, aquellas formas serían aprovechables.
Si la
comunidad campesina es la principal institución representativa de la tradición «indígena»,
el municipio es una institución representativa de la tradición hispánica. Y, mientras
la comunidad sobrevive casi exclusivamente en la sierra(5), el municipio existe
en todo el territorio nacional. Por eso, el colectivismo «indígena» puede
extenderse y cobrar un desarrollo en el trabajo productivo del municipio
creándose así una peculiar célula
económica y política del Estado socialista.
Paralelamente,
el Programa postula exceptuar –temporalmente, se sobreentiende– de toda
expropiación a los pequeños y aun a los medianos propietarios, si existe en su
abono el requisito de la «presencia real». Esta es una cuestión a tener muy en
cuenta.
Estas son,
grosso modo, algunas de las bases del
programa agrario de la revolución.
En relación con el principal agente social de nuestro
programa agrario, el Programa sostiene el «libre resurgimiento del pueblo
indígena», «la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos». Aquí
la palabra resurgimiento expresa la certeza de que el espíritu colectivista de
los pueblos «indígenas» puede manifestarse creadoramente en las condiciones del
socialismo. ¿De qué socialismo? Pues del socialismo contemporáneo. Precisamente
el Programa expresa, como hemos visto, la convicción de que tal resurgimiento «no
significa en lo absoluto una romántica y anti-histórica tendencia de
reconstrucción o resurrección del socialismo incaico». En efecto, no se trata
de realizar el mito de inkarri reconstruyendo el Tawantinsuyu, sino de
construir la sociedad socialista como sociedad de transición hacia la sociedad
sin clases, sin lucha de clases y sin Estado.
Por eso el Programa mantiene que el socialismo «presupone la técnica, la ciencia, la etapa
capitalista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las
conquistas de la civilización moderna, sino por el contrario la máxima y
metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida
nacional» (ibídem, p. 161).
En otras palabras, el socialismo moderno puede y debe enriquecer
el colectivismo de nuestra tradición «indígena», incorporándolo a la lucha por
instaurar y construir la sociedad socialista.
En general, el socialismo no es una negación absoluta,
metafísica, del pasado histórico; es decir, el socialismo no importa ningún
retroceso con respecto a las conquistas de la potencia humana, sino todo lo
contrario, la incorporación de tales conquistas a la vida de la nueva sociedad.
En conclusión, la incorporación máxima y metódica de la
ciencia y la técnica y, en general, de
las conquistas de la civilización moderna a la vida nacional bajo el Estado
socialista, constituye una necesidad de primer orden. El socialismo presupone
el desarrollo máximo de las fuerzas productivas y, particularmente, el
desarrollo ideológico, político, científico, técnico y físico de los
trabajadores, principal fuerza productiva de la historia.
En la Respuesta
al cuestionario Nº 4 del Seminario de Cultura Peruana, Mariátegui escribió:
El
advenimiento político del socialismo no presupone el cumplimiento perfecto y
exacto de la etapa económica liberal, según un itinerario universal. Ya he
dicho en otra parte que es muy posible que el destino del socialismo en el Perú
sea en parte el de realizar, según el ritmo histórico a que se acompase,
ciertas tareas teóricamente capitalistas (ibídem,
273).
Esta
observación mariateguiana es sumamente importante, pues siendo nuestra sociedad
una de incipiente desarrollo capitalista, el socialismo en el poder deberá
asumir y realizar ciertas tareas teóricamente capitalistas.
Mariátegui
dice teóricamente, pues, como es
claro, prácticamente las clases
trabajadoras deben imprimir su impronta al desarrollo de las fuerzas
productivas del socialismo.
Brevemente,
el socialismo no podría alcanzar su madurez sin un desarrollo considerable de
las fuerzas productivas que haga realidad su ley económica fundamental.
Notas
[5]
Decimos «casi exclusivamente”, pues en la selva existe la «comunidad nativa”,
con una población mucho menor que la de la comunidad de la sierra. Se
sobreentiende que lo aquí expresado sobre la comunidad campesina, vale también
para la «comunidad nativa».
24.06.2019.
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