domingo, 1 de septiembre de 2019

Lógica Dialéctica


El Carácter Concreto de la Lógica Dialéctica*

Athanase Joja

EN LA NATURALEZA, el objeto es concreto, es decir, constituye la unidad orgánica de algunas características, aspectos, partes y procesos distintos. “Lo concreto es la unidad de los elementos diferentes”, dice Hegel1.

        Plástica y concisamente define Marx lo concreto como “la unidad en la diversidad”, y Lenin subraya que “concreto” designa no tan solo la unidad “en” la diversidad interna (auto-relación de la cosa), sino también la unidad “con” la diversidad externa (hetero-relación de la cosa).

        “Cada cosa concreta, dice Lenin, está en relaciones diversas y frecuentemente contradictorias con todo lo demás, ergo, es ella misma, y otra cosa”2.

        Una consideración sumaria de cualquier objeto nos muestra, verdaderamente, que se trata de la unidad de una multiplicidad, la contradicción de lo uno y de lo múltiple. Esta unidad es negativa, ya que implica la anulación de la independencia de los distintos atributos y partes componentes. La negación dialéctica es, sin embargo, positiva: al negar la independencia de los atributos y de las partes, ella destaca la unidad, la interdependencia y el condicionamiento recíproco de los componentes. Como consecuencia de esta negatividad positiva aparece el objeto.

        Puesto que pensaban de manera abstracta y metafísica y no se encontraban en estado de comprender la dialéctica de lo abstracto y de lo concreto, los eleatas han negado la pluralidad por considerarla ilusoria e ilógica, observando únicamente el aspecto abstracto y muerto de una unidad inmóvil y monolítica.

        De la antinomia de lo uno y de lo múltiple, Zenón dedujo la imposibilidad de la pluralidad y decía: “Si las cosas son múltiples, ellas tienen que ser a la vez, pequeñas y grandes, pequeñas en tal grado que carecen de dimensión y grandes hasta lo ilimitado”3. La contradicción le parece a Zenón insoluble y de aquí, mediante una reducción al absurdo de las tesis jonia y pitagórica, concluye en la verdad de la tesis de Parménides: el universo es “como un todo, uno, continuo”4; no existen pluralidades.

        De igual modo, aunque no comprendida en la misma relación, el sofista hindú Nagasena negaba la unidad y la totalidad, cayendo en un nominalismo extremista, deshaciendo la interconexión orgánica en la independencia de los atributos y de las partes.

        Al dirigirse al rey Menandro del Penjab, el sofista hipernominalista da a conocer este pintoresco discurso: “Rey, has venido hasta mí, a las orillas de la ciudad en un carro. Y, en verdad, ¿qué es tu carro? ¿Es la rueda o las ruedas? ¿Es el eje o la vara? ¿Es todo a un tiempo o es otra cosa distinta a todas estas partes? No, no es ninguna de estas partes suyas, como tampoco “es” en absoluto el todo. El todo, el carro, no es más que una palabra, que es entendida en dependencia de todas estas partes. El todo es tan solo una designación convencional con que los hombres se engañan. Y, lo que es más importante: ¿Qué eres tú, el grande, el victorioso rey Menandro? ¿Eres tu mano o tu pie? ¿Tu cabeza o tu pensamiento? No: tú no “eres”. Existen únicamente tus partes, apariciones que pasan por delante, mas no existe ningún todo, que pudiera llevar arrogante el nombre del rey Menandro, tal como no existe un monje budista con el nombre de Nagasena”5.

        La posición de los eleatas y la de Nagasena son, sin duda, formas extremas de las concepciones abstractas y metafísicas de concreto sensible; evidencia las aporías insolubles a donde lleva el pensamiento abstracto, basado en el simple principio de identidad entendido en forma absoluta como A = A, no rectificado y dirigido por el principio dialéctico de la identidad concreta: A = la multiplicidad orgánica y necesaria de sus aspectos, momentos y relaciones.

        Las paradojas de Zenón y Nagasena manifiestan insuficiencia y, también, el peligro del abstractismo, y la necesidad de dejar atrás al pensamiento y a la lógica abstractos mediante el pensamiento y la lógica concreta.

        En verdad, la abstracción es el mismo motor del pensamiento. La abstracción aísla mentalmente lo que en el objeto (y en la representación) está reunido. Para formar el concepto, la abstracción aísla las características esenciales de las cosas, que se convierten en nota del concepto.

        Lenin ha subrayado que “el pensamiento se eleva de lo concreto a lo abstracto, no se aparta –si él es verdadero (N.B.)… – de la verdad, sino que se aproxima a ella”6.

        La abstracción “corresponde –hablando en forma materialista– a la profundización real de nuestro conocimiento del mundo”7.

        El pensamiento es abstracto por esencia y no puede ser de otra manera. Así se mantiene en lo esencial y general, que permiten el conocimiento profundizado y la transformación de la naturaleza. Pero no es menos cierto que el pensamiento abstracto interrumpe la fluidez y deshace la unidad, la riqueza de los objetos y la multiplicidad de sus relaciones.

        “Nosotros –escribe Lenin– no podemos representar, expresar, medir ni figurar el movimiento si no interrumpimos su continuidad, sin simplificar, sin volver tosco y escindir, sin matar lo que es viviente. La representación del movimiento por el pensamiento consiste siempre en un aniquilamiento, una simplificación, y no tan solo por el pensamiento sino también por la sensación, y no solamente del movimiento sino también de todos los conceptos”8.

        Y Lenin cita el texto de Hegel: “La dificultad la constituye siempre el pensamiento, pues, los momentos de un objeto que están ligados en la realidad, él los separa y los mantiene en su distinción”9.

        Resulta que, en el enorme progreso de lo concreto-sensible a lo abstracto, perdemos en el camino, además de la riqueza de aspectos de lo concreto sensible, la misma conexión, correlación, interdependencia de las características esenciales reflejadas en las notas del concepto.

        Por ello, el mismo concepto –fruto de la abstracción y de la generalización– resulta afectado por una cierta capacidad refleja y no se realiza sino en el nivel del juicio, por la particularización y determinación estimativa.

        He aquí, la razón por la cual Aristóteles declara que “los nombres y los verbos son semejantes al concepto sin composición ni división, como por ejemplo, el hombre o lo blanco, que cuando no se añade otra cosa no es todavía ni falso ni verdadero. La prueba es la siguiente: también la palabra ‘ciervo-macho’ significa algo, mas no todavía algo verdadero o falso, si no se le añade ‘ser o no ser’, ya en forma absoluta, ya en forma temporal”10.

        “Pues, explica el maestro de Estagira, en la unión y en la desunión consisten lo falso y lo verdadero”11. El concepto totalmente abstracto no es más que la posibilidad de la verdad, mediante la unión (es decir, su desunión) con el predicado; el concepto es el límite extremo de la verdad. Se desenvuelve y alcanza el valor de verdad en el juicio, y este valor está motivado, acompañado por su razón suficiente en el razonamiento, por el cual el juicio y el razonamiento aparecen como la realización y el desarrollo del concepto en el camino hacia la verdad.

        Pero para elevarse desde la inteligencia abstracta de los fenómenos a su comprensión concreta, de lo general abstracto a lo universal concreto12, nos será necesario construir el semicírculo de los predicados múltiples de un concepto, para establecer –en tanto sea posible– la correlación, la conexión de estos predicados, su unidad orgánica13. Lo abstracto, sin embargo, es, al mismo tiempo, un salto gigantesco del conocimiento, del cual aquél es su propio fundamento. Por esta causa, lo abstracto constituye un progreso y a la vez una regresión. Representa la unidad de los contrarios.

        En el proceso del conocimiento, el pensamiento abstracto exige ser suprimido, conservado, sobrepasado (aufgehoden) mediante el retorno a lo concreto, mas no a lo concreto sensorial –como quiere, por ejemplo, el intuicionismo bergsoniano o pragmatista– sino a lo concreto, racional, lógico. “La sana razón del hombre tiende a lo concreto… La filosofía es en el más alto grado hostil a lo abstracto y reconduce a lo concreto” –dice Hegel14. Lo concreto es lo más desarrollado, lo más rico. (Die entfalteste, reichste und konkreteste).

        “Lo verdadero como concreto es solo lo que se desarrolla en sí, concretándose y manteniéndose en unidad (Nur als sich in sich entfaltend und in Einheit zusamennehmend und-haltend), o sea, es como la totalidad y únicamente mediante la distinción y la determinación de sus diferencias, puede manifestarse su necesidad y la libertad del todo”15.

        Lo verdadero es concreto16.

        El pensamiento parte de lo concreto sensible, se eleva a lo abstracto y sobrepasa esta etapa en lo concreto lógico.

        “De la intuición viviente al pensamiento abstracto, y de él a la práctica –tal es el camino dialéctico del conocimiento de lo verdadero, del conocimiento de la realidad objetiva”17.

        El pensamiento concreto consiste en la consideración y captación de los fenómenos en auto-relación y en sus hetero-relaciones, en relación con la multiplicidad de sus propias características y aspectos intercondicionales, en su movimiento y desarrollo, en la multiplicidad y condicionamiento recíprocos con otros fenómenos o grupos de fenómenos.

        Para esta forma superior del pensamiento, la lógica formal –organon sine qua non ya en su forma clásica, ya en su forma compleja y desarrollada que es la lógica simbólica– no es suficientemente explicativa. El pensamiento lógico concreto reclama una lógica de lo concreto.

        Por ejemplo: las proposiciones a) “La rosa es roja”; b) “La rosa es comestible”; c) “La rosa es una planta”; d) “La rosa, que tiene tales cualidades, es hermosa”, son en la lógica formal, que las considera abstractamente, juicios del mismo tipo, es decir juicios categóricos simples, que no se diferencian entre sí de un modo sensible. En la lógica dialéctica –que no elimina en absoluto la clasificación lógico-formal, sino que le confiere perspectiva– los cuatro juicios enunciados difieren profundamente el uno del otro, al reflejar –en la unidad de lo lógico y lo histórico– escalones del conocimiento.

        El juicio “la rosa es roja” es un juicio de existencia, de simple presencia, donde el predicado afirma una nota superficial y accidental del sujeto, pues el color rojo no es esencial para la rosa, ya que no determina su estructura. La rosa puede ser también de otros colores: amarilla, blanca, etc. El juicio de existencia revela un rasgo accidental.

        El grado de revelación de la esencia crece en el juicio de reflexión. Aquí el rasgo expresado por el predicado, aunque no es definidor, muestra una propiedad que pone de relieve tanto la relación del fenómeno respectivo con otros fenómenos como también, en una cierta medida (limitada), su estructura.

        El juicio de necesidad “la rosa es una planta” no indica ya una característica superficial y contingente, o una simple relación, sino la determinación sustancial del sujeto, que da a conocer su naturaleza y que es necesario que pertenezca al sujeto, bajo la sanción de su inexistencia como tal (como rosa). La característica es necesaria, universal y esencial.

        Conociendo que la rosa es roja o curativa o alimenticia, sabemos poco sobre la naturaleza del fenómeno designado por el sujeto. Sabiendo, por el contrario, que la rosa es una planta, conocemos su naturaleza.

        En la lógica formal clásica, los juicios “la rosa es roja” y “la rosa es una planta” se mantienen en el mismo peldaño.

        En la función proposicional, el carácter concreto y reflejo de la esencia y del contenido, se volatiliza en su totalidad. Podemos transcribir simbólicamente la proposición “la rosa es roja” mediante la notación “x es roja” y, si designamos el color rojo con Φ escribiremos Φ(x). Un tal enunciado no es ni verdadero ni falso, sino que se torna falso o verdadero conforme a la sustitución de la variable x mediante las constantes “pino” (falso), “rosa” (verdadero), etc.

        La función proposicional no es ni verdadera ni falsa, pues el carácter de una proposición no depende de ser verdadera o falsa18, sino únicamente de la posibilidad de convertirse en proposición, esto es, de alcanzar en una sustitución adecuada o inadecuada reflejante o no reflejante, el valor de verdadera o falsa.

        La definición russelliana de la función proposicional evidencia el carácter no reflejante de contenido y esencia de la misma.

        “By a propositional function” we mean something which contains a variable x and expresses a proposition as son as a value is assigned to x. That is tos ay, it differs from a proposition solely by fact that it is ambiguous = it contains a variable of which the value unassigned. It agrees with the ordinary functions of mathematics in the fact of containing an unassigned variable; where it fiffers is in the fact that values of the function are propositions”19.

        En el cálculo proposicional, las proposiciones no son analizadas. Por ello, Joseph Dopp lo denomina “calcul des propositions comme telles” y les fija como objetivo: “Quelles sont les formes de raissonnement qui sont valables pour des jugements de structure absolument quelconque?”20.

        Lejos de nosotros la idea de subestimar la utilidad y el valor de la lógica simbólica y su carácter, en cierto sentido más próximo a la dialecticidad que a la lógica formal clásica. Lo que queremos destacar aquí es su carácter abstracto no reflejante de la esencia, en oposición al carácter concreto del análisis dialéctico de la proposición. Queremos únicamente delimitar la lógica formal –clásica y simbólica– y marcar los límites y las deficiencias de lo abstracto en relación con lo concreto lógico.

        Lo abstracto no permite distinguir lo esencial de lo inesencial, operación que se cumple en la lógica dialéctica, puesto que ahora atendemos a las cosas concretamente. La revelación concreta de la estructura y de la naturaleza del fenómeno se completa en el juicio del concepto, que expresa la conformidad del sujeto con su concepto, es decir, con su naturaleza universal: “Esta rosa –que tiene tales cualidades– es hermosa”, o sea, conforme con su naturaleza. El paso del juicio de existencia al de necesidad se realiza por un proceso dialéctico interno, en el cual el peldaño inmediato superior nace del inferior, y mediante un desarrollo que constituye un acercamiento continuo a la esencia y a lo concreto. Dentro de cada forma de juicio tiene lugar el mismo proceso dialéctico hacia lo concreto y semejante: en el juicio de necesidad, el juicio categórico es de un grado más simple y también menos concreto que el hipotético. El juicio categórico no muestra la razón suficiente de la verdad expresada. Por el contrario el juicio hipotético indica la relación necesaria de las determinaciones.

        En virtud del mismo proceso dialéctico, el silogismo nace en el juicio conceptual apodíctico: “Esta pila atómica, por tener tales y cuales cualidades, es apta para generar energía nuclear”.

        La clasificación lógico-formal de los juicios –aunque necesaria– aparece, también, como abstracta, pues las formas lógicas están yuxtapuestas, y no son deducidas una de otra, no muestran en proceso de profundización del conocimiento, sino que al atender exclusivamente a la forma sitúan en el mismo plano a los conocimientos superficiales como “la rosa es roja” y a los conocimientos profundos como “la rosa es una planta”.

        En la Ciencia de la Lógica como también en la Enciclopedia, aunque en el plano idealista, Hegel ha desarrollado en forma genial la clasificación dialéctica de los juicios, llevando un poco más allá la gigantesca herencia aristotélica. La convergencia y la continuidad de los esfuerzos de Aristóteles y Hegel, por encima de los siglos, constituye un hecho impresionante en la historia del pensamiento.

        Hegel mismo ha señalado la relación de continuidad: “Los escritos aristotélicos, dice, son absolutamente los únicos que constituyen verdaderamente desarrollos especulativos sobre el ser y las actividades del espíritu”. Engels ha apreciado en estos términos la clasificación hegeliana de los juicios: “Todo lo árido que pudiera parecer lo anterior y todo lo arbitrario que parezca, a veces, esta clasificación de los juicios en algunos puntos, sin embargo, el carácter real y la necesidad de esta agrupación se impone a todo aquel que estudie el densamente genial desarrollo de este tema en la ‘Gran Lógica’ de Hegel”21. Engels muestra, sin embargo, el talón de Aquiles de la clasificación hegeliana, indicándonos cómo corresponde interpretarla en forma materialista, ligándola tanto a las leyes de la naturaleza como a las etapas de la formación de la sociedad y del pensamiento.

        “Pues lo que en Hegel aparece como desarrollo de la forma discursiva del juicio como tal, se nos presenta aquí como desarrollo de nuestros conocimientos teóricos, basados en la experiencia, sobre la naturaleza del movimiento en general. Y esto prueba que las leyes del pensamiento y las leyes de la naturaleza concuerdan necesariamente entre ellas, con la condición de ser entendidas de una manera justa”22.

        La consideración de las formas del juicio en su relación con las etapas del desarrollo del pensamiento en el cuadro de la sociedad, su fenomenología social-gnoseológica, es otro aspecto del tratamiento dialéctico concreto del juicio y del pensamiento lógico en general.

        La relación entre concepto, juicio y razonamiento, y entre sus formas internas puede, y para un cierto uso, debe ser tratada por la lógica formal como una suerte de tratamiento anatómico. La esencia de esta relación –como de todas las formas lógicas– se revela, no obstante, en la lógica dialéctica, al estudiar concreta y no abstractamente estas formas, al estudiarlas en su interdependencia, su subordinación, desarrollo y movimiento, en su funcionalidad orgánica, es decir fisiológicamente.

        Las características de la lógica dialéctica son variadas y numerosas y por su naturaleza permiten la constitución de un novum organum dialecticum. […]**

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(*) Tomado de: Athanase Joja. La lógica dialéctica y las ciencias. Capítulo IV, sobre algunos aspectos de la lógica dialéctica, punto I, las particularidades de la lógica dialéctica, 1, el carácter concreto de la lógica dialéctica.
(**) El último párrafo termina como sigue: “Entre las consecuencias del carácter concreto de la lógica dialéctica nos limitaremos a destacar la segunda particularidad:”


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