Vallejo para no iniciados X.
Algo más sobre la poética del nuevo realismo (o del
equilibrio)
Julio Carmona
LO INTERESANTE DEL JUEGO DIALÉCTICO,
planteado en los tres artículos que preceden a este (VII, VIII y IX), es que
esa confrontación de dos ideologías se puede constatar en la conciencia de un
mismo poeta, como se puede ver que se da en el caso de CV por su vínculo con
las poéticas de su primera época, que son dos; por un lado, el realismo clásico y, por otro, el romanticismo moderno. Su relación con el
primero se percibe porque sigue, instintivamente, apegándose a la realidad.
Mientras que del segundo adopta su afán de ruptura con «el lugar común» (al
decir de Basadre1) dándole jerarquía a la experimentación formal.
Para explicar esa clasificación y oposición de clásico/romántico (y así también
la calificación que he hecho de «romanticismo moderno») voy a citar al crítico británico Middleton Murry:
«… la distinción fecunda
no es entre el escritor romántico y el realista, sino entre el clásico y el
romántico.2 Esta distinción es de la mayor importancia; pero es más
filosófica y ética que literaria. El escritor clásico se siente miembro de una
sociedad organizada, como hombre al cual le impone deberes y restricciones una
ley moral que él reconoce profundamente. El romántico está en rebeldía contra
la ley externa, y, con la misma profundidad, se niega a acatar su sanción.
Afirma los derechos de su individualidad contra mundum. (…) A mí me
parece que Shakespeare era esencialmente un escritor romántico, a pesar de su
conservadurismo político. El Rey Lear es la más grande obra de toda la
literatura romántica. Todos los grandes escritores desde Rousseau han sido
románticos»3.
Es decir, que lo romántico viene a
ser la segunda oposición, propiamente estética, contra lo clásico (la primera
corresponde al barroco). Y aunque después lo romántico irá perdiendo vigencia
—por la degeneración en que devino4— es aplicable a los movimientos
artísticos o literarios que adoptan una posición de «individualidad contra mundum», que sería el caso del modernismo y del vanguardismo. Como
dice Guillermo de Torre, aludiendo a la predominancia de lo «poético puro»
(propia del romanticismo), por encima de las «ideas poéticas» (que abunda más
en lo clásico):
«La literatura de la
época de las vanguardias [que es la época del joven poeta CV] fue esencialmente
poesía, del mismo modo que años después habría de ser “pathos”, rebelión
metafísica, trascendencia social… Por lo demás —como es notorio—, la predominancia
de lo poético corresponde al período de pubertad en los seres y en las
literaturas. Superado aquél, alcánzase otro estadio en que cobran predominio
las ideas y conceptos sobre los sentimientos y las palabras»5.
Nótese que las expresiones «esencialmente poesía» y
«predominancia de lo poético» aluden a la idea metafísica de poesía que tienen
quienes la consideran «pura», es decir, libre de las «escorias» del mundo real,
y que se podría definir con la paráfrasis que CV hace de lo que piensa Julien
Benda. De él dice que:
«… acusa en su libro, a
los pensadores del delito de traición al pensamiento puro, perpetrado a favor
de las pasiones políticas. Pensamiento puro, a juicio de Benda, es la actividad
abstracta y desinteresada del espíritu, ejercida por sobre las exigencias
inmediatas de la realidad; un juego místico y libre de creación suprema cuyos
móviles y fines no se relacionan con los intereses momentáneos de la vida
social ni con las luchas políticas en general»6.
Por lo que respecta a CV, se puede decir que su accionar
poético, en el trabajo de sus dos libros iniciales, va a pendular entre ambos
extremos. En tal sentido, no es necesario aclarar que él no es un iconoclasta ad usum, o a la moda. Es un revolucionario. Y sabe que el futuro no
se construye destruyendo el pasado sino asentándose en lo mejor de este, y así
lo dice expresamente: «Las primitivas
formas, pues, cumpliendo la ley del doble mecanismo destructivo y
constructivo al mismo tiempo que se opera en todo orden de procesos, son modificadas»7. Este
atisbo de concepción dialéctica (aunque todavía idealista, en tanto corresponde
al año de elaboración de su tesis académica: 1915) corrobora su actitud
revolucionaria (de la que nunca abdicará). En 1930, es decir, en su madurez
ideológica, escribirá: «Los superrealistas, burlando la ley del devenir vital,
se academizaron en su famosa crisis moral e intelectual y fueron impotentes
para excederlas y superarlas con formas
realmente revolucionarias, es decir, destructivo-constructivas» (1987, op.
cit.: 401), pero también —en sus años juveniles— deja ver su adhesión a los
cambios liberales (de orientación burguesa) que ha constatado se daban contra
la España monárquica, y de los que da cuenta en la tesis académica citada:
«La Constitución de 1812
—dice— había declarado sin duda muchas libertades para la sociedad y el
individuo, pero quedaban aún latentes en el espíritu social otras tantas
convicciones y anhelos de derechos y libertades. Por esto, en más de la mitad
del siglo pasado ha continuado en España viviendo la vieja tendencia llamada
el liberalismo, en que se agitan tantos sanos ideales de perfección
individual y social, y que ha dado lugar a las diferentes revoluciones
habidas en España y en las que han tomado parte, como era lógico, casi
todos los poetas» (1988, op. cit.: 16).
Y las dos poéticas, descritas supra, no son: totalmente
antigua una ni absolutamente moderna la otra. Ambas tienen sus ascendientes
—opuestos también— en el pasado: la poesía de Homero y Anacreonte,
respectivamente, en la antigüedad, o la poesía del renacimiento y del barroco
en la modernidad. Es más, CV —en entrevista con César González Ruano— dice que:
«Conocía bien los clásicos castellanos. Pero creo, honradamente, que el poeta
tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su
expresión»8. Es decir que CV se siente un hombre y un poeta de su
época. Y en su época lo que podía considerarse como teoría literaria estaba
bifurcado en las tendencias de lo clásico y lo romántico. No se olvide el
famoso dicho de Darío: «Románticos somos… ¿Quién que es, no es romántico?»9
No se trata, pues, de insinuar que CV fuera un ecléctico —ni que, por la cita,
él lo estuviera admitiendo—. Lo que ocurre es que busca el equilibrio entre
esas dos dimensiones de la objetividad y la subjetividad. Equilibrio que, ya en
1927 (transcurrida una década de la revolución rusa y casi el mismo tiempo del
final de la primera guerra mundial), CV siente que hace falta otro tipo de acción
constructiva dentro de una inercia de reposo, que no se contrarían sino que se
complementan. Y es así que la aludida «poética del equilibrio» (no de la
mescolanza, es preciso destacarlo) ya es distinguible en su etapa formativa, en
los inicios de su búsqueda de una voz propia. Sin que esto signifique que
después fuera clausurada. Y, por eso, en ella no se ve que haga el deslinde en
esa lucha de contrarios. En su etapa de madurez no solo se reflejará en su
poesía última (hago elipsis de su narrativa y teatro de esta etapa, no menos
valiosos) sino también en su reflexión teorética postrema que así lo deja ver,
y es la que hace la demarcación definitiva. Hoy por hoy, pues, no se puede
estar ubicando la producción poética de CV ni dentro de lo clásico, ni de lo
romántico. Y tampoco dentro del vanguardismo porque en esta última pretensión
es, realmente, un abuso de confianza desoír los múltiples reclamos que él
esgrime en su contra. Y porque este, precisamente, estaba en contra de ese
equilibrio que CV releva. El húngaro Miklós Szabolscsi dice que:
«El delicado equilibrio
entre forma y contenido, equilibrio que se salvaguardó incluso en las extremas
formas del romanticismo y del simbolismo, se deshace; la lengua comienza a
vivir de manera autónoma, adquiere importancia en sí, el significante rebasa al
significado, las palabras se convierten en magia, la imagen se emancipa del
contexto poético, comienza a vivir independientemente, y la propia estructura
de la lengua se desgarra»10.
Y, por último, existiendo ya la polarización teórica en dos
poéticas claramente diferenciadas, realismo/formalismo11, no es lo
más pertinente referirse a la concepción estética vallejiana tratándola en
sentido plural, como si en toda su obra se manifestaran varias poéticas. Luego
de producida la obra total de un autor se puede constatar una cierta indecisión
de trabajo entre una u otra tendencia —de dos: no hay más—, pero, aun en ese
caso, siempre se detectará el predominio de una sobre la otra. Por eso aquí
puedo completar mi observación de la que he llamado «poética del equilibrio»
entre clásico/romántico (ahora: realismo/formalismo) detectable en los dos
primeros libros de CV, señalando que en Los
heraldos negros, hay un predominio clásico-realista, ocurriendo lo
contrario en Trilce, en el que
predomina lo romántico-formalista (sin dejar de percibir en cada uno la
presencia del contrario). O, como dice Bronislaw Malinovski:
«Es un proceso en el
cual ambas partes de la ecuación resultan modificadas. Un proceso en el cual
emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; una realidad que no es una
aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno
nuevo, original e independiente»12.
Otro poema de Trilce que también ha sido considerado por algunos críticos como
expresión de la poética vallejiana13, es el último de dicho libro,
LXXVII, que cito a continuación:
Graniza tánto,
como para que yo recuerde
y acreciente
las perlas
que he recogido
del hocico mismo
de cada
tempestad.
No se vaya a
secar esta lluvia.
A menos que me
fuese dado
caer ahora para
ella, o que me enterrasen
mojado en el
agua
que surtiera de
todos los fuegos.
¿Hasta dónde me
alcanzará esta lluvia?
Temo me quede
con algún flanco seco;
temo que ella
se vaya, sin haberme probado
en las sequías
de increíbles cuerdas vocales,
por las que,
para dar
armonía,
hay siempre que
subir ¡nunca bajar!
¿No subimos
acaso para abajo?
Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!
Y, bien, recogiendo algunos elementos
explicativos de Julio Ortega (que, por lo demás, no pueden dejar de verse en el
poema mismo) voy a hacer la conexión con las poéticas expuestas supra. Los dos
primeros versos aluden a una sensación social siempre presente: que hay lluvia
de poetas, que la poesía nunca ha estado desamparada. No en vano el poema de
Bécquer ratifica el aserto de que «mientras haya esperanzas y recuerdos/ ¡habrá
poesía!» Y hasta el refrán lo confirma: «De músico, poeta y loco/ todos tenemos
un poco». Es decir que son tantos los intentos de hacer poesía por parte tanto
de los poetas cultos como de los populares o clasistas, que CV no ve
impedimento para que él también «recuerde y acreciente las perlas»: acrecentar
las palabras avaloriadas («…ohs de ayes/ creyérase avaloriados de
heterogeneidad», ver poema V de Tr.). Granizada de palabras como un fluir
inagotable de agua. Y es una insistencia que pareciera proponerse permanecer en
el recuerdo de todos, para que nunca cese de haber poesía. Y el locutor poético
reacciona ante ese estímulo y se siente impelido a ‘acrecentar esas perlas’
esos trozos de granizo de gran valor; que son, asimismo, palabras recogidas de
la vida que no es un lecho de rosas, y en la que la misma poesía se desplaza en
lucha constante porque no es ajena a las contradicciones de la sociedad vital:
perlas —dice el yo poético— «que he recogido del hocico mismo/ de cada
tempestad», dando a entender que la escritura iniciática se hace con
dificultad, máxime si la historia de la poesía es un cúmulo de tempestades. Y
CV conoce esas luchas: clásicos / barrocos, románticos / realistas y —en su
momento— modernistas / vanguardistas, y este último sería «el hocico mismo» de
la última tempestad, en aquellas
primeras décadas del siglo XX que le tocó vivir y sufrir a CV.
_____________
(1) Basadre, Jorge (2003). Equivocaciones. Ensayos obre literatura
penúltima. Lima: Universidad San Martín de Porres, p. 40.
(2) Aunque, ahora, se puede decir que
la «distinción fecunda» es ‘entre escritor formalista y escritor realista’ (lo
clásico y lo romántico han perdido, definitivamente, su vigencia).
(3) Middleton Murry, J. (1951). El estilo literario. México: F.C.E.:
35-36. Asimismo, aprovecho para justificar el uso profuso de citas de autores,
que considero autoridades, para refrendar los objetivos de este trabajo, con un
juicio del mismo Middleton Murry, quien dice que hay «una vieja y segura regla
de juzgar al crítico por las citas que hace; no tanto porque sean
necesariamente una prueba de su buen gusto, como porque son una salvaguarda
contra la abstracción y la inexactitud» (op. cit.: 37). Y debo precisar que no
encuentro oposición, sino más bien complementariedad, entre esta cita y la de
José Carlos Mariátegui cuando reconviene a Luis Alberto Sánchez ‘que no deduzca
sus ideas de sus citas’ (J. C. Mariátegui, Ideología
y política, Lima, Biblioteca Amauta, 1969, p. 226).).
(4) «Desde muy antiguo, ha tenido el
simbolismo la inclinación a reducirse a un puro mecanismo. Una vez erigido en
principio, no se contenta con los brotes de la fantasía y del entusiasmo
poéticos, sino que se adhiere como una planta parásita al pensamiento y
degenera en un puro hábito y en una enfermedad de éste» (Huizinga, op. cit.:
294).
(5) Torre, Guillermo de (1971). Historia de las literaturas de vanguardia.
Madrid: Guadarrama. Tomo 1: 30.
(6) C. Vallejo (1987). Desde Europa. Crónicas y artículos
(1923-1938). Lima: Fuente de Cultura Peruana.: 317.
(7) C. Vallejo (1988). El romanticismo en la poesía castellana.
Trujillo: Ediciones Universidad de Trujillo.: 12.
(8) González Ruano, César (1988).
«César Vallejo en Madrid», en: Lundero, suplemento cultural de La Industria. Chiclayo-Trujillo.: 7.
(9) O el
no menos famoso verso de don Antonio Machado: «¿Soy clásico o romántico? No sé.
Dejar quisiera/ mi verso, como deja el capitán su espada:/ famosa por la mano
viril que la blandiera/ no por el docto oficio del forjador preciada»
(«Retrato»).
(10) Szabolscsi, Miclós (1972). «La
“vanguardia” literaria y artística como fenómeno internacional», en: Casa de las Américas, N° 74, La Habana,
setiembre-octubre.: 6.
(11) Sobre el particular es interesante
ver la clasificación propuesta por E.F. Carritt, la que distingue con las
alternativas de «representativa» y «formal», y dice que «la primera tiene por
objeto recordarnos, por semejanza o asociación el mundo real, y la segunda sólo
agradar por su superficie sensible» (E. F. (1965). Introducción a la estética. México: FCE.: 166).
(12) Rama, Ángel (1998). La ciudad letrada. Montevideo: Arca.:
40.
(13) Ricardo González Vigil (B-2013:
355) destaca esa calificación que atribuye a Julio Ortega y pone como
referencia el libro (1986) La teoría
poética de César Vallejo. Providence (USA): Editores del Sol (libro que
lamentablemente no conozco), aunque sí he leído el análisis de este poema que
hace Ortega en La imaginación crítica
(C-1974).
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