jueves, 1 de agosto de 2019

Literatura



Vallejo para no iniciados X.
Algo más sobre la poética del nuevo realismo (o del equilibrio)

Julio Carmona


LO INTERESANTE DEL JUEGO DIALÉCTICO, planteado en los tres artículos que preceden a este (VII, VIII y IX), es que esa confrontación de dos ideologías se puede constatar en la conciencia de un mismo poeta, como se puede ver que se da en el caso de CV por su vínculo con las poéticas de su primera época, que son dos; por un lado, el realismo clásico y, por otro, el romanticismo moderno. Su relación con el primero se percibe porque sigue, instintivamente, apegándose a la realidad. Mientras que del segundo adopta su afán de ruptura con «el lugar común» (al decir de Basadre1) dándole jerarquía a la experimentación formal. Para explicar esa clasificación y oposición de clásico/romántico (y así también la calificación que he hecho de «romanticismo moderno») voy a citar al crítico británico Middleton Murry:

«… la distinción fecunda no es entre el escritor romántico y el realista, sino entre el clásico y el romántico.2 Esta distinción es de la mayor importancia; pero es más filosófica y ética que literaria. El escritor clásico se siente miembro de una sociedad organizada, como hombre al cual le impone deberes y restricciones una ley moral que él reconoce profundamente. El romántico está en rebeldía contra la ley externa, y, con la misma profundidad, se niega a acatar su sanción. Afirma los derechos de su individualidad contra mundum. (…) A mí me parece que Shakespeare era esencialmente un escritor romántico, a pesar de su conservadurismo político. El Rey Lear es la más grande obra de toda la literatura romántica. Todos los grandes escritores desde Rousseau han sido románticos»3.

Es decir, que lo romántico viene a ser la segunda oposición, propiamente estética, contra lo clásico (la primera corresponde al barroco). Y aunque después lo romántico irá perdiendo vigencia —por la degeneración en que devino4— es aplicable a los movimientos artísticos o literarios que adoptan una posición de «individualidad contra mundum», que sería el caso del modernismo y del vanguardismo. Como dice Guillermo de Torre, aludiendo a la predominancia de lo «poético puro» (propia del romanticismo), por encima de las «ideas poéticas» (que abunda más en lo clásico):

«La literatura de la época de las vanguardias [que es la época del joven poeta CV] fue esencialmente poesía, del mismo modo que años después habría de ser “pathos”, rebelión metafísica, trascendencia social… Por lo demás —como es notorio—, la predominancia de lo poético corresponde al período de pubertad en los seres y en las literaturas. Superado aquél, alcánzase otro estadio en que cobran predominio las ideas y conceptos sobre los sentimientos y las palabras»5.

Nótese que las expresiones «esencialmente poesía» y «predominancia de lo poético» aluden a la idea metafísica de poesía que tienen quienes la consideran «pura», es decir, libre de las «escorias» del mundo real, y que se podría definir con la paráfrasis que CV hace de lo que piensa Julien Benda. De él dice que:

«… acusa en su libro, a los pensadores del delito de traición al pensamiento puro, perpetrado a favor de las pasiones políticas. Pensamiento puro, a juicio de Benda, es la actividad abstracta y desinteresada del espíritu, ejercida por sobre las exigencias inmediatas de la realidad; un juego místico y libre de creación suprema cuyos móviles y fines no se relacionan con los intereses momentáneos de la vida social ni con las luchas políticas en general»6.

Por lo que respecta a CV, se puede decir que su accionar poético, en el trabajo de sus dos libros iniciales, va a pendular entre ambos extremos. En tal sentido, no es necesario aclarar que él no es un iconoclasta ad usum, o a la moda. Es un revolucionario. Y sabe que el futuro no se construye destruyendo el pasado sino asentándose en lo mejor de este, y así lo dice expresamente: «Las primitivas formas, pues, cumpliendo la ley del doble mecanismo destructivo y constructivo al mismo tiempo que se opera en todo orden de procesos, son modificadas»7. Este atisbo de concepción dialéctica (aunque todavía idealista, en tanto corresponde al año de elaboración de su tesis académica: 1915) corrobora su actitud revolucionaria (de la que nunca abdicará). En 1930, es decir, en su madurez ideológica, escribirá: «Los superrealistas, burlando la ley del devenir vital, se academizaron en su famosa crisis moral e intelectual y fueron impotentes para excederlas y superarlas con formas realmente revolucionarias, es decir, destructivo-constructivas» (1987, op. cit.: 401), pero también —en sus años juveniles— deja ver su adhesión a los cambios liberales (de orientación burguesa) que ha constatado se daban contra la España monárquica, y de los que da cuenta en la tesis académica citada:

«La Constitución de 1812 —dice— había declarado sin duda muchas libertades para la sociedad y el individuo, pero quedaban aún latentes en el espíritu social otras tantas convicciones y anhelos de derechos y libertades. Por esto, en más de la mitad del siglo pasado ha continuado en España viviendo la vieja tendencia llamada el liberalismo, en que se agitan tantos sanos ideales de perfección individual y social, y que ha dado lugar a las diferentes revoluciones habidas en España y en las que han tomado parte, como era lógico, casi todos los poetas» (1988, op. cit.: 16).

Y las dos poéticas, descritas supra, no son: totalmente antigua una ni absolutamente moderna la otra. Ambas tienen sus ascendientes —opuestos también— en el pasado: la poesía de Homero y Anacreonte, respectivamente, en la antigüedad, o la poesía del renacimiento y del barroco en la modernidad. Es más, CV —en entrevista con César González Ruano— dice que: «Conocía bien los clásicos castellanos. Pero creo, honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión»8. Es decir que CV se siente un hombre y un poeta de su época. Y en su época lo que podía considerarse como teoría literaria estaba bifurcado en las tendencias de lo clásico y lo romántico. No se olvide el famoso dicho de Darío: «Románticos somos… ¿Quién que es, no es romántico?»9 No se trata, pues, de insinuar que CV fuera un ecléctico —ni que, por la cita, él lo estuviera admitiendo—. Lo que ocurre es que busca el equilibrio entre esas dos dimensiones de la objetividad y la subjetividad. Equilibrio que, ya en 1927 (transcurrida una década de la revolución rusa y casi el mismo tiempo del final de la primera guerra mundial), CV siente que hace falta otro tipo de acción constructiva dentro de una inercia de reposo, que no se contrarían sino que se complementan. Y es así que la aludida «poética del equilibrio» (no de la mescolanza, es preciso destacarlo) ya es distinguible en su etapa formativa, en los inicios de su búsqueda de una voz propia. Sin que esto signifique que después fuera clausurada. Y, por eso, en ella no se ve que haga el deslinde en esa lucha de contrarios. En su etapa de madurez no solo se reflejará en su poesía última (hago elipsis de su narrativa y teatro de esta etapa, no menos valiosos) sino también en su reflexión teorética postrema que así lo deja ver, y es la que hace la demarcación definitiva. Hoy por hoy, pues, no se puede estar ubicando la producción poética de CV ni dentro de lo clásico, ni de lo romántico. Y tampoco dentro del vanguardismo porque en esta última pretensión es, realmente, un abuso de confianza desoír los múltiples reclamos que él esgrime en su contra. Y porque este, precisamente, estaba en contra de ese equilibrio que CV releva. El húngaro Miklós Szabolscsi dice que:

«El delicado equilibrio entre forma y contenido, equilibrio que se salvaguardó incluso en las extremas formas del romanticismo y del simbolismo, se deshace; la lengua comienza a vivir de manera autónoma, adquiere importancia en sí, el significante rebasa al significado, las palabras se convierten en magia, la imagen se emancipa del contexto poético, comienza a vivir independientemente, y la propia estructura de la lengua se desgarra»10.

Y, por último, existiendo ya la polarización teórica en dos poéticas claramente diferenciadas, realismo/formalismo11, no es lo más pertinente referirse a la concepción estética vallejiana tratándola en sentido plural, como si en toda su obra se manifestaran varias poéticas. Luego de producida la obra total de un autor se puede constatar una cierta indecisión de trabajo entre una u otra tendencia —de dos: no hay más—, pero, aun en ese caso, siempre se detectará el predominio de una sobre la otra. Por eso aquí puedo completar mi observación de la que he llamado «poética del equilibrio» entre clásico/romántico (ahora: realismo/formalismo) detectable en los dos primeros libros de CV, señalando que en Los heraldos negros, hay un predominio clásico-realista, ocurriendo lo contrario en Trilce, en el que predomina lo romántico-formalista (sin dejar de percibir en cada uno la presencia del contrario). O, como dice Bronislaw Malinovski:

«Es un proceso en el cual ambas partes de la ecuación resultan modificadas. Un proceso en el cual emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; una realidad que no es una aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e independiente»12.

Otro poema de Trilce que también ha sido considerado por algunos críticos como expresión de la poética vallejiana13, es el último de dicho libro, LXXVII, que cito a continuación:

Graniza tánto, como para que yo recuerde
y acreciente las perlas
que he recogido del hocico mismo
de cada tempestad.
No se vaya a secar esta lluvia.
A menos que me fuese dado
caer ahora para ella, o que me enterrasen
mojado en el agua
que surtiera de todos los fuegos.
¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?
Temo me quede con algún flanco seco;
temo que ella se vaya, sin haberme probado
en las sequías de increíbles cuerdas vocales,
por las que,
para dar armonía,
hay siempre que subir ¡nunca bajar!
¿No subimos acaso para abajo?
Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!

Y, bien, recogiendo algunos elementos explicativos de Julio Ortega (que, por lo demás, no pueden dejar de verse en el poema mismo) voy a hacer la conexión con las poéticas expuestas supra. Los dos primeros versos aluden a una sensación social siempre presente: que hay lluvia de poetas, que la poesía nunca ha estado desamparada. No en vano el poema de Bécquer ratifica el aserto de que «mientras haya esperanzas y recuerdos/ ¡habrá poesía!» Y hasta el refrán lo confirma: «De músico, poeta y loco/ todos tenemos un poco». Es decir que son tantos los intentos de hacer poesía por parte tanto de los poetas cultos como de los populares o clasistas, que CV no ve impedimento para que él también «recuerde y acreciente las perlas»: acrecentar las palabras avaloriadas («…ohs de ayes/ creyérase avaloriados de heterogeneidad», ver poema V de Tr.). Granizada de palabras como un fluir inagotable de agua. Y es una insistencia que pareciera proponerse permanecer en el recuerdo de todos, para que nunca cese de haber poesía. Y el locutor poético reacciona ante ese estímulo y se siente impelido a ‘acrecentar esas perlas’ esos trozos de granizo de gran valor; que son, asimismo, palabras recogidas de la vida que no es un lecho de rosas, y en la que la misma poesía se desplaza en lucha constante porque no es ajena a las contradicciones de la sociedad vital: perlas —dice el yo poético— «que he recogido del hocico mismo/ de cada tempestad», dando a entender que la escritura iniciática se hace con dificultad, máxime si la historia de la poesía es un cúmulo de tempestades. Y CV conoce esas luchas: clásicos / barrocos, románticos / realistas y —en su momento— modernistas / vanguardistas, y este último sería «el hocico mismo» de la última tempestad, en aquellas primeras décadas del siglo XX que le tocó vivir y sufrir a CV.

_____________
(1) Basadre, Jorge (2003). Equivocaciones. Ensayos obre literatura penúltima. Lima: Universidad San Martín de Porres, p. 40.
(2) Aunque, ahora, se puede decir que la «distinción fecunda» es ‘entre escritor formalista y escritor realista’ (lo clásico y lo romántico han perdido, definitivamente, su vigencia).
(3) Middleton Murry, J. (1951). El estilo literario. México: F.C.E.: 35-36. Asimismo, aprovecho para justificar el uso profuso de citas de autores, que considero autoridades, para refrendar los objetivos de este trabajo, con un juicio del mismo Middleton Murry, quien dice que hay «una vieja y segura regla de juzgar al crítico por las citas que hace; no tanto porque sean necesariamente una prueba de su buen gusto, como porque son una salvaguarda contra la abstracción y la inexactitud» (op. cit.: 37). Y debo precisar que no encuentro oposición, sino más bien complementariedad, entre esta cita y la de José Carlos Mariátegui cuando reconviene a Luis Alberto Sánchez ‘que no deduzca sus ideas de sus citas’ (J. C. Mariátegui, Ideología y política, Lima, Biblioteca Amauta, 1969, p. 226).).
(4) «Desde muy antiguo, ha tenido el simbolismo la inclinación a reducirse a un puro mecanismo. Una vez erigido en principio, no se contenta con los brotes de la fantasía y del entusiasmo poéticos, sino que se adhiere como una planta parásita al pensamiento y degenera en un puro hábito y en una enfermedad de éste» (Huizinga, op. cit.: 294).
(5) Torre, Guillermo de (1971). Historia de las literaturas de vanguardia. Madrid: Guadarrama. Tomo 1: 30.
(6) C. Vallejo (1987). Desde Europa. Crónicas y artículos (1923-1938). Lima: Fuente de Cultura Peruana.: 317.
(7) C. Vallejo (1988). El romanticismo en la poesía castellana. Trujillo: Ediciones Universidad de Trujillo.: 12.
(8) González Ruano, César (1988). «César Vallejo en Madrid», en: Lundero, suplemento cultural de La Industria. Chiclayo-Trujillo.: 7.
(9) O el no menos famoso verso de don Antonio Machado: «¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera/ mi verso, como deja el capitán su espada:/ famosa por la mano viril que la blandiera/ no por el docto oficio del forjador preciada» («Retrato»).
(10) Szabolscsi, Miclós (1972). «La “vanguardia” literaria y artística como fenómeno internacional», en: Casa de las Américas, N° 74, La Habana, setiembre-octubre.: 6.
(11) Sobre el particular es interesante ver la clasificación propuesta por E.F. Carritt, la que distingue con las alternativas de «representativa» y «formal», y dice que «la primera tiene por objeto recordarnos, por semejanza o asociación el mundo real, y la segunda sólo agradar por su superficie sensible» (E. F. (1965). Introducción a la estética. México: FCE.: 166).
(12) Rama, Ángel (1998). La ciudad letrada. Montevideo: Arca.: 40.
(13) Ricardo González Vigil (B-2013: 355) destaca esa calificación que atribuye a Julio Ortega y pone como referencia el libro (1986) La teoría poética de César Vallejo. Providence (USA): Editores del Sol (libro que lamentablemente no conozco), aunque sí he leído el análisis de este poema que hace Ortega en La imaginación crítica (C-1974).


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