El Capitalismo Ha Fracasado, ¿Qué Viene a
Continuación?
(Segunda y Última Parte)
Lo que sigue a continuación
Al observar el naciente siglo XXI en el libro “La
edad de los extremos”, el historiador marxista Eric Hobsbawm, expuso su
preocupación por las amenazas que conmoverán este nuevo siglo.
Para
Hobsbawm el siglo XXI nos trae peligros mayores que la terrible “edad de los
extremos” cuando la humanidad se vio estremecida por conflictos imperiales,
depresiones económicas, dos guerras mundiales y la posibilidad de su propia
auto-aniquilación.
En
1949 Hobsbawm describió cómo veía el futuro:
“Vivimos en un mundo transformado por un desarrollo
económico y tecno-científico que ha dominado los últimos dos o tres siglos.
Sabemos – o al menos es razonable suponer – que esto no puede continuar hasta
el infinito. El futuro no puede ser una continuación del pasado, y hay
indicios, tanto externos como internos, de que hemos llegado al punto de una gran
crisis histórica.
Las fuerzas generadas por la economía y la
tecnociencia son ahora lo suficientemente poderosas como para destruir el medio
ambiente, es decir, los fundamentos materiales de la vida humana. Las
estructuras de las sociedades y las bases sociales de la propia economía
capitalista están a punto de ser destruidas por una degradación que seguimos
reproduciendo.
Nuestro mundo arriesga una explosión o una
implosión. Esto debe cambiar. No sabemos a dónde vamos. Solo sabemos que la
historia nos ha llevado a este punto. Sin embargo, una cosa es clara, si la
humanidad tiene un futuro posible, ese futuro no puede ser la prolongación del
pasado o del presente. Si intentamos construir un tercer milenio sobre esta
base, con seguridad fracasaremos. Y el precio del fracaso será una sociedad
donde predomine la oscuridad”. (85)
Hobsbawm dejó pocas dudas acerca de cuál era el
principal peligro: el sistema tendrá consecuencias irreversibles y
catastróficas para el medio ambiente natural, incluida la raza humana que forma
parte de él. (86) La fe teológica que afirma que los recursos son asignados por
un mercado sin restricciones crea las condiciones para que se desarrolle el
“capitalismo del desastre”.
En su
momento la posición de Hobsbawm fue criticada, por gente de izquierda, por ser
demasiado “pesimista” (87). Un cuarto de siglo después, está claro que las
preocupaciones que expresó entonces eran las correctas. Sin embargo después de
décadas de neoliberalismo, estancamiento económico, financiarización, creciente
desigualdad y deterioro ambiental una visión que aborde, de manera integral, el
fracaso del capitalismo es todavía una “rara avis” en gran parte de la
izquierda de los países ricos.
La
respuesta más habitual es reivindicar el mito que una sociedad de mercado
autorregulada puede salvaguardar la sociedad y el medio ambiente. (88) Esta
concepción –que alimenta la esperanza de que el péndulo retroceda– ha sumado a
cierta “izquierda” a distintas versiones de un social-liberalismo. Esta nueva
versión del neoliberalismo esconde, sin disimulo, los fracasos del capitalismo
y propone el retorno a una nueva era keynesiana, como si la historia pudiera
desandar lo caminado.
Los
políticos que promueven esperanzas de este tipo niegan a los menos cuatro
realidades históricas.
Primero,
la socialdemocracia floreció sólo mientras existía la amenaza de una sociedad
socialista representada por la Unión Soviética y en Occidente partidos y una
fuerza sindical importante que defendían a los trabajadores. Pero, como hemos
comprobado, después de la caída del sistema soviético, las políticas
socialdemócratas se desvanecieron rápidamente.
Segundo,
el neoliberalismo es la forma que adquiere el capitalismo en su actual fase
monopolista-financiera. Ya no existe la realidad económica del capital
industrial en la que se sostenía el keynesianismo.
Tercero,
en la práctica real, la Socialdemocracia Europea y de EEUU depende de un
sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la
humanidad.
Cuarto,
el estado “liberal-democrático” y el dominio de la clase capitalista industrial
dispuesta a un acuerdo social con el trabajo es una reliquia del pasado.
Incluso, cuando partidos socialdemócratas llegan al gobierno prometiendo
establecer un “capitalismo de rostro amable”, invariablemente se rinden a las
leyes del funcionamiento del capital correspondiente a la presente fase
histórica.
Como
ha puntualizado Michael Yates: “hoy en día, es imposible creer que habrá una
recuperación de los derechos sociales, que el modesto proyecto político y
económico de los sindicatos y los partidos políticos socialdemócratas aceptaron
y ayudaron a construir en el siglo pasado”. (89)
La
llamada izquierda social-liberal, ha aceptado acríticamente la modernización
tecnológica sin tener en cuenta las relaciones sociales. Prisionera del
determinismo tecnológico, esperan que la digitalización, la ingeniería social y
una administración liberal gestionen el sistema.
Según los intelectuales social-liberales: “el
capitalista neoliberal nos lleva a un desastre, pero este capitalismo (el
neoliberal) puede ser reformado y debe hacerse desde arriba por imperativos
tecnológicos”.
En
esta concepción el sistema capitalista mutará y solo quedarán “los marcos
vacíos de las corporaciones, desprovistas de los intereses de la clase
propietaria”.
Para
el futurólogo Jørgen Randers (uno de los autores del libro Los Limites del
Crecimiento): “la sociedad mundial dentro de cuarenta años vivirá un
capitalismo reformado en que el bienestar colectivo estará por encima del
individualismo”. Este capitalismo reformado estaría supeditado a: “un gobierno
de sabios dirigido por tecnócratas, con menos democracia y también con menos
mercado libre”.
En
lugar de enfrentar directamente el fracaso del capitalismo, su estancamiento
económico y la pobreza del “resto del mundo” Randers considera que estas
cuestiones son secundarias. Predice que en el futuro: “la vida será más
eficiente y sostenible que en la actual la versión del capitalismo”.(90)
Sin
embargo, en los apenas siete años (desde que se escribió el libro en 2012) ya
está claro que las predicciones de Jørgen Randers y compañía, están totalmente
equivocadas. La situación que hoy enfrenta el mundo es cualitativamente más
grave que cuando todavía las soluciones tecnocráticas parecían factibles para
algunos y que el estado “democrático liberal” parecía estable.
Un
cambio climático acelerado, un continuo estancamiento económico y una creciente
inestabilidad geopolítica, son razones suficientes para entender que los
desafíos a los que ahora nos enfrentamos son mucho más adversos que los
vaticinios de “modernizadores progresistas” como Randers. Nunca la historia ha
sido benévola con aquellos que se prodigan con predicciones. En particular si
se conforman simplemente con proyectar determinadas tendencias tecnológicas y
dejan fuera de cuadro a la mayoría de la humanidad y su vida cotidiana.
Por
esta razón una visión dialéctica es tan importante. El curso real de la
historia nunca se puede predecir. Lo único cierto sobre el cambio histórico es
la existencia de luchas que impulsan cambios revolucionarios de carácter
discontinuos.
Tanto
las implosiones como las explosiones se materializan inevitablemente. Este
proceso hace que el mundo para las nuevas generaciones sea diferente al de las
anteriores. La historia nos enseña que todos los sistemas alcanzan un límite
definitivo cuando son incapaces de regular las relaciones sociales y no pueden
hacer un uso racional y sostenible de las fuerzas productivas.
El
pasado humano está salpicado de períodos de regresión, seguidos por
aceleraciones revolucionarias que barren todo lo que tienen ante ellos. El
historiador conservador Jacob Burckhardt describió de esta manera los cambios
revolucionarios: “un cambio histórico ocurre cuando se produce una crisis en
todo el estado de las cosas, involucra a épocas completas y a muchos pueblos de
la misma civilización… Entonces, el proceso histórico se acelera repentinamente
de manera aterradora. Los cambios que, de otra manera, tardarían siglos se
producen en meses o semanas”. (91)
Cuando
Burckhardt escribió este texto tenía en mente la Revolución Francesa de 1789.
Esta revolución fue una aceleración de la historia. En realidad, la Revolución
Francesa inició una serie de revoluciones que mutaron a una velocidad
aterradora. Transitó de una revolución aristocrática a una revolución burguesa
y posteriormente a una revolución popular y campesina, que finalmente adoptó el
carácter de un “bloque histórico”, invencible, que transformó gran parte de la
historia de occidente. (92)
¿Podría
una aceleración revolucionaria de este tipo acontecer en el siglo XXI?
La
mayoría de los analistas convencionales de los países hegemónicos del sistema
imperialista mundial dirán que no. Se basan en una visión interesada porque las
revoluciones continúan detonando en la periferia del sistema y sólo son sofocadas
por la intervención económica, política y militar de las potencias
imperialistas.
El
fracaso del capitalismo a escala planetaria hoy en día amenaza a la
civilización y a la vida del planeta tal como la conocemos. Si no se realizan
cambios drásticos la temperatura global de este siglo aumentará entre 4 grados
a 6 grados Celsius, lo que pondrán en peligro a la humanidad en su conjunto.
Mientras tanto, el capitalismo extremo busca expropiar y utilizar todos los
recursos de la existencia material, arruinando al medio ambiente en beneficio
de unos pocos.
Con el
aumento de las catástrofes naturales y con el vertiginoso proceso de
concentración del capital, en este siglo la humanidad se enfrenta a un tipo de
las relaciones sociales capitalistas que son más funestas que cualquier
calamidad que hayamos conocido. (93)
Cientos
de millones de personas ya se han involucrado en el combate contra este
sistema, creando las bases de un nuevo movimiento mundial hacia el socialismo.
En su
libro ¿Puede la clase obrera cambiar el mundo? Yates responde que sí se puede.
Agrega: “sólo se podrá hacerlo si se unifican las luchas de los trabajadores y
de los pueblos. Las batallas deberán tener como objetivo un auténtico
socialismo. (94)
Los
intelectuales postmodernos sostienen que “el sistema socialista ya se intentó y
fracasó”; por tanto, ya no existe como alternativa. Sin embargo, la historia
demuestra algo muy distinto. El siguiente periodo histórico desmiente
claramente a los profetas post modernos.
“Los
primeros intentos del capitalismo, en las ciudades-estado italianas (de la Baja
Edad Media) no fueron lo suficientemente consistentes para sobrevivir en medio
de las sociedades feudales que las rodeaban, sin embargo el capitalismo como
sistema terminó imponiéndose”.
Si
algo nos enseña la historia es que el fracaso de los primeros experimentos de
socialismo no presagia nada más que su eventual renacimiento con nuevas formas;
más revolucionario, más universal, un socialismo que reconoce y aprende de sus
anteriores fracasos. (95)
Podemos decir sin equivocarnos que a pesar de su
fracaso (relativo) el socialismo es superior al capitalismo. La tradición de
lucha por la libertad, la igualdad sustantiva y el desarrollo humano sostenible
son consustanciales al socialismo y en la actualidad son una propuesta política
que expresa cabalmente una necesidad histórica para la humanidad y el planeta.
(96)
El
economista conservador Joseph Schumpeter (que fue ministro de finanzas de
Austria en los años 20) escribió que el capitalismo no moriría por “un fracaso
económico, sino más bien porque el capital al centrarse solo en fines
económicos, termina socavando los fundamentos de su propia existencia”. Según
Schumpeter el capitalismo “crea inevitablemente las condiciones que le
impedirán sobrevivir y estas condiciones apuntan claramente al socialismo como
su heredero.” (97) En cierto modo, sus opiniones eran correctas, aunque esto no
ha ocurrido como muchos lo esperaban.
El
desarrollo global del capitalismo monopolista y la financiarización encabezado
por el neoliberalismo –que surgió en esa Viena Roja- ahora está socavando las
bases materiales, no solo del propio capitalismo sino de la ecología
planetaria. A pesar de esto, el orden social neoliberal se impone en un confuso
contexto político; hay menos oposición al capitalismo pero hay más oposición al
neoliberalismo como si ambas cosas fueran distintas. (98)
El
capitalismo neoliberal (el capitalismo realmente existente) es un sistema que
destruye de manera permanente las bases de la existencia. Los trabajadores y
los pueblos del mundo no tienen más alternativa que buscar nuevos caminos para
el futuro.
Un
movimiento inclusivo -basado en la clase trabajadora- que se proponga el
socialismo para este siglo abrirá una etapa de progresos cualitativos que la
humanidad necesita con urgencia. La anarquía de la sociedad del mercado con su
avaricia institucionalizada no tiene nada que ofrecer a las nuevas
generaciones. (99)
El
nuevo socialismo deberá incluir el desarrollo de una tecnología que tengan
contenido social, en oposición a la tecnocracia que mira solo por la ganancia
individual de un sistema depredador. (100) Hoy técnicamente es posible la
planificación democrática a largo plazo, lo que permite que las decisiones que
se tomen originen una distribución de la riqueza fuera de la lógica del
capital. (101)
Un
socialismo, en su forma más radical, debe ser consistente con la igualdad
sustantiva, la solidaridad comunitaria y la sostenibilidad ecológica, también
deberá proponerse la unión, y no a la división de las fuerzas del trabajo. El
desarrollo humano sostenible requiere urgentemente que la actividad creativa y
productiva se utilice para los valores de uso y no para los valores de cambio
del mercado.
Cuando
en un futuro –que ahora parece cerrado– se abran las puertas de una nueva
sociedad, este cambio revolucionario lo hará de muchas maneras, produciendo un
desarrollo completamente nuevo, más cualitativo, y con formas colectivas de
organización. (102)
Las
medidas prácticas que deberán tomarse hoy son imposibles con el actual modo de
producción. No es la imposibilidad física, o la falta de excedentes económicos
lo que impide la satisfacción de necesidades básicas como aire y agua limpia,
alimentos, ropa, vivienda, educación, atención médica, transporte y trabajo útil.
No es la escasez de conocimientos tecnológicos o de medios materiales lo que
impide la conversión a energías más sostenibles. (103) No es una fantasmal
división, congénita de la humanidad, la que obstruye la construcción de una
nueva Internacional de los trabajadores y de los pueblos. (104) Todo esto está
a nuestro alcance, pero requiere seguir una lógica que vaya contra el
capitalismo.
Como
Karl Marx advirtió: “la humanidad se impone sólo las tareas que puede resolver
en su momento. Un examen detenido de la historia nos muestra que las soluciones
surgen sólo cuando las condiciones materiales están desplegadas o al menos en
están en camino de madurez.” (105)
Los
desperdicios y los excesos del capitalismo monopolista se han transformado en
el principal obstáculo para el desarrollo humano. Una vez que el mundo se
libere de estas cadenas los nuevos medios tecnológicos permitirán que la
planificación y la acción democrática construyan los caminos hacia un mundo de
igualdad sustantiva y sostenibilidad ecológica. (106)
La
respuesta a la crisis que tenemos ante nosotros son de carácter social y
ecológica.
Estas respuestas exigen una regulación racional del metabolismo entre los seres humanos y la naturaleza. El nuevo mundo deberá se capaz de regenerar los procesos vitales, con ecosistemas saludables, tanto locales como regionales y globales.
A lo
largo de la historia los seres humanos hemos luchado para domeñar el medio
natural, pero la libertad humana integral sólo es posible si se vive con
igualdad y en comunidad.
El
desarrollo futuro no es posible sin sostenibilidad ecológica y tampoco es
posible sin una sociedad que se construya sobre bases socialistas.
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Notas
(85) Eric Hobsbawm, The Age of Extremes (Nueva
York: Vintage, 1994), 584–85.
(86) Hobsbawm, La era de los extremos, 563, 569.
(87) Ver Edward Said, “Contra Mundum”, London
Review of Books 17, no. 5 (1995): 22-23; Justin Rosenberg, “El siglo de
Hobsbawm”, Monthly Review 47, no. 3 (julio-agosto de 1995): 139–56; Eugene
Genovese, “The Age of Extremes – Review”, New Republic, 17 de abril de 1995.
(88) Polanyi, La Gran Transformación, 76.
(89) Michael D. Yates, ¿Puede la clase trabajadora
cambiar el mundo? (Nueva York: Monthly Review Press, 2018), 134.
(90) Jørgen Randers, 2052: Informe al Club de Roma
en conmemoración del cuadragésimo aniversario de los “Límites al crecimiento”
(White River Junction, Vermont: Chelsea Green, 2012), 14–15, 19–23, 210–17, 248
–49, 296–97.
(91) Jacob Burckhardt, Reflexiones sobre la
historia (Indianapolis: Liberty, 1979), 213, 224.
(92) Georges Lefebvre, La llegada de la Revolución
Francesa (Princeton: Princeton University Press, 1947), 212.
(93) John Bellamy Foster, “El capitalismo y la
acumulación de catástrofes”, Revisión mensual 63, no. 7 (diciembre de 2011):
1–17.
(94) Yates, ¿Puede la clase trabajadora cambiar el
mundo?, 184–85.
(95) Paul M. Sweezy, “Socialismo y ecología”,
Revisión mensual 41, no. 4 (septiembre de 1989): 5.
(96) Karl Marx y Frederick Engels, Collected Works,
vol. 1 (Nueva York: Internacional, 1975), 157.
(97) Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y
democracia (Nueva York: Harper and Row, 1942), 61. Schumpeter era un producto
genuino de la Escuela de Economía de Austria, pero era, al mismo tiempo, un
pensador muy independiente. Fue el primero en ofrecer una fuerte crítica a la
idea de Mises de que un sistema de precios racional no podía desarrollarse bajo
el socialismo. Su independencia fue demostrada por su disposición a servir como
ministro de finanzas en un gobierno socialista. Véase Márz, Joseph Schumpeter ,
99–113, 147–63.
(98) Schumpeter, Capitalismo, Socialismo y
Democracia, 143.
(99) Como enfatiza Antonio Negri, un movimiento
inclusivo basado en clases comienza con un “concepto social” de clase
divorciada de una construcción meramente económica. Esto significa que la
cuestión de la clase trabajadora no puede separarse de temas como el trabajo
doméstico de las mujeres, el medio ambiente, la formación de razas, etc.
Antonio Negri, “Empezando de nuevo desde Marx”, Filosofía radical 203 (2018).
(100) Vea la discusión indispensable de la
tecnología socialista en Victor Wallis, Revolución rojo-verde: la política y la
tecnología del ecoocialismo (Chicago: Political-Animal, 2018), 54–92.
(101) Como comentó Sweezy, no hay “nada en el
sistema [capitalista] que se preste o sea compatible con una planificación a
largo plazo de un tipo que sería absolutamente esencial para la implementación
de un programa ecológico efectivo”, mucho menos la garantía de que El progreso
sería compartido equitativamente entre todos en la sociedad. El socialismo, en
cambio, es modificable a tales desarrollos sobre una base democrática,
precisamente porque significa un alejamiento de la acumulación de capital, las
ganancias y la producción de bienes como los fines supremos de la sociedad.
Sweezy, “Socialismo y ecología”, 7–8. Podemos ver las fortalezas de la
planificación hoy de diferentes maneras en estados como Venezuela, con sus
municipios y consejos comunales, y en Cuba con sus enormes éxitos sociales y
ecológicos, a pesar de que ambos han sido sometidos a enormes presiones
económicas y políticas, así como amenazas militares, que emanan de los EEUU.
Ver a John Bellamy Foster, “Chávez y el estado comunal” Revisión mensual 66,
no. 11 (abril de 2015): 1–17.
(102) Sobre el desarrollo humano sostenible, vea
Paul Burkett, “La visión de Marx del desarrollo humano sostenible”, Revisión
mensual 57, no. 5 (octubre de 2005): 34–62.
(103) El problema de la conversión ecológica se
aborda sistemáticamente en Wallis, Revolución Rojo-Verde. Ver también Magdoff y
Williams, Creando una Sociedad Ecológica , 283–329; Angus, frente al
antropoceno, 189-208; y Fred Magdoff y John Bellamy Foster, Lo que todo
ambientalista debe saber sobre el capitalismo (Nueva York: Monthly Review
Press, 2011), 121–44.
Sobre una estrategia democrática y socialista radical en los EEUU, ver Robert W. McChesney y John Nichols, People Get Ready (Nueva York: Nación, 2016), 245–76.
Sobre una estrategia democrática y socialista radical en los EEUU, ver Robert W. McChesney y John Nichols, People Get Ready (Nueva York: Nación, 2016), 245–76.
(104) Sobre una nueva internacional, vea István
Mészáros, La necesidad de control social (Nueva York: Monthly Review Press,
2015), 199–217; Samir Amin, “Es imperativo reconstruir la Internacional de
Trabajadores y Pueblos”, IDEAS, 3 de julio de 2018.
(105) Karl Marx, Una contribución a una crítica de
la economía política (Moscú: Progreso, 1970), 21.
(106) Ver John Bellamy Foster, “La ecología de la
economía política marxiana”, Monthly Review 63, no. 4 (septiembre de 2011):
5–14; Robert W. McChesney, Communication Revolution (Nueva York: New Press,
2007).
kritica.info
Texto completo en: https://www.lahaine.org/bT4y
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