La Angustia ¿Está en el Sujeto o en el Objeto?1
Julio Carmona
HAY
MUCHOS ESTUDIOSOS de la obra de César Vallejo que pretenden reducirla a sus
logros puramente formales. Y, desde esa perspectiva, cuando no pueden evitarlo
y se ve impelidos a relacionar ese estudio formal con su contenido, lo
restringen a los temas de la angustia, la desesperanza y el absurdo. Uno de
ellos, el estudioso italiano de la literatura, Giuseppi Bellini, opina lo
siguiente sobre esa supuesta angustia que domina en la poesía de CV. Dice:
«En opinión de Vallejo la muerte es únicamente un mal y el
hombre la ve acercarse con angustia, puesto que todavía no le ha sido posible
vivir. En “Imagen española de la muerte”2, de España, aparta de
mí este cáliz, una serie de acentos angustiados ofrecen la medida
del sentido de desesperación con que el poeta entiende la muerte»3.
Y,
ahondando en mi posición contraria a esta interpretación, preciso que, más
bien, se da todo lo contrario: que en la poesía de Vallejo se refleja una
visión exultante, pues el llamado que se hace a los oyentes anónimos —en el
poema referido por Bellini— para dirigirse a la muerte es como cuando pasa
alguien conocido y se los insta a llamarlo:
¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la lloro.
De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada!
De su pus para arriba, ¡ay de mi férula, teniente!
De su imán para abajo, ¡ay de mi tumba!
Esta es
la parte final del poema aludido por Bellini. Y, en principio, se debe decir
que no hay que perder de vista la prescripción crítica específica de que el yo poético (la voz que habla en el
poema) no es, necesariamente, la del autor: ‘no hay que confundir a Vallejo con
su llanto’. Por otro lado, se debe advertir que CV escribe los poemas de España, aparta de mí este cáliz en el
año 374 y, para entonces, ya han pasado dos de que se iniciara la
guerra civil. Y como la muerte avanza con celeridad para seguir matando, el yo
poético adopta la voz del pueblo español que quisiera llamar a la muerte para
impedir que avance en su apresuramiento genocida. Porque el hilo (tan frágil)
en que se llora a la muerte es el de la vida y este no debe perderse. Y,
asimismo, los versos que siguen a ese llamado se pueden considerar como tres de
las diversas maneras que tiene la muerte de presentarse. Y es así que una forma
de interpretar el segundo verso de la estrofa citada es relacionándolo con la
práctica poética vallejiana de recurrir a las funciones del organismo humano. Y
una de ellas es la función sexual en la que a la eyaculación se la denomina
«polvo», y para muchos es equiparable a una «dulce agonía» (como la metaforizó
el excelente poeta popular que fue Manuel Acosta Ojeda5). Y es el
olor de este acto, que se percibe de la pelvis para arriba, al que alude el yo
poético como una «forma de la muerte», y de cuya inminente pérdida se hace
partícipe al confidente más próximo: al camarada. La otra forma de la muerte
—la trágica— es la herida de guerra, y está relacionada con la «férula» en su
acepción médica de ‘tablilla que se emplea en el tratamiento de las fracturas’
que, en el caso poético, está purulenta, y de la cual se da cuenta al superior
inmediato: teniente. Y, por último, la definitiva forma de la muerte, la tumba,
en su versión tradicional de hacerse bajo tierra: «De su imán para abajo». Y el
«ay» de cada una de esas pérdidas no es, pues, personal; es, en todo caso,
social: es el «ay» del pueblo español. Es decir que no hay tal angustia de CV.
Es la angustia social que vive España. Es la “Imagen española de la muerte”. No
es la imagen de su muerte que tiene
el poeta.
Otra muestra de esa apresurada
calificación que se hace a la poesía de CV de ser expresión de la «angustia del
poeta», la he encontrado en el crítico inglés James Higgins quien dice que:
«El poeta se angustia ante el misterio de la progresión de
los números, ante la imposibilidad de formular 1 sin formular a la vez 2, 3 y
luego todos los demás números indefinidamente [y cita los siguientes versos]:
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto
hasta despertar y poner de pie al 1. (T, V)».6
Y la
pregunta cae por su propio peso: ¿dónde se ve la angustia en los versos
citados? Se nota, más bien, una gran serenidad que deviene consejo a un alguien plural. Yo lo veo, pues, como un alegato
contra la soledad. La expresión «no deis» proviene del habla coloquial por la
cual —por ejemplo— alguien dice: ‘he dado en estar solo’, lo que equivale a
‘dar en uno’. Y el yo poético recomienda no hacerlo, porque ese uno no existe,
en tanto —en la más absoluta soledad— en la conciencia del solo resuenan sus pares.
Y, por eso, en los primeros cinco versos del poema, alude a expresiones
plurales:
Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad,
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!
Si se
examinan estos versos, en sus expresiones significativas, se verá que «Grupo
cotiledón» hace referencia a «plantas que tienen dos cotiledones»; por lo tanto
el poema empieza aludiendo a un grupo formado por dos elementos, y, como más
adelante hará referencia a «novios de eternidad», lo que está haciendo el yo
poético es augurar la unión de ese número
par para siempre. Es evidente que los elementos singulares del «Grupo
cotiledón» se están pluralizando. Y, luego, se lee que desde ese grupo se abren «petreles» («oberturan», dice el
yo poético y, obviamente, está haciendo un neologismo al convertir en verbo
—oberturar— al sustantivo «obertura» o composición musical que abre o introduce
una obra más amplia) y los «petreles»7 son aves que viven en
bandadas entre las rocas marinas, y con ellos se está sugiriendo el crecimiento
de la familia, con propensión a hacer «trinidad»: aludiendo al trío de personas
divinas, pero en este caso: madre, padre e hijo, que es el futuro de los
novios, que vienen a ser «finales que comienzan» pues están en los finales de
su soltería y comienzan, juntos, otra etapa de sus vidas. Y la expresión «ohs
de ayes» pluraliza el «oh» del placer y el «ay» del dolor, que eran
individuales y devienen asociados, adquiriendo la palabra «avaloriados»,
evidente neologismo: formado con el sustantivo abalorio o cuentas de un collar (para indicar la unión de los
novios), y con el verbo avalorar con
el que ‘se da valor a algo’ (el valor que tanto se releva en el libro
primero de El Capital de Marx) y,
así, el yo poético está formando el sentido de valoración que adquiere la unión de lo «heterogéneo» que es aquello
que está formado por elementos de distinta clase o naturaleza. Ese es el
«¡Grupo de los dos cotiledones!» que no debe ‘dar en uno’(como vimos arriba),
ni tampoco «dar en 0» porque «callará tanto» que ‘despertará y pondrá de pie al
1’, reiniciándose la ronda de la vida. Como se puede apreciar, Higgins ha
citado los tres penúltimos versos del poema V de Trilce. El último es el siguiente: «Ah grupo bicardiaco», es decir: un grupo de dos
corazones.
Ahora bien, si yo he comentado los
versos que cita Higgins (del final del poema) y, a mi vez, lo he hecho con los
cinco iniciales, faltaría hacer lo mismo con los versos intermedios para
redondear la interpretación del poema total que, observado así, configura la
triada dialéctica: tesis, antítesis, síntesis. Falta analizar, entonces, la
antítesis, formada por los siguientes versos:
A ver. Aquello sea sin ser más.
A ver. No trascienda hacia afuera,
y piense en són de no ser escuchado,
y crome y no sea visto.
Y no glise en el gran colapso.
La creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.
La
expresión «A ver», tiene también una connotación coloquial, que se da cuando alguien
ha opinado sobre algo, y quien la usa es porque va a responder a esa opinión. Y
esta respuesta —en el poema— es la negación de la negación. Porque se ve que
esta primera negación trata de inmiscuirse en la vida de los novios, sugiriendo
cómo debe ser su matrimonio. Y la respuesta a esa proposición es que «Aquello
sea sin ser más», que solo sean «novios de eternidad». Y la otra contradicción
se resuelve así: que eso que es sin ser más (sin ser otra cosa que matrimonio)
«No trascienda hacia afuera», es decir, que nadie de afuera se inmiscuya en él.
Y que este nuevo ser «piense en són de no ser escuchado»: que sus cuitas las
resuelvan quienes lo conforman: ellos mismos (que hagan caso omiso de quienes
circunstancialmente los pudieran escuchar). Que ese nuevo ser «crome», es
decir, que use sus colores y que sean tan propios que se proyecten a no ser
vistos por nadie. Que ese nuevo ser no «glise8»:
no resbale «en el gran colapso» que significa cambiar de vida para iniciar la
suya propia. Y los dos siguientes versos que, propiamente son los dos primeros
de la tercera estrofa, que es la síntesis de la oposición de contrarios
advertida en las estrofas precedentes, aluden asimismo al nuevo ser que es,
también, la nueva voz de dos contrarios conciliados, unidos; es, pues, ‘la
creación de una nueva voz que se rebela’, que no admite interferencias en sus
dominios, y no quiere ser malla, es decir, una red que separe a sus miembros,
y, por eso, tampoco quiere ser amor, porque este también entrará en
contradicción —como en los versos de Miguel Hernández: «El amor ascendía entre
nosotros/ como la luna entre las dos palmeras/ que nunca se abrazaron»9,
o también para decirlo en la voz de Neruda: «Para que nada nos amarre/ que no
nos una nada»10—, y, por tanto, el nuevo ser debe ser él
—sin mediaciones—: «Ah grupo bicardiaco»: dos corazones unidos sin
interferencias.
Ahora bien, dejar el análisis hasta ahí
significaría, casi, no trascender el nivel semántico. Y, en realidad, la poesía
trílcica toma a este como un trampolín para convertirse en símbolo11.
Ergo, el siguiente paso debe consistir en preguntarse: ese símbolo de los
novios (con todos los correlatos analizados) ¿a qué otra «realidad» apunta, qué
otra preocupación poética subyace en él? Y yo me atrevo a establecer una
relación con el «arte poética» de CV, tomando como referencia inmediata el
verso siguiente: «La creada voz rebélase y no quiere/ ser malla, ni amor», en
el sentido de que, para CV, los
copartícipes de ese noviazgo eterno son los elementos ineludibles de la «forma»
y el «fondo», para decirlo en lenguaje marxista: ‘la forma es tal por serlo de
su contenido’. Y CV se ha manifestado (en sus escritos de reflexión) a favor de
una poética del equilibrio. Porque lo más resaltante cuando se trata
de este tópico de la angustia (del mismo modo que el de la vanguardia) es que
se olvida cotejar la opinión del poeta mismo. En 1927 escribía:
«Ya viene el equilibrio. El propio espíritu revolucionario
presiente ya la necesidad de las contrarias disciplinas de ponderación y
justeza. Basta de pataleos de pesadilla y de angustioso barroquismo. En
el orden político, artístico y económico, los ensayos culminan ya y se
presiente el advenimiento de las fórmulas cabales, de las fórmulas creatrices»
(B-1987: 197).12
Lo más interesante de este juego dialéctico
es que esa confrontación de dos ideologías se puede constatar en la conciencia
de un mismo poeta, como se puede ver que se da en el caso de CV por su vínculo
con las poéticas de su época, que son dos; por un lado, el realismo clásico y, por otro, el romanticismo moderno. Su relación con el primero se percibe porque
sigue, instintivamente, apegándose a la realidad. Mientras que del segundo
adopta su afán de ruptura con «el lugar común» (al decir de Basadre) dándole jerarquía
a la experimentación formal. Para explicar esa clasificación y oposición de
clásico/romántico (y así también la calificación que he hecho de «romanticismo moderno») voy a citar al crítico
británico Middleton Murry:
«… la distinción fecunda no es entre el escritor romántico y
el realista, sino entre el clásico y el romántico. Esta distinción es de la
mayor importancia; pero es más filosófica y ética que literaria. El escritor
clásico se siente miembro de una sociedad organizada, como hombre al cual le
impone deberes y restricciones una ley moral que él reconoce profundamente. El
romántico está en rebeldía contra la ley externa, y, con la misma profundidad,
se niega a acatar su sanción. Afirma los derechos de su individualidad contra
mundum. (…) A mí me parece que Shakespeare era esencialmente un escritor
romántico, a pesar de su conservadurismo político. El Rey Lear es la más
grande obra de toda la literatura romántica. Todos los grandes escritores desde
Rousseau han sido románticos» (A-1951: 35-36).13
Es
decir, que lo romántico viene a ser la segunda oposición contra lo clásico,
propiamente estética: la primera corresponde al barroco. Y aunque después irá
perdiendo vigencia —por la degeneración en que devino14— es aplicable
a los movimientos artísticos o literarios que adoptan una posición de
«individualidad contra mundum», que sería el caso del
modernismo y del vanguardismo. Como dice Guillermo de Torre, aludiendo a la
predominancia de lo «poético puro», propia del romanticismo, por encima de las
«ideas poéticas», que abunda más en lo clásico:
«La literatura de la época de las vanguardias [que es la
época del joven poeta CV] fue esencialmente poesía, del mismo modo que
años después habría de ser “pathos”, rebelión metafísica, trascendencia social…
Por lo demás —como es notorio—, la predominancia de lo poético corresponde
al período de pubertad en los seres y en las literaturas. Superado aquél,
alcánzase otro estadio en que cobran predominio las ideas y conceptos sobre los
sentimientos y las palabras» (A-1971-1: 30).
Nótese que las expresiones
«esencialmente poesía» y «predominancia de lo poético» aluden a la idea
metafísica de poesía que tienen quienes la consideran «pura», es decir, libre
de las «escorias» del mundo real, y que se podría definir con la paráfrasis que
CV hace de lo que piensa Julien Benda. De él dice que:
«… acusa en su libro, a los pensadores del delito de traición
al pensamiento puro, perpetrado a favor de las pasiones políticas. Pensamiento
puro, a juicio de Benda, es la actividad abstracta y desinteresada del
espíritu, ejercida por sobre las exigencias inmediatas de la realidad; un juego
místico y libre de creación suprema cuyos móviles y fines no se relacionan con
los intereses momentáneos de la vida social ni con las luchas políticas en
general» (B-1987: 317).
Por lo que respecta a CV, se puede
decir que su accionar poético, en el trabajo de sus dos libros iniciales, va a
pendular entre ambos extremos. En tal sentido, no es necesario aclarar que él
no es un iconoclasta ad usum, o a la moda. Es
un revolucionario. Y sabe que el futuro no se construye destruyendo el pasado
sino asentándose en lo mejor de este, y así lo dice expresamente: «Las primitivas formas, pues, cumpliendo
la ley del doble mecanismo destructivo y constructivo al mismo tiempo que se
opera en todo orden de procesos, son
modificadas» (B-1988: 12). Este atisbo de concepción dialéctica (aunque
todavía idealista, en tanto corresponde al año de elaboración de su tesis
académica: 1915) corrobora su actitud revolucionaria (de la que nunca
abdicará). En 1930, es decir, en su madurez ideológica, escribirá: «Los
superrealistas, burlando la ley del devenir vital, se academizaron en su famosa
crisis moral e intelectual y fueron impotentes para excederlas y superarlas con formas realmente revolucionarias, es
decir, destructivo-constructivas» B-1987: 401), pero también —en sus años
juveniles— deja ver su adhesión a los cambios liberales (de orientación burguesa)
que ha constatado se daban contra la España monárquica, y de los que da cuenta
en la tesis académica citada:
«La Constitución de 1812 —dice— había declarado sin duda
muchas libertades para la sociedad y el individuo, pero quedaban aún latentes
en el espíritu social otras tantas convicciones y anhelos de derechos y
libertades. Por esto, en más de la mitad del siglo pasado ha continuado en
(sic) España viviendo la vieja tendencia llamada el liberalismo, en que se
agitan tantos sanos ideales de perfección individual y social, y que ha dado
lugar a las diferentes revoluciones habidas en España y en las que han tomado
parte, como era lógico, casi todos los poetas» (B-1988: 16).
Y las dos poéticas, descritas supra,
no son: totalmente antigua una ni absolutamente moderna la otra. Ambas tienen
sus ascendientes —opuestos también— en el pasado: la poesía de Homero y
Anacreonte, respectivamente, en la antigüedad, o la poesía del renacimiento y
del barroco en la modernidad. Es más, CV —en entrevista con César González
Ruano— dice que: «Conocía bien los clásicos castellanos. Pero creo,
honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas
busca con justeza su expresión» (D-1988: 7). Es decir que CV se siente un
hombre y un poeta de su época. Y en su época lo que podía considerarse como
teoría literaria estaba bifurcado en las tendencias de lo clásico y lo
romántico. No se olvide el famoso dicho de Darío: «Románticos somos… ¿Quién que
es, no es romántico?»15 No se trata, pues, de insinuar que CV fuera
un ecléctico —ni que, por la cita, él lo estuviera admitiendo—. Lo que ocurre
es que busca el equilibrio entre esas dos dimensiones de la objetividad y la
subjetividad. Equilibrio que, ya en 1927 (transcurrida una década de la
revolución rusa y casi el mismo tiempo del final de la primera guerra mundial),
CV siente que hace falta otro tipo de acción constructiva dentro de una inercia
de reposo, que no se contrarían sino que se complementan. Y es así que la
aludida «poética del equilibrio» (no de la mescolanza, es preciso destacarlo)
ya es distinguible en su etapa formativa, en los inicios de su búsqueda de una
voz propia. Sin que esto signifique que después fuera clausurada. Y, por eso,
en ella no se ve que haga el deslinde en esa lucha de contrarios. En su etapa
de madurez no solo se reflejará en su poesía última (hago elipsis de su
narrativa y teatro de esta etapa, no menos valiosos) sino también en su
reflexión teorética postrema que así lo deja ver, y es la que hace la
demarcación definitiva. Hoy por hoy, pues, no se puede estar ubicando la
producción poética de CV ni dentro de lo clásico, ni de lo romántico. Y tampoco
dentro del vanguardismo porque en esta última pretensión es, realmente, un
abuso de confianza desoír los múltiples reclamos que él esgrime en contra de
este. Y porque el vanguardismo, precisamente, estaba en contra de ese
equilibrio que CV releva. El húngaro Miklós Szabolscsi dice que:
«El delicado equilibrio entre forma y contenido, equilibrio
que se salvaguardó incluso en las extremas formas del romanticismo y del
simbolismo, se deshace; la lengua comienza a vivir de manera autónoma, adquiere
importancia en sí, el significante rebasa al significado, las palabras se
convierten en magia, la imagen se emancipa del contexto poético, comienza a
vivir independientemente, y la propia estructura de la lengua se desgarra»
(D-1974: 6).
Y, por último, existiendo ya la
polarización teórica en dos poéticas claramente diferenciadas,
realismo/formalismo16, no es lo más pertinente referirse a la
concepción estética vallejiana tratándola en sentido plural, como si en toda su
obra se manifestaran varias poéticas. Luego de producida la obra total de un
autor se puede constatar una cierta indecisión de trabajo entre una u otra
tendencia —de dos: no hay más—, pero, aun en ese caso, siempre se detectará el
predominio de una sobre la otra. Por eso aquí puedo completar mi observación de
la que he llamado «poética del equilibrio» entre clásico/romántico (ahora:
realismo/formalismo) detectable en los dos primeros libros de CV, señalando que
en Los heraldos negros, hay un
predominio clásico-realista, ocurriendo lo contrario en Trilce, en el que predomina lo romántico-formalista (sin dejar de
percibir en cada uno la presencia del contrario). O, como dice Bronislaw
Malinovski:
«Es un proceso en el cual ambas partes de la ecuación
resultan modificadas. Un proceso en el cual emerge una nueva realidad,
compuesta y compleja; una realidad que no es una aglomeración mecánica de
caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e
independiente» (cit. en: Rama, A-2008: 40).
___________
(1)
Paráfrasis inversa de la siguiente frase de José Carlos Mariátegui: «Otra vez
tengo que decirle, pues, a Sánchez que la confusión no está en el objeto sino
en el sujeto» (Ideología y política,
Lima, Biblioteca Amauta, 1969, p. 226). Es decir: precisarle a LAS que lo
confuso no estaba en el texto de JCM, sino en la mente de Las. Y, para el
poema: ‘la angustia no está en el sujeto (vallejo) sino en el objeto (España)’.
(2) Hay
algo que destaca Ricardo González Vigil, sobre este poema: que el título fue
puesto al final del mismo como consta en los originales mecanografiados (¿tal
vez con la intuición de que se podría pensar que ese llamado a la muerte estaba
relacionado con su caso personal?)
(3)
Giuseppi Bellini (1998). Vallejo-Neruda:
divergencias y convergencias. s/l: Fundación del libro total. p. 32.
(4) Georgette
Vallejo testimonia que el poemario España,
aparta de mí este cáliz, fue escrito entre los meses de setiembre, octubre,
noviembre de 1937 (Allá ellos allá ellos
allá ellos, C-2012: 72).
(5) «Cada
mujer liba cual mariposa/ de nuestros labios la miel escondida/ nos va matando
y no es querida/ es agonía lenta, silenciosa».
(6) James
Higgins, «El absurdo en la poesía de César Vallejo», en: Revista Iberoamericana N° 71, abril-junio de 1970, Pensilvania:
Universidad de Pittbusrgh, p. 220.
(7) Alfredo
José Delgado Bravo cambia el nombre a estas aves, las llama «preteles» (1988.
Los móviles existenciales de Trilce. Lima: Luces.: 79. Y este autor explica el
término en el sentido de que corresponde al acto de quitarse las ropas que
hacen los presos, y toda su interpretación gira en torno al tema de la prisión.
Julio Ortega, hace lo mismo respecto de petreles (1974. La imaginación crítica.
Lima: Peisa: 1249). En algunos aspectos la observación de Ortega coincide con
la mía (especialmente en la unión de hombre y mujer), pero no llega a
considerar al poema como un arte poética.
(8) Los
significados tanto de «crome» como de «glise» los he tomado de Ricardo González
Vigil: crome: con el significado de
«coloree» o «luzca color», por conexión con cromático,
[y] glise: barbarismo del francés glisser, resbalar. (B-2013: 227).
(9) Cancionero y romancero de ausencias,
Buenos Aires: Losada, 1963, p. 90.
(10) Crepusculario, «Farewell», Buenos Aires:
Losada, 1961, p. 38.
(11)
«Considerado desde el punto de vista del pensamiento causal, el simbolismo es
comparable a un cortocircuito espiritual. El pensamiento no busca la unión
entre dos cosas, recorriendo las escondidas sinuosidades de su conexión causal,
sino que la encuentra súbitamente, por medio de un salto, no como una unión de
causa y efecto, sino como una unión de sentido y finalidad» (Huizinga, 289).
(12) Y
en carta a Emilio Armaza dice: «Su libro me ha gustado singularmente por las
disciplinas de equilibrio y de medida
que hay en él. En estos tiempos de epilepsia, una obra así, de euritmia y
justeza, hace bien y nos reconcilia con “los números severos y apostólicos” de
que gustan las cosas eternas» (B-2002: 213). Bertolt Brecht pensaba igual: «…
se hace evidente que el todo está constituido por partes, y estas solo
conservan su importancia propia, que es poca (…) la salud es equilibrio»
(A-1977: 336).
(13) Asimismo,
aprovecho para justificar el uso profuso de citas de autores, que considero
autoridades, para refrendar los objetivos de este trabajo, con un juicio del
mismo Middleton Murry, quien dice que hay «una vieja y segura regla de juzgar
al crítico por las citas que hace; no tanto porque sean necesariamente una
prueba de su buen gusto, como porque son una salvaguarda contra la abstracción
y la inexactitud» (op. cit.: 37). Y debo precisar que no encuentro oposición,
sino más bien complementariedad, entre esta cita y la de José Carlos Mariátegui
cuando reconviene a Luis Alberto Sánchez ‘que no deduzca sus ideas de sus
citas’ (Ideología y política, Lima,
Biblioteca Amauta, 1969, p. 226).).
(14)
«Desde muy antiguo, ha tenido el simbolismo la inclinación a reducirse a un
puro mecanismo. Una vez erigido en principio, no se contenta con los brotes de
la fantasía y del entusiasmo poéticos, sino que se adhiere como una planta
parásita al pensamiento y degenera en un puro hábito y en una enfermedad de éste»
(Huizinga, 294).
(15) O
el no menos famoso verso de don Antonio Machado: «¿Soy clásico o romántico? No
sé. Dejar quisiera/ mi verso, como deja el capitán su espada:/ famosa por la
mano viril que la blandiera/ no por el docto oficio del forjador preciada» («Retrato»).
(16)
Sobre el particular es interesante ver la clasificación propuesta por E.F.
Carritt, la que distingue con las alternativas de «representativa» y «formal»,
y dice que «la primera tiene por objeto recordarnos, por semejanza o asociación
el mundo real, y la segunda sólo agradar por su superficie sensible» (1965:
166).
Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Vigésima Tercera Parte)
Julio Carmona
185. p.
310: «Es una regla que yo (sic) aprendí a observarla (sic) después de mis
primeras misiones.» Tanto el pronombre ‘yo’ como el artículo enclítico ‘la’
deben suprimirse. Es un error que se repite en la p. 311: «Yo no hubiera dudado
ni un instante en dejarte si yo hubiese sido la convocada.» El segundo «yo»
sale sobrando.
186. p.
312: «Así que atravesamos el parque en silencio, algo separados, sin cogernos
de las manos, cosa que por lo demás nunca habíamos hecho.» La última expresión,
«cosa que por lo demás nunca habíamos hecho», convierte en ripio a la que la
precede, «sin cogernos de las manos», pues, si nunca ha ocurrido y no lo hace
al momento del comentario, entonces, es por demás superfluo decirlo. Me hace
recordar la censura que le hice a un cacógrafo cuando dice: «Como todos los
gatos del mundo, Maro era un ser extraordinario». Y he ahí que el error —o sea
el desliz cacográfico de la frase— salta a la vista, sin mayores requisitorias,
porque: si alguien posee una cualidad que es común a los demás seres de su
especie, entonces ese alguien deja de ser extraordinario para convertirse en
ordinario. Igualmente, si lo común es no darse la mano está demás decir que no
se hizo; en todo caso, sería justificado si se hizo lo contrario: ‘nos cogimos
de las manos, aunque nunca antes lo habíamos hecho’ (que no es el caso).
187. p.
313: «No soy buen bailarín, pero puedo defenderme. En mis años universitarios
íbamos en grupos a los salsódromos del Bronx a bailar con las orquestas de
Willy Colón y Héctor Lavoe.226 Después del rock, la salsa era mi
ritmo preferido y mis ídolos eran Jimi Hendrix y el primer Santana.» En
principio, se va «en grupo» y no «en grupos», pues un individuo es parte de un
grupo y no de varios grupos a la vez. Por otro lado, la expresión «Después del
rock», es explicativa y circunstancial, lo importante es la salsa que ‘era su
ritmo preferido’, por lo tanto con la mención de Jimi Hendrix y el primer
Santana parece decir que ambos músicos eran salseros, en tanto ha dicho que
‘iba en grupo a los salsódromos del Bronx’, y, aunque se puede separar a
Hendrix para el Rock, y a Santana para la salsa, de todas maneras —por lo
consultado a especialistas en el tema— a Santana no se le podría ubicar
exactamente como un intérprete de salsa, es decir, sería un error considerarlo
«ídolo de la salsa», por lo tanto la mención de ambos músicos (en un dato
referido a los salsódromos) resulta, por decir lo menos, impertinente.
188. p.
314: «… se ensañaban cubriéndolos de improperio (sic: s) y burlas…”
189. p.
315: «¿Y qué carajo haces, Morgan, en este antro de fumones, maricas y
terroristas asesinos?» Es decir, es una contradicción supina, porque —si quien
dice eso es un oficial de la policía— ¿cómo explicar que se permita el
funcionamiento de un local en el que se sabe que se reúnen «terroristas
asesinos»?
190. p.
3.17: «Olía (sic: n) bien el cabello, la piel, el aliento de Muriel Tipiani.”
191. p.
318: «… abundaban los adulones y soplones de los jerarcas, así que cada quien,
colmillos afilados y serrucho en manos (sic), debía defender los territorios
conquistados.» Ha debido decir: ‘serrucho en mano’.
192. p.
323: Refiere MB que los hoteles y bares «Constituían la base, el cuartel
general al que los reporteros, de no haber caído muertos o heridos en las zonas
de combate, retornaban con un deseo furioso de vivir, de emborracharse y de
hacer el amor.» La siguiente frase explicativa: «de no haber caído muertos o
heridos en las zonas de combate» está demás, es obvia, impertinente, y
prescindible.
193. p.
325: Se abre un paréntesis —para una extensa explicación— que se cerrará en la
p. 326, y se suscita el error de abrir otros paréntesis dentro de aquel:
«(extensiva a toda la prensa)», «(que nunca fue adicto al alcohol)» y «(se
refería a la vez del crimen)», lo cual genera confusión, la misma que pudo
evitarse cambiando los paréntesis mayores por corchetes; no se olvide que sí
hace uso de estos en otra ocasión, aunque de manera también impropia. Luego de
cerrar el paréntesis, dice: «Sí, me repitió Muriel, al comienzo se sintió
frustrada cuando el conferencista se ocupó en extenso del caso del psiquiatra
Igor Buroncle. Este había asesinado al ciudadano de origen árabe Farez Saba,
por haber seducido a su amante, la escultora Rosalinda Vanini.» Pero, de manera
también impropia, usa nombres cambiados para referirse a un hecho pasado que ya
es de dominio público: el psiquiatra se llamaba Sigisfredo Luza Bouroncle; la
víctima, Farez Wanus, y la “manzana de la discordia”, Martha Vértiz (que era
pintora y no escultora). Y, contrariamente, se conservan los nombres de
Mariátegui y de Vallejo para aludir a situaciones vejatorias, es decir,
demostrando poco sentido de las proporciones. Esto nos hace recordar que en la
primera edición de la novela de MG La
violencia del tiempo (1991), se suprime una alusión a Miguel Grau referida
a su actividad supuesta de comerciante de esclavos, la cual es reincorporada en
la segunda edición (2010), y cabe la pregunta: ¿por qué aquel hecho criminal sí
merece respeto y lo de Grau, no?
194. p.
328: «Solo unos años después Bracamonte debeló (sic) el enigma…» El error obvio
se da con la palabra «debeló», pues en este caso se entiende que se debió usar:
«develó», que es equivalente a «descubrir», a «quitar los velos», mientras que
«debeló» se refiere a una situación de fuerza o acción bélica en que se derrota
o vence a una sublevación o a un enemigo. Un enigma no se debela; sí, se
devela. Por otro lado, hay anfibología con la palabra «solo», pues debió llevar
tilde si se alude a que solamente unos años después develó el enigma; en caso
contrario también se entiende que Bracamonte «solo», sin ayuda de nadie,
«develó» el enigma.
195. p.
330: En esta página usa la expresión «video» sin tilde, y en la p. siguiente sí
le pone tilde una vez (vídeo), y en otra vuelve a omitirla. Falta unificar
criterios.
196. Al
concluir la p. 333, el narrador dice que ha estado con Muriel en un
restaurante, y que ella se retira: «… al abrir la puerta de vidrio que da a la
terraza me hizo adiós con la mano y la vi subir al primer taxi que pasó por la
avenida. Sabía que ella ya no me volvería a llamar, Muriel [continúa en la p.
334] “se diría que había que evitar el inútil sentimentalismo.” Hay
incongruencia en la construcción; la palabra Muriel está demás, pues ya no
puede figurar como vocativo (aparte de que, para esto, faltaría una coma) pues
ella ya no está, y la frase que sigue no guarda ninguna relación con dicho
nombre; veamos: «Muriel se diría que había que evitar el inútil
sentimentalismo». Obviamente, en el cambio de página, se ha cortado alguna otra
oración que coordinaba con el sujeto ‘Muriel’.
197. p.
333, dice MB: «Y ahora Willy Rodríguez me había conseguido el contrato y dentro
de unas setenta, ochenta u (sic: o) noventa y tantas horas estaría incorporado
al escenario real de la guerra.» En principio, la conjunción a usar (resaltada
con el símbolo «sic») es la ‘o’ y no la ‘u’; por otro lado, se debe destacar
que si es un corresponsal de guerra tan entusiasmado por estar en el «escenario
real de la guerra», ¿por qué no buscó este escenario en el Perú y se contentó
con moverse detrás de bambalinas, o es que consideraba que la guerra del Perú
era irreal o ficticia?
198. p.
335 y ss.: Recién en esta página con que se inicia el capítulo XVII, y cuando
solo faltan —prácticamente— cien de las 437 que tiene el libro, empieza a usar
abreviado el nombre de Tamara Fiol: «TF», e inclusive solo «T». Veamos: «Antes
de la entrevista con Tamara Fiol. Diez y veinte de la mañana. En la recepción
del hotel Malenita me había dejado la dirección y la hora (seis de la tarde) en
que me esperaría TF.» Y en la p. 336, leemos: «Porque según Pepe Corso y la
propia TF don Ramiro Garibaldi Fiol,
abuelo de T., había tenido en esta calle la imprenta Garibaldi…» Antes de
comentar esta abreviatura, digamos que la expresión «En la recepción del hotel
Malenita…», ha debido ser matizada con una coma antes de ‘Malenita’, porque —de
lo contrario— se entiende que ese es el nombre del hotel; y la frase «en la
recepción del hotel» es complemento de la oración que inicia el sujeto
«Malenita». Ahora bien, el uso de la abreviatura en relación con el nombre de
Tamara Fiol es permitido cuando se trata de un trabajo de investigación
(monografía, tesis, artículo literario, etc.), pero no, dentro de la obra
narrativa misma. Y, en otro de los casos, es algo que debería aplicarse a sendos
nombres también profusos de la obra, y, en el mejor de ellos, es algo que
debería mantenerse a lo largo del capítulo, pero ocurre que en la página 341
deja de usarse la abreviatura y se empieza a usar solo el nombre de «Tamara»,
aunque al final del capítulo, p. 354 dice: «Luego de contrastar la dirección de
TF…» y luego habla de: «… las relaciones entre Tamara Fiol y Raúl Arancibia»,
para, finalmente, abreviar: «Faltan cinco minutos para las seis cuando me
dirijo a la casa de TF.»
199. En
la p. 336 se dice: «Como todas las calles del Cercado, la calle Carlos Zavala
despide un olor nauseabundo por los cerros de basura que se acumulan en las esquinas, debido a la huelga de los
trabajadores de la baja Policía que no tiene cuándo acabar.» En primer término,
la expresión «baja Policía» ha debido considerarse como nombre propio,
escribiendo con mayúscula las dos palabras que la integran, si no el adjetivo
“baja” con minúscula se convierte en peyorativo, acepción que incluso no pierde
en el otro caso y por eso su uso fue anulado, y ya en la época que lo usa el
narrador (1992) estaba en desuso, y la expresión completa había sido
reemplazada por «obreros municipales»; por otro lado, después de la palabra
“Policía” ha debido ir una coma para evitar el sentido de que se entienda que
es ‘la policía que no tiene cuándo acabar’.
200. En
la p. 357, TF hace la siguiente reflexión: «“No fui del todo sincera, Morgan,
cuando le respondí que no me sorprendía su visita.”» Veamos: esta observación
lleva a pensar que le mintió a Arancibia, pues, lo que debió decirle es que sí
le sorprendía; pero lo que dice después es que sí le dijo la verdad, que sí fue
sincera, pues dice: «“En realidad, yo siempre había esperado este encuentro.
Fantaseé mucho al respecto. A veces, cuando no podía dormir, imaginaba las
cosas que debía decirle. Y también soñaba con esta visita porque tenía que
hacerle algunas preguntas.”» Con todos estos argumentos, lo que se entiende es
que sí esperaba ese encuentro, entonces hay un error cuando dice: «No fui del
todo sincera» cuando le dijo ‘que no la sorprendía su visita’. En todo caso, ha
debido agregar: ‘Pero, en el fondo, Morgan, te digo que sí me sorprendió su
visita.’ Sin embargo, esto no ocurre, por lo tanto así como está redactado
genera una contradicción que deviene yerro.
201. En
la p. 366, TF le increpa a Arancibia: «¿Por qué nunca me escuchaste y te
hiciste psicoanalizar?» Y él responde que habló con su cliente Bouroncle
(Sigisfredo Luza), y dice: «Él era psiquiatra, pero le gustaba coquetear con
Freud para sorprender a sus pacientes pitucos.»227 Y en lugar de
decir «pero le gustaba», ha debido decir: ‘y le gustaba’, «coquetear con
Freud», porque Freud es el «padre de la psiquiatría moderna», y al decir:
‘Bouroncle era psiquiatra, pero le gustaba coquetear con Freud’, quiere decir
que Freud no tiene qué ver con la psiquiatría. Todavía agrega Arancibia:
«Bueno, por lo menos le sirvió para seguir mis indicaciones y componer un loco
decente. Verosímil.» Cabe preguntar: ¿quién permitió eso: la psiquiatría, Freud
o la indicación de Arancibia? La ambigüedad hace reflexionar al lector y lleva
a pensar que se refiere a Freud; pero, asimismo, se llega a la conclusión de
que para fingir de loco a un psiquiatra no le es necesario, indispensable,
«coquetear con Freud». Y hay otro error incluso en la respuesta de TF: «A mí me
pareció que sobreactuaba —opinaba», esta última aclaración está demás (además
de cacofónica). El diálogo es entre los dos, y se sobreentiende que quien opina
sobre eso es ella.
202. p.
373: Es importante indicar que en esta página se menciona a Eudocio Ravínez, de
la siguiente manera: Dice TF que Abel «retomó el nombre de Raúl Arancibia, con
el que inició una nueva vida en cuyo centro estaba el sentimiento de rencor al
partido y a todas las posiciones de izquierda, conciencia degradada de un
renegado frente al cual Eudocio Ravínez parece un aprendiz.» Y esto,
obviamente, se lo está diciendo TF a Morgan, el narrador; pero, en la p. 390,
al entrevistarse con César Arias, dice MB que este le «preguntó si sabía quién
era Ravínez. O si por lo menos había escuchado su nombre.» Y MB dice haber
respondido con otra pregunta: «¿Ravinez? —Sí, Ravínez. Eudocio Ravínez. —No,
nunca escuché su nombre.» En principio, hay que precisar que este apellido no
se escribe con “z”. Esto se puede comprobar en el buscador Google o en Marco
Aurelio Denegri, Lexicografía, Lima,
Editorial San Marcos, 2011, p. 597. Y, en segundo término, tan parecido al
yerro en el apellido es el hecho de que el narrador niegue saber quién es
Ravines y que incluso diga no haber escuchado antes su nombre, cuando la vez
que lo escuchó de TF fue anterior a la entrevista con César Arias: en la p. 396
dice: «Al regresar al hotel sentí la necesidad imperiosa de hacer una siesta,
pues por delante me esperaba la última entrevista con Tamara [que se dará en el
siguiente y último capítulo, XX], que como la de ayer sería muy prolongada» [la
cita de ayer con TF, previa a la de «hoy» con Arias, fue en la que TF le
mencionó a Ravines].
203. p.
379: En esta página se anuncia que ya es 30 de marzo (de 1992), y lo erróneo es
que durante toda la novela el narrador ha venido hablando no solo de su interés
de viajar a Yugoslavia para cubrir la guerra que allí se desarrolla, sino que
la misma TF —en su penúltimo encuentro, es decir un día antes, de su salida del
Perú: 30 de marzo de 1992— le ha dicho: «Pero, por favor, belleza, no me hables
todavía de tu partida» (es decir: de tu viaje a Yugoslavia). «Qué locura humana
es la que está ocurriendo en Bosnia, ¿no te parece, mi amor?. (sic)». Y es
erróneo porque, en esa fecha (30-03-1992) y mucho menos antes, todavía no había
comenzado la guerra de Bosnia, por la disolución de Yugoslavia, esta empezará
en el mes de abril de 1992. Leemos en un texto que trata el tema: “Se conoce
como Guerra de Bosnia al conflicto internacional que se desarrolló en la actual
Bosnia y Herzegovina del 6 de abril de 1992 al 14 de diciembre de 1995. Fue
causada por una compleja combinación de factores políticos y religiosos:
exaltación nacionalista, crisis políticas, sociales y de seguridad que
siguieron al final de la guerra fría y
la caída del comunismo en la
antigua Yugoslavia.»228 ¿Cómo
podía saber el narrador que la guerra de Bosnia era una de las más crueles del
siglo XX, si todavía no había comenzado? En la p. 218, refiriéndose a la guerra
en Yugoslavia, dice: «¿Por qué dentro de pocos días debía verme inmerso en una
de las guerras más atroces y crueles de la segunda mitad del siglo XX?» Y el
mismo narrador en la p. 209 ha dicho: «… durante varios meses a través de
diversas agencias (no solo la de Willy Rodríguez) he estado buscando un cupo en
mi calidad de free lance para cubrir
la guerra de la despedazada Yugoslavia.» Es decir: ¡meses antes de que empiece
la guerra en Yugoslavia él ya quería ir a cubrirla!, pero ¡se desentiende de la
guerra que tiene reventando frente a sus narices! Además, en la p. 423 dirá que
la partida de Lula Gaber «ocurrió a comienzos de marzo de 1994», es decir, con
la precisión de esta fecha se ve que han pasado dos años desde que salió de
Perú; pero antes ha dicho: «… me mostró una serie de cinco fotos sobre la más
terrible de las atrocidades que sabíamos que se estaban cometiendo en la guerra
de Bosnia, pero de las cuales no se había conseguido un registro fotográfico
convincente», es decir, si estando directamente en Bosnia las noticias de lo
que ocurre allí no son definitivas, ¿cómo se explica que estando en Perú dos
años antes y sin que empiece la guerra ya sabía de dichas atrocidades? Y esto
es tanto más grave, pues en varias oportunidades habla de situaciones límite
relacionadas con la guerra interna del Perú, ejemplo: «… esto coincide (…) con
el rumor creciente que se escucha por calles y plazas, en el sentido de que
Lima está próxima a caer en manos de Sendero Luminoso» (p. 382). Y es esta una
situación que lo mantiene indiferente. En la p. 385 se hace referencia a este
impase temporal: «Di una mirada rápida a las páginas del Time y me detuve en el artículo de Carl Lippton sobre la inminencia
de la guerra en Bosnia, que, en realidad, sostenía, ya había comenzado». Es
decir, aun cuando ya hubiera comenzado la guerra (el Time es del mes de marzo y la guerra comenzó en abril) todavía no
se puede decir que es la guerra más atroz y cruel del siglo XX. Además, es
incongruente decir que el artículo trataba de la «inminencia de la guerra» y
que de inmediato diga ‘que ya había comenzado’, y es una de dos: o es inminente
o ya comenzó, la ocurrencia de los dos hechos a la vez resulta contradictoria.
204. En
la p. 380 hay la siguiente construcción infeliz: «Como sospecho que ya no veré
a Muriel, previa propina generosa, le encargaré a uno de los recepcionistas…»;
ha debido invertir el orden: ‘Como sospecho que ya no veré a Muriel, le
encargaré a uno de los recepcionistas, previa propina generosa…’, y así evitar
la atropellada lectura de que la ‘propina generosa’ es para Muriel…
205. p.
337: «… hay un quiosco con periódicos y revistas, en cuyas portadas mujeres con
mallas y lentejuelas muestran grande (sic: grandes) tetas y culos agresivos.»
Más abajo, en esta misma página, se lee: «Desoyendo serias advertencias que me
hicieron colegas de la prensa extranjera, de acuerdo con un viejo principio que
me había impuesto desde el comienzo de mi carrera de reportero (y en que jugó
(sic: jugaron) lo suyo las recomendaciones de mi madre), en varias
oportunidades me había sentado en estos puestos para saborear la comida de los
peruanos pobres y era ya capaz de distinguir alguno (sic: algunos) de los
olores que emanaban de las grandes ollas de aluminio que hervían al fuego de
los primus.» Primero, quienes ‘jugaron lo
suyo’ son «las recomendaciones de mi madre»; en todo caso, debió decir:
‘jugó lo suyo mi madre con sus recomendaciones’; en segundo lugar, si son
varios los olores que puede distinguir, entonces ha debido decir: ‘algunos de
los olores’, en plural, y no en singular: «alguno de los olores».
206. p.
338: «Luego me he puesto a trabajar con mi Nikon, como hacía con todas las
ciudades en tiempos de guerra a las que arribaba como reportero.» Ciertamente
hay una confusión en el uso de los tiempos verbales. Comienza con la forma del
tiempo presente: “me he puesto a trabajar”, pero luego pasa a la forma del
tiempo pasado «como hacía con todas las ciudades», y esta expresión se
justificase si ya hubiera dejado de ser reportero de guerra, es decir
refiriéndose a algo que hacía en el pasado, y que ya no volverá a hacer;
entonces ha debido continuar con el tiempo presente (que incluye, obviamente,
algo que siempre se hace, incluso que se ha hecho en el pasado): ‘como hago con
todas las ciudades en tiempos de guerra a las que arribo como reportero’; pero,
además, hay en esta expresión otra incongruencia, ocasionada por la preposición
«con», pues se sigue que ‘al ponerse a trabajar con su Nikon’ igual trabajaba ‘con todas las ciudades’, y,
al parecer, se ha visto forzado a hacer la construcción defectuosa, para evitar
repetir la preposición “en”: ‘en todas las ciudades en tiempos de guerra’,
cuando ha debido decir que: ‘ese trabajo con la Nikon lo hace en todas las
ciudades a las que arriba como reportero de guerra’. Y, luego, una vez más surge
el desfase entre la profesión, pregonada: «reportero de guerra» y el
solapamiento que ha hecho de ella en la guerra del Perú de los años noventa,
donde reconoce que «… trabajaba sin ningún riesgo buscando, sin embargo,
imágenes de la pobreza, de la marginación y el desprecio, y del desorden y la
mugre que de alguna manera explicara (sic: plural, se refiere a las imágenes),
por ejemplo, el coche bomba que había estallado semanas atrás a unas cuantas
cuadras del hueco de Barranco, donde rodeados por el humo de la marihuana
charlábamos con Muriel sobre mis misiones de cronista de guerra.» Es decir,
tremenda contradicción del «reportero de guerra» que prefiere contar sus
misiones en otras guerras, y en la guerra del Perú pasarla marihuaneándose o
emborrachándose: como ocurre en la página siguiente (340) en la que refiere su
reunión con la amiga de TF, Emperatriz, y al hilo se toma dos chopps de cerveza.
207. p.
341: en el último párrafo (igualmente en las páginas siguientes, hasta la 347)
se aprecia el uso de la forma verbal «habría» que denota imprecisión, como que
no hay seguridad en lo que se dice, a pesar de que está hablando de hechos que
se están dando como ocurridos: “Tamara me habría
revelado que fue suya la idea de viajar a Tumbes o, como diría Arancibia con
calculada afectación, a la región de los manglares. Sí, Morgan –me habría repetido– (…)”, cuando lo que ha
debido decir es: ‘Tamara me reveló’ o ‘Tamara me había revelado’, y esto es
aplicable, inclusive, al caso de que se estuviera refiriendo a lo que le cuenta
Emperatriz. La forma «habría» fuera pertinente, si se tratase de una tercera
versión: ‘Tamara se enteró de que Arancibia habría dicho…’; es decir, cuando no
se tiene la seguridad de lo dicho; pero no es el caso, porque quien está
contando los hechos es la amiga de TF y ella se siente muy segura respecto de
lo ocurrido, por ejemplo, en la p. 346, dice: «Sí, claro —precisó Emperatriz—.
Estaban en una taberna en Guayaquil, en el puerto. Te digo más, lo que indignó
sobre todo a Tamara fue el tono arrogante con que Arancibia contó el
incidente». No dice, pues: ‘lo que habría
indignado sobre todo a Tamara…’, y la situación es la misma: Emperatriz está
narrando hechos que sabe verídicos, no que supone ‘habrían’ ocurrido. En la p.
347, hace un uso correcto de la forma verbal «habría», dice ahí: «Con el
asesinato de uno de los más altos y prestigiosos oficiales de la Armada,
comentaba el reportero, los senderistas habrían
tomado una sangrienta represalia por los crímenes y torturas que la Marina
venía cometiendo en Huanta.» Es algo que supone el periodista, no es algo
definitivo como lo que cuenta Emperatriz, o lo que repite el narrador que le ha
dicho TF.
208.
pp. 344-345: «Hubo un accidente mientras los muchachos del salón hacían
educación física en el campo deportivo. Estaban haciendo prácticas de salto de
garrocha, de jabalina y de tiro de bala. Tamara me explicó que le dicen bala a
una pesada esfera de acero y la práctica consistía (sic: en) arrojarla con toda
la fuerza para ver quién alcanzaba la mayor distancia. Raúl le contó que cogió
la bala cuando el profesor de educación física dirigía el salto a la garrocha.»
Primero, obsérvese que desde el comienzo se dice que «hacían educación física
en el campo», entonces está demás repetir al final que se trata de «el profesor
de educación física», simplemente ha debido decir «el profesor». Segundo, al
comienzo habla de «salto de garrocha» y después le cambia de nombre, «salto a
la garrocha», y esta última expresión es incorrecta; se admite la primera y
esta otra alternativa: «salto con garrocha»; en la misma línea dice: «tiro de
bala», y bien se sabe que si se trata de la bala de atletismo se dice
«lanzamiento de bala»; se diría «tiro de bala» si se tratase del tiro con arma
de fuego (pistola o escopeta), en cuyo caso se dice, simplemente, «tiro».
Tercero, y siempre en relación con la «bala de atletismo», su lanzamiento
constituye una disciplina olímpica, de cuya existencia el narrador es obvio
tiene que conocer, por tanto es ocioso que este diga: ‘Tamara me explicó lo que
era bala y en qué consistía su lanzamiento’, como si se tratase de una
disciplina realizada solo en el Perú.
209. p.
347: «Entonces le leyó la noticia en la que daba cuenta del asesinato del
almirante Cucho Canessa…» Para que esta construcción sea válida debe escribirse
así, de dos maneras: a) ‘Entonces le leyó la noticia en la que se daba cuenta…”
o “Entonces leyó la noticia que daba cuenta…”; pero como está formulada, hay
incorrección.
210. p.
347: «Emperatriz hizo una pausa prolongada, durante la cual yo me abstuve de
todo comentario. Para no mirarle el rostro o los ojos que me parecían
humedecidos, me puse a observar a los escasos transeúntes…» ¿Tanto el rostro
como los ojos están humedecidos? Debió ponerse una coma delante de la
conjunción «o». La expresión «o los ojos que me parecían humedecidos» es
equivalente a otra frase ya criticada, de la p. 13: «… los ojos de la joven
eran como si me advirtieran», en todo caso debió decirse: ‘me pareció que
estaban humedecidos’; y todo lo expresado pudo mejorar así: ‘Desvié la mirada
de su rostro, y de sus ojos pues me pareció verlos humedecerse, y me puse a
observar…’).
211. p.
348: «Tamara no se sorprendió porque ya sabía cómo fascinaban a Raúl los bajos
fondos, donde de alguna manera se las arregla (sic) para hacer conocidos.» Así
como TF sabía que a Arancibia le «fascinaban» igual debía saber que se las
«arreglaba», y esto — incluso— porque al momento de hacer la referencia el
sujeto ya está muerto.
212. p.
349: Al final del primer párrafo, que viene de la página anterior, se lee:
«Llegó a Tumbes un poco antes de las doce del día y tuvo que esperar hasta la
(sic: las) seis de la tarde ómnibus.» Toda esta expresión se repetirá con
ciertas modificaciones al comenzar el párrafo siguiente: «Tamara le contó a
Emperatriz que llegó a Tumbes un poco
antes de las doce del día y tuvo que esperar hasta las seis de la tarde
para tomar el ómnibus de regreso a Lima.» La cursiva es la parte que está demás
arriba.
213. p.
349: «Tomó asiento en las bancas (sic: se puede tomar asiento solo en una de
‘las bancas’) de uno de los puestos de comidas (sic: debe decir ‘puestos de
comida’), cuyos clientes eran trabajadores y gentes del pueblo (sic: aquí debió
ir otra coma; pero hay otra incongruencia, pues los trabajadores también son
‘gente del pueblo’; debió decir, en todo caso: ‘trabajadores y gente común’) y
pidió el plato más económico: una sopa de plátanos verdes con carne sancochada
(sic: el adjetivo ‘sancochada’ está demás, pues si se trata de sopa se
sobreentiende que la carne es sancochada) que, como cariño de la casa (sic:
debió decir ‘como cortesía de la casa’), venía acompañada de una porción de
patacones de plátanos fritos (sic: la definición de ‘patacón’ del mismo DRAE
es: “rebanada de plátano verde despachurrada y frita”, entonces ha debido
decirse, simplemente, ‘una porción de patacones’).
214. p.
350: TF, a sí misma, «se dijo que era ya tiempo de pedir (…) su incorporación a
la fracción de la juventud comunista que trabajaba en la universidad» (el verbo
correcto en este caso es «activaba», mas no «trabajaba»; las facciones partidarias
«activan», no trabajan en la Universidad; por lo demás en las organizaciones
partidarias se usa el término ‘facción’ y no “fracción”.
215. p.
355: «—Creí que no me recibirías —decía Raúl Arancibia; miraba el rostro de
Tamara; contrastaría imágenes y recuerdos229—. ¿Sabía la chola que
me abrió la puerta quién era yo?» El diálogo del personaje tiene que hacerse en
tiempo presente: ‘¿Sabe la chola que me ha abierto la puerta quién soy yo?’
Además, líneas más adelante, sí usa el tiempo verbal correcto: «¿Y qué sabe
ella de mí?» Y la respuesta de TF a la pregunta anterior es: «—Por supuesto —
respondía Tamara»; tampoco es pertinente aquí el uso de esta forma verbal; debe
seguir usándose el pretérito perfecto: «respondió». Repetimos la cita: «—Por
supuesto —respondía Tamara; agregaba… (ha debido decir: ‘y agregaba’) en tono
de advertencia—. Pero no le digas chola.»
216. p.
358: Arancibia dice, en el departamento de TF: «Un sitio perfecto para colocar
un Instalasa dirigida a Palacio.» Si ha usado el artículo «un», lo cual es
correcto pues se refiere al misil de marca Instalasa, debió hacer concordar el
verbo con el mismo género, masculino («dirigido»), y no femenino, como lo hace.
En la p. 412 se vuelve a aludir a la ubicación estratégica del departamento de TF:
«¿Tú planeaste el ataque al Palacio con el cohete Instalasa? O por lo menos,
¿tú les pasaste el dato a los terroristas para que lo instalaran?» ¿El cohete o
misil Instalasa se «instala» o simplemente se lanza con un lanzacohetes o
lanzamisiles, función que también cumplen determinados fusiles? El caso aquí
narrado corresponde a un hecho real, del que dio cuenta la revista Caretas, y
en la azotea de un edificio se encontró — luego del frustrado atentado— un
artefacto de fabricación rústica que sirvió de lanzacohetes, y que no cumplió
con su objetivo pues explotó en las manos de la mujer que lo manipuló, hecho
que Arancibia está describiendo, pero con un error, al referirse al «presente»
en que hace el recuento, pues dice: «Al salir ahora al balcón te dije que la
posición es inmejorable para mandarle desde aquí un cohete en el culo a Alan»,
pues no ha debido decir «que la posición es»,
sino la posición «era», pues la conversación se da en 1992, y quien estaba en
Palacio era Fujimori y no Alan García, y, si da entender que se pudo hacer con
este, debió hacerlo en pasado.
217. El
uso del término «terroristas» se prodiga por toda la novela, y puntualmente lo
hacen TF y Arancibia en las pp. 401 y 403: TF dice (desde la p. 400): «“Por
supuesto, encanto (…). Tu vida ha sido tan exitosa que ahora te andan buscando
para matarte”.» E inquiriendo sobre los posibles interesados en matarlo,
Arancibia pregunta: «¿Los narcos?» Y TF acota: «¿Y por qué no los milicos? ¿O
los terroristas?» (401); luego, en la p. 403, Arancibia vuelve a especular:
«¿Cuál era tu tercera hipótesis? Ah, sí, los delincuentes terroristas.» Y, más
adelante, ante la siguiente pregunta de TF: «Tendrían motivos los senderistas230,
para ya no hablar de los guerrilleros del MRTA, para ejecutarte? ¿Qué cartel
infamante pondrían sobre tu cadáver?», Arancibia retruca: «Me llega altamente,
como dicen los jóvenes, qué cartel pondrían los
malditos terroristas.» Inclusive en la p. 404 Arancibia insiste: «Soy un
enemigo público de los terroristas de Sendero. He escrito decenas de artículos
condenándolos. Todos saben que vengo propugnando una nueva ley antiterrorista.
Pena de muerte. Juicios sumarios con jueces sin rostro. Y lo he escrito y
fundamentado de manera directa. No sólo eso, en un artículo que saldrá mañana
mismo defiendo la necesidad de un golpe de Estado. Con Fujimori o sin él. A la
mierda con los congresistas cómplices de Sendero. Como ves, mi lucha contra el
terrorismo es franca y directa.»231 Vale decir, entonces, si ambos
personajes principales de la novela usan, así, de manera tan desaprensiva, el
término «terroristas», es eufemístico —por decir lo menos— que, en la p. 413,
Arancibia diga: «Un par de días después exploré el edificio y descubrí la
ruinosa vía que estaba clausurada por donde los delincuentes terroristas, como los llaman el gobierno y el periodismo,
pudieron escapar.» Es decir, es una «aclaración» que suena falsa o desfasada.
¿Era necesaria esa aclaración? Sí. Pero no que la hiciera Arancibia.
218. p.
413: Arancibia sigue tratando del atentado y dice: «Y me pregunto: ¿quién les
indicó la existencia de ese corredor condenado (sic: clausurado) desde hacía
años que llevaba hasta la espalda de la otra calle? Por supuesto tu coartada
fue buena. ¡Estos terrucos despiadados que amarraron fuertemente a una pobre
inválida! Aun así los tiras te llevaron como sospechosa. ¿Acaso los apristas no
habían hecho campaña contra ti, la coordinadora de la sección de derechos
humanos de la UNO? (sic: ONU) ¿No habían revelando (sic: revelado) tu pasado de
dirigente comunista y tu participación en el asesinato de un estudiante
aprista? (…) Y ni siquiera estuviste detenida los quince días reglamentados»
(sic: reglamentarios).
219. p.
414: Otro ripio: Arancibia dice «… mi mujer me dio la pareja, sólo que la
hembra me resultó con más cojones que el varón. Es inteligente. Brillante. Y
como su padre, sin escrúpulos. Por eso mis negocios quedan en buenas manos.» Es
decir: solo la hija mujer cumple un papel en su vida; el varón solo es
mencionado, ¿para qué, si no cumple ninguna función?, bastó con decir que tuvo
solo una hija (como también debió decir que TF era hija única).
220. p.
415: Dice Arancibia: «Tengo allí a un chico que dice ser proletario comunista,
así que le puse el mote de “Camarada Bolodia”.»232 (…) «Por supuesto
que yo hice correr el rumor, a través del Camarada Bolodia, que era un soplón».
Aclaremos: el rumor se corrió en contra de Rudy García un novio de TF al que
mató Arancibia en el atentado en el que ella quedó inválida. Ahí mismo Arancibia
precisa la relación entre Rudy García y TF, de la siguiente manera: aquel era
un teniente expulsado del Ejército, lo cual no lo quebró, «sino que inició una
nueva vida. Ingresó a La Molina, se hizo izquierdista, fue delegado de aula, al
cuarto año fue elegido secretario general del Centro Federado de la Agraria y
fue destacado como delegado a la Federación de Estudiantes del Perú. Y en todos
esos años en los ambientes universitarios Rudy había escuchado hablar de ti,
pues seguías siendo una leyenda. Hasta que por fin te conoció en un evento de
la FEP donde fuiste una suerte de invitada de honor. Según el Camarada Bolodia,
que me pasó el chismeinforme, allí empezó todo entre ustedes. Lo llevaste al
Palermo, lo presentaste a tus amigos y el tipo no cayó mal, no era ningún bruto
a pesar de haber sido militar y tenía algunas lecturas. De modo que fue acogido
por los palermistas, hasta que el Camarada Bolodia corrió el rumor.» El rumor
de que era soplón. Pero al mismo tiempo se está poniendo a «Bolodia» también como
soplón. Y, en la vida real, en el Palermo había un personaje famoso a quien le
pusieron ese apelativo, que más se simplificaba como «Bola», porque se decía
que lanzaba «bolas» sobre diferentes asuntos; aquí lo reivindicamos, Eduardo
Aguirre, el entrañable amigo «Bola», no merece que se le haga aparecer en una
ficción cumpliendo ese miserable papel. Muchos lo recordamos declamando poemas
de Gonzalo Rose, con su voz tan especial, aquejada de una ronquera crónica,
inconfundible.
221. p.
430, dice el narrador: «… en el listado de víctimas que divulgó el gobierno
varios días después de los asesinatos figuraban dos senderistas con quienes
dialogué y escuché durante mis entrevistas para “Las mujeres de Sendero”.»
Resaltemos el error: «… dos senderistas con quienes dialogué y escuché durante
mis entrevistas…», en este caso la palabra «escuché» está demás, no solo porque
se sobrentiende con la anterior («dialogué»), pues en el diálogo se habla y se
escucha, sino porque los dos verbos no tienen la misma ilación con la
proposición precedente, puesto que se puede decir: «dos senderistas con quienes
dialogué»; pero al incluirse el verbo «escuché», ya hay un desfase; no se puede
decir —en ese contexto— ‘dos senderistas con quienes escuché’, pues en este
caso se tendría que decir: ‘dos senderistas a quienes escuché’. Y, por último,
fuera pertinente incluir el verbo ‘escuché’, así modificado, si se precisara
qué es lo que se les escuchó decir.
222. p.
359: «—Luego Malenita había entrado en la sala empujando un carrito» (el guión
de diálogo con que se inicia el párrafo es impropio, porque es un párrafo del
narrador) (…) «En el tablero había un plato grande con un bisté montado con dos
huevos, una canastilla con tres panes, una taza de café, cubiertos y
servilletas.» Cuando hay la repetición de una palabra por más de dos veces, se
produce cacofonía, y es lo que ocurre en este caso con la palabra «con»; se
pudo suprimir al menos la primera, cambiándola por la conjunción «y». Al
referirse a las servilletas, debió especificar que son de papel233,
pues también se puede tratar que sean de tela.
223. p.
359: «Oye, muchacha —había gruñido el individuo—,…» Esta es una expresión que
delata indiscreción y subjetividad por parte del narrador; ha debido decir, con
objetividad: ‘había dicho Arancibia’, pero lo de «gruñido» e «individuo» sale
sobrando: el narrador está tomando partido en contra de su personaje.
224. p.
360: Arancibia ha cogido de la mano a Malenita y le dice: «¿Me tienes miedo?
¿Soy el hombre malo que hace llorar a mamá? ¿Qué mentiras te han contado de mí?
Pero en eso (sic: ese) momento, me contó Tamara, ella entraba de nuevo a la
sala. (…) Tamara me contó que, sin mirarlo, fue a su escritorio, prendió la
pantalla, se caló los lentes y empezó a examinar (a simular que lo hacía)
materiales de la oficina.» Ese «prendió la pantalla» es tan genérico que se
puede confundir con la de una lámpara de escritorio, de un computador o de un
televisor, máxime si no se va a hacer nada con dicha pantalla, pues, luego de
prenderla, se pone a revisar «materiales de oficina»; por lo demás, lo que se
prende no es la pantalla; sí: el computador, la lámpara o el televisor y, como
efecto de prender a estos, se encienden
sus respectivas pantallas.
225. p.
371: «… en la biblioteca de mi universidad había leído sobre las luchas que
siguieron a la muerte de Lenin en que estaban implicados Trotsky, Zinóviev,
Kamenev, Bujarin y Stalin, en el que este último eliminó a sus rivales;» nótese
que se está refiriendo a «las luchas que siguieron a la muerte de Lenin», y en
lugar de decir: ‘en las que este
último eliminó a sus rivales’, dice: «en el que este último…», y en todo el
párrafo no hay ningún elemento masculino al que pudiera atribuirse esa
conclusión.
226. p.
373: «La lucha llegó a tener tal intensidad que algunos de los cuadros que
estaban en Moscú silbaron y escupieron cuando Jorge del Prado pasó por la
URSS.» ¿A quién silbaron y escupieron? Ha debido decirse: ‘silbaron y
escupieron a Jorge del Prado cuando este pasó por la URSS’.
227. p.
392: «Le respondía que aceptaría tomar un (sic: una) cerveza…» Además de
cacofonía.
228. p.
409: «La había (sic: habían) buscado Kymper y César Arias. No les había dado
las verdaderas razones. Que era una burguesa decadente. Irredimible. Que no era
digna de pertenecer a un partido que quería cambiar el mundo y la vida. En
cambio, les había dicho que ya estaba harta de la militancia. Que había
descubierto que era una podrida burguesa a la que le gustaba el dinero.» Nótese
la incongruencia: dice que no da las verdaderas razones para su renuncia «Que
era una burguesa decadente. Irredimible», sino «En cambio» ¡les dará la misma razón negada!: «que era una podrida
burguesa a la que le gustaba el dinero» (¿cuál es la diferencia entre una y
otra razón: la que no dice y la que sí dice?)
229.
pp. 415-416 «De buena/: fuente se había enterado de que (sic: dequeísmo) era un
agente de los servicios de Inteligencia, cuya labor era (sic: repetición
viciosa de “era”, se pudo cambiar por: ‘consistía en’) detectar a los
intelectuales subversivos.» (¿Hay «intelectuales subversivos»? En todo caso se
ha debido decir ‘a los intelectuales pro-sendero o pro-subversión’).
230. p.
417: «A las dos de la mañana tú y Rudy se escaparon de la fiesta y en la
carcocha que él manejaba, según me enteré después, se fueron a La Parada a
tomar sendos platos de caldo de gallina, como era costumbre por esos años.»
(Arancibia refiere que vio salir a Tamara Fiol y a Rudy García —después de que
ambos celebraran su matrimonio ficticio—; pero dice que se fueron en el carro
de Rudy y dejaron el carro de Tamara, luego dice que él no los siguió y que
después se enteró de que iban a La Parada, pero este ‘enterarse’ es posterior a
la espera que él hace, como si supiera que iban a regresar, es decir no se dice
por medio de quién se enteró ni en qué circunstancias y ya sería un dato
irrelevante, pues lo concreto es que los esperó, entonces cabe preguntar: ¿cómo
sabía que iban a regresar?; se puede decir que él suponía que iban a regresar
porque habían dejado el carro de Tamara; pero, ¿igual iban a regresar para
dejar el carro de Rudy?) Un caso similar al anterior se da en la p. 419: «Diez
minutos después, pasando el puente Trompeta del barrio de Zarumilla, había un
auto al parecer malogrado en la pista, el chofer disminuyó la velocidad, pero
cuando quiso aplastar el pedal, como salidos de las chacras, aparecieron dos
motociclistas que acribillaron a balazos a Arancibia y al pobre chofer.» (Igual
que en el caso anterior del accidente de TF los que asesinan a Arancibia son
adivinos: lo esperan en un lugar que no es su ruta de todos los días, pues no
todos los días va al aeropuerto, y a este se puede ir por diferentes vías.
Además, ¿cómo se explica que quien narra un hecho en el que no ha estado
presente sepa que el chofer «disminuyó la velocidad» y que «quiso aplastar el
pedal», eso corresponde a un narrador omnisciente). Algo similar al hecho
precedente se da en la misma p. 419, cuando el mismo narrador (MB) dice: «Me
bajo por unos dos o tres minutos del vehículo y procuro imaginar el escenario
donde fue asesinado Raúl Arancibia. Es una zona muy oscura, rodeada de chacras.
Y el auto varado en la pista con los faros encendidos. En un acto reflejo el
chofer bajando la velocidad habría pretendido prestarle auxilio al piloto del
auto malogrado…» (En principio, ningún «taxista de confianza» hace eso:
‘pretender prestarle auxilio al chofer del auto malogrado’, pues su objetivo es
llegar al aeropuerto y no puede estar perdiendo el tiempo en otros menesteres,
fortuitos). Y luego continúa el relato: «… pero entonces Arancibia habría
intuido la emboscada y, puteando al chofer, le habrá gritado desesperado que
acelere.» (Todas estas suposiciones son inverosímiles, igual que las hechas por
TF. Se pueden imaginar actos generales, pero no algo puntual: y menos
intuiciones, expresiones, puteadas; eso corresponde a un narrador omnisciente,
que en la mayor parte de la novela se ha evitado).
___________
(226)
Expresión que reitera en La invención de
la novela: «Es una chica alegre, discreta, y le cuenta que de adolescente
asistía a los conciertos de Willy Colón y Héctor Lavoe» (p. 57).
(227)
En la p. 416, vuelve a mencionar al psiquiatra: «En esos días yo preparaba mi
defensa de Bouroncle, el psiquiatra. Otra vez le pregunté sobre sus
sentimientos cuando asesinó a Farez.» (Mejor hubiera quedado ‘la defensa de…»).
(228)
Cf. Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López, Historia Universal del siglo XX. De la Primera Guerra Mundial al ataque
a las Torres Gemelas, Madrid, Síntesis, 2008, p. 363.
(229) El
narrador no puede usar esta forma verbal de suposición, máxime si no está
describiendo hechos experimentados directamente, salvo que se tratase de un
narrador omnisciente.
(230)
Este es, en todo caso, el término que ha debido usarse en toda la novela.
(231) Y
esto es doblemente contradictorio porque en otro momento de la novela TF
insinúa que pudo ser Arancibia quien diera un dossier a los senderistas para
que asesinaran a Canessa; pero ¿cómo podía contribuir con ellos?, si es
«enemigo público».
(232)
En la p. 416 se escribe con la siguiente errata: «Esto me contó el Camarada Bolonia.»
(233)
Esta precisión la hace, por ejemplo, Arturo Pérez-Reverte: «Al poco estaba de
vuelta para apuntar en una servilleta de papel un nombre…» (La reina del sur, p. 81).
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