martes, 1 de mayo de 2018

Literatura


Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?

(Décimo novena Parte)

Julio Carmona

        IV. Errores, erratas y datos irrelevantes

        En este capítulo vamos a incluir las fallas correspondientes a los errores, las erratas y los datos irrelevantes contenidos en la novela Confesiones de Tamara Fiol, motivo de análisis de este trabajo. Consideramos como ‘error’ —de acuerdo con el DRAE— a un concepto equivocado o juicio falso; ejemplo, dice TF:

En su tipo de mestizo aindiado de piel clara, Baltasar Azpur era un joven guapo y hasta sexy que, como escuché comentar con mala leche, hacía recordar cierto poema a Túpac Amaru de Romualdo, un conocido poeta peruano (p. 36).

        En primer lugar, hay aquí una expresión de racismo por parte de TF: ¿qué es eso de «aindiado»?, en todo caso ha debido decir de «mestizo serrano».211 En segundo término, no se entiende por qué el comentario relacionado con el poema es calificado de «mala leche», tal vez porque con él se insinúa que Azpur estaba condenado a ser descuartizado; pero lo erróneo en definitiva es que en el poema de Romualdo no se hace ninguna descripción física de Túpac Amaru, como para que se pueda establecer dicha comparación. Por lo demás, ha debido decir: ‘hacía recordar a cierto poema…’ y aun así la formulación sigue siendo errónea pues a nadie se puede comparar con un poema, tal vez sí con el personaje del poema, pero siempre y cuando este sea descrito ahí, lo que no ocurre en el poema aquí aludido. Y, por último, eso de «cierto poema a Túpac Amaru de Romualdo» suena a despectivo, porque es un solo poema de Romualdo a Túpac Amaru, entonces se tiene que decir: ‘el poema a Túpac Amaru de Romualdo’.

        Por lo que respecta a la ‘errata’ —siempre de acuerdo con el DRAE— la consideramos como equivocación material cometida en lo impreso o manuscrito; ejemplo: En la parte final de la p. 11, dice: «Fuera de los los…», sic: repetición viciosa del artículo. Por último, por «datos irrelevantes» entendemos aquellos elementos que no contribuyen al desarrollo de la novela, pasando a constituir, más bien, situaciones o hechos prescindibles. Veamos un ejemplo con la siguiente anécdota en que aparece un dato que consideramos como tal, irrelevante: TF refiere que fue invitada —junto con Emperatriz e Isabela— por Arancibia para asistir a una fiesta que la regenta de un prostíbulo daba en su casa (no en el prostíbulo), y ellas — confundidas— fueron maquilladas de manera excesiva. «… las tres —dice— acentuamos el grosor de nuestros labios con lápiz labial color púrpura, pestañas y uñas postizas, cejas depiladas y ojeras verdes.» Lo cierto es que se produce la siguiente situación equívoca:

La casa de la patrona no era una casa, mi amor: era una mansión en la zona más exclusiva de Orrantia, con un amplio jardín y un porche con pilares y arcos. En toda la cuadra habían (sic: había), aparcados, automóviles de lujo, Cadillacs, Mercedes, Pontiacs. Nos salió abrir (sic: a abrir) un mayordomo que me pareció que nos miraba con estupor212. Dijo que esperáramos un momento y volvió a cerrar la puerta. Un minuto después apareció una señora que al propio Arancibia le costó reconocer como la mami dueña de una cadena de burdeles y casas de citas. Nos echó una mirada severa y declaró. “Esta es una fiesta para gente decente, no para putas” y nos cerró con un portazo. Tiempo después, un narrador que de tiempo en tiempo se dejaba caer por el Palermo, con esta anécdota que parece que se la contó Isabela, escribió un cuento cómico y delicioso (p. 305).

        El dato que nos parece irrelevante (aparte de la redundancia y el queísmo) es el que hemos destacado con cursiva. Si no va a mencionar el nombre del escritor aludido, ¿para qué hacer la alusión? La anécdota se está contando como un hecho ocurrido en la «realidad de la novela», no interesa si con ella se ha hecho o no otra narración. Aunque parece ser que se oculta la identidad del escritor insinuado por diferencias personales, o por otras razones como ya hemos adelantado respecto de Carlos E. Zavaleta. Por último, reiteramos la prescripción chejoviana de que en una historia nunca se debe incluir una pistola a no ser que esta deba ser disparada. La ley inversa también funciona. Si una pistola es disparada debe de haber aparecido antes. ¿No es aplicable esta prescripción al caso del escritor cuyo nombre se ha omitido? Por otro lado, debemos precisar aquí que para ilustración de cada caso vamos a seguir el orden de aparición en la lectura, es decir, considerando la progresión numérica de las páginas, salvo en los casos en que se aglutinan por pertenecer a un mismo tema. Finalmente, aquí omitimos —en lo posible— los casos que son expuestos en los capítulos precedentes.

1. El primer párrafo de la p. 12 empieza así: «Después de que, al fin, accedió (…) me había dicho…», y ha debido decir: «me dijo»; y, de preferencia, debió quedar así: ‘Cuando, al fin, accedió (…) me dijo…’ y es tanto más urgente suprimir la forma «había» del verbo auxiliar, ya que en el segundo párrafo de esta página hay una repetición profusa y viciosa de dicha forma que, además, va junto a otras palabras de la misma terminación «ía», lo que deviene cacofónico. La repetición viciosa del auxiliar «había» se repite al final de la p. 269 y siguiente, y con otros sonidos similares: «guías», «Matías» y «decía». Asimismo, el segundo párrafo de la p. 12 debió unirse al primero, pues trata del mismo asunto: el retrato de TF, retrato del que «dígase de paso» no se vuelve a hablar más, pese a que ahí se dice que había sido prestado por Emperatriz, la amiga de TF, por tanto debió indicarse que fue devuelto (si no, se entiende que el narrador, finalmente, lo hurtó), y, en todo caso, no debió indicarse que la amiga de TF se lo prestó sino que se lo obsequió: para que fuera puesto en la carátula de la novela.213

2. En la misma p. 12 dice: «Recuerdo que pensé: este humor ácido era una forma, más bien obvia, de conjurar cualquier sentimiento autocompasivo». Y ha debido decir ‘este humor ácido es una forma…’, porque ese retroceso al pensamiento del pasado, convierte a este en presente, como si fuera una «cita textual». Por ejemplo, un caso similar se da en la p. 400: «“Se ha coqueado”, me dijo Tamara que había pensado». (No dice: ‘Se había coqueado’).

3. También en la p. 12 hay dos expresiones (entre paréntesis: «me pareció a mí»), que salen sobrando, puesto que nadie más que él (el narrador) está contando los hechos, y a nadie más que a él tiene que parecerle así (salvo que fuera un narrador omnisciente, y no es el caso). Dice: «“… con su sonrisa y mirada francas, sin atisbos (me pareció a mí) de coquetería ni de sutiles insinuaciones.» Obviamente, el lector se hace cargo de que es al narrador a quien le parece eso. Y, al final de la página, dice: cuando avanza TF con sus muletas «(con un ruido de metales, chirriante, me pareció a mí)», en principio, después de «metales» no ha debido ir coma, pues «ruido de metales» es frase sustantivada y su adjetivo es «chirriante»; y, obviamente, a él tiene que parecerle; no está indicando que hubiera otra persona a quien pudiera parecerle eso o algo distinto, que justifique la aclaración. Y es una acotación que se habrá de repetir otras veces, por ejemplo en la p. 32: «Y así, por segunda vez en esa noche, volví a escuchar (por lo menos para mí) la extraña y lacerante música ayacuchana». La frase que va entre paréntesis, parece aducir que es «por lo menos para mí» que la escucha por segunda vez, porque si se ha querido decir que el paréntesis explicativo se refiere a los adjetivos de «extraña y lacerante música», pues el paréntesis ha debido ir después de «la (por lo menos para mí) extraña y lacerante música…».

4. En el mismo segundo párrafo de la p. 12 hay una mala construcción, dice: «Por supuesto, los años de invalidez habían deformado su cuerpo y la cara —que en la foto se veía pequeña—, se le había anchado quizá por el uso de la cortisona. Vagamente me había figurado…” Después de «su cuerpo» ha debido ir coma, si no la fluidez de la lectura lleva a unir la deformación al cuerpo y a la cara; hasta la palabra «cuerpo» concluye una oración, por eso debe ir coma para separar la otra oración «y la cara (…) se le había anchado». Asimismo, después de la frase explicativa puesta entre guiones, no debe ir coma. Luego, después de «Vagamente» debe ir coma, si no da la sensación de que el hablante se había figurado, a sí mismo, vagamente. Este tipo de coma se usa para demarcar al sujeto; veamos otro ejemplo, ubicable al comenzar el tercer párrafo de la p. 12: «Apenas la vi trasponer la puerta del bar me puse de pie», en este caso la oración principal es «me puse de pie» (con sujeto tácito: Yo), la oración que la antecede es complemento del predicado: «apenas la vi trasponer la puerta del bar», y en este caso no debe ir coma separándolos; pero en la forma como aparece en el ejemplo, sí debió ir coma después de «bar», porque se ha invertido el orden de la oración: el complemento del predicado precede al sujeto.

5. En el mismo párrafo, pero ya en la p. 13, hay otra confusión con el verbo ‘ser’. Dice: «Al despedirse, los ojos de la joven eran como si me advirtieran… », ¿qué cosa es ‘ser como si advirtieran’?, ha debido decir, en todo caso: ‘los ojos de la joven me miraron como advirtiéndome’...

6. Empezando el primer párrafo de la p. 13, dice: «Luego Tamara me impidió que llamara al mozo y en los diez o doce minutos siguientes me sometió a un interrogatorio…» Aquí también se ha omitido un signo de puntuación (coma o, mejor, punto) que separe las dos oraciones: ‘Luego Tamara me impidió que llamara al mozo. Y en los diez o doce minutos…’ Pero al final de la cita también hay un error, que se hubiera evitado omitiendo el artículo «un», si quedaba sola la preposición «a» (‘me sometió a interrogatorio’) no habría problema, pero «un interrogatorio» precisa de adjetivo (intenso, exhaustivo, penetrante, agudo).

7. Hacia la mitad del mismo párrafo (p. 13), el narrador describe sus propios rasgos externos que, según él, TF está observando, y dice: «Después, con alguna ironía, examinó mi look: cabellera crecida terminada en una colita, cuidada barba de cinco días y mis lentes la llevaron a evocar por un segundo a John Lennon.» En principio (igual que en los casos anteriores), antes de la conjunción «y» que precede a «mis lentes» ha debido ir coma, para separar las frases distintas. Pero también hay aquí la intromisión del narrador omnisciente que sabe lo que ocurre en el pensamiento de sus personajes, sin que estos lo manifiesten de manera explícita: eso de ‘sus lentes la llevaron a evocar por un segundo a John Lennon’ tendría que saberlo TF, pero no el narrador, a no ser que ella lo manifieste explícitamente, pero no es el caso. Otros casos de intromisión del narrador omnisciente (incluso del autor) son los siguientes: En la p. 21 hay un dato que debería tenerse como una suposición, y él lo da por un hecho concreto: «Te decía que cuando se anunció la llegada de la comisión de parlamentarios, el general jefe de la Zona de emergencia ordenó desenterrar a los muertos e incinerarlos…» La acción puede parecer real, pero el narrador no podía saber quién dio la orden, solo suponerlo (y es impensable que él hubiera estado en el lugar de los hechos), por lo tanto ha debido decir: ‘se supo que el general…’ o ‘trascendió que el general…’ Asimismo, en la p. 138, se lee lo siguiente: «Curiosamente volvió a mencionar el nombre de Arancibia (lo cual hizo que los ojos de Morgan se iluminaran de codicia y esperanza)…»; con esta cita no se da el caso del «narrador omnisciente», sino de la intromisión del autor, pues solo este puede saber lo que está ocurriendo en los estados de ánimo del narrador, y en ningún momento se dice que este papel se le esté asignando también a la protagonista, que, por lo demás, es la única que está observando a Morgan, por lo tanto, el lector se tiene que preguntar: ¿quién dice que ‘los ojos de Morgan se iluminaron de codicia y esperanza’? Otra forma de omnisciencia se da en la p. 215: «Luego con la misma furia el viejo se despidió de mí y cerró la puerta de la parroquia, llevándose a Ebert.» Si dice que «cerró la puerta», el narrador no puede saber si se llevó a Ebert o si este se quedó un tiempo más detrás de la puerta o se dirigió solo a otro sitio sin «ser llevado» por el viejo. En todo caso, pudo decir: ‘Y Ebert también desapareció detrás de ella’. En la misma página (comienzo del párrafo siguiente) dice: «Hubiera sido bueno sentarse un momento en la placita que enmarcaba el atrio de la iglesia»; pero no explica ‘por qué hubiera sido bueno’ y, sin embargo, demora para describir el entorno de la placita, por tanto, mejor ha debido decir: ‘Me senté un momento en la placita’ y «reparé en un mendigo…, etc.»

8. Al final de la p. 13, dice: «Y sí, en estas circunstancias había surgido su nombre…» El adverbio de afirmación «sí» ha debido ir entre dos comas y no con una sola, es una afirmación que se puede omitir: ‘Y en estas circunstancias había surgido…’, y si se incluye la afirmación, es como un elemento accesorio, que debe ir entre comas.

9. «No hizo ningún comentario, más bien (como yo lo esperaba) quiso saber sobre mi condición de cronista de guerra. Siempre soy cauto y sobrio en mis respuestas cuando me preguntan por este oficio que elegí» (p. 14). La frase «que elegí» es un ripio; se sobrentiende, es obvia, está demás. Al final de esta página (14) se vuelve a usar otra palabra que constituye un ripio, dice: «Todo esto lo conté en forma parca, omitiendo mis otras misiones por temor a parecer petulante», pero en realidad incurre en petulancia al agregar el adjetivo posesivo «mis», pues el sustantivo «misiones» no lo necesitan y se sobreentiende que son suyas. Por último, en las dos últimas líneas de la citada página, dice: «Mi entrevistada pidió un jugo de piña y yo, un exprés con un vaso de agua con hielo», y otra vez falla el uso de la coma, esta ha debido ir antes de la conjunción «y», que hila dos oraciones distintas; pero también el pedido del narrador pudo quedar mejor así: ‘un exprés y un vaso con agua y hielo’, para evitar repetir la preposición «con».

10. En la p. 15 el narrador dice que TF se opuso a que grabe la entrevista: «“Nada de grabadora”, me advirtió cuando saqué el artefacto de mi mochila.» Y es una negativa que amerita ser justificada. Máxime si en otra oportunidad le dice que unas estudiantes universitarias le grabaron otra entrevista y hasta le ofrece darle los casetes (p. 20), le dice: «Me entregaron una copia de las grabaciones. Si lo deseas, te las hago llegar.» Entonces, debió precisarse la razón por la que permitió ser grabada en un caso, y en el otro no. Y lo raro también, por parte del narrador, es que estando tan preocupado por tener una grabación de lo conversado, no dice ni «sí» ni «no» ante ese ofrecimiento que le hace TF de hacerle llegar la grabación realizada por las alumnas. Es más, en la p. 21, el narrador le sugiere a TF que reconsidere su negativa a ser grabada, pero dice que ella se reafirmó en su decisión, sin que precise el móvil de la misma. Y esa negativa a ser grabada va a obligar al narrador a contradecirla, generando incluso sentimientos de culpa en él, aunque por lo común esas acciones autopunitivas devienen placenteras. En la p. 180, MB, acompañado de Muriel, están escuchando la voz grabada de TF, indicándose ahí mismo que MB ha transgredido la oposición de TF a ser grabada. Muriel dice: «Esta vez espero que la hayas grabado.» Y Morgan responde: «Sí. Para mi vergüenza. Aquí tengo los casetes.»214 Es, pues, de parte de TF una negativa innecesaria. Incluso hasta conlleva una actitud un tanto sádica, pues obliga al entrevistador a grandes esfuerzos para recordar todo lo que ella le refiere. Aunque, al parecer él no se encuentra exento de sadismo, pues cuando se encuentran por primera vez en el restaurante en que se han citado, la hace caminar hasta el fondo del amplio local (cuando pudo elegir una mesa más cercana a la puerta), dice él: «Me gusta el local. Es una construcción amplia de un solo piso (p. 11) … mientras (con un ruido de metales, chirriante, me pareció a mí) ella se dirigía a la mesa que yo había elegido al fondo del salón» (p. 12). Y lo más desconcertante es que, en la p. 15, agrega que el salón estaba casi vacío: «… sólo había ocupadas dos mesas más, ubicadas en extremos opuestos, y un sujeto cuarentón bebía una cerveza en la barra», de tal suerte que MB bien pudo elegir una mesa cercana a la puerta. O sea que ella —igual— lo está obligando a realizar un gran esfuerzo para recrear o rememorar todo lo que van a conversar.

11. En la p. 16, TF dice: «¿no te basta con el reportaje que le hiciste a las seguidoras del Presidente Gonzalo215? ¿O no pudiste hacerlo?» (Y, en párrafo aparte, continúa el narrador): «“Todo lo contrario”, respondí»; pero, de inmediato, hace una larga digresión en torno a los cigarrillos que gusta fumar, y  termina el párrafo, pero se pasa a otro en el que sigue hablando de los cigarros, y, ahí mismo, continúa con la respuesta que dejó trunca, cuando lo anterior — relacionado con el cigarro— ha debido ir en el párrafo precedente, y esa continuación de la respuesta ha debido iniciar el nuevo párrafo.

12. En la p. 19, el narrador dice: «De modo que admití que, en efecto, había sido Corso, Corso Geldres, quien me habló por primera vez de Arancibia cuando tomé contacto con él.» Después de Arancibia debe ir coma, pues de otra forma se crea la confusión de que escuchó hablar de Arancibia cuando tomó contacto con él (con el mismo Arancibia). Además, al comienzo de la cita debió evitarse el uso repetido de la conjunción «que»: «De modo que admití que…».

13. Dice el narrador: «Y en un esfuerzo por ser sincero con ella, le revelé la hipótesis que manejaba Corso…» (p. 20). Después de la conjunción «Y», ha debido ir una coma que justifique a la que sigue (luego de «ella»), si no esta sale sobrando. Es un caso similar a la falla número 9. Son frases incidentales que deben ir entre comas.

14. En la p. 21 se escribe esta frase con una coma que está demás: «Le di las gracias. (…) Luego, continué:». Esa coma fuera pertinente si el verbo señalara una explicación; pero no es así, lo que está indicando es una acción que se da después de otra previa: «Le di las gracias. (…) Luego continué:».

15. En la p. 21 se dice: «… la comisión que había nombrado el Congreso para investigar las desapariciones de civiles.» Y es preciso preguntar: ¿se puede hablar de otro tipo de desapariciones?, ¿desapariciones de militares, por ejemplo, o de senderistas? (sin contar que los senderistas también son civiles, pero es imposible suponer que se haga referencia a ellos).

16. En la p. 21 se lee: «[Le respondí que una de las primeras cosas que hice para preparar mi reportaje sobre las mujeres de Sendero fue viajar a tierra ayacuchana]»; sobre esta acotación digamos que — en toda la novela— pocas veces (si no nunca) se usan los corchetes y menos encerrando expresiones en cursiva, y en este caso ninguna de las dos acciones se justifican; pudo usarse paréntesis, simplemente, y sin cursiva, nada hay que justifique lo otro.216

17. En la p. 23 dice: «Era un sueño ver el sol dorado que despuntaba por los cerros sobre la (sic) torres de las treinta y tres iglesias.» Ha debido decir: «las torres». Además, desde el punto de observación del narrador, ¿se aprecian las treinta y tres iglesias?

18. En la p. 23, dice: «Patrullas del ejército nos interceptaron en tres oportunidades pidiendo nuestros documentos.» La construcción es propia de los quechua hablantes, incluyendo el uso del gerundio («pidiendo»), máxime si quien habla no es un lugareño sino la protagonista, TF. Asimismo, es innecesario adosar el adjetivo «nuestros» al sustantivo «documentos». Ha podido decir: ‘Nos interceptaron algunas patrullas del ejército que pedían documentos’.

19. En la misma p. 23 hay otro error de construcción; TF dice que Taylor: «Después nos invitó a Malenita y a mí a tomar un auténtico desayuno huamanguino en el mercado. La vida proseguía, me dijo, y a la mujer que nos sirvió los humeantes platos de caldo de cabeza de carnero con exquisito mote le habían matado a dos de sus hijos.» Veamos: a) ya ha dicho que ella va con Malenita y con Taylor, entonces solo debió decir «nos invitó»: es obvio que es a Malenita y a ella, no había nadie más. b) después de la frase «me dijo», da la impresión de que a la mujer le va a decir otra cosa, y no es así; lo que se ha debido agregar es esto: ‘y nos contó que a la mujer…’ y, c) es de muy mal gusto que, previo al mensaje principal: «le habían matado dos de sus hijos», vaya el siguiente agregado: «que nos sirvió los humeantes platos de caldo de cabeza de carnero con exquisito mote», este dato en todo caso ha debido ir en la parte en que anuncia que fueron invitadas a tomar el «auténtico desayuno huamanguino».

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(211) En La invención novelesca utiliza un trato más decoroso: «… varios profesores de la universidad de estirpe andina se habían casado o convivían con mujeres blancas…» (p. 33). Ese uso de lo ‘andino’ lo explica José Cerna de la siguiente manera: «Uso la expresión “andino” en el sentido amplio en que se usa en los estudios de ciencias sociales del área, incluyendo no solamente “los andes”, sino toda el área de influencia de las culturas prehispánicas, desde el uso de los recursos marinos, pasando por las zonas costeras y los Andes en sus diversos “pisos”, hasta la Amazonía» (CERNA, A-2004: 66).
(212) Para evitar el «queísmo» la redacción debió quedar así: ‘Nos salió a abrir un mayordomo que —me pareció— nos miraba con estupor’.
(213) Retrato que, intuimos, corresponde a la primera esposa de MG, y que al ser atribuido a TF denigra la memoria de aquella.
(214) «Cuanto más se prohíbe algo, más popular se hace. Las cosas prohibidas suelen ser las más divertidas.» Mark Twain.
(215) Es pertinente destacar que en ninguna parte de la novela se hace referencia a Abimael Guzmán por su nombre, siempre se le llama «Presidente Gonzalo». Solo en el «epílogo» se hará esa referencia. «Me adjuntaba, me decía, pues acaso pudieran tener algún interés para mí, una serie de recortes periodísticos de los meses que siguieron al autogolpe de Fujimori, del 5 de abril, hasta unas semanas después de la captura del Presidente Gonzalo» (p. 429). (Primera y única mención de esta captura.) «… todos los reporteros no se abastecían para informar sobre la secuencia de atroces atentados que tuvieron lugar en Lima hasta semanas después de la caída de Abimael Guzmán, el Presidente Gonzalo» (p. 434). Primera y única mención de Guzmán, con su nombre. En este caso MG ha actuado en sentido contrario de lo que ocurrió con su ensayo la Generación del 50, del cual —en el Prólogo a su segunda edición— dice: «En cuanto a los intelectuales que se hallaban en posiciones ideológicas cercanas a Sendero, el libro no les resultaba del todo satisfactorio, pues aparte de estar en desacuerdo con mis ideas estéticas y con algunos de mis juicios literarios, consideraban que mi lenguaje no era lo suficiente clasista (por ejemplo, no aludía a Guzmán como ‘Presidente Gonzalo’) y que la irreverencia de mi escritura tenía un signo extraño al espíritu proletario» (2008, 15). ¿Se puede decir que al ocurrir lo contrario en la novela —en relación con el nombre—, se ha hecho la rectificación del caso? Sin embargo, en el referido ensayo, MG incurre en la misma intransigencia al referirse al Grupo Intelectual Primero de Mayo (GIPM), dice ahí: «… si se leen con detenimiento los textos del GIPM … se observará que no hay ninguna mención al Partido ni al marxismo-leninismo, en cambio hay repudio a las posiciones sectarias» [alusión al mismo Sendero] «e invocaciones abstractas a la Justicia Social y a la Humanidad, lo que en suma revela concepciones obreroartesanales y reminiscencias anarco-sindicalistas» (op. cit., p. 101).
(216) En la p. 88, al comenzar el primer párrafo, se pone una acotación en cursiva y entre paréntesis «(la pregunta me toma por sorpresa y medito unos instantes antes de responder)», obsérvese que no son corchetes sino paréntesis, y en este caso cabe el uso de la cursiva, porque se está utilizando la técnica del diálogo dramático, en el que las acotaciones suelen ir de esa manera, pero no es el caso de lo cuestionado en la p. 21.




¿Poética de la Mercancía o Mercancía de la Poética?

Julio Carmona

COMO PARTE DEL TRABAJO de investigación literaria, uno se va encontrando con textos que, en apariencia, son convincentes; pero que, en esencia, nos sorprenden por su vacua locuacidad. Pongo un ejemplo: «Voy a hablar de la mercancía y la relación de la poesía con ella, aunque lo que voy a decir constituye también una reivindicación de las vanguardias de la primera parte del siglo XX y de su importancia, en cuanto proyecto inacabado, para nuestra actualidad [a]. A pesar de lo complejo del tema, se lo puede resumir en términos sencillos: la mercancía es una relación social entre las cosas [b2]; la poesía es una relación entre las palabras –o la materia gráfica o sonora– [b1], capaz, en los mejores casos, de poner en tela de juicio la totalidad de la vida» [c] (William Rowe, «Poética de la mercancía», en: Revista Vallejo y Co. Tomado de: www.revistadossier.cl).

a)     Obviamente, este autor acepta su filiación ideológico-literaria con el formalismo, al pretender «una reivindicación de las vanguardias de la primera parte del siglo XX y de su importancia, en cuanto proyecto inacabado, para nuestra actualidad», con lo que no hace otra cosa que sugerir su resucitación, porque, según él, el proyecto vanguardista quedó inacabado, y lo que falta —como tarea de los formalistas— es retomarlo para continuarlo y ver cómo acabará, en la actualidad (una actualidad que no tiene cuándo acabar, pues lo mismo vengo escuchando desde hace ya más de cincuenta años).

b1) Y, en efecto, su filiación formalista explícita la presenta al final de la cita al dar su definición de poesía como «una relación entre las palabras –o la materia gráfica o sonora–». Y entonces uno se pregunta: ¿y la relación de la poesía con la vida dónde queda? Pero el autor de la cita, antes de responder, nos exige ver una premisa previa de su meditación, que dice: «la mercancía es una relación social entre las cosas» [b2], como si las cosas tuvieran una autonomía absoluta, y no fueran medios para las relaciones humanas. Esta proposición de Rowe Carlos Marx, en El Capital, la contradice así: «… de cualquier modo que se juzguen las máscaras que llevan los hombres en esta sociedad, las relaciones sociales de las personas en sus trabajos respectivos se revelan claramente como sus propias relaciones personales, en vez de disfrazarse de relaciones sociales de las cosas, de los productos del trabajo» (A-1972-1: 80). Y, obviamente, dentro de las «cosas» deberemos incluir a la poesía, si es que se la considera como mercancía: o sea que la relación de la poesía es con las cosas, mas no con la vida ni con los seres humanos. Pero advertido de que hicimos esta lectura, aun sin cuidarse de ver si esa situación de la mercancía tiene relación con su siguiente silogismo, el autor responde de inmediato:

c) ‘esa relación entre las palabras debe ser capaz’ «en los mejores casos, de poner en tela de juicio la totalidad de la vida». Es decir, que si un poema ‘no pone en tela de juicio la totalidad de la vida’ no es «un caso mejor», porque, más bien, seguro, lo que estará sugiriendo es que lo que debe ponerse en tela de juicio es la sociedad tal como está organizada desde hace más de dos mil años. Y de este desquiciamiento la vida no tiene la culpa. Quien la tiene es la organización de unos cuantos hombres que ejercen dominio sobre una inmensa mayoría que lucha para salvar a la vida de esa opresión.

        Sin embargo, el autor citado, en otro momento, todavía dice: «¿Existe alguna, entre las necesidades humanas, que no se haya convertido en mercancía global?» Y, claro, nos obliga a retrucarle, que, del mismo modo como no creemos que ‘la mercancía sea una relación entre las cosas’, tampoco nos parece apropiado decir que ‘las necesidades humanas sean mercancías’ o que puedan convertirse en eso, sino al revés, que son las mercancías las que satisfacen o cubren las necesidades humanas. Ya, en las primeras páginas de su libro capital, dice Marx: «… la mercancía es un objeto externo, una cosa que, en virtud de sus propiedades, satisface necesidades humanas de cualquier clase» (op. cit.: 39). Y con el mismo ejemplo que pone se despeja la duda, porque él dice que «la excepción sería el aire», convirtiendo así al aire en necesidad humana, cuando es al contrario —como ya dije— que, en todo caso, el aire es un medio para cubrir una necesidad, pero él en sí no es una necesidad, ni tampoco una mercancía, a pesar de que el autor así lo considera:«… habría que decir que en el tiempo del gobierno de Margaret Thatcher corría el rumor de que el aire mismo iba a venderse enlatado». Es totalmente desfasado considerar al aire como mercancía, Marx, refiriéndose a: «el aire, los prados naturales, el suelo virgen, etc.» dice que: «Un objeto puede ser útil sin ser mercancía» (op. cit.: 44). Y, más aun, Marx agrega: «El que con aquello que produce satisface sus propias necesidades, no crea más que un valor de uso personal. Para producir mercancías debe producir no solo valores de uso, sino también valores de uso para otros, valores de uso sociales. (Y no solo para otros. El campesinado de la Edad Media producía el trigo del tributo para el señor feudal y el trigo del diezmo para el clero. Pero ni el trigo del tributo ni el trigo del diezmo eran mercancías por el hecho de haber sido producidos para otros. Para ser mercancía el producto debe ser entregado al otro, al que lo consume, mediante un cambio)» (Ibíd.: 45). En nota a pie de página F. Engels dice ser quien ha «intercalado este párrafo entre paréntesis porque su omisión ha dado frecuentemente motivo a que los lectores se equivocasen creyendo que Marx considera mercancía cualquier consumido por otro que no sea su productor». Y este parece ser el caso de W. Rowe. Y, bueno, siempre convirtiendo los casos particulares en generalidades, para Rowe resulta que una acción frustrada del gobierno británico, confirma su aserto de que el aire (de haberse llegado a vender en lata) hubiera sido una necesidad humana convertida en mercancía.

        Y lo mismo se puede decir de todo el artículo, que no busca explicar cómo el poema deriva en mercancía, sino cómo en algunos casos los poemas explican la transformación del objeto real actuante en el poema, en objeto «fetiche», y, así, dice, por ejemplo: «la relación del texto de Stein con la mercancía reside en la relación de los sentidos con el espacio y no en la ausencia del campesino que cuidó a la vaca, del carnicero que produce la carne, de la señora que limpia la habitación». Y es, en ese sentido, que Rowe concluye de la siguiente manera: «El trabajo enajenado, el trabajo abstracto no es simplemente algo que el progreso rescatará. Lo que ha de cambiarse es la totalidad del sistema que convierte la vida de una persona en mercancía o, en el caso de nosotros que trabajamos en la universidad, del sistema que convierte el conocimiento en mercancía». Aquí creo pertinente hacer la siguiente observación: no es el «conocimiento» del profesor universitario el que se convierte en mercancía. Es su trabajo en sí el que se está considerando como mercancía. El conocimiento es igual que «el aire, los prados naturales, el suelo virgen, etc.», cuya utilidad no lo convierte en mercancía.

        Por lo demás, luego de leído el texto queda la sensación de que ha habido un abuso conceptual, en tanto el título mismo, «Poética de la mercancía», que lleva a pensar en una absurda pretensión de los poetas de explicar con la poesía el proceso de producción de todas las mercancías que tengan cabida, nominalmente, en sus poemas; con lo cual poema mismo se estaría convirtiendo en mercancía de la poética, casi como decir: poética de la silla, poética del zapato, poética del lápiz, etc. Y todo eso hace recordar al título de Proudohn, Filosofía de la miseria, que Marx transformó en Miseria de la filosofía.

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