viernes, 2 de marzo de 2018

¡Viva el 170 Aniversario del Manifiesto del Partido Comunista!

Nota:

El texto que sigue es un extracto del ensayo de nuestro compañero Eduardo Ibarra sobre el Manifiesto del Partido Comunista, que no publicamos completo por ser demasiado extenso. Así pues, publicamos solo sus primeros cinco apartados.

Publicamos, además, extractos de otros dos textos de nuestro compañero, los mismos que demuestran las razones que explican por qué el manifiesto solicitado por la Liga de los Comunistas a Marx y Engels, lleva el nombre de Manifiesto del Partido Comunista, y por qué, por tanto, el nombre científicamente exacto del partido del proletariado es, precisamente, el nombre de Partido Comunista.

01.03.2018

Comité de Redacción.

Un Mundo Que Ganar

Ensayo con motivo del ciento cincuenta aniversario del Manifiesto del Partido Comunista

(Extracto)

Eduardo Ibarra

I

Escrito por Marx y Engels entre diciembre de 1847 y enero de 1848, el Manifiesto del Partido Comunista fue publicado, sin los nombres de sus autores, en febrero de 1848. El congreso de la Liga de los Comunistas, celebrado en Londres en noviembre de 1847, había encargado a los dos fundadores del comunismo científico la redacción de un programa detallado del partido, que fuera a la vez teórico y práctico.

        Entre el 23 y el 29 de octubre de 1847, a solicitud de la sección parisiense de la Liga de los Justos, Engels había redactado un proyecto de profesión de fe comunista con el título de Principios del comunismo, a propósito del cual el propio autor escribía a Marx el 23-24 de noviembre del mismo año: “Piensa un poco sobre la profesión de fe. A mí me parece que lo mejor sería prescindir de la forma de catecismo y dar a la cosa el título de Manifiesto comunista. Como es preciso hacer un relato histórico de cierta extensión, la forma que ha tenido hasta ahora no es la más apropiada. Llevaré lo que he hecho aquí, ¡es simplemente una narración, pero horriblemente redactada, a toda prisa! Comienzo así: ¿Qué es el comunismo? Y luego voy derecho al proletariado: la historia de su origen, su diferencia con obreros anteriores, el desarrollo de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, las crisis, los resultados. Mechado con esto, toda clase de asuntos secundarios, y finalmente la política de partido de los comunistas, en la medida en que pueda hacerse pública.”

        Es importante señalar que no pocas de las tesis planteadas en los Principios del comunismo fueron desarrolladas más tarde en las páginas del Manifiesto. Por ello, puede decirse que el trabajo de Engels constituye su antecedente inmediato y su punto de partida.

        El Manifiesto comunista es el programa común del proletariado de todos los países. A 150 años de su publicación, es necesario analizar su contenido, subrayar una vez más su significación histórica y precisar la vigencia de sus principios.
   
        En la Europa de la primera mitad del siglo XIX había surgido, en la conciencia de la burguesía y de otros sectores sociales, una representación falseada, tendenciosa, tremebunda del comunismo. Esta representación, engendrada por el temor a la revolución  comunista, aparecía, según señalan Marx y Engels en la primera línea del Manifiesto, como un fantasma que recorría Europa. Con relación a esto, los fundadores del comunismo científico declaran “que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido.”

        La leyenda del fantasma del comunismo consistía (consiste todavía) en una serie de reproches al comunismo relativos a cuestiones como la propiedad privada, la independencia y la personalidad del individuo, la libertad, la cultura, la familia, la educación, la mujer, la nación, la religión, la filosofía y la ideología. Precisamente en el Manifiesto, Marx y Engels dieron cumplida respuesta a estos reproches burgueses.

        Puede decirse, por tanto, que el Manifiesto es el desmonte de la leyenda del fantasma del comunismo, y que, por esto mismo, es también, a la vez, la declaración abierta de las ideas y los propósitos de los comunistas. Entonces era tanto más necesario hacer esto por cuanto era preciso armar a la clase y el pueblo en general con un programa revolucionario. Este programa es el Manifiesto.
   
II
   
El Manifiesto es una brillante exposición de los principios fundamentales de la concepción materialista de la historia y del socialismo científico; del desarrollo espontáneo del movimiento obrero y del papel de la conciencia comunista; de la estrategia y la táctica revolucionarias; de la revolución comunista y la dictadura del proletariado; de la identidad ideológica del proletariado y de su papel histórico-mundial. Este es el contenido fundamental del Manifiesto.

        Como es sabido, en el Manifiesto se analizan cuatro relaciones o contradicciones. En el primer capítulo se analiza la relación antagónica entre la burguesía y el proletariado, tanto en sus aspectos históricos como teóricos; esta es la piedra angular del Manifiesto.

        En el segundo capítulo se analiza la relación no antagónica entre el proletariado y los comunistas, es decir, entre la clase y su vanguardia, entre el movimiento espontáneo y la conciencia comunista; esta idea es la premisa teórica y el fundamento práctico del movimiento comunista.

        En el tercer capítulo se analiza la relación antagónica entre el socialismo proletario por una parte y el socialismo feudal, el socialismo pequeño burgués, el socialismo alemán o “verdadero” y el comunismo crítico-utópico, por otra parte; este deslinde da cuenta de la identidad ideológica del proletariado revolucionario.

        En el cuarto capítulo se analiza la relación, circunstanciadamente no antagónica en el plano político, entre el partido comunista y los otros partidos democráticos de oposición, es decir, la lucha común contra el enemigo común, el frente unido de la revolución, el estilo de unión y lucha con las fuerzas democráticas; esta táctica es el fundamento de la independencia de clase del proletariado consciente y la base de su papel dirigente.

III

En las circunstancias de la publicación del Manifiesto en febrero de 1848 el comunismo era ya una concepción científica integral del mundo. Precisamente por eso Lenin señaló que, con la Miseria de la filosofía, publicada en 1847, el Manifiesto es una de las dos primeras obras del marxismo maduro (Lenin no conoció La ideología alemana, publicado en 1932). Este libro –no concluido por sus autores, dicho sea de paso– fue escrito entre noviembre de 1845 y abril de 1846 y, en sus páginas, Marx y Engels habían esclarecido la dialéctica de las fuerzas productivas y las relaciones de producción como la fuente del automovimiento de la historia y expuesto la teoría de las formaciones económico-sociales como las etapas fundamentales de ese movimiento. Con esto sentaron los cimientos del comunismo científico fundiendo sus partes en una concepción integral.

        Pero que el comunismo alcanzara ya entonces su integridad como doctrina no significa en modo alguno que todos y cada uno de sus elementos fundamentales  aparecieran de pronto como acabados. Bien se sabe que, por ejemplo, el concepto de fuerza de trabajo y la teoría de la plusvalía –piedra angular de la economía política marxista, según señaló Lenin– se plasmarían solo en los Manuscritos económicos de 1857-1859. Y bien se sabe también que la teoría de la dictadura del proletariado solo empezó a elaborarse realmente después de la revolución de 1848 y que su formulación definitiva es posterior a la Comuna de París. Es un hecho, además, que en el Manifiesto se encuentran todavía algunos conceptos expresados de una manera inexacta desde el punto de vista del desarrollo ulterior del aparato conceptual del comunismo científico. Pero nada de esto niega ni puede negar que ya con La ideología alemana el comunismo había alcanzado la condición de una doctrina integral, lo cual quedó expresado en El Manifiesto. Así, el Manifiesto aparece como la exposición del programa de principios del comunismo científico.

        La publicación del Manifiesto en febrero de 1848 constituyó el preludio de la victoria teórica del proletariado sobre la burguesía. En sus páginas, la concepción materialista de la historia era todavía una hipótesis, pero, desde luego, una hipótesis científica, pues proporcionaba precisamente "una base firme para representarse el desarrollo de las formaciones sociales como un proceso histórico natural." (Lenin: Quiénes son los "amigos del pueblo" y cómo luchan contra los socialdemócratas).

        Pero, con la publicación del primer tomo de El capital en 1868, la concepción materialista de la historia se convirtió en una teoría científicamente demostrada, y, de esta forma, el proletariado alcanzó la victoria teórica sobre la burguesía.

IV
   
El contenido fundamental del Manifiesto es la concepción materialista de la historia. Es precisamente desde el ángulo general de esta concepción que Marx y Engels enfocan la temática del Manifiesto. En otras palabras, el fondo filosófico del Manifiesto es el materialismo dialéctico.

        Principios de la concepción materialista de la historia como la determinación de la conciencia social por la existencia social, la lucha de clases, la sucesión consecuente de las formaciones económico-sociales y el antagonismo entre las avanzadas fuerzas productivas y las atrasadas relaciones de producción y la necesidad de la dominación política del proletariado sustentan el contenido fundamental del Manifiesto.

        Precisamente debido a su contenido fundamental, en el prefacio a la edición alemana de 1883, Engels señala que “la idea fundamental de que está penetrado todo el Manifiesto” es “que la producción económica y la estructura social que de ella se deriva necesariamente en cada época histórica, constituyen la base sobre la cual descansa la historia política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes fases del desarrollo social; y que ahora esta lucha ha llegado a una fase en que la clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede ya emanciparse de la clase que la explota y la oprime (la burguesía) sin emancipar, al mismo tiempo y para siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y las luchas de clases”.
   
        ¿Qué principios de la concepción materialista de la historia se exponen en el Manifiesto?

        Pues la lucha de clases, la ley de correspondencia necesaria entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la determinación en última instancia de la conciencia social por el ser social, el Estado como órgano de dominación de una clase por otra, el derecho como la voluntad de la clase dominante, etc.

        El socialismo científico es la teoría y el programa de la revolución proletaria y, precisamente, el Manifiesto es una exposición de sus principios fundamentales.

V

¿Cuál es el contenido principal del Manifiesto? En El Estado y la revolución, Lenin señala que nadie puede pretender ser marxista si no hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado, y que, este reconocimiento, es el contenido principal del marxismo. Por eso, puede decirse que este contenido aparece en el Manifiesto, aunque aún planteado en los términos siguientes: “el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia”. Todo el Manifiesto tiene como órbita esta idea principal. Es indudable que entonces todavía Marx y Engels no tenían ni podían tener una idea exacta de la forma que asumiría la dictadura del proletariado. Tuvieron que esperar que la propia experiencia de la clase obrera diera una respuesta a esta cuestión para arribar de lleno a la fundamentación definitiva de la dictadura del proletariado. Así, después de la Comuna de París de 1871, Marx, en la Guerra civil en Francia, sostuvo que la Comuna era precisamente la forma por fin descubierta de la dominación política del proletariado. Y Engels, en el prólogo a este libro, subrayó: “Utimamente las palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo terror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirada la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del proletariado!”.

        La aplicación de la concepción materialista de la historia a la problemática de la revolución proletaria da como resultado el socialismo científico.

        Principios del socialismo científico como la transitoriedad del capitalismo, la necesidad objetiva de la revolución socialista y el papel histórico-mundial del proletariado, sustentan la dictadura del proletariado y, por esto, constituyen el contenido principal del Manifiesto.
 
Febrero, 1998.


El Nombre del Partido

(Extracto)


E. I.


II

En su tiempo, Marx y Engels evitaron el término socialista para titular al Partido y optaron por el término comunista, y, así, titularon Manifiesto del Partido Comunista al programa doctrinario que la Liga de los Comunistas les había encomendado, y en el cual, como se sabe, criticaron el socialismo feudal, el socialismo pequeño burgués, el socialismo alemán o socialismo «verdadero», el socialismo burgués y el comunismo crítico-utópico.

        A propósito, Engels sostuvo: «… la historia del “Manifiesto” refleja en medida considerable la historia del movimiento moderno de la clase obrera; actualmente es, sin duda, la obra más difundida, la más internacional de toda la literatura socialista, la plataforma común aceptada por millones de trabajadores, desde Siberia hasta California.» «Sin embargo, cuando fue escrito no pudimos titularle Manifiesto Socialista. En 1847, se llamaban socialistas, por una parte, todos los adeptos de los diferentes sistemas utópicos: los owenistas en Inglaterra y los fourieristas en Francia, reducidos ya a meras sectas y en proceso de extinción paulatina; de otra parte, toda suerte de curanderos sociales que prometían suprimir, con sus diferentes emplastos, las lacras sociales sin dañar al capital ni a la ganancia. En ambos casos, gentes que se hallaban fuera del movimiento obrero y que buscaban apoyo más bien en las clases “instruidas”. En cambio, la parte de los obreros que había llegado al convencimiento de la insuficiencia de las simples revoluciones políticas y proclamaba la necesidad de una transformación fundamental de toda la sociedad, se llamaba entonces comunista. Era un comunismo rudimentario y tosco, puramente instintivo; sin embargo, supo percibir lo más importante y se mostró suficientemente fuerte en la clase obrera para producir el comunismo utópico de Cabet en Francia y el de Weitling en Alemania. Así, el socialismo, en 1847, era un movimiento de la clase burguesa, y el comunismo lo era de la clase obrera. El socialismo era, al menos en el continente, cosa “respetable”; el comunismo, todo lo contrario. Y como nosotros manteníamos desde un principio que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”, para nosotros no podía haber duda alguna sobre cuál de las dos denominaciones procedía elegir. Más aún, después no se nos ha ocurrido jamás renunciar a ella.»(2)

        El hecho, pues, de que, por una parte, el socialismo fuera «un movimiento burgués» y el comunismo «un movimiento obrero» y, por otra, de que Marx y Engels sostuvieran «el criterio de que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la clase obrera misma”», determinó que el Manifiesto apareciese con el título de Manifiesto del Partido Comunista. Por lo tanto, las razones que llevaron a los fundadores a elegir la denominación de Partido Comunista no fueron político contingentes, sino de principio. Por eso, se comprende que, después, no se les ocurriera jamás renunciar a dicha elección.

Notas
[2]  Prefacio a la edición inglesa de 1888 del Manifiesto Comunista; cursivas en el original; negritas nuestras.

06.04.2007


Una Vez más Sobre el Nombre del Partido

(Extracto)


E.I.

(…) sostener que Marx y Engels debieron llamarle socialista al Manifiesto, es pretender que los fundadores hubieran tenido que diluir el punto de vista especial de su concepción del mundo con una expresión demasiado elástica, o, lo que a fin de cuentas es lo mismo, que hubieran tenido que diluir la posición del proletariado revolucionario en el variopinto movimiento socialista general de la época.

(…)

        En el Prefacio a Temas Internacionales del “Estado popular”, Engels subrayó que “Para Marx y para mí era, por tanto, sencillamente imposible emplear, para denominar nuestro punto de vista especial, una expresión tan elástica. En la actualidad, la cosa se presenta de otro modo, y esta palabra (mag pacieren), aunque sigue siendo inadecuada (unpassend) para un partido cuyo programa económico no es un simple programa socialista en general, sino un programa directamente comunista”.

30.05.2008




Elogio del Manifiesto Comunista

Aníbal Ponce

EL MANIFIESTO ES DE UNA SOBRIEDAD ADMIRABLE. Consta de cuatro párrafos y una breve introducción. No voy a incurrir, demás está decirlo, en la redundancia de explicarlo, ni a intentar tampoco la tarea imposible de concentrarlo en pocas fórmulas. Para cada uno de vosotros, además, el Manifiesto Comunista-lo afirmaría sin vacilar-constituyó en la adolescencia una de esas lecturas juveniles que se quedan prendidas en el recuerdo con una gratitud emocionada. Pensado y escrito para un movimiento obrero que se incorporaba a la vida, el Manifiesto conserva cierta frescura de amanecer, cierta actitud de fruta joven. En una alianza admirable ha sabido reunir la austeridad de la doctrina con la nerviosidad de la polémica, el goce áspero del razonamiento con el otro más sutil de la ironía.

        El párrafo primero –“Burgueses y proletarios”-es la más concisa, luminosa y certera filosofía de la historia que se haya escrito hasta hoy. Desde la línea del comienzo, imperativa y recia como un axioma: “ La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de la lucha de clases”, hasta aquella otra del final que anuncia a la burguesía sus propios sepultureros, como un redoble sombrío de tambores enlutados, toda la historia del mundo, con sus dolores y sus grandezas, va desfilando delante de nosotros. Pero la realidad histórica ha sido enfocada desde tan arriba, que nada distrae los ojos con detalles pueriles. La historia tradicional, que se detiene en la superficie de las cosas, daba del mundo la impresión de un caos, en que la voluntad de los dioses o la rivalidad de los príncipes lanzaban unas sobre otras a las muchedumbres abigarradas. Sin alterar la realidad en lo más mínimo, el panorama que abarca el Manifiesto es bien distinto: en donde hervía el tumulto, vemos ahora insinuarse la ley; y tras del capricho aparente, el puño de hierro de la necesidad. En un esquema vigoroso, en que las proposiciones se suceden con la elegancia y la fuerza de un teorema, el Manifiesto demuestra cómo la burguesía creció en el seno de la sociedad feudal y cómo al transformar los medios de transporte y modificar los instrumentos de producción se vio forzada a romper con la organización feudal que la cohibía. Pero demuestra también que las mismas armas de que se sirvió la burguesía se vuelven ahora contra ella; late en su entraña la clase que habrá de derribarla y que , liquidando de modo radical la propiedad privada en que aquella se asienta, impondrá por la violencia las formas más adecuadas de la propiedad colectiva.

       Pero en todo ese largo desarrollo no suena en el manifiesto una imprecación ni un lamento. La burguesía no triunfó porque así lo exigiera esta moral o aquel principio, sino porque las fuerzas productivas que su iniciativa arrancó de la naturaleza, impusieron la necesidad de instaurar un nuevo orden social. No hará otra cosa el proletariado cuando le toque cumplir su misión.

        La objetividad rigurosa y calculada de este párrafo, de tan formidable trabazón dialéctica, da a la página primera del Manifiesto Comunista el ceremonial imponente de una sentencia a muerte. En un instante, sin embargo, corre por la prosa un temblor de emoción. Pero no es de rencor, sino de elogio. Como un triunfador generoso que presentara armas al enemigo vencido, ensalza a la burguesía por haber demostrado frente a la pereza del noble hasta donde puede llegar la grandeza del trabajo humano. Jamás una clase celebró en honor de otra un funeral tan solemne.

        Muy distinta es, en cambio, la entonación dominante en el párrafo segundo. Tan distinta que, para muchos, provoca un cierto asombro. Verdad es que el título, “Proletarios y comunistas “, guarda cierta simetría con el título anterior y predispone a encontrar en este párrafo un tratamiento parecido. No es así, sin embargo, y ese viraje brusco en el tono y en la prosa respondía justamente a la secreta intención del Manifiesto. Cada forma social, antes de morir-había escrito Marx algunos años atrás-debe pasa por dos muertes sucesivas: la muerte trágica primero, la muerte cómica después. Los dioses griegos, mortalmente heridos por el “Prometeo encadenado “de Esquilo, solo bajaron a la tumba después de los diálogos burlones de Luciano.

        Como los dioses griegos, la burguesía pasa por dos muertes en las páginas memorables del Manifiesto Comunista: en el párrafo primero, la muerte trágica; en el párrafo segundo la muerte cómica. Si en aquel, íntegro está el Marx dialéctico, en este, íntegro está el polemista. Analizando una por una las acusaciones más en auge lanzadas por el movimiento social que él interpreta, salta de un sector a otro del frente enemigo con una agilidad inesperada: rompe aquí un sofisma, invierte ahí un argumento, descoyunta más allá un error. Y pone en cada réplica tan picante dosis de rapé voltairiano que aún parece resonar a lo largo de sus líneas aquella risa triunfal de Marx, adolescente, de la cual contaba Bruno Bauer que lo había hecho feliz nada más que escuchándola un instante.

        Más la aparente ligereza del párrafo segundo ha arrasado de tal modo las débiles defensas de la burguesía, que no causa sorpresa escuchar al Manifiesto, en ese instante, los diez puntos famosos que el proletariado impondrá a la sociedad el día mismo que tome entre sus manos el poder. El Manifiesto no emplea la expresión “ dictadura proletaria”, que Marx usará solo dos años más tarde.; pero las repetidas alusiones a la “destrucción violenta” y a la “violencia despótica”, así como el carácter resuelto de las medidas que propone-sin una sola reforma democrática-, subrayan la orientación entrañablemente revolucionaria del programa.

        El Manifiesto, con todo, no termina ahí, implacable en su ardor combativo, persigue todavía al enemigo sobre el campo doctrinario para batirlo también en sus reductos teóricos. Se acostumbra decir que este párrafo tercero ha perdido desde hace mucho tiempo todo valor de vida, como si las doctrinas que él pasa revista no representaran para nosotros más que recuerdos desvaídos. Nada más falso en mi opinión. No hay una sola de las corrientes aludidas en el párrafo tercero, desde el socialismo “clerical” al socialismo “burgués”, desde el socialismo “verdadero” al socialismo “utópico”, que no tenga actualmente, pertinaces aún, sus herederos más o menos disfrazados. Bajo las formas declamatorias del pacifismo y de la filantropía, del mutualismo y de la colaboración entre las clases, por ahí andan con sus jeremiadas apuntalando a la burguesía en su desastre.

       El socialismo “clerical” de ahora ya no enarbola como antes la alforja del mendigo para atraer al pueblo tras sus pasos; pero en la propaganda insistente del diario y de la cátedra, del púlpito y del libro, sigue afirmando todavía que podrá solucionarse este enorme “malentendido” entre las clases si se aconseja a los ricos un poco más de generosidad, si se predica a los pobres un poco menos de impaciencia.

        El socialismo “burgués” de que habla el Manifiesto, hechura anticipada del reformismo de hoy, ¿no anda también por ahí, desesperado por frenar a las masas, para conquistar así dentro del orden y el respeto, sus migajas de legislación social, sus regateos de postulante insistente?

        El socialismo “pequeñoburgués”, que tuvo en Sismondi su máxima figura, tan luminoso en la crítica de la sociedad capitalista como tibio y encogido en los medios, ¿no vuelve todavía sus ojos al pasado buscando una “tregua de invenciones” o en una nueva destrucción de máquinas, la única solución factible en ese instante? El Spengler desolado en los días actuales, que acusa a los hombres actuales por haber divulgado entre seres “inferiores” los secretos de la técnica, ¿no confiesa también el derrumbe de Occidente y lo aguarda resignado, con “indignante melancolía”?

        Y el socialismo “alemán” o “socialismo verdadero”, tan distante en apariencia de las cosas de hoy que algunos modernos editores no tuvieron escrúpulo alguno en suprimir las líneas que el Manifiesto le dedicaba, ¿no renace también en nuestros días en esa misma Alemania de la postguerra, con su escolástica vergonzante y su religiosidad apenas encubierta? Aquellos Carlos Grün y Moisés Hess que no dejaban pasar casi un instante sin hacer flamear a todo trapo, la “enajenación del ser humano” o la “abolición del imperio de lo general abstracto”, ¿no son acaso los mismos que hoy andan a tientas en la cerrazón del pensamiento germano, campeones todos de la libertad en abstracto y de los “bienes de la cultura”, pero sumisos todos, como Windelband o Gentile, al primer déspota que les eche sobre sus hombros la casaca?

         Desde los cimientos a la cúspide, el Manifiesto Comunista forma, pues, un edificio magnífico en el cual no se advierte hasta hoy una sola grieta que lo amenace. Aunque empinado hacia el porvenir, lleva en sí, como no podía dejar de llevar, las huellas de la hora en que nació. La revolución del 48, que siguió en pocos días a la aparición del Manifiesto, no pudo realizar-no podía realizar-la misión trascendental que el Manifiesto le asignaba. Marx cometió entonces, lo cometería muchas veces, el error de la impaciencia. Humano error que acompaña siempre a la esperanza ardiente, y que da al Manifiesto Comunista el estremecimiento de las obras humanas. Aquel cerebro lúcido, aquel observador insobornable, tenía también un corazón generoso, y no podía por eso resignarse a las limitaciones que impone la fugacidad de nuestra vida.

        Voltaire conoció también la amargura de esperar, y en una carta fechada veinticinco años antes de la Gran Revolución, le escribía al Marqués de Chauvelin, estas líneas dolorosas: “Todo lo que veo arroja las semillas de una revolución que llegará ineludiblemente y a la cual no tendré la alegría de asistir. Los hombres jóvenes son más felices; verán cosas hermosas”. Ni Marx ni Engels tuvieron tampoco la alegría de asistir. Pero un discípulo genial, que sabía el Manifiesto de memoria y que había ahondado en el marxismo como nadie lo había hecho antes que él, tuvo la dicha de dejar a medio hacer uno de sus libros más profundos, porque “es más agradable y útil-dijo-vivir la experiencia de una revolución que escribir acerca de ella”.
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(*) Resumen de una conferencia pronunciada el 5 de mayo de 1933 en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata con motivo del cincuentenario de la muerte de Carlos Marx.




En Memoria del Manifiesto Comunista*

Antonio Labriola


Advertencia a la primera edición italiana

Las páginas que siguen vienen a servir de preámbulo a una serie de opúsculos casi por azar.

        Las escribí desde el 7 de abril –y conviene que conserven esa fecha, porque en esta impresión nada se ha agregado ni quitado–, a petición de una nueva revista de París, Devenir Social, que comenzará a publicarlas en uno de sus próximos fascículos.

        Quiso leerlas, en el original italiano, mi cortés amigo Benedetto Croce, de Nápoles, quien me pidió que le permitiese darlas a la imprenta, como el primero de aquellos ensayos en torno a la concepción materialista de la historia, que desde hacía tiempo, por el conocimiento que tiene de mis estudios y opiniones sobre el tema, me aconsejaba publicar.

        Por tal oferta, que acepté gustoso, me encuentro ahora en el compromiso de continuar, sin excesivo retraso y en intervalos no largos, la publicación de estos ensayos. Así que anticiparé un año lo que había tenido en mente hacer, si la gentil oferta de un amigo, convertido de tal modo en mi espontáneo editor, no me hubiese inducido a pasar por alto ciertas dificultades que nacían en mí por sentirme no del todo maduro para la empresa.

Roma, 10 de junio de 1895

Advertencia a la segunda edición italiana

Al revisar la impresión de esta segunda edición, que aparece a tan corta distancia de la primera, me he limitado a hacer unas pocas correcciones de pura forma.

Roma, 15 de octubre de 1895

Advertencia a la tercera edición italiana

Conservo en este opúsculo, como el lector puede ver al final, la fecha de 7 de abril de 1895, cuando precisamente terminé de escribirlo, para darlo a la publicidad por primera vez en francés en Devenir Social. De aquella primitiva redacción no me he apartado mucho en las dos ediciones italianas, que salieron a corta distancia una de otra, ese mismo año, el 10 de junio y el 15 de octubre, ni de la reproducción francesa publicada dos veces por los editores Giard y Brière.

        Ahora al editor italiano le hacen falta ejemplares, tanto de este como de mis otros Ensayos sobre el materialismo histórico, y consiento en que sean impresos, sin poder revisarlos ni rehacerlos en lo intrínseco por muchas razones, pero sobre todo porque creo que son trabajos que deben dejarse como fueron concebidos la primera vez.

        La tercera edición de este trabajo conmemorativo no es, por tanto, salvo algunas correcciones en las palabras y en el giro de ciertas frases, sino la reimpresión de la segunda. El lector queda apercibido de esto. Refiriéndose a la fecha de la primera publicación podrá identificar fácilmente ciertas alusiones históricas, y no podrá equivocarse al oír hablar insistentemente de este siglo… que era, por tanto, el XIX.

        He añadido a esta reimpresión la traducción del Manifiesto, que fue pedida por muchos lectores de las otras dos ediciones de mi escrito, el cual no aparece del todo inteligible por la falta precisamente de este documento.

Roma, 9 de mayo de 1902


Dentro de tres años los socialistas podremos celebrar nuestro jubileo. La fecha memorable de la publicación del Manifiesto de los Comunistas (febrero de 1848) nos recuerda nuestro primero y seguro ingreso en la historia. A esa fecha se refiere todo nuestro juicio y toda nuestra apreciación de los progresos del proletariado en estos últimos cincuenta años. A partir de esa fecha se mide el curso de la nueva era, que comienza y surge o, mejor, se libera y desarrolla de la era presente, por formación íntima e inmanente a ella, y por eso de modo necesario e ineluctable, cualesquiera que sean sus vicisitudes y sucesivas fases, por ahora imprevisibles. A todos aquellos de nosotros a quienes urja y sea útil poseer la plena conciencia de la obra propia, precisa volver muchas veces con el pensamiento a las causas y movimientos que determinaron la génesis del Manifiesto, en qué circunstancias aparece, esto es, en vísperas de la revolución que estalló de París a Viena y de Palermo a Berlín. Solamente por esta vía nos es dado extraer de la misma forma social en que ahora vivimos las explicaciones de la tendencia hacia el socialismo, y justificar, en consecuencia, por la misma presente razón de ser de tal tendencia, la necesidad de su efectivo triunfo, que siempre hemos vaticinado.

        ¿Cuál si no éste es, en efecto, el nervio del Manifiesto, su esencia, su carácter decisivo?1

        Sería cosa vana, en verdad, querer averiguarlo en las medidas prácticas que allí se sugieren y proponen al final del capítulo segundo, como aplicables en la eventualidad de un triunfo revolucionario del proletariado, o en las indicaciones de orientación política respecto a los partidos revolucionarios de entonces, que se encuentran en el capítulo cuarto. Estas indicaciones y estas sugerencias, aunque apreciables y notables en el tiempo y las circunstancias en que fueron formuladas y dictadas, y aunque importantes, sobre todo, para juzgar de modo preciso la acción política que los comunistas alemanes desplegaron en el periodo revolucionario de 1848-1850, no constituyen ahora para nosotros sino un conjunto de opiniones prácticas, respecto de las cuales nos toca decidirnos en pro o en contra en cada caso y ocasión. Los partidos políticos que desde la Internacional han ido constituyéndose en varios países sobre la base del proletariado y en su nombre explícito y claro, tuvieron y tienen, a medida que surgen y se desarrollan, viva necesidad de adaptar y conformar sus exigencias y su obra a las diversas y multiformes circunstancias y contingencias. Pero ninguno de estos partidos tiene tal conciencia de saberse ahora tan próximo de la dictadura del proletariado, de sentir en sí urgentemente la necesidad, o bien el deseo o la tentación, de revisar y valorar las propuestas del Manifiesto según el resultado de una verificación que parezca probable por considerarla próxima. Los experimentos históricos no son, en verdad, sino los que la historia misma hace imprevistamente, no de exprofeso ni a propósito, ni por orden. Así ocurrió en los tiempos de la Comuna, que fue, es y seguirá siendo para nosotros el único experimento aproximado, si bien confuso por su carácter repentino y su breve duración, de la acción del proletariado sometido a la nueva y dura prueba de apoderarse del poder político. Experimento no querido expresamente ni buscado a propósito, sino impuesto por las circunstancias, pero heroicamente sostenido, y que ahora se convierte para nosotros en saludable enseñanza. Allí donde el movimiento socialista está apenas en el estado infantil, puede acontecer que, en defecto de experiencia propia y directa, se apele, como ocurre en Italia, a la autoridad de un texto como precepto, pero esto no cuenta efectivamente.

        Ese nervio o esencia y carácter decisivo no hay que buscarlos, a mi juicio, en la orientación sobre las otras formas de socialismo que el Manifiesto contiene bajo el nombre de literatura. Todo lo que allí se dice, en el capítulo tercero, sirve sin duda para definir admirablemente, por vía de antítesis y en la forma de breves, jugosas y convenientes características, las diferencias que efectivamente existen entre el comunismo que ahora, con expresión de que muchos abusan miserablemente, se acostumbra a llamar científico, o sea, entre el comunismo que tiene por sujeto el proletariado y por objeto la revolución proletaria y las otras formas reaccionarias, burguesas, semiburguesas, pequeñoburguesas, utópicas, etc. Todas estas formas, menos una2, se reconstituyeron y renovaron muchas veces, y se reconstruyen y renuevan ahora en los países en los cuales el movimiento proletario moderno está apenas naciendo. Para tales países y en tales circunstancias el Manifiesto ha ejercido y ejerce todavía el oficio de crítica actual y látigo literario. Pero en aquellos países en los cuales esas formas fueron ya teóricas y prácticamente superadas, como es el caso, en gran parte, de Alemania y Austria, o sobreviven solo en estado sectario y subjetivo, como ocurre en Francia e Inglaterra, por no hablar de otras naciones, el Manifiesto, a este respecto, ha cumplido ya su misión. Y no hace sino registrar, como para recuerdo, aquello en lo cual no hay que pensar ya, dada la acción política del proletariado que ya se desarrolla en su normal y gradual proceso.

        Ahora bien, ésta fue cabalmente y como por anticipado la disposición de ánimo y de mente de quienes lo escribieron. Ellos no expresaban ahora sino la eliminación y la condena de lo que habían superado por virtud del pensamiento, el cual, sobre pocos pero claros datos de experiencia, anticipa seguramente los acontecimientos. El comunismo crítico –éste es su verdadero nombre y no hay otro más exacto para tal doctrina– no recitaba ya, con los feudales, el lamento de la vieja sociedad, para hacer después a contrapelo la crítica de la sociedad presente: antes bien, no miraba sino al futuro. No se asociaba ya a los pequeñoburgueses con el deseo de salvar lo insalvable: como, por ejemplo, la pequeña propiedad o el tranquilo vivir de la humilde gente, a la cual la vertiginosa acción del estado moderno, que es el órgano necesario y natural de la sociedad actual, torna grave y pesada solo porque ese estado, revolucionario de continuo, lleva en sí y consigo la necesidad de otras nuevas y más profundas revoluciones. Ni traducía a sutilezas metafísicas o a reflejos de morboso sentimiento o de religiosa contemplación, los contrastes reales de los intereses materiales de la vida de cada día: antes bien, evidenciaba y exponía estos contrastes en toda su vulgaridad. No construía la sociedad del futuro sobre las líneas de un diseño, llevado a término armónicamente en todas sus partes. No contenía palabras de loa o exaltación, de evocación o compasión por las dos diosas de la mitología filosófica, la justicia y la igualdad, esto es, para las dos diosas que hacen tan triste figura en la mísera práctica de la vida cotidiana, cuando se logra entender cómo la historia, desde hace muchos siglos, se procura el indecente pasatiempo de hacer y deshacer casi siempre al revés de sus infalibles dictámenes. Antes bien, aquellos comunistas, aun declarando, con exhibición de hechos que tienen fuerza de argumento y de prueba, que los proletarios estaban ahora destinados a hacer el papel de enterradores de la burguesía, rendían homenaje a ésta como autora de una forma social que es en extensión e intensidad una etapa notable del progreso humano y que solo puede servir de arena de las nuevas luchas, las cuales prometen éxito feliz al proletariado. Jamás fue escrita antes una necrología de estilo tan monumental. Esas loas hechas a la burguesía asumen una original forma de humorismo trágico, y han parecido a algunos como escritas con entonación de ditirambo.

        No obstante esas definiciones negativas y antitéticas de las otras formas de socialismo entonces corrientes, y después y hasta ahora a menudo recurrentes, aunque irreprensibles en la sustancia, en la forma y en el objeto a que apuntan, el Manifiesto no pretende ser ni es la efectiva historia del socialismo y no lleva la huella ni el esquema de ésta, si otros quieren escribirla. La historia, en verdad, no se apoya en la diferencia entre verdadero y falso o justo e injusto, y mucho menos en la más abstracta antítesis de posible y real, como si las cosas escribieran por un lado y tuvieran por el otro sus propias sombras y fantasmas en las ideas. Ella es siempre de una pieza y se apoya en el proceso de formación y transformación de la sociedad, lo que debe entenderse en sentido objetivo e independientemente de todo nuestro agitado o desagrado subjetivo. Es una dinámica de género especial, si así place a los positivistas, que tanto gustan de tales expresiones y a menudo no van más allá de la palabra nueva que ponen en circulación. Ahora bien, las diversas formas de concepción y acción socialista que aparecieron y aparecen en el curso de los siglos, con tantas diferencias en los motivos, en la fisonomía y los efectos, se estudian y explican por las condiciones específicas y complejas de la vida social en que se produjeron. Examinándolas, se ve que no constituyen un solo conjunto de proceso continuativo, porque la serie de ellas es muchas veces interrumpida por el cambiar del complejo social y el oscurecerse y quebrarse de la tradición. Solo desde la época de la Gran Revolución el socialismo asume una cierta unidad de proceso, que después se hace evidente desde 1830 en adelante, con el definitivo advenimiento de la burguesía al dominio político en Francia y en Inglaterra, y se torna por último intuitiva y aun palpable desde la Internacional acá. En esta vía, en este camino, está, como gran columna miliar, el Manifiesto, con doble indicación, diría, por las dos caras. Desde aquí, es el incunable de la nueva doctrina, que ha dado después la vuelta al mundo. Desde allá, es la orientación sobre las formas que él excluye, pero de las cuales no hace la exposición ni el relato3.

        El nervio, la esencia, el carácter decisivo de este escrito, consisten del todo en la nueva concepción histórica que está en el fondo y que él mismo, en parte, declara y desarrolla, aun cuando por lo demás no contiene alusiones o referencias o la supone solamente. Con esta concepción, el comunismo, al dejar de ser esperanza, aspiración, recuerdo, conjetura o remedio, hallaba por primera vez su adecuada expresión en la conciencia de su propia necesidad, esto es, en la conciencia de ser la salida y la solución de las actuales luchas de clases. Éstas no son las de todo tiempo y lugar, sobre las cuales la historia del pasado habíase desarrollado, sino que son, en cambio, las que se utilizan y reducen predominantemente en la lucha entre burguesía capitalista y trabajadores fatalmente proletarizados. En esta lucha, el Manifiesto halla la génesis, determina el ritmo devolución y pronostica el resultado final.

        En tal concepción histórica está toda la doctrina del comunismo científico. Desde este punto en adelante los adversarios teóricos del socialismo no deben discutir ya la abstracta posibilidad de la socialización democrática de los medios de producción4, como si se tratara de enjuiciar conclusiones extraídas de las actitudes generales y muy comunes de la llamada naturaleza humana. Aquí se trata, al revés, de reconocer o no reconocer en el curso presente de las cosas humanas una necesidad, la cual trasciende todas nuestras simpatías y todo nuestro asentimiento subjetivo. ¿Hállase o no la sociedad preparada, en los países más avanzados, para llegar al comunismo por las leyes inmanentes a su propio devenir, dada su actual estructura económica y dadas las contradicciones que ésta por sí y en sí misma produce necesariamente hasta quebrarse y disolverse? He aquí el sujeto de la disputa después de que aquella doctrina ha aparecido. Y he aquí al mismo tiempo la regla de conducta que se impone a la acción de los partidos socialistas, sean éstos solamente de proletarios o admitan en sus filas a hombres salidos de otras clases, los cuales hacen el papel de voluntarios en el ejército del proletariado.

        Por eso nosotros, los socialistas, que nos dejamos llamar de buena gana científicos –si no se quiere de tal modo confundir con los positivistas, huéspedes a menudo, pero no siempre gratos para nosotros, que a su talante monopolizan el nombre de ciencia–, nosotros no nos rajamos las vestiduras por sostener una tesis abstracta y genérica, como si fuéramos picapleitos o sofistas, ni nos afanamos en demostrar la racionalidad de nuestros intentos. Nuestros intentos no son sino la expresión teórica y la explicación práctica de los datos que nos ofrece la interpretación del proceso que se realiza a través de nosotros y en torno a nosotros, y que está contenido en todas las relaciones objetivas de la vida social, de las cuales nosotros somos objeto y sujeto, causa y efecto, término y parte. Nuestros intentos son racionales no por estar fundados en argumentos extraídos de la razón razonante, sino porque se deducen de la objetiva consideración de las cosas, lo que es como decir de la dilucidación de su proceso, que no es ni puede ser un resultado de nuestro arbitrio, sino antes bien vence y subyuga nuestro arbitrio.

        El Manifiesto de los comunistas, el cual, en cuanto a específica eficacia, no puede ser remplazado por ninguno de los escritos anteriores o posteriores de los mismos autores que, por extensión y alcance científico, son de mucho mayor peso, nos da en su clásica simplicidad la expresión genuina de esta situación: el proletariado moderno es, crece y se desarrolla en la historia contemporánea como el sujeto concreto, como fuerza positiva de cuya acción, inevitablemente revolucionaria, deberá resultar necesariamente el comunismo. Y por eso, es decir, por tal enunciado de pronóstico teóricamente fundado y expresado en frases breves, rápidas, concisas y memorables, este escrito constituye una reunión o más bien un vivero de pensamientos, que el lector puede fecundar indefinidamente y multiplicar, a la par que conservan la fuerza original y originaria de la cosa apenas nacida y todavía no roturada ni distraída del campo de su propia producción. Observación ésta que va principalmente dirigida a aquellos que, haciendo profesión de docta ignorancia, cuando no son francamente fanfarrones, charlatanes o alegres deportistas, regalan a la doctrina del comunismo crítico precursores, patrones, aliados y maestros de todo género, ultrajando el sentido común y la cronología vulgar. Esto es, encuadran nuestra doctrina materialista de la historia en la concepción, las más de las veces fantástica y demasiado genérica, de la evolución universal, ya reducida por muchos a nueva metáfora de novela metafísica, o sea, buscan en tal doctrina un derivado del darwinismo, que solo en cierto modo, pero en sentido bastante lato, es un caso análogo a ella, o favorecen la alianza o el dominio de la filosofía positivista, la cual va de Comte, degenerador reaccionario del genial Saint-Simon, a Spencer, quintaesencia de burguesismo anémicamente anárquico, lo que equivale decir, darnos a nosotros por aliados y protectores a nuestros declarados y resueltos adversarios.

        Tal fuerza germinativa, tal clásica eficacia, tal compendiosa síntesis de muchas series y grupos de pensamientos en un escrito de tan pocas páginas5, son debidas a su origen.

        Dos alemanes fueron sus autores, pero no pusieron en él la sustancia ni la forma de opiniones personales, que en aquel tiempo sabían de ordinario a imprecación, a debate, a rencor en boca de los prófugos políticos o en la de aquellos que, como era su caso, abandonaban voluntariamente la patria para disfrutar en otra parte de aires más respirables. No introdujeron allí directamente la imagen de las condiciones de su país, que eran políticamente míseras, y socialmente, o sea, económicamente, solo en algunos comienzos y solo en ciertos puntos del territorio, comparables a las que ya en Francia y en Inglaterra eran y parecían modernas. Aportaron, en cambio, el pensamiento filosófico, por el cual solamente su patria se había situado y mantenido a la altura de la historia contemporánea; ese pensamiento filosófico que, precisamente en sus personas, sufría en aquel tiempo la notable transformación en virtud de la cual el materialismo, ya renovado por Feuerbach, combinándose con la dialéctica, tornábase capaz de abrazar y comprender el movimiento de la historia en sus causas más íntimas y hasta entonces inexploradas, por ser latentes y no fáciles de desentrañar. Comunistas y revolucionarios ambos, pero no por instinto ni por puro impulso o por pasión, habían elaborado casi toda una nueva crítica de la ciencia económica y habían comprendido el nexo y el significado histórico del movimiento proletario de aquende y allende el canal de la Mancha, o sea, de Francia e Inglaterra, aun antes de que fueran llamados a dictar en el Manifiesto el programa y la doctrina de la Liga de los comunistas. Ésta, con sede en Londres y notables ramificaciones en el continente, tenía tras sí un buen trecho de vida y desarrollo propio a través de diversas fases. De los dos, Engels autor desde hacía un algún tiempo de un ensayo crítico que, pasando por sobre toda corrección subjetiva y unilateral, por primera vez aparta objetivamente la crítica de la economía política de las antítesis inherentes a los enunciados y los conceptos de la economía misma, había conquistado fama después con un libro sobre las condiciones de los obreros ingleses, que es la primera tentativa lograda de representar los movimientos de la clase obrera como resultantes del juego mismo de las fuerzas y los medios de producción. El otro, Marx, tenía tras sí, en breve lapso de años, la experiencia de publicista radical en Alemania e igualmente la de publicista en París y Bruselas, la meditación casi madura de los primeros rudimentos de la concepción materialista de la historia, la crítica teóricamente victoriosa de los presupuestos y conclusiones de la doctrina de Proudhon, y la primera dilucidación precisa del origen de la plusvalía, de la compra y el uso de la fuerza-trabajo, esto es, el primer germen de las concepciones más tarde maduradas con ejemplos, referencias y detalles en El capital. Unidos ambos por muchas vías de comunicación a los revolucionarios de los diversos países de Europa, especialmente de Francia, Bélgica e Inglaterra, no compusieron el Manifiesto como ensayo de opinión personal, sino como la doctrina de un partido que, en su no amplio ámbito, era ya en el ánimo, en las intenciones y en la acción, la primera Internacional de los trabajadores.

        A partir de ahí comienza el socialismo estrictamente moderno. Aquí está la línea de delimitación de todo lo demás.
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(1) Este escrito no es una reconstrucción del Manifiesto, como si se quisiera adaptarlo a las presentes condiciones, ni yo hago aquí su análisis ni su comentario. Escribo, como dice el título, solamente en memoria.
(2) Hablo de esa forma que en el Manifiesto es llamada irónicamente socialismo verdadero, o sea, alemán. Ese párrafo, que es ininteligible para quien no esté práctico en la filosofía alemana de entonces, especialmente en algunas de sus formas de aguda degeneración, fue oportunamente omitido en la traducción española.
(3) Desde hace varios años –son ya ocho– en los cursos universitarios que titulo génesis del socialismo moderno, o historia general del socialismo, o acerca de la interpretación materialista de la historia, he tenido ocasión y tiempo para posesionarme de tal literatura y reducirla a una cierta evidencia perspectiva y sistemática. Cosa por sí misma difícil, sobre todo en Italia, donde no hay tradición de escuelas socialistas y donde la vida del partido es tan nueva, que no da por sí ejemplo instructivo de formación y proceso. Pero este ensayo no es la reproducción de ninguna de mis lecciones. Las lecciones no se pueden hacer con libros, ni publicando lecciones se hacen en verdad libros, en el sentido explícito y pleno de la palabra.
(4) Hay que insistir en la expresión de socialización democrática de los medios de producción, porque la otra de propiedad colectiva, además de contener un cierto error teórico, ya que cambia el exponente jurídico por el hecho real económico, en la mente de muchos se confunde, además, con el incremento de los monopolios, con la creciente estatización de los servicios públicos y con todas las otras fantasmagorías del renaciente socialismo de estado, cuyo secreto es aumentar en manos de las clases opresoras los medios económicos de la opresión.
(5) Veintitrés páginas en octavo en la edición original, Londres, febrero de 1848, que debo a la inapreciable cortesía de Engels. Digo aquí de paso que he vencido la tentación de añadir a este escrito notas bibliográficas o de literatura, o referencias y citas, porque, al hacerlo, habría salido un ensayo de erudición o hasta un libro en vez de un opúsculo. Pero el lector me creerá bajo palabra que en estas palabras no hay alusión o segunda intención que se refiera a fuentes y hechos concernientes al sujeto, y aun a la totalidad de las fuentes y los hechos.
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(*) Se publica solo un extracto del texto completo.

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