(Duodécima Parte)
Julio Carmona
2.2 Anarquismo/aprismo,
marxismo, Stalin y Trotsky
a.
Anarquismo/aprismo
En la p. 41, se habla de las últimas
décadas del siglo XIX y MB dice: «Según Pepe Corso, que ha estudiado la época
(sic: aquí debió cerrar coma explicativa) ya por esos años en el movimiento
obrero internacional se habían separado, de manera definitiva, las corrientes
socialistas marxistas de las corrientes anarquistas». Y es preciso preguntar:
en aquella época, últimas décadas del siglo XIX ¿había varias corrientes
«socialistas marxistas»? Lo que debía haberse dicho es: ‘se había separado la
corriente socialista marxista de la corriente anarquista’. Porque por aquella
época el marxismo libraba sus primeras batallas sin Marx. Y el primer
revisionismo de los Bernstein y los Kautski todavía no se manifestaba. La
primera Internacional Comunista fue fundada por Carlos Marx y Federico Engels,
en Londres, en 1864, y por primera vez en la historia agrupaba a los
trabajadores de distintos países, bajo la denominación de Asociación
Internacional de los Trabajadores. Tras la desaparición de esta Primera
Internacional, en 1876, Federico Engels promovió la creación de la Segunda
Internacional, creada en París, en 1889, y agrupó a los partidos socialistas,
socialdemócratas y laboristas. Con el comienzo de la Primera Guerra Mundial,
1914-1918, se produce la fractura de la Segunda Internacional entre los
socialistas reformistas y los revolucionarios, pues los primeros apoyaron a sus
respectivos gobiernos nacionales al declarar la guerra, y los segundos se
opusieron por completo a la misma. Y el error aquí señalado es corroborado por
la misma novela en la p. 62, en que, hablando de la mujer de Ramiro Fiol, se
dice que a ella «Luego la puso en contacto con el grupo anarquista…», si —como
se dice en la cita precedente— hubo varios grupos (o corrientes) anarquistas,
entonces debió decir: ‘con uno de los grupos’, o ‘con su grupo’, pero no «con
el grupo anarquista». En la misma cita de la p. 62, agrega: «Años después el
grupo se dividió entre los que siguieron a los socialistas de Mariátegui y los
que se inscribieron en el partido de Haya de la Torre.» Y esto confirma lo
dicho: si el partido de Haya no era considerado socialista ni marxista, ¿de qué
otro grupo socialista marxista se podía hablar para usar el plural? Y lo mismo
debe aplicarse al anarquismo.
Hay citas profusas acerca del anarquismo
más extremo (p. 41: mención de los fundadores del anarquismo europeo y de sus
obras), lo cual se explica — como ya adelantáramos en el apartado precedente—
como un juego de espejos en relación con Sendero. En la p. 42 utiliza una
expresión sugerente: «predicaban “la propaganda a través de los hechos”.» (Lo
de esta prédica se repite en la p. 48). Pero en la p. 42 continúa: «En Milán en
que irrumpió la Policía a los talleres de Estrella Negra mientras se componía
para el semanario La Plebe un artículo en que se defendía la legitimidad del
atentado contra el zar, y el derecho que tiene el pueblo de usar la pistola y
las bombas contra explotadores y tiranos, aunque con ello tuviera que inmolarse
por la causa libertaria». Por eso se explica que, en la p. 46, diga que César
Lévano (recalcitrante revisionista y defensor de la línea de la «coexistencia
pacífica» impulsada por Kruschev en el XX y XXII congresos del PCUS, para
oponerse a la línea revolucionaria a través de la lucha armada133)
«se mostró muy reservado en relación con la personalidad política de Ramiro
Fiol (…) se puede afirmar que el Gran Viejo fue un radical, vamos, un
extremista.» Y, más adelante, agrega: «Ramiro Garibaldi Fiol, en cambio, era un doctrinario que se convirtió en
apologista de las posiciones más extremas del anarquismo. No era todavía el
tiempo —decía en un artículo— de hablar del “amor a la Humanidad”; era el
tiempo de la destrucción de los dos grandes enemigos del pueblo: el Estado y la
Iglesia, del aniquilamiento de los tiranos y dictadores y de los grandes dueños
del capital. Y para ello era necesaria la formación de minorías dispuestas a
inmolar sus vidas, guiándose por el “Catecismo revolucionario”, panfleto que
escribió Bakunin bajo el influjo y fascinación que ejerció el tenebroso
anarcoterrorista Sergei Nechaev.» Aquí hay que hacer una acotación: la palabra
«anarcoterrorista» es redundante, porque el terrorismo era el único medio de
lucha de los anarquistas; por ello debe tomarse como una crítica a Sendero,
pues, al parecer, el paralelo, el juego de espejos, conduce a ello cuando a esa
expresión pleonástica, anarcoterrorista, se le adjunta el adjetivo «tenebroso».
En la p. 82 se dice que Errico (sic)
Malatesta134 «había sido uno de los autores que condujo a mi abuelo
del anarcosindicalismo al anarcocomunismo»; al parecer, no existe esta última
denominación, porque el anarquismo siempre estuvo enfrentado al comunismo.
Inclusive, en la p. 121 se dice lo siguiente: que el abuelo de TF «una vez a la
semana, suspendía las labores» (en su imprenta) «para explicarles la doctrina
anarquista y lo que la diferenciaba de la doctrina socialcomunista.»
(Obviamente, este último término, «socialcomunista», tampoco tiene
justificación, debió hablarse simplemente de «doctrina comunista»). Esto
confirma la sospecha de que en la novela se ha «inventado» el término para
equipararlo con Sendero Luminoso, de manera subliminal.
En la p. 125 leemos que «Miraval estaba
de acuerdo con los atentados, “con los hechos como propaganda”, siempre y
cuando se hiciera (sic: hicieran) dentro de una organización partidaria
revolucionaria que tiene metas claras de cómo llegar al poder, no como
pretendían los anarquistas, que propugnaban los actos terroristas por los actos
mismos y desdeñaban toda organización y disciplina porque en el fondo el credo
anarquista era una utopía que exaltaba el individualismo.»
En la p. 218 se resalta «la naturaleza
de la guerra de Sendero —ataques terroristas sin grandes batallas con empleo
sostenido de artillería—», pero en esa «precisión» hay una ambigüedad, pues
pareciera decir que esos ataques se hacían «sin grandes batallas», pero sí «con
empleo sostenido de artillería»; de haber querido decir lo contrario, también
debió decir: ‘y sin empleo sostenido de artillería’. Pero llega a esa
conclusión luego de ver a un sujeto correr en Ayacucho luego de infringir el
toque de queda; y, entonces, si no ha tenido otra opción de verificar ese dato,
ha debido precisar que esa es una información obtenida de la prensa o de otro
medio (analistas políticos, llamados senderólogos), aunque, al parecer, es la
mentira o el embuste la práctica de este «reportero de guerra», pues dice haber
tomado fotografías, pero dice que: «No era gran cosa lo que yo había obtenido
ni sería una foto notable, pero por lo menos sería un signo de que Huamanga
vivía en tiempos de guerra.» Esa visión de la guerra de SL: «ataques
terroristas sin grandes batallas con empleo sostenido de artillería» es
contradicha en la p. 227, cuando se dice: «… por las laderas de cerros que
estaban detrás del cerro de Acuchimay proliferaban los barrios formados por los
campesinos indígenas que habían huido de la guerra», pues da a entender que en
esas zonas de las que habían huido los campesinos indígenas sí se daba una
guerra sostenida con empleo de artillería (al menos, lanzamiento de cartuchos
de dinamita) o de enfrentamientos fugaces como suele ocurrir en los ataques
guerrilleros. Pero no, el «reportero de guerra» —sin ningún sustento de
investigación o confirmación de fuentes— dice que su foto —calificada por él
mismo de poco notable— sería «un signo de que Huamanga vivía en tiempos de
guerra.»
b.
marxismo
En la p. 85 se lee: «… volvamos a tu
pregunta sobre mis lecturas marxistas. No fui una gran estudiosa. Te digo, sin
embargo, que leí los textos fundamentales. Los textos canónicos, como los
llamaba Corso. Más que leerlos, los estudiábamos, en medio de ardientes
discusiones que podían terminar con la expulsión del que disentía de la
posición del partido.» La expresión de «canónicos» para referirse a los mismos
textos la usará MG en su libro de ensayos El
pacto con el diablo.135 Por lo demás, eso de ‘expulsar al que
disiente en discusiones de estudio’ es poco menos que una caricatura (más
antidialéctico no se puede ser). Por último, como dice Harold Bloom: «Esa
literatura, la canónica, que parece agonizar, es fundamental conocerla si
queremos aprender a oír, a ver, a pensar… A sentir…».136
En las pp. 372-377 se narra la lucha
entre dos líneas dentro del PC: la moscovita y la pekinesa. Y se pone a
Arancibia como el propulsor de una tercera, ultraizquierdista. Y TF atribuye
esa desviación a problemas psicológicos, que ejemplifica con los odios que
sentía por diversos personajes a los que el mismo Arancibia había hecho
referencia en sus pláticas con ella. Y es así que concluye diciéndole: «A todos
ellos detestaste y envidiaste. Porque todos, cada uno, en algún aspecto, te
excedían. Los sentías como muchachos u hombres más apuestos. Más viriles. Más
valientes. Más honestos. Es decir, considerabas que eran individuos moralmente
superiores a ti.» Y en ese balance, deja de lado el análisis decisivo que es la
extracción de clase o la ideología de clase, de las cuales el factor
psicológico es consecuencia y no causa, como, erróneamente, los llega a
catalogar TF. Al extremo de que cuando reconoce que «Lo más interesante de los
argumentos de Cantuarias (o Kymper) es que [aquí falta una coma] más allá de
las cuestiones personales —incluida la intriga que Abel había montado contra
él—, había cuestiones de clase con una línea que, en última instancia, aspiraba
a mantener el viejo orden.» Sin embargo, pese a ese reconocimiento —repetimos—
TF, insiste en que: «Desde mi punto de vista, Cantuarias cometía un error en
minimizar el papel del individuo, en este caso, de la personalidad de Abel, que
a mí me parecía nefasta.» Y esto lo vuelve a plantear en la p. 376: «Sin
embargo, para serte franca, yo no me quedé totalmente satisfecha con el
análisis que Kymper hizo de tu papel con su énfasis en el carácter de clase de
todos tus vaivenes políticos.» Y Arancibia le retruca: «¡Debiste rectificarlo,
muñeca!», a lo que ella dice: «Tuve que reprimirme (…) porque no quería caer en
lo personal y desviar el carácter eminentemente político de la denuncia de
Kymper. No quería incurrir en el moralismo, ni en el psicologismo, lo cual te
hubiera salvado, ya que te habrías convertido en un caso patológico y, por lo
tanto, en un irresponsable de tus actos.» Por eso, lo comprobable es que la
participación de TF en esa controversia partidaria es de insidia o incitación
pero no de acción o aporte ideológico, porque como lo demuestra su propia
declaración, en esos temas es una nulidad.
En la novela nos parece detectar una
especie de ataque o devaluación del socialismo, aun cuando la diga el narrador,
MB, que además coincide con otras declaraciones similares del autor. MB que ha
conocido al personaje César Arias, y sabe de su «entrega» al socialismo, se
pregunta: «¿Es que todavía existen sujetos así en la vida? ¿Qué bicho raro es
este? Y si yo, un hombre de treinta y cuatro años, pienso así, ¿qué pensará la
generación que viene detrás ahora que el socialismo había colapsado en el
mundo? ¡Pobre Arias Sotomayor! Lo verían como un animal prehistórico perdido en
las ciudades del siglo XX.» (pp. 387-388). Y la réplica se impone: ¿es el
socialismo el que colapsó o fue el estado burocrático copado por la ideología
burguesa después de la revolución? En una novela favorable al socialismo,
¿interesa conocer las opiniones de un narrador reaccionario que piensa así, sin
que sus personajes planteen —indirectamente— una visión divergente de la suya?
Es más, nótese que al tipo entregado a la idea de construir el socialismo, se
lo presenta como «sujetos así», «bicho raro», «animal prehistórico»; pero el
narrador reaccionario sí se llama «hombre». Y eso lo dice a pesar de que
recuerda una referencia encomiástica de Arias por parte de Pepe Corso, dice: «…
yo no podía dejar de pensar en lo que me dijera Pepe Corso en el sentido de que
los jóvenes de su tiempo veían en César Arias (como vieron en Kymper y Lobatón)
al líder del PCP que haría la revolución por los caminos del
marxismo-leninismo» (p. 389). Y en la p. 396, MB vuelve a hablar ya no del
colapso del socialismo, sino del comunismo: «Tuve el deseo maligno de
preguntarle [a Arias] si todavía tenía sentido ser un comunista después del
colapso del sistema en el mundo.» Y es, pues, un dislate mayúsculo pues no es
lo mismo socialismo que comunismo, y si ya hemos dicho que es un despropósito
hablar de «colapso de socialismo», hacer lo mismo respecto del comunismo es una
estupidez.
c.
Stalin y Trotski
En la p. 25, dice TF: «Yo era la única
chica rodeada de cinco chicos más y polemizaba con uno de ellos sobre las
revelaciones de Kruschev, en el XIX Congreso del PECUS (triple sic) en relación
con Stalin». No fue en el XIX sino en el XX y XXII Congresos del PCUS. Y, por
lo demás, no fueron «revelaciones» sino traiciones e infundios de Kruschev, es
decir, las «acusaciones» y «críticas» a Stalin fueron pretextos para modificar
la línea de la revolución rusa planteada por Lenin y continuada por Stalin, y,
a partir de ahí, empezó el retroceso para regresar al capitalismo, lo cual se
perpetró en la década del ochenta del siglo XX, de lo cual son responsables
Kruschev, Breznev y Gorbachov.137
Sobre este tema de la «especulación
política», en términos generales, hay que añadir aquí que se da también en la
novela, y en el caso de Stalin se le da igual tratamiento, sin un desmentido
categórico. Y más bien se busca reivindicar la imagen de Trotski, y es algo que
al parecer ya forma parte del ideario de MG. En La invención novelesca, dice: «… en esos años en los ambientes
universitarios donde contendían diversos grupos de izquierda, era cosa muy
común acusar de soplones o agentes de la CIA a los adversarios ideológico
políticos, empezando, desde luego, por los trotskistas» (p. 34). Y en la novela
Una pasión latina (2011), dice: «Ni
Lenin ni Trotsky eran sus verdaderos nombres. Stalin tenía el horrendo apellido
de Yugachvili» (p. 46). En principio, se debe precisar que el apellido de
Stalin —en varios diccionarios— es: Dugashvili, y, por otro lado, en la p. 47
de la misma novela se lee lo siguiente: «En la Biblioteca Nacional leyó todo lo
que pudo encontrar sobre el asesinato de Lev Davidovich Trotsky, perteneciente
al linaje judío de los Bronstein»; pero, en este caso, el apellido de Trotsky
no le parece «horrendo», y más bien se solaza en destacar su «linaje judío».
La misma TF dice, en la p. 85: «Una vez
en mi círculo estudiamos durante más de un mes las tesis de Trotski sobre la
revolución permanente. Claro las estudiamos a la luz de la crítica de Stalin.
Porque nosotros éramos estalinistas y a los trotskistas había que aplastarlos
como cucarachas. Por eso fui severamente criticada por tener amigos
trotskistas.» En el desarrollo de la novela no se especifica quiénes son esos
amigos, y del único que se dirá estuvo de paso por el trotskismo es de Raúl
Arancibia, quien, propiamente, no era su amigo, sino su amante, o sea que las
críticas a que alude no se las hicieron por su «amistad» con él, sino por la
depravación que llevaba aparejada, más aun si en ese momento él estaba en el
mismo partido de donde provenían las críticas.
En la p. 124 se menciona a un personaje
ripioso de apellido Calvo, de quien se dice que «… se orientaba hacia el
socialismo y defendía la figura de Stalin, no obstante que El Comercio y La prensa
comenzaban a denunciar los juicios secretos de Moscú, que eran, afirmaban,
farsas siniestras, mediante las cuales Stalin iba eliminando a sus opositores.»
Ese personaje de apellido Calvo no vuelve a aparecer más. Y las acusaciones a
Stalin quedan sin ser controvertidas, o sea que son admitidas como válidas, a
pesar de que provienen de dos periódicos reaccionarios, de extrema derecha.
Es decir, hay una crítica sesgada
respecto de la figura de Stalin, lo cual constituye un ingrediente maniqueo;
por ejemplo, en la p. 129: Pablo Fiol, siendo aprista, discute con un
comunista, y ante las duras críticas del último a las actitudes y posiciones
apristas, Fiol pregunta: «¿Con qué derecho moral hablaba? ¿Qué podía decirle de
los crímenes de Stalin?» Y en la p. 159: «Después le dijo que la lógica de
Hitler se fundaba en la lógica de Yavé. “¿Y qué me dices de la lógica de
Stalin?”, acotó Bracamonte que como buen aprista por esos años era enemigo
irreconciliable de los comunistas.»
En la p. 170, se lee lo siguiente: «Nada
se sabía de la dictadura de Stalin que acabó con la oposición enfrentando a una
facción con otra. Todavía no se sabía (…) de los fusilamientos de Zioviev (sic)
y Bujarin y faltaban algunos años para que Ramón Mercader, por orden de Stalin,
asesinara a punta de hachazos a Trostky (sic).» Están mal escritos los nombres
de Zinoviev y de Trotski. De este último, en la p. 294 sí se escribe
correctamente. Por otro lado, eso de «por orden de Stalin» es algo que no está
probado, solo es producto de la especulación, y repetirlo así, al desgaire, es
poco menos que una felonía. Es frecuente encontrar este tipo de escarnios en
autores decididamente reaccionarios, como es el caso de Katherine Neville,
quien dice:
¿Por
qué la había llevado a Rusia, una tierra de la que aún conservaba tantos
recuerdos amargos de su pasado? ¿Acaso no había sido testigo de la destrucción
de su propia familia durante el régimen de Stalin, en plena noche, siendo él
apenas un niño?138
En la p. 193 se lee: «… Rulo [Arancibia]
comprendió que a veces es necesario compartir el poder haciendo concesiones y
estableciendo alianzas temporales, mientras se daban las condiciones para
recuperar el mando absoluto.» (Al parecer aquí hay una alusión al pacto de
Trotski con los alemanes, conocido como el Pacto de Brest Litovsk durante la
primera guerra mundial139, y que en otro momento de la novela, p.
295, se lo atribuye solo a Stalin, o sea, en la segunda guerra140).
Es decir, en dicha página (295) se lee
lo siguiente por parte de TF: «Después del asesinato de León Davidovich, el
principal cargo que se le hacía a Stalin era la firma del tratado
nazi-soviético, a cargo de los cancilleres Ribbentrop-Molotov, que causó estupor
entre los militantes de la Tercera Internacional y desencadenó la renuncia de
los intelectuales comunistas y los simpatizantes y amigos de la Revolución de
octubre, los más débiles de los cuales se precipitaron a la charca del
decadentismo nihilista. ¡Cuántas veces no habré escuchado entre los trotskos
que conocí en San Marcos este mismo rollo! Y seguramente tú, Morgan, aunque
eres de una generación más reciente, debes haber escuchado alguna vez estas
letanías trotskistas.» En principio, debe precisarse que los trotskistas son
los menos indicados para hacer esa crítica, pues el mismo Trotski, en la
primera guerra mundial firmó con los mismos alemanes el pacto de Brest-Litovsk.
Y la parte final del párrafo constituye la única observación antitrotskista de TF;
y, por otro lado, queda en suspenso la respuesta de Morgan (que hubiera servido
para matizar el monólogo de TF).
Y el mismo narrador, MB, mete su cuchara
al respecto. En la p. 256 dice, refiriéndose a su padre: «(…) Y se despachaba
hablándome del peligro comunista, de las formas tenebrosas de las sociedades
que vivían detrás de la cortina de hierro, se demoraba contándome de los
crímenes de Stalin, de las purgas que había llevado a cabo contra sus mismos
camaradas de lucha, me habló por supuesto del asesinato de Trostky (sic), del
terror y los campos de concentración estalinistas y terminaba despotricando
contra Castro, que había convertido a Cuba en una base militar del poder
moscovita… Yo no descartaba que en lo que me decía el viejo Scott hubiera un
fondo de verdad, pero bastaba escucharlo de sus labios para que en mí naciera
no diré que simpatía ¡ni mucho menos! por el comunismo, pero sí el deseo de
investigar las luchas internas, las pugnas estalinistas, el papel de Stalin en
la Segunda Guerra Mundial, el asesinato de Trotsky.»
(Cursiva mía, para resaltar la forma correcta que difiere de las anteriores,
incorrectas, aunque lo común es usar una «i» latina, al final).
Otra mención a Trotski se ve en la p.
294: «¿Cómo, se preguntaba, Riofrío había conquistado la confianza absoluta de
Natacha Sadova, viuda no solo (sic) de León Davidovich Trotski, sino de Zina,
Lyova y Sergei, sus tres hijos suicidados o muertos a causa de la persecución
estalinista?» El signo “sic” resalta que la expresión «no solo» ha debido ir
delante de Natacha Sadova, porque al ir después de Natacha Sadova —como ocurre
en el original— se entiende que esta no solo fue viuda de Trotski, sino de
Zina, Lyova y Sergei, etc.
En las pp. 294-295, se insiste en «la
persecución estalinista». Y se presenta a dos personajes que representan a
personas de la vida real, con nombres cambiados: Ismael Frías (Israel Riofrío),
Ricardo Napurí (Ludovico Ñaupari), señalando al primero como homosexual, y al
segundo como muy parecido a Tyron Power de quien se dice que también «era una
loca arrebatada».141 Y, en realidad, es el mismo mecanismo usado por
Mario Vargas Llosa para devaluar la calidad revolucionaria de los personajes
que de manera ex profesa busca desacreditar, por eso, en la p. 379 de CTF, se
busca justificar a Vargas Llosa, de la siguiente manera:
«De
Vargas Llosa me recomendaron leer Historia
de Mayta. Es un libro que detesta Muriel (como lo detesta, según he sabido,
toda la izquierda peruana), pues según ella, a través de Mayta, el protagonista
del libro (presentado como un homosexual irredento), se difama y degrada a los
combatientes sociales y revolucionarios del Perú. A mí me pareció una novela
eficaz por su composición y Mayta, más allá de su condición de militante
trotskista, es un personaje literario logrado que me inspiró no exactamente
simpatía pero sí piedad humana.»142
En primer lugar, se puede exigir que
debe explicarse por qué Muriel lo detesta, porque en ningún momento del libro
se dice de ella, ni siquiera se insinúa, que sea un personaje de izquierda (y
una golondrina no hace verano); en segundo lugar, la expresión «homosexual
irredento» obliga a pensar de que sí existen «homosexuales redimidos», es
decir, que se hayan «arrepentido», y, por tanto, que hayan dejado de serlo; en
tercer lugar, y sin esclarecer o retrucar la idea de que con la presentación
del personaje homosexual lo que se busca es degradar al revolucionario, pasa al
tema del trotskismo del mismo personaje, y dice: «más allá de su condición de
militante trotskista», cuando eso no está en discusión, porque justamente se
está reconociendo su condición de revolucionario (al margen de su posición
trotskista), la misma que es devaluada o degradada cuando se dice que es
homosexual; pero, después de esos desvíos, la discusión es llevada al ámbito
puramente literario: «a mí me pareció una novela eficaz por su composición y
Mayta (…) es un personaje literario logrado que me inspiró no exactamente
simpatía pero sí piedad humana.» Es decir, el narrador impone: quedémonos en lo
literario, no vayamos a lo político, si podemos avanzar al tema de la
homosexualidad, pues digamos que, por ello, lo máximo que podemos decir es que
nos causa si no simpatía al menos sí «piedad humana»; en definitiva, quien no
lo acepta como homosexual es alguien que no tiene ni siquiera piedad humana, y
simplemente lo está rechazando por un prurito puramente político. Y, así, no se
ha deslindado el problema inicial atribuido a la izquierda peruana, a la que se
asocia con Muriel, quien —repetimos— en toda la novela no se hace que destaque
como izquierdista. Y esta actitud del narrador (MB) resulta contradictoria,
pues en otro momento toca el mismo tema al referirse al personaje Riofrío, p.
294, de quien se dice: «… era maricón, un homosexual que se le había insinuado
a Arancibia, mientras comentaba el libro del mártir Historia de la Revolución de octubre.» [Obviamente se refiere a
Trotski, pero ha debido ir una coma después de «mártir»]. Y agrega: «…
Arancibia llegó a sentir desprecio y asco por Israel, pues según él un
revolucionario auténtico tenía que ser un sujeto moralmente sano, normal,
equilibrado, no un marica, un afeminado, que proyectaba el caos interior que
era su vida a la organización partidaria, sin contar que un sujeto de esta
ralea podía estar expuesto al chantaje y ser potencialmente un traidor para
satisfacer sus oscuras pulsiones.» Y la contradicción del narrador es que debió
hacer el deslinde con su opinión sobre Mayta, porque en este caso la
manipulación corresponde a Vargas Llosa, que presenta al revolucionario y lo
devalúa cuando trata de seducir a un joven revolucionario al pedirle que lo
deje chuparle el pene, y, peor aun, cuando hace que ese joven acepte dicho
acto. Esta manipulación del acto homosexual aplicado a dos personajes
literarios, revolucionarios, no es un simple evento ocurrido entre dos personas
comunes y corrientes, y al presentarlo así —y en un medio como el nuestro, en
el que el homosexualismo es un tema tabú, prohibido— la intención es devaluar y
degradar al revolucionario en el imaginario de la sociedad peruana.143
Entonces, repetimos, el narrador debió hacer el deslinde al momento de emitir
su opinión (p. 379) sobre el personaje literario, Mayta. Pero, por otro lado,
cuando se censura al «político homosexual» (al tratar del personaje Riofrío),
hay también otra contradicción (aun cuando la referencia la está haciendo TF),
pues ella dice que la reacción de Arancibia en relación con la homosexualidad
de Riofrío es de rechazo; pero después en la novela se nos dirá que Arancibia
realiza prácticas homosexuales. En la p. 352, se lee que TF «… se dirigió al
departamento del jirón Huancavelica» (casa de Arancibia). «Sentía oscuros
temores y deseos de venganza. Dudó unos instantes al llegar a la casa. Luego
introdujo su propia llave en la chapa y abrió la puerta. Entonces le dio un
vuelco en el corazón cuando descubrió a Arancibia teniendo sexo con un hombre.
Sería morboso, dijo Emperatriz, que te describiera el cuadro que vio Tamara.
Pero lo más espantoso, y sin embargo no la sorprendió demasiado, fue que
Arancibia la recibió con su risa cínica, invitándola para formar un trío.»144
¿Cómo se explica que TF le hablara del «desprecio y asco» que sintió Arancibia
por la insinuación de Riofrío si ella ya lo había descubierto en un acto
homosexual (pues ella está contando su relación con él, pero cuando ya está
muerto)?; ella debió aclarar entonces que no le creyó a Arancibia su «perorata
moralista». Perorata moralista que también es desfasada porque, si bien la
crítica a la novela de Mayta censura la mezcla de política y homosexualidad
(por las razones ya expuestas), no es que esto se esté trasladando de manera
cuadriculada a la vida real, porque el homosexual en esta, en la vida real,
puede actuar como político con toda validez. No en vano decía Platón que
quienes mejor se desenvolvían en la política eran los homosexuales145,
sin que esto quiera decir que todos los políticos lo sean ni que todos los
homosexuales sean políticos. Son circunstancias decisivas que no se convierten
en antagónicas, y bien pueden conciliarse.
También TF dice, en la p. 295: «Recuerdo
que en ese momento se me ocurrió preguntarle cómo, estando tan comprometido con
el trotskismo, se produjo su acercamiento al PCP, que, pese a las denuncias de
Kruschev, seguía rindiendo culto a Stalin» (…) «En las reuniones de célula, se
empezaba con una suerte de ritual evocando el alevoso asesinato del profeta y
fustigando las traiciones y crímenes de Stalin.» Destaquemos de esa cita dos
expresiones: «Las denuncias de Kruschev» y «las traiciones y crímenes de
Stalin», que en realidad no son otra cosa que reflejos del cambio ideológico
del autor, MG146, quien no pierde ocasión para zaherir a Stalin,
aunque no venga al caso; por ejemplo, comentando la novela de Milan Kundera,
dice: «En la novela, el ensayo (…) tiene un carácter irónico, lúdico y
conjetural.» Y pone el siguiente ejemplo: «y… la anécdota narrativa del
capítulo “La Gran Marcha”, de La
insoportable levedad del ser se desarrolla en contrapunto con una reflexión
ensayística sobre el kitsch, que a su
vez empieza con una reflexión sobre la mierda a propósito de la muerte del hijo
de Stalin en un campo de concentración nazi.» (LIN: 218). Desde su nueva
concepción (ideológica) MG, haciéndose eco de la postmoderna (ideología)
«muerte de las ideologías», nos quiere convencer de la misma con la «autoridad»
de Milan Kundera; pero, ¿acaso la obra de Milan Kundera no responde también a
una determinada ideología? Si fuera así, si dicho autor fuera, en verdad, un
ser desideologizado, tendría que ser infalible o, por lo menos, muy preciso en
sus términos para que estos dejaran de ser controvertibles. Pero, en efecto, MK
refiere la anécdota (¿real, ficticia?) de que hallándose el hijo de Stalin, en
calidad de prisionero, en un campo de concentración nazi y en el mismo
alojamiento que otros prisioneros ingleses estos le recriminaron su costumbre
de dejar sucio el retrete donde defecaba, limpieza que él se negaba a realizar;
y tanto lo presionaron que no le quedó otra cosa que lanzarse contra la
alambrada electrificada que rodeaba al campo de concentración. Y, a partir de
esa anécdota, MK desarrolla su hipótesis de la «levedad del ser», y dice: «Si
la reprobación» (los ingleses) «y el privilegio» (hijo de Stalin) «son lo
mismo, si no hay diferencia entre la elevación y la bajeza, si el hijo de Dios»
(y lo es el de Stalin, según MK) «puede ser juzgado por cuestiones de mierda,
la existencia humana pierde sus dimensiones y se vuelve insoportablemente leve.
En ese momento el hijo de Stalin echa a correr hasta los alambres
electrificados para lanzar sobre ellos su cuerpo como sobre el platillo de una balanza
que cuelga lamentablemente en lo alto, elevado por la infinita levedad de un
mundo que ha perdido sus dimensiones» (A-1993: 246-247). Obviamente, esa
comparación de MK sobre el ‘dios Stalin y su hijo’ hace que pierda credibilidad
su anécdota, pues con ese «máximo poder», simplemente, él se hubiera eximido de
ir a la guerra. Pero hay más, porque a continuación MK alude a una especulación
silogística que trata de demostrar lo cuestionable de la existencia de dios,
pues dice que de niño observó una iconografía de Dios, correspondiente a «un
anciano (que), tenía ojos, nariz, una larga barba y yo me decía que, si tenía
boca, debía comer. Y si come, también tenía que tener tripas. Pero aquella idea
me asustaba porque, aunque era hijo de una familia más bien no creyente, sentía
que la idea de las tripas de Dios era una blasfemia.» Y agrega: «Sin ningún
tipo de preparación teológica, espontáneamente, comprendí desde niño la
incompatibilidad entre la mierda y Dios y, de ahí, cuán dudosa resulta la tesis
básica de la antropología cristiana según la cual el hombre fue creado a imagen
y semejanza de Dios. Una de dos: o el hombre fue creado a semejanza de Dios y
entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se
le parece» (p. 247). Y lo especulado por MK es controvertible (y lo digo sin
ánimo de congraciarme con el cristianismo ni con ninguna doctrina religiosa,
ateo como soy), porque el decir «el hombre fue creado a semejanza de Dios», no
quiere decir que sea «igual a Dios», en ese punto de quiebre (semejanza e
igualdad) está la diferencia, pues, de ser lo contrario (igual a Dios), no solo
se reclamase el hecho de que tenga tripas sino también su inmenso poder. Y así
como el hombre no tiene el inmenso poder de Dios (según los creyentes), este
tampoco tiene la boca para comer, pues, por lo demás, el hombre mismo no usa la
boca solo para comer, también la usa para hablar y esto es lo que más hace,
incluyendo al mismo MK.
En la p. 294, refiriéndose a Arancibia,
TF dice que entre los trotskistas y en relación con la «llamada Cuarta
Internacional (…) llevó a otros a retomar su pureza (de esta forma se
expresaban ellos, me aseguró Arancibia) el legado de Trotski, el profeta
asesinado, como base para una Quinta Internacional. Salvo algunos pocos
farsantes, la mayoría eran tipos moralmente superiores y abnegados como, según
revelación propia, nunca llegaría (sic: a) ser él, poseídos por una sola idea
capaces de llevarla a la práctica hasta la propia inmolación, lo que me hizo
recordar, belleza, a mi gran abuelo don Ramiro Garibaldi Fiol y a los anarquistas que postulaban la propaganda por
los hechos…» Esta cita confirma lo dicho: que se está usando tanto al
trotskismo como al anarquismo (y de paso también al aprismo) para —como juego
de espejos— ilustrar la «mística senderista», nada más que en esa «propia
inmolación» de los trotskistas, la historia política no conserva ningún caso
que la ilustre.
En la p. 170 se insiste en el asesinato
de Trotski: «… faltaban algunos años para que Ramón Mercader, por orden de
Stalin, asesinara a punta de hachazos a Trostky (sic).» Y he aquí que se da la
‘situación política límite’ a que ya hemos hecho referencia. Es decir, esa
aseveración de que fue Stalin quien dio la orden de matar a Trotski es algo que
la historia no ha comprobado, y que solo los trotskistas y el imperialismo se
encargan de promocionar hasta el cansancio. Y en CTF la satanización de Stalin
es profusa, sin que exista ese contrapeso alertado. Solo en una oportunidad,
Raúl Arancibia, afirma haber sido él quien se atrevió a contradecir los ataques
a Stalin y dice que eso le costó «su expulsión de las filas del trotskismo.»
Situación que se da en la p. 296: «Sin duda —comentó él— el pacto
nazi-soviético fue una movida arriesgadísima, antinatural, maquiavélica,
cínica, sangrienta, genocida, y todo lo que ustedes quieran, de Stalin, pero
¿no creían que con ello desbarató los planes de Inglaterra, Francia y Estados
Unidos, que querían empujar a Hitler contra la Unión Soviética, cuando ésta
todavía estaba desarmada? En cambio con el Pacto, Stalin ganó tiempo, un tiempo
precioso, de vida o muerte, mientras desarrollaba su industria pesada de
guerra, con cuyos tanques y artillería recién salidos de las fábricas, el
Ejército rojo en Stalingrado hizo morder el polvo de la derrota al ejército
hitlerista y salvó a Occidente y a la humanidad entera de la barbarie nazi.
Hubo un silencio prolongado, denso, espeso, que Arancibia dijo que casi se
podía cortar con un cuchillo. “¡Así que teníamos entre nosotros a un agente del
estalinismo!”, rompió el silencio Martorell, un catalán exaltado, al que siguió
Ludovico Ñaupari: “¡Estalinista miserable! ¡Te voy a estrangular!”.» Obsérvese
que la intervención de Arancibia, «favorable a Stalin», se da en un caso de
política internacional, con una previa y adversa adjetivación que casi minimiza
el encomio; pero no se dice nada respecto de las densas y exageradas menciones
negativas y criminalización de sus actos y/o decisiones internos. Y esta es una
situación que se da en una novela cuyo contexto tiene como principal
protagonista (aunque en ausencia) a Sendero Luminoso que contaba entre sus
paradigmas ideológicos, precisamente, a Stalin. Y esto último no se deja
entrever en ningún momento. Y, más bien, la figura de Trotski, también
profusamente señalada, resulta puesta de relieve, incluso desde la perspectiva
estética de sus escritos. Veamos: «Al día siguiente [de la expulsión de
Arancibia], compró de segunda mano Cuestiones
del leninismo [de Stalin], de la Editorial Claridad. Leyó al azar una
página y se dijo que Israel Riofrío tenía razón cuando afirmaba que quien
hubiese conocido la prosa brillante de Trotski no podía soportar el estilo
clerical, de catecismo, de Stalin. Y era verdad, corazón [interviene TF
dirigiéndose a Morgan], le pareció un libro elemental, escolástico, indigno de
una inteligencia cultivada, pero que tenía la virtud de la sencillez, de llegar
a las masas, señalándoles de manera indudable el camino que tenían que seguir»
(p. 296).
Y la intervención de TF es desconcertante
porque, en principio, da la impresión de que su expresión «era verdad,
corazón», tiene que ver con la situación de Arancibia, pero lo que se saca en
claro es que está coincidiendo con lo que él ha aseverado acerca del libro de
Stalin: «elemental, escolástico, indigno de una inteligencia cultivada». Sin
percatarse que Trotski con esa supuesta «bondad estética» nunca logró hacer lo
que Stalin: ser junto a Lenin en la revolución rusa, lo que Marx y Engels son
para el comunismo internacional: pensamientos complementarios. Y lo más
sorprendente es que de esa confrontación de dos estilos contrapuestos (el
estético y el pragmático) el primero resulta favorecido en la valoración,
coincidiendo con el mismo criterio que MG deja traslucir en sus últimos ensayos.
Inclusive esa admisión de los «crímenes de Stalin» es asumida —sin
restricciones— por MG en El pacto con el
diablo, ahí dice: «… se publicaron algunos libros memorables como La derrota de Fadeiev (que escribió
antes de convertirse en burócrata, lo cual lo llevó al suicidio después de la
muerte de Stalin) y sobre todo Caballería
roja, de Isaac Bábel (años después sería asesinado en una de las purgas
estalinistas)…» (pp. 363-364).
En la p. 302 hay otra evidencia de que
se trata de sublimar las cualidades de Sendero transfiriéndolas al anarquismo o
al trotskismo, incluso al aprismo. El personaje César Arias dice: «… los
trotskistas nunca llegarían al poder. Eran, ni más ni menos, como las fraternidades
anarquistas. Unos parias. Un puñado de ilusos sin sentido de la realidad. Los
revolucionarios auténticos son hombres de carne y hueso que no temen mancharse
las manos. Y Arancibia había reconocido entonces que, aunque no lo quería
admitir, pensamientos similares lo asaltaban cuando escuchaba a sujetos como
Isarel Riofrío, Martorel o Ñaupari.» Pero hay más, en la p. 358: Arancibia le
echa en cara a TF (sin que ella lo desmienta) su admiración por Trotski, dice:
«¿Conservarás por lo menos la biografía de Trotski, de Isaac Deutscher? ¡Cómo
te apasionó El profeta desterrado,
que leíste en nuestro nido de amor de la calle Huancavelica!» Es decir, a los
trotskistas esta novela Confesiones de
Tamara Fiol les habrá sabido como miel en hojuelas.
Y, a propósito de todas estas
incidencias en el tema de la política, MB se lamenta de su poca versación en
los temas del comunismo, especialmente «sobre las terribles luchas internas en
el mundo de la revolución comunista; por ejemplo, en la biblioteca de mi
universidad había leído sobre las luchas que siguieron a la muerte de Lenin en
que estaban implicados Trotsky, Zinóviev, Kamenev, Bujarin y Stalin, en el que
este último eliminó a sus rivales» (p. 371). Véase otra vez la acusación
difundida por los trotskistas y el imperialismo: Stalin fue el asesino
despiadado que eliminó a medio mundo. Pero la insidia se exacerba más, a pie
juntillas: «me parecían luchas feroces pero sobre todo absurdas» (¿las luchas
ideológicas —aun cuando acaben en ajusticiamientos— son absurdas?) Sin embargo,
sigue: «Cuando en algún momento Tamara Fiol, en el contexto del enfrentamiento
entre Abel (Arancibia) y Cantuarias (Kymper), habló del pasado trotskista de
Kruschev y su delación de sus antiguos camaradas para salvar el pellejo y
convertirse en el bufón de Stalin, admiré su conocimiento de algo que me
parecía tan remoto como las luchas internas en el PCUS», es decir, no puede ser
que a partir de una especulación casi chismográfica se salte a ponderar a TF
por su «conocimiento de (…) las luchas internas del PCUS», sobre estas luchas
no hay mayor incidencia (solo esa atribución al trotskismo de Kruschev que lo
lleva a convertirse en bufón de Stalin luego de traicionar a otros
trotskistas); o TF es una redomada mitómana o MB es un increíble pepelmas o MG
ha desbarrado políticamente de manera insospechada, porque —y esto es
insoslayable— el autor no es inimputable en relación con las opiniones
infelices de sus personajes.
________
(133)
No olvidar que esta línea revisionista tiene su origen en la fractura de la
Segunda Internacional, entre reformistas y revolucionarios.
(134)
Error en el nombre, no es «Errico» (como figura en el texto) sino Enrico.
(135) Y
tanto uno como otro términos (canónico, diablo) forman parte del léxico
teológico, cuyo uso MG pretende justificar en su libro de ensayos La invención novelesca. Primero dice que
se hizo ateo, pero — agrega— «ni siquiera en los años más febriles fui un ateo
militante, pues siempre tuve respeto por los sentimientos religiosos de los
demás» (p. 91), y hay que aclarar aquí que el ser un «ateo militante» no
implica fanatismo febril ni faltar el respeto a los creyentes, es, en todo
caso, un respeto a sí mismo, lo cual sí implica consecuencia y no hacer
concesiones a la ideología teísta, como eso de poner al «diablo» en el título
de un libro, y pretender la justificación de lo metafórico, dice MG: «Por eso
en mi desván retórico —temas, motivos, metáforas— las alusiones al universo de
la religión son considerables.» (Ibíd.).
(136)
“Harold Bloom: Canonizador”, en: Mediaisla,
Revista digital. 26-11-2011.
(137)
En el libro Polémica acerca de la línea
general del movimiento comunista internacional, posición del PCCH, Pekín,
Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1965, se lee lo siguiente: «… hay otros
problemas de interés común, tales como la crítica de Stalin y algunos
importantes problemas de principio concernientes al movimiento comunista
internacional, planteados en los XX y XXII Congresos del PCUS» (p. 55). Y más
adelante leemos: «El XX Congreso del PCUS fue el primer paso que dio la
dirección del PCUS por el camino del revisionismo» (p. 63). Y es un error que
se pudo evitar si el autor volvía a leer su texto antes de editarlo, porque él
pone el dato correcto en su libro La
cabeza y los pies de la dialéctica (2011): «… las obras de Alexander
Solzhenitsin responden, ideológica y políticamente, a las orientaciones dadas
por los XX y XXII Congresos del PCUS, a cuya cabeza se hallaba Kruschev» (p.
166).
(138)
Katherine Neville, El fuego,
Barcelona, Random House Mondadori, 2010. pp. 11-12.
(139)
El 3 de marzo de 1918, Trotsky, representando a la revolución rusa, firmó el
tratado de paz, en BrestLitovsk.
(140)
El Tratado de no agresión entre el Tercer Reich y la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, conocido coloquialmente como Pacto Ribbentrop-Molotov,
fue firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética en Moscú por los
ministros de Asuntos Exteriores de Alemania y la Unión Soviética, Joachim von
Ribbentrop y Viacheslav Molotov, respectivamente. El pacto se firmó el 23 de
agosto de 1939, poco antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial. Y en él se
incluían cláusulas de no agresión mutua, así como un compromiso para solucionar
pacíficamente las controversias entre ambas naciones.
(141)
Ese cambio de apellidos igual se hace con otros personajes (por ejemplo
Segisfredo Luza y su víctima Farez Wanus). Algo distinto se ve en la novela de
Arturo Pérez-Reverte, La Reyna del Sur,
en la que se menciona con su nombre al presidente de México ligado al
narcotráfico: «… transportaban en un solo viaje de ocho a doce toneladas con la
complicidad de la policía, el ministerio de Defensa y la propia presidencia del
Gobierno mejicano. Eran los tiempos felices de Carlos Salinas de Gortari, con
los narcos traficando a la sombra de Los Pinos…», (La reina del sur, 2011, USA: Santillana, p. 51); a pesar de que
esta novela es encomiada por el autor, MG, en El pacto con el diablo, «… deben tener cabida —dice— las aventuras
de Edmundo Dantés, una de cuyas reencarnaciones más recientes lo (sic: se
refiere a «una», ha debido decir «la») constituye la solitaria antiheroína
Teresa Mendoza de La reina del sur,
la última y apasionante novela de Arturo Pérez-Reverte» (A-2007: 168).
(142)
En un desencuentro con su narrador, el autor, MG, tiene otra opinión del libro
de Vargas, dice: «Las objeciones hechas aquí no invalidan la calidad
novelística de MVLl, pero sí cuestionan su humanismo y pueden incidir más
adelante negativamente en su obra. En este sentido Historia de Mayta es un aviso, la apertura hacia un sendero
laberíntico que podría convertirlo en un santón anticomunista, como un
personaje de sí mismo, justamente como el fanático Consejero» (Cf. El pacto con el diablo, B-2007: 303). Lo
cierto es que esta opinión corresponde al período de La generación del cincuenta, los años ochenta del siglo pasado, y,
al parecer, la opinión última del autor ahora coincide más con la de su
personaje narrador.
(143)
Es decir, no es que se esté en contra del tema «homosexualidad» (tan válido
como cualquier otro); se trata, sí «de convertir lo prohibido en
indispensable», y en este caso no lo es, sí es manipulable. Cf. Lucía
Etzebarria, En brazos de la mujer fetiche,
A-2007: 356. Sobre lo tabú, ver también: Marco Aurelio Denegri, Lexicografía, A-2011: 73-81.
(144) Y
en la página 362, en el diálogo que sostienen TF y Arancibia, este le dice:
«Omitiste decirle que cuando volviste a Lima y me encontraste en tan
comprometedora compañía, yo te invité para formar un trío que (sic: a lo que)
tú, finalmente, accediste. Lo recuerdas, ¿verdad?» 145 Aunque es pertinente
precisar que Platón hace una progresión a partir de los jóvenes que aman a los
de su propio sexo «y se complacen en acostarse y en enlazarse con ellos» y
agrega que «cuando llegan al término de su desarrollo, son los de tal condición
los únicos que resultan viriles en la política. Mas una vez que llegan a
adultos, aman a su vez a los mancebos, y si piensan en casarse y tener hijos,
no es por natural impulso, sino por obligación legal» (A-1982: 29).
(146)
Para quien, dígase de paso, «las ideologías en más de un sentido actuaron como
sustitutos de las religiones» (La
invención novelesca, 2008-a: 213). Y nótese que habla de las ideologías en
pasado, de lo que debe seguirse que al momento de escrita esa opinión ya no hay
ideologías y que esa misma opinión no lo es, y, obviamente, debe llegarse a
esta conclusión porque —en pocas líneas previas— ha comparado a la ideología
como un «horizonte utópico —de derecha o de izquierda» (Ibíd.).
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