(Primera Parte)
Howard Selsam
HAY UN FACTOR QUE PERMANECE CONSTANTE
entre la diversidad de ideales humanos y de conceptos éticos cambiantes. El
hombre es un animal moral y, en todas las sociedades y civilizaciones, creó
ideales de vida y juzgó las cosas y los hechos como buenos o malos según la
facilidad o la dificultad que estas cosas y hechos representaban para él al
tratarse de conseguir dichos ideales. Esta habilidad para crear un cuadro de lo
que él quiere ser y para ordenar y juzgar las cosas y los hechos de acuerdo con
un esquema, es lo que diferencia al hombre de otros animales, lo cual se ha
considerado como una prueba de que el ser humano posee algo independiente de su
cuerpo, una entidad inmaterial que hace de él un ser moral. Sin embargo, tal
creencia es tan gratuita como superflua, porque la moral de la conducta humana
viene a estar de acuerdo con su constitución y con su vida social. Criatura de
temores, de esperanzas y deseos, el hombre vive en un mundo que puede
desengañarlo, un mundo de duda e incertidumbre, que puede hacerlo triunfar o
fracasar en sus aspiraciones.
En
la misma forma que los juicios morales sobre el bien y el mal y sobre los
ideales cambian según las sociedades y difieren según las clases a que
pertenecen los hombres dentro de la misma sociedad, así también las teorías del
hombre cambian al tratarse de la naturaleza del bien. De esta forma surgen
diversos sistemas morales que entrañan diferentes teorías concernientes a la
naturaleza del bien y del mal y a las diferentes explicaciones de lo que hace a
una cosa buena o mala. No necesitamos estudiar aquí la historia del pensamiento
para saber esto; basta con mirar a nuestro alrededor y examinar la manera como
el hombre llega en realidad a sus ideas del bien y del mal. Si preguntamos, por
ejemplo, la razón por la cual un hombre no debe robar o mentir, se puede
obtener una gran variedad de respuestas. Se nos puede replicar que no se hacen
estas cosas “porque son malas”, o porque nuestra “conciencia” o “voz interior”
nos lo prohíbe. Esta es una evasión, no una respuesta, porque la pregunta
consiste en averiguar por qué son malas. Otra respuesta puede ser la siguiente:
No le conviene a uno mentir porque pueden atraparnos en falta y hacernos sufrir
las consecuencias.
Una
tercera respuesta sería la de que Dios prohíbe estas acciones y El es el que
determina lo que es el bien y el mal. Una cuarta respuesta podría replicar que,
a la larga, los intereses de uno mismo, la paz del espíritu o la felicidad
sufrirán a causa de tales actos. Una quinta respuesta asegurará que la sociedad
no puede funcionar como es debido si el hombre miente y roba, por lo cual estas
acciones son malas en razón de que son perjudiciales para la sociedad. También
se nos podrán dar otras respuestas, pero su análisis revelará que ellas no son
más que variaciones o combinaciones de una o varias de las respuestas
anteriores.
El
hacer juicios morales viene a ser una actividad constante del hombre, aunque,
por desgracia, la mayoría de las éticas tradicionales ha tendido a limitar la
moralidad a una simple cuestión de virtud y vicio, prescindiendo de los
aspectos más amplios de la vida humana. Pero, como el enciclopedista francés,
Helvetius, escribe: “La moralidad sólo es una ciencia frívola si no va
combinada con la política y la legislación”1. Y posteriormente
agrega: “El moralista hipócrita se reconoce fácilmente, por un lado, en la
indiferencia con que mira los vicios que desintegran imperios, y por otro lado,
en la cólera apasionada que le provocan los vicios privados”2. Los
problemas del sexo, por ejemplo, han ocupado un lugar desmedido en la moral
tradicional, oscureciendo las grandes cuestiones de la vida económica, social y
política del hombre. Esto se ha debido, en gran parte, al hecho de que, salvo
en los periodos de grandes trastornos, la moralidad tiende a limitarse –por
acción de la clase dominante– a cuestiones simple de virtud, como si ésta fuera
propiedad individual del hombre. Esta limitación ha servido como medio para
evitar el examen crítico de un sistema social teniendo en cuenta la forma en
que satisface las necesidades y los deseos de las masas humanas, o, en otras
palabras, teniendo en cuenta sus valores morales.
Volviendo
a la cuestión concerniente a los fundamentos de los juicios morales, examinemos
algunos problemas concretos antes de afrontar el estudio de los tipos
fundamentales de teoría moral. Si fuéramos a preguntar a las gentes por qué
razón creen que la democracia es buena o mala, oiríamos respuestas –ajustadas a
sus modos de ver la cuestión– parecidas a aquellas que hemos enumerado al
tratarse de saber por qué la mentira y el robo son malos. Se nos dirá, por
ejemplo: La democracia es buena, primero, porque la voluntad del pueblo es la
voluntad de Dios; segundo, porque es el único sistema que reconoce la suprema
dignidad del individuo; tercero, porque da a todos los hombres la posibilidad
de participar en la elaboración de las leyes que los gobiernan, hecho que viene
a afianzar grandemente al Estado; cuarto, porque en política viene a
representar el sistema ideal de la libre iniciativa comercial (lo cual
identifica, claro está, la democracia con el capitalismo); quinto, porque da a
las masas del pueblo el poder para resistir y luchar contra la explotación de
la minoría, hecho que las pone en las posibilidades de mejorar sus condiciones
materiales y espirituales.
En
forma parecida se nos contestará que la democracia es mala, primero, porque
“tal sistema no existió en Israel” (John Winthrop); segundo, porque es
contraria a la naturaleza, ya que implica el dominio de los bajos elementos de
la sociedad sobre los altos, de los ignorantes sobre los inteligentes. “El
pueblo rara vez juzga o rectamente” (Alejandro Hamilton, en la Convención
Constitucional de América del Norte); tercero, porque la democracia es lenta,
pesada e insuficiente; cuarto, porque solamente aquellos que tienen un interés
específico en conservar el status quo
pueden asegurar un buen gobierno (Hamilton en la misma Convención); quinto,
porque la democracia siempre está en peligro de ir a los extremos –el pueblo
tiende constantemente a abusar de su poder y legisla leyes en detrimento de los
intereses preestablecidos.
Claro
está que cada uno de estos dos sistemas de respuestas envuelve un juicio moral
relacionado con algún principio o con alguna medida del bien. Pero la ética
tradicional, preocupada siempre del concepto de la virtud, tiende siempre a
ignorar justamente este tipo fundamental de cuestión moral. Además, aparece
bien claro el hecho de que, no sólo las cuestiones morales ordinariamente
reconocidas, sino todos los problemas de la economía y de la política, vienen a
ser, en su verdadero sentido, un problema moral. La gloria más duradera de
Aristóteles y Platón se debe principalmente al hecho de que, a pesar de sus
inclinaciones clasistas y de los límites que le fueron impuestos por la
sociedad esclavista de Grecia, reconocieron que toda cuestión social y política
implica consideraciones primordiales relacionadas con el bien, y que, de este
modo, la política presupone un sistema de ética.
Cuando
el hombre aplica términos como el “bien”, “la justicia” y el “derecho”, a las
cosas, los actos o las situaciones, lo que quiere expresar es algo muy
diferente de lo que hace cuando emplea palabras como “grande”, “pequeño”,
“caliente”, “frío”, etc.; porque todos los términos del primer grupo implican
que las cosas o actos son como deseamos que sean, o, lo que viene a ser lo
mismo, que son como deben ser. Y los términos opuestos significan naturalmente
que las cosas no son como se desean o anhelan, es decir, que son como no
deberían ser. El quid de toda
cuestión de ética se encuentra en el terreno en que hace o debe hacer el
hombre esta clase de apreciación particular.
Esta
afirmación puede aparecer contraria a una tradición ética muy de actualidad,
que establece como su problema básico el origen o fuente de la obligación
moral.
Para
esta tradición, desde Kant a Propotkin, el problema de la ética era el
siguiente: ¿por qué el hombre debe actuar moralmente? ¿de dónde se deriva la
idea del deber? El hecho de que esto viene a ser una desviación del problema
aparece visible a partir del momento en que reconocemos que, en toda forma, el
hombre no pregunta por qué debe hacer lo que cree que es bueno y no lo que es
malo. Al llamar a algo bueno o malo quiere decir generalmente que lo haría o
que no lo haría. O, mejor aún, los hombres llaman bueno a algo que desean o que
quieren hacer. Y así, el problema no es saber por qué yo debo hacer el bien,
sino por qué razón debo yo juzgar que algo es bueno. En una palabra, ¿qué es lo
que puede determinar a los hombres a dar significado a la palabra bien?
Por
lo general, se reconoce que el hecho de expresar simplemente la manera cómo el
hombre juzga el bien o el mal, o las obligaciones morales, no pertenece a la
ética sino a la historia, a la sociología o la psicología. Estos estudios no
tienen por objeto entrar en el terreno de la discusión ética, ya que sólo
tratan de describir la manera cómo los hombres hacen sus juicios morales,
mientras que ética trata sólo de lo que es realmente bueno, es decir, de la
manera cómo el hombre debe hacer sus
juicios morales. Los moralistas clásicos comprueban que no basta con describir
la manera cómo los hombres hacen sus juicios morales, sino que es necesario
indicar la manera cómo ellos deberían hacer tales juicios. Pero, desde el punto
de vista marxista, estas teorías éticas están también condicionadas social e
históricamente, reflejando, como ya lo hemos visto en los capítulos
precedentes, las condiciones en las que fueron formuladas. Y, en este caso, ¿el
marxismo debe a su vez formular una ética, una base para determinar lo que es
bueno y, por consiguiente, para juzgar las cosas y los acontecimientos?
Sería
bueno empezar examinando brevemente la forma teórica en que Marx y Engels
afrontaban el estudio de los problemas fundamentales filosóficos y morales.
Para aquellos, que no tienen en cuenta la historia del pensamiento filosófico,
aquella forma marxista de estudio puede parecer natural y razonable. En cambio,
al tratarse del filósofo profesional, ello constituye una manera chocante para
las formas tradicionales del pensamiento, porque el método del marxismo acaba
radicalmente con siglos enteros de especulación mental, que implican todas las
abstracciones (válidas y actuantes dentro de sus límites propios) del
pensamiento humano, y porque empieza con lo que viene a ser realmente
primordial en todo pensamiento. En “La ideología alemana” Marx y Engels escriben:
“Las
premisas de las cuales partimos no son arbitrarias, no son dogmas: son premisas
reales de las cuales sólo se puede prescindir en la imaginación. Nuestras
premisas son individuos reales con sus actividades y sus condiciones de vida;
actividades y condiciones que los individuos encuentran ya, o que se producen
en virtud de su actividad. Estas premisas pueden verificarse de una manera
puramente práctica, empírica”3.
Aplicado a la ética, esto quiere decir
que, en vez de partir de mandamientos, de leyes morales, de imperativos
categóricos, de interés, de simpatía, etc., partimos de la vida actual,
concreta, del hombre en la sociedad. Partimos, no del hombre individual sino
del hombre integrante; de una multitud de relaciones con otros hombres y con la
naturaleza misma en la producción de las condiciones de su vida. Eso quiere
decir, además, al tratarse de la ética, que cada teoría del bien y del mal se
deriva de hecho del total complejo de la vida humana en su forma existente,
condicionada históricamente en cualquier lugar y tiempo. Finalmente, sugiere
que la prueba de toda teoría ética tiene que encontrarse en la manera cómo
opera en un momento dado del complejo de relaciones humanas.
En
la misma obra, Marx y Engels desarrollan más adelante su posición básica
asentada en el materialismo histórico y hacen ver detalladamente su oposición a
todos los sistemas idealistas y que prescinden de la historia. Hay un pasaje
que merece ser transcripto enteramente:
“En
contraste directo con la filosofía alemana, que desciende del cielo a la
tierra, ahora nosotros ascendemos de la tierra al cielo. Esto quiere decir que
nosotros no partimos de lo que el hombre dice, imagina y concibe, ni de lo que
el hombre ha relatado, pensado de sí mismo, imaginado o concebido con el objeto
de llegar al hombre terrenal. Nosotros partimos del hombre real, activo, y
basándonos en el terreno del proceso real de su vida, demostramos el desarrollo
de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de la vida. Los
fantasmas que se forman en el cerebro humano provienen también, necesariamente,
de los procesos de su vida material, que es empíricamente verificable y está
reducido a premisas materiales. Así, la moralidad, la religión, la metafísica,
con todo el resto de la ideología y sus correspondientes formas de conciencia,
no aparecen ya independientes. No tienen historia ni desarrollo; pero el
hombre, al desarrollar su producción y sus formas de intercambio, altera a la
larga su existencia real, su pensamiento y el producto de su pensamiento. La
vida no está determinada por la conciencia sino la conciencia por la vida. En
el primer método de conocimiento, el punto de partida es la conciencia, tomada
como el individuo viviente; en el segundo, es el conjunto de individuos como
son en la vida presente, mientras la conciencia se considera como su conciencia”4.
Estos dos pasajes están tan cargados
de significado que se necesitarían varios libros para explorarlos plenamente; sin
embargo, podemos tomar de ellos una o dos ideas a fin de hacer resaltar su
contraste con los puntos de vista corrientes. Un historiador norteamericano, el
profesor Ph. Van Ness Myers, escribió hace unos años un libro completo para
probar que “el progreso moral constituye no sólo la verdadera esencia del
movimiento histórico, sino también el motivo ético en sí mismo como el impulso
más constante y regulador en la evolución de la humanidad”5. En otro
sitio sostiene que “La historia de Europa es tan rica, movida y progresiva,
principalmente en virtud de que este continente ha tratado de formarse siempre
una nueva conciencia”6. Puede ser muy placentero el hecho de pensar
que los ideales morales dirigen el destino del hombre; sin embargo, tal idea
resulta injustificada y errónea. El problema consiste de todos modos en
averiguar el lugar de dónde proviene el motivo ético. ¿Qué cosa es lo que daba
a Europa una nueva conciencia? Marx y Engels trataban justamente de destruir
esta clase de filosofía idealista en cuanto resulta opuesta a la ciencia
social; pero los dos sabían perfectamente que ella continuaría existiendo
mientras prevaleciera la sociedad dividida en clases. Otro contraste
impresionante es aquel que se encuentra en un ensayo del profesor R. M. Mac Iver
y que trata de refutar al marxismo. Este autor escribe:
“Todo
sistema, ya sea económico, político, religioso o social, existe en virtud de la
experiencia consciente a que ellos se ven sometidos por el hombre. Si
prescindimos de la experiencia, esos sistemas no dejarán atrás ninguna huella.
En la misma forma, un sistema técnico, separado de la conciencia inventiva, no
será ni técnica ni sistema. Los fusiles y los cañones se hacen simples y
curiosas formas de metal, y las casas y jardines dejan de ser casas y jardines…”7.
Aquí también encontramos una filosofía
idealista que trata de deformar a una ciencia social. La conciencia determina
la existencia –nos dice el profesor de Columbia– y no viceversa, como Marx y
Engels lo sostienen. El significado real de esta doctrina aparece después en el
mismo ensayo, cuando Mac Iver escribe que la unidad de una sociedad es
subjetiva y que consiste en “formas de pensamiento, mitos, credos y sueños” y
no en elementos materiales. En una palabra, como escribe Myers, lo primordial
es la ética, y lo secundario la vida del hombre al tratarse de la sociedad.
Esta actitud, no sólo hace imposible una ciencia social, sino que trata de
reducir a elementos míticos la infinidad de vínculos concretos, materiales, que
unen a los hombres proveyendo las bases para la unidad idiomática, política y
cultural. Finalmente, esta teoría no nos da ninguna explicación de las nociones
éticas y sistemas que el hombre crea, sino que los hace el producto
incomprensible de una conciencia desencarnada.
_________
(*) Tomado del libro Socialismo y Ética, capítulo 2. Howard
Selsam. Ediciones Siglo Veinte, Argentina. Hemos dividido el capítulo 2 según
el orden de la argumentación.
(1) Helvetius, “Del Espíritu”.
Discurso II. Capítulo 15.
(2) Helvetius, Discurso II. Capítulo
16.
(3) K. Marx y F. Engels, “La ideología
alemana”.
(4) K. Marx y F. Engels, “La ideología
alemana”.
(5) Philip Van Ness Myers, “History as
Past Ethics”.
(6) Philip Van Ness Myers, “History as
Past Ethics”.
(7) R. M. Mac Iver, “The Historical
Pattern of Social Change”.
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