Mario Vargas o el
Escribidor: Errores de Construcción
Julio Carmona
EN LA
NOVELA El paraíso en la otra esquina
hemos detectado un error de construcción y conceptual en las dos primeras
páginas. En el primer párrafo de la novela se lee lo siguiente: [Haciendo
alusión a un viaje que va a realizar “Flora Tristán”, dice de ella que:] “Abrió
los ojos a las cuatro de la madrugada.” Y, al final del párrafo segundo,
precisa que: “Cuando el coche llegó a la casa (...) para llevarla al
embarcadero, Flora llevaba despierta varias horas.” Hasta aquí cualquier
lector, para entrar en ambiente, después de las cuatro de la madrugada en que
el personaje ha abierto los ojos, y habiendo pasado varias horas de estar
despierto (digamos dos o tres horas más), puede pensar que son las seis o siete
de la mañana. Pero, de manera sorpresiva, al comienzo del párrafo tercero se
dice que “Era aún noche cerrada”. Y, no obstante esta expresión (que ya es
contradictoria con lo dicho antes), y pese también a seguir hablando (en el
mismo tercer párrafo) de “Las calles, solitarias y oscuras [que] le parecieron
fantasmales”, tres líneas más adelante, dice: Cuando el barco zarpó, trazando
una estela de espuma en las aguas pardas del río, brillaba el sol en un cielo
primaveral...” (A-2003: 11-12.) Claro, se nos puede decir que los amaneceres de
Europa son largos en algunas épocas del año, y su penumbra dura hasta avanzada
la mañana. Y esa explicación fuera aceptable si se mantuviera en lo sucesivo.
Pero no ocurre así. Porque en la página 13 y en el quinto párrafo, se dice que
al llegar “Flora Tristán” al término de su viaje ya contaba con que “El cerrajero
Pierre Moreau le había reservado un albergue céntrico, pequeño y viejo, al que
llegó al amanecer”, o sea, que el lector se encuentra -en el quinto párrafo-
frente a otro amanecer, cuyo avance hacia el día no es muy extenso, pues, a
continuación de la frase anterior, dice: “Mientras desempacaba brotaron las
primeras luces.” Y aún agrega:
Se metió a la cama,
sabiendo que no pegaría los ojos. Pero, por primera vez en mucho tiempo, en las
pocas horas que estuvo tendida viendo aumentar el día a través de las cortinillas
de cretona, no fantaseó en torno a su misión...
Continuando
con la suma de ‘descuidos’ detectados hasta aquí, vamos a ocuparnos de los que
hay en la novela Lituma en los andes.
1. Fallas de orden lexical o de
construcción:
1.1
En la página 13 se lee: “De rato en rato, por la abertura de una de las paredes
de la choza, una viborilla amarillenta daba de picotazos a las nubes. ¿Se
creerían los serranos que el rayo era la lagartija del cielo?” En principio hay
que aclarar que la víbora no tiene “pico” para completar la metáfora diciendo
que la “viborilla daba de picotazos a las nubes” (en todo caso debió decir:
‘lengüetazos’), por lo demás, si el narrador asume la comparación metafórica
del rayo con la víbora, ¿por qué cree él que “creerían los serranos que el rayo
era la lagartija del cielo?” Además, este agregado hace que pierda fuerza la
metáfora de la víbora (con toda su inexactitud, pues dice: “pica”, y no:
muerde) ya que “aclara” que, con lo de “viborilla”, está aludiendo al rayo,
cuando bien se sabe que la metáfora no necesita de explicaciones, si no -como
ya insinuamos- pierde su encanto.
1.2
En la página 15 leemos: “En el suelo de tierra apisonada había pellejos de
carnero y de oveja...” De esta cita nos interesa observar que es ocioso hacer
la distinción entre pellejos de “carnero y de oveja”, porque en esa condición,
de pellejos, ya no se puede discernir el género del animal de origen. Es
indistinta la precisión. Y debió quedarse sólo con una.
1.3
En la página 27 se menciona el nombre de un lugar del Perú llamado Aguaitía,
pero se hace suprimiéndole la primera ‘i’, y dice: “Aguatía”.
1.4
Desde la página 12, segunda de la novela, usa la expresión “guardia” para
referirse a los miembros de la Policía Nacional que, ya en la época en que se
ambienta la novela (décadas de los ’80 o ’90: no hay, en realidad, exactitud en
esto), había dejado de denominarse Guardia Civil. Pero en páginas sucesivas
alude al “guardia Tomás Carreño” (como en la p. 12), y aún en la p. 77 dirá:
“¿No habían ido estos excrementos a Puquio a pedir a las autoridades que mandaran
a la Guardia Civil dizque para proteger Andamarca?” Debe recordarse que, desde
el gobierno del Apra, en el año de 1988, se dio el cambio de la denominación
Guardia Civil por la de Policía Nacional.
1.5
Otro indicio de que se trata de la época en que ya no se hablaba de Guardia
Civil sino de Policía Nacional, es que en las pp. 106 y 178 se alude a la
ecologista Bárbara D’Achille (llamándola “la señora d’Harcourt”), quien fuera
asesinada por Sendero en 1989.
1.6
En la p. 203, usa la siguiente expresión: “¿Cómo iba a entrarle en la cabeza a
una persona normal, con un solo dedo en la frente...” Pero la expresión
auténtica es: “con un dedo de frente”, frase que está relacionada con el
prejuicio popular de que la persona es más inteligente cuanto más despejada
tiene la frente. Y, por eso, cuando alguien da muestras de tener poca
inteligencia se dice que sólo tiene uno o dos dedos de frente, y no “un dedo en la frente”.
1.7
La siguiente descripción (maniquea y caricaturesca, por parte del narrador) de
los rasgos físicos de los lugareños de Naccos: “... las caras de recios
ángulos, narices chatas, gruesos labios tumefactos y ojitos desconfiados que
los rodeaban se escudaron en esa impenetrabilidad sideral que al cabo (Lituma)
lo hacía sentirse un Marciano en Naccos” (p. 227), nos lleva a inferir que el personaje
Lituma tendría, en todo caso, rasgos europeos y no peruanos para sentirse
diferente de los oriundos del Perú serrano, cuyos rasgos físicos no son tan
distintos a los de los norteños tallanes (como debe suponerse que los tiene
Lituma.)
1.8
En la página 288 se describe un atardecer. Dice Lituma:
“-Siempre que no
oscurezca antes -la previno-. El sol se mete temprano en esta época, vea, ya
sólo le queda la colita afuera. Estará usted muerta con el viajecito. ¿Quiere
una gaseosa?
-Lo que sea, me
muero de sed -asintió ella. (...) Se ve bonito desde aquí.
-De lejos es mejor
que de cerca -la desanimó el cabo-. Le traigo la gaseosa ahora mismo.
Fue a la choza y
mientras sacaba la botella del balde en que dejaban las bebidas refrescándose a
la intemperie, pudo examinar a sus anchas a la recién venida.” Hasta aquí la
cita, para observar que en la puna y con el frío que, en reiteradas
oportunidades, se describe como intenso en la novela [“-Debe hacer un frío de
mierda ahí afuera –se lamentó Tomasito” (p. 238.) “Afuera los esperaba una
oscuridad glacial” (p. 305.) “Qué frío de mierda hace aquí”, “A uno se le hiela
hasta el cerebro” (p. 306)], no es pertinente indicar que fuera necesario poner
las botellas de gaseosa a refrescarse en un balde a la intemperie. Esto se
justificase si el clima fuera caluroso, como se da en el caso de la novela ¿Quién mató a Palomino Molero?, donde se
alude a la misma invitación de gaseosa, aunque en este caso es en el puesto
policial de Talara:
“-Qué esperas para
servir una gaseosa a la señorita, Lituma
–lo riñó el Teniente.
El guardia se
apresuró a sacar una Pasteurina del balde lleno de agua donde tenían las
botellas para que se conservaran frescas.” (A-1993-b: 129.)
Algo
similar se da en La casa verde: “Se
tomaría una cervecita el Teniente? Estarían frías, las habían metido en un
balde de agua desde la mañana” (A-1993-b: 173.) Y en ambos casos se justifica,
por el calor norteño y selvático, respectivos; pero no se puede calcar el mismo
procedimiento para el caso de la puna.
1.9 En
el “Epílogo” de Lituma en los Andes se sabe ya que el campamento de Naccos se
desarticula y los personajes de la novela se ven envueltos en la diáspora. La
misma cantina -escenario importante en la novela- desaparecerá, y por ello ya
no tiene variedad de productos, en tal sentido es que cuando Lituma (en la p.
294) pregunta al cantinero: “-¿Hay algo de comer?”, éste le responde:
“-Galletas de agua con mortadela”. Y no da otra posibilidad. Sin embargo, unas
líneas después de este diálogo el cantinero se acerca al lugar donde está
Lituma, y el narrador dice que: “Le llenó una copa de pisco y se la puso en el
mostrador, junto con un platito de latón lleno de agujereadas galletas de
soda...” ¡Total! ¿No era que sólo había galletas de agua?
2. Desfase temporal
Pero
todas las observaciones, de carácter lexical, que hemos hecho se quedan chicas
frente al error cronológico que se da en relación con la situación profesional
de Lituma. Bien se sabe que el ambiente y la época en que se desarrolla la
novela La Casa Verde son los de la
Selva y Piura de los años cincuenta. Es decir, hay una diferencia de treinta
años respecto de Lituma en los andes. Y una prueba de que la época de ésta es
en los años ’80, es la referencia a Sendero y al terrorismo (y la ya referida
alusión a la ecologista D’Achille, ocurrida en 1989.) Veamos:
“... nunca oyó
hablar de los terrucos ni de la milicia de Sendero.” p. 14. También en la p.
101 se lee: “¿Los mataron los terrucos? ¿Hay muchos senderistas en el
campamento?”
Por otro
lado, sabemos que ya en La Casa Verde Lituma
llegó a ser sargento. Y tanto es así que todos los lectores lo recuerdan como
el sargento Lituma (no como guardia -que así aparece en ¿Quién mató a Palomino Molero?- ni como cabo.) Sin embargo, en la novela aquí comentada, la
actuación de Lituma se desarrolla como cabo. Por poner sólo un ejemplo, en la
p. 126, el “guardia Tomás Carreño” le dice a Lituma:
“-Nadie
sabía cómo se llamaba, mi cabo.”
Es más,
el mismo Lituma recuerda el ambiente de la Casa Verde, y dice:
“-Yo me acosté con
una puta que estaba con la regla, en la Casa Verde de Piura -recordó Lituma-.
Me rebajó la mitad. Los inconquistables me volvían loco con que me daría
sífilis.” (p. 125.)
Pero al
hacer esta referencia a la Casa Verde, Lituma no puede reducir ese recuerdo a
un tiempo cercano. Porque la época de existencia de la Casa Verde se ubica en
los años ’50, como mínimo, es decir, casi cuarenta años atrás. Y en ese
entonces ya Lituma era sargento, pues incluso había regresado de la Selva
acompañado -precisamente- de la “Selvática”. Y a pesar de que han transcurrido
treinta años, pues Lituma en los Andes
(insistimos) se ambienta a fines de la década de los ’80, en esta novela -en
situación desfasada- ¡todavía es cabo! Y al final de la novela (p. 292) nos
enteramos que el cabo Lituma recién irá a Santa María de Nieva, con el grado de
sargento. Así se lo hace saber el “guardia Carreño”:
“-A que no adivina
dónde lo mandan, mi cabo. Mejor dicho, mi sargento.
-¿Cómo?
¿Me han ascendido?
El muchacho le
alcanzó el papel, con el membrete de la compañía constructora.
-A menos que le
estén haciendo una pasada. A Santa María de Nieva, de jefe de puesto.
¡Felicitaciones, mi sargento!”
En ¿Quién mató a Palomino Molero?, que
también se ambienta en los años cincuenta -por varios indicios- hay un dato que
relaciona el desfase, pues ahí se dice que Lituma será enviado a Junín, siendo
guardia y no se dice nada de su ascenso a cabo, y con este grado es que aparece
en Junín en Lituma en los Andes. “Malas noticias para ti -dijo el Teniente,
volviéndose hacia él-. Te han transferido a un puestecito medio fantasma, en el
departamento de Junín. Tienes que estar allá en el término de la distancia. Te
pagan el ómnibus.” (p. 186.) Pero esta intención de relacionar una novela con
otra para establecer un hilo conductor para el desarrollo del personaje Lituma,
otra vez se ve desnaturalizado, porque la lectura de La Casa Verde, aparte de precisar su grado castrense de Sargento en
los años cincuenta, no informa que la única salida de Piura que hace Lituma es
a la selva, de la que regresa con el grado de Sargento y su segunda salida es a
Lima cuando se va preso por haber participado en la ruleta rusa que dio por
resultado la muerte de Seminario. Y este itinerario lo confirma Jean Franco,
dice: “El sargento sale de Piura para la selva y luego una segunda vez para la
prisión de Lima.”
Ahora
bien, éstos no son los únicos cambios de grado de personajes militares
(parecidos a los que hace el escribidor Camacho en La tía Julia...), pues en La Casa Verde, hay otra confusión cuando
se mantiene con el grado de cabo al personaje Roberto Delgado, desde la página
31 hasta la 179, llamándolo así: “cabo Roberto Delgado”, o simplemente “cabo
Delgado”; y, sin mediar ninguna explicación, resulta “ascendido a sargento” a
partir de la p. 224, hasta llegar a la página 339 en que nuevamente se le
vuelve a llamar “cabo Roberto Delgado.” Lo mismo ocurre en ¿Quién mató a Palomino Molero?, donde se hace referencia al
teniente Dufó. Y en un momento de la investigación, el teniente Silva lo llama
el alférez Dufó. (pp. 98, 100.) Y luego en la p. 107 se le vuelve a llamar
teniente Dufó. Y, en todos los casos, sin ninguna explicación o justificación.
En
tanto acabamos de introducirnos en La Casa
Verde, veamos el caso siguiente: en toda la novela se usa la expresión
“Viejo Puente” para aludir al Puente
Viejo (que es la expresión correcta.) Y el uso erróneo se da en algunas
entrevistas, como la que concedió a Alfonso Tealdo, al poco tiempo de publicada
la novela, donde leemos: “Al otro lado del río, había una casa pintada de
verde. Más allá del Viejo Puente. Es un recuerdo mítico.” (C-2004: 24.) Este
error de la entrevista ratifica al de la ficción, en la medida que en el primer
caso -que se da en la vida real- debió hacerse con corrección, como ocurre en
el texto autobiográfico El pez en el agua,
en que la expresión es empleada correctamente: Refiriéndose al director de La
Industria, dice que “Avanzaba con toda prosa por el centro de la calle, camino
al Puente Viejo.” (C-1993: 193.)
En La ciudad y los perros, leemos la
siguiente expresión: “Al atravesar la plaza de la Victoria, enorme y populosa,
el Inca de piedra que señala el horizonte…” (A-1963: 90.) Y, en realidad, el
nombre de la plaza es “Manco Cápac” y “el inca es de bronce” y no de piedra (lo
será, en todo caso, el pedestal; la estatua, no.)
En la
misma La ciudad y los perros (p. 99)
leemos lo siguiente: “Paulino duerme en un colchón de paja, junto al muro, y en
las noches las hormigas pasean sobre su cuerpo como por una playa.” En este
caso es evidente que MV está haciendo uso de un “narrador omnisciente”, es
decir, ese tipo de narrador propio de la novela decimonónica, que hablaba de
detalles insospechados, como los mencionados, y cabe preguntar ¿Cómo sabe el
narrador que “las hormigas pasean sobre su cuerpo”, si es de noche y el
personaje está dormido, y todos los demás también?
En
todo el Norte peruano hay una frase muy conocida, una especie de “oración”, en
verso, para contrarrestar la agresión de un perro, que dice: “Detente, animal
feroz,/ que primero nació Dios/ y después vos”. En La ciudad y los perros (p. 184), se la presenta así: “Detente
animal feroz que el hijo de Dios nació primero que vos”. En este caso no se ha
respetado la construcción del verso, aunque sí la rima, dando por resultado una
expresión deficiente.
En La Casa Verde (p. 29) se usa la
siguiente expresión: “Los hombres beben culitos de chicha rubia”, y lo que ha
debido decir es “potitos de chicha”. En todo el Norte costeño del Perú, con esa
expresión se hace referencia a una variedad de calabaza pequeña y redonda que se
usa como recipiente para beber chicha. Si bien la palabra “poto” en el habla
popular es sinónimo de “culo”, al ser usada como nombre de la calabaza pierde
esa sinonimia; de tal suerte que no es lo mismo decir “potito de chicha” que
“culito de chicha”.
En Conversación en La Catedral (p. 13) se
dice que “frente al hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies” [a uno de
los personajes]. Y, en primer lugar, la zona del Hotel Crillón nunca ha sido
frecuentada por perros callejeros (sería un hecho rarísimo) y, por otro lado,
este tipo de perros no se acercan “a lamer” sino, en el mejor de los casos, a
oler, y, en el peor, a morder.
Todas
las fallas mencionadas hasta aquí justifican el calificativo de “escribidor”
atribuido a MV, con la acepción de ‘cacógrafo’ (término también hecho vigente
por él) en el sentido de “escritor que comete errores”. Y cabe decir que
dejamos en el archivo otras pruebas de la deficiencia anotada, que -repetimos-
confirma o justifica el título de este trabajo, y cuya exposición no
continuamos para evitar la desmesura.
García Márquez, Testimonio de la Comunidad y el Individuo
(Segunda y Última Parte)
Roque Ramírez Cueva
EN
LA PARTE UNO, párrafo final, decíamos que con ese su primer libro, iniciador de
la saga macondiana, se definiría el
género narrativo en el cual incursionará y, a la par, se daría el abandono de
sus escarceos con la lírica. También sugerimos, se preparaba el escenario, temas y personajes para
escribir su gran novela, el hecho de hacerlo llevaría a su autor hasta Suecia, donde lo colgarían de
una fama indeseada. Desde luego, con esa fama, él entendió ser poseedor de una
enorme voz utilizada en favor de los sin voz; y cierto, difícil olvidar el buen
uso dado por él a la misma (discurso de recepción del Nobel).
La obra de Gabriel García Márquez obliga a múltiples
retratos o historias acerca de su vida, nosotros trataremos de algunos asuntos
esenciales, veamos sólo un fundamento expresado por Zalamea Borda, “Toda
literatura, cuando es grande, cuando es auténtica, es siempre un testimonio de
época, un testimonio de vida, un testimonio de la comunidad y el individuo.” (1) Con el Gabo, Colombia y Latinoamérica
adquieren una gigantesca dimensión literaria, por ser líder de la nueva
narrativa latinoamericana (el “boom” en voz comercial), y por comprometer su
tarea de escribir sin evadir la comunidad social y política.
Y García Márquez, siendo quien llevaba el
estandarte, no andaba solo. Él mismo, en su novela de la centuria cíclica,
“habla de cuatro muchachos que son él, Cepeda, Rojas Cerazo y Alberto Sierra,
todos del mismo pueblo./…; ellos ya comienzan a dar testimonios de lo que fue
la violencia hace treinta o cuarenta años, cuando el imperio bananero [como tal
atrás dijimos, parte uno] de la United Fruit Company dominaba la región”
Colombia. (2). Con esto afirmamos
que temas y ámbitos, nuestro autor, no se los inventa, tampoco los descuelga
desde el puritito pensar. Insertos en la corriente de lo real maravilloso estos
escritores mantuvieron para Colombia y América morena la gran tradición de no ser herméticos, y el
único modo fue ejercitarse en lenguajes no sólo de formas puras, también dialógicos
en lo fundamental.
A propósito, en 1995 un poeta y lingüista amigo,
el maestro Luis Hernán Ramírez, me alertó sobre las grandes dotes similares a
Cervantes percibidas en el Nobel colombiano, por el manejo estricto del
lenguaje en sus novelas sin marginarse de sus identidades populares y
nacionales. Una relectura de El Otoño
del Patriarca y de Crónica de una
muerte anunciada nos confirmó lo dicho por el maestro sanmarquino. En
relación a esto, el ensayista Juan G. Cobo Borda (3), nos informa de las paternidades literarias de García Márquez: Primero,
tenemos a “Eduardo Zalamea, mi verdadero papá literario” -según confesión del propio
Gabo-, luego considera a Hernando Téllez. Esto de las paternidades literarias le
permiten afirmar a Cobo Borda “Estoy seguro de que gracias a varios de estos
escritores, que García Márquez leyó con inmenso fervor, Colombia, ahora por
culpa suya, sigue disfrutando del equivoco privilegio de producir el mejor
castellano”. Y pone como mayor ejemplo de este clasicismo del idioma a la
novela del coronel héroe de guerra, su gallo, en espera de noticias del correo.
Este es más o menos el panorama contextual en
que convive el segundo Gabriel de Luisa Santiaga Márquez. Lo dejamos en Roma,
durante su experiencia de aprendizaje del séptimo arte; de aquí se trasladará a
París, en ese mismo año de 1955, para seguir el periplo de reportar el mundo
europeo. A su regreso empieza a componer una de sus primeras novelas, la
llamada novela de los pasquines que transcurre en un pueblito fluvial del
Departamento de Bolívar. Finalmente se llamó La mala hora, la cual publica en el año 1962.
Mientras tanto, antes, cómo no, durante el
tiempo de escritura de la novela en mención, se fueron estructurando algunos
personajes peculiares con autonomía y vigorosa personalidad. Tal como luego
dirá el propio narrador “La historia del coronel y su gallo se me sale de la
novela” (4). Ello daría lugar a algo
no muy común en los escritores, posponer la novela de los pasquines porque se
había trabado, y empezar a mecanografiar la espera sempiterna de un coronel
ante la oficina de correos que espera le traiga la orden del pago de su jubilación.
Es en Enero de 1957 que concluye y le
editan la magistral novela El coronel no
tiene quién le escriba.
En este año del 57, a mediados, vuelve a ser enviado como corresponsal a
Europa del Este para cubrir asuntos propios de los países socialistas, sus
jefes conocedores acerca de las noticias dudosas, generalmente tergiversadas,
que llegan vía agencias de noticias europeas y norteamericanas, le dan ese
encargo. García Márquez, el periodista, redacta el reportaje “90 días en la
Cortina de Hierro”. Por eso, diciembre lo tiene de regreso en Colombia, y la
revista “El Momento” de Venezuela lo publica. Claro, ha viajado a Venezuela, y a
la par que ejerce de reportero no olvida crear cuentos como los ocho que agrupa
bajo el nombre de Funerales de Mamá Grande, 1959.
Antes, 1958, realiza un viaje relámpago a
su entrañable Barranquilla para cumplir con la impostergable cita -la había
prolongado demasiado en aras de no perder su libertad de creador- con el
vínculo sentimental que, según el honor cristiano, concluía en el rito de
desposar a la prometida, Mercedes Barcha, una de las esenciales mujeres
mencionadas al inicio de esta historia de vida. Su amor por ella lo evidencia al perennizar su
encuentro, en la imagen lozana de la bella boticaria que atiende al estudiante
Gabriel, ambos personajes de la obra distinguida con el Nobel.(5)
En Enero del año 1959, en Cuba los
guerrilleros que habían desembarcado el año anterior, tomaban Santiago de Cuba
y La Habana. La personalidad de Ernesto Che Guevara y de Fidel Castro llaman su
atención, por su gesta heroica e ideales revolucionarios, como a casi todos los
intelectuales jóvenes inquietos y hastiados de las dictaduras. Este hecho le
origina un viro a su pensamiento político escéptico, en sus ideas sobre la función conservadora del
periodismo, y asume simpatías con la revolución cubana y las ideas socialistas.
Este mismo año el cura guerrillero Camilo Torres (6), bautiza a su primogénito Rodrigo; y aparte del periodismo se
dedica a escribir guiones de cine, otra de sus pasiones. García Márquez, hasta
el final de sus días fue consecuente con su apoyo a la revolución cubana y a su
amistad inapreciable con su líder, Fidel Castro.
En 1962, publica la postergada novela –ya
se dijo atrás- La Mala Hora, y le
nace su segundo hijo Gonzalo. Tres años después, en Enero de 1965, en momentos
que realiza un viaje de vacaciones hacia Acapulco, mientras maneja, de pronto
entiende como debe ser el inicio y cuál el tema de la novela secreta que venía
concibiendo en su mente. El declararía, meses después, a Luis Hars, mediante
una epistola, “Estoy loco de felicidad. Después de cinco años de esterilidad
absoluta, este libro está saliendo como un chorro, sin problemas de palabras”.
(7) Se estaba refiriendo al
manuscrito de Cien años de soledad, la
cual, ya publicada en 1967 por una editorial argentina, tiene un éxito
inusitado. García Márquez comentaría "lo peor que le puede suceder a
un hombre que no tiene vocación para el éxito literario, y en un continente que
no está acostumbrado a tener escritores de éxito, es publicar una novela que se
venda como salchichas", le confesó al periodista Armando Durán. (8)
La novela secreta, el relato de Melquíades
escrita en honor a la novela que trató de encontrar y escribir su célebre
maestro Eduardo Zalamea Borda, la novela que describe casi todos los periplos,
ruinas, triunfos y aventura de casi toda familia latinoamericana, lo entendió desde
el sabio consejo de sus mujeres vitales. Tal novela, puso fin a los apuros
económicos permitiéndole dedicarse en exclusiva a su oficio de escritor, pero
vino acompañada de la banal y artificiosa fama que lo angustiaría, salvo cuando
tenía que usar su voz para hacer oír la de los sin voz en sus dignos reclamos
desoídos. Para ahuyentar la fama, dicen que grabó su carcajada y la expresaba
por medio de unos parlantes instalados en su casa de Barcelona, donde se
refugia para huir del “mundanal ruido”.
De esa manera, escribe y escribe, editando
y publicando los otros libros que siguieron sin descanso, entre ellos merece no
obviarse la novela que retrata al dictador latinoamericano, ese tirano
promovido y auspiciado por el invasor norteamericano, y que se publica en 1975,
el libro se llamaría El Otoño del
patriarca. Advertimos, no es nuestra intención hacer un registro sucinto de
todos sus libros publicados, por tanto obviaremos la mención de algunos.
Bien, dos años antes, la mano artera de un
tirano y su soldadesca fascista arremete contra el pueblo hermano de Chile en
Septiembre de 1973. Pinochet daba con apoyo de la CIA su golpe de estado para
derrocar al primer gobierno socialista instalado en América del Sur, presidido
por Salvador Allende. El imperialismo no quería otra Cuba y por ello asesinó al
líder y a miles de patriotas, la mayoría líderes obreros, estudiantes e
intelectuales. García Márquez se solidariza y se niega a publicar libro alguno
mientras las garras del fascismo den zarpazos e imperen en la patria de Neruda.
Por ello durante una larga década las prensas no imprimen sus relatos. No
obstante su compromiso con las causas justas lo manifiesta mediante el
periodismo. Su otra pasión. (9)
Ese silencio autoimpuesto es suspendido, lo
exigían su legión de lectores y una imperiosa necesidad de apoyar desde el
frente cultural la lucha contra la criminal y corrupta dictadura del tirano
Pinochet. Así, en 1981, vuelve la erupción de libros que empieza con Crónica de una muerte anunciada. El año
siguiente, 1982, serán meses de producción prolífica y festejo de premios. Sale
a luz el guión de cine El secuestro
que trata de la resistencia de un comando del Frente Sandinista ante el
ejército del dictador Somoza. Y, desde Estocolmo la academia sueca lo designa
al Premio Nobel de Literatura donde da un discurso inolvidable sobre la soledad
e identidad de nuestro continente forjadas en cruentos sucesos de resistencia,
y en mágicos sucesos reales que superan todo forma de invención humana.
Luego, lo sabemos, vienen decenas de libros
varios, de los cuales merece destacarse la crónica llamada Aventura de Miguel Littin clandestino en Chile, acerca de las
tragedias y luchas de los patriotas chilenos contra la dictadura, publicada en
1986. Luego salieron dos excelentes novelas, en 1985 se edita El amor en los tiempos del cólera, un
monumento romántico al amor en la vejez; y en 1989, la historia novelada de un
gran héroe de la patria grande, El
general en su laberinto, relatando los últimos años del retiro de Bolívar,
a su exilio y muerte.
Sus últimas décadas, no podía eludir
enfrentar aquel dilema que originaba la soledad triste en todos los colombianos
desde la década de 1940: las guerras y violencia política interminable que los
azotaba. Sí, tal vez, especulación nuestra, en el fondo de su mente simpatizó
con los guerrilleros, pudo establecer prioridades y, eligió los caminos de la
paz. Ante un conflicto que se estancaba como las novelas que postergaba, debido
a los callejones sin salida en que se metía, García Márquez apoyó y contribuyó
a proyectos de conclusión de una cruenta guerra que arrojaba cientos de miles
de muertos. De constante leíamos en los diarios su papel de mediador, en medio
de un diálogo necio.
Finalmente, al igual que don Simón, nuestro
héroe literario parte a la gloria definitiva un 17 de abril del 2014. Su muerte
conmovió como pocos el mundo político, social y cultural. Tal vez otros
escritores apenas soltaron una lágrima marina, sin aspavientos, a sabiendas que
mantener los compromisos con los sin voz, es la mejor manera de distinguirlo. En
cerca de noventa años, con el nombre de Gabriel José de la Concordia García
Márquez, hijo del ubicuo telegrafista de Aracataca, se forja un escritor cuya pasión inmensa por
la vida le brota tumultuosa, cuya sensibilidad por la comunidad trasluce un
aliento venido desde la infancia, curiosa e insólita. El individuo Gabo, nos
deja su inmutable y desprendido –ya se dijo- compromiso con la comunidad de
nuestra Patria Grande, y en contra de lo que afirmaba otro escritor respecto de
sus paisanos mexicanos, García Márquez si supo utilizar las armas propias de
“la crítica, el examen, el juicio” (O. Paz, dixit). (10)
Notas bibliográficas:
(1) Zalamea Borda, Jorge. Panorama de la actual literatura latinoamericana. Compilación. Caracas.
“La actual literatura de Colombia”. Edit. Fundamentos. 1971.
(2) Zalamea Borda, Ibid.
(3) Cobo Borda, Juan G. La otra
literatura latinoamericana. Bogotá. Colección Temas Latinoamericanos. El Ancora
Editores y Procultura S.A., 1982. Pp. 214 a 231.
(4) Cobo Borda, Juan G. Ibid. Pp, 214
a 231.
(5) Apuleyo Mendoza, Plinio. El olor de la Guayaba. Buenos Aires.
Editorial Sudamericana. 1982.
(6) Apuleyo Mendoza, Plinio. Ibid.
(7) Harss, Luis. Los nuestros, Buenos Aires, 1966.
(8) Eligio García Márquez. Así son, editorial La Oveja Negra,
1982.
(9) Apuleyo Mendoza, Plinio. Ibid.
(10) Paz, Octavio. El Laberinto de la
Soledad. México D.F. Décimo sexta reimpresión. Fondo de Cultura Económica.
1987. P. 141
Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?
(Tercera Parte)
Julio Carmona
1.1
Personajes Principales
1.1.1 Tamara Fiol
a.
Datos sobre la edad
En
la p. 12 hay un dato que hace referencia a una fotografía de TF y está
relacionado con su edad, dice: «Era un retrato de estudio que ella se había
tomado a los veintiocho años, pocos meses
antes del accidente» (p. 12), y permite ligarlo a otros datos, que irán
apareciendo, para determinar la edad de TF, e ir precisando las fechas de su
itinerario vital. Si el accidente se toma como un hito en el desarrollo vital
de TF se puede decir que este ocurrió en el año de 1967, pues en la p. 77, el
narrador (MB), le pide a TF que trate lo del accidente, y ella se muestra
reticente, pero, al final, dice: «… acaso ya es tiempo de sacar todo afuera.
También cansa hablar consigo mismo (sic).26 ¡Veinticinco años
contándome la historia!» Esto quiere decir que, si la entrevista se está
realizando en 1992, menos los veinticinco años que tiene de inválida, el
accidente debió ocurrir en 1967; y esto ayuda para determinar que si —como se
dice en la p. 12— al momento de tomarse la foto tenía veintiocho años, y si
estos se los restamos a 1967, TF debió haber nacido en 1939. Sin embargo, esta
deducción es contradicha con un dato que se consigna al final de la p. 67 y
comienzos de la 68, donde se lee lo siguiente:
Pablo Fiol [padre de TF] muchos años
después, por los meses que siguieron al asesinato de Sánchez Cerro, engendraría
a Tamara…,
debe entenderse entonces que, si
Sánchez Cerro fue asesinado el 30 de abril de 1933, TF fue engendrada entre
mayo y diciembre de dicho año, y, sea cuál sea el mes, debió nacer al año
siguiente: 1934, lo cual también contradice al siguiente dato de la p. 61:
… el recuerdo más remoto de Tamara
era la figura del abuelo en medio de la imprenta. En opinión de Corso, se
trataba de un recuerdo construido por medio de un mecanismo que los psicólogos
denominan confabulación de la memoria, pues haciendo cálculos Tamara habría
tenido en esa época, a lo sumo, tres años, ya que el Gran Viejo falleció en
1940,
Empero este dato entra en
contradicción con otro que se da en la p. 136: «Como le había escrito y prometido
años atrás a don Bernardino y a doña Edelmira [abuelos maternos de TF], cuando
de nuevo quedó libre, viajó a Huánuco para casarse con Evalina y traer a su
pequeña hija de cinco años, a quien
don Bernardino Gayoso le había puesto el nombre de Tamara.» Y la incongruencia
tiene que ver con el hecho de que TF debió nacer en 1937, si es que al año 1940
[de la muerte del abuelo Fiol] le restamos los tres que debió tener para
entonces, si se ha dicho que el recuerdo más remoto de su abuelo (trabajando en
su imprenta, en Lima) databa de cuando ella tenía tres años. Pero ¡a los tres
años TF todavía debió estar en Huánuco!, si —según la cita de la p. 136— su
padre la fue a traer de Huánuco cuando tenía cinco años.
Es
decir, que —conforme a los datos hasta aquí consignados— hay hasta tres fechas
para el nacimiento de TF: 1934, 1937 y 1939, lo cual indica una falla en la
estructuración del tiempo para determinar la edad del personaje. Y esto
desmerece la capacidad del autor para estructurar la novela, máxime si algo
similar ocurre con la fecha de nacimiento del padre de TF. Veamos. En la p. 69
se dice que la abuela paterna de TF murió a los treinta y tres años, el mismo
año que mataron a Sánchez Cerro, 1933, y por tanto nació en 1900, y se deduce
que dio a luz al padre de TF en 1926, pues en la p. 68 se dice que este tenía
siete años al morir su madre. Y no olvidemos que en la misma p. 68 se dice que
Pablo Fiol engendró a Tamara meses después del asesinato de Sánchez Cerro,
¡pero si entonces tenía siete años! Empero, en la p. 114 el mismo padre de TF
dice que ha nacido en 1912, entrando en contradicción con la fecha de la muerte
de su madre en la que se dice que tenía siete años, pues entonces la muerte de
la madre no habría sido en 1933 sino en 1919. Con todo, se ha de convenir que
1912 es la fecha más creíble para el nacimiento del padre de TF, pues hacia
1934, una de las fechas atribuidas al nacimiento de ella, aquel hubiera tenido
veintidós años; hacia 1937, 25, y hacia 1939, 27; pero no minimiza el error de
la p. 69 que da la fecha de 1926, pues considerando el mismo año de nacimiento
de TF, 1934, su padre habría tenido ocho años, y en los otros: once y trece,
respectivamente. Pero, volviendo a TF, se debe convenir que la fecha más
adecuada para su nacimiento es la de 1939, pues en la p. 81 ella dice que
decidió marcharse de casa cuando acababa de cumplir catorce años:
Si tienes en cuenta que yo acababa
de cumplir catorce años, comprenderás que lo único que pensaba era en vengarme,
en marcharme de casa y en hacerlo sufrir.27 Recién dos años después
—estaba en cuarto de media— pude hacerlo.28
Esto
quiere decir que, si TF nació en 1939 y se marchó de casa cuando tenía
dieciséis años, esa fuga ocurrió en 1955. Además, al final de la misma p. 81
dice que ingresó a San Marcos cuando tenía diecisiete años, o sea en 1956; lo
cual coincide con el dato que se consigna en la p. 86, en la que TF afirma que
dicho ingreso ocurrió al final de la dictadura de Odría, o sea 1956. Veamos:
«Morgan [dice]: Me contabas de la vez que postulaste a San Marcos. TF: Sí. De
acuerdo. Era el fin de la dictadura de Odría» [o sea: 1956]. Pero, de todos
modos, aquí se presenta otro desfase porque si en 1955 tenía dieciséis años y
estaba en cuarto año de media (repetimos lo dicho por TF: «Recién dos años
después —estaba en cuarto de media— pude hacerlo») y luego se dice que al año
siguiente, 1956, con diecisiete años, ingresó a la universidad, obviamente el
lector tiene que preguntarse ¿cuándo cursó el quinto año de media?29
En
conclusión, si TF ingresó en 1956 a San Marcos, y dice que egresó a los
veintinueve años (conforme se consigna en la p. 140, por propia confesión de
TF: «Tenía veintinueve años. Me había graduado en Química»), quiere decir que
se graduó en 1968, y si esos veintinueve años se suman al año de nacimiento que
venimos manejando supra (1939) resulta que el accidente ha debido ocurrir en
1968, coincidiendo con lo dicho en la p. 12, donde se dice que tenía veintiocho
años, meses antes del accidente, debiendo conjeturarse que a fines de 1968 TF
cumplía los veintinueve años, y que cuando ocurrió el accidente ya los tenía30;
por lo tanto, el año de nacimiento tiene que ser 1939, descartándose los otros
(1934 y 1937, pero — insistimos— sugeridos erróneamente, lo cual genera
confusión en el lector zahorí). Es pertinente adelantar aquí que este tipo de
incongruencias constituye un ingrediente más de lo indigesta que deviene la
novela (calificativo que hemos adelantado en el título de la «Introducción»).
Para
precisar más el desarrollo vital de TF, es pertinente ver el siguiente dato:
cuando dice que su vida bohemia duró más o menos dos años (p. 102), lo cual
quiere decir que si el inicio de su vida bohemia se da paralelo con su ingreso
a San Marcos, y ya sabemos que esto ocurrió cuando tenía diecisiete años (y un
año antes había abandonado su casa), quiere decir que su bohemia desenfrenada
se dio hasta los diecinueve años, dice TF: «Hasta que me incorporé a la vida
partidaria» (Ibíd.)31 Empero, de la lectura de la novela se
desprende que la incorporación a la vida partidaria se da con otro hecho
paralelo: su encuentro con Raúl Arancibia, con quien vivirá también una
tormentosa pasión; en consecuencia, aquella aseveración de que su vida bohemia
‘duró dos años hasta ingresar al partido’ resulta inexacta —por decir lo menos—
o, en todo caso, debe decirse que combinó la lucha estudiantil con el erotismo
y la bohemia (y no que esta se clausuró). Y también resulta inexacto el dato de
que su militancia partidaria duró cinco años, como dice TF en la misma p. 102:
«… cinco años después retomé mi vida social, pero ahora sin las locuras de la
juventud»; es decir: cinco años después de haber hecho vida partidaria, o sea
hasta los veinticuatro años; pero reiteramos que esto es inexacto, puesto que
la vida partidaria no clausuró la vida bohemia, ni ocurrió que esto sucediera
«sin las locuras de la juventud»; todo lo contrario, estas se exacerbaron, y,
más bien, se genera otra duda, puesto que, con la bohemia desenfrenada y el
erotismo desmedido, además de la actividad estudiantil ligada a su militancia
en la juventud comunista, resulta difícil imaginar en qué momento estudiaba
para poder egresar de San Marcos a los veintinueve años de edad, el mismo año
que quedará lisiada, si como lo confiesa ella misma: su relación con Arancibia
(que era quien propiciaba el desenfreno y la lujuria) duró hasta poco tiempo
antes del accidente. Veamos: en la p. 140, TF dice:
…Tenía veintinueve años. Me había
graduado en Química, había abandonado la Juventud Comunista32 (…) y,
sobre todo, había acabado después de haberlo intentado varias veces con una
relación demasiado singular.
La
ruptura de esa relación se refiere a la de Arancibia, lo cual quiere decir que
durante todo el tiempo que permaneció en la Universidad y en la Juventud
Comunista también mantuvo la relación con Arancibia. Todo esto antes del
accidente. Luego, al final de la aludida p. 140, trata de un personaje oscuro
con quien está a punto de casarse (y murió en el accidente en que ella quedó
inválida), que era acusado de soplón pues había sido expulsado del ejército. Y
solo ella dice que «era un chico derecho». A Rudy García —dice TF: «Lo habían
expulsado del ejército por denunciar al general de la región por un oscuro
negocio con el rancho de la tropa. (Claro, esto dio lugar a suspicacias y no
faltaron los que por lo bajo lo señalaban como soplón del ejército; pero no,
Morgan, era un chico derecho)» (Ibíd.) Similar situación se da en la p. 149
cuando se refiere a otro personaje también ligado sentimentalmente a ella (el
terapeuta encargado de su recuperación, de nombre Félix) de quien refiere que
Arancibia le había advertido que «planeaba quedarse con todos mis bienes sirviéndose del poder notarial absoluto que yo
le había otorgado. Patrañas, puras patrañas, lo que él siempre deseó es tenerme
bajo su dominio, aunque debo reconocer que me dejó sembrada la duda.» Y aquí se
generan dos dudas al lector: ¿cómo es que TF resulta teniendo bienes —sin
especificar cuáles son— si, al final, se dice que vivía en un departamento
alquilado del que finalmente la desalojarán, para irse a la casa que le dejaba
de regalo Arancibia? Y, por otro lado, también es lícito preguntar: ¿la mujer
excepcional era tan torpe como para darle «poder absoluto» sobre sus bienes a
un desconocido, simplemente porque era su terapeuta y le dijo que la amaba? y
¿ese es el perfil de una mujer excepcional?, ¿ingenuidad, sentimentalismo por
parte de la «luchadora social» y «mujer de alta moral»?
En
una entrevista periodística MG explica que en todas sus novelas está presente
el amor. (C-2012: 19). Dice: «Mis novelas tratan del amor, y son amores
límites, radicales, transgresores»; pero, al parecer, lo dice con la intención
de justificar la truculencia en que —como es el caso de El mundo sin Xóchitl, CTF o Una pasión latina— devienen esos
amores. Y esto es completado en la misma entrevista, cuando dice (ratificando
la aseveración precedente): «Sí, el amor es una búsqueda dentro de mi
novelística, el erotismo también, sólo que a veces solamente (sic) se lee mi
novela desde el punto de vista social o político». Y este razonamiento está
incompleto, porque el amor no puede ser ‘una búsqueda del amor por el amor
mismo’, al menos, no puede ser la alternativa que se plantee un autor que se
autodefine como marxista, pues de esa manera se está convirtiendo al amor en
una esencia que está por encima de lo social y de lo político. Y, por último,
un autor marxista no puede restringir la lectura de sus lectores a solo un
aspecto de la novela: aquel aspecto que a él le interesa o que él cree que es
el más importante, recusando de paso las lecturas que se hacen desde ‘el punto
de vista social y político’, y menos ha de hacerse esto si lo social y lo
político están íntimamente ligados al amor o a lo erótico.
Si
se tratase de un autor cuya ideología (declarada o no) es la burguesa, los
marxistas no tendríamos por qué echarle en cara su temática decadente. Como
dice Lenin —en carta a Inés Armand—: «… el quid está en la posición de clase de
esas gentes; [y] no es menester “rebatirlas”, ello sería ingenuo» (A-1968:
196); pero si se trata de un autor que se empeña en decir que sigue siendo
marxista o socialista o comunista33, entonces los marxistas, estamos
en la obligación de decir nuestro punto de vista sobre ‘el vicio, la maldad
novelesca, los histerismos y excentricidades’ que se quieren presentar como
«valores» de una mujer ejemplo de
moralidad y de consecuencia revolucionaria. Un ejemplo de crítica en ese
sentido lo tenemos en Lenin (con la misma corresponsal), y no se trata de que
Lenin critique a un autor marxista sino a un burgués:
Acabo de leer la nueva novela de
Vinnichenko que me has enviado. ¡Qué galimatías y qué estupidez! ¡Juntar el
mayor número de «horrores» de todas clases, reunir en un todo el «vicio», la
«sífilis», la maldad novelesca, el chantaje (…) Y todo con histerismos, con
excentricidades, con pretensiones de presentar una teoría «propia» de
organización de la prostitución. Dicha organización no representa en absoluto
nada malo, pero precisamente su
autor, el mismo Vinnichencko, hace de ella un absurdo, la saborea, la transforma en «muletilla» (op. cit.: 191. Cursiva del
autor).
En
la p. 357, durante la última sesión de la entrevista que le hace MB a TF (en
1992) se dice: «La última vez que lo había visto» (TF a Arancibia) «había sido
diez años después de la ruptura, más o menos a mediados de la década del
setenta», si se habla de mediados de la década del setenta, entonces se está
haciendo referencia a 1975 (o sea que hasta 1992 que lo vuelve a ver habrán
pasado siete años); pero si la ruptura se dio diez años antes de 1975, entonces
ocurrió en 1965, a tres años antes de graduarse y de sufrir el accidente (1968:
¿y no era que a los veintinueve años «había acabado después de haberlo
intentado varias veces con una relación demasiado singular»?)
Ahora
bien, si —como hemos visto— ingresó a San Marcos en 1956 y egresó en 1968, ello
quiere decir que ha permanecido doce años en la Universidad, de los cuales
(como lo hemos sugerido supra) solo los últimos cuatro le sirvieron para
culminar (no se sabe cómo) sus estudios, pues los años precedentes han sido de
juerga desenfrenada, combinada con la actividad estudiantil y militancia
juvenil en el PC-Unidad (es decir el PC del que se escindirían las otras
facciones: PC-Patria Roja, PC-Bandera Roja y PC-Sendero Luminoso), pero todo
esto con posterioridad a la invalidez de TF. Ergo: su calidad de «luchadora
social» resulta ser una exageración; fue, en todo caso, activista estudiantil,
y militante juvenil, pero no «luchadora social».
Hay
un personaje secundario muy ligado a TF, su asistenta, de nombre Malenita.
Veamos aquí su participación. La última vez que TF se enfrenta a Raúl Arancibia
es el mismo día que este es asesinado: el 2 de enero de 1992 (p. 317). Y en la
p. 355, TF le dice a Arancibia, refiriéndose a Malenita: «Es mi amiga (…). Mi
asistenta. Mi enfermera. La que cuida de mi persona cada día. Desde hace quince años». De lo dicho se
infiere que, si el accidente ocurrió en 1968, su asistenta ha estado con ella
desde 1977, y surge la pregunta: ¿cómo se las arregló los nueve años que
siguieron al accidente, si no se hace referencia a ninguna otra asistenta?,
¿qué sentido tiene hablar de que ella la acompaña en un lapso de quince años,
cuando ha podido completar los veinticinco de lisiada con los de la compañía de
Malenita?, salvo que se hubiera podido llenar el vacío de esos nueve años con
otra ayuda, y esto no ocurre; por tanto resulta ocioso haber hecho esa
distinción de quince años. Pero de lo dicho también se infiere que Arancibia
tenía que saber de la existencia de Malenita más aun si él ha dicho que se
había convertido en la sombra de TF:
Siempre estuve junto a ti, muñeca.
Como ya te he demostrado, sabía todo de tu vida. Te seguía como tu sombra. Pero
permanecía invisible como Dios. Protegiéndote (p. 411).
Arancibia
tenía, por tanto, que saber de la existencia de su asistenta y saber incluso su
nombre, para evitar el «choleo», que es de mal gusto, aunque provenga de un
reaccionario, pues de otra manera no se explica que él se refiera a ella en los
siguientes términos: «¿Sabía la chola que me abrió la puerta quién era yo?» (p.
355), como si él, con su visita, recién se enterara de la existencia de
Malenita. Por otro lado, nótese que el narrador está rememorando un diálogo que
TF le refirió, y esta lo hace en tiempo presente, o sea que está repitiendo las
palabras de Arancibia, por lo tanto, debió decir: ‘¿Sabe la chola que me ha
abierto la puerta quién soy yo?’ Y, por eso, TF le responde, en tiempo
presente: «Por supuesto… Pero no le digas chola…» La fórmula original se
justificase si se hiciera una paráfrasis de lo dicho por Arancibia, algo así
como: ‘preguntó si la chola que le había abierto la puerta sabía quién era él’.
Lo
importante en estos deslindes de fechas es que si la del nacimiento de TF fue
1939, en 1989 tendría cincuenta años, y para entonces (1989), si el accidente
ocurrió en 1968, tendría veintitrés años de inválida (más dos años de los
veinticinco de inválida que ella misma reconoce haber pasado hasta 1992), todo
ello indica que TF difícilmente podría haber sido activista de Sendero, partido
este que, para entonces, ya se acercaba a su ocaso. Y esa ‘militancia
senderista’ no se hace explícita en la novela, más bien se proyecta como un
acertijo, al final del último capítulo:
Finalmente le pregunté —dice el
narrador— quién creía ella que habría asesinado o ¿ejecutado? A Raúl Arancibia.
“¿Cómo saberlo?”, me dijo. Pudieron ser los narcos. O los militares. O también
los terroristas.34 Todos tenían razones fundadas para matarlo. Advirtió
que la miraba intensamente. “Sí, corazón —me dijo como si leyera en ellos35—,
yo también tenía muchas razones para matarlo. O para mandarlo matar. Me hubiera
bastado con hacer una llamada telefónica a un enlace36, indicándole
la hora y la ruta que iba a seguir al aeropuerto el miserable Raúl Arancibia’.
Calló un momento para hacer el brindis. Luego me dijo: “¿Crees que yo lo mandé
a matar?”. (sic: p. 420)
Es
decir, esa pregunta pretende sugerir el aura de misterio en torno a la
participación de TF como integrante de SL; pero los múltiples indicios que
apuntan a lo contrario se imponen. Y, además de los ya advertidos, veamos otros
a continuación.
______________
Notas
(26) TF está pagando
tributo al machismo lingüístico; ha debido decir: ‘También cansa hablar consigo
misma’. Y en la p. 151 se da un caso similar, dice: «Es regio sentirse sola,
dueño de uno mismo…», ha debido decir: ‘dueña de una misma’.
(27) Esta es una
referencia que TF hace respecto a una contrariedad que tuvo con su padre, y que
vemos en el apartado e) de este capítulo.
(28) Aquí hay una
anfibología: no se sabe si estaba en cuarto de media cuando tenía catorce años
y quiso marcharse o cuando logró hacerlo y tenía dieciséis años.
(29) Es evidente que
hay una mala construcción (anfibología) el cuarto año de media lo cursa dos
años antes de irse de su casa, y no cuando se va, dos años después.
(30) Con lo cual se
tiene que rectificar el dato deducido al comienzo de este apartado en que
consignamos el año de 1967 como la fecha en que ocurrió el accidente.
(31) Aunque aquí hay
que hacer una precisión. La propensión al vicio de TF se da desde antes de que
ingrese a San Marcos. Ella dice: «Todavía no había cumplido los quince años
cuando se me dio por fumar. Por pura mataperrada y por hacer sufrir a mi padre»
(p. 17). «Después, en la universidad, cambié los cigarrillos por el trago» (p.
18); pregunta pertinente: ¿cambié o ‘amplié el uso de los cigarrillos con el
trago’? En la p. 40, se lee: «Corso me contó que la primera vez que lo llevó a
aquel cafetín (…) fue para confesarle, luego de varias tazas de café e innumerables puchos de cigarro, que se
había convertido en la maldita perra de Arancibia». En la p. 87 dice: «No sé
cuántas tazas de café tomamos (…) ni la cantidad de puchos que fumamos» (o sea
que no cambió sino amplió un vicio con otro).
(32) En la Juventud
Comunista se puede estar máximo hasta los 18 años. Considerar que TF estuvo
hasta los 29, es como imaginar a un niño de diez años estudiando educación
inicial.
(33) «Yo soy socialista
o comunista» (…) «… mi socialismo o mi comunismo, es un poco como el de
Vallejo, independiente, sin partido (…) y en cuanto a teoría me considero un
marxista heterodoxo…» (C2012). Lo que dice de Vallejo es una falacia. César
Vallejo murió siendo militante del Partido Comunista de España y estuvo muy
cercano al de Francia. Alberto Acereda es un autor enemigo del marxismo, sin
embargo ratifica lo que acabamos de decir: «El marxismo era entonces la gran
pasión de muchos intelectuales del momento bajo el impulso y el ejemplo de la
Revolución Soviética. Para entonces, y ya desde 1927, los surrealistas
franceses —André Breton, Paul Eluard y Louis Aragon, entre otros— se han hecho
miembros del Partido Comunista Francés. Vallejo va incluso más allá y se adhiere
al socialismo revolucionario, estudia la teoría marxista, asiste a charlas y
reuniones en las que se exponen y discuten problemas socioeconómicos, lee
folletos y libros sobre la lucha de clases, se interesa por la organización
socialista del trabajo y por autores y creaciones soviéticas. Se liga al
movimiento comunista y hasta adoctrina a obreros españoles exiliados en París.
Para entonces, en Perú, José Carlos Mariátegui acaba de fundar el Partido
Comunista Peruano con la propuesta de crear una célula del Partido en París.
Vallejo se entusiasma y dentro de esa célula la ideología que adopta
íntegramente es la del marxismo-leninismo militantes y revolucionarios en todos
sus aspectos: filosófico, político y económico-social. Paulatinamente, su
conversión ideológica se radicaliza y dejando a un lado la poesía se centra en
tareas periodísticas y de propaganda y combate ideológico a favor de la
revolución apoyada en las tesis marxistas y leninistas. En el seno de esa
célula, se sostienen y propugnan los métodos del socialismo revolucionario
ortodoxo y se combaten todas las formas, los métodos y las tendencias de la
llamada social-democracia y de la II Internacional» «Por un verdadero César
Vallejo: entre la poesía solidaria y la ceguera marxista» En: La ilustración
liberal. http://www.ilustracionliberal.com/19-20/por-un-verdadero-cesar-vallejo-entrela-poesia-solidaria-y-la-ceguera-marxista-alberto-acereda.html
(34) Referirse a los
senderistas como «terroristas» es algo inconcebible en alguien que perteneciera
a SL, sus militantes odiaban esta expresión.
(35) En principio la
expresión del narrador: «Advirtió que la miraba intensamente», es una
observación que corresponde a un narrador omnisciente, pues se está
inmiscuyendo en la interioridad del personaje. Luego hace hablar a TF: «Sí,
corazón —me dijo— como si leyera en ellos», y en esta expresión hay incoherencia,
pues el narrador ha hablado de ‘mirada intensa’, pero no de ojos, ¿a quién
reemplaza el pronombre «ellos»?) Luego continúa hablando TF: «… yo también
tenía muchas razones para matarlo. O para mandarlo a matar. Me hubiera bastado
con hacer una llamada telefónica a un enlace, indicándole la hora y la ruta que
iba a seguir al aeropuerto el miserable Raúl Arancibia». Pero resulta que TF no
ha dicho que supiera la ruta que iba a seguir Arancibia para ir al aeropuerto;
pues lo único que se sabe es que Arancibia le ha dicho que va al aeropuerto (p.
356), pero no le dice qué ruta va a seguir, y para ir al aeropuerto hay varias
rutas.
(36) ¿Enlace de
quién?, ¿de los narcos, de los militares o de los terroristas?, son los tres
sectores interesados, y la misma TF no especifica cuál de los tres.
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