Mario Vargas Llosa: De la Ambivalencia al
Absolutismo y el Exclusivismo Ideológicos
Julio
Carmona
ES
ESTA UNA POSTURA QUE LE SIRVE a MV para manipular a sus personajes, de acuerdo
con sus intereses personales. Y es algo que aquí nos proponemos confutar. Pero
antes veamos cómo se manifiesta. MV acostumbra a plantear posiciones
absolutistas, algo así como expresar verdades que no necesitan demostración.
Por ejemplo, en algún momento dice que sólo el trabajo de los novelistas a
dedicación exclusiva “cristaliza en obras bien logradas”: «La literatura —dice—
demanda entrega absoluta y sólo cuando se la asume así cristaliza en obras
logradas.» (D-2004: 98.) Y MV sabe que ese tipo de novelistas es la absoluta
minoría, al menos en nuestro país. Según eso, ya se entiende cuál es el
corolario de tal afirmación: el trabajo de la mayoría de los novelistas
peruanos ‘no ha cristalizado en obras bien logradas’. Sin embargo, hay que
advertir que ese tipo de afirmaciones tajantes, absolutistas y exclusivistas las
admite cuando es él quien las sostiene. Pero no ocurre así cuando son otros los
que asumen esas posiciones absolutistas. A pesar de que
él ha llegado a plantear, incluso, una advertencia en contra de ese tipo de
actitudes: «El exclusivismo —dice— hace brotar la irrealidad.»
(B-1975: 28.)[1] Es más, una opinión complementaria a esa advertencia que se cuida del
exclusivismo es la siguiente:
«Una constante en el pensamiento
occidental es creer
que existe una sola
respuesta verdadera para cada problema humano y que, una vez hallada esta
respuesta, todas las otras deben ser rechazadas por erróneas.» (C-1983: 410.)
Según esta declaración, podría pensarse que MV habrá
de ser consecuente con la actitud tolerante que subyace a ella; pero no es así,
pues cuando él incurre en ese exclusivismo olvida ponerla en
práctica, a pesar de sus declaraciones ‘principistas’ en
contrario, que él resuelve incluso en premisa ideológica, cual es el caso de la
siguiente: «Se habrá notado que en lo relativo a los modelos sigo una política
maximalista y liberal: todo me convence, salvo el exclusivismo.»
(B-1975: 130.) Y veamos cómo este rechazo se lo aplica a otros, y cómo él mismo
se exonera de su aplicación. Por ejemplo, se permite admitir flexibilidad en
los criterios abstractos y, así, dice que: «No importa que un ensayo literario
se aparte del objeto de su estudio para hablar de otros temas, siempre y cuando
el resultado justifique el desplazamiento». Pero de esta apreciación —que la
hace para referirse al ensayo de Sartre sobre Flaubert— pasa a hacerle a éste
la siguiente reconvención: «Lo raro, en un fervoroso de lo concreto y lo real,
como Sartre, es que buena parte del libro sea especulación pura, con un ancla
muy débil en la realidad.» (Op. cit.: 55.)[2] Y,
en realidad, lo que debió advertir MV es que, en sus propuestas de teorización
literaria prefiere diluirse en divagaciones irracionalistas «con un ancla muy
débil en la realidad», no obstante haberse presentado también como ‘un
fervoroso de lo concreto y lo real’. Ese fervor por lo concreto y lo real, dice
MV
«me ha hecho preferir
desde niño las obras construidas como un orden riguroso y simétrico
(...) sobre aquellas que deliberadamente sugieren lo indeterminado (...)
prefiero a Tolstoi que a Dostoievski, la invención realista a la fantástica, y
entre irrealidades la que está más cerca de lo concreto que de lo abstracto.»
(B-1975: 18-19.)
Esa
tendencia a reconvenir las pretensiones absolutistas, por parte de MV, se da
hasta en las afirmaciones más simples, como —por ejemplo— el no estar de
acuerdo conque ‘ciertos temas sólo pueden abordarse de una manera
específica’. Y pongo este ejemplo porque él mismo le hace una rectificación, en
tal sentido, a García Márquez. Dice de éste que afirmó alguna vez que:
«Los novelistas
‘testigos’ de la violencia [en Colombia] fracasaron porque ‘estaban en
presencia de una gran novela, y no tuvieron la serenidad ni la paciencia, pero
ni siquiera la astucia de tomarse el tiempo que necesitaban para aprender a
escribirla’. ¿En qué consistió la falla formal
de estas novelas sobre la violencia? (Pregunta MV, y dice:) La respuesta
de García Márquez es ejemplarmente arbitraria: ‘Probablemente, el mayor
desacierto que cometieron quienes trataron de contar la violencia, fue el de
haber agarrado —por inexperiencia o por voracidad— el rábano por
las hojas’. [Y acota MV:] Abordaron la violencia de frente, se extraviaron en
la descripción de ‘los decapitados, de los castrados, las mujeres violadas, los
sexos esparcidos y las tripas sacadas’, olvidando que ‘la novela no estaba en
los muertos... sino en los vivos que debieron sudar hielo en su escondite’. [Y
concluye MV:] La estrategia debía consistir, pues, no en la descripción de la
violencia misma, sino de sus consecuencias, en la pintura del ‘ambiente de
terror’ que esos crímenes provocaron.»
Nótese
que GM está atenuando la generalización de su criterio, con la locución
adverbial «probablemente» (que nosotros hemos puesto en cursiva), y a pesar de
que dice que quienes actuaron así lo hicieron «por inexperiencia o por
voracidad» (también puestos en cursiva por nosotros), lo que indica que el
hecho mismo de abordar así la violencia no está siendo negado de manera
absoluta por GM, puesto que alguien con mayor experiencia o menos desesperación,
probablemente lo hubiera hecho bien. Es más, en las primeras líneas de
la cita GM ha dicho: «Los novelistas “testigos” de la violencia [en Colombia]
(...) no tuvieron la serenidad ni la paciencia, pero ni siquiera la astucia de
tomarse el tiempo que necesitaban para aprender a escribirla», o sea que él no
niega que —cubriendo esas condiciones— el tratamiento del tema de la ‘violencia
directa’ pueda cuajar en buenas novelas. No obstante, MV absolutiza el criterio
de GM y llega a la siguiente conclusión:
«La tesis es
arbitraria porque no se puede establecer a priori las ventajas o desventajas de una
técnica narrativa. Con el método indirecto que preconiza García Márquez se
pueden escribir también muy malas novelas de la violencia, y, a la inversa, no
se puede excluir que con el método directo la violencia social y política
produzca una ficción admirable» (op. cit., 133-134.)
Pero el mismo criterio debió aplicar MV a su opinión
de que sólo los ‘escritores a dedicación exclusiva’ pueden escribir ‘obras logradas’.
Porque también puede ocurrir esto último con otros que lo hagan «a tiempo
parcial». Pero ese planteamiento lo expone de manera mucho más contundente en
un trabajo crítico-teórico primigenio: «Sebastián Salazar Bondy y la vocación
del escritor en el Perú» (1966), en donde utiliza la metáfora de «la solitaria»
para describir a la literatura:
«Todos los escritores
saben que a la solitaria hay que conquistarla y conservarla mediante una
empecinada, rabiosa asiduidad. (...) Si no se la sirve y alimenta diariamente,
la solitaria se resiente y se va» (B-1983: 89-113.)
Y
obsérvese que la comparación no coincide con lo comparado porque la «solitaria
bicho» no abandona al huésped nunca, salvo por expulsión medicinal. O sea, que
la coherencia metafórica obliga a pensar que la «solitaria poética» seguirá
viviendo con el escritor aunque éste la alimente precariamente debido a que
tiene que compartirla con otras actividades. Lo que pasa es que MV no tolera
que se le hagan las reconvenciones que él les hace a otros. Veámoslo a través
de otro ejemplo. Él dice que son discutibles «las teorías que defienden
una literatura edificante por sus resultados. No son necesariamente las
historias felices y con moraleja optimista las que levantan el espíritu y alegran
el corazón de los lectores.» (B-1975: 26. Cursiva del autor.)Pero obsérvese
que, así, él está dando mayor validez a la actitud opuesta, y que toma de Flaubert, pues éste —dice— «repitió
toda su vida que escribía para vengarse de la realidad [y que] eran
sobre todo las experiencias negativas las literariamente estimulantes» (op.
cit.: 105); lo que es también discutible puesto que para algunos
escritores y lectores sí puede ser admitido aquello que él niega. Y en esto MV
sí es coherente, pues esta restricción se la hace a Flaubert, a propósito de
esta frase: «Les beaux sujets font les oeuvres médiocres» («Los bellos temas
hacen las obras mediocres»), y MV dice: «Exageraba,
por supuesto, pues “un beau sujet” bien ejecutado puede producir una obra
extraordinaria.» (Op. cit.: 248.)[3] Y no obstante esta
reconvención que le hace a Flaubert, él incurre en la misma exageración, pues
cuando plantea la posibilidad de que los «buenos recuerdos» puedan ser
admitidos como estimulantes para escribir, inmediatamente la descarta, pues
dice que «No sólo los buenos recuerdos que la nostalgia
convierte en heridas abonan una ficción» [entonces no hay salida: ‘los
buenos recuerdos siempre se convertirán en heridas’, y, definitivamente] «son
sobre todo las llagas que todavía supuran en el espíritu, los demonios que
espolean y vivifican la imaginación de un escritor.» (Op. cit.: 127.)
¿Por qué
tantas incongruencias? ¿Por qué reprocha a otros ese tipo de conclusiones
tajantes y absolutistas, pero las admite para sí? ¿Por qué no se aplica él la
misma reconvención? ¿Por qué deben ser mejores —como él afirma— las novelas
‘con historias infelices y con moraleja pesimista’ (pese a que ha sugerido lo
contrario)? Ahora bien, volviendo a su ‘generalización sobre la literatura edificante y optimista, que produce
obras mediocres’, en realidad lo que está haciendo es devaluar a la tendencia
del realismo, atribuyéndole la exclusividad de una visión optimista de la
realidad y sugiriendo la existencia de otro realismo pesimista (lo que debe
rectificarse, pues no hay tal clasificación del realismo; éste es uno solo),
pero haciendo prevalecer al formalismo, en tanto se sabe que éste es
esencialmente pesimista. Y, desde luego, recusa al realismo (que él llama
optimista) porque —de otra manera— vería perder piso a su propuesta teórica de
la «relación viciada con la realidad» que, según él, debe tener como
base todo novelista:
«para mí —dice MV—,
ninguna parte de mi vida en que fui feliz
ha sido productiva literariamente (...) Realmente, si yo hubiera sido feliz o
más feliz de chico o adolescente, no hubiera sido escritor. Y si en algún
momento yo pasara a ser un hombre feliz, si eso es posible, si eso existe,
estoy seguro de que dejaría de escribir. Para mí, la felicidad y la literatura
son incompatibles.»[4]
De esa manera MV pretende establecer una relación
dialéctica entre él y la realidad. Pero, en el fondo es una relación
metafísica, en tanto ni la felicidad ni la infelicidad son absolutas, y, por lo
tanto ambas se dan en la relación hombre/realidad; el pretender hacer eterna o
absoluta a una de ellas es irreal. El pensamiento dialéctico no acepta el
aislamiento de los hechos que la experiencia nos presenta en constantes
entrelazamientos y condicionamientos recíprocos. El pensamiento dialéctico no admite
antítesis radicales y artificiales allí donde, justamente, la realidad nos
presenta una evidente interpenetración de elementos contrarios. Esa aparente visión
dialéctica de MV, de moverse entre contradicciones absolutas y ficticias,
responde, en verdad, a una contradicción muy íntima de su personalidad e
ideología, que no es sino expresión de lo que Ángel Rama llama su ‘fanatismo
literario’, es decir, producto de su radical individualismo fundamentalista.[5] Y éste es el que, finalmente, explica por qué incurre en errores tan
elementales como el siguiente: En la misma Orgía perpetua, MV le reconviene a Flaubert la siguiente
apreciación: Las mujeres —dice Flaubert— ‘prennent leur cul pour leur coeur’
(sic),[6]e inmediatamente MV hace la
rectificación: «No veo por qué no podría decirse lo mismo de los hombres:
suelen también hacerse fraudes, disimularse los sentidos y confundir su corazón
con su ‘cul’ (o el equivalente.)» (B-1975: 33.) Pero, si se observa bien, no es
pertinente recusar esa opinión de Flaubert con el argumento de que ‘algo
similar se da en los hombres’, pues no viene al caso; porque la opinión de
Flaubert no establece esa bifurcación, es decir, no está eximiendo a los
hombres. En todo caso, la observación de MV pudo pasar por señalar que eso
no se da en todas las mujeres, y no que también se da en los hombres;
porque lo resaltante es que, tanto entre las mujeres como entre los hombres, no
es aplicable a todos. Y, en este caso, la observación de no tener el menor
sentido dialéctico alcanza tanto al padre como al hijo: a Flaubert y a MV. Y su
raigal pesimismo —de ambos— lo ratifica, porque —al decir de Bertolt Brecht—: «Nunca
he hallado un hombre sin sentido del humor que pudiera comprender la dialéctica»,
porque para Brecht la vida en sí misma es contradictoria y, por lo tanto, mucho
más divertida y complicada de lo que admitiría alguien «que ha convertido a la
literatura en su único destino.» (MV, C-2004: 98.) Y en el caso de un
novelista que declara tener una relación viciada con la vida —aunque escriba
con humor— siempre transmitirá una visión unilateral de la misma.
[4]Germán Carnero Roque,
Alfredo Barnechea y Abelardo Sánchez León, «Vargas Llosa y su maldita pasión»,
en: C-2004: 105.
[5]En la autobiografía El
pez en el agua, MV admite como elemento constitutivo de su personalidad ese
‘exclusivismo’ que —hemos visto— minimiza teóricamente. Dice: «Con mi
apasionamiento y exclusivismo de siempre, Félix y Lea se convirtieron en una
ocupación a tiempo completo.» (C-1993: 239.)
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