Las Condiciones de la Clase
Trabajadora en China
(Segunda Parte)
Robert Weil
COMO EXPLICABA UNO DE ELLOS, la fábrica de equipos
de transmisión eléctrica fue «construida con el sudor de los trabajadores», y
no querían que los capitalistas se hicieran con ella y la privatizaran.
Pertenecía a la nación entera y formaba parte de la acumulación económica
colectiva de toda la clase trabajadora. Bajo Mao, los trabajadores también
tenían cierto control sobre las fábricas, «podían proponer ideas y se los
escuchaba». Esto llegó a su punto culminante durante la Revolución Cultural.
Luego, «ellos eran los líderes, en esa época la clase obrera se representaba a
sí misma», pero ahora nadie la escucha y carece de poder. Una y otra vez, esos
trabajadores expresaban su sensación de pérdida de derechos como resultado del robo
efectivo de su propiedad colectiva, construida durante toda una vida de
trabajo, y de pérdida de los derechos de participación de los que previamente habían
gozado. Para insertar estas ideas en un contexto más teórico, un trabajador de
Zhengzhou explicó que el actual sistema de «capital burocrático» es un problema
político, no básicamente económico, análisis que podría haber surgido
directamente del ¿Qué
hacer?, de Lenin. «Superficialmente
parece económico, pero en realidad se trata de una lucha entre capitalismo y
socialismo», que es ante todo una cuestión política. «China —dijo— no es como
Estados Unidos, donde nunca hubo socialismo. Los trabajadores más antiguos
comprenden este contexto histórico. La mayoría pasó por la era de Mao y la
Revolución Cultural. Tuvieron experiencia del pensamiento de Mao Zedong y su
generación desea llevar de nuevo a China a la “vía de Mao”. La protección de la
senda socialista forma parte de la lucha internacional».
Este trabajador querría que
en Occidente se comprendiera mejor la lucha de la clase trabajadora china y por
qué es importante para ella volver al camino al socialismo. Es una lucha larga.
Él espera que, lentamente, los trabajadores chinos vuelvan a esa senda, en cuyo
caso terminarán por alcanzar el triunfo. Pero también advertía que si el actual
movimiento no mejora pronto su nivel, los trabajadores más jóvenes sólo lo
verán como una lucha económica por «mejores condiciones». Ese es el legado del
período de reforma antisocialista y de las máximas de Deng Xiaoping —como la de
«enriquecerse es magnífico»—, que están arruinando la comprensión de los
trabajadores más jóvenes. «La mayoría de ellos tiene miedo incluso a reunirse y
hablar de esta manera». Todo esto es lo que oímos expresar no pocas veces a los
trabajadores mayores.
Debido en parte a esta razón,
quienes aún se dedican a la lucha por el socialismo han encontrado otras
maneras de transmitir su conciencia y su experiencia, de conservar vivo el
legado de la revolución y pasarlo a las nuevas generaciones. En un rincón del
parque que visitamos, en medio del distrito de clase obrera en Zhengzhou, los
trabajadores y los miembros de sus familias se reúnen todas las noches a cantar
las antiguas canciones revolucionarias. En el atardecer de un día laborable que
estuvimos allí, un centenar o más de individuos —desde jubilados de edad
avanzada a adolescentes e incluso niños— participaban del canto, verdaderamente
animado, acompañados por un grupo de músicos y bajo la batuta de un dinámico director.
Me informaron de que a menudo los fines de semana «son muchos más, hasta llegar
al millar, aproximadamente.
Como dijo uno de los
trabajadores que nos llevaron al parque: «El sentido político de estos cantos
es mostrar nuestra oposición al Partido Comunista —a aquello en lo que éste se
ha convertido— y emplear a Mao para oponernos a él y aumentar la conciencia».
El mismo espíritu histórico
impregna también las luchas prácticas en la ciudad. En el 2000, cuando empezó
la huelga en la fábrica de papel, que es todavía el «modelo» de resistencia a
la privatización en esta zona, los trabajadores, de acuerdo con un activista,
utilizaban los métodos de la «Revolución Cultural», a saber: expulsar a los ejecutivos,
tomar la fábrica, impedir el vaciamiento de sus instalaciones e instituir el
control obrero. Tras muchas peripecias, parte de la planta todavía permanece en
manos de los trabajadores, pero no sólo lucha para sobrevivir en la economía de
mercado, sino también para hacer frente a los intentos oficiales de socavarla
económicamente.
Como explicaba su líder,
después de haber estado en la cárcel, adoptaron esta forma específica de lucha
«porque los principios de la Comuna de París vivirán eternamente». Análogo
enfoque histórico de izquierda se pudo advertir en la lucha de la planta de
equipos eléctricos, donde uno de sus eslóganes era: «Los trabajadores quieren
producir y vivir»; pero también levantaron una bandera que decía: «Sostener
siempre el pensamiento de Mao Zedong». Otras acciones de los trabajadores
adoptan una forma aún más abiertamente política.
El mismo año en que era
tomada la fábrica de papel se iniciaba una celebración del aniversario de la
muerte de Mao. En 2001, este encuentro contó con la presencia de decenas de
miles de trabajadores, rodeados por diez mil policías, y se desencadenaron una
gran huelga y enfrentamientos de importancia. Hoy, los trabajadores tienen
prohibido incluso ir a la placita donde todavía está en pie la última estatua
de Mao en la ciudad, coincidiendo con la fecha de su nacimiento o bien de su
fallecimiento. Pero van de todas maneras y se enfrentan a la policía. Fue allí
donde, el 9 de septiembre de 2004, un trabajador activista, Zhang Zhengyao,
distribuyó unas octavillas que acusaban al Partido Comunista y al gobierno de
abandonar los intereses de la clase trabajadora y de participar de la extendida
corrupción.
Su octavilla también
denunciaba la restauración del capitalismo en China y llamaba al retorno a la
«vía socialista» de Mao. Tanto él como el coautor del pasquín, Zhang Ruquan,
fueron arrestados tras el allanamiento policial de sus respectivas viviendas.
Su caso se convirtió pronto en China en una cause célèbre, que provocó el desplazamiento a Zhengzhou de muchos
izquierdistas desde todo el país para protestar contra el juicio a puerta
cerrada al que se sometió a ambos en diciembre de 2004, ocasión en que se los
condenó a tres años de prisión. Junto con Ge Liying y Wang Zhanqing, que
colaboraron en la redacción e impresión de la octavilla y también sufrieron el
acoso de la policía, estos trabajadores activistas eran conocidos también como
«los Cuatro de Zhengzhou».
Una carta que pedía su
liberación, iniciada en Estados Unidos y dirigida al presidente Hu Jintao y al
primer ministro Wen Jiabao, reunió doscientas firmas procedentes de fuera y de
dentro de China aproximadamente en partes iguales. Fue una demostración de
apoyo sin precedentes a trabajadores de izquierda, sobre todo dado el riesgo
potencial para quienes la firmaban, que estableció un nexo entre intelectuales
y activistas chinos y sus pares internacionales. Aunque el gobierno no
respondió directamente a la carta, más tarde se dejó en libertad a Zhang
Ruquan, ostensiblemente por motivos de salud, aunque algunos activistas creen
que, al menos en parte, se debió a la presión que generaron la petición y otras
actividades solidarias conexas, como la difusión de informaciones y análisis, a
veces extensos, en relación con su caso a través de sitios izquierdistas de la
red informática.
Los Cuatro de Zhengzhou
representan la negativa de los trabajadores de China a aceptar pasivamente las
nuevas condiciones que les imponen el Partido y el Estado, la persistencia de
la ideología y el activismo de izquierda en sus filas y el creciente apoyo que
reciben desde distintos sectores de la sociedad e incluso desde el extranjero.
Pero este caso también puso de manifiesto las divisiones y a la vez la renovada
fortaleza de la izquierda china. Fueron sobre todo los jóvenes izquierdistas
quienes tomaron la iniciativa de firmar la carta con la petición por los Cuatro
de Zhengzhou y quienes utilizaron internet para hacerla circular ampliamente, mientras criticaban a aquellos
de sus mayores y mentores que, al menos en un primer momento, se habían
abstenido. Para la generación joven, la solidaridad con los trabajadores que
adoptaban una actitud pública de izquierda se iba imponiendo a la preocupación
por si ésa era exactamente la línea correcta.
En cuanto a los izquierdistas
más viejos, a menudo las antiguas divisiones y luchas sobre ideología y
política bloqueaban la unidad para una acción común. En su caso es más duro
dejar los conflictos históricos al margen a la hora de abordar las nuevas
condiciones del presente.
Estas actitudes distintas
reflejan un análisis ampliamente aceptado de los tres grupos principales de la
izquierda china: 1) la «vieja» izquierda, formada en su mayoría por elementos
originarios de las filas del Partido y del Estado, quienes, tras haber abrazado
inicialmente, en muchos casos al menos de modo parcial, las reformas de Deng
Xiaoping, se fueron pasando a la oposición a medida que la naturaleza
capitalista de esas reformas se hacía más evidente; 2) los «maoístas» que
permanecieron firmes en su apoyo a los programas de la era revolucionaria del
socialismo chino bajo Mao y tienen su base popular sobre todo entre los
trabajadores y los campesinos; y 3) la «nueva» izquierda, que, como su análoga
en Occidente (en especial durante los años sesenta del siglo XX), tiende a
estar compuesta por la generación más joven, que se centra particularmente en
las universidades y en las nuevas ONG, y está abierta a un amplio espectro de
tendencias marxistas y socialdemócratas de base sociológica diversa, pero que, muchos
veces, desea al mismo tiempo alinearse con los seguidores de Mao antes que con
los de la «vieja» izquierda. Sin embargo, las líneas divisorias entre estos
tres grupos no son en absoluto rígidas ni mutuamente excluyentes.
Puede encontrarse «viejos» izquierdistas
en toda la sociedad, tanto dentro como fuera del gobierno, mientras que muchos
«maoístas» e incluso algunos pertenecientes a la «nueva» izquierda trabajan en
el Partido y en el Estado. Pero no debería exagerarse a propósito de ningún
paralelismo con análogas clasificaciones de la izquierda en Occidente —en
especial por lo que se refiere la «nueva» izquierda—, pues en China cada sector
tiene sus características específicas, que reflejan la historia de la lucha en este
país. En Beidaihe, la ciudad de la costa en la que todos los años se reúnen los
máximos líderes para planificar la estrategia, tuvo lugar en 2001 un encuentro
muy inusual de cuatro tendencias políticas diferentes, organizado por un ex
dirigente de los guardias rojos de Zhengzhou que había estado preso durante
muchos años después del comienzo de las reformas y sigue siendo un activista.
Estuvieran de acuerdo o discreparan sobre si había que oponerse a todas las
políticas de reforma, estaban unidos en la crítica a Deng Xiaoping por la
magnitud de la recapitalización que había introducido.
Más recientemente, tuvo lugar
un foro de altos cuadros de varias instituciones, universidades y agencias
destacadas para desarrollar un análisis marxista de la situación actual, foro
que contó con la introducción del presidente de la Universidad de Pekín. Se
esperaba convertir esta ocasión en un encuentro regular. El antiguo miembro del
Partido que estaba tras la organización de ese encuentro explicó que el mismo
no hubiera sido posible sin al menos algún apoyo de alto nivel. En Zhengzhou,
un foro similar conducido por izquierdistas y liberales —término que, en la
China de hoy, incluye a menudo gente más radical que sus análogos
occidentales—*** reunió en la pasada década a personas que defendían un amplio
espectro de puntos de vista. Su fundamento común era una marcada sensación de
que la actual dirección de la sociedad china y de las políticas oficiales no es
sostenible.
De esa manera, a pesar de las
diferencias ideológicas y de enfoque, muchos de ellos se clasifican
aproximadamente en las tres categorías de izquierda citadas —«vieja», «maoísta»
y «nueva»—, tanto dentro como fuera de los cuerpos e instituciones del Partido
y del Estado, y no sólo sus ideas, sino también sus diversos foros y
encuentros, se solapan, se interpenetran y se influyen mutuamente, llegando
incluso a atraer a quienes no comparten su ideología. Entre las nuevas ONG,
algunas tienen una sólida base de izquierda y trabajan en problemas prácticos
tales como proporcionar escuelas a las aldeas empobrecidas y promover una
sociedad más gobernada por trabajadores y campesinos que la que defienden las
fundaciones que siguen la corriente de ideas predominante. Ese retorno a la izquierda
refleja la fuerza creciente de la lucha popular entre las clases trabajadoras, que
ha hecho imposible seguir soslayando el abordaje de la crisis social en China y
la amenaza de que, sin un cambio radical en las políticas actuales, sólo puede
agravarse.
Reabre la posibilidad, por
distante que pueda parecer hoy, de una renovación del socialismo revolucionario
de la era de Mao.
Un asombroso ejemplo de esta
nueva apertura a la izquierda es una carta que un grupo de «militantes
veteranos del PCC, cuadros, personal militar e intelectuales» envió a Hu Jintao
en octubre de 2004, con el título «Nuestros puntos de vista y opiniones sobre
el actual panorama político». Aunque de tono más respetuoso que la octavilla de
los Cuatro de Zhengzhou y concediendo cierto crédito positivo a las «reformas»
por sus beneficios económicos, trata de modo muy parecido los mismos temas que ésta
y, con su llamamiento a la acción correctora y a retornar a la senda socialista
y alejarse del «camino capitalista», presenta una crítica igualmente militante
a la situación actual. No está claro si hubo alguna relación directa entre
estos dos documentos. Pero los izquierdistas de China continuaron reuniendo
firmas en apoyo de los Cuatro de Zhengzhou, y el ardor con que una parte de la
«nueva» izquierda abrazó su causa y la defensa de sus actividades «maoístas»
está abriendo más espacio para que los «viejos» izquierdistas reafirmen sus ya
antiguas críticas, como la carta a Hu. Esta voluntad de los veteranos de las
primeras luchas revolucionarias a presentar batalla tan abiertamente contra las
políticas actuales del Partido y del Estado nos da una medida del nuevo clima
emergente. Ya en 1999, nuestras discusiones con los izquierdistas más antiguos
dejaron claro que la atmósfera reformista predominante los obligaba a ser
todavía muy contenidos.
Ahora, está claro, muchos de
estos antiguos líderes y otros que mantienen posiciones similares se sienten
«liberados» para expresar más abiertamente sus opiniones. En consecuencia, no
sólo en teoría el pasado continúa informando el presente y las acciones de una
parte de la izquierda influyen en otras, sino también en la práctica.
En algunos casos, pocos en
cantidad pero a veces muy importantes por su influencia, siguen utilizándose
las formas socialistas de organización de la era de Mao, aunque necesariamente
con modificaciones para satisfacer las nuevas condiciones de la economía de
mercado. Así, todavía hoy, alrededor del uno por ciento de las aldeas, que
suman en total varios millares —las cifras varían en función de quién efectúe
la medición y qué criterios se utilicen—, nunca abandonaron del todo la
colectivización de la época de la comuna. Incluso algunas de las que habían
puesto en práctica las reformas de Deng han retornado a la producción
colectivizada, convirtiéndose en modelo para que otros exploraran nuevas
alternativas de economía rural. El ejemplo más notable de mantenimiento de las
metas y los métodos de la época socialista, Nanjiecun (Aldea de la Calle Sur),
un pueblo «maoísta» de la provincia de Henan, más o menos a una hora de
Zhengzhou, que comenzó a recolectivizarse hace quince o veinte años, continúa funcionando
como una comuna para todos sus habitantes, esencialmente en lo que atañe a
vivienda, atención médica y educación gratuitas, e incluso al pago de gastos
universitarios de sus jóvenes. También sostiene las prácticas igualitarias de
la era socialista, como no pagar a sus administradores un sueldo superior al
salario de un trabajador cualificado. También se mantiene fiel a las metas
políticas de Mao, cuyas fotos y máximas, junto con imágenes de otros líderes
revolucionarios —comprendidos Marx, Engels, Lenin y Stalin— se muestran de modo
prominente por todo el pueblo.
Aquí, los complejos de
viviendas de muchas plantas, con pisos bien iluminados y aireados para cada
familia, están rodeados de avenidas, paseos y jardines de inmaculada limpieza.
El pueblo tiene una espléndida escuela y una guardería. Este escenario es
prácticamente único en China —fuera de los nuevos complejos urbanos de población
rica— y presenta un brusco contraste en relación con el medio rural más típico
que uno encuentra apenas traspasa los muros y las puertas de esta comuna.
Pero incluso con tales
éxitos, las prácticas de Nanjiecun encierran muchas contradicciones, pues para
gran parte de su financiación la aldea se basa en la inversión extranjera y
utiliza campesinos de los alrededores —que se alojan en dormitorios decentes,
pero decididamente menos confortables— como principal fuerza de trabajo de sus
«empresas municipales», plenamente integradas en la nueva economía capitalista.
Recientemente, de acuerdo con
los activistas de Zhengzhou, incluidos dos que nos acompañaron en nuestra
visita a la aldea, ésta pasó por graves dificultades financieras, en gran parte
debido a su excesiva expansión en áreas de producción nuevas y desconocidas.
Pero a pesar de esas limitaciones —inevitables dada su situación, rodeada como
está de un mar de capitalismo, y obligada a competir en la economía de mercado
para sobrevivir—, sirve como foco de atracción para quienes todavía creen que
hay otro camino posible para la China rural. Diariamente llegan de todo el país
delegaciones —a veces formadas por autobuses llenos de campesinos o de obreros—
para estudiar cómo ha continuado con la práctica tanto de la producción como de
la distribución colectivizadas. También ha recibido la bendición, y por tanto
la protección, de las autoridades provinciales de Henan. La carta abierta a Hu
Jintao que en 2004 escribieron los veteranos izquierdistas del Partido señalaba
a Nanjiecun como modelo de lo que hoy se necesita en las zonas rurales. Pero
aun allí donde el legado de Mao no es tan destacado, las experiencias y los
conceptos del mismo siguen siendo el marco de referencia con el que
constantemente se comparan y a cuya luz se analizan las condiciones del
presente.
Un hecho importante que se
advierte en el verano de 2004 es un nuevo movimiento que tiende a la formación
de cooperativas agrícolas, en un esfuerzo por mejorar el aislamiento y la
inseguridad de las granjas de responsabilidad familiar en relación con el
mercado global. Estas cooperativas tienen como principal finalidad crear
economías de escala destinadas al mercado mediante la compra colectiva de
fertilizantes, por ejemplo, y una mayor capacidad de negociación de los precios
de sus cosechas, así como el ofrecimiento de apoyo financiero y seguridad a sus
socios. Estos esfuerzos constituyen significativos distanciamientos del
principio individualista del sálvese quien pueda propio del período de reformas,
aun cuando no puedan empezar a eliminar todos los desastrosos aspectos de la
situación que afronta el campesinado en su conjunto.
Aunque no sean un retorno a las
comunas y representen como máximo un tipo de recolectivización a medias, no
sólo continúan inspirándose en la experiencia de movimientos cooperativistas
previos a la revolución, sino también en conceptos de la era de Mao, en los que
sus miembros suelen estar muy versados. Por tanto, no es raro encontrar gente
como el director de una cooperativa que visitamos cerca de Siping, en la
provincia nororiental de Jilin, que expuso un detallado análisis comparativo de
las clases rurales y urbanas y de su situación hoy en día, o los miembros
jóvenes que sostuvieron, desde un punto de vista socialista, una larga y
profunda discusión sobre la situación del campo, no sólo desde el punto de
vista interno, sino también en relación con el resto del mundo. Las clases
trabajadoras chinas no sólo tienen cosas que enseñar a los intelectuales de las
ciudades acerca del mundo real del trabajo y la explotación, sino que, por eso
mismo, tienen más experiencia en la puesta en práctica del socialismo.
Y en muchas ocasiones han
alcanzado un desarrollo más pleno de la comprensión y aplicación de las bases del
pensamiento marxista-leninista-maoísta que algunos de los jóvenes y más
educados izquierdistas.
Al mismo tiempo, la rápida
polarización de la sociedad está poniendo a buena parte de las nuevas clases
medias, con independencia de su ocupación o de su posición específicas, en unas
condiciones muy semejantes a las de los trabajadores y campesinos, lo que lleva
a crear un fundamento cada vez más amplio para su unión y contribuye a crear
una base de masas para la resurrección de la izquierda. El sistema capitalista
está devorándose a sí mismo y generando rápidamente grupos cada vez más amplios
de alienados. Hoy, incluso muchos cuadros del Partido Comunista de las empresas
otrora estatales son despedidos tras haber colaborado en la venta de las mismas
a inversores privados. Los nuevos propietarios capitalistas no se quedan con
ellos, condición que un trabajador describió como «quema del puente que acabas
de cruzar». A consecuencia de ello, muchos también están hoy en paro y
entienden mejor qué es en realidad la «sociedad de mercado» y se «les despierta
la conciencia».
Son comunes estas nuevas
maneras de entender que derivan de las cambiantes condiciones de vida. Hemos
oído más de un relato procedente de quienes comenzaron adoptando las reformas
de Deng —como un académico progresista con quien hablamos en Pekín— y que ahora
están volviendo a Mao e incluso reconsiderando la propia Revolución Cultural.
En algunos casos, esto es el resultado directo de su «aprendizaje de las
masas».
Tal es el caso de un
destacado estudioso de las áreas rurales, otrora completamente conservador,
cuya «conversión» se produjo porque, en sus visitas a los campesinos, nunca oyó
una palabra de crítica a Mao y, en cambio, muchas contra Deng, lo que le obligó
a reexaminar sus propias actitudes con respecto al pasado. Pero estas
reevaluaciones tienen raíces mucho más profundas que las meras experiencias
personales. Para muchos, incluidos algunos pertenecientes a la élite
intelectual, las diversas tendencias ideológicas que florecieron desde
comienzos de la era de las reformas —desde los argumentos de racionalización de
la mercantilización y la privatización con características chinas especiales
que proponen los propagandistas del Partido y del Estado, hasta los conceptos
del liberalismo occidental que se encuentran sobre todo en círculos académicos
y de ONG— se están mostrando inadecuadas para explicar lo que sucede hoy en
China.
Como manifestaron en
distintas conversaciones un ex integrante de la Guardia Roja y un joven
intelectual activista, «después de haber probado todo lo demás», los que en un
principio apoyaron las políticas de reforma, pero que hoy intentan a ciegas
comprender lo que está ocurriendo, «tienen que volver a la lucha en dos frentes
y a la Revolución Cultural para tratar el presente», porque han probado otros
enfoques y ninguno de ellos ofrece una explicación.
Mientras que hace sólo unos
años los problemas de la sociedad china parecían ser específicos y, por tanto,
relativamente fáciles de «arreglar» —por ejemplo, a través de una campaña
«contra la corrupción»—, hoy existe una creciente sensación de que son
sistémicos e intratables, que requieren una transformación mucho más
fundamental, una reforma que el capitalismo y el mercado mundial no están en
condiciones de llevar a cabo, y que el Estado y el Partido, tal como están
constituidos en el presente, no son capaces de resolver. Como resultado de todo
esto, la crítica de la vía capitalista que Mao puso en marcha durante la
Revolución Cultural, vuelve hoy a presentar un creciente interés, porque estas
ideas, que enunció en sus últimos años de vida, siguen ofreciendo el tipo de
análisis exhaustivo del sistema actual que llega a la raíz de sus crecientes
contradicciones, y señala soluciones más profundas que los meros intentos de
mejorar las cosas.
Por tanto, entre los
intelectuales están empezando a caer muchos de los tabúes previos.
Incluso la Revolución
Cultural, que en gran parte continúa siendo un anatema para la mayoría de los
académicos y otros miembros de la élite —nos dijeron que la simple sospecha de
una actitud positiva al respecto podría llevar al aislamiento de sus iguales y
a la ruina de una carrera—, se está convirtiendo otra vez en un tema de
discusión y de reexamen. Esto es particularmente cierto entre los izquierdistas
jóvenes que están haciendo su propia búsqueda histórica, desenterrando
materiales desdeñados durante mucho tiempo, realizando entrevistas a quienes
fueron activos durante aquel período y difundiendo sus hallazgos a través de la
red informática y por otras vías, desafiando la línea oficial del Partido sobre
los acontecimientos de aquella época.
***En el
mundo anglosajón, «liberal» equivale aproximadamente a socialdemócrata, no a
partidario del liberalismo económico y la no intervención del Estado, como es
el caso en el continente europeo. [T.]
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