(Primera Parte)
Julio Carmona
FINALIZADO EL SIGLO XX, LAS DOS grandes tendencias
del arte literario, clasicismo y barroco o realismo y romanticismo, encuentran
su síntesis teórica en las
tendencias del Realismo y del Formalismo, lo que nos lleva a formular el
siguiente planteamiento: No
existe una sola Teoría Literaria, sino dos, correspondientes a las tendencias
ya mencionadas del Realismo y del Formalismo. Son dos tendencias teóricas
que responden a las improntas de la objetividad y la subjetividad,
respectivamente, y pueden ser descritas en su relación con la realidad por su
acercamiento o alejamiento de ella, también respectivamente.[2]
Para la fundamentación o diferenciación conceptual de dichas teorías se cuenta
con los postulados de la autonomía:
el texto literario es autónomo respecto de la realidad (para el formalismo), y
del reflejo: el texto literario es
reflejo de la realidad (para el realismo.) Concluyamos diciendo que, la
situación característica de la teoría literaria en el siglo XX fue (y lo sigue
siendo en el actual) la confrontación de esas dos tendencias ya anotadas: La
que preconiza la autonomía de la literatura (y del arte) respecto de su
relación con la realidad, privilegiando su nivel formal, de ahí que
-genéricamente- sea válido llamarla la tendencia del Formalismo[3], y
la otra, la que no se evade de su relación con la realidad, y que podemos
seguir denominándola como la del Realismo,
es decir: aquella intención artística que nunca se ha enajenado de la realidad,
sino que de manera realista -o sea,
con razonada ecuanimidad- integra los valores artísticos con todas las
instancias de la realidad. Veamos a continuación este panorama.
La teoría del
Formalismo
Ubicados ya en el s. XX, las ideas del artepurismo
(que habían alcanzado sus máximas expresiones en los planteamientos poestéticos
del simbolista Stephan Mallarmé y de su discípulo Paul Valery[4];
pero que no tenían sustento científico sino y sólo intuitivo, o contaban, en el
mejor de los casos, con el respaldo del irracionalismo filosófico)[5],
encontrarán en los planteamientos del Formalismo la base científica que les
hacía falta.[6]
Por eso -y en definitiva, hoy por hoy- ya nadie habla de poesía pura; pero sí
de formalismo o de sus variantes estructuralistas que, en el fondo, apuntan a
lo mismo: justificar la concepción de una poesía -o literatura- desgajada de su
entronque con la realidad. Es cierto que la palabra ‘formalismo’ se ha visto
desnaturalizada en muchos casos por algunos de sus opositores, convertidos más
bien en detractores. Algunas veces al término ‘formalismo’ se le ha dado una
carga peyorativa o devaluadora de sus alcances. De ahí que los propios
formalistas muchas veces hayan pretendido desembarazarse de esa denominación.
En tal sentido, Emil Volek, reconociendo cuán equívoco ha sido ese rótulo, dice
que
los ‘formalistas’ mismos, antes de
resignarse, preferían autotitularse ‘especificadores’, porque tal era su
preocupación principal: Establecer el estudio de la literatura como una disciplina
independiente y específica. (...) paradójicamente, este ‘formalismo’, más allá
de la cortina de humo y de confusión producida a su alrededor, abre en sus
implicaciones las perspectivas de una investigación semiótica consecuente y total. (E-1985: 54.)
Tiene que
reconocerse que fueron los formalistas los primeros en reclamar el estudio
científico de la literatura. La acción de los formalistas, como se sabe,
empieza a ejercerse en la década del 20, a partir de los estudios lingüísticos
iniciados por Ferdinand de Saussure desde fines del s. XIX, con su famoso Curso de Lingüística General (E-1959.)
De ahí, ese interés científico se desplazó hacia los otros campos de las
ciencias humanas, especialmente la antropología y la literatura. “Nada más
legítimo”, precisa Octavio Paz, refiriéndose a Lévi-Strauss que, dice, “se
propuso aplicar el método estructural de la lingüística a la antropología: el
lenguaje no sólo es un fenómeno social sino que constituye, simultáneamente, el
fundamento de toda la sociedad y la expresión social más perfecta del hombre.
La posición privilegiada del lenguaje lo convierte en un modelo.” (E-1969: 18.)
Reiteramos, pues, que el formalismo tiene el mérito de haber incidido en el
enfoque científico de la literatura. Pero esa también fue su limitación, porque
ese criterio de estudio específico de la literatura lo llevó a convertirla en
flor de invernadero, a no ver en ella nada que no fuera la literariedad,
convirtiendo esta abstracción “científica” en un valor absoluto e
indeterminado.
1.6.1.1 Propuesta formalista: la autonomía de la obra
literaria.- Los formalistas rusos (y
posteriormente la Escuela de Praga) avocados a los estudios de lingüística y de
poética, serán los pioneros de las corrientes teóricas herederas del
esteticismo romántico o el artepurismo parnasiano, es decir: la estilística, el
estructuralismo y la semiótica. Y tienen el mérito de haber rescatado un
aspecto de la obra literaria que ya fue intuido por Aristóteles y que el
Renacimiento reivindicó: la autonomía
de la obra literaria.[7]
Esta autonomía, en la estética “será la gran conquista de la crítica kantiana”
(siglo XVIII), dice Moritz Geiger, y que
siendo reconocida “en la práctica, desde hacía mucho tiempo, por todos
los verdaderos artistas y amantes del arte, quedó también asegurada por Kant en
la teoría, y para siempre.” (E-1951:
31. Cursiva nuestra.)[8]
Además agrega:
Si la estética no ha de crearse
normas valiéndose de otras categorías axiológicas, sólo queda una solución: la
esencia de lo bello debe inferirse de la observación de los objetos bellos, de
su origen, de su manera de ser percibidos y vividos por el sujeto. La
investigación inmanente del terreno estético debe conducir al conocimiento de
la esencia de lo bello [Ibidem. Preguntamos: ¿no ha dicho lo mismo Jakobson
-citado por nosotros: ‘Que la descripción de las bellezas intrínsecas de la
obra no deben ser reemplazadas por un veredicto subjetivo’?].
Es ésta, pues, una autonomía que en casos extremos
es llevada a prescindir no sólo de los juicios subjetivos del crítico, sino de
todo lo humano que pueda haber en la obra, como es el caso del filósofo y
filólogo español, José Ortega y Gasset, quien -en su obra La deshumanización del arte (E-1985)- establece como cualidad
esencial del arte moderno el haberse alejado de lo humano. Veamos cómo resume
ese planteamiento:
Aunque sea imposible un arte puro,
no hay duda que cabe una tendencia a la purificación del arte. Esta tendencia
llevará a una eliminación progresiva de los elementos humanos, demasiado
humanos que dominan en la producción romántica y naturalista. Y en este proceso
se llegará a un punto en que el contenido humano sea tan escaso que casi no se
le vea. (p. 25.)
Y es, precisamente, Ortega quien señala la
existencia de ambas tendencias, y lo dice así:
Recuérdese que en todas las épocas
que han tenido dos tipos diferentes de arte, uno para minorías y otro para la
mayoría, este último fue siempre realista. Por ejemplo, en la Edad Media.
Correspondiendo a la estructura binaria de la sociedad, dividida en dos capas:
los nobles y los plebeyos, existió un arte noble que era convencional, idealista, esto es, artístico, y un arte popular, que
era realista y satírico. (Ibídem: p. 24.)
Y si no olvidamos que en la Antigüedad -de
estructura social también binaria: de aristócratas y esclavos- existió -como ya
hemos visto- una tendencia que se oponía a la visión “popular” de Homero quien
seguía la tradición literaria de mostrar al pueblo su pasado y sus héroes, es
decir, la hedonista de Anacreonte, que buscaba sólo el placer a través de la
poesía, tenemos que llegar a la conclusión de que, en toda la historia de la
sociedad humana (incluidas la Edad Moderna y la Contemporánea: de estructuras
sociales binarias[9])
siempre se han manifestado y se manifiestan esas dos tendencias: el formalismo
y el realismo. Por eso cabe hacer una precisión de los fundamentos de ambas
tendencias para su mejor comprensión.
El punto de partida para esa comprensión es el que
-sin proponérselo- establece el mismo Ortega y Gasset: al precisar la
estructuración binaria de la sociedad: en aristócratas y esclavos, nobles y
plebeyos, burgueses y proletarios.[10]
Cada uno de esos polos, en virtud a sus intereses -sociales, políticos,
económicos, ideológicos, etc.- desarrolla también sus propios gustos y
conceptos en el plano del arte y la literatura. La existencia de las clases
sociales y de su oposición antagónica es la que determina la escisión de la
cultura. Y este es un hecho incontestable, mientras sigan existiendo las
condiciones para dicha constatación:
En la
medida en que millones de familias viven en condiciones económicas tales que
distinguen su modo de vida, sus intereses y su cultura de los de otras clases y
los contraponen a ellas de modo hostil, ellas forman una clase. (¡Así de
simple! Carlos Marx, El 18 brumario.)
No es que exista -como sugiere Ortega y Gasset- una
“sensibilidad artística” aislada y accesible sólo a algunos elegidos, mientras
la masa está condenada a vivir sin esa sensibilidad. Veamos cómo lo dice:
(Refiriéndose a los productos
artísticos del siglo XIX, dice): Productos de esta naturaleza sólo parcialmente
son obras de arte, objetos artísticos. Para gozar de ellos no hace falta ese
poder de acomodación a lo virtual y transparente que constituye la sensibilidad artística. Basta con poseer
sensibilidad humana y dejar que en uno repercutan las angustias y alegrías del
prójimo. (Ibídem.)
Esa “sensibilidad
artística”, que Ortega aísla de la integridad humana, se entiende que sólo está
ligada con el aparato formal del producto artístico, mientras que el contenido
humano de la obra no le interesa, pues ésta -la obra- será tanto más artística
cuanto más se aleje de lo humano. Y por eso dice -de manera apresurada y
maniquea- que las obras con contenido humano serán menos artísticas. Pero
asimismo sugiere que esa “sensibilidad artística” apta para apreciar sólo lo
formal de las obras de arte es privativa de las élites, de las castas, de los
grupos selectos, mientras que la sensibilidad humana, propicia sólo para captar
el contenido de las otras obras de arte (a las que se sobreentiende Ortega
devalúa formalmente), es común en la masa, en el pueblo. Veamos cómo lo dice:
Entonces tendremos un objeto (de
arte) que sólo puede ser percibido por quien posea ese don peculiar de la
sensibilidad artística. Sería un arte para artistas, y no para la masa de los
hombres; será un arte de casta y no demótico.
Si se divide, como lo hace este autor, a la sociedad
en dos grupos en relación con el arte: el grupo de los artistas, y el grupo de
“la masa de los hombres”, resultará que el grupo de los artistas no sería grupo
de hombres, sería -seguramente- un grupo divino. Y eso, si no es un absurdo,
es, por lo menos, una concepción idealista
(y así lo ha reconocido Ortega al hablar del arte de la Edad Media. Ver
arriba.) Y esa es la concepción de Ortega: el idealismo. Y el idealismo es la
filosofía de los grupos sociales que a lo largo de la historia de la humanidad
se han llamado: aristócratas, nobles y burgueses. Ya desde Platón se conoce ese
planteamiento, pues “el principio capital de la estética platónica es que la
belleza es una idea o ‘realidad
ontológica’ separada e independiente de las cosas bellas, y sólo por la
participación de aquella ‘belleza ideal’ estas cosas (las obras de arte, por
ejemplo) pueden llamarse bellas.” (Menéndez Pelayo, 1953-1: 30.) Y el hecho de
que Ortega y esas clases, de las que extrae su concepción filosófica y
artística, planteen así, idealistamente, sus gustos estéticos y poéticos no es
condenable en sí mismo, en tanto les asiste el derecho inalienable de opinión.
Lo que no se puede admitir es que lo hagan apropiándose del “arte en general”,
estableciendo que sólo es arte ése que ellos consideran así -deshumanizado-,
idealistamente. Cualquier otro, u otros, productos de “arte humano sólo
parcialmente son obras de arte.” Lo objetivo y sereno es permitirle a cada
grupo social (de los dos, globalmente hablando, admitidos por Ortega y Gasset)
defender su arte representativo, pero asimismo exigirle a cada uno que sepan
respetar el arte y la literatura del otro. Y esto por un principio elemental y
fácil de ser verificado: que tanto en el formalismo como en el realismo, hay
artistas y escritores importantes. Y, aplicando el dicho popular: en tanto en
“todo sitio se cuecen habas”, también los hay de menor importancia. Es falso
que la poesía defendida por el Formalismo sólo tenga grandes poetas (que, en
efecto, los tiene) porque también los tiene menores, regulares y malos. Lo
mismo pasa con la poesía defendida por el Realismo. Y, lo que es más importante
aún: también los artistas y poetas menores, regulares y malos -de cualquier
tendencia- tienen derecho a escribir y agenciarse la manera de difundir su
trabajo. ¿Qué poeta sabe de antemano que es genial e inmortal? No se trata, pues,
de segregar ni de satanizar a nadie.
[1]Parte de un verso de Goethe: “Gris es toda teoría,
pero verde es el árbol dorado de la vida.”
[2]El teórico formalista alejando a la obra literaria
de la realidad, la considera como nacida por generación espontánea (aun cuando
algunos, como MV, le asignen un vínculo que después “irracionalmente” rompen,
asignándole a la obra autonomía o “vida propia”) no está haciendo otra cosa que
seguir los lineamientos de la filosofía idealista, según la cual “lo psíquico
-es decir, la conciencia, la representación, la sensación, etc.- está
considerado como lo inmediato, mientras que lo físico se deduce de él, es
substituido por lo psíquico.” (V.I. LENIN, Materialismo
y empiriocriticismo, E-1974.) Y agrega LENIN: “El mundo es el no-YO, creado
por nuestro YO, decía Fichte. El mundo es la idea absoluta, decía Hegel. El
mundo es voluntad, decía Schopenhauer. El mundo es noción y representación,
dice el inmanentista Rehmke. El ser es conciencia, dice el inmanentista
Schuppe. Lo físico es la substitución de lo psíquico, dice Bogdanov. Hace falta
estar ciego para no ver la misma esencia idealista bajo todos esos diferentes
adornos verbales.” (p. 291.) Mientras que el teórico realista reconocerá que la
obra literaria tiene una autonomía relativa como la tiene todo lo que existe en
la realidad, pero, a diferencia de todo lo que existe en la realidad, la obra
no es sino un reflejo de una parte de ese todo, y, por lo tanto, nunca deja de
seguir vinculada a la realidad. Esta concepción responde a la tendencia
filosófica del materialismo, la misma que -según LENIN- considera: “1) el mundo
físico existe independientemente de la conciencia del hombre y existió mucho
antes que el hombre, antes que toda ‘experiencia humana’; 2) lo psíquico, la
conciencia, etc., es el producto supremo de la materia (es decir, de lo
físico), es una función de ese fragmento especialmente complejo de la materia
que se llama cerebro humano.” (Ibídem.)
[3] “Queda claro así -dice Constanzo di Girolamo- por
qué está esencialmente justificada la extensión del término ‘formalismo’ a las
corrientes dominantes de la teoría literaria del siglo XX (...) El canon del
arte por el arte del siglo XIX es objeto de una tardía y obstinada teorización
en los formalismos del siglo XX, que recurren sistemáticamente a los
instrumentos proporcionados por la lingüística y la semántica.” (E-1982: 81.)
[4]Veamos una descripción sintética que hace Julio
Cortázar del “purismo” literario: “Baudelaire, padre de la poesía francesa
moderna, no lo es sólo por el atroz, irreiterable testamento de Las flores del
mal; su agudo indagar crítico le hizo entrever y postular condiciones
esenciales de toda poesía: desgajamiento del compromiso ético (no de la ética)
y del didáctico (no de la verdad). Por esa vía lustral echarán a cantar las
voces disímiles pero consecuentes de Verlaine, Rimbaud, Mallarmé, Laforgue y
Valery. Filiación entretejida, imbricada, oscura, pero donde la lírica francesa
no da ya un solo paso atrás. Así, con Claudel, Jouve, Reverdy, Supervielle y Eluard
va llenando las décadas de nuestro siglo en admirable prosecución de acendrada
pureza, proveyendo la sustancia virgen que incitará un día a Henri Brémond -por
camino de místico horizonte- a formular su concepción de La Poesía Pura.”
(Brémond, E-1947: solapa del libro.)
[5]“El diccionario define al ‘irracionalismo’ como
término que, en sentido estricto, indica la postura intelectual que admite la
existencia de elementos no racionales (no controlados ni percibidos por la
razón) en la realidad o en el conocimiento.” Pero en la medida que el
irracionalismo total no puede tener una expresión lógica adecuada, entonces se
lo limita al terreno de las artes. Es en ese sentido que se han producido
numerosos sistemas irracionalistas, bajo diferentes denominaciones. La
evolución del irracionalismo en el terreno artístico puede verse en Georg
Lukacs (E-1966), aquí descubre su origen en el siglo XIX con el pensador alemán
Friedrich Theodor Vischer, quien, hacia 1848 [dice] “se encuentra en camino
hacia el irracionalismo” (p. 15). “Pero la situación real, la efectiva
influencia de Vischer en la teoría y la práctica de la estética seguirá
obrando, después del Cuarenta y ocho, ‘subterráneamente’, mucho más eficazmente
de lo que puede parecer en la superficie. [...] De vez en cuando se reconocen
incluso sus méritos. Así Dilthey, fundador de la irracionalista ‘filosofía de
la vida’ y cada vez más influyente a partir de 1900, subraya que el
descubrimiento de la ‘idealización indirecta’ es ‘auténtico descubrimiento
estético’ de Vischer.” (Op. cit.: 336.)
[6]“El hecho de que este punto de vista formal se
convirtiera en el punto de vista dominante y que desde principios de siglo [XX] se
haya entendido la historia del arte primordialmente como historia de las
formas, es un fenómeno inconcebible sin el impresionismo y la teoría de l’art
pour l’art.” (Hauser, E-1982: 224.)
[7]Aristóteles dice que “todo arte que tiene su objeto
en sí mismo puede considerarse infinito en su ambición, ya que trata de
aproximarse cada vez más a dicho fin, a diferencia de las artes, cuyo objeto
exterior se alcanza enseguida.” (Cit. por Carlos Marx, en: E-1972-1, p. 157.)
[8] Para tener una visión completa de estas vertientes
formalistas, recomendamos leer los siguientes trabajos: para la estilística,
Pierre Guiraud (E-1960); para el estructuralismo, Emil Volek (E-1985), y para
la semiótica, Jürgen Trabant (E-1990.)
[9] Por lo demás, desde que la historia es historia,
¿qué sociedad no ha sido binaria? Como dicen Marx y Engels: “La historia de
todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las
luchas de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y
siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se
enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras
franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación
revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases
beligerantes.” (E-1968: 32-33).
[10]Decimos “sin proponérselo”, porque Ortega en ningún
momento precisa tener la intención de ligar las categorías artísticas a las
sociales. Contrariamente, deja bien en claro que el objetivo de su trabajo es
el siguiente: “El arte nuevo es un arte artístico” -dice-. Y precisa: “yo no
pretendo ahora ensalzar esta manera nueva de arte y menos denigrar la usada en
el último siglo. Me limito a filiarlas, como hace el zoólogo con dos faunas
antagónicas.” (p. 25.) Y si recurre a las categorías sociales -dice- es como
simple recurso descriptivo. Siempre resultan infelices las comparaciones de
Ortega. Recordemos la de camelia / poeta que hemos analizado anteriormente.
¿Tradición Cristiana en la Poesía de Vallejo?
Roque Ramírez Cueva
Es harto conocido el asunto que Vallejo ha
sido y es tildado de poeta místico o al menos rotulado de cristiano, desde
luego dicha membrecía tiene una sinuosa intencionalidad de recuperar al poeta y
su obra para un Estado, un orden que lo defenestró e intentó castrarlo en su
condición de intelectual y artista irreverente con tal sistema.
Para señalarlo de místico se emplea el viejo fundamento, sin base ni razón
alguna, de apelar al hecho de la inclusión de simbologías propias del credo
cristiano en la construcción de la poesía de nuestro poeta universal y
proletario (por su ideología asumida). Incluso el argumento más usado peca de
simplismo porque basta la escritura de alguna palabra o de algún personaje
mencionado en la Biblia para investirlo de escritor cercano a la grey de
Cristo.
Los más de los comentaristas lo hacen, ya se dijo intencionalmente. Y los
menos, lectores no avisados, se basan en leer apresurados sólo el símbolo
monosémico que proyectan los versos vallejeanos. No obstante que, a pesar de
ser evidente un discurso nítido, ya en el poema “los dados eternos” la voz
poética deja bien sentada su idea de que, en todo caso, es el hombre mismo
quien merece la impostura de llamarse Dios. El vate considera desde su punto de
vista claro, sin eufemismos ni galas retóricas que, por la propia obra del
hombre, a menudo creador, “el Dios es él”.
En tales intencionalidades se pretende ocultar algún que otro asunto esencial
como las circunstancias en que Vallejo incorpora dicha terminología a su
poesía. Una de ellas, como lo hace notar el poeta Julio Carmona(1), es
que al momento de escribir su primer libro Heraldos Negros y
el segundo Trilce, el poeta de Santiago de Chuco cuenta con una
formación que se nutre en mucho de la cultura campesina, cultura ésta muy
ligada a las influencias de la religión cristiana. Aun así, no es a tientas su
visión ni su fe, más bien son inquisitivas, plantea dudas y propone digresiones
filosóficas.
Otra circunstancia, es que ya en Europa y con militancia comunista, convicta y
confesa, no abandona la trasmisión de vocablos bíblicos en sus versos. Sin
embargo, en esta oportunidad se aprecia una enorme diferencia, el poeta emplea
las palabras adrede, seguro de lo que afirma, lo hace con el objeto de darle vuelta
a los significados insertos en las voces bíblicas. Licencia ésta que se
permiten los creadores para invertir (y no parafrasear) los símbolos, las
acepciones tomadas de puntos de vista con los cuales se discrepa. Es decir, el
poeta crea desde y con la intertextualidad. Que es como le llaman, ¿no?
De esa manera, observamos que, por
ejemplo el rotulo de unos de sus libros, aparte de ser la obra menos
susceptible de ser aproximada a la mística católica es, España, aparta
de mí este cáliz. Según se lee, cristiano el titulo, ¿no?, sin embargo, muy
lejos de propósitos santos. Si leemos el sentido significativo de este sintagma
en forma de enunciado, se puede comprender sólo a partir de cambiar los datos
mono sémicos, su exteriorización, por otros que se pueden inferir del contexto
bélico en que transitaba España: en lugar de no padecer el martirologio
de Cristo –“España, aparta de mí este cáliz”- un símbolo bi sémico nos
dicta, terminar con el sufrimiento del pueblo español.
Ahora bien, para llegar a esta lectura
última se tiene que comparar y oponerla a las simbologías cristianas, ambas en
su circunstancia histórica. Lo cual nos lleva irremediablemente a situarnos en
el ambiente pasadista de una cultura heredera de la feudalidad colonial, por
ende de su religiosidad rural de hace casi cien años atrás en Santiago de Chuco
que es, más o menos, el mismo ámbito de casi todo el ande norteño, y, claro,
parecido a nuestra sierra piurana. Por tanto, nos atrevemos a imaginar que
Vallejo escuchó con certeza y a diario, las mismas invocaciones religiosas a
las que, entre los ocho y doce años oía en las reuniones donde con letanía se
rezaba el rosario en memoria de las amadas almas.
Las rezadoras y devotas decían, más o
menos, “el cáliz de purgación”, “el Señor nos redimió con el sacrificio de su
sangre”, “ampáranos con el cáliz de tu redención”. Y cuando la furia de la
naturaleza se manifestaba en temblores, “Señor aplaca tu ira y tu rigor”,
“aparta de mí el mal”. En esta premisa contextual Vallejo escribió su título “España,
aparta de mí este cáliz”, es decir invocando un tiempo congelado para afrontar
y azotar esas sociedades ayer, y, desde esa experiencia, las presentes. Esta
observación, es un segmento de cómo se generaría en la creación literaria la
universalidad.
¿Cuál es la propuesta del creador? A partir
de usar como recurso toda una simbología religiosa aceptada en todos los sub
conscientes populares, por tanto en los lectores que tienen empatía con el
cristianismo, que en América somos muchos o casi todos. Dichos símbolos son
transmutados en sus acepciones, en su semántica, otorgándoles otras de tal modo
que, connotativamente, expresen los temas ejes de dicho libro: el sufrimiento
del pueblo español (símbolo bi sémico); y, siguiendo lecturas, lo comprendemos
como la inmolación y rebeldía del pueblo hispano (símbolo polisémico).
Y, por supuesto, extendiendo las lecturas
hacia otras polisemias, sólo del título en mención, nos aproximan a percibir un
llamado del poeta, su exigencia hecha a los hombres de España, por lo mismo a
los hombres del mundo, invocando a todos ellos a que hagan a un lado los
sufrimientos e inmolaciones. El asunto es, cómo apartarlos o cómo evitarlos.
La respuesta ya no compete a entender sólo
el enunciado del título de la obra, además, y lo más importante, es que se
tiene que analizar en el conjunto del asunto literario de toda la obra.
Infiriendo varios entendimientos de la misma. Una de las respuestas nos
llevará, de alguna manera, a las significaciones o símbolos que devengan del
difícilmente decodificado verso vallejeano “saludo al sufrimiento armado”
Otra variante, dentro de las posibilidades
de la comprensión polisémica, con menos solemnidad pedirá que los hombres de
España, los trabajadores, soldados, obreros y poetas, no cualquier hombre sino
aquellos justicieros y solidarios, se decidan a poner fin a las
condiciones de ecce homos en que se han convertido todos los anteriores
hombres. En otras palabras, sanar y cambiar de piel y órganos para que no
prevalezcan los lastimosos aspectos de la miseria y otras laceraciones.(2)
Otro caso de como Vallejo apela adrede al
metalenguaje cristiano para invertir simbologías y/o acepciones, lo tenemos en
su conocido verso “salud, hombre de Dios, mata y escribe”. Es nuestra idea que
el poeta lo oyó, igual que nosotros, cuando se lo leyeron del versículo 13,
capítulo 10 del libro Los Hechos “Levántate, Pedro, mata y come”. Pero,
mientras en la frase bíblica se da a entender que, ante la consumada muerte de
Cristo, el Apóstol Pedro –por ende un hombre de Dios- tiene que continuar su
camino para predicar (matar) con la prédica y alimentarse de ella. ¿Qué va a
matar? Creencias paganas, creo.
En Vallejo, el verso es inaugurado con una
expresión que insta a celebrar, “Salud!”, a un hombre común o de pueblo (hombre
de Dios, por tanto) que se obliga a continuar luchando por y en la vida para
lograr sus propósitos, su ideal (“mata”), y terminar devolviendo el saludo,
comunicarse y hacer obra o crearla (“escribe”).
Otra lectura de los variados símbolos que
se desprenden del verso “Salud, hombre de Dios, mata y escribe”, nos lleva a
sondear el entorno donde creció y vivió el poeta hasta su juventud, contexto
rural, campesino donde predominaba un expoliador latifundismo y una imposición
ideológica de la fe católica. Hechos estos que le aportaron sintagmas para sus
versos como el de “hombre de Dios”.
Al respecto, el lector debe conocer que en
el norte del Perú (desde La Libertad, Cajamarca hasta Tumbes) los campesinos y los
pobladores usaban este enunciado, “hombre de Dios”, para comunicarse con los
suyos, porque al encontrarse a otro par lo saludaban como un hombre “igual a
mí”, común, de su misma clase. A quienes son de otro estrato social, ajenos a
ellos, les decían “amo”, “blanco”, o “señor”. De este modo, “hombre de Dios”,
es un sintagma de saludo en señal de cercana amicalidad o parentela, cuando no
de solidaridad para con quien consideran suyo, es decir, ya se dijo, de su
misma condición social.
Ahora, Vallejo lo plasma en verso no por
mero costumbrismo sino porque resulta una expresión salida de la voz popular,
indicio que le da universalidad. Forma literaria propia de la poesía que
entenderá bien durante su estadía en Francia, idea que más adelante
redondearemos. Nuestro poeta de La Libertad fue quien supo plasmar mejor la
universalidad en la poesía, en cualquier poesía, a partir de ubicarla y
estructurarla desde las expresiones lingüísticas tomados de su dialecto
regional, el español del norte andino peruano.
Justamente, “hombre de Dios”, en este caso
la función poética dada al verso, ya no es signo de saludo y solidaridad
exclusiva de los campesinos del norte andino del Perú. Siendo expresión
cristiana, obviamente se manifestará en otras partes del orbe. Así, también la
gran legión trabajadora y moradora de los barrios o suburbios de Francia,
usaban (ignoro si lo hacen hoy) en sus cotidianas relaciones amicales el homme
de dieu. No olvidemos que el hombre es un ser gregario que se manifiesta
culturalmente en determinados grupos sociales mediante vasos comunicantes, aun
cuando estos estén dispersos.
Antes Vallejo, en la bohemia del grupo
Norte, había leído bien a poetas románticos franceses, quienes ya inquirieron
por la dicotomía hombre – dios. Lamartine decía, “limitado en su naturaleza, en
sus deseos infinitos, el hombre es un Dios caído que recuerda el cielo” (3),
lo cual expresaba la tragedia del hombre de tiempos del romanticismo. Por
cierto, lo del poeta francés nos lleva a los versos vallejeanos “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; ... ¡Y el
hombre sí te sufre: el Dios es él!”.
Alfred de Vigny escribió
poemas que traducen las
dudas y convicciones religioso – filosóficas de su tiempo; en poema al
patriarca del desierto dice, “Moisés, homme de dieu, y allí ajeno al orgullo,
en el vasto horizonte, posa”. Lo dicho por Lamartine en anterior párrafo, es
escrito así, por Vigny, “pero la causa, oh gran Dios! He aquí la causa
pendiente en su tejado, no es más pensaba! La causa es el martirio perpetuo y
la inmolación perpetua del poeta”. Lo cita en sus cartas Delbos Chatterton. (4)
Lo leyó también en las novelas de Víctor
Hugo, Los Miserables y en Nuestra señora de París,
donde se alude y debate acerca de l’homme de dieu por parte de sectores
sociales antagónicos. En una crítica de Baudelaire a la obra Los
Miserables, el poeta maldito hace notar la discusión que propone Víctor
Hugo acerca de los hombres de Dios, grey cristiana útil a la sociedad o
defenestrada por la misma, y los compara con el hombre racional y con el hombre
universal. Los curas son el modelo del hombre de Dios que Hugo desnuda en su
doble moral, al igual que a inspectores (de policía) y jueces. Valjean es el
proletario inocente e ignorante sobre el cual se ceban. (5)
Premunido de estas lecturas y de su cultura
campesina, atrás comentada, el poeta vuelve a escuchar aquellos enunciados
religiosos de su adolescencia, decíamos atrás, nada menos que en la ciudad luz,
París. Con mas certeza, esa gran legión está conformada por los clochards,
según me lo refirieron poetas amigos que residen en París buen tiempo, no son
viajeros. Ellos narran que los obreros, trabajadores temporales y pequeños
empresarios, aun el lumpen proletariado, suelen decir, junto a un saludo, a una
interrogante o intención admirativa “homme de dieu”, o su opuesto “nom de Dieu”
Entonces, César Vallejo agudo observador y
oyente del mundo, y, claro, de sus contextos, supo y no dudó en dar
universalidad a su poesía incorporando las voces populares que vinculaban
mundialmente a los hijos del pueblo, por muy extraños y diferentes que sean
ambos países, Perú y Francia, voces que unían y unen a obreros y trabajadores
del orbe. (valga el redunde). Esta aleación es dúctil (dialéctica si se quiere)
y sólida, además porque Vallejo para entonces se ha incorporado al pensamiento
marxista y a su vanguardia, que son propias del proletariado internacional. Y
en sus versos toda esa interacción se evidencia.
Luego, tal constatación cimentó en Vallejo
su mayor arraigo no tanto por la patria regional que lo diferenciaba en el
mundo, como sí por la patria universal, con una ideología total con que
descifraba, comprendía y se batía junto a la clase proletaria (su participación
en la guerra civil de España y su obra no dan lugar al desmentido) a la que por
convicción propia se une. Vallejo enfrentó a todo tipo de deshumanización y
contra todo tipo de despojo inicuo. Esto de los dos anteriores párrafos, es
otro camino de andar por la universalidad en la creación literaria.
Por último, tal comprensión evitó a Vallejo
involucrarse con dogmatismos rígidos. Uno de sus propósitos fue ese, no
volverse dogmático. Una forma de no caer en tal tentación fue apelar con
sabiduría a la herencia cultural que nos dejó el impuesto cristianismo en
América, sin contradecirse con su punto de vista socialista. El escritor
mexicano Carlos Fuentes (6) coincidirá después con César Vallejo al
manifestar que no se puede evitar convivir con las tradiciones en que se han
desarrollado nuestros pueblos latinoamericanos, siendo una de éstas las
manifestaciones de religiosidad católica, definitivamente asimiladas a nuestros
contextos populares que son la raigambre vital que los nutre.
Esta comprobación no significa de ninguna
manera aceptación plena que dicha vitalidad popular en su expresión
conservadora deban perennizarse y que no deban impugnarse, tal como apreciamos
en la poesía y ensayo de Vallejo; en la obra del propio Fuentes, en la de Juan
Rulfo, en la de Arguedas, Asturias, etc.
Notas
(1) Culturas. Suplemento Diario La República.
Nº 54. 6 Junio, 1999. Fuentes dice: “…a pesar de no ser creyentes, como
yo, somos todos católicos nos guste o no” …”No podría asegurar que sea un país
cristiano, pero estoy seguro que es un país sagrado”. Habla de México, pero
calza bien para Perú.
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