lunes, 1 de septiembre de 2014

Política

¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función de la realidad actual!

Mariátegui y el “Problema del Indio”

(Sexta Parte)

                                                                                Eduardo Ibarra


MARIÁTEGUI SEÑALÓ: “EL VANGUARDISMO LITERARIO argentino se denomina ‘martinfierrismo’. Quien alguna vez haya leído el periódico de ese núcleo de artistas, Martín Fierro, habrá encontrado en él al mismo tiempo que los más recientes ecos del arte ultra-moderno de Europa, los más auténticos acentos gauchos”. “¿Cuál es el secreto de esta capacidad de sentir las cosas del mundo y del terruño? La respuesta es fácil. La personalidad del artista, la personalidad del hombre, no se realiza plenamente sino cuando sabe ser superior a toda limitación” (t.11, pp.78-79).

Los seres humanos, los pueblos, todos los pueblos sin excepción, tienen una existencia particular, pero, en efecto, su personalidad no se realiza plenamente sino cuando expresan su esencia universal. Sentir las cosas del terruño y las cosas del mundo es la forma de ser superior a todo particularismo a ultranza. El indianismo y el indigenismo que levantan lo autóctono en negación de lo no autóctono, no hacen otra cosa que afincarse en un provincianismo generalmente culturalista. Es claro que por este camino la personalidad de la población indígena originaria no se realizaría plenamente.

En el artículo La nueva cruzada pro-indígena, sostuvo el maestro: “el fenómeno nacional no se diferencia ni se desconecta, en su espíritu, del fenómeno mundial. Por el contrario, de él recibe su fermento y su impulso. La levadura de las nuevas reivindicaciones indigenistas es la idea socialista, no como la hemos heredado instintivamente del extinto Inkario sino como la hemos aprendido de la civilización occidental, en cuya ciencia y en cuya técnica sólo romanticismos utopistas pueden dejar de ver adquisiciones irrenunciables y magníficas del hombre moderno”. “De la presencia de un espíritu renovador, palingenésico, que se nutre a la vez de sentimiento autóctono y de pensamiento universal, tenemos presentemente muchas señales” (t.13, p.167).

El fenómeno nacional, es decir la lucha de clases en nuestro país, no se desconecta ni puede desconectarse del fenómeno mundial, es decir de la lucha de clases a escala mundial. Así como a Europa debimos, según señaló Mariátegui, la doctrina de nuestra revolución de la Independencia, a Europa debemos ahora la doctrina de nuestra revolución socialista: “… el socialismo, señaló el maestro, aunque haya nacido en Europa, como el capitalismo, no es tampoco específica ni particularmente europeo. Es un movimiento mundial, al cual no se sustrae ninguno de los países que se mueven dentro de la órbita de la civilización occidental. Esta civilización conduce, con una fuerza y unos medios de que ninguna civilización dispuso, a la universalidad. Indo América, en este orden mundial, puede y debe tener individualidad y estilo; pero no una cultura ni un sino particulares” (ibídem, p.248).

La levadura de las reivindicaciones indígenas originarias, y, en general, del pueblo peruano, es, pues, la idea del socialismo marxista. Particularmente, Mariátegui señaló: “El socialismo aparece en nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de moda, como espíritus superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica”. “La fe en el resurgimiento indígena no proviene de un proceso de ‘occidentalización’ material de la tierra quechua. No es la civilización occidental, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista” (47).

Por otro lado, sostuvo: “… de la confluencia o aleación de ‘indigenismo’ y socialismo, nadie que mire al contenido y a la esencia de las cosas puede sorprenderse. El socialismo ordena y define las reivindicaciones de las masas, de la clase trabajadora. Y en el Perú las masas, –la clase trabajadora– son en sus cuatro quintas partes indígenas. Nuestro socialismo no sería, pues, peruano, –ni sería siquiera socialismo– si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indígenas” (t.13, p.217).

Por eso el PSP fue un partido marxista-leninista con una teoría propia y una militancia no solo de obreros sino también de campesinos. Por lo tanto, puede decirse que, en el proceso de nuestra revolución, la señal más neta y prominente del espíritu revolucionario nutrido de sentimiento autóctono y pensamiento universal, es la Creación Heroica de Mariátegui.

Como se ha visto, el maestro señaló que sólo romanticismos utopistas pueden dejar de ver en la ciencia y la técnica occidentales adquisiciones irrenunciables del hombre moderno. Por eso remarcó que el “libre resurgimiento del pueblo indígena… la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos, no significa en lo absoluto una romántica y anti-histórica tendencia de reconstrucción o resurrección del socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas completamente superadas, y del cual sólo quedan, como factor aprovechable dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone la técnica, la ciencia, la etapa capitalista; y no puede importar el menor retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna (48), sino por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas conquistas en la vida nacional” (ibídem, p.161).

De hecho, el fondo del problema que aquí es examinado es la relación entre nuestra realidad particular y lo universal. Mariátegui agregó respecto a esto: “¿Cómo podrá… el Perú, que no ha cumplido aún su proceso de formación nacional, aislarse de las ideas y las emociones europeas? Un pueblo con voluntad de renovación y de crecimiento no puede clausurarse. Las relaciones internacionales de la inteligencia tienen que ser, por fuerza, librecambistas. Ninguna idea que fructifica, ninguna idea que se aclimata, es una idea exótica. La propagación de una idea no es culpa ni es mérito de sus asertores; es culpa o es mérito de la historia. No es romántico pretender adaptar el Perú a una realidad nueva. Más romántico es querer negar esa realidad acusándola de de concomitancias con la realidad extranjera. Un sociólogo ilustre dijo una vez que en nuestros pueblos sudamericanos falta ‘atmósfera de ideas’. Sería insensato enrarecer más esa atmósfera con la persecución de las ideas que, actualmente, están fecundando la historia humana” (t.11, pp.28-29).

La solidaridad de destino histórico de los pueblos es universal. Por eso Mariátegui sostiene que "ya la experiencia de los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China, nos ha probado cómo una sociedad autóctona, aun después de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la civilización moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los pueblos de Occidente" (7 Ensayos, pp.345-346).
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En efecto, la población indígena originaria tiene la necesidad de no clausurarse y encontrar por sus propios pasos la vía de la civilización moderna. En el Perú, esta civilización está representada por la industria, el comercio, la urbe, el socialismo, la población no indígena originaria y, en un cierto grado más o menos importante, por los indígenas originarios asimilados a la vida urbana. Mariátegui sostuvo que “El indio no representa únicamente un tipo, un tema, un motivo, un personaje. Representa un pueblo, una raza, una tradición, un espíritu”. Nuestra población no indígena originaria representa igualmente un espíritu, o, si se prefiere, es la portadora de los valores de la civilización occidental, aunque, obviamente, no de manera exclusiva y excluyente. Por eso puede decirse que, en nuestras condiciones particulares, la población indígena originaria encuentra la vía de la civilización occidental en el proceso por el cual se fusionan las diversas tradiciones que concurren a la formación de la nación peruana. En este proceso el desarrollo del capitalismo hace lo suyo, así como el socialismo también hace lo suyo y hará lo suyo definitivo cuando llegue su hora. Pues bien, así como hay una tradición peruana aglutinante de las cuatro tradiciones que la conforman, así también hay un pueblo peruano aglutinante de todas las sangres que lo conforman.

En conclusión, la revolución peruana se nutre de sentimiento autóctono (nuestro espíritu particular) y de pensamiento universal (socialismo marxista). Digo “espíritu particular”, porque el sentimiento autóctono es nuestro sentimiento peruano, del cual el sentimiento específicamente indígena originario aparece como uno de sus elementos. Y, nutriéndose de sentimiento autóctono y pensamiento universal, el pueblo peruano puede alcanzar a ser superior a toda limitación particularista y a realizar plenamente su personalidad.

Notas
[47] 7 Ensayos, pp.38 y 35. En efecto, el resurgimiento del campesinado indígena originario no proviene del fraccionamiento de las comunidades y los latifundios para crear la pequeña propiedad, sino del usufructo colectivo de la tierra nacional. Por otro lado, es claro que con el término fatalidad Mariátegui quiso decir necesidad.
[48] “Civilización moderna”, dice Mariátegui, así como, según se ha visto, ha dicho “hombre moderno”. ¿Qué entendía, pues, el maestro por “civilización moderna” y qué por “hombre moderno”? Aquí, desde luego, no hay espacio para extenderse sobre este tema, pero, sin duda, es una tarea pendiente confrontar su idea de la modernidad con las diversas teorías de la modernidad en boga desde hace varias décadas.  

   

El Socialismo Heroico y Creador:
«Defensa del Marxismo»

(Séptima Parte)

                                                                              Jorge Oshiro



Etica y Socialismo

Siempre ha existido un prejuicio muy extendido en el sentido de que el marxismo nunca se ha preocupado de fundar una ética. En este sentido escribe Mariátegui:

"La crítica neo revisionista no dice, a este respecto, ninguna cosa que no hayan dicho antes utopistas y fariseos de toda marca".

Esta falsa creencia que el marxismo no reivindica para sí una ética proviene del hecho de su lucha por el orden material y a la vez por "el sarcasmo con que tratan Marx y Engels la moral burguesa". Pero hay algo más. Refiriéndose a Croce va a hablar Mariátegui que esta corriente de acendrado prejuicio

"ha estado principalmente determinado por la necesidad en que se encontraron Marx y Engels de afirmar que la llamada cuestión social (o sea que no se resuelva con prédicas y con los medios llamados morales) y por su acerba crítica de las ideologías e hipocrecias de clases".

En realidad el carácter ético del pensamiento de Marx es absoluto. El mismo Croce lo dice:

"Pero es evidente que la idealidad y lo absoluto de la moral, en el sentido filosófico de tales palabras, son presupuestos necesarios del socialismo".

Hay que entender aquí "idealidad y lo absoluto" en su sentido fuerte del término, pues ellos son centrales en la concepción del socialismo en Mariátegui. Sin idealidad ni absoluto no hay para él socialismo. Es precisamente estos dos caracteres que lo distinguen de todo tipo de reformismo y revisionismo.

        Croce ve en la misma utilización de categorías económicas de Marx como el "Mehrwert", la plusvalía, ya un elemento extra-económico. En esto coincide Mariátegui con el filósofo italiano:

"¿No es acaso, un interés moral o social, como se quiere decir, el interés que nos mueve a construir un concepto del sobrevalor?".

Y continúa preguntando si en economía pura se pueda hablar de plusvalía. Y no suficiente con esta indicación señala Croce que sin ese presupuesto moral cómo se entendería el tono de violenta indignación o de sátira amarga que se advierte en cada página de «El Capital».

Aquí en la cita de Croce ya se vislumbra dos ideas de "lo moral" que se explicitará  posteriormente. Para Croce como para Mariátegui el autor y el revolucionario Marx, cuando escribe «El Capital» no es puramente el "científico", el erudito en esta materia. Detrás del rigor científico hay en el libro un espíritu moral. Marx evidentemente no "hace" ética explícitamente, pero sus escritos implican implícitamente una actitud, una práctica ética.
  
Mariátegui sigue a Croce todavía en su reflexión en el sentido que nadie, según el filósofo italiano, se le haya ocurrido de llamar a Marx, "el Maquiavelo del proletariado". El paralelo de Maquiavelo con Marx es evidente y no solamente por ser tan acremente criticados por los moralistas de la burguesía. Según Croce Maquiavelo

"descubre la necesidad y la autonomía de la política, que está  más allá  del bien y del mal moral, que tiene sus leyes contra las cuales es vano rebelarse y a la que no se pueden exorcisar o arrojar del mundo con el agua bendita".

Como Maquiavelo criticaba Marx el moralismo de las buenas intenciones que no tiene en cuenta las lógicas específicas que posee la realidad, en uno la autonomía de la política, en el otro la determinación del orden económico en el comportamiento social del hombre.

        La defensa de estas tesis implicaba una frontal agresión al moralismo establecido, que ocasionó en ambos casos la creencia de la "anti-eticidad" de las posiciones de ambos pensadores.

        Pero más allá  de todo moralismo de las buenas intenciones y la buenas voluntades el socialismo tiene una dimensión ética muy bien definida:

"La función ética del socialismo...debe ser buscada, no en grandilocuentes decálogos, ni en especulaciones filosóficas que en ningún modo constituían una necesidad de la teorización marxista, sino en la creación de una moral de productores por el propio proceso de lucha anticapitalista" (Subr.JO).

Aquí encontramos expuestas claramente las dos versiones de moral:

        Por un lado una moral del decálogo y una moral como especulación filosófica, es decir, una moral "normativa" establecida a partir de imperativos, independientes a la situación histórica concreta, y una moral producto de la especulación.

        Ambos tienen el común denominador de ser "a prioristas", es decir, de ser moral que viene del exterior a la verdadera praxis de los hombres.[1]

        Ejemplo de crítica a la moral apriorística lo da Kautsky cuando escribe que

"en vano...se busca inspirar al obrero inglés con sermones morales una concepción más elevada de la vida, el sentimiento de más nobles esfuerzos".

Y según el mismo pensador:

"La ética del proletariado emana de sus aspiraciones revolucionarias; son ellas las que dan más fuerza y elevación. Es la idea de la revolución lo que ha salvado al proletariado del rebajamiento".

En ambos pasajes se aprecia claramente los dos diversos contenidos conceptuales del término "moral". En el segundo término el concepto de moral expresa un 'quantum de energía' (espíritual). La moral es una fuerza espiritual que se expresa en situaciones de conflicto (lucha de clases) pero por otro lado está  dirigido a determinados fines, sentidos y comprendidos como ideales. Pero esta moral de los "productores" no surge mecánicamente de los intereses económicos. Mariátegui:

"Se forma en la lucha de clases, librada con  ánimo heroico, con voluntad apasionada".

Pero para que el proletariado cumpla su misión histórica, es necesario que adquiera "conciencia previa de su interés de clase".

        Pero esto no es suficiente:

"La lucha por el socialismo eleva a los obreros, que con extrema energía y absoluta convicción, toman parte de ella a un ascetismo".

Como se puede apreciar la moral proletaria exige primeramente la lucha de clases, pero esta participación en la lucha de clases no es puramente numérica, cuantitativa, no es una pura acumulación de fuerzas brutas. Hay aquí todo un proceso de transformación cualitativa.

        La moral revolucionaria es moral de "ascetas", por lo tanto es un comportamiento religioso, es la búsqueda auténtica de lo Absoluto. No es en azar que los grandes ascetas hayan sido grandes místicos. Y esta búsqueda de lo absoluto implica en su propia definición, una lucha:

-contra lo inmediato (por lo trascendente);
-contra la atracción reductora del presente (por el futuro);
-contra lo meramente material (por el ideal);
-contra lo contingente (por lo absoluto);
contra lo individual (por lo universal).

El "ascetismo" es un estado de tensión entre lo relativo y lo absoluto; entre lo presente material y el futuro ideal; es una tensión hacia la trascendencia.

        Pero mientras que el "ascetismo tradicional" es un alejamiento de la realidad social-histórica, el "ascetismo orgánico"[2] o proletario es la búsqueda de la superación revolucionaria del presente social. Es la acumulación de todas las fuerzas ("extrema energía", dice Mariátegui) para este fin "sublime":

"Lo sublime proletario no es una utopía intelectual ni una hipótesis propagandístico".

Este fin sublime es de importancia fundamental en el pensamiento del revolucionario peruano. Así interpreta él la célebre fórmula leniniana que dice que "sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria". Esta tesis que normalmente se entiende como una necesaria vinculación de la teoría y la práctica y de la necesidad de la teoría para la praxis, Mariátegui lo interpreta como una tensión entre "lo inmediato y lo final", es decir lo interpreta éticamente:

"Sin teoría revolucionaria, no hay acción revolucionaria, repetía Lenín, aludiendo a la tendencia amarilla a olvidar el finalismo revolucionario por atender sólo a las circunstancias presentes".

El rechazo de Mariátegui del reformismo y del revisionismo no es puramente político ni mucho menos obedece a un cálculo programático. Su rechazo tiene un contenido fundamentalmente ético:

"Es absurdo", escribe él, "buscar el sentimiento ético del socialismo en los sindicatos aburguesados -en los cuales una burocracia domesticada ha enervado la conciencia de clase o en los parlamentarios, espiritualmente asimilados al enemigo que combaten con discursos y mociones".

Es necesario abandonar totalmente el campo burgués para poder conquistar la elevación de la moral proletaria:

"El trabajador, indiferente a la lucha de clases, contento con su tenor de vida, podrá  llegar a una mediocre moral burguesa, pero no alcanzará  jamás a elevarse a una ética socialista".

Como se ve, la moral proletaria, para Mariátegui no puede ser una moral "espontánea", "natural", dada, recibida automáticamente por la simple pertenencia a una clase social.

        El trabajador "debe elevarse" a una ética socialista. Se siente un transfondo nietzscheano en esta exigencia. Constatemos una clara jerarquía entre la "mediocre moral burguesa" y la "elevada ética socialista".
        Esta jerarquía moral obedece al fin buscado por el socialismo: lo sublime, lo absoluto, lo ideal con intensidad, con extrema energía. Esta referencia categórica al ascetismo debemos complementarlo con un pasaje ya citado sobre R. Luxemburgo:

"Espíritu...activo y contemplativo, al mismo tiempo -puso en el poema trágico de su existencia, el heroismo, la belleza, la agonía y el gozo".

El ascetismo mariateguiano no es un ascetismo seco, óseo; es un ascetismo que busca lo absoluto, pero éste implica el gozo. Es el gozo de lo absoluto. El eco spinoziano evocado ya por Waldo Frank es aquí nítido.


[1] Es la misma posición crítica de la Etica ya citada reiteradamente: "No nos esforzamos por nada, ni lo queremos, apetecemos ni deseamos porque juzguemos que es bueno, sino que, por el contrario, juzgamos que algo es bueno porque nos esforzamos por ello, lo queremos, apetecemos y deseamos".

[2] Ver  arriba losLos conceptos de "religiosidad tradicional", "religiosidad orgánica".

Los Rebeldes, los Desobedientes y los Revolucionarios

(Segunda Parte)

Julio Roldán


ESTAS CORRIENTES COINCIDEN, BÁSICAMENTE, en algunos puntos que podrían ser resumidos de la siguiente manera.

      En primer lugar, los mencionados sostienen que el capitalismo es un sistema histórico y que por ser tal ya llegó a su fin. Lo dicho no implica necesariamente que haya llegado a su fin en el plano político. Que el sistema capitalista no ha podido ni puede dar solución a los problemas básicos de la humanidad, porque, dicho sea de paso, tampoco es su razón de ser. Que el sistema capitalista debe ser radicalmente cambiado por otro sistema, el que sí debe solucionar los problemas básicos de la sociedad. Que el sistema capitalista ha nacido, se ha desarrollado y se mantiene básicamente a través de la explotación en el plano económico y del monopolio de la violencia organizada (legal o ilegal) en el plano político. Consecuentemente recurriendo a este método, de igual modo, debe ser totalmente transformado.

Por último, en la futura sociedad llámese como se la llame, la que reemplace al sistema capitalista, deben ser inscritos y materializados estos principios básicos: "¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según su necesidad!" Y: "¡Sociedad del reino de la justicia, sociedad del reino de la libertad!"

La diferencia en el mundo de la izquierda radica, básicamente, en cómo y sobre qué bases democráticas reales debe construirse la sociedad que reemplazará al sistema capitalista y a su democracia formal. Teniendo en cuenta que ya hubo experiencias histórico-políticas concretas que fueron orientadas por estas ideas. La Revolución Rusa y la Revolución China son sus más ricas experiencias históricas.

Como parte del debate, al interior de la izquierda, el mismo que dura ya más de un siglo y medio, en torno a la democracia, sólo por mencionar un caso, es lo referente al centralismo democrático. Esto implicaba, según el enunciado teórico, que el control debe ser de abajo hacia arriba, de las mayorías hacia las minorías, de las masas hacia los dirigentes. Los hechos han demostrado, casi hasta el cansancio, que no fue así, más bien ha ocurrido todo lo contrario. En realidad la democracia fue totalmente sacrificada en función del centralismo. En dos palabras, el centralismo burocrático devino regla y el centralismo democrático, excepción. Y a este mal crónico, pocas organizaciones de izquierda, hasta el momento, han podido dar una solución, en la práctica, acertada.

En el proceso del desarrollo histórico-político la burguesía, como es bastante conocido, gracias a la práctica de más de dos siglos, ha hecho de la idea de democracia mito y fetiche, mentira y embuste. Y de sus métodos, no sólo trampas abiertas o veladas, sino sobre todo dominio y control ideológico-político de la población, de casi todo el mundo.

Para los marxistas, la democracia adquiere un carácter cualitativamente superior. La democracia dejará de ser una formalidad y medio de dominio y control para transformarse en la esencia misma de la vida y en un medio de emancipación y liberación del hombre. Los autores del Manifiesto Comunista expresaban muy claramente este objetivo, así: "... el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia."

Lo planteado no implica que la izquierda y en particular los marxistas  desconozcan el significado que tiene en el proceso del desarrollo histórico-político la democracia formal (libre juego de partidos, Estado de derecho, los procesos electorales periódicos, etc.) como lo entiende y lo practica la burguesía, deje de ser un avance en la toma de conciencia de las grandes mayorías. Marx y Engels tenían muy claro esto e incluso recomendaban que los partidos proletarios deberían participar, cuando las condiciones así lo requieran, activamente en los procesos electorales que la burguesía convoca y controla.

Años después de haber sido expuestas algunas ideas en el Manifiesto..., recogiendo la experiencia política del Partido Socialista en el proceso electoral en Alemania, Engels escribió: "Ya el Manifiesto Comunista había proclamado la lucha por el sufragio universal, por la democracia, como una de las primeras y más importantes tareas del proletariado militante, y Lassalle había vuelto a recoger este punto. Y cuando Bismarck se vio obligado a introducir el sufragio universal como único medio de interesar a las masas del pueblo por sus planes, nuestros obreros tomaron la cosa inmediatamente en serio y enviaron a Augusto Bebel al primer Reichstag Constituyente."

Luego de exponer el hecho, saca la enseñanza y generaliza: "Y, desde aquel día, han utilizado el derecho de sufragio de un modo tal, que les ha traído incontables beneficios y ha servido de modelo para los obreros de todos los países. Para decirlo con las palabras del programa marxista francés, han transformado el sufragio universal de medio de engaño que había sido hasta aquí en instrumento de emancipación. Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constante e inesperadamente rápido del número de nuestros votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda;...".

Y finalmente: "Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecen nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar en contra de estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el gobierno llegaron a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales."

Con Lenin, además de recomendar la participación electoral por táctica, la democracia adquiere un carácter cualitativamente diferente y concreto. Leamos lo que en El Estado y la revolución, en 1917, escribió: "Democracia implica igualdad. Se comprende la gran importancia que encierra la lucha del proletariado por la igualdad y la consigna de la igualdad, si ésta se interpreta exactamente en el sentido de destrucción de las clases". Luego de esta reflexión, continúa: "La democracia es una forma de Estado, una de las variantes del Estado. Y, por consiguiente, representa, como todo Estado, la aplicación organizada y sistematizada de la violencia sobre los hombres. Eso, de una parte. Pero de otra, la democracia implica el reconocimiento formal de la igualdad entre los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar la estructura del Estado y a gobernarlo. Y esto, a su vez se halla relacionado con que, al llegar a un cierto grado de desarrollo de la democracia, ésta, en primer lugar, cohesiona al proletariado, la clase revolucionaria frente al capitalismo, y le da la posibilidad de destruir, de hacer añicos, de barrer de la faz de la Tierra la máquina del Estado burgués, incluso del Estado burgués republicano, el ejército permanente, la policía y la burocracia, y de sustituirlos por una máquina más democrática, pero todavía estatal, bajo la forma de masas obreras armadas, como paso hacia la participación de todo el pueblo en milicias."

Y en otro escrito, proyectándose mucho más, reitera: "Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no exista diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo entonces `desaparecerá el Estado y se podrá hablar de libertad´. Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, que no implique, en efecto, ninguna restricción. Y sólo entonces comenzará a extinguirse la democracia, porque la sencilla razón de que los hombres, liberados de la esclavitud capitalista, de los innumerables horrores, bestialidades, absurdos y vilezas de la explotación capitalista, se habituarán poco a poco a observar las reglas elementales de convivencia, conocidas a lo largo de los siglos y repetidas desde hace miles de años en todos los preceptos; a observarlas sin violencia, sin coacción, sin subordinación, sin ese aparato especial de coacción que se llama Estado."

En otras experiencias socialistas, los marxistas han tolerado y hasta han garantizado, por lo menos teóricamente, la existencia y vida pública de otros partidos políticos con ideología e intereses distintos a los del Partido Comunista. En plena construcción del socialismo en China, en un escrito de 1956, Mao Tsetung se planteó esta pregunta: "¿Qué es mejor: que haya un solo partido o varios partidos? Luego se respondía: "Por lo que hoy parece, es preferible que hayan varios". Lo afirmado no sólo está pensado en un determinado sentido del tiempo, por el contrario va mucho más allá, leamos: "Esto no sólo es válido para el pasado, sino que puede serlo también para el futuro; significa coexistencia duradera y supervisión mutua."

En otro párrafo continúa: "De manera consciente permitimos que subsistan los partidos democráticos, les brindamos oportunidad para expresarse y aplicamos para con ellos la política de unidad y lucha. (...) debemos asegurarles la subsistencia y permitirles que nos ataquen, debatiendo lo que haya de infundado y aceptando lo que haya de razonable en sus ataques. Esto es más ventajoso para el Partido, el pueblo y el socialismo."

Y finalmente pensando no sólo el tiempo político sino sobre todo el tiempo histórico, dice: "Tanto el Partido Comunista como los partidos democráticos surgieron en el proceso histórico. Todo lo que surge en el proceso histórico desaparece en el mismo proceso. Así, tarde o temprano desaparecerá el Partido Comunista y, de igual modo, los partidos democráticos."

La experiencia teórico-práctica de la izquierda en general y de los marxistas en particular es grande, honda y frondosa. Las derrotas tienen la virtud de hacer reflexionar a los sensatos y la desgracia, de obnubilar a los impacientes. Los problemas político-ideológicos de hoy son mucho más grandes y complejos que los de ayer. Consecuentemente la reflexión y la investigación tienen que ser más finas y más profundas en este abanico de posibilidades que se abre ante nuestros ojos. De esa manera la síntesis teórica de las leyes y los principios de estos nuevos problemas, en estos nuevos tiempos históricos y circunstancias políticas, serán las vigas maestras que orientarán la posterior acción.

A pesar de la profunda crisis del sistema, del desorden teórico, el cruce de ideas y de los ricos precedentes, aún no aparece la o las cabezas (parece que sin anular a los individuos, la tendencia, la experiencia y la necesidad indica antes que éstos serán los colectivos quienes cumplan este rol) que sistematice el actual desorden filosófico-político. Así lo entiende el profesor Atilio Boron cuando rememorando el rol de Platón y Aristóteles en un primer momento, de Agustín y Tomás de Aquino en un segundo, de Lutero, Moro y Maquivelo en el Renacimiento; Hobbes y Locke en la primera etapa del desarrollo del sistema capitalista; Montesquieu, Kant y Hegel más tarde y en la otra orilla, teniendo como antecedente directo la contradictoria figura de Rousseau, Karl Marx.

Leamos lo que el mencionado profesor escribió: "En la actualidad, sin ir más lejos, la crisis general del capitalismo no ha encontrado todavía una cabeza capaz de sistematizarla teóricamente. Las ‘condiciones históricas´ están maduras para el surgimiento de nuevas ideas y propuestas, pero no está claro quién, o quiénes, podrán estar en condiciones de acometer semejante empresa."

Precisamente algunos de estos temas a dilucidar es el nuevo papel y características actuales del imperialismo. El rol de EE. UU. de Norteamérica en esta etapa. Y por último, la configuración del nuevo Imperio. La polémica está abierta, las teorías se cruzan y exhiben sus mejores argumentos. Esperamos, en unos casos, la llegada de las nuevas síntesis. O caminemos, en otros casos, en busca de las renovadas conclusiones.






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