Ubicación de la Literatura en la Educación
Julio Carmona
SE SABE, SOBRADAMENTE, QUE NO ES LO MISMO hablar de
literatura como disciplina artística que como materia educativa o pedagógica. Obsérvese que estamos haciendo una distinción entre materia, asignatura y curso. En primer lugar, porque a veces
se usan de manera indistinta, como si fueran sinónimos. (Al menos, en lo que se refiere a las dos
primeras, Samuel GILI GAYA las presenta así[1]). Por otro lado, porque convendría asignarles
funciones específicas –dado el crecimiento de los contenidos educativos–,
permitiéndoles delimitar campos de acción más precisos a cada término.
En el
caso de la literatura, como disciplina artística, debe otorgársele el derecho a
la autonomía. Por el cual la literatura no está obligada a rendirle cuentas a
nadie de su acción. Y en tal medida debe reconocerse que su única obligación es
para consigo misma. Vale decir, que los escritores (o productores literarios)
sólo responden a su propia convicción
artística: ser conscientes de que están haciendo arte y que ese arte tiene las
características de la tendencia literaria que han elegido. Y por ello no habrán
de ser “condenados”. Aunque sí criticados. Pero sólo en la medida en que estén
desarrollando su trabajo artístico (bien, regular o mal). Y, en este sentido,
el crítico ha de tener en cuenta, no un canon artístico único (que no lo hay), sino las propias prescripciones de esa
convicción artística aludida supra, a
la única que –decíamos– el productor literario responde. En relación con el
tópico “canon literario”, vamos a hacer referencia
aquí a un artículo periodístico de Marco MARTOS que trata sobre el tema,
comentando el libro El canon occidental,
del crítico norteamericano Harold BLOOM. Y aun cuando Martos señala que es “La
línea crítica de Bloom, de amor tradicional por la belleza de la palabra y que
puede considerarse esteticista” y pese también a que considera que “Es fácil,
en muchos puntos, estar en desacuerdo con ella porque muchas veces parece
arbitraria en sus afirmaciones”, no obstante todo eso, admite que hay “un canon” literario occidental, y que él
resume con la siguiente frase de Freud: “la elevación de la calidad del goce.”
Nosotros creemos que esas atingencias o posibles discrepancias planteadas por
el mismo Marco MARTOS, deberían conducir a otra conclusión: que hay más de un
canon (o, por lo menos, dos) que permiten enjuiciar a diferentes tipos de
producción poética. Marco MARTOS releva como mérito de Bloom el rescatar aquel
tipo de literatura “que está lejos de lo fácil y vulgar”, y cabe preguntar:
¿por qué “lo fácil y lo vulgar” sería el polo opuesto de la “calidad del
goce”?, ¿por qué no considerar una tendencia intermedia que privilegie –por
ejemplo– el “optimismo por un mundo mejor” –sin solazarse en lo puramente
estético y sin caer en lo fácil y lo vulgar?, y, finalmente, ¿por qué oponerse
o negarse a admitir que lo “fácil y vulgar” también responde a otro canon, que
no es el mismo de Bloom o de MARTOS?[2]
Errará el
lector crítico que exija a un texto literario lo que él quería encontrar,
cuando debe esperar hallar lo que el texto es capaz de darle. Si dicho lector
gusta más de un tipo de literatura –digamos– barroca o romántica o simbolista (usamos estos tres términos pues, si se observa
bien la evolución histórica de la literatura
universal, se verá que son confluyentes o responden a la característica
de la aventura o la experimentación formal), ese lector no debe de esperar a que todos los textos
satisfagan su exigencia. Y, más bien, debe
sentirse obligado a valorar al otro tipo de literatura –digamos– clásica
o realista que, seguramente, no se solazará en la experimentación formal.[3] Y lo que más ha de evitar el lector crítico es
permitirle a su hígado que sea quien le sugiera sus valoraciones. Un ejemplo de
crítica literaria no recomendable es el que da Mario VARGAS Llosa en su novela
la Historia de Mayta, al referirse al
poeta nicaragüense Ernesto Cardenal cuya poesía había leído con agrado hasta
antes de conocerlo como embajador cultural del Frente Sandinista, al ocurrir
esto –viéndolo en un auditorium
público pidiendo respaldo para la causa de dicho movimiento político de su
país– dice MVLl que aquel aprecio que sintió antes por su poesía se derrumbó y
que, a partir de entonces, le empezó a parecer una poesía abominable. Y otro
caso también rechazable es el que ilustra don Antonio MACHADO refiriendo la
anécdota de un personaje que tenía tan poco aprecio por Balzac, que ni siquiera
lo había leído.
Se trata,
pues, de demostrar la impertinencia de mantener a la literatura confundida con
la lengua en una misma asignatura, partiendo de su propia naturaleza (artística
en el caso de la literatura y científica en el caso de la lengua) y, más aún,
teniendo en consideración que de esa manera se está atentando contra el
objetivo fundamental de la educación que es alcanzar la calidad o excelencia
máximas, como lo exige la crisis en que se debate el sistema educativo peruano,
en el cual hasta ahora no se logra alcanzar la competencia de “aprender a
aprender” puesto que hay un déficit
clamoroso en las habilidades de
lectura gramatical o común y, por supuesto, el caso raya en lo patético cuando
esta observación la llevamos al campo de lectura literaria. Y esta deficiencia
es el resultado de esa irreflexiva hibridación de
lengua/literatura/comunicación en una sola área o asignatura. El famoso refrán
que dice: “El que mucho abarca, poco aprieta”, es aplicable cabalmente al caso.
Lo que ha
debido hacer la pedagogía –desde hace ya mucho tiempo– es asignar a la
literatura una función y unos alcances y objetivos específicos, independientes
de los que corresponden a la lengua. Pero, para hacerlo, debió partir de una
precisión de sus respectivas naturalezas. Y entonces se habría destacado la
oposición de origen que hay entre ambas: la naturaleza científica de la lengua
y la naturaleza artística de la literatura. La lengua como disciplina
informativa en su uso o existencia práctica adquiere en el campo de la
educación –como materia pedagógica– una función científica, de explicación,
fundamentación y prescripción de lo que es la palabra. Mientras que la
literatura como disciplina artística en su uso
o existencia práctica
adquiere en el
campo de la educación –como materia pedagógica– una
función formativa de la sensibilidad artística, de la apreciación estética de
la palabra trabajada no para razonar (como ocurre en su uso lingüístico) sino
para emocionar.
Ahora
bien, si esa es la relación de la literatura como disciplina artística con los
receptores sociales de sus productos, otra es –o debe ser– la que se establece
con la educación, en la que pasa a ser un objeto de estudio y, ya hemos dicho,
a convertirse en materia, asignatura o curso educativo, pedagógico y/o
académico. Y, entonces, desde esta perspectiva, no es que deje de ser lo que en
esencia es: producto artístico; pero sí –además de eso– se le estarán asignando
otras funciones, otros roles, otros objetivos a cumplir. Contrariamente a lo
hasta aquí señalado, lo que hace la pedagogía es dejar en manos de la lengua,
como materia global, la determinación de los alcances, función y objetivos que
ha de cumplir la literatura. Pero si bien es verdad la literatura comparte con
la lengua la función de afinar las habilidades de lectura y escritura, no debe
olvidarse que lo hace desde su propia perspectiva. Porque –hay que reiterarlo–
la literatura hace un uso especial de la lengua: no la usa como un medio, dice
BALLY, sino como un fin:
La lengua literaria no se puede confundir con la
lengua usual; cuando ésta adopta algún giro de la lengua literaria, es para
acentuar el contraste que las separa y para producir un efecto gracioso o
irónico (...) Repitámoslo, no hablemos ya de analogías entre la lengua hablada
y la lengua literaria: no existen. (BALLY).
Frente a este problema, el lingüista peruano Javier
BADILLO coincide en señalar el desajuste que se presenta “en el diario quehacer
educativo y que está relacionado con la enseñanza de la lengua oral a base de
textos literarios.” Para concluir diciendo que “El profesor que conduce la
enseñanza-aprendizaje de la lengua con textos literarios y a base de ‘cuidadosa
selección de famosos autores’ realiza una labor docente desajustada y acaso
absurda. Ofrece a sus alumnos un lenguaje no usado en el habla diaria; les
presenta un modelo absolutamente inadecuado.” Y,
citando a Saussure, dice: “Se acaba por olvidar que se aprende a hablar antes
que a escribir y a hacer literatura, y la relación natural queda invertida”,
para concluir, BADILLO, de la siguiente manera: “De allí el afán y la
persistencia de muchos docentes en conducir la clase de lenguaje con el texto
literario, ilusionados como están en una situación engañosa que torna estéril o
poco efectiva la conducción-aprendizaje de nuestra lengua, que por su
naturaleza es dinámica y con calor afectivo.”
Del
desfase e inoperancia en que se debate la literatura se vislumbra como una de
las causas el haber concentrado todo el esfuerzo en un solo docente: el
profesor de “lengua y literatura”, quien, con esa doble responsabilidad, no tiene
tiempo de hacer que los alumnos alcancen el objetivo mediatizado de una redacción aceptable, pues además de
enseñar redacción gramatical (aparte de los otros contenidos de ambas
especialidades) tiene que enseñar lecturas literarias y pautas básicas de
redacción o composición literaria (que no es lo mismo que aquélla: y lo más
probable es que el docente ni siquiera insista en esta diferenciación).
Finalmente, no se logra ni lo uno ni lo otro. Y es urgente superar esta
deficiencia, que es un lastre que se viene arrastrando desde hace varias
décadas. Pero lo angustiante del caso es que a pesar de que se percibe una luz
al final del túnel, se la da por inexistente.
A
continuación vamos a desarrollar tres planteamientos positivos (en oposición a
los dos, negativos, precedentes).
Función propedéutica de la literatura
Partiendo –como lo hemos hecho– de un diagnóstico de
la educación peruana que pone en evidencia el descuido en que se ha tenido –y
tiene, desde hace muchas décadas– a la enseñanza de la Lengua y la Literatura,
tenemos que reconocer que esa acumulación de tiempo perdido no ha hecho sino
negligir la función principalísima que cumplen ambas en la competencia
propedéutica de “aprender a aprender”. Aun cuando los autores que vamos a citar
a continuación están de acuerdo con la fusión de la literatura con la lengua en
la enseñanza, lo que dicen en relación con el tema aquí tratado no deja de ser
atendible: “Los problemas
relacionados con la enseñanza del Lenguaje -y por tanto de la Literatura-
tienen vinculación con los fracasos. Falta en la docencia la comprensión de que
las palabras y los modos de decir son decisivos para comprender los conceptos y
para tener acierto en la aplicación de la realidad.” (Larrea).
A nadie
escapa el hecho de que QUIEN NO SABE LEER no
sabe escribir, no sabe hablar y no sabe escuchar (y viceversa). Son, pues,
cuatro aspectos necesarios de dominar (ya sea como alumno o, en general, como
usuario de la lengua) para las comunicaciones cada vez más complejas de la
acción educativa y de la interacción social. Este afinamiento de la capacidad
comunicativa constituye la base no sólo para una mejor comprensión de la
ciencia, las humanidades, la tecnología y el arte, sino además para la
realización integral del ser humano como persona o ciudadano, miembro de una
comunidad social. Y para el logro de esas habilidades, para el dominio de esos
actos, todas las disciplinas educativas deben ser convocadas. El dominio
lingüístico, si bien es cierto es responsabilidad directa de la materia lingüística,
por excelencia (de las asignaturas y cursos directamente relacionados con la
enseñanza de la lengua), no menos destacable es que todas las demás materias
pedagógicas ayuden a compulsar el uso de esas habilidades. Por ejemplo,
quedamos muy complacidos cuando encontramos, en la Introducción a una edición
del Código Penal (que sirve de apoyo en la enseñanza del Derecho), una
referencia a nuestra materia: “¿Por qué es malo el hombre?” –pregunta el
analista o comentarista–: “¿Por qué está mayormente inclinado hacia el Mal que
al Bien?” –y responde:
Porque así como se afirma que “de poeta y loco, todos
tenemos un poco”, también en todo humano anida un Mr. Jeckyl y un Mr. Hyde, un
señor bueno y un señor perverso, al lado de la bondad hay maldad. La graduación
(sic) es lo que define los seres y las cosas y ella es de lo más delicado y
temible; pues si hay mayor maldad que bondad, más tara que virtud ello
conducirá al hombre por los oscuros caminos de la criminalidad. Robert L.
Stevenson describió con maestría simbólica esa dualidad en su novela y por esto
se hizo célebre. Su alucinante visión sigue en vigencia.[4]
Asimismo, en un texto de didáctica de la Historia,
vemos que se recurre también al apoyo de nuestra disciplina. Su sugestivo
título es: Cine, Literatura e Historia.
Novela y cine: recursos para la aproximación a la historia contemporánea. Y
uno de sus fundamentos dice: “Desde un punto de vista didáctico se pretende
ayudar al estudiante de Historia a relacionar cuestiones que percibe de forma
parcelada y compartimentada en temas e incluso materias diferentes. Una novela
o una película no deben asumirse literalmente como documento histórico, pero
pueden poner en conexión elementos culturales, económicos, sociales y políticos
que el estudiante trabaja en temas diferentes, y que puede percibir como
compartimentos estancos.” (SALVADOR). Y, a continuación, agrega algo que está
en relación con la interdisciplinariedad en apoyo de las habilidades
lingüísticas:
Junto a esa pretensión didáctica hay también una
inquietud educativa a la vista del descenso de la comprensión lectora del
estudiante medio, cuyas complejas causas no nos proponemos analizar aquí, pero
entre las que están seguramente el descenso de los hábitos de lectura, así como
una generalizada pasividad ante la imagen. (Ibídem.)
Ese concurso también compromete a la literatura, pero
no como “ayudante” de la lengua, no como un deber prioritario, sino
accesitario, como lo hace la aritmética comprobando en el trabajo de un alumno
su raciocinio sobre un problema, o como lo constata la ingeniería mecánica
frente a la aplicación que hace un alumno de un manual técnico al armar o
desarmar un artefacto; así, la literatura constata la capacidad de comprensión de un texto poético (paso
previo e ineludible para la interpretación). Y todas ellas (todas esas
disciplinas, materias, asignaturas, cursos –como quiera llamárseles) pueden y
deben subsanar errores y apuntalar aciertos; pero cada una de ellas no debe
distraer su objetivo esencial que las compromete con su propia razón de ser,
saliendo, sí, enriquecidas de esa colaboración con la lengua. En el caso de
nuestra materia, su objetivo es formar lectores
literarios, capaces de acceder a los textos poéticos, formándoles una
sensibilidad especial: la sensibilidad estética, y afinándoles su capacidad
crítica. En tal medida, vamos a citar un juicio delimitador de ese objetivo y
de aquel “apoyo”, que consideramos justo:
La literatura tiene un objetivo [estético]; sin
apartarnos de él, un cuento o una poesía pueden ser aprovechados para el
aprendizaje o afianzamiento del contenido de otro campo, gramática, por
ejemplo. Sin embargo, lo que estimamos negativo es pretender iniciar todas las
actividades de enseñanza de la lengua con un cuento o una poesía; de esa manera
se desvirtúa el objetivo específico de la iniciación literaria, pues se
subordina lo estético a ese contenido (especialmente cuando por falta de un
‘cuento motivador’ se ‘inventa’ uno para responder a las exigencias del tema).
(GUIDO).
Se trata, pues, de no rebajar el nivel
artístico de las producciones literarias ofrecidas a los alumnos. En tal
sentido, tampoco es recomendable convertir un cuento en representación teatral
(‘para que se entienda mejor’), pues nada garantiza que quien lo haga esté
capacitado para que en la nueva versión se logre la altura artística requerida.
Igual ocurre cuando –por consideraciones similares o, en el peor de lo casos,
porque “los alumnos no leen”– se transfieren los valores del arte literario a
los del arte cinematográfico, en cuyo caso no se está enseñando literatura pues
ésta sólo se enseña con la lectura de los textos (y no con las versiones –más o
menos logradas– de otras artes).
Es en esa
medida que también el curso de literatura ofrece al alumno la posibilidad de
agudizar su capacidad de estudio con técnicas de lectura y escritura que, como
función propedéutica, cumple de manera eficiente, aunque –repetimos– no es de
su exclusividad, porque “... dotar al alumno de una competencia comunicativa y
garantizar un proceso de aprendizaje significativo requiere necesariamente la
participación responsable en cómo se desarrollan y controlan los actos y
procesos didáctico-comunicativos en cualquier área.” (MENDOZA).
La literatura como formadora de conciencia crítica
Si bien hemos relevado como objetivo básico de la
literatura el formar lectores literarios,
es decir, lectores que se sientan a gusto con ella, que “lean por leer”, por el
simple placer de hacerlo..., lo que ha de permitir que desarrollen su
sensibilidad estética, asimismo, hemos añadido que con esa lectura literaria se
trata de dotar a los alumnos de una herramienta escrutadora de la realidad, de
un mecanismo que agudice su relación con el medio social, despertando su capacidad crítica y creativa respecto de las alternativas a elegir frente a una realidad que le plantea múltiples
problemas y lo enfrenta a variados retos sobre los que debe discernir.
Recordemos con Daniel GOLEMAN que “... la infancia y la adolescencia son ventanas
críticas de oportunidad para fijar los hábitos emocionales esenciales que
gobernarán nuestra vida.” (GOLEMAN).En el fondo, se trata de comprobar también
si no es que los métodos educativos y los manejos que hace de éstos el grupo
minoritario, cargado de prejuicios, no se han mostrado aún suficientemente
eficaces. Alimentado todo esto por la tendencia a dar prioridad a “necesidades”
extra educativas (el trabajo, el desarrollo económico, la tecnología, etc.),
con intenciones manipuladoras de educar no a seres humanos sino a futuros
esclavos, a mano de obra barata, a técnicos calificados, y, por supuesto, a
gente sumisa que, si no lee no se culturiza y si no se culturiza no se hace
libre sino esclava. De ahí que sea verificable en todos los países dependientes
la intención de implementar una aculturación castrante de los propios valores,
de la identidad nacional, con miras a realizar una adaptación a la sociedad
tecnológica que “viene a salvar el retraso en tiempo y experiencias.” Y lo
realmente inquietante es que, pese a la acentuación de la dignidad humana y de la emancipación del individuo de
su “estado de irresponsabilidad por culpa propia” (que es la prédica del
racismo, por ejemplo), sigue preexistiendo una coacción fundamental que
amedrenta al individuo y le fuerza a ser conformista. Hoy se presenta como
objeto de persecución o, por lo menos de preocupación alarmante, quien juzga
posible una mejora de la situación económica, social y política, según una
concepción diferente de la oficial. La técnica puede resultar siendo nociva si
no es resguardada por la cobertura de los principios humanistas. Para ilustrar este aserto valga la siguiente opinión del renombrado
científico Max BORN:
Oppenheimer y Teller, por lo demás también Fermi
[creadores de la bomba de hidrógeno], entre ellos también físicos rusos, fueron
antaño colaboradores míos en Gotinga, mucho tiempo antes de estos
acontecimientos, cuando aún existía la ciencia pura. Es hermoso haber tenido
alumnos tan aventajados, aunque hubiera preferido que hubieran sido más
prudentes que sabios. Posiblemente haya sido
un error mío el que sólo hayan aprendido de mí los métodos de
investigación y no otra cosa. Y el mundo se ve actualmente en una situación
casi desesperada por causa de la inteligencia de sus hijos.[5]
No olvidemos que, como dice Wilhelm DILTHEY, “El arte
y la poesía constituyen el primer órgano que nos permite descubrir la verdad
cuando todavía no está elaborada la ciencia.” (PROHASKA). Esta sola previsión debe obligarnos a
replantear el trato que se le está dando al arte y la literatura en el sistema
educativo, para que nuestra preocupación
–nunca satisfecha– de disminuir el analfabetismo lingüístico se proyecte hacia
ese otro frente de batalla que es el de luchar contra el analfabetismo estético.
Como dice Karen ESTONE MCKOWN: “El aprendizaje no es un
hecho separado de los sentimientos de los niños. Ser un alfabeto emocional es tan importante para el aprendizaje como la
instrucción en matemática y lectura.” (Citada por GOLEMAN. Cursiva nuestra).
La literatura contribuye a la
formación estética del educando
Como bien se sabe, la educación –en tanto acción
genérica propia del ser humano– se plantea la meta de formar a ese ser humano
de manera integral, es decir, desarrollando su doble capacidad de dominar al
mundo desde la objetividad y la subjetividad, captando sus cualidades
materiales y espirituales, y, por lo tanto, organiza esa duplicidad cognitiva
en los dominios de las ciencias naturales y las ciencias humanas. Dentro de
éstas últimas delimita lo que J. CALDERARO llamó la dimensión estética del hombre, la misma que le permitirá a éste
desarrollar su capacidad receptiva de la belleza natural y la belleza
artística. La educación estima que es justo y necesario proporcionar al hombre
las herramientas que le permitan dominar el mundo material, pero también
aquellas que le aseguren el dominio de su mundo espiritual. Y, en esa
orientación, el arte contribuye de manera muy eficiente. Y es aquí cuando
interviene la Pedagogía como ciencia teórica de la educación para organizar
esos campos tan amplios trazados por la educación –desde su perspectiva
teleológica. Pero –refiriéndonos sólo al campo de la estética y del arte– no establece que éste
se imparta de manera indiferenciada; es decir, no establece la existencia de
una sola materia de arte general, en la que se estudien todas las disciplinas o
manifestaciones artísticas: música, pintura, escultura, arquitectura, danza,
teatro, cine, literatura, sino que a todas ellas las organiza en materias
independientes (aunque puedan agruparse en un área artística aglutinante). Y
cada materia es encargada a los respectivos especialistas. Esto es lo que hace,
o debe hacer la pedagogía. Y hacemos la
acotación última, porque en los diferentes textos de pedagogía que hemos tenido
oportunidad de revisar, se parte del criterio no explicado ni mucho menos
justificado que segrega a la literatura del dominio de la estética, pese a que
algunos de ellos –como es el caso de Lorenzo LUZURIAGA– reconocen su condición
de arte y su función estética; pero llegando –de manera contradictoria– a
determinar que la literatura se estudia junto con la lengua, junto con el
idioma. En efecto, Lorenzo LUZURIAGA, en su libro Pedagogía, ubica a la literatura en el ámbito de la Educación estética, y, asimismo ubica
al lenguaje en el de la Educación intelectual (corroborando así la idea matriz
que aquí estamos rescatando). Y aun cuando al referirse específicamente a la
literatura, y dejándose llevar por la fuerza de la costumbre, dice que “la
literatura corresponde más bien a la enseñanza del idioma”; sin embargo,
precisa que “tenemos que hacer ahora algunas observaciones en relación con la
educación estética. La finalidad perseguida aquí –agrega– es también la formación del buen gusto por
las obras literarias.” Es decir, lo principal (‘la formación del buen gusto
literario’) pasa a segundo plano, dándole prioridad a lo secundario: el apoyo a
la lengua. Pese a esta –llamémosle así– inconsecuencia, la idea de LUZURIAGA
respecto de la literatura se inclina más por su valor artístico o estético.
Lamentablemente –dice Ezequiel MARTÍNEZ ESTRADA– a “La literatura y a las artes
(...) se las ha considerado auxiliares domésticos de otra clase de menesteres”
(la enseñanza de la lengua, por ejemplo) y eso obnubila la visión de su
autonomía artística.
Un
criterio fundamental a tener en cuenta para el estudio de la literatura
–reiteramos– es el que precisa que se la
debe considerar como una expresión
artística; de tal suerte que sus lineamientos didácticos se encuentren más
cercanos a los usados para la enseñanza de las otras artes (dibujo, música,
teatro). Una experiencia saludable es la que refiere Madeleine GAGNARD acerca
de un experimento de transposición verbal y pictórica a través de la música; es
decir, que en una sesión de clase se utilicen esas tres actividades artísticas:
luego de escuchar una pieza musical, proponer a los niños que plasmen con
palabras o con colores lo que los sonidos les sugieren. Queda por precisar el
método para lograr esto –dice la autora–, “pues no se trata de ser pasivo, de
sufrir la música y de intentar vagamente alinear palabras o dibujar al mismo
tiempo, sino al contrario, de estar presente en sí mismo y en la música, de
entregarse a un ir y venir constante entre uno y la otra, y que las palabras o
el grafismo sean el vínculo entre ambas, el punto en que se encuentran y el
medio de pasar de un plano a otro, de una lengua a la otra.” Una propuesta, por
nuestra parte, sería presentar los textos literarios acompañados de audición
musical y exposición de reproducciones pictóricas, correspondientes a un mismo
período artístico para establecer sus relaciones estéticas, con lo que se
evitaría aquello “que parece más grave en nuestro sistema de enseñanza” -como
dice la autora citada- “que es el propósito deliberado de entrenar al niño para
que verbalice, intelectualice, cuente o comente las obras maestras,
clasificadas como monumentos históricos. Se bloquea así lo más auténtico que
podría surgir; se ahoga todo impulso y
toda espontaneidad; se mata en embrión lo que podría llamarse la dimensión
poética, es decir, la posibilidad de
sentir una emoción estética, sea suscitada por un poema o por un trozo de
música.” Todos los cursos de arte buscan la formación de una sensibilidad estética, en tanto los otros cursos
–incluido el de Lengua– buscan proporcionar información cognoscitiva de carácter racional y no emocional. “No
sería inútil –podemos cuestionar con Madeleine GAGNARD– preguntarse sobre el
sentido de las palabras instrucción y
educación, pues si la transmisión de conocimientos
predigeridos es una cosa, otra muy distinta es querer ayudar al niño a
descubrir su propia personalidad” (y en esto último –sugiere la autora– el arte
cumple un papel decisivo).
Pero hay
otro aspecto que hace más angustiante la situación que recorta la función
artística de la literatura, es que deje de percibirse que ella permite tener
acceso a los lineamientos generales de la estética con más facilidad que las
otras artes, pues no tiene que aprenderse “otro lenguaje” (como es el caso de
la pintura o de la música o, incluso, del cine) puesto que lo único que tiene
que hacerse es afinar la comprensión del lenguaje literario que se está
manifestando a través del habla común.
El
hábito y el amor a la lectura literaria forman la mejor llave que podemos
entregar al niño para abrirle el mundo de la cultura universal. No es que la
cultura haya de ser principalmente literaria; lejos de eso; la cultura
verdadera requiere la solidez de cimientos y armazón que sólo la ciencia da.
El
trabajo del profesor de literatura debe ser el de contribuir a mejorar la
relación de los educandos con la literatura, evitando que la consideren como
una materia superflua, prescindible; propiciando, más bien, que se la entienda
como el vehículo más apropiado para construir la dimensión estética del ser
humano, haciendo pues que el educando conquiste su derecho pleno a disfrutar de
la producción poética y/o artística tanto del patrimonio cultural nacional como
del patrimonio cultural de la humanidad, en general. De esta manera –pero sin compulsión
incoherente– la literatura contribuirá a desarrollar la habilidad de la lectura
–aportando sus enfoques de análisis e interpretación, que no son los mismos de
la lectura puramente lingüística– para que de esa manera los educandos asuman
los procesos de aprendizaje de las otras materias con mayor solvencia. Pero,
además -y esto es lo más importante como objetivo ideal-, se pretende coadyuvar
a la construcción idónea del hábito de la lectura, permitiendo a esos miles de
peruanos que se quedan en primaria o en secundaria (y aun a los que continuando
estudios superiores se mantienen alejados de la belleza artística de la
palabra) que sigan enriqueciendo su espíritu con las obras maestras de la
creación poética nacional y universal.
Es totalmente válido que la lengua mantenga su
autonomía o si se quiere que la comparta con la comunicación (en tanto hay
afinidades electivas entre ellas). Pero que no se obligue a la literatura –por
esas bifurcaciones relacionales que tiene con ellas: la palabra y el mensaje– a
subsumirla en un ámbito que no es propiamente el suyo. Si de integrarla se
trata –¡pues no estamos en contra de la integración!– que esto se haga en el
área de Formación Artística. De donde surge la necesidad de hacer, pues no sólo
una propuesta de integración sino de cambio, de modificación de los curricula del sistema educativo, en
todos los niveles, en tanto en el nivel superior –y en la misma formación
docente– la comprensión cabal de estos tópicos deja mucho que desear.
[1]V. GILI GAYA, Samuel (1977). Diccionario de sinónimos. Barcelona: Biblograf, p. 51, art.
asignatura]
[2] Cf. MARTOS, Marco, “El canon literario”, en: Retablo, Suplemento cultural de El Peruano, Lima, lunes 5 de junio de
1995, Sección Opinión, p. A-9.
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