La literatura debe ubicarse en un ámbito propio, independiente de la
lengua
Julio Carmona
Es probable que respecto de la comunicación, la lengua –o la disciplina
lingüística, en general– coincida con ella, pudiéndose establecer incluso que
la lengua tal vez sea el modelo de comunicación por excelencia. Dice Umberto
ECO: “...
el proceso de la comunicación, aunque no indique referentes, parece
desarrollarse en el referente.
La circunstancia es el complejo de condicionamientos materiales, económicos,
biológicos, físicos, en el cuadro de los cuales comunicamos.” Pero
no puede decirse lo mismo de la literatura. Por su peculiaridad ARTÍSTICA, que es lo que se debe resaltar,
la literatura rebasa los límites de lo referencial (que está ligado
estrictamente a lo racional, que es el plano en el que se mueven tanto la comunicación
como la lengua) para constituir un ámbito cuya explicación requiere del
concurso de otras disciplinas como la psicología, la filosofía (y en tal medida
se habla de una psicología del arte o una filosofía del arte) e incluso de una
ciencia especial: la estética (o poética, para el caso específico de la
literatura). “Es evidente –dice Julia KRISTEVA– que el lenguaje poético como
sistema complementario que obedece a una lógica diferente de la del quehacer
científico, exige, para ser descrito, un utillaje que tome en consideración las
características de esa lógica poética.”
Es verdad que se sigue padeciendo un déficit
generalizado en la formación de las habilidades de lecto/escritura desde hace
muchos años hasta la fecha, pese a que siempre se ha reclamado la necesidad de
superar esa rémora. Sin embargo, hay que detenerse a comprobar que la
declaración se ha desvinculado del análisis de fondo. Y esa es la preocupación
que subyace en la formulación de este trabajo: se está despilfarrando esfuerzos
y descoordinando líneas de acción al mantener unidas las disciplinas de Lengua
y Literatura (ahora, dentro del área de Comunicación Integral), sin percatarse
de que esto se da sin que exista una coherente y decisiva justificación con los
correlatos de base, dejándose llevar sólo por la fuerza de la costumbre. Esta
“inercia de reposo” es muy bien descrita por Ezra POUND en los siguientes
términos:
El estudio de la literatura, o más
probablemente de la morfología, las raíces verbales, etc. se le permitía al
profesor alemán en 1880-1905... [Y] En los Estados Unidos se permitía por
respeto al precedente; se sabía que era permitido en Alemania... [Además] Se
sabía que este estudio, o una variante más débil de él, también era permitido
en Oxford, y se suponía que su influencia contribuía a ‘refinar’ al estudiante.
(Corchetes nuestros).
El criterio coherente debe ser: aprovechar mejor los tiempos
y esfuerzos de docentes y discentes recurriendo a una modificación de esa
“especialidad” en lo que verdaderamente debe ser: dos especialidades, bien diferenciadas, aunque también
complementadas. Lo evidente, en primer lugar, es que cuando se “integra” a la
literatura en el campo amplísimo de la lengua o, además, de la comunicación, no
se está haciendo otra cosa que dejar de lado su naturaleza artística. Y al anexarla, específicamente, al curso de Lengua se
está perdiendo de vista que son dos disciplinas distintas y hasta opuestas.
Porque no es lo mismo enseñar lectura
o escritura gramatical que impartir
conocimientos de lo que es la lectura o escritura literaria. No se olvide que todas las prescripciones
pedagógicas subrayan el hecho de que no se trata de formar poetas; no se quiere
que los alumnos escriban como poetas.
La escuela primaria –y la secundaria, dice
María Rita GUIDO– no tienen como objetivo formar literatos, sino lograr en el
alumno un manejo correcto y adecuado de la lengua como medio de comunicación y
como expresión de la propia individualidad. (...) No proponemos con esto dejar
de lado la lengua expresiva literaria en la escuela; el niño debe conocerla
para aprender a valorarla y para aprender a seleccionar y adquirir,
progresivamente, un gusto literario.
Y, por otro lado, cuando se las reúne a ambas
–lengua y literatura– en el área más
amplia de la comunicación (y acompañándolas, en algunos casos, de otras
disciplinas: lectura de imágenes y expresión artística), se está abriendo un
abismo de separación entre todas ellas, pues tal diversidad las hace
discriminantes entre sí, en tanto no pueden manifestar sus propias dimensiones
sino y sólo su proyección comunicacional en busca del fin práctico y utilitario
de que nos hablaba María Rita GUIDO: “lograr (sólo) en el alumno un manejo
correcto y adecuado de la lengua como medio de comunicación y como expresión de
la propia individualidad”, dejando de lado el “conocimiento” de la
literatura (o del arte) para “aprender a valorarla y para aprender a
seleccionar y adquirir, progresivamente, un gusto literario.”
Asimismo debe considerarse que la cualidad artística
de la literatura obliga a darle un tratamiento especial dentro del proceso
educativo, como una disciplina de formación (estética) y no de información
(cognitiva); por lo tanto es inadecuado hablar de “enseñanza” de la literatura.
La literatura no se enseña, como ocurre con la lengua, la comunicación o
cualquier otra asignatura sino como formadora
de una sensibilidad receptiva de valores estéticos y/o artísticos. Según Gustave LANSON: “La literatura no es
objeto de saber: es ejercicio, gusto, placer. No se la sabe, no se la aprende:
se la practica, se la cultiva, se la ama”, citado por ETIEMBLE, y agrega éste que
la literatura “Es el ámbito de los juicios del gusto. De los juicios del placer.” Y lo dicho está en relación con la misma razón de ser
de la literatura: “... el escritor que
se propone vivir del favor del
cliente –dice J. BENET– debe imponerse a sí mismo la obligación de recrearle y
complacerle, y de facilitarle una
educación que por transformación del gusto le haya de permitir la
degustación honrada de la obra de arte.”
(Cursiva nuestra). A nosotros puede parecernos ruda la
crudeza con que este autor trata el trabajo del escritor “que se propone vivir
del favor del cliente”; pero en Europa o en Norteamérica la profesión del literato ha superado el
prejuicio romántico del escritor que se niega a vivir de la literatura. Entre
nosotros la profesión de escritor no existe, sigue siendo accesitaria de otras
profesiones (docencia, abogacía, periodismo). Los escritores profesionales del
Perú viven en Europa o en EE.UU.: Vargas Llosa, Bryce Echenique, y unos pocos
más.
Si, de hecho y de derecho –como venimos diciendo–, hay
diferencias entre la literatura y la
lengua, por eso sostenemos la propuesta de evitar tratarlas en una sola área de
“comunicación”, ver curriculum de
secundaria, o de “comunicación integral”: ver los curricula de inicial y primaria, en los que a la literatura ni
siquiera se le otorga el privilegio de la mención nominal. Estas diferencias
deben prescribirse en la estructura misma de los curricula de cada uno de los niveles aludidos (inicial, primaria,
secundaria y aun superior). No se pueden establecer las mismas estrategias para
su enseñanza en cada uno de ellos, porque no se persiguen los mismos objetivos,
ni la literatura (como asignatura) cumple la misma función, aunque –como
expresión artística sí mantenga su rol esencial. Este rol esencial es el de agradar, y, como tal, es común para
todos los niveles. Y de este agrado deriva un objetivo que en inicial y
primaria debe ser el fundamental: que todos los mecanismos usados por el
profesor apunten a despertar esa emoción especial en el alumno que le haga
notar, percibir, descubrir que la literatura -como arte- está presentando al
mundo no como realmente es, sino
como idealmente es o debe ser.
... no es oficio del poeta el contar las cosas
como sucedieron, sino como debieran o pudieran haber sucedido, probable y
necesariamente; porque el historiador y el poeta no son diferentes por hablar
en verso o en prosa (pues se podrían poner en verso las cosas referidas por
Herodoto, y no menos sería la verdadera historia en verso que sin verso); sino
que la diversidad consiste en que aquél cuenta las cosas tales cuales
sucedieron, y éste como era natural que sucediesen. (Aristóteles).
Esta “idealización” del mundo no debe verse como una
mixtificación o mistificación, ni como una “mentira piadosa”. No se trata de
inculcar la idea de una literatura de evasión. Porque no se trata, tampoco, de
condenar a las palabras a la monosemia. Lo ideal
no debe verse sólo como expresión de la filosofía idealista, incluso reduciendo
a ésta a sus manifestaciones más simples, vulgares o deformadoras de la
realidad.[1]
Lo ideal de la literatura está presente incluso hasta en las obras más
radicalmente realistas; porque es imposible la presentación artística de la realidad sin que ésta haya pasado
previamente por el tamiz de la imaginación creadora. No existe una palabra
(artísticamente hablando) que sea “fotográfica” o de imitación total, es decir,
una palabra que pueda o ¡que quiera! mostrar el mundo tal como es, porque (de
ser posible, y bien sabemos que esto no se da ni en el campo científico) el
mundo, así, es lo menos artístico que hay. Si con la sola presencia del mundo
se hiciese arte, pues, entonces, no habría necesidad de artistas. El artista no
se contenta con mirar al mundo y presentarlo tal como es. En arte, no se trata
de explicar el mundo sino de cambiarlo, podemos decir que al artista no le
interesa copiar al mundo sino transformarlo. Pero esa transformación nunca será
una transformación real, siempre será una transformación ideal. Y esto es lo
primero que debe inculcarse en la formación de un lector de poesía (¡y poesía
es lo esencial de toda la literatura artística!): que no se piense en ella como
si se fuese a hacer una lectura común, gramatical, lingüística, comunicativa,
transmisora de “hechos reales”.
Ahora bien, el hecho de que se separe a la literatura
de la lengua no significa que se esté mellando o distorsionando la enseñanza de
ésta, sino que, por el contrario, se la estaría enriqueciendo, pues el alumno
(liberado del rigor científico de la lengua) descubrirá ciertamente con
asombro, pero asimismo con emoción, que con ese mismo medio que él usa para
comunicarse todos los días, se pueden crear estructuras autónomas de expresión
e imaginación cuya función es distinta al que su estudio de la lengua le
ofrece. Pero para hacer este descubrimiento, tienen que dársele los medios y
mecanismos propios de esa expresión autónoma. Y no generar la confusión –como
se hace hasta ahora, sin que haya la menor intención de hacer los deslindes
necesarios y urgentes– de que leer un poema es tan parecido a leer una noticia
periodística o un aviso publicitario. Lo que interesa desarrollar en los
alumnos de formación básica y secundaria es, en primer lugar, “el gusto por la
lectura”. Formar lectores, debe ser la consigna. Y en esta tarea la literatura
se convierte en un medio especialísimo. Pero, por esa misma, especialidad, no debe ser usado junto
con el medio gramatical, lingüístico, comunicativo. Pensar que la lectura
literaria es reductible a las reglas de la lectura común, es estar rebajando el
arte a un nivel en el que perfectamente puede prescindirse de los artistas. A
lo más un pensamiento así, no pasa de ser un academicismo. Como dice Pedro
HENRÍQUEZ Ureña: “Para mí el criterio académico es el que concibe el arte como
artificio y lo somete a un conjunto de reglas fijas.” Cuando, lo que debe
hacerse es entender que: “Donde termina la gramática comienza el arte.”
“Hay que tener presente –dice la Dra. Celia ROMEA
CASTRO– que la lengua no sólo es objeto de estudio, sino un medio
imprescindible para adquirir conocimiento”.[2]
Este, acotamos nosotros, no es –esencialmente–
el caso de la literatura [más adelante veremos que
la literatura puede desempeñar también una función propedéutica, en apoyo de la
lengua, pero es una función secundaria, una función que se le “impone” no que
emane de su propia naturaleza, como sí ocurre con la lengua], pues los conocimientos se adquieren ejercitando
mecanismos cognitivos distintos de los que estimula la literatura como arte. La
adquisición de conocimientos –según Carl ROGERS– se hace a través del
hemisferio cerebral izquierdo, el mismo que “tiende a funcionar de manera
lógica, lineal, avanzando paso a paso, en línea recta, y poniendo de relieve
las partes, los detalles que constituyen el todo. Acepta sólo lo seguro y claro
y se ocupa de ideas y conceptos.” Mientras que la literatura estaría más ligada
con “la porción derecha del cerebro. El hemisferio derecho funciona de modo
totalmente distinto. Es la parte intuitiva, la que aprehende la esencia antes
de conocer los detalles. Se vale de metáforas y estética más que de lógica.
Hace cabriolas creativas. Es la manera del
artista.” Por lo tanto, y continuando con lo aseverado por la Dra.
ROMEA, si la lengua está ligada a esa “dimensión meta-científica, señalada
desde los albores de la lingüística, es de gran importancia para establecer las
bases que permitan el proceso de aprendizaje”, si esto es así, entonces no
tiene por qué obligársele a compartir tiempos y espacios con una disciplina que
la distrae de su objetivo científico para desviarla hacia un uso artificial de
la palabra (y ya en párrafos anteriores la misma Dra. ROMEA se quejaba de que
en tiempos pasados “Se transmitía un modelo de lengua poco real”, y, de hecho,
ese es el caso de la literatura que inclusive en sus manifestaciones más
realistas no deja de moverse en el plano de la imaginación, la ficción y lo irreal).
La enseñanza de la lengua tiene sus métodos de
lecto-escritura, que no son los mismos que los de la lectura y composición
literarias. La literatura, de hecho, está contribuyendo al desarrollo de la
consigna ya aludida de “formar lectores”; pero su fin último es que esta formación lectora no sirva para que los
alumnos lean el periódico o sus textos escolares (aunque, indirectamente, ya
hemos dicho, apuntale esa práctica[3])
sino para que con ella puedan cubrir una necesidad fundamental de su integridad
humana, la de su dimensión estética: su derecho a gozar de la belleza. Y este
goce de la belleza, se ejercita, se conquista. Todo ser humano tiene esa
dimensión estética y adquiere ese derecho, por el hecho mismo de su humanidad.
Pero son, una dimensión y un derecho, en la mayoría de los casos, abolidos,
anulados o conculcados.
A partir de las consideraciones precedentes, se
impone, pues, la postulación de una didáctica específica relacionada con la
enseñanza-aprendizaje de la literatura, del mismo modo como existe una
didáctica de la lengua. Y esa didáctica de la literatura ha de proponerse para
cada uno de los niveles del sistema educativo, entre los que, ciertamente, debe
hacerse una distinción específica, porque no es lo mismo iniciar en el “conocimiento” de la literatura a un niño de primaria
que reafirmar dicho conocimiento en
un joven de secundaria. Sobre el particular, dice Madeleine GAGNARD:
lo que parece más grave en nuestro sistema de
enseñanza es el propósito deliberado de entrenar al niño para que verbalice,
intelectualice, cuente y comente las obras maestras, clasificadas como
monumentos históricos. Se bloquea así lo más auténtico que podría surgir; se
ahoga todo impulso y toda espontaneidad; se mata en embrión lo que podría llamarse
la dimensión poética, es decir, la posibilidad de sentir una emoción estética,
sea suscitada por un poema, por una pintura o por un trozo de música.
Dicho “conocimiento”, pues, no es propiamente o –en su
totalidad– un conocimiento racional,
sino, en todo caso, como lo sugiere Daniel GOLEMAN, un ‘conocimiento
emocional’:
La vida emocional es un ámbito que, al igual que las
matemáticas y la lectura, puede manejarse con mayor o menor destreza y requiere
un singular conjunto de habilidades. Y saber hasta qué punto una
persona es experta en ellas es fundamental para comprender por qué triunfa en
la vida, mientras otras con igual
capacidad intelectual acaban en un callejón sin salida: la actitud
emocional es una meta-habilidad y determina
lo bien que podemos utilizar cualquier otro talento, incluido el intelecto
puro.[4]
Cabe citar aquí también a Marcia KOTH de
Paredes, docente de la Universidad de Lima, quien dice que: “Los aspectos de la
experiencia educativa que fomentan actitudes positivas sobre sí mismos y sobre
valores técnicos, estéticos y sociales, no deben ser dejados al azar, pues son
parte importante de los planes y programas en cualquier organización.” De ahí que cuando se trata de impartir el conocimiento
de lo que es la literatura no se ha de hacer con los mismos criterios ni
procedimientos que se usan en el caso de otras materias, asignaturas o cursos.
Lamentablemente, tanto los docentes como los especialistas del MED, pasan por
alto estas precisiones que
han de parecerles
sutiles o exquisitas
disquisiciones. Y, pretendiendo contrariar esa ‘exquisitez’, buscan
secularizar, hacer pragmática una disciplina que, por naturaleza, es ideal; y
la subsumen en el ámbito de otra (se trate de la comunicación o de la lengua)
que, por su carácter científico, recorta su libertad esencial.[5]
Y, en tal medida es pertinente advertir –con Hilda TABA– que “quienes elaboran
el currículo deben tomar mayor conciencia de que el aprendizaje de los
sentimientos y los valores incluye procesos diferentes de los que se encuentran
en la adquisición de conocimientos o el dominio de una destreza.” Es decir, que
ya es tiempo de que los docentes
especialistas sean los llamados a elaborar ellos mismos sus currículos,
planes y programas; que éstos (siendo preparados por una autoridad central,
sin importar cuán bien informada esté)
no sean impuestos a los docentes. Por otro lado, Luis Jorge ZANOTTI (en prólogo
a Giovanni GOZZER) denuncia que: “Los planes y programas se han convertido en
los verdaderos amos y señores de la labor escolar”, y agrega que:
aquello que nació al servicio del maestro, para su
ayuda, orientación y consejo, se ha convertido hoy en su amo. Por obra y gracia
de inspectores, directores y funcionarios, la tarea esencial de los maestros y
profesores suele ser hoy ‘cumplir el programa’. En una palabra: esa
superestructura escolar es hoy la gran barrera que impide a la sociedad llegar
hasta ella. Al mismo tiempo, esa gran barrera encierra en su interior a los
pedagogos, a los funcionarios educativos y a los docentes, y les impide ver la
realidad del mundo que bulle fuera, de tal forma que ellos mismos son incapaces
de promover las reformas necesarias para adaptar la escuela a aquel mundo. (GOZZER).
La búsqueda de nuevas propuestas educativas debe
operar en similar sentido que lo hace la investigación del mercado: partir de
su propia realidad; es decir, “en tanto muchos productos están diseñados
pensando en costumbres y medios de vida ajenos a los nuestros y no se acoplan
al mercado nacional, la investigación de mercados debe diseñar los apropiados
al mercado regional.” (FERNÁNDEZ). De
tal suerte, pues que se rescate la identidad de cada materia; que los
especialistas sientan orgullo de su especialidad y que reivindiquen sus fueros.
Y eso implica asumir la urgente conciencia del cambio, de la innovación que se
manifiesta no sólo en el hecho de generar algo que no existía, sino en reformar
lo existente en concordancia con su propia realidad. “No hay ciencia alguna de la pedagogía con validez
general, desde la cual pueda decidirse la solución de los problemas de
enseñanza para todos los pueblos y tiempos.” (DILTHEY). Cualquiera sea el caso, lo que se necesita es
un proceso de innovación en el que participen todos los miembros especialistas
de una entidad como lo es la escuela que está constituida, de hecho, por varias
especialidades: “Lo que es un asunto común tiene que ejercerse en común” (decía
Aristóteles). Y en el Perú es particularmente importante la innovación, pues
casi todos los “productos nacionales” son diseñados en
otros países. Y esto que se aprecia de manera evidente en la producción
económica, industrial o comercial, también es perceptible en los fueros
educativos. Y la innovación y el cambio son la base en la investigación y
generación de nuevos productos y mejores servicios.[6]
No debe olvidarse que la prescripción estructural de nuestro sistema educativo
siempre ha sido importada.[7]
Y no otra cosa ocurrió con la hibridación que venimos lamentando de
‘lengua/literatura’. Esa es también una herencia europea. Y, entre nosotros,
nunca se la cuestionó. Debe recordarse que esa aceptación incólume del modelo
europeo tuvo su confirmación, su espaldarazo y hasta, si se quiere, su
santificación en la década de los años sesenta del siglo pasado con el ensayo
“Lingüística y poética” de Roman
JAKOBSON, que fuera presentado en 1958 como ponencia “ante el Congreso para
tratar sobre el concepto de estilo en diversas disciplinas convocado por la
Universidad de Indiana en Estados Unidos”, y que fuera publicado en 1961. (LAZARO).
Y es esta reducción de la literatura a la lingüística
y, ya dentro de ella limitándola sólo al
estudio de sus mecanismos expresivos, lo que recoge la concepción pedagógica
que, a través de los modelos norteamericano y español, se ha impuesto entre
nosotros, con el claro propósito de acomodar las materias de su enseñanza a los
modelos sociales vigentes (a los que ya hemos aludido en capítulos anteriores)
y que valoran o necesitan más los conocimientos técnicos que los humanísticos,
más la subcultura televisiva que la cultura tradicional. Porque de esa manera
están impidiendo que los futuros ciudadanos puedan entrever las ocultas
intenciones en un discurso político, lectura ésta que la literatura, enseñada
realistamente, no “enseñada” formalistamente, permite formar en el educando. A
los especialistas del MED les interesa el pensamiento de JAKOBSON y de los
formalistas, por ese planteamiento básico que tiende a separar la obra de arte
respecto de sus correlatos sociales, políticos y estético-valorativos. Y por
eso el Establishment (el sistema
social estatuido) ve en esa propuesta una tendencia que salvaguarda su estructura
de poder, en tanto el arte y la literatura son sus potenciales cuestionadores. No se olvide que esta actitud defensiva de
los intereses dominantes de un sistema tiene una antigua prosapia. Ya Platón,
para preservar la estabilidad de su República, desterró de ella a los poetas. Al sistema, pues, le es más cómodo mantener a la
literatura (y al arte) dependiendo de otra disciplina (la lengua o la
comunicación) que le da el mismo trato que a sus propios temas o contenidos,
transmitiéndolos sólo cognoscitivamente, mas no emocional o estéticamente. Esta
manipulación da por resultado el hecho de que todos los estudiantes de lengua y
literatura salen de la vida escolar “vacunados” contra la fuerza liberadora y
la visión crítica que una verdadera enseñanza de la literatura tendría que
haber “inoculado”.
Empero, esa sublimación que inició JAKOBSON en el
dominio de la ciencia literaria[8],
fue llevada a la enseñanza por E. COSERIU[9],
al menos así ocurrió en España, según lo manifiesta un estudioso de la
literatura de ese país (y defensor de la autonomía de la literatura)[10],
quien dice que “La enseñanza conjunta de la lengua y la literatura ya la
propuso COSERIU en 1984 y, en abstracto, no parece un hecho cuestionable,
aunque, como tantas cosas en la vida, su aplicación lo mismo puede ser para
bien que para mal.” Y CALERO agrega: “Lo que
sí parecen discutibles son los argumentos en que la apoya. La lengua, viene a
decir, es un medio de comunicación. El texto es la unidad comunicativa por
excelencia, luego, la lengua ha de estudiarse en los textos. Los textos
literarios son los más ricos, por su doble función comunicativa y estética.
Luego, lengua y literatura deben estudiarse unidas.” Queremos advertir que es
notorio el parentesco argumental de Coseriu con el de Jakobson; ese tono
silogístico presenta al argumento como casi axiomático. Pero –continúa Calero–
“Sin duda se habrá dado cuenta el amigo lector de que poco tiene que ver la
conclusión con las premisas. Es como si dijéramos: la albañilería es un medio
de construcción. El edificio es la unidad constructiva por excelencia, luego la
albañilería ha de estudiarse en los edificios. Los edificios artísticos, por su
doble función práctica y estética, son los más ricos. Luego albañilería y arte
deben estudiarse unidos. Fallan ambos razonamientos, porque son, casualmente,
esas otras funciones que encierran una novela y una catedral (estéticas,
lúdicas, culturales...) las que pueden aconsejar un estudio por separado de la
lengua y la literatura o de la albañilería y el arte.” Ahora bien, de
la lectura de este artículo se deduce que antes de 1994 (que es cuando escribe
su artículo CALERO), en España, la lengua y la literatura se enseñaban cada una
por separado. Ahí se habla de un plan que se extingue y de la Reforma que se
ejecuta y es vigente –como ya hemos tenido oportunidad de ver: CERVERA, desde
dicho año. Y el autor del artículo empieza con las siguientes desesperanzadas
palabras:
Dos son las novedades que saltan a la vista cuando se
lee el nuevo Curriculum (Programa) oficial de las asignaturas de lengua y
literatura para la Educación Secundaria. La primera, la unión de ambas
disciplinas. Una unión que aparece ya explícita en la misma denominación, sin
duda discutible, de Lengua Castellana y Literatura, y que se extiende a su
importación en el aula. Ya no habrá unos cursos preferentemente orientados
hacia la lengua y otros hacia la literatura, como ocurre ahora; no habrá,
siquiera, una unidad didáctica (tema, lección) dedicada a la lengua y otra a la
literatura; sino que cada una de las unidades del programa, como un buen
cocido, ha de constar de cinco componentes debidamente mezclados y
equilibrados: práctica de la lengua oral, práctica de la lengua escrita,
gramática, literatura y medios audiovisuales.
Nótese, en definitiva, que (por la fecha) es de esa
propuesta de Reforma que los técnicos del MED del Perú asumen en los diseños
curriculares del fujimorato la mimética fusión de la lengua y la literatura,
matizada con el “whole language” (el
lenguaje total o el “todo es comunicación”) norteamericano, y –lo más patético
del caso– transcurridos catorce años se sigue insistiendo en lo mismo.
Obviamente, no hay reflexión, hay mimesis, hay el cumplimiento de una receta
precocida en los microondas del BID o del FMI.
Estas prescripciones absolutistas deben hacer meditar
más bien en que habría necesidad de restringir esos absolutismos que se suele
atribuir a ciertas concepciones pedagógicas que buscan –según Wilhelm DILTHEY–
“determinar con validez general, es
decir, para la formación cultural de pueblos y épocas muy diferentes, el fin de
la educación, el valor de las materias de enseñanza para la misma, y la
significación de sus estructuras en las diversas escuelas”; y es necesario y
urgente –según el mismo DILTHEY– “examinar esa pretensión; pues tales
aspiraciones tienden a fomentar la tendencia radical a imponer en la
organización escolar existente un ideal uniforme, sin tener en cuenta las
diferencias de las naciones y las necesidades de los Estados. Así –concluye
DILTHEY–, el error de la teoría pedagógica se convierte en un peligro para
nuestra enseñanza.” (DILTHEY).
Lo
deseable, pues, es que el curso de Literatura se estudie independientemente del
curso de Lengua (aunque no independientemente de la lengua, entiéndase bien) por poseer la literatura sus propios
valores, su razón de ser inmanente o autónoma, por su acción peculiar en la formación integral del ser humano
gracias a sus objetivos específicos más acordes con los cursos de arte (plásticas,
música, teatro, etc.) que con el curso de lengua, u otro de semiología o
comunicación, pues no cubre necesidades utilitarias como ellos, mientras los
cursos de arte y literatura llenan una necesidad desinteresada. Consideramos necesario aclarar que, para un sano
criterio integral de la educación, el estudio de la lengua también es parte de
la formación total del ser humano; pero lo es en la instancia del conocimiento
informativo, científico, racional; mientras que la literatura y las otras artes
se desenvuelven en el plano de la sensibilidad, completando la dimensión
estética del hombre. Dimensión estética ésta que comprende valores emotivos,
espirituales. De conciencia y no de ciencia.
Partiendo, incluso, de un criterio cuantitativo, cada
una –Lengua y Literatura– abarca un campo de acción extenso y complejo, cuya
orientación particular, propia o inmanente, en el plano de la formación
docente, debiera merecer una dedicación exclusiva; más aún si, desde un punto
de vista cualitativo, se aspira a adquirir una habilidad plena en cada una de
ellas (para lo cual toda una vida no basta). Si esta amplitud se presenta –para
el especialista– en cada una de esas disciplinas aisladas, piénsese en lo
desmesurado que es el estudiarlas juntas. El resultado inmediato es que una de
ellas tiene que sacrificar su cantidad, su calidad y su tiempo a la otra. Y la
práctica, hasta ahora, ha demostrado que el mayor sacrificio se le carga a la
literatura. Y el resultado mediato es el aprendizaje a medias, incompleto,
mediocre de ambas. José CALERO advertía de
la desventaja en que se hallaba la literatura respecto de la lengua cuando en
España se hizo la reforma educativa en la que se las fusionaba, y es pertinente
reproducir aquí su comentario, pues –salvo aspectos muy puntuales– coincide con
nuestra realidad:“La segunda novedad que llama la atención en el curriculum de Lengua Castellana y
Literatura es el poco espacio que ocupa la segunda, comparado con el que se
asigna a la primera. Vayan por delante algunos ejemplos. En la Introducción hay
siete páginas dedicadas a la lengua, sólo las siete últimas líneas hacen
referencia, como una coletilla marginal, a la literatura.” [¿No nos suena
familiar?]. Pero sigue CALERO:
Entre los objetivos generales, nueve tienen
que ver con la lengua, uno solo con la literatura. De los cinco bloques de
Contenidos, tres, ya lo sabemos, hacen referencia a la lengua, uno a la
literatura y otro a los medios de comunicación audiovisuales... En fin, similar
porcentaje (10% frente a un 90%, aproximadamente) se mantiene en los Criterios
de Evaluación, Secuenciación y Orientaciones didácticas. Este desigual
tratamiento en origen se ha extendido a las publicaciones sobre didáctica y a
los cursos de perfeccionamiento convocados por los Centros de Profesores, donde
cuesta encontrar una mención a la literatura, mientras se repiten hasta la
saciedad las que tienen que ver con la lengua.
En ese sentido es que nosotros, por razones de
especialidad (y alentamos a los especialistas de otras disciplinas a que se
rebelen contra casos similares), planteamos la necesidad de separar a la
literatura de la comunicación y de la lengua. Y nos complace saber que ya ha
habido intentos en esa perspectiva, como es el caso de CALERO, y como lo señala
Hilda TABA: “Se han realizado algunos buenos intentos para liberar a la
literatura de los límites exclusivos del programa de lenguaje y hacerla
accesible a todas las partes del programa que encierren experiencia humana.”
(TABA). Es decir, la tendencia saludable en vías de mejorar el curriculum y de darle a la educación en
sí una organización verdaderamente científica, vale decir, razonada, coherente,
ecuánime, es la que busca que las disciplinas cuya carga es cognoscitiva –que
es el caso de la lengua– se interrelacionen “según su propia reserva de
información adquirida” o “según su método especializado de investigación” o
“según su estrategia para adquirir ese conocimiento” (TABA). Desde esa
perspectiva, no puede seguirse ocultando un hecho tan evidente como que la
lengua debe ser considerada como una disciplina científica. El filósofo y pedagogo Wilhelm DILTHEY se
preguntaba: “¿Es posible otro modo de
tratar la pedagogía? ¿Qué puede hacerse para elevarla a la categoría de una
ciencia real, como son hoy la economía política, la ciencia del lenguaje, etc.?” (DILTHEY). Y –por supuesto– a la literatura debe
reconocérsele su estatus de disciplina artística. Esas dimensiones humanas (lo
científico y lo artístico) es lo que las hace diferentes, por más que tengan en
común el uso de la palabra y el trasfondo de la comunicación, y aun cuando
pedagógicamente (cada cual desde su especificidad) apunten a un mismo objetivo.
Con todo, es
pertinente aclarar –y aun reiterar– que no se trata de segregar a una privilegiando
a la otra. Se trata, sí, de dar a cada una la autonomía necesaria, que les
permita desarrollarse sin las restricciones que implica compartir tiempos y
espacios didácticos, según las inclinaciones o preferencias de un docente común
a ambas. Porque –como ya lo vimos con la cita de CALERO– lo más generalizado es
que la lengua cubra mayores niveles del curso “Lengua/literatura”; aunque
también –en menor medida, lógicamente– se dan los casos contrarios, como es el
que refiere Earl HARMER: “La señora Mary Arlen –dice HARMER– enseña idioma
nacional en el nivel secundario y se la considera una profesora muy competente.
[Pero –agrega–] Distribuye su labor entre unidades de literatura y de
gramática, haciendo hincapié en las
primeras.” (HARMER). ¿Por qué hacer hincapié en una, descuidando a la otra,
cuando lo más lógico y coherente es que ambas hagan hincapié en su propia
dimensión? Queremos terminar este parágrafo recordando una escena de El Principito[11] en la que se describe la
reacción de las personas adultas que sugerían al narrador –cuando era niño,
dice– que abandonara su afán fantasioso de dibujar boas que tragan elefantes, y
que mejor se interesase “por cosas útiles y prácticas como la geografía, la
historia, el cálculo y la gramática”;
con lo que no está haciendo otra cosa que definir una situación por demás
ostensible: el rechazo que produce en las mentes racionalistas o pragmáticas el
enfrentarse a hechos que escapan a los dominios de la legibilidad. Pero,
asimismo, obsérvese que ahí también se está poniendo en el ámbito de lo
científico y utilitario a la obligada “compañera” de nuestra disciplina, a la
gramática, a la lengua, a la misma que –no se sabe por imposición de quién– se
la propone como la “materia mayor” bajo cuya tutela de solvencia pedagógica
debe someterse nuestra humilde “maestra”, formadora de conciencia y no de
ciencia.
Notas:
[1] “Un cierto
discurso idealista en educación, escasamente relacionado con condicionamientos
sociales, institucionales, etc. ha difundido la imagen de la profesión docente
como algo autónomo, personal y creativo, cuyas coordenadas las fija y cierra el
profesor con sus decisiones profesionales autónomas, exaltando así la
importancia de su capacidad de iniciativa y de la formación para fomentarla.” (GIMENO).
[2] ROMEA CASTRO,
Celia )1998). Didáctica del Lenguaje y
sus fundamentos teórico prácticos, Programa de Maestría en didáctica de
ciencias de la educación, Universidad Nacional de Piura.
[3] “El hábito y
el amor a la lectura literaria forman la mejor llave que podemos entregar al
niño para abrirle el mundo de la cultura universal. No es que la cultura haya
de ser principalmente literaria; lejos de eso; la cultura verdadera requiere la
solidez de cimientos y armazón que sólo la ciencia da.” (HENRÍQUEZ).
[4] Citado en:
Revista Autoeducación Nº 53, Lima, Instituto de Pedagogía Popular,
agosto 1997, p. 22.
[5] “La
gramática y la matemática por su naturaleza rígidamente dura disciplinan el
espíritu del muchacho y le capacitan después para obedecer y mandar.”
(A4-DILTHEY, 1965: 77).
[6] “... el
experimento en pedagogía tanto como en la química sirve de base para el
progreso del conocimiento teórico.” (DILTHEY).
[7] Cf. MORILLO
MIRANDA, Emilio (1994). La Luz apagada. Un siglo de políticas educativas.
Lima: Ediciones Mendoza Chong Long. Asimismo, Cf. José Carlos MARIÁTEGUI, “El
Proceso de la
Instrucción Pública ”, en:
7 Ensayos de Interpretación de la realidad peruana, Lima: Amauta,1958. Aquí dice MARIÁTEGUI: “Tres
influencias se suceden en el proceso de la instrucción en la República: la
influencia o, mejor, la herencia española, la influencia francesa y la
influencia norteamericana.” (p. 105).
[8] Y en este
campo fue continuado por el formalismo estilístico de Leo SPITZER, quien precisa
–por ejemplo– que “La estilística, pensaba yo, llenará el hueco entre la
lingüística y la historia de la literatura.” (SPITZER).
[9] COSERIU, E.
“Acerca del sentido de la enseñanza de la lengua literaria”, en: (1987). Innovación
de la enseñanza de la lengua y la literatura. Madrid: MEC.
[10] CALERO HERAS,
José, “¿Qué pasa con la literatura?”,
en: Cuadernos Pedagógicos Nº 225,
Madrid, mayo, 1994
[11] SAINT-EXUPÉRY,
Antoine de (1986). El principito.La Habana : Editorial Gente
Nueva, p.11.
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