jueves, 19 de septiembre de 2013

Páginas del Marxismo Latinoamericano



La Vitalidad del     Marxismo-Leninismo*

Rodney Arismendi


Pero, si no es posible asimilar la "dinámica relativista" a la dialéctica, sin incurrir en el pecado de remiendo filosófico más conocido por eclecticismo, menos aún se puede parlotear sobre el "congelamiento" del marxismo-leninismo, leiv-motiv hayista que adquiere a menudo el tono de un grosero desborde verbal.

"El error de los marxistas ortodoxos y fana­tizados radica en su afán de introducir el marxis­mo en un frigorífico marca Dictador y conser­varlo ahí, por congelamiento, contra todo riesgo de cambio. Tal procedimiento puede utilizarse con la carne muerta de una res por necesidad alimenticia o por devoción o idolatría tratándose de un cadáver prócer y reverenciado... Pero no con una doctrina" ("Sobre la Teoría Funcional del Capitalismo" —Haya de la Torre—).

Dejemos a un lado la alusión insolente desti­nada a la sonrisa benévola de los barones extran­jeros de las "corporations" a fin de hacer olvidar pasadas piruetas. Descarnemos el aspecto pura­mente teórico de la apreciación.

¿Ha sufrido el marxismo un proceso de siste­matización dogmática, de congelamiento o pe­trificación que exija un proceso superador? La historia no plantea enigmas que no pueda resol­ver. Frente a las limitaciones de un Hegel pro­mueve la doctrina de un Marx. La respuesta histórica a Marx ¿es Haya de la Torre?

Frustremos la natural sonrisa que sube a los labios y descabecemos la idea alegre e impertinen­te de que la historia se ha permitido un súbito ataque de mal gusto. Admitamos como seria la pretensión del Jefe aprista. ¿Cuál fue la limita­ción histórica de Hegel y cuál fue el alcance de su superación por Marx?

"El sistema de Hegel —dice Engels— fue un aborto gigantesco;     pero el último de su género. En efecto: seguía adoleciendo de una contra­dicción íntima incurable; pues, mientras de una parte arrancaba como supuesto esencial de la concepción histórica según la cual la historia humana es un proceso de desarrollo que no puede, por su naturaleza, encontrar remate inte­lectual en el descubrimiento de eso que llaman verdades absolutas, de la otra, se nos presenta precisamente, como suma y compendio de una de esas verdades absolutas. Un sistema universal y cerrado definitivamente plasmado, en que se pretende cifrar la ciencia de la naturaleza y de la historia, es incompatible con las leyes funda­mentales de la dialéctica; lo cual no excluye sino que lejos de ello, implica que el conocimiento sistemático del mundo exterior en su totalidad puede progresar gigantescamente de generación en generación". (Soc. Utópico y Soc. Científico, Engels). El chapaleo del líder aprista en los rasgos formales de la dialéctica que encubre su verdadero pensamiento modelado por las más dudosas afluencias relativistas del tipo de Spengler, le impide advertir la imposibilidad de que el marxismo incurra en la misma contradicción. La dialéctica marxista ya no es como en Hegel, una imposición lógica a la realidad; es un mé­todo para revelar las leyes procesales de dicha realidad; es una herramienta de descubrimiento y transformación de la naturaleza y de la histo­ria, eternamente enriquecida por el eterno movi­miento de la dialéctica del ser. No en vano, Marx la definió como la ciencia de las leyes generales del movimiento tanto de la naturaleza y de la sociedad como del pensamiento humano.

Su piedra angular es la tesis —polémicamente tan difundida por       Lenin— de que la verdad es siempre concreta. Este enfoque  dialéctico de la verdad obliga a un trabajo sobre los hechos, a la investigación de las condiciones particulares de cada proceso, al descubrimiento de sus leyes interiores, de las tendencias de su desarrollo. El método dialéctico permite formarse así, una imagen ajustada y profunda de la realidad, prever por el conocimiento de las tendencias fundamentales de la evolución, el giro posterior de los acontecimientos, advertir en el interior azaroso del presente los desnudos contornos del futuro y contribuir a su alumbramiento. Esta­mos, pues, tan lejos de un empirismo estrecho, como de la pretensión subjetivista de modelar al mundo en sus conceptos y hacerlos a su ima­gen y semejanza. "Para ser un buen dialéctico —subrayaba un notable expositor soviético— hace falta unir el conocimiento de las leyes gene­rales de la evolución al análisis concreto de la realidad". ("El método dialéctico-materialista", M. Rosental).

Ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo    exterior como del pensamiento humano, no erige un parapeto en cada resultado contra las nuevas y hostigantes proposiciones de la realidad. Por el contrario; les abre paso par­tiendo de esos mismos resultados. Es que la ex­presión dialéctica —desde Marx y Engels— si bien denomina un método de razonamiento expresa primordialmente el modo de existir de toda realidad. La eficiencia metodológica reside, precisamente, en su capacidad de revelar la dia­léctica del ser y contribuir a realizarla, realizan­do al tiempo la propia existencia humana.

Aquí reside su plasticidad real, inseparable de su rigorismo científico. Sobre este rasgo se construye la médula del método dialéctico, la "actividad práctico-crítica"", reclamada por Marx en su más debatida Tesis sobre Feuerbach y que encierra el acierto en la explicación del mundo, a condición de que sea simultánea con su trans­formación, es decir, que la teoría se edifique en contradictoria unidad con la práctica. No en balde ha podido afirmar Lenin, mil y una vez, que el marxismo no es un dogma sino un guía para la acción.

Este carácter vivo y creador —severamente científico— de la dialéctica materialista, permite la existencia de una ciencia social, de una socio­logía elevada a la condición científica. No por­que a la manera positivista se autoasigne este carácter, sino porque su enfoque de la realidad le permite actuar con el mismo austero e inso­bornable rigor que es procedimiento y virtud de las ciencias naturales.

En la memoria de todos está el parangón que hiciera Engels ante la tumba de su entrañable amigo, entre la concepción materialista de la historia y los descubrimientos de Darwin en el campo de la biología. No había en sus palabras —la emoción no conturbaba la ecuanimidad del sabio— el prurito de establecer un paralelismo de estaturas entre dos gigantes contemporáneos. La similitud no residía en la dimensión de los hombres, sino en el alcance de sus descubrimien­tos. Darwin cimentó la biología sobre fundamen­tos científicos al formular la ley de la evolución de las especies. Marx —como lo recordaría Lenin en su acoso a Mijailovski de "¿Quiénes son los Amigos del Pueblo?"— coloca también la socio­logía sobre bases científicas al postular el con­cepto de "formación económico-social" como conjunto de determinadas relaciones de produc­ción, "al establecer que el desarrollo de estas formaciones constituye un proceso histórico-natural".

Al arribar a esta hipótesis genial expuesta en páginas antológicas en su célebre Prefacio a la "Crítica de la Economía Política", Marx abría la posibilidad de un estudio objetivo del proceso social, liberaba la historia del caos, la sometía al ojo del investigador, permitía analizar el desenvolvimiento de la sociedad humana más allá del capricho y las capacidades de los grandes y pequeños hombres.

Hasta Marx, los sociólogos o historiadores procedían como si la eglógica utopía roussoniana del "Contrato Social" presidiese el derrotero histórico, como si los hombres de manera cons­ciente acordaran un tipo determinado de rela­ciones sociales. "Jamás ha sucedido —dice Lenin— ni sucede que los miembros de la socie­dad se representen el conjunto de las relaciones sociales en que viven como algo determinado, integral, penetrado de uno u otro principio"... Cuando Marx establece su hipótesis y luego la verifica en ese inigualado monumento teórico que es "El Capital", de que la existencia social precede y condiciona la conciencia —"única conclusión compatible con la psicología cientí­fica" acota Lenin— la sociología deja de ser una elucubración para trocarse en una ciencia. Desde entonces, hay una medida objetiva para valorar los fenómenos sociales, para extraer el hilo del acaecer histórico. En vez de enjuiciar un aconte­cimiento de modo "apriorístico", a la luz de tal recoveco cerebral de un expositor cualquiera, se debe estudiarlo como un "proceso histórico natural", que se desenvuelve objetivamente, más allá e independientemente de la conciencia de los hombres. Desde luego, son los hombres los que hacen la historia, pero no la hacen a su ca­pricho, sino dentro de un marco de determina­das condiciones sociales materiales, dentro de una determinante histórica. No es este, por lo demás, el aspecto en discusión.

"El materialismo ha proporcionado —escribe Lenin— un criterio completamente objetivo, al destacar las relaciones de producción como estructura de la sociedad y al permitir que se aplique a estas relaciones el criterio científico general de la repetición cuya aplicación a la sociología negaban los subjetivistas. Mientras se limitaban a las relaciones sociales ideológicas (es decir, relaciones que antes de establecerse pasan por la conciencia de los hombres; es decir, se entiende que se trata de la conciencia de las "relaciones sociales" y de ninguna otra) entre los hombres, no podían advertir el proceso de repetición y regularidad de los fenómenos sociales en los diversos países, y su ciencia se limitaba, en el mejor de los casos, a recopilar materia prima. El análisis de las relaciones socia­les materiales (es decir, relaciones que se esta­blecen sin pasar por la conciencia de los hom­bres, al intercambiar productos, los hombres contraen relaciones de producción, aún sin tener conciencia de que en ello reside una relación social de producción) permitió inmediata­mente observar el proceso de repetición y nor­malidad, sintetizando los sistemas de los diversos países en un solo concepto fundamental de "formación social" (subrayado nuestro. "Quié­nes son los Amigos del Pueblo" - Lenin).

En una palabra, al arribar al concepto de "formación social", el materialismo histórico permitió la existencia de una sociología cientí­fica, encontró una base objetiva para el estudio, comparación y diferenciación de cada sociedad, para el examen de sus rasgos generales, comunes a diversos países y de sus características peculia­res, inconfundibles; es decir, verificó la aplica­ción en el campo de las relaciones humanas del criterio de la repetición empleado en las ciencias naturales, y, al reducir toda la superestructura social e ideológica a las relaciones de produc­ción, consideradas como su base real y medidas por el desarrollo alcanzado por las fuerzas pro­ductivas, otorgó un fundamento efectivo para enfocar el desenvolvimiento de cada formación social como "un proceso histórico natural".

Estamos pues, siempre con la buena ayuda de Lenin, otra vez en el punto de partida: el estudio marxista de la realidad social excluye toda posibilidad dogmática, todo endurecimiento escolástico, toda "congelación".

¿Reclama, entonces, el materialismo dialécti­co, y su aplicación social, el materialismo his­tórico, una revisión, para poder abarcar y comprender lo que acontece en el continente sudamericano?

¿O es el único método y la sola teoría en condiciones de iluminar la cara de América y otorgar una idea exacta del instante histórico en que vive, facilitando al mismo tiempo, los elementos para su transformación?

Las consideraciones anteriores obvian la respuesta pormenorizada. El marxismo-leninismo —único marxismo de nuestro tiempo— es el único método capaz de permitirnos el airoso desempeño de la tarea. Y así es porque no pre­tende imponer dogmáticamente conclusiones, sino extraerlas del estudio de las relaciones de producción existentes y del grado de desarrollo de las fuerzas productivas (3) condicionantes de una etapa del desarrollo social y, por lo tanto, de un determinado alineamiento de clases. Sobre este fundamento real, se verifica la preeminencia del atraso feudal en América, soldado al dominio imperialista, que asfixia su existencia económica, traba el desarrollo capitalista y mantiene a las masas en condiciones sociales y culturales lamen­tables. Establecido el cuadro real y la línea del desarrollo, se advierte en función de los mismos, qué clases —y por ende qué Partidos y qué hom­bres— son susceptibles de acampar en las filas del atraso y la opresión nacional y cuales acom­pañarán al proletariado y hasta qué trecho, en la gran faena histórica de alumbrar el porvenir.

¿Es ésta una apreciación dogmática, fruto marchito de "un marxismo congelado", conser­vado en una cámara fría tal. como lo incubara Marx, "inmóvil en su ángulo de observación europeo", en su "Espacio-tiempo histórico", distinto del americano? ¿O es, por el contrario, un examen científico, vivo, multilateral, de la realidad americana?

Un raciocinio elemental permite afirmar lo segundo. Y a la inversa, resulta arbitrario, ama­ñado pergeño de un elucubrador abstracto y ambicioso, el andamiaje levantado por el señor Haya de la Torre para justificar su predestinado papel de salvador de Indo-América.

El marxismo no aparece, pues, en ningún ins­tante como un "sistema universal y cerrado". No puede serlo.

En la experiencia aleccionadora y múltiple de nuestro tiempo hemos asistido a una brillante demostración práctica de que la fidelidad a su espíritu sólo puede tener un carácter creador. Lenin y Stalin —las dos cúspides del pensamien­to marxista del siglo— han continuado y enrique­cido  en las nuevas condiciones históricas (no negado o superado) la obra de Marx-Engels. El mismo Stalin, nos define el leninismo —es decir lo nuevo que Lenin agregara a la doctrina de Marx y Engels— como el "marxismo de la época del imperialismo y de la revolución proletaria". Lenin, marxista, es decir, sostenedor de la con­cepción del mundo de Marx, incorpora al acervo común la experiencia generalizada de su época tanto en el campo de la ciencia social como en la verificación  de   los  nuevos descubrimientos físicos-naturales. En su entrevista con los obre­ros  americanos  del  9  de   setiembre  de  1927, Stalin puntualiza que si bien Lenin no agregó ni suprimió ningún principio al marxismo —sa­bido es que fue el más consecuente adversario de todos los revisionismos— lo aplicó de manera creadora, enriqueciéndolo en numerosos y fun­damentales problemas.   ¿Pero es que el propio Stalin no ha unido su nombre al de los grandes maestros del marxismo, por cumplir una labor similar?

No es accidental, por lo tanto, sino lógico y natural que la segunda conclusión del libro que condensa la ejecutoria del Partido Comunista (b) de la URSS —el más elevado monumento erigido al marxismo— insista a la luz del trabajo de Lenin, en que la teoría marxista-leninista "no puede considerarse como un conjunto de dogmas, como un símbolo de fe, ni a los marxistas como eruditos pedantes y exégetas. La teoría marxista-leninista es la ciencia del desarrollo de la sociedad, la ciencia del movimiento obrero, la ciencia de la revolución proletaria, la ciencia de la edificación de la sociedad comunista. Y, como ciencia no está ni puede estar estancada, sino que se desarrolla y se perfecciona. Es evi­dente que en su desarrollo, no puede por menos de enriquecerse con la nueva experiencia, con los nuevos conocimientos y que algunas de sus tesis y conclusiones no pueden por menos de cambiar a lo largo del tiempo, no pueden por menos de ser desplazadas por nuevas tesis y conclusiones con arreglo a las nuevas condicio­nes históricas". (Historia del P.C. (b) de la URSS. El subrayado es nuestro).

La vitalidad de un pensamiento se verifica en las horas de bruscos virajes, contrastado violen­tamente por la realidad. Un pensamiento estan­cado o una concepción dogmática estallan en pedazos como el cristal sometido a una elevada temperatura. En la realidad de nuestro tiempo han probado los marxistas-leninistas que se man­tenían fieles al espíritu creador que es alma de la dialéctica. Puede decirse que en ningún ins­tante histórico la humanidad rindió mayor homenaje a una concepción del mundo que el ofrecido, prácticamente, en esta guerra, por los pueblos, a la filosofía de Marx.

En una confrontación de hierro y sangre del pensamiento con la realidad, como ha sido ésta, salen robustecidas solamente las ideas verdaderas, las que se ajustan a una descripción correcta de los hechos, las que traducen las fuerzas en germinación del proceso social. Y aunque con presuntuosa malintención afirme Haya de la Torre que el "devenir seguía su curso fuera de los itinerarios de la III Internacional", la historia reciente ha demostrado que la única teoría vic­toriosa, que previo los acontecimientos —si bien en ciertos momentos no pudo moldearlos por no haber encarnado en las masas— fue el marxismo-leninismo. Pese a las preferencias del terror y a la elevada cuota del sacrificio, los únicos Partidos que crecieron torrencialmente fueron los Partidos Comunistas, sustentadores fieles del marxismo-leninismo. Es que ello ha equivalido a un veredicto histórico.

Y damos de barato que el señor Haya de la Torre —pese a sus recientes furias antisoviéticas— reconozca el sentido vivo del marxismo-leninis­mo, en la URSS, cimiento ideológico de la nueva humanidad, factor primordial de la presente his­toria del mundo, excavador de corrientes inédi­tas de la energía creadora del hombre en la ciencia, en el arte, en la industria y en el alma humanas, en "las montañas y los hombres" para emplear el bello título de Ilin.

No obstante, para satisfacer al audaz "superador" peruano, dediquemos capítulo aparte a examinar su respuesta al documento inapelable del tiempo que corre.
           
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(3) “Si el estado de las fuerzas productivas responde a la pregunta de con qué instrumentos de producción crean los hombres los bienes materiales que les son necesarios, el estado de las relaciones de producción responde ya a otra pregunta: ¿en poder de quién están los medios de producción (la tierra, los bosques, las aguas, el subsuelo, las materias primas, las herramientas y los edificios dedicados a la producción, las vás y medios de comunicación, etc.), a disposición de quién se hallan los medios de producción: a disposición de toda la sociedad, o a disposición de determinados individuos, grupos o clases, que las emplean para explotar a otros individuos, grupos o clases?”. (Stalin “Sobre el Materialismo Dialéctico y el Materialismo Histórico”).  

*El presente escrito es un acápite del libro La filosofía del Marxismo y el señor Haya de la Torre, originalmente publicado en 1946. El apartado es una defensa del marxismo-leninismo frente a los ataques de Haya, y presenta algún sello del tiempo en que fue escrito. En los años 60 Arismendi tomó partido por el revisionismo contemporáneo, pero esto no invalida lo que tiene de certero su defensa de la doctrina contra el mencionado demagogo criollo. (Nota de la Redacción).

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