viernes, 19 de abril de 2013

Comentario de Libros



EN EL 2013: SE RECUERDAN LOS CIENTO VEINTIÚN AÑOS DE VIDA DE CÉSAR VALLEJO, LOS CIENTO DIECIOCHO DE JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI, LOS CIENTO DOS DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS Y LOS SETENTA Y UNO DE JAVIER HERAUD


Dad a Llosa lo Que es de Vargas


Julio Carmona


MARIO VARGAS LLOSA. INTERPRETACIÓN DE UNA VIDA, es el título del libro biográfico que firma Max Silva Tuesta. [1] Y, en efecto, es una interpretación –a la luz del psicoanálisis– de las principales novelas del “biografiado”, cuyos títulos sirven para –a su vez– “titular” a cada uno de los cuatro capítulos que conforman el escueto, pero sustancioso, libro; aparte del epílogo que pudo llevar el título de La guerra del fin del mundo, y que el autor ha preferido llamar: “Más trascendentes que la lucha de clases son las clases de luchas”. Y hay que agregar que las cuatro novelas elegidas (La ciudad y los perros, La casa Verde, Los cachorros y Conversación en La Catedral) constituyen una elección que coincide con la casi unánime apreciación de la crítica seria y especializada, que las distingue como las de mejor factura y mayor trascendencia (incluida La guerra del fin del mundo). Empero, Max Silva, para completar el cuadro psicoanalítico vital del biografiado que se propuso diseñar, se las ha arreglado para extender su visión a las otras obras del mismo género narrativo –aunque menos sobresalientes– creadas por Mario Vargas (incluyendo, de pasada, algunas de su dramaturgia y ensayo, previo recuento de toda su producción en el texto introductorio).

Es pertinente destacar el buen estilo de la prosa con que está escrito el libro, no exento de humor [aunque este, por momentos, rompa el tono académico dominante con expresiones como: “acallado con roche”, “con dos huevos de frente” (en lugar del aforismo ‘con dos dedos de frente’), “no pasaría piola ni siquiera en una velada escolar”]. Con todo, ese alto nivel incidido prueba lo que el mismo autor asevera respecto de su larga data de lector literario o “escudriñador de escritores”, como lo llama en una nota autógrafa el mismo Vargas Llosa (contracarátula), y también como creador de, por lo menos, una novela (Nuevo Hotel Sementerio), con la que –dice– predijo la concesión del premio Nobel al escribidor (p.56).

Ahora, que la incisión psicoanalítica, destacada arriba, sea convincente, creo que es algo que está fuera de duda. Hasta se puede decir que es ejemplar dentro de los métodos de crítica literaria comparada, biográfica y psicológica, dentro de los que se puede insertar el trabajo de Max Silva. Pero, también hay que decirlo, es un trabajo que no escapa al prurito de un exclusivismo formalista y hasta hedonista, que es otra forma de parcializarse con el biografiado, al asumir de este algunas categorías teóricas como los “demonios” o la “realidad real” y la “realidad ficticia” (que Silva llama “realidad objetiva” y “realidad subjetiva”, v. p. 45), lo cual es perfectamente legítimo (lo consigno aquí solo como una constatación). Pero lo censurable, sí, es que de la coincidencia pase a la identificación, al pretender excluir del ámbito crítico a otras posiciones que él –desde su enfoque inmanentista– descalifica, de manera categórica. Dice:

Sabemos que resulta impropio o, peor aún, descabellado, el hecho de trasladar un concepto político-económico, como el de la ‘lucha de clases’ al terreno de la literatura. (p. 107).

Y esta aseveración –con pretensión de apodíctica– queda así, lanzada al desgaire, como un artículo de fe, como algo que no necesita ser demostrado o sustentado, cuando es –como bien se sabe– la base de los estudios marxistas de la literatura, de los que José Carlos Mariátegui fue introductor en el Perú, contando además con el apoyo teórico y práctico de César Vallejo, es decir, que tienen un prestigio y un ascendiente nada desdeñables (sin mencionar a otros –muchos– autores que en el marxismo han sido).

Y, ya que pasé –inopinadamente– al plano de la revisión correctiva, también puedo decir que el biógrafo exagera, a veces, en la interpretación de ciertas metáforas del biografiado, sólo con el afán de hacerlas calzar con el objetivo de demostrar su personalidad edípica (es un neologismo que tomo del autor). Dice:

Que MVLL guste de llamar al novelista “suplantador de Dios” podría obedecer a un deliberado propósito didáctico de hacerse entender mediante una metáfora, recurso totalmente válido. Si esta metáfora fue acuñada para utilizarla en una cultura como la nuestra, donde tradicionalmente se adjudica a Dios la autoría de la realidad, y si el novelista en su novela crea una nueva realidad como “una tentativa de corrección, cambio o abolición” de la primera, entonces resultará lícito llamar al novelista, como nuestro Premio Nobel lo llama, “suplantador de Dios”. Sin embargo, ¿por qué dice que el novelista tiene, además, una “voluntad deicida”? Aquí ya no es fácil aducir que se trata de otra inocente metáfora. Aquí no cabe sino pensar que quien tanto se empeña en hablar de ‘deicidio secreto’ es psicoanalíticamente sospechoso de parricidio –consumado o no–, hasta que se demuestre lo contrario. (p. 54).

Y no se trata de “demostrar lo contrario”, sino de poner las cosas en su sitio. En realidad, ambas metáforas (del deicidio y la suplantación de Dios) son usadas por MV, para sustentar la teoría formalista de la “autonomía literaria” [2], y no fueron planteadas por él para circunscribirlas en una cultura teísta que (dígase paso, fundamentalistamente –no “tradicionalmente”) “adjudica a Dios la autoría de la realidad”; él tenía, con ellas, pretensiones de teórico literario y, por lo tanto, su ambición era “universalista”, generalizadora, pretendía reforzar dicha teoría formalista. Y otro traspié del biógrafo –coincidente con el biografiado– es dar por hecho que “el novelista en su novela crea una nueva realidad” (tesis eminentemente formalista y, es más, con un trasfondo filosófico idealista innegable), pasando de inmediato a hacer la siguiente cita de MV, como: “una tentativa de corrección, cambio o abolición” de la realidad, sin percatarse que en ninguna de sus novelas como “nuevas realidades” se propone dicha tentativa ‘de corrección, cambio o abolición’ de la realidad. Todas muestran a la realidad peor de lo que es, con los ingredientes indigestos (para usar un término caro a Miguel Gutiérrez) del incesto, las violaciones y descripciones sicalípticas que compiten en espanto con la misma realidad (por lo cual varios críticos lo han catalogado como un autor naturalista).

Más bien, se debe concluir que, en el caso del biógrafo, después de haber dado esa interpretación a tales metáforas, se nota que acusa una cierta estupefacción, puesto que, arguye lo siguiente: si el novelista se siente “suplantador de Dios”, entonces habría una contradicción si, a la vez, se dice que tiene una “voluntad deicida”. Y, entonces, dice: ‘la voluntad deicida ya no es una simple metáfora: es un claro indicio de su voluntad parricida, es decir, de su complejo de Edipo’. Y –digo yo– lo cierto es que ambas metáforas son complementarias en la propuesta “teórica” de MV: ‘para poder suplantar a Dios, primero se le tiene que matar’, aunque en el desarrollo de la propuesta, finalmente, sólo se reduzca la acción del frustrado deicida a la de un ladrón o depredador, ya que nunca llega a consumarse el deicidio.

Esas incongruencias de Max Silva se suscitan no obstante su afán –frustrado– por ser objetivo en lo que va a ser un esbozo de biografía, acompañada de una crítica psicoanalítica y comparada sobre toda la obra en relación con la vida del biografiado, para demostrar lo ya dicho –y no desmentido, más bien alimentado por MV– de sus reflejos edípicos. “Mientras tanto –dice Silva–, en este libro nos conformamos con realizar un recuento provisional de su vida y obra. El resultado naturalmente será parcial, aunque de ninguna manera parcializado: lo conseguiremos manteniendo a raya a la envidia, al prejuicio y a cualquier otra condición subalterna.” (p. 11). En efecto, al término ‘parcial’ se le ha de dar la acepción de “incompleto”, es decir, de no ser “totalizador”. Y, más bien, con él se preconiza la perspectiva de hacer un estudio “total”. Faltando una página para poner el punto final de su trabajo, Silva alienta un proyecto en ese sentido, la confluencia de varios puntos de vista de estudiosos que abarquen la vida y la obra de MV en su conjunto. “Tomando en cuenta todo eso –dice–, cada uno desde su especialidad, ojalá se integre un equipo que al final, como la consecuencia de un gran objetivo, se corone con un libro bajo el título de Mario Vargas Llosa Total.” (p. 119. Negrita del autor). Y esa sola declaración minimiza su imparcialidad, no sólo porque su línea de pensamiento solo corrobora los presupuestos psicoanalíticos del propio Vargas, en relación con su pregonado odio al padre y su fijación por la madre, lo cual Silva se limita a rastrear en sus novelas, no sólo por eso –decíamos– se da su parcialización sino porque en ningún momento cuestiona su fundamentalismo neoliberal, limitándose a poner ciertos reparos a algunas de sus obras. Y esa parcialización se hace explícita cuando propone crear una “vargasllosología”, porque –aunque no lo quiera– está incentivando un culto a su biografiado, un culto que ya existe, aunque no institucionalizado, y lo sería de hacerse lo que él sugiere. Pero veamos lo que dice Silva:

De hecho esta vargasllosología debería estar exenta del fenómeno contrario al del ‘anti’, que sería el hecho de convertir a MVLL en una intocable vaca sagrada (llamaremos a esta opción el ‘pro’ del asunto).[3] No sabríamos decir a ciencia cierta qué sería más perjudicial, en este caso, si el ‘anti’ o el ‘pro’. (pp. 117-118).

Y esta es una característica del método o de la ideología de Max Silva. La actitud del aurea mediocritas, o dorado término medio, relacionada con el intento de alcanzar un punto medio entre los contrarios. Y lo cierto es que –sin decirlo o a pesar de lo dicho– se buscaría la sacralización evitando lo perjudicial de los extremos. Sigue la cita:

En el ‘anti’ por lo menos existe la posibilidad de suscitarse un debate, pero en el ‘pro’, ¿qué se puede debatir si ya se ha llegado a instaurar una consagración sin vuelta de página? (Ibídem).

Y a continuación pasa a poner ejemplos de ambas posiciones para dejar entrever, al final que él busca el equilibrio, pues al mismo tiempo que pone de relieve las bondades de sus criticados,  también hace lo mismo con los que considera sus defectos. Y así dice:

Al autor peruano que más conocemos, quién sabe, sea César Vallejo. Por eso estamos en condiciones de decir, con vergüenza ajena por cierto, que con la figura del autor de Poemas humanos se ha instaurado la dictadura de la sacralización. ¡Ay del que se anime a decir, por ejemplo, que la novela El Tungsteno es una mala novela! Nosotros ya lo estamos diciendo, obviamente, y no por eso deberían enrolarnos en las filas del antivallejismo, como tampoco en las filas del antivargasllosismo, si ahora mismo afirmamos que todas las obras de teatro de MVLL son obras muy mediocres, siendo la peor El loco de los balcones, que no pasaría piola ni siquiera en una velada escolar. (Ibíd.) [4]

Y el hecho de que yo contradiga aquí lo dicho por el autor reseñado no quiere decir que sea un “provallejiano” (en el sentido que él le está asignando: de ser su panegirista o su defensor a ultranza, faenas que Vallejo y su obra no solicitan, pues se defienden por sí solos). El problema no radica en que se diga una afirmación como esa: “El Tungsteno es una mala novela.” Es decir, el crítico puede consignar todo lo bueno, lo malo y lo feo que quiera respecto de una obra, con la única condición de que lo sustente, que lo dicho esté motivado, y no que se plantee como si fuera una verdad que no necesita demostración. Por eso es que la propuesta de una “vargasllosología” o “vallejología” sólo pueden existir si son favorables a los involucrados, si no la actitud de equilibrio del aurea mediocritas siempre se va a mover entre los pros y los contras, y las “logias” devendrían ollas de grillos. Pero de la incongruencia anotada el autor pasa a esta otra:

A esos que se van a rasgar las vestiduras porque en este libro se ha dicho que El Tungsteno es una mala novela les recomendamos que esos arrestos que malgastarían en tal posible protesta deberían utilizarlos más bien en esforzarse por editar, al fin, la OBRA POÉTICA de Vallejo sin erratas. César Vallejo es universal por su poesía. Sin embargo, luego de más de setenta años de haber muerto el más universal de nuestros poetas, aún no se edita sin erratas su mejor carta de presentación que es su obra poética… (Ibíd.).

Y, realmente, esta conclusión a la que llega no tiene nada que ver con que se contradiga lo por él afirmado, que “El Tungsteno es una mala novela”. Editar la poesía de Vallejo sin errores no está en manos de quien (“sin rasgarse las vestiduras”) recuse lo dicho por Silva. Y si de actuar en ese sentido se tratase, pues, quien debería empezar a cumplir con su recomendación sería el propio Silva que lo cita con una errata: “Y saber que donde nos hay un Padrenuestro,/ el Amor es un Cristo pecador.” (p. 40). Aunque no sé si él tiene los originales de Vallejo y ha hecho la corrección, pues ha visto que en ellos figura “nos”, en lugar de “no”. Aunque otras erratas como esa ha cometido contra su biografiado al escribir Travesuras de una niña mala (p. 110), o la famosa expresión “sartrecillo valiente” aplicada a MV, él la ha modificado en su versión original “el sastrecillo valiente” (p. 58).

Muchas veces cuando se exagera respecto de la propia sapiencia, se suele caer en la soberbia si no en la pedantería, pergeñando frases o verdades apodícticas que, con un poco de modestia, se reducirían a hipótesis digeribles. En ese sentido, se aprecia en algún momento que Silva llega a dar por zanjado el problema de la existencia o pertinencia del uso de las categorías socio-políticas de “izquierda y derecha”, y lo hace por la vía expeditiva de la supresión. Lo cito en extenso. Dice:

En este mundo jerarquizado, así se encumbraba quien era izquierdista por encima de quien no lo era. Incluso los mismos izquierdistas se jerarquizaban mutuamente. ¿Y quiénes podían ser mejores, los apristas o los comunistas? (p. 108).

Y, para comenzar, el Apra dejó de ser un partido de izquierda (si es que alguna vez lo fue) desde que se convirtió en partido electorero, en 1930, aunque ya antes (1928) Julio Antonio Mella lo había desenmascarado como un vulgar conglomerado de pequeñoburgueses oportunistas. Si así estaba planteado el panorama, ¿cómo se puede decir que “los mismos izquierdistas se jerarquizaban”, poniendo en un solo saco a apristas y comunistas? Y en seguida de la cita anterior, Silva agrega:

Ello sucedía, claro está, cuando el Apra aún era un partido respetable y no como el de ahora, que no lo es por donde se mire, y también cuando el comunismo tenía la aureola de encarnar la redención universal de los humillados y ofendidos, para decirlo dostoievskianamente, aureola en la actualidad totalmente apagada, debido a ese apagón lúgubre y definitivo acaecido en 1989. (Ibíd.).

Nótese la posición intermedia, tercerista: si los dos polos (Apra y comunismo) prácticamente son cadáveres para él, ¿quién queda? Un partido de centro-derecha. Pero también cabe preguntarse, ¿es acertado decir que el comunismo colapsó con la caída del muro de Berlín y la derechización de los países del socialismo burocrático de la órbita moscovita? El hecho de que defeccionara ese “socialismo”, no quiere decir que la izquierda y el comunismo hayan sufrido un “apagón lúgubre y definitivo”. Esto, obviamente, lo dice alguien cuyo pensamiento está más tirado a la derecha, aunque no esté en su extremo, y, precisamente por eso, por apostar por el centrismo “niega” la existencia de la derecha y de la izquierda. De ahí que continúe:

Con tanto desprestigio de por medio de la llamada izquierda y con tanta codicia hasta por un centavo de la llamada derecha, por una parte, y, por otra, si tenemos la certidumbre de que entre la gente de izquierda y la gente de derecha siempre hay gente de lo mejor y también, por supuesto, gente de lo peor, de modo que ser izquierdista no garantiza nada, lo mismo que ser de derecha no acarrea desprestigio alguno per se, lo único que importa en esta útil taxonomía política es el tema ético, en el sentido de que si tal izquierdista o tal derechista es o no es una persona honrada y con la honra a prueba de todo. (Ibíd.).

Es decir, puro idealismo. Se definen las cosas por la ética, la moral, la educación, y no por las condiciones de clase. Entonces, mejor échatelas a buscar entre los ponderados clasemedieros, los personajes del centro-derechismo. Los extremos: derecha e izquierda son perniciosos. Y, pese a que antes ha hablado de una “útil taxonomía”, desde esa perspectiva, termina su paralogismo con una perorata estridente y fuera de contexto:

Lo demás termina siendo el tráfico de una estupidez categorizadora, a la que ahora solo se adscriben los tontos de capirote y los que todavía sacan buenos dividendos de la vigencia de tal estupidez. (p. 108).

Lo dicho, Silva nos está alertando: no vayamos a los extremos, busquemos el equilibrio ideal: hombres éticos y de moral a toda prueba, que no sean de derecha ni de izquierda. Lo cual es, a final de cuentas, la prédica ideológica de la pequeña burguesía, de las clases medias que siempre terminan adhiriendo al fascismo.

Lamentablemente, Max Silva, a pesar de sus protestas en contrario, se ha sumado a una larga “lista de pro-vargallosólogos”, que, con el criterio sano –a no dudarlo– del equilibrio, la moderación o la ecuanimidad que exigen a quienes critican a MV, resultan haciendo lo contrario de su prédica, y arremeten contra esos críticos con las peores calificaciones. Con el agravante de la abstracción, es decir, sin especificar de qué personas se trata cuando se refieren a esos “críticos enemigos de MV”, poniendo en un solo saco, obviamente, a todos. Veamos algunos ejemplos, comenzando por Max Silva, quien dice: “Menos mal que los también acérrimos enemigos de MVLL son poco dados a la lectura y hasta podría decirse que son analfabetos funcionales.” (p. 50). Y, por supuesto, en esta condena va implícito el autoelogio.

Tenemos también el caso de Miguel Gutiérrez: para él, quienes critican desfavorablemente a las obras de MV resultan ser “intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic: “las”, porque trata de “pasiones”) de la mezquindad y la envidia.” (“Prólogo” a El pacto con el diablo, 2007).

Y, por último, César Lévano (el más reciente). En el “Editorial” del diario La Primera, del día miércoles 21 de nov. de 2012, hizo un rechazo categórico a los exabruptos que el fujimorismo lanzara contra la persona de MV, más que contra sus declaraciones. Y, a propósito de ese desaguisado, se puso él (Lévano) como ejemplo de ponderación y sindéresis, pues dice que en su libro Arguedas, un sentimiento trágico de la vida, destaca la misma impronta de Alfredo Torero, que, sin agraviar a MV, demostró su equivocación respecto de Arguedas en relación con las comunidades campesinas del Perú. Y, si no se olvida que Alfredo Torero estuvo ligado ideológicamente con Sendero Luminoso (siendo esta una evidencia de dominio público, no es infidencia decirlo), de paso Lévano quiere hacer ver que él tampoco se fija en esa realidad (de que Torero fuera su antípoda ideológico, si tampoco se olvida la antigua –y nunca clausurada– filiación revisionista y oportunista de Lévano) y con igual ponderación lo cita en su libro; por tanto, ambos –Lévano y Torero– son –como diría Shakespeare por boca de Marco Antonio ante el cadáver de Julio César– dos varones pundonorosos. Y, a partir de esa comparación, agrega:

No siempre se siguen los buenos ejemplos (¡). En estos días leí una larga entrevista al animador de un gremio de escritores en la cual se afirma que un veterano poeta puneño vivo es para la cultura peruana ‘más importante que Vargas’. Se refiere a Vargas Llosa.

Si no se pierde de vista que en el Perú hay un solo Gremio de Escritores, y que este tiene en el poeta Jorge Luis Roncal a su más visible animador, es obvio que Lévano –con pusilánime elipsis– se está refiriendo a él. Y, lo que es peor, a pie juntillas, lo compara con el asesino Fujimori, dice: “El recurso despectivo tiene un antecedente. En el debate de 1990 en televisión, Fujimori habló del ‘doctor Vargas’.” Es decir, como Fujimori se refirió a MV llamándolo el “doctor Vargas”, éste es el maestro negativo del que Jorge Luis Roncal recoge el “recurso despectivo”, pues también se refirió al novelista llamándolo sólo por su apellido paterno. Pero bien se sabe que Fujimori había sido asesorado en ese sentido, pues ya se había dado el antecedente de la polémica entre MV y Ángel Rama (en adelante ÁR), y ahí fue que MV le reclamó airadamente a ÁR por usar su apellido paterno y dice: “¿qué es esa malacrianza de acortarme el apellido?”, observación que mereció la siguiente apostilla de ÁR: “Tomo nota de que sólo se le puede mencionar con los dos apellidos: en alguna ocasión me explicará si cuando a un escritor que firmaba Miguel de Cervantes Saavedra se le llama Cervantes a secas (...) estamos ante un ejemplo de malacrianza o se trata de un privilegio que la corte virreinal del Perú reserva exclusivamente a los niños bien.”

Pero en la reconvención de Lévano contra Roncal por “seguir al maestro negativo: Fujimori”, hay otra arista que él usa como censura subliminal: que “no siguiera el buen ejemplo de Torero y de Lévano”. ¡Oh, qué gran error el mío!, aquí estoy incurriendo en el mismo pecado de Roncal: no los he llamado por sus nombres completos, sólo por sus apellidos: Torero y Lévano. Y lo que ya raya en el mayor sacrilegio: en todo este artículo me he referido al novelista usando sólo dos de sus iniciales: MV (salvo al hacer las citas del libro reseñado). Pero, para evitar suspicacias o por no herir susceptibilidades, aquí debo aclarar la razón de ese uso abreviado (y que también creo advertir en el caso de Roncal), y la razón es puramente práctica o por economía lexical. No por irreverencia ni mala intención. Por favor.

Notas:
[1] Max Silva Tuesta, Mario Vargas Llosa. Interpretación de una vida, Lima: Editorial San Marcos, 2012.
[2] Cf. Julio Carmona, El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario Vargas Llosa, Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2007.
[3]  Y Silva no se cura de su parcialidad. Al final de su trabajo pone a MV a la altura de Vallejo y dice: “Ya es hora de que la crítica peruana se reivindique estudiando sin pausa ni medida tanto a César Vallejo como a MVLL, que sus obras –es verdad aunque usted no lo crea– trasuntan universalidad.” (p. 118).
[4] No creo que Max Silva ignore la opinión, autorizada, de Miguel Gutiérrez que demuestra todo lo contrario respecto de El Tungsteno. Cf. Miguel Gutiérrez, Vallejo narrador, Lima, Fondo editorial del Pedagógico San Marcos, 2004.



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