EN EL 2013: SE RECUERDAN LOS CIENTO
VEINTIÚN AÑOS DE VIDA DE CÉSAR VALLEJO, LOS CIENTO DIECIOCHO DE JOSÉ CARLOS
MARIÁTEGUI, LOS CIENTO DOS DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS Y LOS SETENTA Y UNO DE JAVIER
HERAUD
Dad a
Llosa lo Que es de Vargas
Julio
Carmona
MARIO
VARGAS LLOSA. INTERPRETACIÓN DE UNA VIDA, es el título del
libro biográfico que firma Max Silva Tuesta. [1] Y, en efecto, es una
interpretación –a la luz del psicoanálisis– de las principales novelas del
“biografiado”, cuyos títulos sirven para –a su vez– “titular” a cada uno de los
cuatro capítulos que conforman el escueto, pero sustancioso, libro; aparte del
epílogo que pudo llevar el título de La
guerra del fin del mundo, y que
el autor ha preferido llamar: “Más trascendentes que la lucha de clases son las
clases de luchas”. Y hay que agregar que las cuatro novelas elegidas (La ciudad y los perros, La casa Verde, Los
cachorros y Conversación en La Catedral)
constituyen una elección que coincide con la casi unánime apreciación de la crítica
seria y especializada, que las distingue como las de mejor factura y mayor
trascendencia (incluida La guerra del fin
del mundo). Empero, Max Silva, para completar el cuadro psicoanalítico
vital del biografiado que se propuso diseñar, se las ha arreglado para extender
su visión a las otras obras del mismo género narrativo –aunque menos
sobresalientes– creadas por Mario Vargas (incluyendo, de pasada, algunas de su
dramaturgia y ensayo, previo recuento de toda su producción en el texto
introductorio).
Es pertinente
destacar el buen estilo de la prosa con que está escrito el libro, no exento de
humor [aunque este, por momentos, rompa el tono académico dominante con
expresiones como: “acallado con roche”, “con dos huevos de frente” (en lugar
del aforismo ‘con dos dedos de frente’), “no pasaría piola ni siquiera en una
velada escolar”]. Con todo, ese alto nivel incidido prueba lo que el mismo
autor asevera respecto de su larga data de lector literario o “escudriñador de
escritores”, como lo llama en una nota autógrafa el mismo Vargas Llosa
(contracarátula), y también como creador de, por lo menos, una novela (Nuevo Hotel Sementerio), con la que
–dice– predijo la concesión del premio Nobel al escribidor (p.56).
Ahora, que la
incisión psicoanalítica, destacada arriba, sea convincente, creo que es algo
que está fuera de duda. Hasta se puede decir que es ejemplar dentro de los
métodos de crítica literaria comparada, biográfica y psicológica, dentro de los
que se puede insertar el trabajo de Max Silva. Pero, también hay que decirlo,
es un trabajo que no escapa al prurito de un exclusivismo formalista y hasta
hedonista, que es otra forma de parcializarse con el biografiado, al asumir de
este algunas categorías teóricas como los “demonios” o la “realidad real” y la
“realidad ficticia” (que Silva llama “realidad objetiva” y “realidad
subjetiva”, v. p. 45), lo cual es perfectamente legítimo (lo consigno aquí solo
como una constatación). Pero lo censurable, sí, es que de la coincidencia pase
a la identificación, al pretender excluir del ámbito crítico a otras posiciones
que él –desde su enfoque inmanentista– descalifica, de manera categórica. Dice:
Sabemos que resulta
impropio o, peor aún, descabellado, el hecho de trasladar un concepto
político-económico, como el de la ‘lucha de clases’ al terreno de la
literatura. (p. 107).
Y esta aseveración
–con pretensión de apodíctica– queda así, lanzada al desgaire, como un artículo
de fe, como algo que no necesita ser demostrado o sustentado, cuando es –como
bien se sabe– la base de los estudios marxistas de la literatura, de los que
José Carlos Mariátegui fue introductor en el Perú, contando además con el apoyo
teórico y práctico de César Vallejo, es decir, que tienen un prestigio y un
ascendiente nada desdeñables (sin mencionar a otros –muchos– autores que en el
marxismo han sido).
Y, ya que pasé
–inopinadamente– al plano de la revisión correctiva, también puedo decir que el
biógrafo exagera, a veces, en la interpretación de ciertas metáforas del
biografiado, sólo con el afán de hacerlas calzar con el objetivo de demostrar
su personalidad edípica (es un neologismo que tomo del autor). Dice:
Que MVLL guste de
llamar al novelista “suplantador de Dios” podría obedecer a un deliberado
propósito didáctico de hacerse entender mediante una metáfora, recurso
totalmente válido. Si esta metáfora fue acuñada para utilizarla en una cultura
como la nuestra, donde tradicionalmente se adjudica a Dios la autoría de la
realidad, y si el novelista en su novela crea una nueva realidad como “una
tentativa de corrección, cambio o abolición” de la primera, entonces resultará
lícito llamar al novelista, como nuestro Premio Nobel lo llama, “suplantador de
Dios”. Sin embargo, ¿por qué dice que el novelista tiene, además, una “voluntad
deicida”? Aquí ya no es fácil aducir que se trata de otra inocente metáfora.
Aquí no cabe sino pensar que quien tanto se empeña en hablar de ‘deicidio
secreto’ es psicoanalíticamente sospechoso de parricidio –consumado o no–,
hasta que se demuestre lo contrario. (p. 54).
Y no se trata de
“demostrar lo contrario”, sino de poner las cosas en su sitio. En realidad,
ambas metáforas (del deicidio y la suplantación de Dios) son usadas por MV,
para sustentar la teoría formalista de la “autonomía literaria” [2], y no
fueron planteadas por él para circunscribirlas en una cultura teísta que
(dígase paso, fundamentalistamente –no “tradicionalmente”) “adjudica a Dios la
autoría de la realidad”; él tenía, con ellas, pretensiones de teórico literario
y, por lo tanto, su ambición era “universalista”, generalizadora, pretendía
reforzar dicha teoría formalista. Y otro traspié del biógrafo –coincidente con
el biografiado– es dar por hecho que “el novelista en su novela crea una nueva
realidad” (tesis eminentemente formalista y, es más, con un trasfondo
filosófico idealista innegable), pasando de inmediato a hacer la siguiente cita
de MV, como: “una tentativa de corrección, cambio o abolición” de la realidad,
sin percatarse que en ninguna de sus novelas como “nuevas realidades” se
propone dicha tentativa ‘de corrección, cambio o abolición’ de la realidad.
Todas muestran a la realidad peor de lo que es, con los ingredientes indigestos
(para usar un término caro a Miguel Gutiérrez) del incesto, las violaciones y
descripciones sicalípticas que compiten en espanto con la misma realidad (por
lo cual varios críticos lo han catalogado como un autor naturalista).
Más bien, se debe
concluir que, en el caso del biógrafo, después de haber dado esa interpretación
a tales metáforas, se nota que acusa una cierta estupefacción, puesto que,
arguye lo siguiente: si el novelista se siente “suplantador de Dios”, entonces
habría una contradicción si, a la vez, se dice que tiene una “voluntad
deicida”. Y, entonces, dice: ‘la voluntad deicida ya no es una simple metáfora:
es un claro indicio de su voluntad parricida, es decir, de su complejo de
Edipo’. Y –digo yo– lo cierto es que ambas metáforas son complementarias en la
propuesta “teórica” de MV: ‘para poder suplantar a Dios, primero se le tiene
que matar’, aunque en el desarrollo de la propuesta, finalmente, sólo se
reduzca la acción del frustrado deicida a la de un ladrón o depredador, ya que
nunca llega a consumarse el deicidio.
Esas incongruencias
de Max Silva se suscitan no obstante su afán –frustrado– por ser objetivo en lo
que va a ser un esbozo de biografía, acompañada de una crítica psicoanalítica y
comparada sobre toda la obra en relación con la vida del biografiado, para
demostrar lo ya dicho –y no desmentido, más bien alimentado por MV– de sus
reflejos edípicos. “Mientras tanto –dice Silva–, en este libro nos conformamos
con realizar un recuento provisional de su vida y obra. El resultado
naturalmente será parcial, aunque de ninguna manera parcializado: lo
conseguiremos manteniendo a raya a la envidia, al prejuicio y a cualquier otra
condición subalterna.” (p. 11). En efecto, al término ‘parcial’ se le ha de dar
la acepción de “incompleto”, es decir, de no ser “totalizador”. Y, más bien,
con él se preconiza la perspectiva de hacer un estudio “total”. Faltando una
página para poner el punto final de su trabajo, Silva alienta un proyecto en
ese sentido, la confluencia de varios puntos de vista de estudiosos que
abarquen la vida y la obra de MV en su conjunto. “Tomando en cuenta todo eso
–dice–, cada uno desde su especialidad, ojalá se integre un equipo que al
final, como la consecuencia de un gran objetivo, se corone con un libro bajo el
título de Mario Vargas Llosa Total.” (p. 119. Negrita del autor). Y esa sola
declaración minimiza su imparcialidad, no sólo porque su línea de pensamiento
solo corrobora los presupuestos psicoanalíticos del propio Vargas, en relación
con su pregonado odio al padre y su fijación por la madre, lo cual Silva se
limita a rastrear en sus novelas, no sólo por eso –decíamos– se da su
parcialización sino porque en ningún momento cuestiona su fundamentalismo
neoliberal, limitándose a poner ciertos reparos a algunas de sus obras. Y esa
parcialización se hace explícita cuando propone crear una “vargasllosología”,
porque –aunque no lo quiera– está incentivando un culto a su biografiado, un
culto que ya existe, aunque no institucionalizado, y lo sería de hacerse lo que
él sugiere. Pero veamos lo que dice Silva:
De hecho esta
vargasllosología debería estar exenta del fenómeno contrario al del ‘anti’, que
sería el hecho de convertir a MVLL en una intocable vaca sagrada (llamaremos a
esta opción el ‘pro’ del asunto).[3] No sabríamos decir a ciencia cierta qué
sería más perjudicial, en este caso, si el ‘anti’ o el ‘pro’. (pp. 117-118).
Y esta es una
característica del método o de la ideología de Max Silva. La actitud del aurea
mediocritas, o dorado término medio, relacionada con el intento de alcanzar un
punto medio entre los contrarios. Y lo cierto es que –sin decirlo o a pesar de
lo dicho– se buscaría la sacralización evitando lo perjudicial de los extremos.
Sigue la cita:
En el ‘anti’ por lo
menos existe la posibilidad de suscitarse un debate, pero en el ‘pro’, ¿qué se
puede debatir si ya se ha llegado a instaurar una consagración sin vuelta de
página? (Ibídem).
Y a continuación
pasa a poner ejemplos de ambas posiciones para dejar entrever, al final que él
busca el equilibrio, pues al mismo tiempo que pone de relieve las bondades de
sus criticados, también hace lo mismo
con los que considera sus defectos. Y así dice:
Al autor peruano
que más conocemos, quién sabe, sea César Vallejo. Por eso estamos en
condiciones de decir, con vergüenza ajena por cierto, que con la figura del
autor de Poemas humanos se ha instaurado la dictadura de la sacralización. ¡Ay
del que se anime a decir, por ejemplo, que la novela El Tungsteno es una mala
novela! Nosotros ya lo estamos diciendo, obviamente, y no por eso deberían
enrolarnos en las filas del antivallejismo, como tampoco en las filas del
antivargasllosismo, si ahora mismo afirmamos que todas las obras de teatro de
MVLL son obras muy mediocres, siendo la peor El loco de los balcones, que no
pasaría piola ni siquiera en una velada escolar. (Ibíd.) [4]
Y el hecho de que
yo contradiga aquí lo dicho por el autor reseñado no quiere decir que sea un
“provallejiano” (en el sentido que él le está asignando: de ser su panegirista
o su defensor a ultranza, faenas que Vallejo y su obra no solicitan, pues se
defienden por sí solos). El problema no radica en que se diga una afirmación
como esa: “El Tungsteno es una mala novela.” Es decir, el crítico puede
consignar todo lo bueno, lo malo y lo feo que quiera respecto de una obra, con
la única condición de que lo sustente, que lo dicho esté motivado, y no que se
plantee como si fuera una verdad que no necesita demostración. Por eso es que
la propuesta de una “vargasllosología” o “vallejología” sólo pueden existir si
son favorables a los involucrados, si no la actitud de equilibrio del aurea
mediocritas siempre se va a mover entre los pros y los contras, y las “logias”
devendrían ollas de grillos. Pero de la incongruencia anotada el autor pasa a
esta otra:
A esos que se van a
rasgar las vestiduras porque en este libro se ha dicho que El Tungsteno es una mala novela les recomendamos que esos arrestos
que malgastarían en tal posible protesta deberían utilizarlos más bien en
esforzarse por editar, al fin, la OBRA POÉTICA de Vallejo sin erratas. César
Vallejo es universal por su poesía. Sin embargo, luego de más de setenta años
de haber muerto el más universal de nuestros poetas, aún no se edita sin
erratas su mejor carta de presentación que es su obra poética… (Ibíd.).
Y, realmente, esta
conclusión a la que llega no tiene nada que ver con que se contradiga lo por él
afirmado, que “El Tungsteno es una mala novela”. Editar la poesía de Vallejo
sin errores no está en manos de quien (“sin rasgarse las vestiduras”) recuse lo
dicho por Silva. Y si de actuar en ese sentido se tratase, pues, quien debería
empezar a cumplir con su recomendación sería el propio Silva que lo cita con
una errata: “Y saber que donde nos hay un Padrenuestro,/ el Amor es un Cristo
pecador.” (p. 40). Aunque no sé si él tiene los originales de Vallejo y ha
hecho la corrección, pues ha visto que en ellos figura “nos”, en lugar de “no”.
Aunque otras erratas como esa ha cometido contra su biografiado al escribir Travesuras de una niña mala (p. 110), o
la famosa expresión “sartrecillo valiente” aplicada a MV, él la ha modificado
en su versión original “el sastrecillo valiente” (p. 58).
Muchas veces cuando
se exagera respecto de la propia sapiencia, se suele caer en la soberbia si no
en la pedantería, pergeñando frases o verdades apodícticas que, con un poco de
modestia, se reducirían a hipótesis digeribles. En ese sentido, se aprecia en
algún momento que Silva llega a dar por zanjado el problema de la existencia o
pertinencia del uso de las categorías socio-políticas de “izquierda y derecha”,
y lo hace por la vía expeditiva de la supresión. Lo cito en extenso. Dice:
En este mundo
jerarquizado, así se encumbraba quien era izquierdista por encima de quien no
lo era. Incluso los mismos izquierdistas se jerarquizaban mutuamente. ¿Y
quiénes podían ser mejores, los apristas o los comunistas? (p. 108).
Y, para comenzar,
el Apra dejó de ser un partido de izquierda (si es que alguna vez lo fue) desde
que se convirtió en partido electorero, en 1930, aunque ya antes (1928) Julio
Antonio Mella lo había desenmascarado como un vulgar conglomerado de
pequeñoburgueses oportunistas. Si así estaba planteado el panorama, ¿cómo se
puede decir que “los mismos izquierdistas se jerarquizaban”, poniendo en un
solo saco a apristas y comunistas? Y en seguida de la cita anterior, Silva agrega:
Ello sucedía, claro
está, cuando el Apra aún era un partido respetable y no como el de ahora, que
no lo es por donde se mire, y también cuando el comunismo tenía la aureola de
encarnar la redención universal de los humillados y ofendidos, para decirlo
dostoievskianamente, aureola en la actualidad totalmente apagada, debido a ese
apagón lúgubre y definitivo acaecido en 1989. (Ibíd.).
Nótese la posición
intermedia, tercerista: si los dos polos (Apra y comunismo) prácticamente son
cadáveres para él, ¿quién queda? Un partido de centro-derecha. Pero también
cabe preguntarse, ¿es acertado decir que el comunismo colapsó con la caída del
muro de Berlín y la derechización de los países del socialismo burocrático de
la órbita moscovita? El hecho de que defeccionara ese “socialismo”, no quiere
decir que la izquierda y el comunismo hayan sufrido un “apagón lúgubre y
definitivo”. Esto, obviamente, lo dice alguien cuyo pensamiento está más tirado
a la derecha, aunque no esté en su extremo, y, precisamente por eso, por
apostar por el centrismo “niega” la existencia de la derecha y de la izquierda.
De ahí que continúe:
Con tanto
desprestigio de por medio de la llamada izquierda y con tanta codicia hasta por
un centavo de la llamada derecha, por una parte, y, por otra, si tenemos la
certidumbre de que entre la gente de izquierda y la gente de derecha siempre
hay gente de lo mejor y también, por supuesto, gente de lo peor, de modo que
ser izquierdista no garantiza nada, lo mismo que ser de derecha no acarrea
desprestigio alguno per se, lo único que importa en esta útil taxonomía
política es el tema ético, en el sentido de que si tal izquierdista o tal
derechista es o no es una persona honrada y con la honra a prueba de todo. (Ibíd.).
Es decir, puro
idealismo. Se definen las cosas por la ética, la moral, la educación, y no por
las condiciones de clase. Entonces, mejor échatelas a buscar entre los
ponderados clasemedieros, los personajes del centro-derechismo. Los extremos:
derecha e izquierda son perniciosos. Y, pese a que antes ha hablado de una
“útil taxonomía”, desde esa perspectiva, termina su paralogismo con una
perorata estridente y fuera de contexto:
Lo demás termina
siendo el tráfico de una estupidez categorizadora, a la que ahora solo se
adscriben los tontos de capirote y los que todavía sacan buenos dividendos de la
vigencia de tal estupidez. (p. 108).
Lo dicho, Silva nos
está alertando: no vayamos a los extremos, busquemos el equilibrio ideal:
hombres éticos y de moral a toda prueba, que no sean de derecha ni de
izquierda. Lo cual es, a final de cuentas, la prédica ideológica de la pequeña
burguesía, de las clases medias que siempre terminan adhiriendo al fascismo.
Lamentablemente,
Max Silva, a pesar de sus protestas en contrario, se ha sumado a una larga
“lista de pro-vargallosólogos”, que, con el criterio sano –a no dudarlo– del
equilibrio, la moderación o la ecuanimidad que exigen a quienes critican a MV,
resultan haciendo lo contrario de su prédica, y arremeten contra esos críticos
con las peores calificaciones. Con el agravante de la abstracción, es decir, sin
especificar de qué personas se trata cuando se refieren a esos “críticos
enemigos de MV”, poniendo en un solo saco, obviamente, a todos. Veamos algunos
ejemplos, comenzando por Max Silva, quien dice: “Menos mal que los también
acérrimos enemigos de MVLL son poco dados a la lectura y hasta podría decirse
que son analfabetos funcionales.” (p. 50). Y, por supuesto, en esta condena va
implícito el autoelogio.
Tenemos también el
caso de Miguel Gutiérrez: para él, quienes critican desfavorablemente a las
obras de MV resultan ser “intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que
encontraron en el cambio ideológico del autor de La guerra del fin del mundo,
la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic: “las”,
porque trata de “pasiones”) de la mezquindad y la envidia.” (“Prólogo” a El
pacto con el diablo, 2007).
Y, por último,
César Lévano (el más reciente). En el “Editorial” del diario La Primera, del día miércoles 21 de nov.
de 2012, hizo un rechazo categórico a los exabruptos que el fujimorismo lanzara
contra la persona de MV, más que contra sus declaraciones. Y, a propósito de
ese desaguisado, se puso él (Lévano) como ejemplo de ponderación y sindéresis,
pues dice que en su libro Arguedas, un
sentimiento trágico de la vida,
destaca la misma impronta de Alfredo Torero, que, sin agraviar a MV, demostró
su equivocación respecto de Arguedas en relación con las comunidades campesinas
del Perú. Y, si no se olvida que Alfredo Torero estuvo ligado ideológicamente
con Sendero Luminoso (siendo esta una evidencia de dominio público, no es
infidencia decirlo), de paso Lévano quiere hacer ver que él tampoco se fija en
esa realidad (de que Torero fuera su antípoda ideológico, si tampoco se olvida
la antigua –y nunca clausurada– filiación revisionista y oportunista de Lévano)
y con igual ponderación lo cita en su libro; por tanto, ambos –Lévano y Torero–
son –como diría Shakespeare por boca de Marco Antonio ante el cadáver de Julio
César– dos varones pundonorosos. Y, a partir de esa comparación, agrega:
No siempre se
siguen los buenos ejemplos (¡). En estos días leí una larga entrevista al
animador de un gremio de escritores en la cual se afirma que un veterano poeta
puneño vivo es para la cultura peruana ‘más importante que Vargas’. Se refiere
a Vargas Llosa.
Si no se pierde de
vista que en el Perú hay un solo Gremio de Escritores, y que este tiene en el
poeta Jorge Luis Roncal a su más visible animador, es obvio que Lévano –con
pusilánime elipsis– se está refiriendo a él. Y, lo que es peor, a pie juntillas,
lo compara con el asesino Fujimori, dice: “El recurso despectivo tiene un
antecedente. En el debate de 1990 en televisión, Fujimori habló del ‘doctor
Vargas’.” Es decir, como Fujimori se refirió a MV llamándolo el “doctor
Vargas”, éste es el maestro negativo del que Jorge Luis Roncal recoge el
“recurso despectivo”, pues también se refirió al novelista llamándolo sólo por
su apellido paterno. Pero bien se sabe que Fujimori había sido asesorado en ese
sentido, pues ya se había dado el antecedente de la polémica entre MV y Ángel
Rama (en adelante ÁR), y ahí fue que MV le reclamó airadamente a ÁR por usar su
apellido paterno y dice: “¿qué es esa malacrianza de acortarme el apellido?”,
observación que mereció la siguiente apostilla de ÁR: “Tomo nota de que sólo se
le puede mencionar con los dos apellidos: en alguna ocasión me explicará si
cuando a un escritor que firmaba Miguel de Cervantes Saavedra se le llama
Cervantes a secas (...) estamos ante un ejemplo de malacrianza o se trata de un
privilegio que la corte virreinal del Perú reserva exclusivamente a los niños
bien.”
Pero en la
reconvención de Lévano contra Roncal por “seguir al maestro negativo:
Fujimori”, hay otra arista que él usa como censura subliminal: que “no siguiera
el buen ejemplo de Torero y de Lévano”. ¡Oh, qué gran error el mío!, aquí estoy
incurriendo en el mismo pecado de Roncal: no los he llamado por sus nombres
completos, sólo por sus apellidos: Torero y Lévano. Y lo que ya raya en el
mayor sacrilegio: en todo este artículo me he referido al novelista usando sólo
dos de sus iniciales: MV (salvo al hacer las citas del libro reseñado). Pero,
para evitar suspicacias o por no herir susceptibilidades, aquí debo aclarar la
razón de ese uso abreviado (y que también creo advertir en el caso de Roncal),
y la razón es puramente práctica o por economía lexical. No por irreverencia ni
mala intención. Por favor.
Notas:
[1] Max Silva Tuesta, Mario Vargas Llosa. Interpretación de una vida, Lima: Editorial San
Marcos, 2012.
[2] Cf. Julio Carmona, El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario
Vargas Llosa, Lima: Fondo Editorial del Pedagógico San Marcos, 2007.
[3]
Y Silva no se cura de su parcialidad. Al final de su trabajo pone a MV a
la altura de Vallejo y dice: “Ya es hora de que la crítica peruana se
reivindique estudiando sin pausa ni medida tanto a César Vallejo como a MVLL,
que sus obras –es verdad aunque usted no lo crea– trasuntan universalidad.” (p.
118).
[4] No creo que Max Silva ignore la
opinión, autorizada, de Miguel Gutiérrez que demuestra todo lo contrario
respecto de El Tungsteno. Cf. Miguel
Gutiérrez, Vallejo narrador, Lima,
Fondo editorial del Pedagógico San Marcos, 2004.
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