Ciencias Sociales
Prólogo
a la Cuarta Edición de ”Perú: Mito y Realidad”
(Primera Parte)
Julio Roldán
La
primera parte de este proyecto fue escrita y publicada a mediados de la década
del 80 del siglo pasado. Esta entrega comprendió el tiempo histórico-social que
hoy prologamos por cuarta vez. La segunda parte debería abarcar desde los años
30 del Siglo XX hasta el fin de la mencionada centuria.
La guerra subversiva vivida en el
Perú en las dos últimas décadas del siglo XX, que enfrentó al PCP-MRTA contra
el Estado peruano, y otras inquietudes intelectuales del momento impidieron, en
una primera etapa, concretizar la anunciada segunda parte de la investigación.
Posteriormente fue el exilio, además de otros problemas teóricos, los que
obligaron posponer, una vez más, la misma. La verdad es que no sabríamos
precisar hasta cuándo.
En vista de que el interés por la
segunda parte del proyecto pasó a un segundo plano, en nuestro programa de
investigación, hemos decidido limitarnos, por el momento, a escribir este Cuarto prólogo. La intención es
actualizar determinados conceptos, confrontarnos con unos segundos y desechar
unos terceros que fueron dados por válidos cuando se escribió este libro hace
30 años atrás.
La verdad es que en el tiempo
transcurrido, cerca de tres décadas de la publicación de la primera parte, han
sucedido cambios en la realidad peruana, en nuestro modo de abordar ciertos
fenómenos histórico-sociales y en nuestra manera de discernir determinados
conceptos sociológico-culturales que hacen meritorio un replanteamiento
conceptual en unos casos o una reformulación teórica en otros.
Metodología
El
título de la investigación Perú, mito y
realidad sigue siendo válido. Él sintetiza, en buena medida, lo que
deseamos, deseábamos, expresar. Estos dos conceptos articulan ese enjambre
dialéctico entre la realidad-real y la realidad imaginada-deseada en el período
histórico-social investigado y sistematizado. El mutuo endose, entre la
realidad y la fantasía, es uno de los aspectos fundamentales que da contenido
al concepto de mito. Con la diferencia de que la realidad-real tiene sus
límites en el espacio y su momento en el tiempo. Mientras que el mito activado,
normalmente, rompe con estas condiciones espacio-temporales para transformarse
en un ente en sí y para sí. Luego, desplegado en el imaginario colectivo, en un
ente para todos. No está de más recalcar que lo mencionado debe entenderse en
el plano de la representación simbólica. Representación que descansa, en un
determinado nivel, en la subjetividad colectiva.
Estos hechos
imaginados-reales-re-imaginados son trabajados ideológica y políticamente en
función de ciertos intereses. Normalmente en dirección del orden establecido. A
favor del discurso hegemónico. A la par, son expuestos como si fueran la única
verdad. Al mismo tiempo la realidad, o las realidades, ideadas con la misma
tónica, en el mismo sentido, son presentadas como mito o mitificadas. Una buena
parte de la historia político-social cultural de este país ha sido, es,
expuesta siguiendo esta orientación teórico-metodológica. Éste es uno de los
rasgos que caracteriza la historia social oficial peruana. Esta historia se
escribe, se difunde, se imparte y se impone como si fuera una verdad
indiscutible.
Este heterogéneo fenómeno es, de
ida, de vuelta y de revuelta, la realidad metamorfoseada en fantasía. La
fantasía metamorfoseada en realidad. El ente transformado en deseo. El deseo
transformado en ente. En ese incesante ir y venir, se cierra el círculo hasta
devenir, frecuentemente, una tautología. Y de ésta, normalmente, al absurdo,
sólo media un pequeño trecho. No obstante ello, en la mayoría de las veces, es
aceptada sin ningún tipo de duda.
Ésta es la labor teórica
asumida-desarrollada por la mayoría de intelectuales-académicos que responden a
los intereses de las clases dominantes en todos los sistemas histórico-sociales
que hasta hoy conocemos. Los más, sin habérselo propuesto, asumen la tarea de
justificar, a la par de garantizar, ideológica y políticamente, el orden social
establecido. Dicho ejercicio “científico” se hace en todo momento y en todo
lugar. Siempre con la sacrosanta engañifa de la “imparcialidad” del
investigador. De la “objetividad” del analista. Del quehacer “científico” del
intelectual. Esta producción se transforma en poder ideológico. En poder
político. En poder cultural. En ideología hegemónica. La palabra de los
intelectuales-académicos adscritos al orden, hablada o escrita, deviene
discurso; luego en poder para ejercer dominio y control en aras del sistema
dominante, a decir del filósofo Michel Foucault (1926-1984).
Toda esta actividad académica, este
quehacer intelectual, redunda, de igual
modo, en alimentar y re-alimentar la fuerza de la tradición en cualquiera de
los niveles que se piense. Y la tradición es, generalmente, la fuente de donde
bebe el conservador. Es el cuerpo, normalmente, donde se activan las células
del reaccionario. Apoyarse en la tradición es, posiblemente, uno de los métodos
más eficaces de trabajar la historia, de hacer política y de producir cultura.
Todo ello, frecuentemente, redunda a favor del mundo oficial. En beneficio del
sistema imperante.
El rol de la tradición en la
sociedad no es sólo patrimonio del país que hoy nos ocupa. Por el contrario, es
un hecho generalizado mundialmente. Karl Marx (1818-1883), hace más de un siglo
y medio, en torno al rol de la tradición, afirmó: “La tradición de todas las
generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y
cuando éstos aparentan dedicarse a transformarse y a transformar las cosas,
crear algo nunca antes visto, en esas épocas de crisis revolucionaria es
precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado,
tomando prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con
este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva
escena de la historia universal.” (Marx, 1970: 95)
Esta tradición, con todo su peso,
con todo su equipaje, con todos sus atavíos, con todos sus temores, como ha
sido mencionada en la cita precedente, se evidencia con mayor nitidez en
determinados espacios geográficos. En coyunturas históricas específicas. Por lo
tanto, liberarse de la tradición, sin pensar que es imposible, es una tarea
larga y complicada. Una de las mayores ventajas que tienen los intelectuales
comprometidos en la defensa de los intereses político-sociales dominantes, es
pensar y actuar siguiendo la tradición. En la medida que ésta no requiere
ningún esfuerzo. Se mueve automáticamente. Se desarrolla espontáneamente. Se
reproduce por inercia y en cadena. Conociendo esta vieja práctica, el filósofo
Friedrich Nietzsche (1834-1900), con su conocido desdén hacia el pueblo,
preguntaba: “Lo que la plebe aprendió en otro tiempo a creer sin razones,
¿quién podría destruírselo mediante razones?” (Nietzsche, 1995: 387)
Sólo en contadas ocasiones la
tradición, conocida también como “el peso de la historia”, como “la fuerza del
pasado”, ha desempeñado un rol progresista en la
evolución-transformación-revolución social. Esto tiene su vórtice en la
resistencia, que no es más que la expresión de la contradicción que todo
fenómeno natural, social o espiritual entraña y que a la vez lo recorre de
principio a fin. Ello ha sido evidenciado por los intelectuales comprometidos,
no sólo con el saber y la ciencia, sino también con la vida político-social en
muchos momentos históricos.
Las ciencias sociales tienen sus
respectivas disciplinas. Ellas se diferencian por su objeto de estudio, por su
método y por sus leyes particulares. No obstante lo afirmado, compartimos la
idea de que las ciencias sociales y humanas están, por naturaleza,
ínterrelacionadas. Sus diferencias sólo obedecen a distintos niveles y grados
en el proceso de investigación. Si hay necesidad de separarlas, debe ser sólo
en la forma, consecuencia de las circunstancias. Para luego volverlas a
entender, en un nivel superior, como un todo contradictorio pero único.
Esta forma de abordar los fenómenos
humanos-sociales, es tema de contienda al interior de los humanistas y
científicos sociales. El motivo es que los especializados, en particular los
“súper-especializados”, les recusan su generalidad. Mientras que para los
otros, estos últimos ya no harían ciencia. Ellos habrían rebajado el
conocimiento a nivel de una técnica. Como los “especializados” son conocidos y
los encontramos por doquier, nosotros queremos mencionar a los otros que,
conociendo los riesgos de la generalización en unos casos o de la
superficialidad en otros, siguen fieles al método interdisciplinario.
El sociólogo Juan José Sabreli
(1930-), hace algunos años atrás, declaró: “Primero, no creo en una disciplina.
En general me consideran sociólogo, pero no soy un sociólogo propiamente dicho,
porque en mis libros combino sociología, historia y filosofía; amén de teoría
política, de psicología social.” (Roffé, 2006: 89)
De igual manera, el también
sociólogo Gonzalo Portocarrero (1947-), sobre el mismo tópico, escribió: “...
desde siempre, me sentí convocado por lo interdisciplinario. Esta libertad para
ir herrando entre conceptos de distintas disciplinas se la debo a la Sociología
pues en la tradición de esta disciplina está el impulsarnos a la búsqueda de
otras perspectivas. Entonces, así, leyendo una cosa, y también la otra, llegué
a los llamados ‘estudios culturales’, a una estrategia de leer la realidad que
enfatiza lo fecundo de cruzar las fronteras de los campos disciplinarios en la
perspectiva de hacer visibles conexiones que suelen escapar a la atención de
quienes se concentran en un solo enfoque. Pero, claro, la estrategia de saber
un poco de muchas cosas tiene sus riesgos, sobre todo la ligereza y la
frivolidad, pero también tiene sus promesas como la de lograr panoramas más
amplios y comprensivos.” (Portocarrero, 05-07-2012)
Reconociendo los límites, los
riesgos de esta forma de abordar la investigación, suscribimos los puntos de
vista de los científicos sociales líneas arriba citados. La razón es que la
metodología ínterdisciplinaria nos permite comprender con más claridad las
vinculaciones internas y las mutuas influencias de los fenómenos
investigados-analizados-sintetizados. Ello redunda en un conocimiento más
amplio de los fenómenos estudiados y, a la par, nos permite comprender mejor
cómo se auto-influencian las partes con el todo y el todo con las partes.
Las investigaciones concebidas a
través de la metodología interdisciplinaria, normalmente, son de largo alcance.
Muchas de ellas no son atractivas en el momento. Mientras que algunas de las
especializadas, o “súper-especializadas”, tienen éxito inmediato pero a la vez
efímero. La circunstancial popularidad de este tipo de investigaciones se
esfuma al transcurrir el tiempo. La razón es que por centrar en la coyuntura
descuidan la estructura. El concentrarse en el momento contribuye, casi
siempre, a perder la visión de conjunto. Mientras que las interdisciplinarias
tienen la ventaja de tomar en cuenta los dos niveles en el proceso de
investigación.
Esta contienda es antigua y
generalizada. Hay muchas investigaciones
en las últimas décadas, que recogiendo algunos conceptos parciales del
post-modernismo, del post-marxismo, del post-colonialismo, de los Estudios
culturales, etc., han trabajado los temas del patriarcalismo, de género, de
“raza”, de cultura y de la “identidad”, sin vinculación entre ellas. Y menos
aún con relación al concepto de clase.
No se puede negar que las corrientes
de pensamiento mencionadas han contribuido significativamente a la
profundización de conceptos, ampliar objetivos, en el estudio de las ciencias
sociales. El problema es que algunos de sus seguidores, a la vez que han
soslayado el tema central de clase y la lucha entre ellas, han despolitizado la
historia. Han despolitizado la economía. Han limado el filo crítico de la
ciencia social. Han limitado su visión a una determinada especialidad. Ello
redunda en la sobrevaloración de la parte y, dentro de ella, de la técnica. De
esa manera el sistema ha ganado buenos aliados. El orden existente, el
capitalismo como modo de producción histórico, dejó de ser el centro de la
crítica de las ciencias sociales.
Confirmando la pérdida de norte de
la mayoría de estos científicos sociales, el filósofo Slavoj Zizek (1951-)
escribió: “Estamos entonces librando nuestras batallas de computadora por los
derechos de las minorías étnicas, de los homosexuales, varones y lesbianas, de
los diferentes estilos de vida, y así sucesivamente, mientras el capitalismo
continúa su marcha triunfal.” (Zizek, 2011: 237)
Líneas después insiste en la idea de
cómo esta despolitización de las investigaciones sociales es el mejor servicio
que hacen los científicos sociales al orden establecido. Sus palabras: “El
precio de esta despolitización de la economía es que en cierto sentido ha
quedado despolitizado el ámbito mismo de la política: la lucha política,
propiamente dicho, se ha transformado en la lucha cultural por el
reconocimiento de las identidades marginales y por la tolerancia de las
diferencias.” (Zizek, 2011: 237)
Pero para demostrar que la ley de la
contradicción se cumple una vez más, hay otro grupo de científicos sociales,
que orientándose por las mismas corrientes de pensamiento líneas arriba
mencionados, insisten en el método interdisciplinario y de politización de las
ciencias sociales. Consiguientemente no cejan en su crítica al sistema
capitalista, sea en su versión de capitalismo de Estado o en su versión de
capitalismo de libre concurrencia. Hoy llamado neoliberalismo.
Teniendo como antecedentes, entre
otras, la prédica socialista e internacionalista de Flora Tristán (1804-1844),
la prédica anarquista contra la dominación patriarcal de clase de Emma Goldman
(1869-1940) y la prédica comunista internacionalista de Alexandra Kollontai
(1872-1952), Mujeres, raza y clase de
Ángela Davis (1944-), ¿Pueden hablar los
subalternos? de Gayatri Chakravorty Spivak (1942-), La dominación masculina de Pierre Bourdieu (1930-2002) y El género en disputa de Judith Butler
(1956-), serían algunos de los ejemplos de investigaciones científico-sociales
interdiciplinarias de crítica al orden establecido.
Ademas de ver la relación de clase,
género y “raza”, un punto clave en los trabajos mencionados es su persistencia
en la idea de cientifizar la política. A la par, politizar la ciencia.
Moralizar la política. A la par, politizar la moral. De esa manera, luchar en
mejores condiciones contra la ideología del sistema dominante.
Lo último, metodológicamente, está
ligado al tiempo. Estamos pensando en el rol del ayer para comprender el hoy en
función del mañana. Si no somos conscientes de esa interrelación temporal, se
cae, una vez más, en la circunstancia, en la coyuntura. Esta metodología de
trabajo estaría más emparentada con el periodismo de investigación antes que
con las ciencias sociales. El escritor Juan Goytizolo (1931-), siguiendo al
crítico literario Mijail Bajtin (1895-1975), con mucha razón afirmó: “... una
obra no puede vivir en el futuro, si no se apoya en el pasado, pues lo que
existe meramente en función del presente está condenado a desaparecer con él.”
(Goytizolo, 2004:208)
Si revisamos la producción teórica
en el Perú, en el último siglo, nos damos cuenta que las investigaciones de
carácter interdisciplinario, las que han sido trabajadas con una visión
panorámica, donde se relacionan pasado, presente y futuro, son las que mejor
expresan la realidad de este país. No obstante la “generalidades” que puedan
tener, se siguen leyendo. Su influencia continúa siendo significativa en esta
rama del conocimiento a pesar del tiempo transcurrido. La producción teórica de
los cuatro intelectuales más conocidos (Belaúnde, Mariátegui, Haya de la Torre
y Basadre) que publicaron en los años 20-30 del Siglo XX es paradigmática.
De la generación del 50 sólo
mencionemos como ejemplos a Historia de
las ideas en el Perú contemporáneo, de Augusto Salazar Bondy (1925-1974); Los dueños del Perú, de Carlos Malpica
(1929-1993); Estado, clase y nación en el
Perú, de Julio Cotler (1932-); Los
orígenes de la civilización en el Perú, de Luis Guillermo Lumbreras
(1936-); Visión histórica del Perú,
de Pablo Macera (1929-), etc.
Mientras que entre los libros que
fueron publicados en los últimos 30 ó 40 años siguiendo esta metodología, se
puede mencionar a Un siglo a la deriva,
de Heraclio Bonilla (1941-); Perú,
1820-1920: Un siglo de desarrollo
capitalista en el Perú, de Ernesto Yepes (1942-); Historia del movimiento obrero peruano, de Denis Sulmont (1944-); Buscando un Inca, de Alberto Flores
Galindo (1947-1990); La generación del
50. Un mundo dividido, de Miguel Gutiérrez (1940-); Los movimientos campesinos en el Perú, de Wilfredo Kapsoli (1944-);
Los mitos de la democracia, de Henry
Pease (1944-), Marcial Rubio (1948-) y Laura Madalengoitia (1951-); Los orígenes coloniales de la violencia
política en el Perú, de Jorge Lora Can (1952-), etc.
Otro tema discutible al interior de
los científicos sociales y humanistas es el concepto de distancia. Estamos
pensando en la distancia cultural. Materializar una investigación, directamente
en el medio cultural donde están ocurriendo los hechos, permite ganar
profundidad, pero en contraparte se limita el panorama. Se pierde la
interrelación de los fenómenos entre sí. De igual modo, se ganan vivencias en
la investigación directa, pero paralelamente se pierde objetividad. Claro que
lo ideal sería la combinación de los dos niveles en el proceso de
investigación, interpretación y síntesis. Pero como ello no es frecuente,
tenemos que terminar dando, una vez más, la razón al escritor párrafos antes
citado cuando declaró: “... sólo en la distancia se puede alcanzar, de algún
modo, esa visión doble del que conoce íntimamente una cultura y la observa con
la perspectiva que proporciona la distancia, situación que le otorga una mirada
más aguda y penetrante que la de aquel que permanece todo el tiempo inmerso en
su propia cultura,...” (Goytizolo, 2004:200)
Para terminar esta parte, deseamos
mencionar que Perú, mito y realidad
fue escrito, de igual manera este Cuarto
prólogo, desde la concepción y el método marxista. Naturalmente hasta donde
entendimos, entendemos, esta corriente de pensamiento. Ello implica tomar
distancia de aquellos científicos sociales que, aparentemente, hacen ciencia
por ciencia, producen conocimiento por conocimiento. De los académicos que,
supuestamente, no tienen ningún compromiso con la sociedad, por añadidura,
tampoco con la política.
Por el contrario, nosotros pensamos
que en una sociedad marcada por una serie de fenómenos histórico-sociales como
el patrialcalismo, el racismo, la mentalidad colonial, el culturalismo, el
clasismo, nadie está al margen de tal o cual concepción o método. Que sean
conscientes o no, que lo digan o no, no implica que sus investigaciones estén
al margen de dichas influencias y orientaciones.
A la par de la concepción y método
mencionado, tenemos, de igual modo, una declarada intensión política. No somos
de aquellas personas que investigan para la ultra-tumba. El saber tiene,
siempre, un sentido y un objetivo para la vida. Toda teoría social que se
precie de tal debe ser crítica. Crítica del orden social establecido. Así lo
han demostrado muchos científicos sociales. Para probarlo, sólo habría que leer
a los arriba mencionados y la producción de los representantes de la Escuela de Frankfurt, que con rigor se llama Teoría crítica, entre otros. En resumidas cuentas: Una teoría
crítica que trabaje por descubrir nuevas leyes sociales y a la vez contribuya a
la transformación social.
En el Perú, no somos los primeros en
hacer esta declaración de parte. Tampoco seremos, naturalmente, los últimos.
Para no rememorar a muchos científicos sociales que han dejado enseñanzas
valiosas en esta dirección, nos limitaremos a citar al historiador Alberto
Flores Galindo. Él cierra el último trabajo que publicó en vida (en los Agradecimientos) con estas dos ideas:
“Éste es un libro que parte del marxismo pero para internarse en un mundo
interior (…), ocuparse de invenciones, espacios imaginarios, mitos, y sueños.
Nada de eso impide que sea un libro en el que subyace, ininterrumpidamente, un
discurso político.” (Flores Galindo, 1987: 370)
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