miércoles, 13 de junio de 2012

Las dimensiones de la realidad:
El Surrealismo en el mundo

(Tercera Parte)

                                                                                
                                                                                  Jorge Oshiro




Literatura decadente y verdad

Y esta preocupación por la verdad, desde la creación, la va a unir Mariátegui con otro elemento que podría sorprender a primer vista:

"En sus libros hay la menor dosis posible de literatura".

Esta presencia mínima o ausencia de «literatura» no es entendido aquí negativamente. Todo lo contrario. Recordemos lo que decíamos más arriba sobre la correspondencia entre la obra de Istrati y el paisaje virgen «sin civilización, sin historia, sin literatura».

«Literatura» tiene aquí connotación más bien negativa, expresa una cultura «letrada y decadente». Y en este sentido escribirá nuestro autor al final del texto aquí analizado que la ausencia de literatura "no impide clasificarlos entre las más alta creaciones artísticas de su tiempo". Y prosigue acentuando aún el tono:

"Por el contrario, los coloca por encima de toda la manufactura decadente que, con un débil esmalte de novedad, pretende pasar por arte nuevo".

La originalidad de la literatura no es una conquista formal. Ella es solamente expresión de algo que es su contenido: la vida. Una vida decadente no puede sino producir literatura decadente. Y una auténtica nueva literatura debe ser expresión, como ya Mariátegui decía antes, de la «gran ficción». Pero esta gran ficción es expresión de la salud vital del escritor. Esta salud lo hace revolucionario.

Istrati: el agonista y el literato

El tercer artículo de Mariátegui sobre Istrati fue escrito casi dos años después del anterior, en agosto de 1928. La revista francesa de Barbusse «Monde» había traído en sus últimos números algunos relatos de viaje con caracteres autobiográficos contados por Istrati.

"La exaltación, la intensidad, la pasión de Panait Istrati vagabundo nos eran maravillosamente comunicados por sus novelas".

Pero esos relatos llegaban, dice nuestro autor, hasta la fecha de su intento de suicidio. Retomando este tema escribe Mariátegui:

"Espíritu agónico, al buscar la muerte, Panait Istrati halló la vida: la vida inmortal del creador, del artista".

En realidad ya había utilizado Mariátegui el concepto de «agonista» en su primer artículo de julio de 1925. Pero este concepto era aplicado a uno de los personajes de la novela de Istrati «Oncle Anghel»:

"El tio Anghel sabe que expía su pecado. Sin embargo, más culpable, más poderosa es siempre la injusticia humana. Stavro, otro agonista del mundo de Istrati, luchó por salvarse. No encontró quien lo ayudara".

En este texto Mariátegui nos describe el mundo novelesco del rumano como mundo de «agonistas». Tres años después va dedicar este concepto al autor mismo. ¿Por qué ahora y no tres años antes?. El crítico peruano escribe que se sabía la biografía de Istrati hasta el momento del frustrado suicidio. Pero ¿qué había pasado después de esa fecha, que había hecho el celebrado autor rumano con su vida? "¿El literato había extinguido al vagabundo?".

Esta "ansiosa" pregunta se hace Mariátegui como tantos otros que "desde su primer libro lo conocimos y amamos". ¿Qué habían hecho París y la gloria del rumano?

"Sabiamos que Panait Istrati, hombre antes que literato, había ido a Rumania a combatir la dura batalla de su pueblo. Lo oíamos responder siempre ¡Presente! al llamado de la revolución".

Esta es la respuesta. Mariátegui designa a Istrati como «agonista» en relación a dos hechos fundamentales: Por un lado el intento de suicidio y su renacimiento, es decir la experiencia de la muerte y todo el proceso doloroso que este intento implicó, y por otro lado «el llamado de la revolución», es decir el llamado de la vida. A través de una entrevista que ofrece el autor rumano a un periodista francés se aprecia que un agonista como Istrati no podía satisfacerse en su vida de literato:

"Por esta confesión, sabemos que el novelista no vive menos insatisfecho y atormentado que el vagabundo. El placer y el dolor de la creación no colman su alma".

Y luego nos dice nuestro autor con emtusiasmo:

"¡Qué miserable cosa le parece haberse convertido en un literato, nada más que un literato!".

Ya habíamos entendido el tono negativo que da Mariátegui al concepto de «literatura» en el comentario anterior. El insiste en este tercer artículo sobre Istrati en esta interpretación negativa del concepto, pero con qué intensidad.

Frente al revolucionario, frente al agonista qué miserable es ser «sólo» literato. Y a partir de este pasaje las preguntas anteriores «¿El literato había extinguido al vagabundo?», se vuelve apremiante, urgente, decisivo. Lo mismo que la siguiente pregunta: ¿Qué habían hecho París y la gloria, al errante amigo de Mikhail?

La polaridad entre «vagabundo»-«errante» contra «literato»-«gloria» es manifiesta. Mientras los dos primeros términos nos señalan categóricamente la provisoriedad, el carácter pasajero de la existencia[1][1] y nos recuerda una vez más también la figura de Chaplin, los dos últimos en cambio nos hablan del intento de sobrevivir primero como «gloria», por el reconocimiento de los otros a través del tiempo y del espacio, y luego como «el literato» a través de la escritura, símbolo de la permanencia en doble sentido: de no caer en el olvido, es decir, no morir, pero también el «anquilosamiento», la «petrificación» de los cuales nos habla Mariátegui en el ya citado texto de «Alma Matinal».

Precisamente este antagonismo irreconciliable entre estos dos polos, la provisoriedad y la permanencia hacen el concepto de agonía.[2][2]
       
El hombre escribe para permanecer, es decir, por persistir en la existencia. La escritura es una forma del conatus. Pero en el momento que el conatus se hace Letra, se anquilosa, se petrifica; sobre todo cuando esta escritura es «glorificada», es consagrada.

La inmovilidad de la escritura, que es la inmovilidad de la muerte se adueña del hombre, que es vida:

¡Qué miserable cosa le parece haberse convertido en un literato, nada más que un literato!

Pues esto es el símbolo de la muerte sobre la vida, siempre interina, siempre provisoria. "El hombre llega para partir de nuevo" nos decía Mariátegui en «Lucha final», la vida del hombre es una constante «Lucha Final» podríamos agregar siguiendo la lógica mariateguiana. Declara Istrati:

"No veo en mi caso sino una aventura, edificada sobre un accidente auténtico y sangriento sobrevenido en mi vida".

Traducido al lenguaje mariateguiano: la vida es una aventura edificada a base de la experiencia del dolor y la muerte, y decir aventura es decir «accidente», o sea, azar. Esto señala el «pesimismo de la realidad» de Istrati, y a través de él, del propio Mariátegui. Istrati continúa:

"Soy pobre y espero morir pobre, porque marcho en mi vida de hoy acompañado de la inmensa familia de los vagabundos encontrados en mi ruta. Estoy en la mitad de mi obra, tal como la he concebido durante mis largos años de vagabundo. Cuando haya doblado el cabo de esta jornada, dejaré la pluma, tornaré a los caminos de ayer y reviviré, con mis compañeros recuperados, horas obscuras y alegres, exentas tal vez de las pesadas responsabilidades que me oprimen. Así habré dado mi más bello ejemplo: liberarse de los que se lleva en sí de mejor, sin hacer de esta liberación un hábito ni un oficio".

Se respira en este pasaje «un perfume de parábola franciscana», según una frase de Mariátegui al referirse del poeta Alcides Spelucín y de Vallejo con quienes el revolucionario peruano se sentía muy cerca

"Alcides se semeja a Vallejo en la piedad humana, en la ternura humilde, en la efusión cordial. En una época que era aún de egolatrismo exasperado...la poesía de Alcides tiene un perfume de parábola franciscana. Su alma se caracteriza por un cristianismo espontáneo y sustancial".

El término "cristianismo espontáneo y sustancial" adquiere una dimensión nueva si lo comprendemos a través de esa "pobreza vagabunda" que «se libera de lo que se lleva en sí de mejor, sin hacer de esta liberación un hábito ni un oficio». Es decir un cristianismo basado en la piedad humana, en la ternura humilde, en la efusión cordial, pero sin iglesia y sin institución.

Rebeldía y disciplina revolucionaria

Después de 18 meses, en marzo de 1930 escribe Mariátegui un cuarto y último artículo sobre el vagabundo rumano: «Tres libros de Panait Istrati sobre la U.R.S.S» que apareció en «Variedades»

En este último artículo reitera el crítico peruano su "notoria admiración por el autor de «Kyra Kyralina» y «Oncle Anghel»". Recuerda que había saludado jubilosamente la aparición de Istrati "como la de un novelista extraordinario".

Hace esta introducción para mostrarla como "garantía de la rigurosa equidad de mi juicio, sobre los tres volúmenes que Istrati acaba publicar". Esta frase sirve de explicación de un cierto distanciamiento del autor peruano con respecto al novelista rumano. En un capítulo de los libros hace Istrati una requisitoria contra el gobierno soviético. Expone el caso del obrero Rousakov

"a quien el conflicto con los vecinos malquerientes ha costado la expulsión del Sindicato, la pérdida del trabajo, un proceso festinatorio y una condena injusta".

Rousakov era suegro de Victor Serge, «miembro activo y visible de la oposición trotskysta en Francia». Al ruso se le acusaba de haber agredido a una militante del partido en ocasión de una visita de ésta a la casa de Rousakov que según el informe poseía una casa grande de muchas habitaciones en una época de fuerte crisis de alojamiento. La envidia de los vecinos aprovechando de la oposición que hacía Rousakov al régimen puso en marcha todo un proceso.

"Panait Istrati, amigo fraternal de Victor Serge, ha sentido en su propia carne la persecusión desencadenada contra Rousakov por la declaración hostil de sus vecinos".

Mariátegui comenta: "La burocracia en la U.R.S.S., como en todo el mundo, no se distingue por su sensibilidad ni por su vigilancia". Y el caso Rousakov ha sido un caso de "automatismo burocrático". Istrati, "que entiende la amistad con el ardor que sus novelas traducen" después de fracasar sus intentos de frenar este caso claro de injusticia

"Ha experimentado la más violenta decepción respecto al orden soviético. Y, por este caso, enjuicia todo el sistema comunista".
       
Visto desde hoy comprendemos que este caso Rousakov no podía ser un caso aislado, ni un accidente burocrático, como lo entendía en 1930 el propio Mariátegui. Importante aquí es el hecho que nuestro autor, hasta poco antes de su muerte, no había reconocido el avance ni la estabilización del stalinismo y que él aún sostenía frontalmente el régimen soviético, como muchos de sus contemporáneos.

Mariátegui no reconocía en el caso Rousakov el síntoma de un proceso histórico que se iba a desarrollar abiertamente después de su temprana muerte.

Volviendo a nuestro texto, escribe Mariátegui la reacción de Istrati no es incomprensible para quien pondere sagazmente los datos de su temperamento y de su formación intelectual y sentimental y agrega:

"Panait Istrati tiene una mentalidad y una psicología de révolté, de rebelde, no de revolucionario, en un sentido ideológico y político del término".

Mariátegui corrige o más bien precisa su definición del autor rumano. En el segundo artículo había dicho:

"Panait Istrati, como Barbusse lo proclama, es ante todo un revolucionario".

¿En qué sentido debemos, entonces, entender este pasaje si luego escribe el autor peruano que «en un sentido ideológico y político» no es revolucionario, sino un rebelde?.

Mariátegui explica:

"Su existencia ha sido la de un vagabundo, la de un bohemio, y esto ha dejado huellas inevitables en su espíritu. Sus sentimientos por el haiduc se nutren de sus sentimientos de hors de loi".

Esto trae como consecuencia:

"Estos sentimientos, que pueden producir una obra artística, son esencialmente negativos cuando se trata de pasar a una obra política".

Por lo tanto la afirmación que «Istrati es un revolucionario» se debe entender en cuanto al artista. Pero Mariátegui no hace una diferencia sustancial entre «el artista» y «el hombre», de allí que se puede decir también que desde el terreno filosófico el vagabundo rumano era un revolucionario.

En los artículos anteriores Mariátegui había definido la personalidad de Istrati, sin ambajes, como «agonista», como revolucionario, sin ningún tipo de especificaciones. El no hace diferencias entre el revolucionario en el arte o en política. La explicación: la obra de Istrati niega frontalmente el sistema inhumano e injusto del capitalismo.

En el cuarto artículo el terreno conceptual ha cambiado. Istrati no está, según Mariátegui en el año 1930, frente a un orden reaccionario e injusto, todo lo contrario, el autor rumano está frente a una realidad contradictoria pero revolucionario. Lo que está criticando, por lo tanto, Istrati es el socialismo en su conjunto.

Si Mariátegui se solidarizaba con la obra de Istrati en la crítica profunda y radical del sistema injusto e inhumano como se presentaba el capitalismo retardatario en Rumania, era en nombre del socialismo que el pensador peruano veía representado a comienzos de 1930 en Rusia y en el Estado Soviético.

La crítica que hace el peruano al rumano, manteniendo al mismo tiempo su admiración por éste, es el hecho de Istrati no hacer ninguna diferencia entre las dos realidades que ataca. Y esta crítica de Istrati al régimen soviético la considera Mariátegui como injusta pues el rumano

"dominado por la rabia de una decepción sentimental, se identifica absolutamente con la tendencia pueril a juzgar un régimen político, un sistema ideológico, por un lío de casa de vecindad".

Más de 61 años después de haber sido escrito este texto se puede interpretar los hechos de otra manera. Pero aún esto no resta en nada la coherencia moral y lógica del revolucionario peruano.

Otro aspecto implícito en esta crítica mariateguiana a Istrati es su falta de disciplina revolucionaria. La construcción del socialismo era una tarea de masas, no de individuos aislados. Y esta tarea exigía una disciplina férrea por el titánico esfuerzo que ella del colectivo revolucionario espera[3][3].

Waldo Frank[4][4]

La amistad.

Mientras para Mariátegui  las obras de Pirandello representa genialmente la cultura occidental en decadencia y en disolución, es decor, su «alma desencantada», Waldo Frank manifesta el «alma matinal», el alba de una nueva civilización. 

Aún en su profunda admiración y entusiasmo que sentía Mariátegui por Istrati se puede apreciar una cierta distancia hacia el rumano; la distancia que implicaba el diferente proceso histórico en Europa y en el Nuevo Mundo.

Es verdad que Mariátegui se siente proyectado en muchos aspectos de la obra y vida de Istrati. Pero esta proyección es siempre un paralelo con la propia obra y con la propia vida, nunca una identidad. En este sentido la relación de Mariátegui con Waldo Frank tiene otro carácter. Mariátegui es un entusiasta lector y comentarista de Istrati. Con Frank lo une una profunda amistad, basada en recíproca admiración y en mutuo respeto por la vida y la obra del otro. Así en una carta de mayo de 1926, la primera que encontramos registrada en las «Correspondencias» de Mariátegui leemos un pasaje de una carta de Frank a nuestro pensador:

"La vida aquí en «Yanquilandia» es muy difícil para el artista, para el hombre que se pone en forma deliberada contra el movimiento materialista más extraordinario exitoso en toda la historia”.

Y luego remarca:

"Pero la vida no es sin esperanza. Palabras como las de Ud. son el Maná que me permite sobrevivir en lo que a menudo, cuando estoy cansado y desalentado, siento que es el Desierto de nuestra época".

Por intermedio de un amigo común Frank había recibido el primer artículo que Mariátegui había escrito sobre él en setiembre del año anterior. En la misma carta dice Frank a su correspondiente que:

"He leído ya obras de Ud. en muchos periódicos; y mi respeto por Ud. me vuelve todavía más humilde frente a este amable saludo desde América del Sur".

Luego afirma:

"No puedo creer de haberme totalmente equivocado, si se me ofrecen cosas como ésta".

Veamos ahora el motivo de tal efusión emocional en el escritor norteamericano.

Mariátegui constata que la figura de Waldo Frank es completamente desconocida en el nuevo continente al sur del Rio Grande. "Sólo una élite conocía" (en 1925) los libros de Waldo Frank" [5][5]

Este desconocimiento de la obra de Frank se inscribe en un desconocimiento más general de la literatura norteamericana:

"Ni aún las grandes figuras nos son familiares. Jack London, Theodore Dreiser, Carl Sandburg, vertidos ya a muchos idiomas, aguardan aún su turno en español".

De la misma manera permanecen ignorados decisivas figuras en el pensamiento filosófico de los Estados Unidos como es el caso de Henry Thoreau, "el puritano de Walden, el amigo de Emerson permanece ignorado en esta América".

Esta constatación es a la vez una crítica a la recepción cultural de la inteligencia iberoamericana frente a los Estados Unidos. Para comprender esta crítica recordemos brevemente el contexto histórico.

Los años veinte de este siglo es una época de intensa vida cultural e intelectual en esta parte del continente americano. El esfuerzo por lograr la autonomía cultural latinoamericana frente a "la madre patria", España, adquiere una dimensión continental histórica que va impregnar poderosamente  el desarrollo cultural posterior.

Este intento de fundar una cultura autónoma comenzó a realizarse con intensidad entre otras razones, a causa de la creciente influencia imperialistas de los Estados Unidos, en todos estos países latinoamericanos.

Los años veinte se va a caracterizar también por la aparición de movimientos nacionalistas anti-imperialistas en Centroamérica (Sandino, Farabundo Martí), y en Sudamérica (el Apra).

Este movimiento anti-imperialista traía el peligro de simplificar demasiado los hechos y de reducir el gran país norteño a su pura dimensión imperialista, desconociendo otros aspectos importantes de su vida política como cultural. En un artículo que escribe Mariátegui en mayo de 1925 dice Mariátegui:

"La nueva generación hispano-americana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposición a los Estados Unidos. Debe declararse adversaria del Imperio de Dawes y de Morgan; no del pueblo ni del hombre norteamericanos"[6][6].

Y continúa afirmando que

"la historia de la cultura norteamericana nos ofrece muchos nobles caso de independencia de la inteligencia y del espíritu".

En este sentido va oponer a un Roosevelt como el depositario del espíritu del imperio, al filósofo Thoreau que para nuestro autor, "es el depositario del espíritu de la humanidad". Y luego:

"Henry Thoreau, que en esta época recibe el homenaje de los revolucionarios de Europa, tiene también derecho a la devoción de los revolucionarios de Nuestra América".

Mariátegui distingue nítidamente las dos realidades norteamericanas, los Estados Unidos de Henry Ford;

"pero también la patria de Ralph-Waldo Emerson, de William James y de Walt Whitman…"

"La nación que ha producido los más grandes capitanes del industrialismo, ha producido así mismo los más fuertes maestros del idealismo continental".

Mariátegui hace un paralelo entre estas dos realidades y afirma que "la misma inquietud que agita a la vanguardia de la América Española mueve a la vanguardia de la América del Norte".

"Los problemas de la nueva generación hispano-americana son, con variación de lugar y matiz, los mismos problemas de la nueva generación norteamericana".

Las intenciones de Mariátegui con estos artículos sobre Frank era por un lado impedir o mejor, superar una política reduccionista de país contra país (el Sur contra el Norte), reduciendo a los Estados Unidos a su realidad imperialista y por lo tanto olvidando la perspectiva de la lucha de clases dentro de un mismo país, y por otro, ganar una dimensión nueva a la revolución americana a través de la solidaridad y el concurso de los jóvenes intelectuales norteamericanos. Y esta generación joven norteamericana habla a través de Frank:

"Debemos ser amigos. No amigo de la ceremoniosa clase oficial, sino amigos en ideas, amigos en actos, amigos en una inteligencia común y creadora. Estamos comprometidos a llevar a cabo una solemne y magnífica empresa. Tenemos el mismo enemigo: el materialismo, el imperialismo, el estéril pragmatismo del mundo contemporáneo".

Y luego acentúa:

"si las fuerzas de la vida creadora tienen que prevalecer contra ellas, deben también unirse".

Lo que plantean tanto Frank en EEUU y Mariátegui para el Perú y Latinoamérica es la creación de un nuevo tipo de intelectuales, según la expresión de Frank: «las fuerzas de la vida creadora». Mariátegui en este artículo sobre Frank retoma las versiones vertidas en su trabajo anterior:

"En uno de mis artículos sobre ibero-americanismo, he repudiado ya la concepción simplista de los que en los Estados Unidos ven sólo una nación manufacturera, materialista y utilitaria".

Acentúa a continuación que la nueva generación "no debía desconocer ni subestimar las magníficas fuerzas de idealismo que han operado en la historia yanqui". Y esta historia implica una diferencia esencial:

"La levadura de los Estados Unidos han sido los puritanos, sus judíos, sus místicos. Los emigrados, los perseguidos de Europa".

«La levadura»

Este pasaje es de capital importancia en el pensamiento de Mariátegui en la formación filosófica de su concepto de realidad peruana tal como lo encontramos expuesto en sus «Siete Ensayos» y que desarrollaremos en el capítulo correspondiente. Retengamos aquí brevemente nuestra atención en dos puntos:
       
La expresión «levadura» encierra a su vez un símbolo y un concepto. La «levadura» es una noción «biológica»,- habla de cuerpos vivientes-, y a la vez es un término «práctico-cotidiano», señala un ingrediente sustancial de nuestro pan de todos los dias.

Y como se puede apreciar en el símbolo, la «levadura» requiere de la «masa» dentro de la cual ella debe «actuar». No hay levadura sin masa. Ella se define en función de esta última. «El pan» es el producto de un trabajo solidario entre la «levadura» y la «masa». Y detrás de este símbolo hay todo un concepto sobre el intelectual y su función «orgánica» dentro de las masas sociales. Se verá después que según Mariátegui esta «simbiosis» no se dio nunca en la historia peruana, que el Perú no tuvo sus «puritanos, sus judíos, sus místicos».

Estos tres conceptos tienen un contenido teórico altamente religioso pero que al mismo tiempo tienen un carácter altamente político-revolucionario.

Otro aspecto importante de de este pasaje es que estos puritanos, judíos, místicos vienen de Europa como exiliados, como perseguidos, es decir están fuera del orden establecido, del mundo oficial, por lo tanto están libres de toda sujeción con el viejo orden, y en consecuencia pueden ser «levadura» de un nuevo orden, de una nueva realidad. Mariátegui continúa diciendo:

"Ese mismo misticismo de la acción que se reconoce en los grandes capitanes de la industria norteamericana ¿no desciende acaso del misticismo ideológico de sus antepasados?".



[1] Reiteremos una vez más aquel pasaje de «Alma Matinal» ya citado varias veces a lo largo de este trabajo: «Las formas políticas, sociales y culturales son siempre provisorias, son siempre interinas. En su entraña contienen, invariablemente, el germen de una forma futura».
[2] En este sentido escribía Mariátegui a su amigo argentino Samuel Glusberg en abril de 1927: "...si la revolución exige violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad, por la disciplina. La acepto, en bloque, con todos sus horrores, sin reservas cobardes".
[3] En este sentido escribía Mariátegui a su amigo argentino Samuel Glusberg en abril de 1927: "...si la revolución exige violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad, por la disciplina. La acepto, en bloque, con todos sus horrores, sin reservas cobardes".
[4] Los dos primeros artículos escritos por Mariátegui sobre el escritor marxista norteamericano Waldo Frank aparecieron en el «Boletín Bibliográfico» de la Biblioteca Central de la Universidad de San Marcos en setiembre de 1925. El propio autor luego integró este importante artículo en «Alma Matinal
[5] Waldo Frank, Alma Matinal.
[6] «Temas de nuestra América».

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