miércoles, 13 de junio de 2012

Economía



Hambre Crónica en el Mundo


Santiago Ibarra



En un mundo donde la productividad del trabajo alcanzada ha superado con creces todo lo logrado en decenas de miles de años de historia, el hambre crónica afecta hoy en día a más de mil millones de personas en el mundo. El hambre crónica es la principal causa de muertes en el planeta, más incluso que el SIDA, la tuberculosis y la malaria juntas, según el Programa Mundial de Alimentos. Su solución es bastante sencilla; sin embargo, la prevalencia del gran capital monopolista hace imposible que ésta se dé. Así, muy lejos de tomar medidas para acabar con el hambre, y evitar la muerte por año de más de 20 millones de personas, los estados del centro han corrido a salvar al gran capital monopolista financiero de la bancarrota, con recursos monetarios públicos que se cuentan por billones de dólares. Este solo hecho es suficiente para darse cuenta de la miseria espiritual del capital. 

De otro lado, los llamados Objetivos del Milenio, promovidos por la ONU, no cumplirán su meta de reducir a la mitad, hasta el 2015, el número de personas en condición de extrema pobreza. Lejos de ello, a raíz de la crisis financiera, entre 2010 y 2011, de acuerdo a estimaciones del Banco Mundial, más de 70 millones de personas han caído por debajo de la línea de extrema pobreza, gracias a la criminal especulación financiera que se efectúa con los alimentos.  Actualmente, en África, 13 millones de personas se debaten entre la vida y la muerte por el encarecimiento de los productos alimenticios y una sequía que la azota, aparte de las personas que en los últimos tiempos ya han muerto por esta misma razón, cuya estimación alcanza en el Cuerno de África -entre abril y agosto de 2011- hasta las 100 mil personas, más de la mitad de las cuales son niños menores de cinco años de edad.

Según el Banco Mundial, entre 2007 y 2011 el precio de los alimentos ha aumentado en un 83%. A diferencia del impacto que este incremento ha tenido sobre la vida de decenas de millones de personas, las transnacionales que monopolizan la producción y la comercialización de los alimentos han visto crecer fuertemente sus beneficios. Así, por ejemplo, la empresa Monsanto  declaró en 2007 un aumento de sus beneficios en un 44%, respecto al 2006, mientras que Du Pont declaró un incremento de sus ganancias en un 19%. Las dos empresas están entre las mayores del mundo en lo que a producción de semillas se refiere. En Estados Unidos, Monsanto controla el 85% del mercado de semillas de maíz, y el 92% de las semillas de soja (1).

Es decir, mientras que millones de personas sufren las consecuencias del sistema capitalista mundial y, además, en la actual coyuntura, las consecuencias de la especulación financiera, las transnacionales se ven altamente favorecidas por esta misma razón. Esta es una de las mayores aberraciones que marcan al sistema mundial todavía vigente, la violencia estructural que en el mundo sufren miles de millones de personas.

Este incremento de los precios de los productos alimenticios no es efímero. Según una publicación de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), “los precios mundiales del arroz, el trigo, el maíz y las semillas oleaginosas en el lustro comprendido entre 201516 y 2019-20 serán un 40%, un 27 %, un 48 % y un 36 % superiores en términos reales, respectivamente, en comparación con el lustro de 1998-99 a 2002-03.” (2) Asimismo, un estudio de Oxfam del 2010 prevé que, para el año 2030, los precios de algunos alimentos básicos aumentarán a nivel internacional entre un 120% y un 180%, un 50% de dicho incremento debido al cambio climático. Y, se estima que, como consecuencia de este incremento de precios, hasta el año 2050, 24 millones de niños más sufrirán hambre.

Hemos pasado de un período histórico (1945-1970) signado por el pacto entre el trabajo y el capital, más favorable para el primero, a una en la que el capital desbocado logra imponer sus intereses particulares y mezquinos a costa de la vida de millones de personas. Para algunos, sin embargo, con el objetivo de ocultar la raíz de la catástrofe, la naturaleza y la dinámica del sistema capitalista mundial, el hambre crónica se explica por un supuesto exceso de población. Esta idea proviene de Malthus (1766-1834). Para este autor la población  hambrienta crecerá vertiginosamente, dado que mientras que el crecimiento de la población irá en progresión geométrica, el incremento de la producción de alimentos irá en progresión aritmética. Está claro entonces que para los malthusianos los culpables del hambre y la pobreza son los mismos pobres. De ahí que propongan, como solución al problema, el control de la natalidad en los países del Sur. Sin embargo, los hechos históricos desmienten la tesis de Malthus. El verdadero problema es el sistema mundial y el modo de producción capitalista, no el supuesto “exceso de población”. 

       En las últimas décadas se ha producido un importante incremento de la capacidad de producción de alimentos. Hoy, con la capacidad productiva existente es posible alimentar a nueve mil millones de personas, en tanto que la población mundial es de siete mil millones. El problema, como se ve, no es que exista una capacidad productiva inferior al número de personas existentes en el mundo. Ocurre todo lo contrario. El problema, consiguientemente, es de distribución. Al respecto, recordemos que las relaciones de distribución son determinadas por las relaciones de producción. Entonces, éstas, las relaciones de producción y las de distribución, son las que están en tela de juicio.

No disponemos de datos actuales sobre el incremento de esta capacidad productiva en los países del centro y en los de la periferia. Señalemos que, aunque un poco viejos los datos que hemos encontrado, dan de todos modos una idea de cuánto se ha logrado incrementar la capacidad productiva en la producción de alimentos, muy por encima de la tasa de crecimiento de la población.

De un lado, tenemos que entre 1950 y 1980 la capacidad productiva en los llamados “países desarrollados” aumentó en un 95%, mientras que la población sólo aumentó en un 33%. Es decir, la producción de alimentos per cápita aumentó en 47%. De otro lado, tenemos que en este mismo período de tiempo la capacidad de producción de alimentos creció en los llamados “países en vías de desarrollo” en un 117%, mientras que la población se incrementó en un 88%. El incremento per cápita de la producción de alimentos fue de un 15% (3). Empero, a pesar de este incremento en la capacidad productiva, el hambre y la pobreza han aumentado en el mundo.

Así, se colige que alcanzar una alta capacidad productiva no es suficiente para eliminar el hambre. La cuestión del hambre no se origina en una situación de escasez, sino en una de abundancia. Repetimos: el fondo del problema está en las relaciones de producción y en las de distribución. 

Si bien es cierto que el hambre crónica y la pobreza se concentran en las periferias del sistema mundial, en el centro, en las llamadas “economías desarrolladas”, no son pocos los que están malnutridos y sufren la pobreza. Así, tenemos que, actualmente en Estados Unidos son 46.2 millones de personas y en Europa 115 millones las personas afectadas por la pobreza. En los Estados Unidos existen 20.5 millones de personas en condición de extrema pobreza. Pero, esta situación, de deterioro de las condiciones de vida en este país, y en los de Europa occidental, no es reciente. Ya en la década de 1990, en Estados Unidos, la proporción de trabajadores que perdía su puesto de trabajo aumentó en un 15%, en tanto que los que lograban reubicarse percibían un ingreso menor en un 14% (4) Asimismo, entre 1979 y 1999 la mitad de los trabajadores experimentaron descensos de sus salarios de entre el 8% y el 12%. Y, de otro lado, mientras bajaban los salarios de los trabajadores, el número promedio de horas trabajadas a la semana aumentaba de 40.6 en 1973 a 50.8 en 1997 (5). Es pertinente recordar que la recuperación económica que se produjo en los Estados Unidos en la década de 1990 se efectuó sobre la base de una acentuación de la explotación de los trabajadores.

En realidad, la precarización de las condiciones de vida de los trabajadores del centro es un fenómeno de largo plazo que empieza a producirse en la década de 1980 y, dadas las características que ha asumido el despliegue del capital a escala mundial en los tiempos contemporáneos, entre ellas su extrema financiarización, es muy difícil pronosticar un giro sustancial de este cuadro.

A la par que el hambre y la pobreza recrudecen, la concentración de los ingresos en los Estados Unidos ha crecido a niveles jamás vistos antes en la historia: el 1% de la población controla actualmente el 69% de los ingresos totales de este país. Asimismo, las cuatrocientas familias más ricas tienen lo mismo que la mitad más pobre, es decir dos mil individuos tienen tanto como el capital acumulado de ciento cincuenta millones de personas (6) Entre tanto, entre 2005 y 2009, el ingreso de la población de origen latino cayó 66 por ciento, de 18 mil a 6 mil dólares, por lo que fue el sector de población más afectado por la crisis, profundizando aún más la desigualdad (7).

     Al contrario, en Cuba, con un producto interno bruto bastante inferior al de Estados Unidos, la extrema pobreza y la muerte por hambre no existen, ni tampoco la desnutrición infantil, además de que exhibe uno de los mejores sistemas educativos y de salud del mundo. Y, una cuestión para subrayar, son conquistas logradas sin la masiva inversión extranjera que otros países, como el Perú, reciben, sin dar bienestar a sus poblaciones. (En el Perú, con una inversión extranjera directa de más de 7 mil millones de dólares el 2011 –según la CEPAL- el número de personas en situación de extrema pobreza asciende a casi 4.8 millones de personas) Sin embargo, Cuba es uno de los países más acosados por el imperialismo estadounidense y su aparato mediático. Generalmente, las personas que atacan a Cuba pueden tolerar sin ningún tipo de dificultad el hambre que padecen más de mil millones de seres humanos, o la muerte por hambre de 10.9 millones de niños menores de 5 años al año, pero no las barreras que en Cuba se le impone a la libre movilidad del capital, o la ausencia de libertad para acumular sin límites, o incluso la falta de bienes de lujo. Es, precisamente, la alienación mercantil un pilar fundamental del orden actual, y uno de los grandes obstáculos que hay que derribar para transformar y reconstruir el mundo.

En general, como se sabe, el santificado Estado de bienestar duró muy poco tiempo, entre 1945 y 1970. Luego de la crisis de rentabilidad del capital en la década de 1970, fue paulatinamente erosionado. El ímpetu neoliberal actual en los países del centro no es reciente. Y hoy no existen las bases materiales necesarias para una réplica del mismo. La crisis de económica que afecta a Europa, que tiene su origen en la especulación financiera, constituye el escenario para tomar medidas que benefician al capital financiero. Y las medidas tomadas, de reducción del gasto fiscal, sólo pueden provocar un ahondamiento de la crisis, pues al contraerse la capacidad adquisitiva de la población no se estimula el crecimiento del aparato productivo, ocasionando a su vez un aumento de la pobreza en estos países.

Si bien es cierto que gran parte de los afectados por el hambre viven en el área rural, y desarrollan sus actividades económicas bajo sistemas productivos obsoletos –hecho que utilizan algunos defensores del sistema para echar nuevamente a los pobres (en realidad, miserables) la culpa de su extrema pobreza-, no puede soslayarse en la explicación del problema la historia de colonialismo que sufrieron y sufren aún continentes como África, Asia y América Latina: saqueo de sus riquezas naturales hasta hoy, endeudamiento externo[i][i](8), destrucción de sus sistemas productivos y construcción de una agricultura especializada[ii][ii](9), intercambio desigual creciente; el subsidio de los Estados Unidos a su agroindustria, que provoca la liquidación de la agricultura de otras partes del mundo adonde llegan esos productos; la superexplotación de la fuerza de trabajo bajo distintas formas, etc. La unidad de análisis no puede ser un espacio nacional, aislado del resto del mundo, sino el sistema capitalista mundial como tal, sin dejar de lado, obviamente, las especificidades de cada país o región.

En la actual coyuntura el hambre crónica se agrava por varias razones, entre las cuales destacan la producción de biocombustibles, para cuyo efecto el capital se expande hacia las tierras destinadas a la producción de alimentos, ocasionando un aumento del precio de éstos; la especulación financiera, el negocio en el mercado a futuro; la concentración de las tierras más fértiles en manos del gran capital financiero; el cambio climático, provocado también por el gran capital, que considera “externalidades” todo lo que sea destrucción de la naturaleza (externalidades que deben pagar mayormente los pueblos), y el incremento del precio del petróleo. Todos estos factores determinan el incremento del precio de los productos alimenticios, ¡en un momento en el que se ha alcanzado una productividad mayor a la necesaria para alimentar a toda la población del mundo!. 

Una cuestión importante relativa al incremento de la capacidad productiva en el rubro alimenticio, es decir, a la tecnología utilizada en este terreno, tiene que ver con el hecho de que la misma provoca la inutilización de grandes extensiones de tierra en un futuro cercano. Este hecho pone en cuestión la búsqueda del incremento de la productividad del trabajo como un fin en sí mismo, sin relación con la satisfacción de las necesidades reales de las personas, y sin relación con la conservación de la naturaleza.

Asimismo, tenemos la conversión de los sistemas productivos agrícolas de los países en monocultivos, pues dejan a éstos desprotegidos de la dinámica de la acumulación de capital, y su dependencia del gran capital monopolista crece por esta vía. La inseguridad alimentaria se ha extendido en el mundo. Así, por ejemplo, si en 1960 Ecuador era autosuficiente en trigo, a finales de la década de 1990 importaba el 97% de lo que este pueblo necesitaba. Por su parte, el Perú produce menos del 10% del trigo que consume, y Colombia el 3% (10).

Es fundamental también hacer referencia al hecho de que, mientras que mil millones de personas padecen hambre, y otras cuatro mil millones son víctimas de la pobreza, el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados europeos acentúan su militarismo, con la consiguiente degradación de sus sistemas democrático burgueses. El presupuesto militar anual de los Estados Unidos y sus aliados ronda el billón de dólares anuales para financiar sus guerras contra los países periféricos. Ayer fueron Afganistán, Irak, Libia. Ahora apuntan a Siria e Irán. Algunos analistas afirman que estas guerras se libran no sólo para obtener el control de los recursos naturales existentes en estas tierras, sino también para detener el crecimiento económico de China, impidiendo su libre acceso a los recursos naturales que existen en estos territorios.

        ¿Qué hacer? Hay gente para la que la China capitalista de hoy –rival de los Estados Unidos- es un modelo de desarrollo a emular por los países periféricos. No obstante, la China de hoy también sufre, como cualquier país capitalista, de sus contradicciones. De hecho, la crisis financiera ha tenido un impacto en este país, aunque, desde luego, no grave. Hoy mismo se produce en China una creciente sustitución del trabajo vivo por trabajo muerto en sus industrias. Por lo demás, el avance de su industria ha tenido lugar en base a una superexplotación de la fuerza de trabajo de su población -posibilitado por la existencia de un enorme ejército de reserva existente en este país- y sobre la base de la destrucción de la naturaleza. Pero, más allá de esto, el verdadero desafío de los pueblos no consiste en elegir entre uno y otro tipo de capitalismo, sino en salir del capitalismo.

El sistema imperialista no es capaz de dar fin con el hambre crónica. Acabar con el hambre crónica en el mundo no es lucrativo y, consiguientemente, no motiva a los capitalistas a hacer algo realmente serio contra ella; todo lo contrario: el hambre crónica es incluso funcional a la acumulación de capital, pues presiona a la baja los salarios del ejército activo de trabajadores. El sistema es una gran máquina que produce pauperización, exclusión y desigualdades sociales a niveles jamás registrados en la historia de la humanidad.  

El sistema mundial capitalista está en contradicción con los derechos democráticos de las grandes mayorías, ¡al grado que le niega  a la inmensa mayoría de la humanidad el elemental derecho a su reproducción biológica! No se exagera un ápice cuando se afirma que el genocidio está a la orden del día.

En base a varios elementos, algunos autores sostienen que la crisis mundial en curso es más profunda que la de 1929. Se habla tanto de la Gran Depresión del siglo XXI como de una Crisis de Civilización. En un artículo reciente, El debate en la Eurozona, el economista Paul Krugman –premio Nobel de economía 2008, y de quien no se puede sospechar de marxismo- afirmó que está empezando a pensar que “nos estamos encaminando a un resquebrajamiento de todo el sistema”. Para los pueblos, la crisis actual constituye una gran oportunidad para transformar el mundo de raíz. Es necesario luchar por retirar los alimentos de la especulación financiera. Pero es necesario ir más lejos, todo lo lejos que exige la meta última de transformar radicalmente el mundo, meta a la que de cualquier manera no se puede arribar de un solo golpe. De nuevo, no se trata de elegir entre uno y otro tipo de capitalismo, de elegir entre un capitalismo financiero o un capitalismo industrial, sino de salir del capitalismo, de construir una nueva y superior civilización, y esta meta no es posible conseguir sino destruyendo el caduco orden capitalista. Solamente fuera del capitalismo, bajo el socialismo, será posible desbrozar la senda del verdadero progreso de los pueblos.



Notas:
(1) Janaina Stronzake: Alimento: ¿Derecho o mercancía? Hambre y alimento en perspectiva histórica. Bilbao, junio de 2011. El libro está disponible en http://www.rebelion.org/.
(2) El nombre de la publicación es Perspectivas Agrícolas, citado en El Estado de la Inseguridad Alimentaria en el Mundo. Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, Roma, 2011.
(3) R. Pampillon, Población mundial y subsistencia 1950-1985 en: Revista de Estudios Agro-Sociales, Universidad de Extremadura, número 149, julio-septiembre de 1989.
(4) Brener, R., citado por Sotelo, Adrián, La reestructuración del mundo del trabajo. Superexplotación y nuevos paradigmas de la organización del trabajo. México D.F., Universidad Obrera de México-Escuela Nacional para Trabajadores-Editorial Itaca, 2003.
(5) Arturo Guillén “La crisis de un mito. La nueva economía y la recesión estadounidense” en revista Trayectorias Nº 8/9 UANL, México, septiembre de 2001-abril de 2002, p. 150. Citado en Sotelo op.cit., p. 68.
(6) “Pobreza en los Estados Unidos: El sueño americano se terminó desde hace rato”, comentario a una publicación de la académica Terry Karl de la Universidad de Stanford, Página 12, 24 de abril de 2012.
(7) Edgardo Lander ¿Un nuevo periodo histórico? Crisis civilizatoria, límites del planeta, desigualdad, asaltos a la democracia, estado de guerra permanente y pueblos en resistenciaF1 Foro Social Temático, Porto Alegre, enero 2012. El texto está disponible en http://www.rebelión.org/.

(8) En 1960 la deuda externa de los países “no desarrollados” era de 18.000 millones, y, hacia 1984 había aumentado a 900.000 millones de dólares. Este incremento de la deuda externa en cincuenta veces determinó una fuga de valor, de trabajo, de capital inconmensurable, porque al monto nominal de la deuda hay que sumar las altísimas tasas de interés. Cfr. Miguel Giribets, El saqueo de África. Marzo 2011, disponible en www.rebelion.org.
(9) Así, por ejemplo, Kenia se especializó en el cultivo de flores para su exportación a Europa, Ghana en el cacao para su exportación al mercado estadounidense. Cuando entre 1986 y 1989 el precio del cacao cayó, la economía entera de este país se vio amenazada. Entre 2002 y 2003 otro tanto pasó con Etiopía, por la caída del precio del café. Cfr. Giribets, op. Cit.
(10) Janaina Stronzake, op. cit.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.