Superexplotación y Reproducción de la Fuerza de Trabajo
Santiago Ibarra
El sistema capitalista mundial en su fase actual viene produciendo desigualdad en la distribución del ingreso, pauperización y exclusión social en una escala jamás vista en la historia de la humanidad. Una cuestión particular que someramente vamos a tratar en el presente artículo es la absoluta insuficiencia del salario que los trabajadores perciben en la industria manufacturera para la reproducción biológica de sus familias, de tal modo que los otros miembros de éstas deben incorporarse al mercado de trabajo, dentro y fuera de la producción directa de plusvalor, para incrementar sus posibilidades de consumo, aun así, en los márgenes de la precariedad.
La ganancia del capital se funda en la explotación del trabajo. La fuerza de trabajo es una mercancía como cualquier otra, con la particularidad de que a través de su puesta en acción crea un valor superior al suyo propio, un plusvalor, un capital.
El salario es la expresión monetaria del valor de la fuerza de trabajo, es decir, es igual a la suma de medios de subsistencia necesarios para la reproducción biológica del trabajador y sus hijos. Esto último es así, o debería ser así, porque el capital debería garantizar la permanencia del trabajador en el mercado para su explotación. En palabras de Marx:
“Los propietarios de la fuerza de trabajo son mortales. Para que se encuentren siempre presentes en el mercado, como lo exige la continua transformación del dinero en capital, es preciso que se eternicen ‘como se eterniza cada individuo viviente, por la procreación’. Las fuerzas de trabajo que el desgaste y la muerte arrebatan al mercado tienen que ser reemplazadas sin cesar por un número por lo menos igual. La suma de los medios de subsistencia necesarios para la producción de la fuerza de trabajo abarca, por lo tanto, los de los reemplazantes, es decir, de los hijos de los trabajadores, para que esta singular raza de poseedores de esa mercancía se perpetúe en el mercado" [1].”[1]
Sin embargo, en las periferias del sistema capitalista mundial, lo que ocurre, de modo masivo, es que el salario está muy por debajo del valor de la fuerza de trabajo. A esto Marx le llamó superexplotación de la fuerza de trabajo. Esta superexplotación es una de las características distintivas de las periferias respecto al centro. Desde luego, no hay que olvidar que en el centro mismo del sistema el salario real ha ido a la baja desde la década de 1970, sin descender a los niveles existentes en las periferias, por lo cual las diferencias salariales entre ambos son todavía significativas.
El salario que percibe la mayor parte de los trabajadores de la industria manufacturera, especialmente la de exportación, apenas alcanza para la sobrevivencia de una sola persona. Hay que tener en cuenta dos aspectos: de un lado, si el trabajo eventual se ha incrementado, esto quiere decir que el salario real tiende a no garantizar siquiera la sobrevivencia de un solo trabajador, y, de otro lado, que el salario real no garantiza el reemplazo generacional de la fuerza de trabajo. Así, la reducción del salario real por debajo del valor de la fuerza de trabajo, esto es, la reducción del “consumo del obrero más allá de su límite normal”, es un modo de ampliación del trabajo excedente, convirtiéndose así este valor en un “fondo de acumulación de capital”[2].
La reducción del salario real por debajo del valor de la fuerza de trabajo determina que una jornada laboral de ocho horas diarias sea insuficiente para la reproducción biológica del trabajador y sus hijos, por lo cual otros miembros de las familias deben incorporarse al mercado de trabajo. Para satisfacer (incompletamente) las necesidades básicas de una familia tipo, son entonces necesarias dieciséis horas diarias de trabajo, cuando menos. No el capital, sino los propios trabajadores (la familia misma) son los que garantizan, de algún modo, la reproducción de la fuerza de trabajo y su reemplazo generacional, a través de múltiples formas, sobre todo aquellas que se dan fuera de las relaciones directas con el capital, dado el escaso desarrollo del aparato productivo en nuestros países. Se comprende fácilmente entonces que los casos extremos de pauperización lo constituyen las familias para cuya sobrevivencia dependen de una sola persona (es el caso, por ejemplo, de las madres solteras).
La superexplotación del trabajo se agrava porque para un grueso sector de la fuerza laboral el trabajo es temporal, la jornada laboral más extensa que antes, el ritmo de trabajo mayor, los derechos laborales sistemáticamente violados, la capacidad productiva de la empresa mayor, todo lo cual hace aumentar a su vez la cuota de ganancia del capital.
Un punto específico que debe estudiarse, discutirse y enfrentarse desde el movimiento popular es la exacción de plusvalor por los inversionistas extranjeros, quienes obtienen una tasa de plusvalía muy superior a la que obtendrían si hicieran la misma inversión en sus países de origen, donde el salario es varias veces superior al existente en las periferias, y quienes llevan adelante una explotación brutal del trabajo.
La revolución tecnológica en curso hace posible que para la producción de una misma cantidad de productos sean necesarios cada vez menos trabajadores, lo que hace crecer el ejército industrial de reserva. El desempleo crónico es un mal del centro que los trabajadores de las periferias no pueden permitirse y que enfrentan a través de su autoempleo en diversas actividades con ingresos por debajo del mínimo necesario. De otro lado, este ejército de reserva se alimenta con el desplazamiento de millones de campesinos a las ciudades. Es el enorme tamaño de este ejército industrial de reserva, de alcance mundial, el que hace posible al capital pagar salarios paupérrimos a los trabajadores. En los marcos del capitalismo, el desarrollo tecnológico produce, entonces, de un lado, concentración de riquezas en manos de unos pocos, y, de otro lado, un mar de pobreza para la mayoría de la población.
En último término, dado que las relaciones de producción determinan la distribución del producto, la pauperización y la exclusión social crecientes (la muerte por hambre o por enfermedades perfectamente curables, la subalimentación permanente de niños y adultos, la salud precaria, el vestido escaso, la falta de vivienda, las cada vez más escasas posibilidades de movilidad social, etc.), no pueden explicarse sino como un resultado de la propiedad privada sobre los principales medios de producción, que, en las últimas décadas, ha sufrido un proceso de centralización jamás visto en la historia del capitalismo.
La movilización de la fuerza de trabajo de las familias implica, como hemos adelantado, que son ellas las que garantizan la reproducción generacional de la fuerza de trabajo para su explotación por el capital y la reproducción ampliada de éste, sobre todo fuera de las relaciones directas con el capital, en el marco de lo que comúnmente, sin rigurosidad, se denomina la “economía informal”. En este marco hay que considerar el papel que cumple la economía campesina en la reproducción de la fuerza de trabajo urbana, a través de la venta de sus productos por debajo de su valor en las ciudades, o, sin la mediación del mercado, mediante el abastecimiento directo de alimentos a los trabajadores que mantienen lazos con sus comunidades de origen. En el conjunto, hay transferencia de valor de la pequeña producción de subsistencia y de las actividades mercantiles al capital, del campo a la ciudad, de las periferias al centro.
Lo que tiene lugar es entonces una desposesión continua y masiva de los pauperizados trabajadores urbanos y rurales, que están dentro y fuera de la producción directa de plusvalor. El modo de producción capitalista somete a todos los otros modos de producción, en el marco general de una permanente actualización de la acumulación originaria del capital, “proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción”, como Marx la definía.
En el mundo esta calamitosa situación ha empeorado a raíz de la crisis financiera desatada en 2008 en los Estados Unidos. Millones de trabajadores han perdido sus empleos. Otros millones han visto reducir sus ingresos salariales. Y todos ven reducir aún más su calidad de vida dado el salvataje que con recursos públicos han otorgado los Estados Unidos y los países de Europa occidental a los bancos e industrias quebradas. Los pueblos hacen ganar al capital en tiempos de bonanza y en tiempos de crisis. Bajo esta coyuntura, el salario es una fuente de ingresos relativamente menos importante para las familias, que probablemente se sustituya en parte con ingresos provenientes de la producción de subsistencia y de las actividades mercantiles.
La creciente pauperización y polarización social a escala mundial no obedece a ningún accidente, sino que, por el contrario, es un resultado de la naturaleza misma del capitalismo, del sistema de esclavitud asalariada. Consiguientemente, la afirmación de que bajo el capitalismo es posible el “trabajo digno”, es un engaño político, pues bajo dicho sistema el trabajo es necesariamente trabajo enajenado.
La racionalidad del capital trae consigo la irracionalidad del sistema. Una de sus lacerantes expresiones lo constituye precisamente la acentuación de la explotación del trabajo y el caos y desasosiego en que se debaten centenares de millones de familias para reproducirse biológicamente. Empero, el futuro está abierto a la construcción de una civilización cualitativamente superior, fundada en una racionalidad distinta. Para ello es necesario formar un vasto movimiento y, en este cauce, el movimiento obrero tiene todavía mucho por hacer y aportar.
[2] Marx, El Capital, T.I, capítulo XXIV, “La llamada acumulación originaria”, citado en Ruy Mauro Marini, “Dialéctica de la Dependencia” en su: “Proceso y tendencias de la globalización capitalista”, CLACSO, Buenos Aires, 2007, p.116.
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