El Concepto Mariateguiano de un Perú Integral
Eduardo Ibarra
En el artículo «Réplica a Luis Alberto Sánchez», José Carlos Mariátegui escribió:
He constatado la dualidad nacida de la conquista para afirmar la necesidad histórica de resolverla. No es mi ideal el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral. Aquí estamos… los que queremos crear un Perú nuevo en el mundo nuevo1 (I: 1986: 222).
Por cuanto la frase «Perú integral» ha sido llevada y traída por algunos autores sin que previamente hayan procedido a determinar exactamente el concepto que encierra, es decir lo que Mariátegui afirmó con ella, en las presentes líneas intentaremos contribuir al correspondiente esclarecimiento.
Obviamente, dicho propósito no sería posible sin tener en cuenta tres cuestiones del pensamiento de Mariátegui. Primo, su filiación marxista-leninista que hizo que, en la «Advertencia» a 7 ensayos, dejara en negro sobre blanco esta afirmación:
Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano.
Secondo, estos conceptos sobre la relación entre el nacionalismo, la nación y el socialismo:
… el nacionalismo de los pueblos coloniales –sí, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política– tiene un origen y un impulso totalmente diversos [al del nacionalismo de las naciones capitalistas avanzadas]. En estos pueblos, el nacionalismo es revolucionario y, por ende, concluye con el socialismo.2 En estos pueblos la idea de la nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotado su misión histórica. (I: 1986: 221).
Terzo, las siguientes aserciones sobre las dos etapas de la revolución socialista en los países oprimidos:
Sólo la
acción proletaria puede estimular primero y realizar después las tareas de la
revolución democrático-burguesa, que el régimen burgués es incompetente para
desarrollar y cumplir. (I: 1986: 160-161).
La revolución latino-americana, será nada más y nada menos que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será simple y puramente, la revolución socialista. A esta palabra, agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis: «antiimperialista», «agrarista», «nacionalista revolucionaria». El socialismo los supone, los antecede, los abarca a todos. (I: 1986: 247-248).
Se comprenderá, pues, que la etapa democrática de la revolución latinoamericana se encuentra supuesta, antecedida y abarcada por el socialismo:3 primero, como es lógico, en el hecho y, luego, en el concepto: «agregad, según los casos, todos los adjetivos que queráis».
Ahora, pues, se hace claro el exacto significado del siguiente aserto del propio Mariátegui:
En el Congreso indígena, el indio del norte se ha encontrado con el indio del centro y con el indio del sur. El indio, en el Congreso, se ha comunicado, además, con los hombres de vanguardia de la capital. Estos hombres lo tratan como a un hermano. Su acento es nuevo, su lenguaje es nuevo también. El indio reconoce en ellos, su propia emoción. Su emoción de sí mismo se ensancha con este contacto. Algo todavía muy vago, todavía muy confuso, se bosqueja en esta nebulosa humana, que contiene probablemente, seguramente, los gérmenes del porvenir de la nacionalidad. (I: 1988d: 46).
Aquí el fundador del PSP analiza el contenido de los gérmenes del proceso de constitución de la nación peruana por la vía de la fusión de la actividad de las masas trabajadoras y el socialismo. Luego la historia hizo lo suyo, y tales gérmenes fueron dando sus frutos, contribuyendo así al surgimiento, configuración y desarrollo de la tradición socialista. Pero, por diversas causas que no es posible analizar aquí, la revolución peruana se retrasó y, en la última década del siglo pasado, el Perú devino nación formada por la vía del capitalismo.
Mariátegui consideraba, como hemos visto antes, que en los países oprimidos la idea de la nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotado su misión histórica, es decir que, en nuestra época, no obstante ser una tarea teóricamente burguesa, en tales países la constitución de la nación, ahí donde no se ha realizado aún, ha sido y es asumida prácticamente por el proletariado. De esta realidad se desprenden dos concepciones de la nación: una burguesa y otra socialista.
Pero el retraso de la revolución en un país oprimido puede determinar como consecuencia que el crecimiento espontáneo del capitalismo termine constituyendo la nación.
Por eso, habiéndose constituido la nación peruana por la vía capitalista, no presenta, como es natural, las notas que hubiera presentado de haberse concretado por la vía del socialismo.
Entonces, surge espontánea la pregunta: ¿qué entendía Mariátegui por «un Perú integral»? ¿Una nación burguesa, como la que ha quedado constituida? ¿No es una realidad, acaso, que, a pesar de dicha constitución, la gran burguesía, la burguesía media y una porción muy grande de la pequeña burguesía continúan tratando a los «indígenas originarios» como «indios», y no como peruanos? ¿No es que Mariátegui entendía por «un Perú integral» una nación socialista, «un Perú nuevo en el mundo nuevo», que comprendiera, en consecuencia, por derecho propio, a los «indígenas originarios» en calidad de peruanos? Es esto, precisamente, lo que Mariátegui entendía por «un Perú integral», es esto justamente lo que sostuvo cuando señaló que su «ideal» no era «el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral». En otras palabras, Mariátegui no anidaba ninguna ilusión de que la burguesía pudiera consumar «un Perú integral». El siguiente aserto del mismo Mariátegui confirma nuestra convicción:
La reivindicación que sostenemos es la del trabajo… El obrero urbano es un proletario: el indio campesino es todavía un siervo. Las reivindicaciones del primero… representan la lucha contra la burguesía; las del segundo representan aún la lucha contra la feudalidad. El primer problema que hay que resolver aquí es, por consiguiente, el de la liquidación de la feudalidad… (I: 1986: 222).
Quienquiera puede percatarse de que aquí la palabra reivindicación no está utilizada en el sentido restrictivo de reivindicación inmediata, sino con el alcance de representar las reivindicaciones fundamentales de la revolución según el cuadro del tiempo de Mariátegui: derrocamiento de la burguesía y liquidación de la feudalidad. La concepción de Mariátegui del Perú Integral era, pues, una concepción socialista; por eso, su afirmación según la cual su «ideal» no era «el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral», hay que entenderla en el marco de dicha concepción.
Al subrayar Mariátegui la dicotomía colonialismo-incaísmo, aparentemente la tradición republicana y realmente la tradición socialista, quedaron por fuera, pues su afirmación según la cual «el nacionalismo de los pueblos coloniales –sí, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política–», permite entender que, con la palabra colonial, Mariátegui se refirió al colonialismo español, pero también al colonialismo inglés y al colonialismo estadounidense. Es evidente que, en el año de su recientemente citada afirmación, 1927, por razones obvias Mariátegui no podía hablar del socialismo proletario como una tradición, por la sencilla razón de que la misma apenas comenzaba a existir con su pensamiento y su acción socialistas.
Es un hecho que la revolución peruana se retrasó, aunque se mantuvo latente por la explosividad de la lucha campesina contra la explotación feudal. Esta latencia determinó, ya a fines de la década de 1960, que, mediante la aplicación de una reforma agraria de carácter terrateniente-burocrático-corporativa, el régimen militar de Velasco terminara por desactivar la vieja semifeudalidad reemplazándola por una nueva forma de semifeudalidad como la que se dio con las empresas asociativas (lo que en otro lugar hemos llamado la «segunda semifeudalidad»). Sin embargo, mediante la toma de tierras en el quinquenio 1985-1990, el campesinado terminó por liquidar la estructura semifeudal de nuestra economía agraria. Esta liquidación fue el resultado final de la larga lucha campesina contra la semifeudalidad, muy evidente desde los años veinte del siglo pasado (con algunos antecedentes importantes como la rebelión de Atusparia y algunas luchas producidas en las tres décadas posteriores) y continuada aun en los cincuenta y sesenta, y que, finalmente, en los noventa, con la liquidación de la segunda semifeudalidad, determinó la expansión y la formación definitiva del mercado interior, base de la nación, y, como consecuencia, la consolidación de los demás elementos que hacen una nación, aunque en nuestro caso con las características impuestas por el carácter capitalista del proceso.
Así, pues, la formada nación peruana lleva la impronta de la burguesía: de su economía, de su política, de su moral: los campesinos «indígenas» fueron definitivamente asimilados a la nacionalidad, pero como «indios», no como peruanos; como una realidad ineludible y embarazosa, no como «el cimiento de nuestra nacionalidad» (Mariátegui). Por eso, tanto nuestro problema primario como nuestra dualidad histórica no han sido integralmente resueltos y, en consecuencia, no obstante ser ya el Perú una nación, no puede hablarse todavía de «un Perú Integral».
Nuestro problema primario ha quedado irresuelto en términos integrales, porque, siendo que «El régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y administrativo de toda nación» (I: 1994: 53), la existencia de la propiedad territorial de la burguesía agraria expresa su dominio de clase. La solución de nuestro problema primario pasa por la nacionalización de la tierra, es decir, por la tierra nacional y, por lo tanto, por un usufructo de la misma que signifique su socialización, entre otras formas de propiedad transitoriamente compatibles con el socialismo temprano; y, naturalmente, esto es posible únicamente bajo un Estado socialista.
Nuestra dualidad histórica ha quedado igualmente irresuelta porque la población «indígeno-originaria» fue incorporada a la nación peruana como subalterna, consecuencia natural del imperante régimen capitalista. Por consiguiente, la tradición «indígeno-originaria» no ha alcanzado una justa integración con las demás tradiciones que han concurrido a la formación de la nación peruana: sus formas de trabajo solidario no han sido generalizadas en la actividad productiva nacional y, en general, crediticia y tecnológicamente, las comunidades y los pequeños campesinos se encuentran en una situación de precariedad, lo que da cuenta de la debilidad de nuestro capitalismo. Solo con el socialismo la tradición «indígeno-originaria» alcanzará el necesario reconocimiento y, así, devendrá elemento constitutivo del Perú Integral.
En consecuencia, nuestra revolución, aunque no tiene ya la tarea de constituir la nación peruana, tiene todavía la tarea de realizar su integralidad resolviendo plenamente los dos problemas mencionados y, de esta forma, hacer que los «indígenas originarios» sean parte de la nacionalidad como peruanos y, por lo tanto, como actores de la construcción del socialismo, y que, por eso, nuestro socialismo signifique, entre otras cosas, «el libre resurgimiento del pueblo indígena», la posibilidad real de que tenga lugar «la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos», el desarrollo de sus «hábitos de cooperación y socialismo» (I: Mariátegui: 1986: 161).
Sin embargo, es necesario aclarar: el Perú Integral será un resultado de la revolución socialista, pero, estrictamente hablando, no es la revolución socialista triunfante: la sociedad socialista es mucho más que el Perú Integral, pues su contenido fundamental es la lucha por la realización del comunismo.
Adenda
Generalmente, el concepto de «Perú Integral» es entendido como sinónimo del concepto de «revolución de nueva democracia». Esto se observa, verbigracia, en la consigna: «¡Por un Perú integral rumbo al socialismo!», así como en la consigna de luchar por un «Perú integral, plurinacional y de nueva democracia, con rumbo al socialismo». En estas consignas lo de «Perú integral» aparece como algo distinto a la nueva democracia y, por lo tanto, como que no tiene que ver en absoluto con el socialismo. Pero, lo peor reside en que plantear un Perú «multinacional», es negar abiertamente la tesis mariateguiana sobre el Perú como una nación en formación, tesis que implicaba –que implica todavía– la fusión de las cuatro tradiciones que han concurrido en el proceso constitutivo de la nación, a saber: la «indígeno-originaria», la hispánica, la republicana y la socialista. Pero, además –y por vía de consecuencia– es una negación de la tesis de un Perú Integral.4 No es lo mismo «Perú multinacional» que «Perú integral». Como puede constatarse sin dificultad, el proceso histórico de formación de la nación peruana siguió la vía de la integración, que, obviamente, la sociedad socialista deberá desarrollar imprimiéndole su sello. Sin embargo, el Perú Integral no significa la negación de las nacionalidades –que no es lo mismo que naciones, como creen algunos–, pues de lo que se trata es de plasmar
… una reintegración espiritual de la historia y la patria peruanas. (I: 1988e: 168).
Y, con el desarrollo de la lucha de clases, esa plasmación se vio ensanchada
… con la reincorporación del incaísmo, pero esta reincorporación no anula, a su turno, otros factores o valores definitivamente ingresados también en nuestra existencia y nuestra personalidad como nación. (Ob. cit.: 169).
Pues,
Cuando se nos habla de tradición nacional, necesitamos establecer previamente de qué tradición se trata, porque tenemos una triple tradición. Y porque la tradición tiene siempre un aspecto ideal –que es el fecundo como fermento o impulso de progreso o superación– y un aspecto empírico, que la refleja sin contenerla esencialmente. Y porque la tradición está siempre en crecimiento bajo nuestros ojos, que tan frecuentemente se empeñan en quererla inmóvil y acabada. (Ob. cit.: 170).
Ahora bien, puesto que, como señala Mariátegui,
… la tradición es heterogénea y contradictoria en sus componentes. Para reducirla a un concepto único, es preciso contentarse con su esencia, renunciando a sus diversas cristalizaciones. (Ob. cit.: 163).
Entonces, habiendo sido la integración de las diversas tradiciones la esencia del proceso que ha dado lugar a la formación de la nación peruana, puede decirse que el aspecto ideal de este proceso ha ido cristalizándose y continuará cristalizándose, empíricamente, en sucesivas y superiores fases.
__________
(1) Valga la
precisión: el «Perú nuevo» es el Perú socialista, y el «mundo
nuevo» es el que tiene su punto de partida en la Revolución Rusa del 7 de
noviembre de 1917, primera revolución socialista triunfante.
(2) Mariátegui se
refiere al nacionalismo contenido en la revolución novodemocrática, que, como
es de conocimiento común, resuelve el problema de la nación ahí donde es
necesario.
(3) No solo la
revolución latinoamericana sino en general la revolución en los países del
mundo oprimido.
(4) En la praxis del socialismo, fusión no significa absorción, sino la fundición de los elementos pasibles de ser históricamente continuados. Dejemos apuntados los principales elementos de cada tradición: en el caso de la traición «indígeno-originaria», la comunidad campesina con sus formas de reciprocidad en el trabajo productivo como en la vida social y, naturalmente, los idiomas nativos; en el caso de la tradición hispánica, el castellano y el cabildo; en el caso de la tradición republicana, los principios liberales cuya función revolucionaria ha pasado al socialismo y, asimismo, el municipio (continuación del cabildo); en el caso de la tradición socialista, la revolución, el Perú Integral y la sociedad socialista como la lucha por la eliminación de las clases y la lucha de clases y por la extinción del Estado.
05.09.2024.
La Reconstitución y la Política Concreta I
E. I.
En el artículo Las fuerzas socialistas italianas, abril 1920, José Carlos Mariátegui observó:
En virtud de una orden del día de Serrati, el partido declaró su adhesión a la Internacional de Moscú y, en consideración al programa de Génova superado por los acontecimientos y por las condiciones internacionales creadas por la guerra, introdujo en él varias reformas. Conforme a estas reformas, el partido conceptúa que los instrumentos de dominación del estado burgués no pueden en ninguna forma transformarse en órganos de liberación del proletariado. Que a ellos deben ser opuestos nuevos órganos proletarios -consejos de obreros, de campesinos, etc.-, que, funcionando por ahora bajo la dominación burguesa como instrumentos de lucha, serán mañana los órganos de transformación social y económica del orden de cosas comunista. Que el régimen transitorio de la dictadura del proletariado debe marcar el paso del poder de la burguesía a los trabajadores. (Cartas de Italia, p. 71-72; cursivas nuestras).
En el artículo El Partido Socialista Italiano y la Tercera Internacional, agosto 1921, agregó:
Turati y su fracción observan que dos son las concepciones socialistas de la actualidad, basadas naturalmente en una diversa apreciación del instante histórico. La primera es la concepción maximalista de que frente a la crisis burguesa, la acción socialista debe ser exclusivamente insurreccional y revolucionaria. Y la segunda es la concepción evolucionista de que la acción socialista debe ser constructiva y no debe despreocuparse de los problemas de la crisis sino, más bien, trabajar porque aboquen a soluciones socialistas o semisocialistas. En suma, que el socialismo debe preparar dentro de la sociedad actual las bases de la sociedad futura. (Ob. cit., p. 189; cursivas nuestras).
Por eso, en el artículo La tentativa revisionista de “Más allá del Marxismo”, julio 1928, concluyó:
… la praxis marxista… propone precisamente la conquista del poder político como base de la socialización de la riqueza. (Defensa del marxismo, p. 26; elipsis nuestra).
De este modo, José Carlos Mariátegui marcó la línea divisoria entre el marxismo y el revisionismo en punto a la táctica y la estrategia de la revolución.
Sin embargo, Ramón García, cabeza del grupo liquidacionista, postula la política reformista de reestructurar el Estado burgués en sus bases municipales con aquello del “nuevo municipio” (o “gérmenes de socialismo”, en versión de uno de sus congéneres).
Esta política se basa en la tesis de las “reformas estructurales” del Togliatti revisionista. En efecto, este Togliatti creía que el proletariado italiano “puede, en el ámbito del régimen constitucional, organizarse como clase dirigente”; que “Podemos hablar de la posibilidad de la amplia utilización de las vías legales e incluso del Parlamento para realizar serias transformaciones sociales”; y que “El desmantelamiento de las más atrasadas y pesadas estructuras de la sociedad italiana y el inicio de sus transformaciones en sentido democrático y socialista, no pueden ni deben ser postergadas hasta la hora de la conquista del Poder por parte de la clase obrera y de sus aliados.” (citado en Una vez más sobre las divergencias entre el camarada Togliatti y nosotros, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1963, pp. 97 y 98).
En pocas palabras, Togliatti creía que los instrumentos de dominación del estado burgués pueden transformarse en órganos de liberación de las clases trabajadoras; creía en la construcción de “gérmenes de socialismo” sin derribar la dictadura de la burguesía; creía en las vías legales para pasar al socialismo; creía en un “camino parlamentario al socialismo”.
Con su planteamiento de que el municipio debe ser una “corporación de trabajo, legislativo y ejecutivo a la vez [que] tiene que planificar su economía, asumiendo sus funciones de producción, administración y gobierno”, García también cree que los instrumentos de dominación del estado burgués pueden transformarse en órganos de liberación de las clases trabajadoras; cree en la construcción de “gérmenes de socialismo” sin derribar la dictadura de la burguesía; cree en las vías legales para pasar al socialismo; cree en un “camino municipal al socialismo”.
Como vemos, entre el “camino parlamentario al socialismo” (el “nuevo parlamento”) de Togliatti y el “camino municipal al socialismo” (“nuevo municipio”) de García, no existe ninguna diferencia sustancial. El fondo de ambas políticas es la reestructuración del Estado burgués en un determinado nivel de su estructura.
Pues bien, mostrando una vez más su seguidismo con respecto al grupo liquidacionista, Jaime Lastra asumió la mencionada política opuesta a la praxis marxista, contraria al pensamiento táctico-estratégico de José Carlos Mariátegui.
Para que el lector se persuada de nuestra aserción, basta que lea el folleto Programa comunal de desarrollo integral de Ate (agosto de 2010), publicado por Lastra: allí aparecen copiados, incluso literalmente, los argumentos de García. ¡Qué vergüenza!
Cuando, en su visita a esta ciudad en el año 2010, le hicimos al copista la observación correspondiente, solo atinó a salir del aprieto diciendo que él entendía “de otro modo lo del nuevo municipio”. Pero, claro está, no fue capaz de explicar ese pretendido “otro modo”.
¿De qué otro modo, pues? ¿Alguien conoce algún escrito de Lastra donde haya explicado ese “otro modo”? Si dice entender “de otro modo” la política reformista que implica el “nuevo municipio”, su deber era exponer ese “otro modo”. ¿Por qué, no obstante haber pasado un montón de tiempo, no ha sido capaz de exponerlo en un escrito?
Como puede constatarlo cualquiera, Lastra no ha sido capaz de proceder en el indicado sentido, lo cual prueba que la verdad, monda y lironda, es que copia irreflexivamente el reformismo que implica el “camino municipal al socialismo”.
Entonces, aquello de “lo entiendo de otro modo” no fue más que una salida polémica para, una vez más, eludir la crítica, es decir, para encubrir su oportunismo.
Y, con esa táctica, esa actitud copista y ese oportunismo, obviamente no hay ni puede haber Reconstitución.
10.11.2014.
La Reconstitución y la Política Concreta II
E. I.
La Reconstitución es un proceso de construcción ideológica, teórica, política y orgánica del partido conforme al modelo de partido legado por José Carlos Mariátegui, a efecto de que cumpla su papel de dirigir la revolución.
En los “Principios programáticos del Partido Socialista”, Mariátegui dejó sentado:
El marxismo-leninismo es el método revolucionario de la etapa del imperialismo y de los monopolios. El Partido Socialista del Perú, lo adopta como su método de lucha. (Ideología y política, p. 160).
Por eso, en la reunión del CC del 4 de marzo de 1930, se aprobó una moción donde aparece esta afirmación incuestionable:
El P.S. es un partido de clase, y por consiguiente, repudia toda tendencia que signifique fusión con las fuerzas u organismos políticos de las otras clases. Condena como oportunista toda política que plantee la renuncia momentánea del proletariado a su independencia de programa y de acción, que en todo momento debe entenderse íntegramente. (Martínez de la Torre, Apuntes para una interpretación marxista de historia social del Perú, t. II, p. 487).
Como se ve, el PSP fue un partido de clase, pues estuvo adherido al marxismo-leninismo.
Marxista-leninista consecuente, Mariátegui desarrolló en el trabajo de masas una intensa y extensa crítica de todas las concepciones ideológicas, políticas y orgánicas no proletarias que circulaban en su tiempo y, de ese modo, pudo alcanzar la hegemonía en el frente unido.
Sin una base ideológica común el partido apenas sería una unidad mecánica. Por eso, su unidad orgánica tiene que ser la materialización de su unidad ideológica. Solo así puede tener unidad de pensamiento y acción. Esta es una necesidad absoluta de la Reconstitución.
El trabajo del partido entre las masas, tanto de arriba como de abajo, tiene como guía ideológica el marxismo-leninismo y como base teórica el pensamiento de Mariátegui. Solo así puede alcanzarse la necesaria unidad de pensamiento y acción del binomio partido-masas. Esta unidad es una necesidad absoluta de la Reconstitución.
Pues bien, hoy como ayer, es necesario desarrollar en el trabajo de masas una crítica intensa y extensa de todas las concepciones ideológicas, políticas y orgánicas no proletarias. De otro modo no se puede construir un partido proletario arraigado en las masas, es decir, no puede alcanzarse la hegemonía en el frente unido, o sea, no puede haber Reconstitución.
En el plano ideológico, hay que llevar adelante la lucha contra el dogmatismo y el revisionismo, y principalmente contra el revisionismo. (1)
El partido necesita desarrollar un trabajo intelectual con plan y equipo propios; necesita medios de propaganda y de agitación propios; necesita realizar un trabajo de masas propio; etcétera.
En todos los planos, el partido requiere un camino propio en su construcción. Sin este camino propio, no hay ni puede haber Reconstitución.
Por lo tanto, sin una dirección firme en lo ideológico, solvente en lo teórico, audaz en lo político y potente en lo orgánico, no es posible la Reconstitución.
Pues bien, ocurre, sin embargo, que Jaime Lastra, atrapado en una concepción frentista, se pasó alrededor de ocho años haciendo de furgón de cola del plan partidario del grupo revisionista que encabeza Ramón García. Tercamente, se negó durante años a seguir el consejo de darle una organicidad a la tendencia.
Cuando finalmente en 2010 cedió ante la presión, visitó esta ciudad y tomamos algunos acuerdos que pisoteó tan pronto regresó a Lima. Desde entonces actuó un proyecto ajeno a los acuerdos y extraño a la Reconstitución, como veremos en seguida.
Durante su breve estadía en esta ciudad en el indicado año, se opuso a la aparición de la revista digital CREACIÓN HEROICA con el pretexto de que publicara nuestra producción literaria en un blog del grupo revisionista a fin “de no dispersar el trabajo de propaganda”.
De ese modo expresó su concepción pobremente frentista, precisamente con respecto al revisionismo, peligro principal en la construcción del partido y en el trabajo de masas: Mariátegui señalaba que el frente no es una amalgama ideológica. Obviamente, cualquier marxista puede percatarse de que con esa concepción no hay ni puede haber Reconstitución.
En 2012 Lastra y Mauricio Domínguez participaron en un seminario organizado por el grupo revisionista que tenía por objetivo exclusivo y excluyente la fundación de un partido doctrinariamente heterogéneo, es decir, que pretendía liquidar el partido de clase.
Así, pues, en lugar de desenmascarar el siniestro designio liquidacionista y denunciarlo ante el Socialismo Peruano, ambos se prestaron a ponerle el hombro al evento.
Como no podía ser de otro modo, uno y otro fueron criticados con toda justicia y con toda justeza en el artículo Algo más que una respuesta a Miguel Aragón.
A
propósito, no conocemos ninguna autocrítica de Domínguez, pero tampoco ningún
intento de justificarse; el silencio ha sido hasta hoy su reacción ante nuestra
crítica.
Pero Lastra, en lugar de autocriticarse, en una carta al COMITÉ DE RECONSTITUCIÓN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI (CRJCM) del 31.10.12, intentó, más o menos indirectamente,
justificar su oportunismo aduciendo que lo que pasa es que no es sectario, y
aprovechó la oportunidad para acusarnos de sectarios. (2)
Pues bien, explicando el frente unido sindical de la
clase obrera, Mariátegui señaló:
Formar un frente único es tener una actitud solidaria ante un problema
concreto, ante una necesidad urgente. (Ideología
y política, p. 109).
Obviamente, este juicio puede hacerse extensivo a otros planos de la
lucha de clases, como al plano político por ejemplo y, por lo tanto, puede
decirse que en todos los casos tanto el sectarismo como el no sectarismo son cuestiones que pueden ser identificadas
únicamente en relación a la solidaridad o no solidaridad con respecto a un
problema concreto, a una necesidad urgente, o, para decirlo de otro modo, en
relación a si hay o no una determinada comunidad de objetivo que obligue o no a
una acción común.
En el plano metodológico, esa constatación exige
analizar concretamente tanto el
sectarismo como el no sectarismo, y no a
referirse a ambas cuestiones abstractamente como hace Lastra.
Por lo tanto, en la medida en que los miembros del CRJCM no somos solidarios con el
objetivo de liquidar el partido de clase, no teníamos por qué participar del
seminario liquidacionista y, por esto, mal se nos puede acusar de sectarios.
Ahora bien ¿en qué pudo consistir la solidaridad de
Lastra y Domínguez con el grupo revisionista que había organizado el seminario
con el exclusivo y excluyente objetivo de liquidar el partido de clase? Es en
torno a este objetivo, y no a ninguna
otra cosa, que puede detectarse el sectarismo o no sectarismo de cualquier
activista o tendencia. Cualquier otro
argumento que prescinda del objetivo del evento, es pura fraseología.
Por eso, no se entiende en absoluto que personas
partidarias, al menos de la boca para afuera, del partido de clase, le hayan
puesto el hombre a un evento que tenía por objetivo liquidar el partido de
clase.
Así, pues, las razones de esa bochornosa participación
hay que buscarlas en otro lugar: en el frentismo a ultranza de Lastra y
Domínguez, en sus debilidades personales y, en el caso específico del primero,
en su conocida actitud conciliadora y aduladora con respecto a oportunistas y
revisionistas. Pero, desde luego, cualquier marxista puede darse cuenta de que ninguna de estas “razones” es marxismo.
Ahora bien, en la medida en que Lastra aduce no ser
sectario, habría que preguntar: ¿por qué, entonces, se retiró finalmente de las
sesiones del evento? ¿Por qué, posteriormente, no participó del quinto
seminario del grupo liquidacionista? ¿Por qué en esta oportunidad no aplicó
“dialécticamente” los principios? ¿Se olvidó de las enseñanzas de la nociva “experiencia de trabajo político sectario”? ¿No cayó entonces en “un trabajo político purista”? ¿No
quedó así su “política de frente único” “solamente en cliché”? ¿No fue su
abstención una de esas “prácticas erradas del trabajo político”? ¿No fue su
inasistencia expresión del “estilo sectario en el trabajo político”? ¿No era
que “Un seminario es un espacio de debate no vinculante orgánicamente”? ¿Su
abstención no fue como pararse y decir “no voy porque ese seminario es revisionista”? ¿No es así como tiene que entenderlo “cualquier
público sensato”? ¿Así no quedó Lastra “en ridículo”?
No cabe duda: el no sectario terminó enredado en la
gruesa telaraña de su propia cháchara fanfarrona.
Es necesario desenmascarar el sentido de la siguiente
afirmación que aparece en la carta de Lastra:
Lo contrario de participar en ese seminario sería boicotearlo. ¿Eso es
lo que podrían proponer, acaso? Toda abstención contradice la política
revolucionaria del m-l-m”.
Lastra se refiere al quinto seminario del revisionismo peruano. Como se
ve, primero sostiene que no participar en tal evento, sería boicotearlo. ¡Qué
horror! ¡Como puede alguien atreverse a “boicotear” un seminario que tiene como
objetivo liquidar el partido de clase! Después, dice que toda abstención contradice, etcétera, es decir que, según él, la política revolucionaria del
“marxismo-leninismo-maoísmo” ¡exige ponerle el hombro a un seminario que
tiene como objetivo exclusivo y excluyente la liquidación del partido de clase!
Finalmente, contra su cacareada “política de frente único”, terminó él mismo
absteniéndose de participar en el mencionado seminario.(3) ¡Entiéndalo quien
pueda!
Si desde hace una década o más Lastra actúa un
frentismo a ultranza con el grupo revisionista, ahora lo practica también con
otras tendencias: en el segundo número de la revista Pizarra Socialista, que dirige, ha publicitado ampliamente el
“socialismo bolivariano” y la “revolución ciudadana”.
El CRJCM apoya
la política de todos los gobiernos que de alguna forma y en alguna medida se
opongan al imperialismo en algunos aspectos, pero no compartimos la publicitada
teoría del “socialismo del siglo XXI” (Heinz Dieterich Steffan, Marta
Harnecker, etc.), y menos todavía el discurso nacionalista burgués de la
“revolución ciudadana”.
Más allá de toda fraseología, el “socialismo del siglo
XXI” es socialismo pequeño burgués que vende la vieja tesis revisionista de la
transición pacífica y que concibe el socialismo como una cuestión de
distribución “equitativa” de la riqueza y no como la liquidación de la
propiedad privada de la gran burguesía y la socialización de sus medios de
producción. Por eso, después de casi quince años de chavismo, la contradicción
fundamental en la sociedad venezolana continúa siendo entre el capital y el
trabajo, es decir, continúa allí extensamente la explotación de la fuerza de
trabajo de las clases populares, o sea, Venezuela sigue siendo un país
capitalista.
Por otro lado, el nacionalismo burgués de la
“revolución ciudadana” no ha cambiado ni puede cambiar absolutamente el
carácter capitalista de Ecuador.(4)
En relación al “socialismo del siglo XXI”, la
“revolución ciudadana” y otras experiencias semejantes, no olvidamos nosotros
esta luminosa enseñanza de Mariátegui:
Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación
anti-imperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales
que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y
demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del
imperialismo una valla definitiva y verdadera. (Ob. cit., p. 91).
¿Dónde están, en las páginas de Pizarra
Socialista, la necesaria explicación y la necesaria demostración de que
solo la revolución socialista inspirada en el marxismo-leninismo, y no el socialismo pequeño burgués ni el nacionalismo burgués, pueden oponer al
imperialismo una valla verdadera? ¿Dónde está la crítica a las concepciones
ideológicas no proletarias del “socialismo bolivariano” y de la “revolución
ciudadana”? ¿Dónde está este deslinde necesario?
En ninguna parte. Por eso está por verse a qué tipo de
socialismo se refiere el título de la revista.
Mariátegui señaló:
El frente único no
anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno de los que lo componen.
No significa la confusión ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina
única. (Ob. cit., p. 108).
Como lo sabe cualquier marxista (y tal vez sobre todo cualquier
“maoísta”, pues Mao es uno de los grandes teóricos del frente unido), todo
trabajo frentista supone unidad y lucha, solidaridad y crítica.
Pero, como hemos visto, en Pizarra Socialista se publicita el socialismo pequeño burgués y el
nacionalismo burgués sin que sean confutados absolutamente, y esto prueba que
no es una revista de frente unido sino una revista-amalgama, en la que,
visiblemente, sacan partido concepciones no proletarias. Esta amalgama no sirve en absoluto a la Reconstitución.
En lugar de llevar adelante una resuelta lucha contra
el revisionismo, Lastra concilia vergonzosamente con este peligro principal de
la Reconstitución.
En lugar de llevar adelante una amplia crítica a todas
las concepciones ideológicas, políticas y orgánicas no proletarias, hace un
venenoso revuelto de todas ellas más su falso marxismo-leninismo-maoísmo.
Por
eso, puede decirse, como conclusión, que tanto su conciliacionismo con respecto
al grupo liquidacionista como su cocinado con el “socialismo bolivariano” y la
“revolución ciudadana”, son expresiones
de la ideología realmente existente en su cabeza.
Notas
[1] Tanto en
la construcción del partido como en el trabajo entre las masas, el peligro
principal es el revisionismo. Esto es indudable.
[2]
La aludida carta respondía a una mía del 16.10.12, en la que le alcanzamos
algunas críticas a varios aspectos de su práctica. La acusación que me hace de
sectario es una repetición ciega de la acusación que me hizo Miguel Aragón a
raíz de mi crítica a Lastra y Domínguez, y que fuera rápidamente desmontada en
el artículo Algo más que una respuesta a
Miguel Aragón. En el presente artículo no analizaré todos los métodos
criollos que Lastra toma prestados de Manuel Velásquez (ver Acerca de la demagogia de una
carta abierta).
[3] No sólo
contra su “política de frente único”, sino también contra su “m-l-m”, pues,
según se ha visto, dice que “toda abstención contradice la política revolucionaria del
m-l-m”. ¡Este es el
m-l-m monstruosamente adulterado por Lastra! ¡Este es el m-l-m que trata de
imponer a su grupo! ¡Este es el m-l-m que utiliza para encubrir su desviación
de derecha!
[4] En pleno genocidio de Israel contra el pueblo de la Franja de Gaza, Correa, en una entrevista, se desbordó en elogios a los judíos y a Israel, con lo cual puso en evidencia por quién late realmente su corazón.
05.12.2014.
El «Buen Viaje» de los Liquidadores
E. I.
Desde hace décadas Ramón García utiliza el fácil recurso de desearles «buen viaje» a sus críticos, intentando producir la impresión de que el que está de «buen viaje», desde siempre y para siempre, es él. Esta actitud petulante y egocéntrica le sirve también para engañar a sus seguidores e incluso para engañarse a sí mismo. Entre sus seguidores, como consecuencia, se ha observado el uso del aludido recurso, y es hora de hacer un balance, así sea sumario, del «buen viaje» de García y demás liquidadores. Veamos, pues, qué dicen los irrefutables hechos históricos.
Como no puede dejar de saberlo nadie que haya vivido la lucha interna del Partido en la primera mitad de los años setenta o que esté objetiva y suficientemente informado sobre ella, Ramón García se reveló como cabeza del liquidacionismo de «izquierda» al desactivar el Comité Regional de Lima y arrastrar al ocultismo a la militancia aislándola así de las masas y de la lucha de clases. Esta desactivación, este ocultismo y este aislamiento expresaban, por otro lado, una solapada pero no por eso menos evidente oposición a la Reconstitución del Partido de Mariátegui. Es indudable, así pues, que García se opuso al liquidacionismo de derecha de Saturnino Paredes, pero solo para caer en el extremo opuesto: en el liquidacionismo de «izquierda».
Este liquidacionismo de «izquierda» es el primer episodio relevante del «buen viaje» de García y su grupo.
En el curso de la lucha interna del Partido durante el período 1970-1975, García se mostró impotente y, luego de la asonada del 5 febrero de 1975, visiblemente aterrado por la posibilidad, según él, de un «baño de sangre», se fue del país renunciando a su cargo en el CC del Partido y solicitando licencia por un año. Pero, igual que Luciano Castillo en su momento, con su licencia García encubrió su renuncia al Partido, pues nunca honró su palabra de reincorporarse a las filas partidarias, poniendo así en evidencia un flagrante «anarquismo señorial».
Esta deserción del Partido, replicada por sus escasos seguidores, es el segundo episodio relevante del «buen viaje» de García y su grupo.
Ya en su cómodo autoexilio, García procedió a dirigir a sus seguidores desde el extranjero (como Ravines, quien, durante un buen tiempo, dirigió el Partido desde Chile), planteando, ya en la segunda mitad de los años de 1970, posiciones revisionistas que hacían el fondo de su liquidacionismo (y que, luego, se expresaron en los cuatro números de la revista Punto de Vista, 1982-1983), posiciones asumidas alegremente por sus seguidores.
Esta forma de dirigir vía correspondencia,(1) estas primeras expresiones de su servidumbre con respecto al revisionismo contemporáneo y la extensión de tales expresiones entre sus parciales, es el tercer episodio relevante del «buen viaje» de García y su grupo.
Para que el lector se haga una idea del revisionismo de García, citemos algunas de sus argumentos iniciales. En el primer número de la mencionada revista, García publicó dos artículos en los que hizo públicos sus planteos sobre la experiencia histórica del socialismo, aunque, como se sabe, sin asumir con su nombre la responsabilidad de los mismos: «El movimiento comunista internacional en la encrucijada» y «La lección Polaca» (cuya segunda parte apareció en el número 3 de la misma revista). En el primero de esos artículos, se puede leer:
El no comprender esta necesidad de cambio [de aceptar «temporalmente el desarrollo de la economía mercantil»] hizo perder la brújula a los bolcheviques de la vieja guardia. Perdieron credibilidad. Y Jruschov levantó dos argumentos incontestables: la necesidad de cambios y los errores de Stalin. Así pudo paralizar toda resistencia. El revisionismo subió al Poder. Pero, ¿significa esto un cambio de color en el país entero?
Pero la verdad es que aquello de un temporal «desarrollo de la economía mercantil», fue en realidad la aplicación de un programa general de restauración del capitalismo, cosa que tuvo su inicio en el XX Congreso (1956) y su desarrollo en el XXI Congreso (1959) y el XXII Congreso (1961).(2)[1] Así, el revisionismo comenzó a restaurar el capitalismo, y no simplemente a implementar un temporal «desarrollo de la economía mercantil», como tramposamente sostuvo García. Por otro lado, la «crítica» de Jruschov de los errores de Stalin fue realizada desde una posición revisionista, y no desde una posición marxista. Finalmente, la declaración de García según la cual el ascenso del revisionismo al Poder no significó el cambio de color de la Unión Soviética, encierra la peregrina idea de que en el socialismo da lo mismo que el poder esté en manos de marxistas que en manos de revisionistas, es decir, que el revisionismo tiene la misma función que el marxismo: edificar el socialismo. Por eso en su artículo «La lección polaca» toda su argumentación parte del prejuicio de que Polonia era a la sazón un país socialista, ¡después de más de veinte años de gobierno revisionista! Este punto de vista es teóricamente falso y políticamente oportunista.
En el mismo artículo se puede leer también:
… el socialismo es un período de transición, y por ende sujeto a cambios; y…, en segundo lugar, el socialismo es también una sociedad imperfecta, aunque perfectible.
Por lo tanto, según García, en la Unión Soviética no hubo restauración del capitalismo y el «socialismo» allí era una realidad «perfectible».
Pero, además, en el mismo artículo García escribió lo que sigue:
Una parte del m.c.i. sostiene que ya no hay países socialistas. Otra parte del m.c.i. sostiene que no hay países «socialimperialistas».
Como vemos, con esta afirmación García puso en juego una doble maniobra: por un lado, lanzó la mentira de que hay quienes dicen que «ya no hay países socialistas», mientras por otro les extendió certificado de comunistas a los revisionistas con aquello de que «Otra parte del m.c.i.»
Este oportunismo desembozado –recapitulado aquí concisamente–, con el que hundió más a sus seguidores en el pantano del revisionismo, es el cuarto episodio relevante del «buen viaje» de García y su grupo.
Luego, entre la segunda mitad de la década de 1980 y lo que va del siglo XXI, García llevó su revisionismo a su clímax: negación del marxismo-leninismo y del partido de clase, negación de la existencia del revisionismo brezhneviano y gorvachoviano, propuesta de un partido-amalgama y, como consecuencia de todo ello, negación de la filiación marxista-leninista de Mariátegui y del PSP, falsificación del Socialismo Peruano, trabajo municipal como pretendido camino al socialismo, etcétera, etcétera, todo lo cual fue servilmente asumido por sus seguidores.
Este desborde revisionista es el quinto episodio relevante del «buen viaje» de García y su grupo.
Como se sabe en algunos medios, hace un tiempo García intentó fusionar su grupo con el partido de Jorge del Prado, representante tradicional del revisionismo jruschoviano-brezhneviano-gorvachoviano en nuestra escena nacional.
Este intento de fusionar su propio revisionismo con el revisionismo del partido de Jorge del Prado, es el sexto y último episodio del «buen viaje» de García y su grupo: último, pues semejante intento constituyó el momento culminante de la caída política de los liquidadores, es decir, el fin de su «buen viaje».
Estos son los irrefutables hechos históricos.
Ahora, pues, cualquier persona que sepa mirar cara a cara los hechos, puede percatarse con toda facilidad de lo risible de la actitud de los liquidadores de creer que ellos están de «buen viaje» y de desearles, con pretendida ironía, «buen viaje» a los críticos de sus posiciones revisionistas.
Notas
[1] Desde su cómodo autoexilio, García enviaba cartas y documentos a sus allegados, en los cuales, entre otras cosas, hacía algunos planteos relativos a ciertas conclusiones de la lucha contra el revisionismo contemporáneo. Entonces, inspirados en sus planteos, Palomino sostenía que «Yugoslavia es un país socialista» y que «Tito es un gran dirigente marxista-leninista» (a la sazón los liquidadores no habían renegado todavía formalmente del marxismo-leninismo), y Aragón propagaba a los cuatro vientos de que «los soviéticos están desarrollando el marxismo», que «la actual dirección china es marxista-leninista», que «el XX Congreso del PCUS fue correcto», que «la Perestroika es un avance del socialismo», y, además, un tiempo después, que con tal «avance» ¡los «países socialistas» estaban «a punto de pasar al comunismo»!
[2] En el XX Congreso del PCUS el revisionismo comenzó a crear opinión pública contra Stalin, lo que respondía a su programa restauracionista. En el XXI Congreso Jruschov declaró: «En el momento presente, la tarea práctica fundamental para nuestro país es crear la base material y técnica de la sociedad comunista, un nuevo y poderoso auge de las fuerzas productivas». En el XXII Congreso, Mikoyán sostuvo: «El nuevo programa del PCUS plantea la cuestión de un modo justo: lo esencial para la victoria del comunismo es crear la base técnico-material… y asegurar la abundancia… El problema se planteaba, en cambio, al revés. El problema de la creación de la base técnico-material del comunismo ni siquiera se esbozaba como cuestión importante y decisiva. En contraposición a ello se consideraba que la base fundamental para el pasaje al comunismo era la transformación de la propiedad koljosiana en propiedad de todo el pueblo… La creación de la base técnico-material del comunismo es el fundamento de la línea general del Partido». Como vemos, Mikoyán tergiversaba sin más a Stalin, pues, como es sabido, este planteó tres condiciones para el paso al comunismo: 1) aumento de la producción social; 2) paso del sistema de propiedad colectiva al sistema de propiedad de todo el pueblo; 3) el desarrollo de la cultura de todo el pueblo. Como se entiende, la primera condición equivale a lo que Mikoyán denomina la «base técnico-material del comunismo», no obstante lo cual llega a decir, como hemos visto, que esta cuestión «ni siquiera se esbozaba…». Esto por una parte. Por otra, al negar la necesidad de transformar la propiedad colectiva koljosiana en propiedad de todo el pueblo, Mikoyán, igual que Jruschov, negaba la segunda condición señalada por Stalin para el paso al comunismo: la revolucionarización de las relaciones de propiedad (sustitución del sistema de intercambio de mercancías por un sistema de intercambio de productos, paso de la etapa del valor de cambio a la etapa del valor de uso). Así, pues, lo que planteaban los revisionistas era la vieja teoría de las fuerzas productivas, base del programa de restauración del capitalismo. Y ya la historia ha mostrado al mundo el resultado de la aplicación de dicha teoría. Así que el primer «argumento incontestable» de Jruschov no significó la superación del «error» de los bolcheviques, sino la implementación de todo un programa de restauración del capitalismo. Esto es ocultado por García. Para los marxistas, el desarrollo de las fuerzas productivas socialistas es parte de la teoría de la revolución permanente sustentada por Marx en Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, teoría que, dicho sea, no se puede entender al margen de la concepción del socialismo expuesta por Marx en «Crítica del programa de Gotha» y sin su exposición del Estado-Comuna en La guerra civil en Francia. De manera pues que, el desarrollo de las fuerzas productivas tiene sentido si se lleva adelante como parte de la revolución permanente del proletariado, como parte de las tres supresiones y una subversión expuestas por Marx, cosa que no era el caso del programa general del PCUS desde su XX Congreso. Por eso la alegre afirmación de García de que «Jruschov levantó dos argumentos incontestables: la necesidad de cambios y los errores de Stalin», es completamente errónea. ¿Para quiénes resultaron «incontestables» los dos argumentos de Jruschov? Pues, naturalmente, para los revisionistas. Pero no lo fueron para los marxistas y, por eso, el PCCh, el PTA y decenas de partidos proletarios levantaron su voz en defensa de Stalin y desenmascararon el programa restauracionista de la camarilla jruschoviana, programa que García presentó, como hemos visto, como «desarrollo de la economía mercantil» y que, en realidad –como todo el mundo sabe– reveló tempranamente su carácter restauracionista y que, por último, condujo a la implosión de la URSS y el paso de este país del capitalismo monopolista de Estado al capitalismo basado fundamentalmente en el capitalismo privado. Este camino fue seguido, como también lo sabe todo el mundo, por los países de la órbita de influencia de la URSS. Así cayó la sofistería esgrimida por todos los revisionistas, incluida la de García.
17.12.2019.