La Crisis del Fujimorismo y la Justicia Burguesa
César Risso
DURANTE LAS ÚLTIMAS SEMANAS hemos
podido apreciar la aplicación de los procesos legales instaurados por la
burguesía para enfrentar a un sector de políticos que, siendo de derecha, ya no
son requeridos para defender los intereses de la clase burguesa.
El
fujimorismo, que fue necesario tanto para el imperialismo como para la
burguesía peruana, cumplió el papel de implementar el consenso de Washington.
Así, liberalizó la economía, haciendo retroceder al Estado en su función de
agente económico, de regulador, dejando al libre mercado como el único asignador
de recursos. De otro lado, se enfrentó al accionar de Sendero Luminoso y del
MRTA, al amparo del cual eliminó los sindicatos, y redujo o eliminó los
derechos laborales de los trabajadores.
En
este doble papel, el fujimorismo cumplió su tarea como representante de la
burguesía peruana e imperialista.
Hecho
esto, habiendo cambiado las condiciones, las tareas son otras: por ejemplo,
mantener el actual sistema económico y el modelo neoliberal; imponer el
pensamiento burgués por medio de los contenidos curriculares tanto en los
colegios como en las universidades; desarrollar la propaganda ideológica de que
el sistema capitalista es el mejor de los sistemas, etc. En consecuencia, la
burguesía necesita otros representantes políticos. Representantes de sus
intereses que estén a la altura de las tareas actuales. Y para esto, el actual
fujimorismo no les sirve. La torpeza escandalosa de sus integrantes, el
autoritarismo que muestran frente a los empresarios, etc., configura un
panorama de dictadura de estos políticos que a la burguesía no le conviene ni
le interesa.
En
este contexto, bajo la forma de juicios por la legalidad y la lucha contra la
corrupción, la burguesía opera tras bambalinas, para deshacerse de sus otrora
representantes, y que hoy son un incómodo grupo de mediocres; que no se han
dado cuenta que ellos no son los que dominan, sino que tienen sus jefes, sus
dueños, representados por el poder económico, al que sirvieron muy bien, pero
que ahora, mareados con el poder no los reconocen como tales.
Este
sector de políticos, en medio de la corrupción en la que nació, fue
enriqueciéndose, pero no lo suficiente como para formar un grupo económico de
poder. Es imposible para ellos, por lo menos en los momentos actuales, competir
con los grupos que dominan y controlan la economía peruana.
Este
grupo político, con su lideresa en la cárcel, puede recién darse cuenta, a
pesar de que en segunda instancia pueda obtener la libertad, del papel que ha
cumplido, de su rol, de su sumisión, y de los límites de su accionar. Estos ya
se pueden dar cuenta de que su papel no puede seguir siendo el que han asumido
en los últimos tiempos; que no pueden seguir entorpeciendo el normal desarrollo
de la explotación capitalista; que no pueden perderse en controversias
insustanciales, cuando sus amos esperan de ellos normas que les permitan
potenciar su riqueza, etc.
La
burguesía imperialista ha aplicado varias veces la política de deshacerse de
sus títeres. Así lo hizo con el dictador panameño Manuel Noriega, detenido por
el gobierno norteamericano a pesar de haber sido un cercano colaborador de la
CIA.
En
el Perú, la ex pareja presidencial, Ollanta Humala y Nadine Heredia, sufrió
prisión preventiva. No obstante los delitos que motivaron su situación, más que
un acto de justicia parecía una vendetta. Es decir, los grupos económicos de
poder no aceptan personajes advenedizos para dirigir sus negocios.
Al
parecer, esta es la situación que atraviesa el fujimorismo.
Si
de justicia se tratara, serían muchos los políticos que estarían en prisión.
Pero no es así. Se trata pues de servir con la sumisión debida a los grupos
económicos de poder, para así evitar ir a la cárcel. Se puede robar y cometer
todos los crímenes que se deseen en la función de administrar los negocios de
la burguesía, pero no se puede poner en duda este poder. Menos aún criticar al sistema
capitalista, ni al modelo neoliberal que nos han impuesto. Aunque, para ser
claros, y que no quede ninguna duda, el fujimorismo no se ha enfrentado al capitalismo
ni al modelo neoliberal, por el contrario, ha asumido su defensa.
Mientras
vemos el espectáculo de la confrontación entre la burguesía y algunos de sus
representantes, las condiciones de los trabajadores peruanos no cambian. La
pobreza sigue en aumento, la presencia de venezolanos sigue creciendo, con lo
cual se promueve la reducción de las remuneraciones de los trabajadores.
La
organización de los trabajadores, del proletariado, de los trabajadores del
campo, de los artesanos, de los trabajadores familiares no remunerados, etc.,
no puede ser furgón de cola de un sector de la burguesía. La lucha de los
trabajadores tiene que ir dirigida contra el fundamento de sus precarias
condiciones de trabajo; contra quienes detentan el poder efectivo; contra sus
explotadores; en fin de cuentas, contra la burguesía y el sistema capitalista.
Nota:
Con un título pertinente para la
oportunidad, publicamos un capítulo del ensayo Carlos Marx: Concepción del Mundo, Revolución Proletaria, Realización
del Comunismo, que nuestro compañero Eduardo Ibarra publicó en celebración
del Bicentenario del Natalicio del principal fundador del comunismo científico.
La
cuestión que se analiza en el texto es de suma importancia y de incuestionable
actualidad: la relación entre el Estado-Comuna, la revolución cultural y la
realización del comunismo y, en este contexto, el papel decisivo de la acción
del proletariado y demás clases trabajadoras.
El
texto que publicamos presenta algunas diferencias con el publicado el 5 de mayo
del presente.
01.11.2018.
Comité de Redacción.
El Estado-Comuna, la Revolución Cultural y la Realización
del Comunismo
Eduardo Ibarra
En la carta a Weydemeyer del 5 de marzo de 1852, Marx
señaló que su aporte a la teoría de la lucha de clases consistió en:
1) que la existencia de las clases
está vinculada únicamente a fases
particulares, históricas, del desarrollo de la producción; 2) que la lucha
de clases conduce necesariamente a la dictadura
del proletariado; 3) que esta misma dictadura sólo constituye la transición
a la abolición de todas las clases y
a una sociedad sin clases. (Correspondencia, Editorial Cartago,
Buenos Aires, 1973, p. 55)
La primera precisión concierne al paso de la «formación primaria»
(comunidad primitiva) a la «formación secundaria» (sociedades clasistas); mientras las
dos restantes competen al presente histórico: la lucha de clases en el
capitalismo conduce a la dictadura del proletariado y, ésta, a la abolición de
todas las clases.
Por eso, el contenido principal del Manifiesto es, precisamente, la idea de
la dictadura del proletariado, aunque todavía no aparezca allí expresada en
términos exactos desde el punto de vista del definitivo aparato categorial del
comunismo científico:
…
el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase
dominante, la conquista de la democracia.
Es
indudable que entonces Marx y Engels no tenían ni podían tener una idea exacta
de la forma que asumiría la dictadura del proletariado. Hubieron de esperar que
la propia experiencia de la clase obrera diera una respuesta a esta cuestión.
Así,
después de la Comuna de París de 1871, Marx, en la Guerra civil en Francia, sostuvo que la Comuna era precisamente la
forma al fin descubierta de la dominación política del proletariado. Y, en su Introducción a este libro de Marx, Engels
escribió:
Ultimamente las palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo
terror al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué
faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura
del proletariado!
Ciertamente lo esencial de la Comuna de París es la forma
que asumió la dominación política del proletariado: carácter
legislativo-ejecutivo de los órganos del Estado, elección de los funcionarios
públicos y revocabilidad de los mismos en cualquier momento, salario de los
representantes equivalente al de un obrero medio, armamento del pueblo.
Esta forma de Estado no es ya,
como es obvio, un Estado propiamente dicho, sino un semi-Estado, un Estado en
extinción.
Pues bien, a nuestro modo de ver,
el Estado-Comuna, en tanto Estado en extinción, es el único tipo de Estado que
posibilita la progresiva reabsorción por las clases trabajadoras de las
funciones estatales y, finalmente, la extinción de las clases, la lucha de
clases y del propio Estado.(2)
Ahora bien, viendo en
retrospectiva la historia de la revolución proletaria en el siglo XX, es
pertinente preguntar: ¿queréis saber qué faz presenta la dictadura del
proletariado? Y responder sin titubeos: mirad a la Revolución de Octubre: ¡he
ahí la dictadura del proletariado!
En nuestro ensayo La gran revolución socialista de octubre:
conquistas, distorsiones, enseñanzas, sostuvimos algo que copiamos
seguidamente:
Mientras la Comuna de París se produjo en las condiciones del capitalismo
competitivo y cuando la revolución proletaria no estaba a la orden del día, la
Revolución de Octubre se produjo en las condiciones del imperialismo y de la
vigencia de la revolución proletaria.
En segundo lugar, mientras la Comuna de París se produjo en una ciudad con
una población de unos pocos millones, la Revolución Rusa se produjo en un
inmenso país que se extiende sobre dos continentes y que, en 1917, contaba con
una población de más de ciento treinta millones de habitantes.
En tercer lugar, mientras la Comuna de París se produjo, como ya se dijo,
en las circunstancias históricas en que el socialismo marxista y las diversas
tendencias del socialismo no marxista no se habían decantado definitivamente,
la Revolución Rusa se produjo cuando todas las tendencias del socialismo
reformista habían puesto en primer plano su condición antimarxista.
En cuarto y último lugar, mientras la Comuna de París se produjo, como ya se dijo también, sin que el proletariado
parisiense contara con un partido marxista, la Revolución de Octubre fue
dirigida por un partido de clase como el bolchevique.
Estas diferencias entre la Comuna de París y la
Revolución de Octubre tienen su explicación en el cambio de las condiciones
objetivas generales (paso del capitalismo competitivo al capitalismo
imperialista) y en las situaciones específicas, objetivas y subjetivas, en que
se produjo cada uno de dichos acontecimientos.
Dadas las condiciones
internacionales y específicamente rusas, la Revolución de Octubre no pudo
estabilizar el Estado-Comuna. Pues bien, esta experiencia demuestra que, si
bien en nuestra época el Estado-Comuna conserva toda su vigencia, como regla su
realización práctica es un proceso y no algo que pueda instaurarse de la noche
a la mañana con una perspectiva de estabilidad garantizada.
Sin embargo, cierto doctrinarismo
–que tiene sus antecedentes en los diversos grupos antipartido de los tiempos
del partido comunista de Lenin–, pretende que el jefe de la Revolución Rusa
hubiera tenido que mantener el Estado-Comuna surgido en 1917, y que, al no
hacerlo, traicionó a la revolución.
Este doctrinarismo es tal
precisamente porque, contraviniendo al materialismo, no tiene en cuenta la
realidad objetiva, internacional y nacional rusa, que impidió darle estabilidad
al Estado–Comuna.
En el artículo Economía y política en la época de la
dictadura del proletariado, Lenin escribió:
Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo
existe cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los
rasgos o las propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede
menos de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo
naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no
aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún. (Obras escogidas en doce tomos, t. X, p. 177)
Como es de conocimiento común, el revisionismo
jruschoviano renegó de la dictadura del proletariado con su tristemente célebre
tesis de un «Estado de todo el pueblo», que, hasta como fórmula, es un absurdo completo.
Hoy, cuando, desde otro ángulo, se
falsifica la dictadura del proletariado, hay que recordar que el socialismo no
puede existir sin la dictadura del proletariado. Calificar de socialistas a
países donde apenas hay en el gobierno una pequeña burguesía más o menos
radicalizada que utiliza un discurso «socialista», pero que convive con
la gran burguesía intermediaria del imperialismo y que, por tanto, conserva el
régimen capitalista, es un completo despropósito.
El socialismo es un período de
transición en cuyo curso tiene lugar la supresión progresiva de las diferencias
de clase en general, de todas las relaciones de producción en que éstas
descansan, de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones
de producción, de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.
La dictadura del proletariado ha
acumulado ya una ingente experiencia, tanto positiva como negativa.
El período de la dictadura del
proletariado bajo el liderazgo de Stalin es un período marcadamente
contradictorio, y nunca será bastante insistir en la necesidad de que el
movimiento comunista internacional concluya el balance de su gestión. Es de
esperar que esto ocurra en el presente siglo.
Grandes conquistas como la
socialización de los medios de producción, la industrialización, la
colectivización en la agricultura y el desarrollo de la técnica, la ciencia y
la educación son hazañas del pueblo soviético bajo la dirección de Stalin. Por
otro lado, los errores teóricos de este dirigente son un elemento negativo en
la experiencia del proletariado en el poder, y, las graves extralimitaciones en
la represión de los contrarrevolucionarios, es un aspecto oscuro que el proletariado
tiene que cargar.
Mariátegui señaló:
La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles del Renacimiento, sino
la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un orden nuevo. Ninguna
revolución, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma, ni la de la burguesía,
se ha cumplido sin tragedia. La revolución socialista, que mueve a los hombres
al combate sin promesas ultraterrenas, que solicita de ellos una extrema e
incondicional entrega, no puede ser una excepción en esta inexorable ley de la
historia. No se ha inventado aún la revolución anestésica, paradisiaca, y es
indispensable afirmar que el hombre no alcanzará nunca la cima de su nueva
creación, sino a través de un esfuerzo difícil y penoso en el que el dolor y la
alegría se igualarán en intensidad. (El
alma matinal, p. 198).
Como es evidente, Mariátegui se refiere a la tragedia
que, en no pocos casos, implica la revolución socialista para sus propios dramatis personaes. En efecto, ahí donde
activistas revolucionarios han aplicado arbitrariamente la violencia creyendo que eso favorecía la causa
de la revolución, lo único que han logrado es poner en evidencia su tragedia
personal: la distancia entre su creencia y la verdadera índole de su acción.
En una entrevista con una
delegación militar albanesa en 1967, Mao sostuvo:
la meta [de la revolución cultural es] resolver el problema de la
concepción del mundo [y] la concepción del mundo no se les puede imponer [a las
masas populares]. (Un Mundo Que Ganar,
1995, nº21, p. 8)
De esto se desprende que la concepción comunista del
mundo tampoco se les puede imponer a
los adversarios de clase. Es decir la meta de la revolución cultural no es una
cuestión que pueda alcanzarse por medio de la imposición, forma elemental de
violencia.
A diferencia de la Comuna de París
de 1871, en nuestra época y mientras el cerco imperialista al socialismo sea
una realidad, el Estado-Comuna implica un proceso de construcción con avances y
retrocesos.
No son las estructuras políticas y
sociales las que garantizan, por sí solas,
el avance hacia el comunismo, sino la lucha del proletariado y demás clases
trabajadoras. Esto explica la necesidad de la revolución cultural proletaria.
Dicho de otro modo, no es la forma
del Estado-Comuna la que determina directamente,
automáticamente, el avance hacia el
comunismo y su realización. Si así fuera, estaría demás realizar periódicamente
la revolución cultural proletaria, que, como se sabe, cumple la triple tarea de
construir el socialismo, conjurar la restauración del capitalismo y desbrozar
el camino al comunismo, y que, como se sabe también, tiene por meta la
comunización de la concepción del mundo de la gente.
Así como el socialismo no deviene
directamente de la economía capitalista, sino de la lucha de clases del
proletariado, así también el comunismo no deviene directamente de la estructura
y los procedimientos del Estado-Comuna,
sino de la lucha de clases del proletariado en las condiciones de dicho Estado.
Por eso puede comprenderse que, de
haber sobrevivido a la contraofensiva reaccionaria, la Comuna de París se
habría transformado en una comuna burguesa al desarrollarse sus contradicciones
internas.
En conclusión: si bien es cierto
que el Estado-Comuna es el mejor terreno para la lucha de las clases
trabajadoras por la realización del comunismo, no reemplaza ni puede reemplazar
esta lucha.
Por tanto, es claro que la
extinción del Estado cubre dos etapas: 1) la instauración del Estado-Comuna; 2)
la extinción progresiva de este Estado y, por tanto, de todo Estado.
Así pues, concretamente hablando, la
extinción del Estado es la extinción del Estado-Comuna.