Consecuentes
con la necesidad de esclarecer cabalmente el contenido de la revista Nuestra Epoca, su lugar en relación al
Socialismo Peruano y en el proceso ideológico de José Carlos Mariátegui,
publicamos el siguiente ensayo de nuestro compañero Eduardo Ibarra.
De esta forma celebramos el Centenario
de Nuestra Epoca, tribuna que, por
primera vez, permitió que José Carlos Mariátegui, César Falcón y otros
escritores pudieran denunciar, con independencia, «las
responsabilidades de la vieja política.»
22.06.2018.
La Revista «Nuestra Epoca» y el Socialismo Peruano
(Con motivo del centenario de la revista Nuestra Epoca)
Eduardo Ibarra
El 22 del
presente se cumple el Centenario de Nuestra
Época, revista fundada por José Carlos Mariátegui y César Falcón en 1918.
Este acontecimiento es oportunidad propicia para un análisis del contenido de
la revista que, por primera vez, permitió que los dos amigos denunciaran,
«sin reservas, y sin compromisos con ningún
grupo y ningún caudillo, las responsabilidades de la vieja política», y, al mismo tiempo, de lo que el maestro llamó el «punto de arranque» de
su «orientación socialista»; es decir, para discernir el lugar de Nuestra Epoca en relación al Socialismo
Peruano y, en particular, en el proceso ideológico de José Carlos Mariátegui.
Contexto
histórico-cultural del proceso ideológico de Mariátegui: 1909-1918
En el año de 1909
José Carlos Mariátegui ingresó a trabajar a La
Prensa y, por lo tanto, a tener una vida directamente vinculada al ambiente
político-cultural peruano, así como, al mismo tiempo, tocada por los
acontecimientos mundiales. Los dos números de la revista Nuestra Epoca aparecieron en junio y julio de 1918, y, por esto, en
esta última fecha se cierra el período que analizaremos centralmente en el
presente ensayo, aunque, como está documentado, la tendencia que animó a la
mencionada revista se prolongó en el diario La
Razón y llegó incluso hasta la primera mitad de 1920. Veamos, pues,
suscintamente algunos hechos relevantes del período considerado.
Todavía en las primeras décadas del
siglo XX el Perú se recuperaba de las consecuencias desastrosas del colapso
económico derivado de la crisis del guano y de la derrota en la guerra del
pacífico. La expansión del capitalismo bajo control de empresas inglesas y
estadounidenses principalmente, determinó, como era natural, un proceso de
incremento de la clase obrera, principalmente en Lima-Callao, pero la
estructura de nuestra economía agraria continuó siendo semifeudal.
En 1911 se produjo el primer paro general
de la clase obrera. En 1912 se fundó la Federación Obrera Marítima y Terrestre
del Callao y, al año siguiente, la Federación Obrera Regional Peruana.
En apoyo a la
huelga de la Unión General de Jornaleros por las ocho horas, en 1913 se produjo
en el Callao otro paro general. El gobierno decretó entonces el estado de sitio
y, luego, empezó a reglamentar las huelgas.
En el mismo año,
los obreros petroleros de Talara y Negritos llevaron a cabo una huelga exitosa,
y ante el despido de varios de ellos por la empresa Duncan Fox, en acción de
solidaridad los jornaleros del Callao boicotearon el embarque y desembarque de
los barcos de dicha compañía, obteniendo la reposición de los despedidos.
En 1915 los sindicatos de las grandes
fábricas textiles de Vitarte y Lima conformaron la Unión de Trabajadores en
Tejidos.
Las huelgas de este tiempo tuvieron como
órbita sobre todo la jornada de las ocho horas. Estas huelgas tuvieron
dirección anarquista.
En los años
siguientes los conflictos se multiplicaron en todo el país. En 1916, los
trabajadores de Huacho, Sayán y Pativilca realizaron una huelga, con el saldo
de varias mujeres muertas en el choque con la policía. Entonces el gobierno
instauró el salario mínimo del trabajador agrícola. En 1917 ocurrió también un
sangriento conflicto en los asientos petroleros del norte. Un estado de tensión
social se extendía en todo el país.
En 1918 se
constituyó la Federación Obrera Local de Lima en reemplazo de la Federación
Obrera Regional de 1891 que prácticamente no había funcionado.
Explotado y
oprimido por el gamonalismo, el campesinado indígena hubo de luchar también
contra pesadas cargas fiscales. En el período considerado se produjeron
sublevaciones en Chupa (1909), Azángaro (1910), Pomata (1912), Juli (1912), San
Antón (1912), Huancané (1913), Samán, Arapa, Caminaca y Acjhaya (1913),
Escanchuri (1913), Isla Amantan (1914), San José (1915), Huata (1916), Santiago
de Pupuja (1916) Hankoyo (1917), Chacamarca (1917), Chucuito y Azángaro (1917).
Muchas de estas
sublevaciones tuvieron un signo milenarista, que se expresó de un modo
particularmente acentuado en Cuzco, Puno, Ayacucho y Apurímac.
La novela Aves sin Nido de Clorinda Matto de Turner,
publicada en 1889 y reeditada en 1902, era
leída aún entre intelectuales y trabajadores; Páginas libres y Horas de
lucha de Manuel Gonzáles Prada, que habían visto la luz en 1901 y 1905,
respectivamente, se discutían profusamente; en 1909 apareció el libro Los educadores españoles que han influido en
la cultura intelectual Perú Contemporáneo, de Carlos Wisse; en el mismo
año, Los profesores de idealismo y en
1913 La creación de un continente, ambos libros de Francisco García
Calderón; en 1910, Diez años de rebeldías
universitarias, de Carlos Paz Soldán; en 1915, El problema de la enseñanza en 1915 y en 1917 Las nuevas orietaciones humanas, de Javier Prado; en 1917, Celajes de sierra, de Hildebrando Castro
Pozo; etcétera.
Paralelamente, una
copiosa literatura anarquista ofrecida en libros y revistas circulaba
especialmente entre obreros e intectuales de izquierda.
La Asociación
Pro-Indígena (Dora Mayer, Pedro Zulen), ejercía su generosa actividad en
defensa del «indio».
Por otro lado, el
positivismo (un poco spengleriano y un poco naturalista) sobrevivía aún sobre
todo en el Partido Civil. Paralelamente, en el pensamiento de Gonzáles Prada el
positivismo aparecía como «positivismo
anarquista».
Por la misma época,
se difundían la filosofía de Bergson, el
freudismo, una dosis de sorelismo y otra dosis de materialismo histórico,
aunque este último no precisamente en versión de sus creadores.
Basándose en
testimonios de Bustamante Santisteban y Erasmo Roca, en su libro La creación heroica de José Carlos Mariátegui Guillermo Rouillón menciona
algunos libros que eran leídos entonces en los círculos concurridos por José
Carlos Mariátegui y César Falcón: El
materialismo histórico y la sociología general, de Alfonso Asturaro; Sagy di critica del marxismo, de George Sorel; La teoría sindicalista,
de Giusseppe Prezzolini; Socialismo y
filosofía y Del materialismo histórico,
de Antonio Labriola; Italia en la
ciencia, en la vida y en el arte de José
Ingenieros.
En el período
considerado, se sucedieron los gobiernos de Leguía (1908-1912), Guillermo
Billinghurst (1912-1914), Oscar Benavides (1914), José Pardo (1914-1919). Eran
los tiempos de lo que Jorge Basadre llamó «República
Aristocrática».
Dos hechos de la
escena internacional repercutieron en la vida política del pueblo peruano: la
revolución mexicana (1910) y la revolución rusa (1917). Esta última tuvo
resonancia especial en el movimiento popular, pero, naturalmente, en el bienio
de 1917-1918 los distintos activistas mostraban por ella una simpatía o una
adhesión más emocional que ideológica.
Estimulados por los
acontecimientos y el clima cultural descrito, intelectuales, políticos y
obreros discutían intensamente sobre problemas fundamentales de la sociedad
peruana: la opresión imperialista, el problema de la tierra y del «indio»,
la cuestión nacional, etcétera. Es decir, el pueblo peruano buscaba una
respuesta a sus problemas, una solución práctica a su situación.
Como es obvio, una
inteligencia y una sensibilidad como las de José Carlos Mariátegui, no podían
ser indiferentes a los acontecimientos reseñados, a la literatura mencionada, a
la aludida búsqueda del pueblo peruano. Precisamente en el reseñado contexto
histórico y cultural, el maestro fue formando sus ideas sobre la realidad
peruana y mundial.
Génesis
del pensamiento de Mariátegui: 1914-1918
Como en el caso de
la génesis del marxismo, en la génesis del pensamiento marxista-leninista de
José Carlos Mariátegui son esclarecedoras sus manifestaciones respecto al
proceso de su propia formación intelectual. Veamos las más importantes.
Soy poco
autobiográfico. En el fondo, yo no estoy muy seguro de haber cambiado. ¿Era yo,
en mi adolescencia literaria, el que los demás creían, el que yo mismo creía?
Pienso que sus expresiones, sus gestos primeros no definen a un hombre en
formación. Si en mi adolescencia mi actitud fue más literaria y estética que
religiosa y política, no hay de qué sorprenderse. Esta es una cuestión de
trayectoria y una cuestión de época. He madurado más que cambiado. Lo que
existe ahora en mí ahora, existía embrionariamente y larvadamente cuando yo tenía
veinte años y escribía disparates de los cuales no sé por qué la gente se
acuerda todavía. En mi camino, he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he
encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios.
Soy un alma agónica como diría Unamuno. (Agonía, como Unamuno, con tanta razón
lo remarca, no es muerte sino lucha. Agoniza el que combate). Hace algunos años
yo habría escrito que no ambicionaba sino realizar mi personalidad. Ahora,
prefiero decir que no ambiciono sino cumplir mi destino. En verdad, es decir la
misma cosa. Lo que siempre me habría aterrado es traicionarme a mí mismo. Mi
sinceridad es la única cosa a lo que no he renunciado nunca. A todo lo demás he
renunciado y renunciaría siempre sin arrepentirme. ¿Es por esto por lo que se
dice que mis rumbos y aspiraciones han cambiado? (La novela y la vida, pp. 154-55).
Con estos
conceptos, José Carlos Mariátegui ofreció una opinión general sobre su proceso
ideológico, opinión que hace parte de una encuesta que, debida a Ángela Ramos,
fue publicada en Mundial el 23 de
julio de 1923. Entonces hacía aproximadamente tres años que el maestro se había
asimilado al marxismo y, desde esta atalaya, precisó, pues, los dos puntos
extremos de su aludido proceso: sus veinte años de edad («cuando yo tenía
veinte años») y su asimilación al marxismo («he encontrado una fe»).
Así, pues, es evidente que para entender
el sentido de la frase «He madurado más que cambiado», es necesario tener en
cuenta los indicados extremos.
Pues bien, José Carlos Mariátegui tenía
veinte años de edad en 1914, y, según señaló él mismo, entonces su actitud era
«… más literaria y estética que religiosa y política…»
Por lo tanto, cuando el maestro sostuvo
que consideraba que más que cambiado había madurado, se refirió a lo que era en
1914 (cuando tenía veinte años), y no a lo que era en junio de 1918 (cuando
apareció la revista Nuestra Epoca).
Es decir, no se refirió en modo alguno a una maduración suya desde su
socialismo a lo Araquistain hasta su marxismo-leninismo.
En consecuencia, con su comentada frase,
José Carlos Mariátegui se refirió a los valores morales que, a sus veinte años,
tenía ya en forma embrionaria y larvada.
Por eso, en la mencionada encuesta, destacó uno de tales valores: la sinceridad.
Pero además, no hay que olvidar que el
maestro señaló que había madurado más que cambiado, y no que no había cambiado en absoluto.
En Lima, algunos escritores que del estetismo d’anunziano
importado por Valdelomar habíamos evolucionado al criticismo socializante de la
revista España, fundamos hace diez
años Nuestra Epoca, para denunciar,
sin reservas y sin compromisos con ningún grupo y ningún caudillo, las
responsabilidades de la vieja política. (7
ensayos, pp. 253-54).
De Nuestra Epoca
(julio de 1918) se publicaron sólo dos números, rápidamente agotados. En ambos
números, se esboza una tendencia fuertemente influenciada por España, la revista de Araquistain, que
un año más tarde reapareció en La Razón,
efímero diario cuya más recordada campaña es la de la Reforma Universitaria. (ibídem, p. 254).
Como se
entenderá, al calificar de «criticismo socializante» la nueva etapa de su
proceso intelectual, claramente José Carlos Mariátegui dio cuenta del contenido
ideológico de Nuestra Epoca.
Así, pues, es evidente que la influencia
de la revista España sobre la revista
Nuestra Epoca no fue una influencia
formal (formato, secciones, etcétera), sino una influencia sustancial («se
esboza una tendencia fuertemente influenciada por España»).
…
terminado el experimento “colónida”, los escritores que
en él intervinieron, sobre todo los más jóvenes, empezaron a interesarse por
las nuevas corrientes políticas. Hay que buscar las raíces de esta conversión
en el prestigio de la literatura política de Unamuno, de Araquistain, de Alomar
y de otros escritores de la revista España;
en los efectos de la predicación de Wilson, elocuente y universitaria,
propugnando una nueva libertad; y en la sugestión de la mentalidad de Víctor M.
Maúrtua cuya influencia en el orientamiento socialista de varios de nuestros
intelectuales casi nadie conoce. Esta nueva actitud espiritual fue marcada
también por una revista, más efímera aún que Colónida: Nuestra Epoca.
En Nuestra Epoca, destinada a las
muchedumbres y no al Palais Concert, escribieron Féliz del Valle, César Falcón, César Ugarte,
Valdelomar, Percy Gibson, César A. Rodriguez, César Vallejo y yo. Este era ya,
hasta estructuralmente, un conglomerado distinto del de Colónida. Figuraban en
él un discípulo de Maúrtua, un futuro catedrático de la Universidad: Ugarte; y
un agitador obrero: del Barzo.” (7
ensayos, p. 284).
Desde
1918, nauseado de política criolla… me orienté resueltamente hacia el
socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de
decadentismos y bizantinismos finiseculares, en pleno apogeo todavía. (carta a Samuel Glusberg del 10 de enero de
1928, Correspondencia, t. II, p. 331;
elipsis nuestra)
En este tiempo, se inicia en la redacción del diario oposicionista, “El
Tiempo”, muy popular entonces, un esfuerzo por dar vida a un grupo de
propaganda y concentración socialistas. La dirección del periódico, ligada a
los grupos políticos de oposición, es extraña a este esfuerzo, que representa
exclusivamente el orientamiento hacia el socialismo de algunos jóvenes
escritores, ajenos a la política, que tienden a imprimir a las campañas del
diario un carácter social. Estos escritores son César Falcón, José Carlos
Mariátegui, Humberto del Aguila y algún otro que, unidos a otros jóvenes
intelectuales afines, publican a mediados de 1918 una revista de combate:
“Nuestra Epoca”. (Ideología y política,
p. 98).
La
orientación socialista de Mariátegui tiene su punto de arranque en la publicación a mediados de 1918 de la revista “Nuestra
Epoca”, influida por la “España” de Araquistain… (Ideología y política, p. 17).
Como vemos, con su proverbial
sinceridad José Carlos Mariátegui señaló la influencia de algunos autores sobre
los jóvenes intelectuales que venían de la experiencia de Colónida. El resultado de esta influencia fue definida por el
maestro con la frase «nueva actitud espiritual» (equivalente a la frase «nuevo
espíritu»), y, sin ninguna duda, tal definición tiene particular importancia
para entender cabalmente lo que fue Nuestra
Epoca.
José Carlos
Mariátegui sostuvo:
Un sentimiento mesiánico, romántico, más o menos difundido en la juventud
intelectual de post-guerra, que la inclina a una idea excesiva, a veces
delirante, de su misión histórica, influye en la tendencia de esta juventud a
encontrar al marxismo más o menos retrasado, respecto de las adquisiciones y
exigencias de la “nueva sensibilidad”. En política, como en literatura, hay muy
poca sustancia bajo esta palabra. Pero esto no obsta para que la “nueva
sensibilidad” que en el orden social e ideológico prefiere llamarse “nuevo
espíritu”, se llegue a hacer un verdadero mito cuya justa evaluación, cuyo
estricto análisis es tiempo de emprender, sin oportunistas miramientos. (Defensa del marxismo, p. 111).
Y, en otro lugar, escribiendo
sobre un aspecto de la escena latinoamericana, abundó sobre el tema:
De igual modo, este movimiento se presenta íntimamente conectado con la
recia marejada postbélica. Las esperanzas mesiánicas, los sentimientos
revolucionarios, las pasiones místicas propias de la postguerra, repercutían
particularmente en la juventud universitaria. El concepto difuso y urgente de
que el mundo entraba en un ciclo nuevo, despertaba en los jóvenes la ambición
de cumplir una función heroica y de realizar una obra histórica. Y, como es natural,
en la constatación de todos los vicios y fallas del régimen económico social
vigente, la voluntad y el anhelo de renovación encontraban poderosos estímulos.
La crisis mundial invitaba a los pueblos latinoamericanos, con insólito
apremio, a revisar y resolver sus problemas de organización y crecimiento.
Lógicamente, la nueva generación sentía estos problemas con una intensidad y un
apasionamiento que las anteriores generaciones no habían conocido. Y mientras
la actitud de las pasadas generaciones, como correspondía al ritmo de su época,
había sido evolucionista –a veces con un evolucionismo completamente pasivo– la
actitud de la nueva generación era espontáneamente revolucionaria. (7 ensayos, p. 122-23).
Es decir, acuciada por la nueva
realidad del mundo, la «nueva generación» era una generación «espontáneamente
revolucionaria», pero precisamente por esto con un «concepto difuso y urgente
de que el mundo entraba en un ciclo nuevo», y, de ahí las «esperanzas
mesiánicas», los «sentimientos revolucionarios», las «pasiones místicas» de sus
componentes.
Como hemos
visto, en el Perú la «nueva generación» se alimentó de una influencia
variopinta: Unamuno, Araquistain, Alomar –entre otros escritores de la revista España–(1), el presidente
estadounidense Wilson, el socialista reformista Maúrtua.
En nuestro medio,
el «nuevo espíritu»
estuvo representado por el discurso de los discípulos de Gonzáles Prada, los
activistas de la reforma universitaria, las diversas tendencias del socialismo
reformista y la Universidad Popular Gonzáles Prada hasta antes de la
participación de José Carlos Mariátegui.
En el marco de
ese «nuevo espíritu» apareció Nuestra
Epoca, o, para decirlo con el maestro, «Esta nueva actitud espiritual fue
marcada también por [Nuestra Epoca].»
Por eso
escribió:
“Se
vio entonces –escribe Chamson– toda una juventud revolucionaria, aceptando la
revolución o viviendo en la esperanza de su triunfo”. Chamson alcanza un tono
fervoroso en la exégesis de esta emoción. Pero el contagio de su exaltación no debe
turbar la serenidad de nuestro análisis, precisamente porque en este proceso de
la nueva generación, nosotros mismos nos sentimos en causa. La onda espiritual,
que recorrió después de la guerra las universidades y los grupos literarios y
artísticos de América Latina, arranca de la misma crisis que agitaba a la
juventud de 1919, coetánea de Andrés Chamson y Jean Prevost en la ansiedad de
una palingenesia. (Defensa del marxismo,
p. 112).
Con la honestidad
que lo honra y sin cobardes miramientos con los representantes de la «nueva
generación» e incluso con respecto a su propia
persona, José Carlos Mariátegui reconocía pues que, en el proceso a la
mencionada generación, a la generación del «nuevo
espíritu», él mismo estaba en causa, o sea que lo
citado de su pluma sobre el tema expresa un esclarecimiento, un gesto
autocrítico, una ruptura.
Por eso, se explica perfectamente que, en el momento en que la revista Amauta
daba término a la definición ideológica con que había fecundado la fundación
del Partido Socialista del Perú, el maestro escribiera:
El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido. En todo caso,
hemos oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate
se abre para los que opinan, no para los que callan. La primera jornada de
“Amauta” ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista
de la “nueva generación”, de la “vanguardia”, de las “izquierdas”. Para ser
fiel a la Revolución, le basta ser una revista socialista.
“Nueva generación”, “nuevo espíritu”, “nueva sensibilidad”, todos estos
términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos:
“vanguardia”, “izquierda”, “renovación”. Fueron nuevos y buenos en su hora. Nos
hemos servido de ellos para establecer demarcaciones provisionales. Hoy
resultan ya demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo estos rótulos, empiezan a
pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente nueva
sino en la medida en que sepa ser, en fin, adulta, creadora.
Estos conceptos expresan un
verdadero deslinde con el «nuevo espíritu» que había caracterizado a la «nueva
generación», a Nuestra Epoca, a José
Carlos Mariátegui, deslinde que tiene su fuente en la asimilación del maestro
al marxismo-leninismo en la segunda mitad en 1920 y sus antecedentes en el
artículo El cisma del socialismo de marzo de 1921 y en la conferencia La crisis mundial y el proletariado peruano,
pronunciada el 15 de junio de 1923 en la Universidad Popular Gonzáles Prada.
Pues bien, por
otro lado, es oportuno esclarecer una cuestión que no deja de tener
importancia. Como se ha visto, el maestro sostuvo que «el punto de arranque» de
su «orientación socialista», en el sentido general del término, fue la
publicación de Nuestra Epoca. Pero,
como se ha visto también, él mismo mantuvo que en el diario El Tiempo se dio un «…esfuerzo, que
representa exclusivamente el orientamiento hacia el socialismo de algunos
jóvenes escritores…». Por eso se impone la pregunta: ¿por qué, entonces,
consideró que la aparición de Nuestra
Epoca marcó el punto de arranque de su orientación socialista en el sentido
indicado?
A nuestro modo
de ver, porque Nuestra Época les
permitió al maestro y a sus compañeros la necesaria independencia para
denunciar la política criolla y a sus hombres.(2)
Por cierto, Nuestra Epoca representó un paso
adelante en el marco del movimiento intelectual democrático: a diferencia de Colónida, la nueva revista estuvo «destinada a las muchedumbres y no al Palais Concert». Al mismo tiempo,
expresó la
ruptura de José Carlos Mariátegui con su etapa de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares.
Como es de
conocimiento común, más adelante (entre mayo y agosto de 1919), José Carlos
Mariátegui y César Falcón dirigieron el diario La Razón.
Este diario fue una nueva estación en el socialismo
a lo Araquistain de José Carlos Mariátegui y César Falcón, pues significó un
avance con respecto a Nuestra Epoca:
al haber tenido parte en la campaña de la Reforma Universitaria y al combatir
«al flanco del proletariado, con ánimo de simpatizante», en el movimiento
obrero de 1919, en sus páginas se concretó la ligazón con las luchas populares.
El
trato de Mariátegui con los tópicos nacionales no es, como algunos creen,
posterior a su regreso de Europa. (…) Pero
no hay que olvidar que a los catorce o quince años empezó a trabajar en el
periodismo y que, por consiguiente, a partir de esa edad tuvo contacto con los
acontecimientos y cosas del país, aunque carecía para enjuiciarlos de puntos de
vista sistemáticos. (Ideología y política,
p. 16).
De fines de 1919 a mediados de 1923 viajé por Europa…
Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis
artículos de esa época, señalan las estaciones de mi orientamiento socialista.
A mi vuelta al Perú, en 1923… inicié mi trabajo de investigación de la realidad
nacional, conforme al método marxista. (carta del 10 de enero de 1928 a Samuel Glusberg, Correspondencia,
t. II, p. 331; elipsis nuestra).
Es evidente que en Europa [Mariátegui] se ocupó
particularmente en estudios de política, economía, sociología, filosofía, etc.
De su viaje data su asimilación al marxismo. (Ideología y política, p. 16)
Este testimonio de parte demuestra
que el socialismo de José Carlos Mariátegui anterior a su estancia en Europa,
no fue un socialismo marxista, sino, como él mismo señaló, un socialismo con
fuerte influencia de la revista España
de Araquistain. Este testimonio agota el debate sobre el tipo de socialismo de Nuestra Época.
La asimilación
de José Carlos Mariátegui al marxismo-leninismo en la segunda mitad de 1920, se
puso de manifiesto en el artículo El
cisma del socialismo, escrito en marzo de 1921. Desde entonces el maestro
contó con el método indispensable para interpretar correctamente la realidad
peruana, y, así, mientras el mencionado artículo marca el punto de partida de
su Creación Heroica, específicamente la conferencia La crisis mundial y el proletariado peruano, pronunciada el 15 de
junio de 1923 en la Universidad Popular Gonzáles Prada, marca el punto de
partida de su trabajo de interpretación marxista de la realidad peruana.
Por lo tanto,
si la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general
del término, tiene como punto de arranque la aparición de Nuestra Epoca en junio de 1918, el punto de arranque de su
socialismo marxista-leninista es marzo de 1921.
Así, pues, es
claro que su socialismo a lo Araquistain fue una etapa efímera en el proceso
ideológico que lo llevó a su definitivo marxismo-leninismo, con el cual, como
se sabe, construyó una teoría de la realidad y la revolución peruanas. Esta
teoría y sus expresiones organizativas, constituyen la Creación Heroica de
Mariátegui, etapa fundacional del Socialismo Peruano.
Como se desprende de lo expuesto, el
proceso ideológico de José Carlos Mariátegui pasó por las siguientes etapas:
1. Estetismo literario (1914-1918)
2. Criticismo socializante (1918-1920)
3. Asunción del marxismo-leninismo y creación del Socialismo Peruano
(1920-1930)
Es decir, en el
proceso ideológico del maestro se constatan tres etapas y dos rupturas: ruptura
con el estetismo literario, primero, y con el criticismo socializante, después.
El contenido de Nuestra
Época
Aunque el punto de arranque de la
orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del
término, coincide con la aparición de Nuestra
Epoca, la efemérides que se cumple el 22 de junio del presente es el
Centenario de esta revista y, por esto, su celebración tiene que significar un
análisis de ella y no exclusivamente de los artículos del maestro publicados en
sus páginas, como equivocadamente han procedido algunos articulistas.
Pues bien, sin
disminuir el valor específico de otros artículos, consideramos que aquellos que
marcaron el contenido sustancial de Nuestra
Época fueron los siguientes: Exposición,
La crisis de los partidos, Malas tendencias. El deber del ejército y el
deber del Estado, El deber político
de las asociaciones gremiales (número 1); Temas del día. La
reorganización de los grupos políticos, La
revolución o la ruina, La misión de
la juventud, La reacción obrera y la
evolución social (número 2).
José Carlos Mariátegui publicó tres artículos en Nuestra Epoca: Exposición
(consensuado con César Falcón), Malas
tendencias. El deber del ejército y el deber del Estado, y Temas del día. La reorganización de los grupos políticos.(3)
En Exposición –de hecho la presentación de Nuestra Epoca–, se lee lo siguiente:
Sale
“Nuestra Epoca” en una hora de órganos electorales y de abigarrados pasquines,
grotescos y mercenarios todos, para encender una luz limpia y firme en medio de tanta tenebrosidad y de
tanta sordidez. Nos proponemos quemar, acaso inútilmente, el organismo político
del país, tan corrompido, ya que tan solo la acción material del fuego puede
purificarlo.
Sacamos
este periódico y le ponemos de nombre “Nuestra Epoca” porque creemos que
comienza con nosotros una época de renovación que exige que las energías de la
juventud se pongan al servicio del interés público. Y, en plena juventud,
comprendemos nuestro deber de concurrir
a esta reacción nacional con toda nuestra honradez y con toda nuestra
sinceridad ardorosas y robustas.
Aportamos
a esta obra el conocimiento de la
realidad nacional que hemos adquirido durante nuestra labor en la prensa.
Situados en el diarismo, casi desde la niñez, han sido los periódicos para
nosotros magníficos puntos de apreciación del siniestro panorama peruano.
Nuestros hombres figurativos suelen inspirarnos, por haberlos mirado de cerca,
un poco de desdén y otro poco de asco. Y esta repulsa continua nos ha hecho
sentir la necesidad de buscarnos un camino propio para afirmarla y para
salvarnos de toda apariencia de solidaridad con el pecado, el delito y la
ineptitud contemporánea.
El
programa político de NUESTRA EPOCA es bien sencillo. Dos palabras podrían
definirlo: decir la verdad. Esto nos parece que sobra para exhibirnos
emancipados de la tutela de los intereses creados y de las gentes incapaces
que, amparados por esos apellidos sociales y esas reputaciones falsas que
decoran este teatro criollo y estúpido de la política nacional medrarán a su
gusto hasta que la patria deje de ser una especie de casa de tolerancia con
beneficios prácticos para unos cuantos a costa de la prostitución de los demás.
Queda
así apuntada rápidamente, lo más rápidamente posible, la significación de
NUESTRA EPOCA.
Puede verse, pues,
que las ideas que marcan el contenido de Nuestra
Epoca, son las siguientes: 1) «encender
una luz limpia y firme en medio de tanta
tenebrosidad y de tanta sordidez»; 2) «Sacamos
este periódico y le ponemos de nombre “Nuestra Epoca” porque creemos que
comienza con nosotros una época de renovación que exige que las energías de la
juventud se pongan al servicio del interés público»;
3) «esta repulsa continua nos ha hecho sentir
la necesidad de buscarnos un camino propio para afirmarla y para salvarnos de
toda apariencia de solidaridad con el pecado, el delito y la ineptitud
contemporánea»; 4) «El
programa político de NUESTRA EPOCA es bien sencillo. Dos palabras podrían
definirlo: decir la verdad.»
Como es evidente, cada una de estas
ideas está referida al orden burgués en el Perú: «el
organismo político del país»; «siniestro
panorama peruano»; «Nuestros
hombres figurativos»; «teatro
criollo y estúpido de la política nacional».
Como se ha visto, en sus párrafos finales
la Exposición da cuenta del programa
político y de la significación de Nuestra
Epoca: «decir la verdad»,
«Queda así apuntada… la significación de
NUESTRA EPOCA.»
Así, pues, es claro que el nombre de la
revista expresó el hecho específico de que, con ella, empezó «una
época de renovación»
con respecto a la política criolla.
Por otro lado, es claro también que la
frase «camino propio»
expresó el hecho de que José Carlos Mariátegui y César Falcón, lograron
bosquejar con Nuestra Epoca un camino independiente con respecto a la
política criolla y sus hombres.
En el artículo Malas tendencias. El
deber del ejército y el deber del Estado, José Carlos Mariátegui criticó el planteamiento armamentista del coronel
Ballesteros, en términos que bien pueden calificarse de demoliberales(4); y, en
el artículo Temas del día. La reorganización de los grupos políticos,
hace el enjuiciamiento de la caducidad de los partidos burgueses tradicionales,
en términos que, en más de un punto, continúan los términos demoliberales del
artículo La crisis de los partidos, de César Ugarte,
publicado en el primer número de Nuestra
Epoca.(5)
César
Falcón publicó dos artículos en Nuestra
Epoca: Frente a la realidad nacional.
El deber político de las asociaciones gremiales y La revolución o la ruina. Hay que subrayar que en estos artículos
el autor orientó su reflexión principalmente hacia la cuestión de las clases
sociales («Dentro de un orden científico-social no
pueden admitirse sino dos clases: la de los trabajadores y la de los
capitalistas»; «En
nuestro concepto, la lucha política, es, en nuestros días, una lucha de clases»);
hacia la organización de las clases trabajadoras («El
primordial deber de todos y cada uno de los trabajadores es constituirse en
asociaciones netamente gremiales»; «Conseguidas
las organizaciones parciales de los gremios es preciso orientar la acción
conjunta de todas ellas hacia el mejoramiento colectivo, hacia el ideal
socialista.»); y, finalmente, hacia la cuestión del
poder («Los trabajadores forman la auténtica masa
popular, la verdadera nacionalidad. La organización futura del estado les está,
por esto, encomendada.»; «Ya
no se trata de mejorar este régimen ni de implantar otro mejor. Hoy es
indispensable reformar la organización política y social del país.»)
Como resulta del análisis, a la sazón
César Falcón se encontraba un paso adelante, por así decirlo, con respecto a
José Carlos Mariátegui: mientras éste orientaba su reflexión hacia ciertos
aspectos de la política burguesa (planteamiento armamentista de un coronel del
ejército, caducidad de los partidos burgueses tradicionales), aquel fijaba su
atención en cuestiones relativas a las clases trabajadoras, su organización y
sus luchas, aunque, como es notorio, desde un punto de vista no marxista.
En otros artículos
de Nuestra Epoca se criticaron
diversos aspectos de la «política
criolla» y de sus «hombres
figurativos», y estas críticas dan cuenta de la
tendencia de Nuestra Epoca que, como
se sabe, resultó de la influencia del «nuevo
espíritu» y, en particular, de la revista España.
Así por ejemplo, en
el artículo Hay que educar al pueblo,
de Féliz del Valle, se lee: «Mientras
que la evolución constante en las ideas es el sistema activo en la vida de las
sociedades, la sustitución de una persona inepta por otra más inepta aún, sigue
imperando aquí. Todo por que (sic) el pueblo no está capacitado para asumir un
severo control. El no tiene la culpa de nada puesto que en la nada se le deja.
Son los malos políticos, en primer término, los que han defraudado, y, en
segundo, todos los ciudadanos del país que han rematado su sinceridad, como un
chisme de bazar, o han prescindido de ella»
(número 1, p. 2). En el artículo Wilson,
también de Féliz del Valle, se lee: «Wilson
anticipa al mundo la doctrina sabia de la armonía. Wilson va con su pueblo a la
guerra para liquidar la guerra»
(número 2, p. 2). En el artículo La
misión de la juventud, igualmente de Féliz del Valle, se lee: «Hagamos,
pues, territorio para la siembra colaborando en el bien común todas las castas,
todos los grupos, todas las instituciones, con el impulso ardoroso y sagaz que
imponen a la juventud una nueva y serena orientación y una clara y tangible
responsabilidad» (número 2, p. 5). Y, en el artículo Una peligrosa orientación universitaria,
de Carlos Enrique Paz Soldán, se lee: «Al
prusianismo con sus soldados, Estados Unidos de América opone sus legiones de
ciudadanos libres, de hombres educados en la noble escuela de la democracia y
científicamente adiestrados en el ejercicio de la libertad y del trabajo»
(número 2, p. 3).
El artículo La reacción obrera y la evolución social,
de Carlos del Barzo, merece un comentario específico. El autor se orientó,
igual que César Falcón, hacia la cuestión del poder y las clases trabajadoras.
Y escribió: «…el ideal cristalizado en un programa de
reformas que transformen revolucionando la estructura social…»
(número 2, p. 6). La concepción evolucionista, reformista, es evidente: un
programa de reformas podía, según del Barzo, revolucionar la sociedad peruana.
Y continuó el autor: «Y así es que va
germinando, tomando modulaciones de esperanza, y de esperanza muy próxima el
“Partido Socialista”…». Del Barzo se
refirió a la iniciativa de fundar un partido socialista. Y remató: «El
momento es de renovación. Nuestra clase trabajadora siente resueltamente el
ideal de la Justicia y el Derecho, atropellados y desconocidos hasta el día por
actos individuales y sociales, de políticos y partidos, faltos de la coacción
moral que se debe ejercer en sus acciones.»
«Y solo el proletariado organizado en un
partido, como fuerza social efectiva, puede conseguirlo.»
Es notorio que del Barzo proponía que el partido socialista del que habla (y del
cual resultó siendo secretario) fuera la «fuerza
social» que renovara
las estructuras de la sociedad peruana mediante un programa de reformas.
En general, el tono
de Nueva Epoca es marcadamente moral,
y la apelación en sus páginas a la acción de la juventud, es un eco de la
conocida frase de Gonzáles Prada.
Por todo lo
constatado, José Carlos Mariátegui tiene toda la razón cuando sostiene que la «nueva actitud espiritual fue marcada también por Nuestra Epoca, y que
en esta revista se esbozó «una
tendencia fuertemente influenciada por España, la revista de Araquistain…».
En conclusión, en Nuestra Epoca no hubo nada específico marxista. Esta es la verdad de esta revista. O, mejor dicho, una parte de la
verdad. La otra parte es que, no obstante sus limitaciones, la independencia
alcanzada y la crítica a la política criolla y sus hombres constituyeron un
paso adelante con respecto al colonidismo.
Significación
de Nuestra Epoca en relación al
Socialismo Peruano
En la Nota
Editorial que aparece en cada uno de los tomos de las Obras completas de Mariátegui, se lee lo
que sigue:
Los hijos de José Carlos Mariátegui, cumpliendo un deber patriótico y
filial, hemos asumido la tarea de publicar las obras completas del genial y
profundo pensador peruano. Para cumplir este propósito –venciendo obstáculos de
diverso orden– hemos recopilado cuidadosamente toda la vasta producción
intelectual de José Carlos Mariátegui, desde su viaje a Europa hasta su muerte.
Deliberadamente se ha omitido su no menos copiosa obra escrita en la
adolescencia, hasta su partida al Viejo Mundo. Respetuosos de la apreciación
que ese período de su vida le mereciera, y que irónicamente llamaba su “edad de
piedra”, no incluimos sus escritos de aquella época, que, además, poco añaden a
su obra de orientador y precursor de la conciencia social en el Perú.
La apreciación que le mereció a
José Carlos Mariátegui su producción literaria anterior a su regreso de Europa,
se expresó en un hecho acerca del cual Armando Bazán dejó el siguiente testimonio:
Al volver de Europa (1923), ordenó a sus familiares quemar todos los
recortes de sus primeros artículos, que guardaba celosamente su madre en un
viejo baúl, incluyendo en la pira sus “Cartas de Italia”, escritas ya en una
etapa superior. “No los reconozco”, les habría dicho. Comienzo ahora a
escribir. (Citado por Genaro Carnero Checa, La
acción escrita, Lima, 1964, p. 55).
Esta declaración es, por cierto,
bastante severa. Sin embargo, recuperada la aludida literatura y puestos los
marxistas ante la tarea de esclarecer el proceso intelectual de José Carlos
Mariátegui, los vituperados escritos pueden ser distinguidos en dos grupos:
uno, conformado por aquellos anteriores al viaje del maestro; otro, conformado
por aquellos publicados durante su estancia en Europa. Si el primer grupo da
cuenta de su etapa de estetismo literario y de la mayor parte de su etapa de
criticismo socializante, el segundo da cuenta de las estaciones finales de este
criticismo y de su asunción del marxismo-leninismo.
Ahora bien, el
conjunto de los escritos anteriores al retorno de José Carlos Mariátegui de
Europa, permite esclarecer: 1) que su etapa de estetismo literario es el punto
de partida de su vida intelectualmente consciente; 2) las cualidades personales
que lo llevaron al socialismo en el sentido general del término; 3) las razones
que lo condujeron, finalmente, a romper con su inicial socialismo a lo
Araquistain y asimilarse al marxismo-leninismo.
Así, pues, la
etapa de criticismo socializante aparece como el antecedente inmediato, aunque indirecto, de sus escritos
marxista-leninistas, que, desde luego, a José Carlos Mariátegui nunca se le
ocurrió sacrificarlos en una pira.
Es cierto que
los escritos mariateguianos publicados en La
Prensa, El Tiempo, Colónida, El Turf, Lulú, Mundo Limeño, Nuestra Epoca y La Razón,
«poco añaden a su obra de orientador y precursor de la conciencia social en el
Perú», sencillamente porque en ninguno de ellos hay una interpretación marxista
de algún aspecto de nuestra realidad ni una exposición teórica de alguna faceta
de la revolución peruana.
Así, pues, la
significación de Nuestra Epoca en
relación al Socialismo Peruano, es ser un antecedente indirecto de este socialismo(6) y, en relación a José Carlos
Mariátegui, es ser el punto de arranque de su orientación socialista que, en su
etapa inicial, fue, como bien se sabe, el socialismo a lo Araquistain,
socialismo rápidamente superado por su adhesión al socialismo
marxista-leninista.
Notas
[1] Como por ejemplo Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán, Ramiro de Maeztu,
Manuel García Morente, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, Fernando de los
Ríos, Santiago Casares, Manuel Azaña, Julio Alvarez del Vallo. Es
particularmente importante recordar el concepto que el maestro, ya
marxista-leninista, mantuvo de algunos de los escritores y políticos que
menciona como influyentes raigales de los jóvenes escritores que habían
empezado «a interesarse por las nuevas corrientes políticas». Sin disminuir sus
méritos intelectuales y políticos, José Carlos Mariátegui dijo de Miguel de
Unamuno: «… no es cierto que Karl Marx
creyese que las cosas hacen a los hombres. Unamuno conoce mal el marxismo. La
verdadera imagen de Marx no es la del monótono materialista que nos presentan
sus discípulos. A Marx hace falta estudiarlo en Marx mismo» (Signos y obras, p. 118). De Wilson y el
wilsonismo, entre otras cosas, sostuvo: «Ha sido un representante genuino de la
mentalidad democrática, pacifista y evolucionista. Ha intentado conciliar el
orden viejo con el orden naciente, el internacionalismo con el nacionalismo, el
pasado con el futuro» (La escena
contemporánea, p. 42); «La ideología del movimiento estudiantil careció, al
principio, de homogeneidad y autonomía. Acusaba demasiado la influencia de la
corriente wilsoniana. Las ilusiones demoliberales y pacifistas que la
predicación de Wilson puso en boga en 1918-1919 circulaban entre la juventud
latinoamericana como buena moneda revolucionaria. Este fenómeno se explica
perfectamente. También en Europa no sólo las izquierdas burguesas sino los
viejos partidos socialistas reformistas aceptaron como nuevas las ideas
demo-liberales elocuente y apostólicamente remozadas por el presidente
norteamericano.» (7 ensayos, p. 123).
Pues bien, estos ejemplos bastan para demostrar cómo, al romper con su inicial
socialismo a lo Araquistain, José Carlos Mariátegui sostuvo un juicio marxista,
certero, de los mencionados personajes, así como de algunos otros
representantes del «nuevo espíritu». Pero agreguemos algo especialmente
importante. La revista España estuvo
ligada al Partido Socialista Español, dirigido por Pablo Iglesias. Este partido
tuvo ligazón orgánica con la Segunda Internacional, renunciante ya del marxismo
y sobre la cual José Carlos Mariátegui esgrimió, como se sabe, conceptos
terminantemente deslindadores. Específicamente, de Pablo Iglesias señaló lo siguiente: «… Iglesias consiguió establecer y acreditar una agencia de la Segunda
Internacional, con el busto de Karl Marx en la fachada. En torno del busto de
Marx, sino de la doctrina, agrupó a los obreros de Madrid…» (Figuras
y aspectos de la vida mundial, t. I, p. 274). Y agregó: «… [Iglesias] redujo las reivindicaciones
socialistas casi exclusivamente al mejoramiento de los salarios y a la
disminución de las horas de trabajo. Este método le permitió crear una
organización obrera; pero le impidió insuflar en esta organización un espíritu
revolucionario.» (ibídem, p. 275).
[2] No argumentamos, sobre el
punto, en el sentido de que José Carlos Mariátegui dijo que en El Tiempo se procesó «el orientamiento
hacia el socialismo de algunos jóvenes escritores», mientras al hablar de Nuestra Epoca utilizó la frase «La
orientación socialista de Mariátegui», pues en la Presentación a “El Movimiento Obrero en 1919”, libro de Martínez de
la Torre publicado en 1928, escribió: «… “La Razón”, el diario que durante poco
más de tres meses dirigimos y sostuvimos en 1919 César Falcón y yo, y que,
iniciado ya nuestro orientamiento hacia el socialismo…» (Ideología y política, p. 182). Como vemos, diez años después de
haber hablado, a propósito de Nuestra
Epoca, de su «orientación socialista», José Carlos Mariátegui volvió a
utilizar la frase «orientamiento hacia el socialismo», de manera que la
explicación del problema de que tratamos no se encuentra en las connotaciones
distintas que normalmente tienen ambas frases («orientamiento hacia el
socialismo», «orientamiento socialista»), pues al parecer el maestro las
utilizaba como intercambiables. En cambio, es importante señalar dos
cuestiones: primero, que, mientras en la nota autobiográfica Del autor (Ideología y política, pp.
15-7), José Carlos Mariátegui habló del «punto de arranque” de su «orientación socialista», en Antecedentes y desarrollo de la acción
clasista (ibídem, pp. 96-104),
como se ha visto, se refiere al pequeño movimiento que en el diario El Tiempo hizo «un esfuerzo por dar vida
a un grupo de propaganda y concentración socialistas»; segundo, que, como se
desprende de lo anterior, José Carlos Mariátegui distinguió el punto de
arranque de su personal orientación
socialista, en el sentido general del término, del punto de arranque del
pequeño movimiento socialista reformista, punto de arranque que tuvo lugar en
1916 con las lecciones ex cátedra de
Víctor M. Maúrtua, «cuya influencia en el orientamiento socialista de varios de
nuestros intelectuales casi nadie conoce.» El esfuerzo realizado en El Tiempo aparece, pues, como una
estación del proceso del socialismo reformista. Por lo tanto, es
particularmente importante distinguir el punto de arranque de la orientación
socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido indicado, del punto de
arranque del movimiento socialista reformista, distinción que algunos se
empeñan en escamotear reduciendo el análisis de Nuestra Epoca a la persona del maestro.
[3] Dado su estilo,
creemos que los artículos sin firma La
sucesión presidencial (número 1) y El
último remiendo del Gabinete (número 2), son de José Carlos Mariátegui.
Estos artículos no han sido recogidos en la recopilación Escritos juveniles. La edad de piedra, seguramente por no llevar
firma. Creemos, además, que los comentarios que aparecen en Mirador político de ambos números, muy
posiblemente se debieron también a la pluma del maestro.
[4] En una nota al pie de este
artículo, José Carlos Mariátegui dejó escrito un evidente elogio a la marina:
«Es justicia decir que no pasa lo mismo en la marina. A la escuela naval, más
que a la escuela militar, se encaminan muchos jóvenes por vocación. La
oficialidad de la escuadra es más selecta y culta que la del ejército. Hay
también razón para que así sea. La vida en los buques favorece y auspicia el
estudio y se acomoda al gusto de los
espíritus más finos y mejor cultivados.» (p. 5). Por otro lado, como es de
conocimiento general, debido a su artículo José Carlos Mariátegui fue agredido
cobardemente por un grupo de militares a la cabeza de un oscuro teniente. Este
repudiable atropello fue denunciado por el maestro en las páginas de El Tiempo, donde, además, esclareció:
«Mi artículo no fue un estudio del problema militar. Fue únicamente un sumario
de mis ideas sobre ese problema. Fue un índice de mis observaciones. Fue,
luego, muy poco.» «Mi aspiración actual y vehemente es la aspiración de que el
ejército del Perú no se aparte de su deber. De que el ejército comprenda la
austeridad de su rol. De que el ejército no olvide que es tradicionalmente la
institución donde se conciertan, guardan y cultivan las virtudes más
caballerescas, pundonorosas y bizarras.» (Escritos
juveniles. La edad de piedra, t. 3, pp. 327 y 328).
[5] Es expresivo el hecho de que,
en una nota al pie del artículo que comentamos, José Carlos Mariátegui
escribiera: «Entre las agrupaciones mencionadas en este artículo no figura el
partido nacional democrático porque no es, sin duda alguna, un partido que
perece sino un partido que nace. Es un partido sin pasado ni presente; pero no
es un partido sin porvenir. Más propiamente: es un intento de partido. Por
ahora su calidad parece la de un club intelectual con corresponsales en
provincias y con afición a la política.» (p. 2). En el primer número de Nuestra Epoca, César Ugarte había
escrito acerca de este partido: «Queda solo el partido nacional democrático,
que hace pocos años surgió gallardamente con un vasto programa de reformas
inspiradas en tendencias progresistas muy moderadas. Hasta ahora su acción ha
sido bien inspirada; pero tímida y vacilante. No se le puede juzgar mientras no
acumule mayores elementos de acción. El mote de “futurista” que le ha dado el
vulgo es el más apropiado para expresar su significación: no es una fuerza
apreciable en el presente; lo será quizás en un futuro más o menos lejano.» (p.
4). Lo remarcable de la nota de José Carlos Mariátegui, es su idea de que el
partido nacional democrático «no es un partido sin porvenir», y de la cita de
Ugarte la idea según la cual este partido «no es una fuerza apreciable en el
presente; lo será quizás en un futuro más o menos lejano.» Así, pues, como
vemos, la reorganización de los grupos políticos no era una idea privativa de
Mariátegui ni mucho menos y, en esta condición, encerraba, de un lado, la idea
de la caducidad de los partidos burgueses tradicionales y, de otro, la
posibilidad de que los mismos pudiesen ser reemplazados por otros igualmente
burgueses.
[6] Antecedente indirecto, pues,
como lo son también el Comité de
Propaganda y Organización Socialistas y el diario La Razón.
11.06.2018.
Postscriptum
En el Perú no es posible ser
marxista si se prescinde de la Creación Heroica de Mariátegui y si no se la
defiende contra toda falsificación.
Pues bien,
desde hace ya buen tiempo, hay quienes pretenden diluir la Creación Heroica de
Mariátegui en el mapa del nebuloso socialismo en general, y, en este marco,
homologan el Centenario del Socialismo Peruano al Centenario de la revista Nuestra Epoca.
Tal pretensión
es parte de una campaña antimariateguiana que tiene como nota particular el
truco de levantar a Mariátegui para oponerse a Mariátegui.
Por lo tanto,
nos vemos en la responsabilidad de confutar las ideas de Ramón García sobre Nuestra Epoca, pues es la persona que
marca los términos de la falsificación de la verdad histórica de esta
revista.
En el artículo Nuestra Epoca (Anuario Mariateguiano, Nº 2, 1990, pp. 145-47), García reduce el
análisis de Nuestra Epoca a la
persona de José Carlos Mariátegui y, esto, es un craso error metodológico,
pero, además, es un intento de utilizar al maestro como coartada y hasta como
señuelo(1); por otro lado, García parte del prejuicio de considerar que la
mencionada revista es el punto de partida del Socialismo Peruano.
Ocurre, sin
embargo, que: 1) una cosa es el punto de arranque de la orientación socialista
de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del término, y otra el punto
de arranque del movimiento socialista reformista; 2) una cosa es el socialismo
reformista, y otra el socialismo marxista; 3) una cosa es el punto de arranque
de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido indicado,
y otra el punto de arranque del Socialismo Peruano, que, por definición, es
creación heroica en tanto aplicación creadora del marxismo-leninismo a nuestra
realidad concreta; 4) una cosa es el socialismo en el Perú, y otra el
Socialismo Peruano; 5) el socialismo reformista en el Perú tiene su propia
historia, distiguible de la historia del Socialismo Peruano, o sea, del
Socialismo Marxista-Leninista Peruano.
Así, pues,
mientras José Carlos Mariátegui puntualizó, con toda honestidad, el tipo de
socialismo que caracterizó el inicio de su «orientación socialista», García
silencia completamente esta puntualización, y, precisamente este silenciamiento
es la trampa que le tiende al lector.
Identificado,
pues, por el propio maestro, el tipo de socialismo que caracterizó a Nuestra Epoca, resulta evidente que considerar que el
Centenario del Socialismo Peruano se cumple el 22 de junio del presente, es: 1)
diluir el socialismo marxista en el mapa del nebuloso socialismo en general (no
solo, pues, la Creación Heroica de Mariátegui); 2) negar el carácter
marxista-leninista del Socialismo Peruano; 3) subastar la independencia de
clase del proletariado.
Pero esta
mistificación de los hechos históricos concernientes a Nuestra Epoca, al marxismo, al Socialismo Peruano, a José Carlos
Mariátegui, tiene, como posiblemente se sepa, la segunda intención de sentar una base ideológíca a
efecto de fundar un partido doctrinariamente heterogéneo, un partido, por lo
tanto, distinto, distante y opuesto al partido doctrinariamente homogéneo
fundado por José Carlos Mariátegui el 7 de octubre de 1928.
La verdad
histórica –accesible a toda persona inteligente y honrada–, es que el
Socialismo Peruano tiene su punto de arranque en marzo de 1921, con la
escritura del artículo El cisma del
socialismo, primer escrito marxista de José Carlos Mariátegui. Así, pues, el
Centenario del Socialismo Peruano se cumple en marzo de 2021.
Por eso, es
claro que una cosa es celebrar el Centenario de Nuestra Epoca, que coincide con el comienzo de la orientación
socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del término, y otra
celebrar este centenario como si fuese el Centenario del Socialismo Peruano.
Por lo tanto,
es evidente que la tergiversación de la verdad histórica de Nuestra Epoca que comete García, es la
base de su escamoteo del Centenario del Socialismo Peruano a favor del
centenario del socialismo reformista.
Lenin recordó
en una ocasión que a Marx no le interesaba el socialismo en general, sino el
socialismo proletario, revolucionario, marxista en lenguaje contemporáneo. Las
razones de ello son obvias.
Salvo como un
antecedente indirecto del Socialismo Peruano, a nosotros tampoco nos interesa
el socialismo en general. En el artículo Notas
sobre la creación heroica de Mariátegui II (10 de marzo de
2011), expusimos la relación entre el inicial socialismo a lo Araquistain de
José Carlos Mariátegui y su definitivo socialismo marxista.
La orientación socialista de José Carlos Mariátegui puede ser
dividida en dos grandes etapas: una primera, no marxista, y una segunda, marxista. La primera va de junio de 1918
al primer semestre de 1920. Es la etapa
del Mariátegui socialista a lo Araquistain. Es la etapa de la revista Nuestra Época, del Comité de Propaganda
y Organización Socialistas, del
diario La Razón, de la partida del
maestro a Europa en octubre de 1919 y de las primeras estaciones de su
itinerario en este continente. La segunda va del segundo semestre de 1920 al 16 de abril de 1930.
Es la etapa del Mariátegui marxista.
Es la etapa de su artículo El cisma del
socialismo, del «Comité de Génova»,
de su participación en el Congreso de Livorno, de su activismo en el Partido
Comunista Italiano, de su regreso al Perú para fundar «un
partido de clase», de sus conferencias en la Universidad
Popular Gonzáles Prada, de la revista Amauta
y el periódico Labor, de sus libros 7 ensayos de interpretación de la realidad
peruana, Defensa del marxismo, Ideología y Política y El alma matinal y otras estaciones del
hombre de hoy, de la fundación
del Partido Socialista del Perú y la Confederación General de Trabajadores, de
sus tesis presentadas al Congreso Sindical de Montevideo de mayo de 1929 y a la
Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires de junio del
mismo año, de su moción de afiliación a la Tercera Internacional, etcétera,
etcétera. Esta creación marxista, teórica
y práctica, es la Creación Heroica de Mariátegui.
El
socialismo reformista tiene su propia historia. Las lecciones ex cátedra de
Víctor Maúrtua, la revista Nuestra Época,
el Comité de Propaganda y Organización Socialistas, el diario La Razón, el periódico El Socialista, el Partido Socialista de
Luciano Castillo, son, por razones obvias, parte de la historia del socialismo
reformista, exactamente como, reclamos aparte, lo son también, con distintos
matices, el Partido Socialista Revolucionario de los años setenta, el Partido
Socialista Peruano, el PCP-Unidad y algunos otros grupos.
Como
es de conocimiento general, José Carlos Mariátegui rompió con el socialismo
reformista en la segunda mitad de 1920 y, con su artículo El cisma del socialismo de marzo del año siguiente, dio inicio a
otra historia: a la historia del
socialismo proletario, de clase, marxista-leninista.
Este
socialismo es el Socialismo Peruano, cuya
concreción marcó un antes y un después en el proceso ideológico y político del
proletariado nacional.
Lealmente autocrítico, José
Carlos Mariátegui hizo en su momento la crítica de su socialismo a lo
Araquistain, por ejemplo cuando en 1929 se refirió al Comité de Propaganda: «El
grupo tiende a asimilarse a todos los elementos capaces de reclamarse del
socialismo, sin exceptuar aquellos que provienen del radicalismo
gonzales-pradista y se conservan fuera de los partidos políticos.»
En consecuencia, ya nada más por esta observación crítica, el maestro no cabe
en una visión del Socialismo Peruano indiferente a la trascendencia sin
parangón de su ruptura con el socialismo reformista; indiferente al hecho de
que solo con su Creación Heroica el
socialismo alcanzó en nuestro medio la condición de Socialismo Peruano, el
cual, como es evidente, desde el
principio transformó radicalmente el objetivo de la lucha de clase del
proletariado.
Es
posible que subrayar el socialismo a lo Araquistain de la revista Nuestra Época, del Comité de Propaganda
y del diario La Razón, resulte un
escándalo para algunos, pero solo porque su visión de la trayectoria de José
Carlos Mariátegui no distingue entre socialismo no marxista y socialismo marxista, o, para decirlo de otro modo,
porque diluyen el socialismo marxista en el nebuloso socialismo en general. El solo
hecho de pretender pasar el centenario del socialismo no marxista por el Centenario del Socialismo Peruano, prueba la
verdad de nuestro aserto.
Hay,
pues, quienes ven la continuidad en la trayectoria de José Carlos Mariátegui
(emoción social, ética, actitud de servir al proletariado, consecuencia con las
luchas de las clases trabajadoras, capacidad de encontrar la verdad en los
hechos), pero no son capaces de captar la discontinuidad que hay en la misma
(ruptura con el socialismo a lo Araquistain y adhesión al marxismo-leninismo),
o, para decirlo de otro modo, no son capaces de captar el hecho de que lo verdaderamente trascendental en la vida
política de José Carlos Mariátegui no fue su inicial y transitorio socialismo a
lo Araquistain, sino su definitivo socialismo marxista-leninista, su Creación
Heroica, su Socialismo Peruano, el cual, por ser tal, abrió por primera vez en
nuestra historia la posibilidad real de la lucha por el poder. No porque José
Carlos Mariátegui desempeñara un papel de primer orden en la revista, el comité
y el diario mencionados arriba, el socialismo a lo Araquistain que caracterizó
a estas experiencias deja de ser socialismo no marxista. Pero también, no
porque su inicial socialismo fuera lo que fue, su Creación Heroica no va a
tener la trascendencia que tiene.
Pues bien, en su mencionado artículo,
García pone en juego una serie de sofismas con los cuales intenta demostrar lo
indemostrable. Estos sofismas son los siguientes:
Nuestra Epoca marca una etapa
jamás olvidada por José Carlos Mariátegui. (p. 145).
Comentario: Esta
frase es diversiva, pues el problema de Nuesta
Epoca no es si José Carlos Mariátegui se olvidó o no de esta revista. Como
se sabe, ni siquiera se olvidó de sus veinte años, cuando, según él mismo, «escribía
disparates». Pero con su frase, García silencia el
hecho de que el maestro expresó su intención de quemar en una pira toda la
literatura que había producido con anterioridad a su retorno al Perú, intención
que, como es obvio, incluía sus artículos publicados en Nuestra Epoca. Para los marxistas, el problema de Nuestra Epoca es el de su lugar en
relación al Socialismo Peruano, y, en particular, en el proceso ideológico del
maestro. No obstante, como se ha visto, García pretende convertir este problema
en un mero problema de olvido o no olvido.
La
propia opinión de José Carlos Mariátegui habla por sí sola de la importancia de
Nuestra Epoca. (p. 146).
Comentario: Con
esta frase García aludió las veces que José Carlos Mariátegui se refirió a Nuestra Epoca (en 7 ensayos, en Ideología y
política), pero, como puede verificarse, lo hizo sin comentar absolutamente
los términos con los que cada vez el maestro dejó en claro el tipo de
socialismo que marcó la segunda etapa de su proceso ideológico.(2) Para los
marxistas, la importancia de Nuestra
Epoca reside en el hecho de que da cuenta de la actitud de José Carlos
Mariátegui durante su etapa de socialista a lo Araquistain («decir
la verdad»), actitud que le permitió después romper
con dicho socialismo y asumir el marxismo-leninismo.(3)
… la
salida de un periódico tan importante para José Carlos Mariátegui y para “la
lucha por el socialismo y por la organización del proletariado. (Correspondencia de José Carlos Mariátegui,
T. 2-677)” (p. 146).
Comentario: Como
vemos, García manipula una cita del maestro que data de once años y cuatro
meses después del segundo número de Nuestra
Epoca. Pues bien, es menester poner en claro que lo importante para el
socialismo y para la organización del proletariado no fue Nuestra Epoca, sino la ruptura de José Carlos Mariátegui con el
socialismo a lo Araquistain que caracterizó a esta revista y su asimilación al
marxismo-leninismo en 1920, ruptura y asimilación que le permitieron después
plantear su proyecto de un partido de masas y de ideas que, como se sabe,
comenzó a concretarse en el Partido Socialista del Perú, partido
marxista-leninista y, por lo tanto, contrario al socialismo a lo Araquistan, al
vanguardismo genérico e indefinido en
general y a toda suerte de organización-amalgama.
No
había pasado dos meses [de la Revolución de Octubre] y un 30 de diciembre
[Mariátegui] escribía su célebre artículo Maximalismo Peruano, donde
magistralmente marcaría la orientación cardinal del socialismo peruano:
“¡Bueno! ¡Muy bolcheviquis y muy peruanos! ¡Pero más peruanos que
bolcheviquis!” (ibídem).
Comentario: Para
confutar con los hechos en la palma de la mano la frase «la
orientación cardinal del socialismo peruano»,
hay que esclarecer qué entendía entonces José Carlos Mariátegui por el término
bolchevique. Todavía el 12 de diciembre de 1918 (o sea un año después del
artículo Maximalismo peruano y cinco
meses después del segundo número de Nuestra
Epoca), el maestro escribió:
…
aquí, en esta estancia, se han reunido espontáneamente nuestros amigos y
camaradas de socialismo. A todos los ha
conmovido como a nosotros el anuncio de la paz…
Y, a
renglón seguido, ha entrado en la estancia, con los brazos abiertos, el
semblante resplandeciente y el gesto jocundo, otro de nuestros grandes bolcheviques,
el diputado por Lima señor don Jorge Prado. (Escritos juveniles. La edad de piedra, t. 8, pp. 68 y 69).
Ciertamente el lector puede darse perfecta
cuenta de que, mientras en la Rusia revolucionaria el término bolchevique
encerraba un concepto estricto y riguroso, en José Carlos Mariátegui encerraba
un concepto tan dilatado e indefinido que hasta el señor Jorge Prado y algunos
otros (entre ellos Luis Ulloa, quien a
la sazón tronaba contra «los
hambreadores del pueblo»), resultaban
bolcheviques. Este concepto dilatado e indefinido se observa igualmente en el
hecho, más expresivo aún, de que José Carlos Mariátegui consideraba «bochevique»
a Víctor M. Maúrtua, cuyo «socialismo»
no le impedía ser ministro del civilista José Pardo.(4)
Ahora bien, aparte de
lo esclarecido, la frase «más peruanos que bolcheviquis» da cuenta de la relación
entre peruanos y soviéticos, y esto es todo lo que queda de ella. Pero este
sentido limitado de la frase es distorsionado por García con su pretensión de
erigirla en «la orientación cardinal del socialismo peruano». En efecto, esta
pretensión, expresada como está expresada (¡«orientación cardinal»!, ¡«del
Socialismo Peruano»!) tiene un sentido general que, como es notorio, no
consiente la frase del maestro. Cardinal
significa fundamental, esencial, principal, trascendental; y el Socialismo
Peruano está compuesto por cuatro elementos: el ideológico, el teórico, el
político y el orgánico. Por lo tanto, por su sentido general, la frase de
García da cuenta de la relación entre el marxismo peruano y el marxismo
universal, entre el socialismo peruano y el socialismo mundial y, en este
marco, promueve, pues, que seamos «más peruanos» que marxistas, o sea, fomenta
un nacionalismo no proletario, un nacionalismo pequeño burgués, un nacionalismo
extraño al marxismo.
Pues bien, como se
sabe, el marxismo es una verdad válida para todo el mundo, es decir que, en
principio, el marxista representa una realidad supranacional, y, enseguida y
mechado a lo anterior, encarna una realidad nacional en la medida en que aplica
el marxismo a una realidad particular. Aquella supranacionalidad se expresó
desde el primer momento, cuando Marx y Engels proclamaron: ¡Proletarios de
todos los países, uníos! Por eso, la relación entre el marxista y su nacionalidad
(que es una forma en que se expresa la relación entre lo universal y lo
particular) no es una cuestión que pueda ser resuelta a favor de uno u otro
término: no podemos ser más peruanos que marxistas, porque ello representaría
un cierto nacionalismo que ve en el marxismo algo ajeno a nuestra realidad, y
no podemos ser más marxistas que peruanos, porque ello representaría un
universalismo en alguna medida indiferente a lo peruano. Por cuanto es una
verdad universal, el marxismo no es algo foráneo con respecto a la realidad
peruana. Por eso, ya marxista-leninista, José Carlos Mariátegui escribió: «Ninguna idea que fructifica, ninguna idea que se aclimata, es una idea
exótica.»
(Peruanicemos al Perú, p. 40). Por
eso escribió también: «El Perú es un fragmento de un
mundo que sigue una trayectoria solidaria.» (ibídem, p. 38).(5) Así, pues, la teoría del Socialismo
Peruano es solo una forma de la verdad universal del marxismo-leninismo, y la
revolución peruana es solo una parte de la revolución proletaria mundial. Es
decir, tanto la teoría del Socialismo Peruano como su concreción práctica
aparecen como un caso de la unidad de lo universal y lo particular. Por eso, la
identidad de los marxistas tiene dos aspectos, a saber: su ideología y su
nacionalidad. Por eso, puesto ante la necesidad de resumir en una frase el
SENTIDO de sus célebres 7 ensayos de
interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui no repitió,
en ninguna forma, la frase de su etapa de socialista a
lo Araquistain, sino que escribió esta otra: «Por
los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos
acercando cada vez más a nosotros mismos.» De
esta forma subrayó que el marxismo nos permite ser peruanos en el sentido más
pleno de la palabra. Los marxistas –así como los hombres en general, como todos
los pueblos sin excepción– tienen una existencia nacional, pero su personalidad
no se realiza plenamente sino cuando expresan su esencia universal; por esto,
en su actividad revolucionaria deben saber alcanzar la plenitud de su
personalidad mostrándose superiores a toda limitación o, para decirlo de otro
modo, deben saber alcanzar la más perfecta unidad de sentimiento autóctono y pensamiento universal, según la formulación mariateguiana. Y basta fijarse en
el pensamiento de Mariátegui para comprobar la verdad de dicha formulación:
¿alguien, en su sano juicio, puede decir, acaso, que el pensamiento de
Mariátegui es más peruano que marxista o, a la inversa, más marxista que
peruano? Probadamente, el pensamiento de Mariátegui es marxismo peruano, es decir, es la fusión –precisamente la fusión–
de la verdad universal del proletariado con la realidad peruana.(6) Por lo
tanto, en principio la universalidad no niega la particularidad, sino que permite
su desarrollo hasta su plenitud.
Como es de
conocimiento común, en el comunismo global no existirán ya las nacionalidades,
pero, en cambio, no desaparecerá la concepción marxista del mundo, es decir, la
nacionalidad de la gente en general se habrá disuelto en la universalidad de la
humanidad liberada por fin de la forma nación de la particularidad, pero entonces
el mundo será un mundo donde todos los hombres y todas las mujeres serán
marxistas.
No obstante, como
se ha visto, García se mueve en la superficie de los hechos; particularmente,
silencia aquellos que están detrás de las afirmaciones de José Carlos
Mariátegui, llegando incluso a retorcer el significado de las mismas. De esta
forma pretende escamotear el análisis concreto del problema concreto, el
análisis profundo de un problema ciertamente definitorio.
…
Nuestra Epoca muestra que ésta [la cuestión del poder] es la enseñanza cardinal
que asimila, defiende y difunde José Carlos Mariátegui. De ninguna manera es
casual que su primer artículo sea “Malas tendencias, el deber del Ejército y el
deber del Estado” (sic)… De ninguna manera es casual que su segundo artículo
sea “Temas del día. La reorganización de los grupos políticos… Y de ninguna
manera es casual que al unísono con la publicación del primer periódico
socialista peruano José Carlos Mariátegui impulse la organización del Comité de
Propaganda Socialista… (p. 147).
Comentario: La
verdad, sin embargo, es que en ninguno de los artículos de José Carlos
Mariátegui publicados en Nuestra Epoca,
se plantea la cuestión del poder y, por lo tanto, sostener, como sostiene
García, que con su crítica al planteamiento armamentista del coronel
Ballesteros y su llamado a que el ejército y el Estado peruanos cumplan su
deber, el maestro estaba planteando la cuestión del poder, es decir, la
cuestión de la revolución, es, por cierto, una completa tergiversación.
Asimismo, sostener, como sostiene García, que con su comentario sobre la
caducidad de los partidos burgueses tradicionales, José Carlos Mariátegui
estaba planteando la cuestión del partido del proletariado, es, igualmente, una
completa tergiversación. La cuestión del poder aparece únicamente en los dos
artículos de César Falcón y en el artículo de Carlos del Barzo, y, como se ha
visto, en términos reformísticos. Por otro lado, es notorio que, al calificar a
Nuestra Epoca de «primer
periódico socialista peruano»,
García silencia que José Carlos Mariátegui remarcó que dicha revista estuvo «influida
por la “España” de Araquistain». Así,
pues, es claro que nuestro personaje no hace diferencia entre el socialismo
reformista y el socialismo marxista, y que, en consecuencia, lo que le
interesa, contrariamente a Marx, es el nebuloso socialismo en general, y no el
socialismo proletario en particular.(7)
El
socialismo es una nueva época en la historia mundial, un nuevo modo de
producción; eso es lo que afirma José Carlos Mariátegui cuando declara que
“Sacamos este periódico y le ponemos el nombre Nuestra Epoca porque creemos que
comienza con nosotros una época de renovación que exige que las energías de la
juventud se pongan al servicio del interés público. (ibídem).
Comentario: La
afirmación de García es una mentira evidente. Hasta la propia afirmación de
José Carlos Mariátegui que cita, lo desmiente categóricamente, pues en ella no
hay ninguna alusión a la época histórica que vive la humanidad, y, todavía más,
en lo que sigue (y que García se cuidó de citar), el maestro dejó en claro que
el título de la revista se debió a una razón nacional: «…en
plena juventud, comprendemos nuestro deber de concurrir a esta reacción
nacional con toda nuestra honradez y con toda nuestra sinceridad ardorosas y
robustas». A buen entendedor, pocas palabras: «una
reacción nacional» ante «…
los intereses creados y… las gentes incapaces que, amparados por esos apellidos
sociales y esas reputaciones falsas que decoran este teatro criollo y estúpido
nacional…».
Compare el lector
la mentira de García con el siguiente comentario de Alberto Tauro:
Aun el título dado a Nuestra Epoca
debe ser analizado: porque sugiere una aguda percepción de las proyecciones
determinadas por el momento histórico, y una implícita decisión de abordar las
tareas exigidas por la acción social. Denota un definitivo alejamiento de la
frivolidad que José Carlos asumiera durante los años de su iniciación (como en El Turf y Lulú); e inclusive el abandono de esa nostalgiosa evocación del
pasado, más o menos contaminada por el romanticismo tradicionalista, que asoma
en sus piezas teatrales. No se asocia tampoco a una preocupación meramente
literaria (que antes animara a los editores de El Modernismo, Contemporáneos,
Cultura y El Aquelarre, por ejemplo); ni a una inquietud afectada por el
snobismo (como en el caso de Colónida).
Por lo tanto, insinúa la superación de las ficciones que idealizaron los
viejos tiempos, el abandono de la reverencia a los modelos impuestos por el
quietismo conservador, y aun la voluntariosa asunción de cierto protagonismo en
la cambiante escena del momento. En sus tácitas implicancias anuncia testimonio
y crítica de la realidad. Y parece obedecer a indudables proyecciones
dialécticas, en cuanto apunta a negar la eficacia de las categorías
deterioradas por el usufructo del poder, y adelanta la necesidad de preparar el
futuro. (Sobre la aparición y la
proyección de Nuestra Epoca, edición facsimilar de Nuestra Epoca, p. 9).
Esta opinión es una reflexión
honrada, sin prejuicios, sin segundas intenciones, ajustada a la verdad
histórica de Nuestra Epoca.
Lenin
enseñaba con el ejemplo de una revolución triunfante la necesidad de demoler la
maquinaria estatal, el aparato “burocrático-militar”.
Pues
bien, Nuestra Epoca muestra que ésta
es la enseñanza cardinal que asimila, defiende y difunde José Carlos
Mariátegui. (p. 147).
Comentario: La verdad es que en
ninguna parte de los dos números de Nuestra
Epoca se defiende y se difunde la necesidad de demoler el aparato
burocrático-militar del Estado burgués. El análisis de los artículos de José
Carlos Mariategui prueba absolutamente esta verdad, y los artículos de César
Falcón y Carlos del Barzo, que en algunas partes tocan la cuestión del poder,
lo hacen, reiteramos, en términos reformísticos. La mentira de García es, pues,
escandalosa. Y, es precisamente sobre la base de esta mentira que fabrica el
juego de palabras que pasamos a examinar.
… Nuestra Epoca nos muestra y demuestra
que José Carlos Mariátegui era ya marxista antes de ser marxista. No es casual
que declarara: “He madurado más que cambiado.” (p. 147).
Comentario:
Nadie es marxista antes de ser marxista, sencillamente porque para ser marxista
no basta compartir la idea de la toma del poder en algún país (o alguna otra
idea específica), sino que es necesario adherir a la concepción, el punto de
vista y la posición del marxismo. Pero, el gusto de García por la frase sonora
y efectista, hace que, con aquella que nos ocupa, de hecho convierte en
marxistas (marxistas in se, diría él)
a todos los socialistas que, no obstante el reformismo que los caracterizó
hasta el fin de sus días, en un principio batieron palmas por el triunfo de la
revolución en Rusia. Pongamos, adicionalmente, dos ejemplos al margen de lo
dicho. José Ingenieros, quien, como se sabe, saludó honradamente la Revolución
Rusa, nunca fue marxista. Y más acá, el «comandante
Cero», quien no solo estaba de acuerdo con la
toma del poder sino que, en Nicaragua, contribuyó prácticamente a ello,
igualmente nunca fue marxista. Es decir la idea de la toma del poder es común a
todo revolucionario, y no pertenece en exclusivo a los marxistas. Por otro
lado, es menester resaltar que la mentira de García prueba que no entiende el
sentido de la frase mariateguiana «Más
que cambiado he madurado» (que
cita, como hemos visto, para acreditar su juego de palabras), pues, como ha
quedado demostrado, ella se refiere a los valores morales que maduraron en la
personalidad de José Carlos Mariátegui en el proceso de su formación
espiritual, y no al camino que recorrió desde su efímero socialismo a lo
Araquistain hasta su definitivo marxismo-leninismo. En suma, el juego de
palabras de García y la manipulación que comete de la mencionada frase
mariateguiana, pone en evidencia su concepción evolucionista vulgar del proceso
ideológico del maestro.
En
1918 José Carlos Mariátegui era marxista in
se. Desde 1923, José Carlos Mariátegui fue marxista per se. Ese es el mensaje que nos deja Nuestra Epoca. (ibídem).
Comentario: De
hecho, esta afirmación está ya confutada. Pero es necesario hacer una
rectificación: José Carlos Mariátegui no fue marxista desde 1923, como cree
García, sino desde la segunda mitad de 1920, lo cual se puso de manifiesto, por
primera vez, en el artículo El cisma del
socialismo, escrito en marzo de 1921. Por lo tanto, aquello de «Ese
es el mensaje que nos deja Nuestra Epoca», es
una frase vacía, una frase que no representa ninguna realidad que no sea el
embrollo que su autor tiene en la cabeza.
Pues bien, seducido
por la palabrería de García, Gustavo Pérez escribió:
Con la acuciosa
sencillez que le caracteriza, el compañero Ramón García ha vuelto a poner sobre
el tapete “El camino propio” de J.C. Mariátegui, ilustrándonos sobre esta
expresión suya, a propósito de su artículo “La sucesión presidencial”,
publicado sin firma el 22/06/1918, en la
columna “Mirador político”, de “Nuestra época. (Reflexiones sobre “El camino propio” de Mariátegui).
Comentario: Como ha quedado demostrado
documentadamente en nuestro ensayo, la frase «camino propio» da cuenta de que con Nuestra
Epoca José Carlos Mariátegui y César Falcón bosquejaron un camino
independiente con respecto a la política criolla y sus hombres. Pero, como se
desprende de la cita de Pérez, García retuerce esta verdad de la manera más
desvergonzada.
En resumen, García tergiversa la
verdad histórica de Nuestra Epoca,
diluye el marxismo en el nebuloso socialismo en general, mistifica el
Socialismo Peruano, falsifica la filiación doctrinal de José Carlos Mariátegui,
tergiversa la verdad histórica del Partido Socialista del Perú, etcétera,
etcétera, etcétera, y, sobre esta base espuria, pretende liquidar el partido de
clase en toda la extensión de la izquierda peruana.
Ahora bien, en
el artículo Admonición trascendental
(Anuario mariateguiano, Nº 3, 1991,
pp. 153-54), García escribió:
José Carlos Mariátegui entendió la revolución como renovación, como
palingenesia, como Resurgimiento. (p. 154).
Y, para no perder la costumbre,
pretendió solventar su afimación tergiversando el pensamiento de José Carlos
Mariátegui. Veamos esto.
En su
mencionado artículo, García reseñó algunas afirmaciones del maestro, y
quienquiera que sepa leer las mismas tiene que darse cuenta de que hubo un
momento en que José Carlos Mariátegui desahució el término renovación.
En efecto, las
primeras afirmaciones mariateguianas sobre el punto citadas por García, tienen
fechas que van de junio de 1918 a noviembre de 1927; pero, como ya recordamos
en nuestro ensayo, en el editorial Aniversario
y balance el maestro desahució el término renovación, y, no obstante que
García copia la parte donde ello aparece, ¡no se dio cuenta del deshaucio!
Este desahucio se
debió a que, en 1928, decantadas las posiciones en el variopinto socialismo de
la época, el término renovación y otros aparecían «…demasiado
genéricos y anfibológicos», pues bajo ellos empezaban «… a
pasar gruesos contrabandos.»
El contrabando que
pretende pasar García con su artículo, empieza a revelarse con solo preguntar: ¿La revolución es renovación de qué? ¿Palingenesia de qué? ¿Resurgimiento
de qué?
Y termina por
revelarse completamente cuando se asimila de verdad el significado de la
siguiente afirmación de José Carlos Mariátegui, silenciada por García:
… una
revolución continúa la tradición de un pueblo, en el sentido de que es una
energía creadora de cosas e ideas que incorpora definitivamente en esa
tradición enriqueciéndola y acrecentándola. Pero la revolución trae siempre un
orden nuevo, que habría sido imposible ayer. La revolución se hace con
materiales históricos; pero, como diseño y como función, corresponde a
necesidades y propósitos nuevos. (Temas
de nuestra América, p. 93).
La revolución, dice Mariátegui, no dice la
renovación. Esto en primer lugar; en segundo, dice que la revolución enriquece
la tradición de un pueblo, pero que trae
siempre un orden nuevo, pues como
diseño y como función corresponde a necesidades y propósitos nuevos: dictadura
del proletariado, lucha por la realización del comunismo, para decirlo en
términos bastante generales. Por eso el concepto de revolución es mucho más
rico, mucho más profundo, mucho más multilateral que el concepto de
renovación.(8)
Pero, por lo visto,
con su «renovación», su «palingenesia»,
su «resurgimiento», García escamotea la esencia
de la revolución: la creación de «un
orden nuevo».
Por otro lado, en
el mismo artículo, entre las varias versiones sobre
las palabras finales de José Carlos Mariátegui dirigidas a sus compañeros de
partido, García eligió la de Eudocio Ravines: «No puede haber renovación sino
sobre la base de grandes principios… Trabajen mucho.» Pero antes de elegir, García escribió: «José Carlos Mariátegui ¿dijo
“revolución” o “renovación”?» (p. 153). E
hizo esta pregunta porque Guillermo Rouillón, en el segundo tomo de su libro La creación heroica de José Carlos
Mariátegui, dice que las palabras del maestro fueron las siguientes: «¡La
revolución sólo se podrá hacer en base a grandes principios!». Pero García eligió la versión de Ravines porque, según cree, es «la
versión mejor registrada en contenido y forma, esencia y estilo», porque «La da como testigo presencial» y porque el testigo «poseía memoria fotográfica» (p. 154), es decir que, según García, ¡Ravines VIO las palabras de José
Carlos Mariátegui!(9)
Por el contexto
general del artículo que comentamos, puede decirse que la elección de García se
debió a que en la versión de Ravines aparece la palabra renovación, palabra
desahuciada por José Carlos Mariátegui a favor de la palabra revolución.(10)
Pues bien, todo
indica que el contagio del revisionismo ha turbado la conciencia de García
hasta el punto de que pretende ver marxismo donde no hay marxismo y no ver
socialismo reformista donde hay socialismo reformista, etcétera, etcétera,
etcétera.
Naturalmente, «cada cual tiene perfecto derecho a
abordar los problemas como quiera. Pero hay que distinguir el modo serio y
honrado de hacerlo, del que no es honrado.» (Lenin).
Como se ha visto, el modo de abordar los problemas de
García no es serio ni es honrado y, esto, prueba que sus «grandes principios» se expresan en
las falsificaciones que comete de la revista Nuestra Epoca y, en general, de la Creación Heroica de Mariátegui y
del marxismo-leninismo.
Notas
[1] Al silenciar el tipo de
socialismo que caracterizó el inicio de la orientación socialista de José
Carlos Mariátegui, García diluye el marxismo en el nebuloso socialismo en
general, y, al no distinguir entre el punto de arranque de la personal
orientación socialista del maestro y el punto de arranque del movimiento
socialista reformista, escamotea este último punto, el cual, como lo hemos
demostrado en nuestro ensayo con las propias palabras de José Carlos Mariátegui,
tuvo lugar con el comienzo de las lecciones ex cátedra de Víctor M. Maúrtua.
Todo esto prueba lo que hemos señalado: que, en sus afanes liquidacionistas,
todo lo que hace García es utilizar a José Carlos Mariátegui como coartada y
como señuelo.
[2] Contra esta consideración
García puede decir que en su artículo citó tal cual las declaraciones de José
Carlos Mariátegui sobre Nuestra Epoca,
pero ello fue así sencillamente porque, como es obvio, no tenía manera de
evitarlo. El problema reside, entonces, en otra cosa: en el hecho de que García
no analizó en absoluto las puntualizaciones mariateguianas sobre el tipo de
socialismo que caracterizó el inicio de su «orientación socialista», y, por lo tanto, no distinguió el socialismo reformista del socialismo
marxista sino que disolvió este último en el primero. Por consiguiente, la
conclusión no puede ser otra: con su artículo García pretendió contagiar al
lector su deliberado daltonismo político, es decir, pretendió que el lector no
fuera capaz de ver y asimilar la verdad de las aludidas puntualizaciones
materiateguianas y, así, se inclinase ante los sofismas y las falacias con las
que ha tergiversado la verdad histórica de Nuestra
Epoca, lo cual, desde luego, solo pudo ocurrir entre los miembros de su
claque, pues, al margen de los mismos, más
de uno debió leer con una sonrisa su
artículo; pero nosotros preferimos analizar el mismo, y el resultado está a la
vista.
[3] Como enseña la experiencia, al
marxismo se llega directamente, es
decir, sin haber tenido previamente una posición ideológica definida; o indirectamente, o sea rompiendo con
alguna forma de ideología burguesa o con alguna corriente del socialismo
reformista. Esta última fue la vía que
experimentó José Carlos Mariátegui, quien la expuso en varios textos con
una sinceridad admirable. Así, pues, la importancia que puede tener en la vida
de una persona una inicial etapa de socialismo reformista, depende del hecho de
que ella, la persona, haya sido capaz de romper con dicha etapa y asumir el
marxismo-leninismo. Porque, ¿qué importancia puede tener para la revolución el
socialismo reformista en el que se haya quedado atascado una persona que, por
esto, únicamente aspira a mejorar las condiciones de vida dentro del régimen
capitalista?
[4] Véanse los artículos Bolcheviques, aquí, en Escritos juveniles. La edad de piedra,
t. 7, pp. 54-6, El ministro bolchevique,
ibídem, pp. 75-6, El ministro bolchevique, ibídem, t. 8, pp. 129-30 y El maximalismo cunde, ibídem. pp. 171-2. Este último artículo
muestra que, todavía en enero de 1919, José Carlos Mariátegui veía en Maúrtua
al «… líder por antonomasia del socialismo peruano…». Pues bien, quienes diluyen el Centenario del Socialismo Peruano en el
centenario del socialismo reformista, deberían tener en cuenta esta percepción
del maestro, pero, por lo visto, no pueden ser coherentes con la
reivindicación del socialismo reformista que cometen con tal dilución, pues tienen
necesidad de utilizar el prestigio de José Carlos Mariátegui a efecto de
sorprender a los activistas del movimiento, cosa que no podrían lograr si,
respetando los hechos históricos, reconocieran a Maúrtua como el iniciador del
socialismo reformista en el Perú.
[5] El artículo Lo nacional y lo exótico, compilado en Peruanicemos al Perú, pp. 35-40,
constituye de hecho una negación, una superación, una ruptura de José Carlos
Mariátegui con la frase de su etapa de socialista a lo Araquistain. Lo mismo
puede decirse de sus artículos Nacionalismo
y vanguardismo, ibídem, pp.
97-107, y La nueva cruzada pro-indígena,
compilado en Ideología y política,
pp. 165-68.
[6] De lo expresado se desprende
que la «orientación cardinal» que promueve García tiene filo contra la Creación
Heroica de Mariátegui. En efecto, la propuesta de ser más peruanos que
marxistas encierra una actitud sesgada con respecto a
dicha Creación, que, como ha quedado demostrado, es la fusión de la verdad
universal del maxismo-leninismo y nuestra realidad concreta. Ahora bien, esta
actitud deja de ser sesgada cuando se revela crudamente en la negación que comete
García de la filiación marxista-leninista de José Carlos Mariátegui y, en un
plano más general, en su abjuración del leninismo, o sea, del
marxismo-leninismo.
[7] El socialismo en general es
nebuloso precisamente porque es un mapa de las más variopintas corrientes. Este
socialismo tiene su historia. Hasta la séptima década del siglo XIX, formaban
parte del socialismo en general movimientos como el mazzinista,
el proudhonista, el bakuninista, el tradeunionista, el lasalleano, y, por esta
razón, formaron parte de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Como
se sabe, la composición de esta Asociación se explica por las condiciones
ideológicas del proletariado internacional de entonces. Pero el cambio de las
condiciones (desarrollo de la lucha de clases y particularmente de la lucha
ideológica en el seno del proletariado), determinaron la ilegitimidad del
conglomerado socialista. A propósito, José Carlos Mariátegui escribió: «La
Primera Internacional, fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un
bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún
definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle
concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una
acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió
en la confusa nebulosa de la cual había emergido.» (La escena contemporánea, p. 112-13). Obsérvese que el maestro dice
«de la cual había emergido». Ahora bien, cuando José Carlos Mariátegui sostiene
que «Marx acababa de darle concreción histórica» al socialismo, se refiere, sin
que quepa la menor duda, al socialismo proletario, al socialismo
revolucionario, al socialismo marxista. Más
tarde, las corrientes del socialismo premarxista que sobrevivieron a su propia
defunción, se revelaron antimarxistas y las corrientes del socialismo
reformista que participaron de alguna forma en la revolución rusa, terminaron
por revelar su talante antimarxista. Actualmente,
cuando en nuestro medio se habla de socialismo en general, se está considerando
a corrientes de los más diversos colores: socialdemocratismo, trotskismo,
hoxhismo, kimilsungnismo, fidelismo, guevarismo, hochiminhismo,
marxismo-leninismo, marxismo-leninismo-maoísmo,
marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo, marxismo a secas, etcétera.
Este socialismo en general es, por supuesto, una «confusa nebulosa». Por eso, si en el tiempo de la Asociación
Internacional de los Trabajadores, es decir, cuando la decantación de las
diversas tendencias socialistas no se había producido aún, fue una necesidad
organizarlas a todas, ahora, cuando se sabe a ciencia cierta que el
revisionismo («liberalismo, interiormente podrido», que renace «bajo la forma de oportunismo
socialista», según correctísima opinión de Lenin), simple y sencillamente no es
marxismo, el socialismo en general no es pasible de ser definido en términos de
clase, y, por esto, es un término que contiene un concepto meramente
descriptivo, no analítico, no científico, y, por lo tanto, posee una utilidad marcadamente
limitada, lo que no quiere decir que, en determinado contexto verbal o
situacional, no pueda ser empleado con el límite correspondiente. Precisamente Mariátegui (así como Marx y Engels en
su tiempo y Lenin en el suyo) se refirió al socialismo en general al referirse
a su «orientación socialista», aunque puntualizando, como hemos visto, el tipo
de socialismo que sostuvo en el inicio de esa orientación. En cambio, como
hemos visto también, en su artículo García eludió todo análisis concreto de las
puntualizaciones mariateguianas aludidas ya varias veces y, utilizando el
término socialismo en su sentido más dilatado, más impreciso, más difuso, no
fue capaz de definir lo que entiende por socialismo en general, como tampoco ha
sido capaz de hacerlo en ningún otro lugar. Esto es particularmente expresivo.
[8] Como vemos,
José Carlos Mariátegui tenía un concepto de revolución marcadamente distinto al
que interesadamente le endilga García. Pero la falsificación del concepto
mariateguiano de revolución que comete nuestro personaje revela su propio
concepto: para él la revolución se limita a la renovación de la tradición de un
pueblo. Es decir, García tiene un concepto limitado, estrecho, unilateral de la
revolución y, de esta forma, prácticamente niega el concepto
marxista de revolución. Esto, naturalmente, en el marco de su conceptuación de
la revolución que examinamos aquí. Por otro lado, es menester subrayar que el
debate sobre los conceptos de revolución y renovación no es un debate puramente
teórico, pues quienquiera puede constatar sus consecuencias políticas: de
acuerdo a su concepción de la revolución como renovación, García apoya el
reformismo de algunos gobiernos latinoamericanos, mientras los que mantienen el
concepto marxista de revolución, apoyan las reformas de tales gobiernos pero no
su reformismo, que, como se sabe bien, todo lo que hace es maquillar el sistema
capitalista. La prueba del apoyo de García al reformismo es la nota que
escribió a propósito del artículo Venezuela:
el estado comunal, una realidad revolucionaria pendiente, de Homar Garcés,
nota donde, como se puede constatar, García no plantea ni la más mínima
observación critica al gobierno venezolano y, por el contrario, asume de hecho
el «socialismo del siglo XXI», diciendo
que este socialismo plantea el Estado-Comuna, pero silenciando que el mismo es
concebido por dicho socialismo como resultado de un proceso evolutivo y no
revolucionario, y que, en la práctica, en Venezuela ha sido el producto de una
iniciativa burocrática, y no el resultado de una revolución popular. Así, pues,
opinando concretamente sobre un gobierno concreto, García no ha podido
disimular su adhesión –más allá de románticas declaraciones generales– a la
idea revisionista de la «transición pacífica». Tanto el
artículo de Garcés (fechado el 31.10.2014) como la nota de García (fechada el
11.11.14), fueron
publicados en la red por el último de los nombrados.
[9] Ciertamente con su artículo Admonición
trascendental, García intentó presentarse como
seguidor de las últimas palabras que José Carlos Mariátegui dirigiera a sus
compañeros de partido, pero ocurre que los hechos han dado al traste con
semejante intención. Como hemos visto, su artículo sobre Nuestra Epoca es una suma de sofismas que, en conjunto, constituyen
una flagrante y desvergonzada falsificación de la verdad histórica de dicha
revista. Por eso, es menester subrayar que, si el programa político de Nuestra Epoca fue «decir la verdad», el programa
político de García es decir mentiras.
[10] En efecto, en el mismo texto donde
José Carlos Mariátegui desahució el término renovación, llama a reivindicar la
palabra revolución: «La misma palabra Revolución en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al
equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que
restituirle su sentido estricto y cabal» (Ideología y política, p. 247).
Y, efectivamente, a renglón seguido procedió a reivindicar la palabra
revolución, en el sentido de esclarecer el carácter de la revolución
latinoamericana en el marco de la revolución socialista mundial, pero, sin
duda, por razones obvias, hoy es necesario reivindicarla también en el sentido
de restituirle su sentido estricto y cabal en relación a «las pequeñas revoluciones», es decir, en
relación a las meras renovaciones.
18.06.2018.