La Gran Revolución Socialista de Octubre: Conquistas,
Distorsiones, Enseñanzas
(Con motivo
del centenario de la revolución rusa)
Eduardo
Ibarra
EL PRÓXIMO 7 DE NOVIEMBRE se cumple el Centenario de la
Revolución Rusa, que, por haberse producido el 25 de octubre según el
calendario juliano vigente entonces en Rusia, ha pasado a la historia con el
nombre de la Gran Revolución Socialista de Octubre. Este es pues su nombre
histórico. Este nombre sirve para diferenciar la revolución proletaria de
octubre de la revolución democrática burguesa de febrero. Pero desde 1918 rige
en Rusia el calendario gregoriano, y, por esto, el aniversario de la Revolución
Rusa se cumple el 7 de noviembre. En circunstancias en que el proletariado de
todos los países se apresta a conmemorar el centenario del acontecimiento que
cambió la faz del mundo, van las siguientes notas.
Conquistas
e importancia histórico-mundial de la revolución rusa
El Centenario de la Revolución Rusa se cumplirá cuando
su producto histórico, la URSS, ya no existe. Esta realidad impide limitar el
análisis de tan grande acontecimiento a sus conquistas y a su trascendencia
histórico-mundial, pues obliga a examinar las causas de sus distorsiones y a
reseñar las enseñanzas que ha dejado su experiencia.
La Revolución de Octubre nacionalizó
la tierra y la entregó en usufructo al campesinado, liquidando así el régimen
servil; proclamó la Declaración de los
derechos de los pueblos de Rusia, en la cual, entre otras cuestiones, se
estableció la igualdad de todas las nacionalidades y garantizó el derecho a la
autodeterminación; decretó una paz por separado con Alemania que le permitió al
pueblo soviético salir de la tortura de la guerra; declaró anulados los
tratados secretos firmados por el Gobierno Provisional desde febrero hasta el
25 de octubre de 1917; decretó el control obrero y el derecho de revocación; proclamó
la Declaración de los derechos del pueblo
trabajador y explotado; decretó la enseñanza gratuita y la asistencia
médica a la población a cuenta del Estado; implantó la jornada laboral de ocho
horas; asumió los costos del seguro social de los trabajadores en caso de
enfermedad, inutilidad para el trabajo y paro; dio inicio a la incorporación de
las masas trabajadoras a la administración del Estado.
Además, la Revolución de Octubre
confiscó las empresas del Estado burgués-terrateniente; asumió la dirección del
Banco de Estado, nacionalizó los bancos privados y declaró la banca monopolio
estatal; anuló los empréstitos exteriores que el gobierno zarista y el Gobierno
Provisional habían recibido del extranjero; confiscó las empresas capitalistas;
nacionalizó el transporte, la flota mercante y el comercio exterior; introdujo
la planificación de la nueva economía; estableció el control y la contabilidad
de la producción y la distribución.
Estas fueron las principales
conquistas de la Revolución de Octubre en los primeros tiempos de su existencia.
Pero, sin duda, su conquista más
importante fue la destrucción del aparato principal del Estado burgués y el establecimiento
del poder de los Soviets. De esta forma marcó el camino de la revolución
proletaria mundial y, por tanto, el inicio de la lucha del proletariado
internacional por el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad. Esta
es su trascendencia histórico-mundial.
Las vicisitudes de la Revolución de
Octubre tienen que ser analizadas a partir de las condiciones concretas de su
desarrollo y, al mismo tiempo, teniendo en cuenta los principios de la
dictadura del proletariado que Marx y Engels derivaron de la Comuna de París de
1871.
La Comuna
de París y la dictadura del proletariado
La Comuna de París fue el resultado de la acción espontánea
del proletariado parisiense. Producida en unas condiciones inmaduras para la
revolución proletaria desde el punto de vista histórico-mundial, debido a la
concurrencia de una serie de factores significó un verdadero salto hacia
adelante: descubrió la forma de la dominación política del proletariado, es
decir, el tipo de Estado con las características necesarias para llevar
adelante la lucha por la realización del comunismo.
En efecto, la Comuna de París
demolió el aparato estatal de la burguesía e instauró un tipo de Estado que,
según señaló Engels, no era ya un Estado en el sentido estricto de la palabra,
sino un semi-Estado, un Estado en extinción.
¿Por qué la Comuna de París fue un
Estado en extinción? Porque sus funciones no fueron ejercidas por aparatos
especializados sino por las clases trabajadoras.
El descubrimiento del Estado en
extinción fue la esencia de la Comuna y
su enseñanza fundamental.
Lenin señaló con razón: «Los
creadores de la Comuna de París no la comprendían, la creaban con la genial
intuición de las masas despertadas, y ni una sola fracción de los socialistas
franceses tenía noción de lo que hacía.» (Obras
escogidas en doce tomos, Editorial
Progreso, Moscú, 1976, t. VIII, p. 41).
Precisamente esta acción espontánea
del proletariado parisiense fue elevada por Marx y Engels al nivel de la conciencia
teórica. Al respecto, Lenin señaló: «Sin caer en utopías, Marx esperaba que la experiencia del movimiento de masas
daría respuesta a la pregunta de qué formas concretas tendría la organización
del proletariado como clase dominante y de qué modo esta organización sería
compatible con “la conquista de la democracia” más completa y consecuente.» (ibídem, t. VII, p. 38; cursivas en el
original).
Marx y Engels analizaron la Comuna
de París desde el punto de vista de la realización del comunismo. Es decir, el
socialismo no fue concebido por ellos como un fin en sí mismo, sino como un
período de transición al comunismo, meta universal del proletariado. Por eso ambos
se declararon comunistas.
Los blanquistas formaban la mayoría
en el Consejo de la Comuna de París y los proudhonistas la minoría y, como es
de conocimiento general, ambas tendencias eran opuestas a la dictadura del proletariado.
Recuperados de la sorpresa que significó para ellas el resultado inmediato de
la acción del proletariado parisiense, el doctrinarismo que las caracterizaba hubiera
aflorado más temprano que tarde: con su concepción de un puñado de
conspiradores como vanguardia y su consecuente menosprecio por el vínculo con
las masas trabajadoras, los anarquistas eran adversarios de la dictadura del
proletariado, y, con su idea de perpetuar la pequeña propiedad privada y su
rechazo a la lucha de clases y la revolución proletaria, los prodhounistas
también eran adversarios de dicha dictadura.
Pero la Comuna de París duró 72 días
y, por esto, sus contradicciones internas no tuvieron tiempo de desarrollarse. Sin embargo, cualquier marxista puede darse
cuenta de cuáles pudieron ser las consecuencias del desarrollo de dichas
contradicciones si la Comuna de París no hubiera caído.
Mao sostuvo respecto a esta cuestión:
«Si la Comuna de País no hubiese caído, si hubiese resultado victoriosa, en mi
opinión, ya se habría transformado en una comuna burguesa. Esto hubiese sido
así porque era imposible que la burguesía francesa le permitiera a la clase
obrera tener tanto Poder político. Este es el caso de la Comuna de París.»
(citado por Bob Avakian, en ¿Conquistar
el mundo? Deber destino del proletariado
internacional, charla ofrecida en 1981 y publicada en 1982 en Revolución, edición especial, Nº 50, p.
4).
Como vemos, Mao se contradice: primero
dice que de no haber caído, la Comuna de París se hubiese transformado en una
comuna burguesa, es decir que, por sus contradicciones internas y la influencia
de la ideología burguesa sobre sus funcionarios y aún sobre sectores de las
propias clases trabajadoras, la Comuna de París habría degenerado; pero,
enseguida, sostiene que esto se hubiese producido porque la burguesía francesa no
le habría permitido a la clase obrera tener tanto poder político. ¿Cómo la
burguesía no le habría permitido al proletariado parisiense tener tanto poder?
La respuesta no puede ser sino una sola: por medio de las armas. Por tanto, en
este caso la Comuna de París no habría tenido tiempo de convertirse en una
comuna burguesa. Es claro, entonces, que la segunda parte de la afirmación de
Mao contradice a la primera, pero, al margen de esto, esta parte es razonable:
de no haber caído, por las razones expuestas más tarde o más temprano la Comuna
de París se hubiese transformado en una comuna burguesa.
Como señaló Engels, la Comuna de
París fue la tumba de las tendencias del socialismo no marxista (blanquistas y
prudhonistas). En el período que se abrió con la derrota
de la Comuna, esas tendencias y algunas otras destacaron al primer plano de su
teoría y de su práctica sus aspectos más marcadamente antimarxistas, realidad
que quedó confirmada en la Revolución Rusa, cuando mencheviques y eseristas se
opusieron –incluso mediante la violencia– al poder soviético.
En el aludido período,
pues, el marxismo, a más de obtener una gran victoria sobre los diversos
socialismos no marxistas, se afirmó como la única tendencia partidaria de la
dictadura del proletariado.
En la Comuna de París no existieron
partidos en el sentido moderno del término. Pero esta realidad se explica
porque entonces, séptima década del siglo XIX, el movimiento obrero europeo
apenas comenzaba su proceso de organización política. El Partido Obrero
Socialdemócrata Alemán había sido fundado apenas en 1868; el grupo Emancipación
del Trabajo fue fundado en 1883 (y el partido propiamente dicho, el Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia, fue fundado en 1903); la Federación
Socialdemócrata de Inglaterra se fundó en 1884; el Partido Obrero de Bélgica y
el Partido Obrero de Italia se fundaron en 1885; el Partido Obrero Francés se
fundó en 1882, once años después de la Comuna de París; etc.
Por tanto, la ausencia de un partido
marxista en la Comuna de París se desprendió de las condiciones históricas de
la época, y no de ningún principio.
Más aún: precisamente la experiencia de la Comuna demostró la necesidad de que
el proletariado cuente con una vanguardia marxista.
Por eso, después de la experiencia
de la Comuna, el objetivo de la Segunda Internacional no fue otro que la
organización de partidos marxistas de masas: mientras la Asociación Internacional
de los Trabajadores agrupó a las diversas tendencias del socialismo en general
de la época, la Segunda Internacional afirmó abiertamente su filiación
marxista.
En la Ideología Alemana, Marx y Engels señalaron que el comunismo es el «…
movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones
de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente.»
Precisamente, la Comuna de París fue
producto de ese «movimiento real».
Ahora bien, el surgimiento del
marxismo fue la expresión teórica de ese mismo «movimiento».
Por tanto, es claro que la necesidad
de que el proletariado cuente con una vanguardia marxista surge también del
«movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.»
Por eso, dicho «movimiento» se
presenta (o debe presentarse) como la fusión de la acción de las masas trabajadoras
y la teoría marxista.
Así, pues, no existe ni puede
existir esperanza de emancipación del proletariado, de la humanidad, si no es
sobre la base de la indicada fusión.
La
revolución rusa y la dictadura del proletariado
Mientras la Comuna de París se produjo en las
condiciones del capitalismo competitivo y cuando la revolución proletaria no
estaba a la orden del día, la Revolución de Octubre se produjo en las
condiciones del imperialismo y de la vigencia de la revolución proletaria.
En segundo lugar, mientras la Comuna
de París se produjo en una ciudad con una población de unos pocos millones, la
Revolución Rusa se produjo en un inmenso país que se extiende sobre dos
continentes y que, en 1917, contaba con una población de más de ciento treinta millones
de habitantes.
En tercer lugar, mientras la Comuna
de París se produjo, como ya se dijo, en las circunstancias históricas en que el
socialismo marxista y las diversas tendencias del socialismo no marxista no se
habían decantado, la Revolución Rusa se produjo cuando todas las tendencias del
socialismo reformista habían puesto en primer plano su condición antimarxista.
En cuarto y último lugar, mientras la
Comuna de París se produjo, como ya se dijo también, sin que el proletariado
parisiense contara con un partido marxista, la Revolución de Octubre fue dirigida
por un partido de clase como el bolchevique.
La Revolución de Octubre fue la
primera revolución proletaria estable en el tiempo y la primera que hubo de
afrontar la tarea de construir el socialismo en condiciones internacionales, ciertamente
maduras para la revolución proletaria, pero, al mismo tiempo, en unas
condiciones nacionales no favorables para dicho tipo de revolución.
Lenin señaló a propósito de esto
último: «“Rusia no ha alcanzado tal nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas que haga posible el socialismo.” Todos los héroes de la II
Internacional, y entre ellos, naturalmente, Sujánov, van y vienen con esta
tesis como chico con zapatos nuevos. Repiten de mil maneras esta tesis
indiscutible y les parece decisiva para enjuiciar nuestra revolución.» (OE, t. XII, p. 387).
Como vemos, Lenin dijo «esta tesis
indiscutible», y, esto quiere decir que sabía perfectamente que, en efecto,
Rusia no había alcanzado el nivel de desarrollo necesario que hiciera posible
el socialismo.
Sin embargo, precisó: «… un pueblo
que afrontó una situación revolucionaria como la formada durante la primera
guerra imperialista, ¿no podía, bajo la influencia de su situación desesperada,
lanzarse a una lucha que le brindase, por lo menos, alguna probabilidad de
conquistar para sí condiciones no corrientes del todo para el progreso sucesivo
de la civilización?» (ibídem).
Así, pues, lo decisivo no era el hecho
de que Rusia no hubiera alcanzado el nivel de desarrollo necesario para hacer
posible inmediatamente el socialismo, sino la configuración de una situación
revolucionaria que de ningún modo el pueblo ruso podía dejar pasar.
La inmadurez para el socialismo de la
Rusia de la época, comprendía también la situación de las clases trabajadoras.
Por eso Lenin sostuvo: «Si para crear el socialismo se exige un determinado
nivel cultural (aunque nadie puede decir cuál es este determinado “nivel
cultural”, ya que es diferente en cada uno de los países de los países de
Europa Occidental), ¿por qué, pues, no podemos comenzar primero por la
conquista revolucionaria de las premisas para este determinado nivel, y lanzarnos
luego, respaldados por el poder obrero y campesino y con el régimen soviético,
a alcanzar a otros pueblos?» (ibídem,
p. 387-88). Y puntualizó: «Para crear el socialismo –decís– hace falta
civilización. Muy bien. ¿Y por qué no hemos de poder crear primero en nuestro
país premisas de civilización como la expulsión de los terratenientes y de los
capitalistas rusos y comenzar luego ya el avance hacia el socialismo? ¿En qué
libros habéis leído que semejantes alteraciones del orden histórico habitual
sean inadmisibles o imposibles?» (ibídem,
p. 388).
Y agregó algo que, notoriamente,
tiene un alcance internacional: «Nuestros Sujánov, sin hablar ya de los
socialdemócratas que están más a la derecha, no se imaginan que en general las
revoluciones no pueden hacerse de otra manera. Nuestros pequeños burgueses
europeos no ven ni en sueños que las revoluciones venideras en los países de
Oriente, incomparablemente más poblados, los cuales se distinguen
incomparablemente más por la diversidad de condiciones sociales, les ofrecerán,
sin duda, más peculiaridades que la revolución rusa.» (ibídem).
En conclusión, ningún pueblo puede
dejar pasar de largo una situación revolucionaria cuando ella le permite tomar el
poder y crear así la premisa política para comenzar
el avance al socialismo.
Por eso, tempranamente, Lenin señaló
que «… a la revolución rusa le fue fácil empezar y le es difícil seguir
adelante.» (ibídem, t. VIII, p. 66).
Como es evidente, la primera parte
de la cita alude a la cuestión del eslabón más débil, y, la segunda, a la condición
deficitaria de Rusia para la construcción del socialismo.
Después de la toma del poder, Lenin
señaló la necesidad de pasar de los «métodos a lo “Guardia Roja”» (métodos para
la toma el poder) a los «métodos de gobernar» (métodos para construir el
socialismo y avanzar la lucha por la realización del comunismo).
Y, esto último significaba afrontar
las contradicciones de la dictadura del proletariado tal como se presentaban en
las condiciones rusas.
En Crítica del programa de Gotha, Marx explicó una de las principales
dificultades del período de transición al comunismo: «De lo que aquí se trata
no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base,
sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que,
por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral
y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede.
Congruentemente con esto, en ella el productor individual obtiene de la sociedad
–después de hechas las obligadas deducciones– exactamente lo que le ha dado. Lo
que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. Así,
por ejemplo, la jornada social de trabajo se compone de la suma de las horas de
trabajo individual; el tiempo individual de trabajo de cada productor por
separado es la parte de la jornada social de trabajo que él aporta, su
participación en ella. La sociedad le entrega un bono consignando que ha
rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha
trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales
de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que ha
rendido. La misma cuota de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la
recibe de ésta bajo otra forma distinta.» «Aquí reina, evidentemente, el mismo
principio que regula el intercambio de mercancías, por cuanto éste es
intercambio de equivalentes. Han variado la forma y el contenido, porque bajo
las nuevas condiciones nadie puede dar sino su trabajo, y porque, por otra
parte, ahora nada puede pasar a ser propiedad del individuo, fuera de los
medios individuales de consumo. Pero, en lo que se refiere a la distribución de
éstos entre los distintos productores, rige el mismo principio que en el
intercambio de mercancías equivalentes: se cambia una cantidad de trabajo, bajo
una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta.» «Por
eso, el derecho igual, sigue siendo
aquí, en principio, el derecho burgués,
aunque ahora el principio y la práctica ya no se tiran de los pelos, mientras
que en el régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes
no se da más que como término medio,
y no en los casos individuales.» «A pesar de este progreso, este derecho igual sigue llevando implícita una limitación burguesa. El derecho
de los productores es proporcional al
trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo.» «Pero
unos individuos son superiores física e intelectualmente a otros y rinden,
pues, en el mismo tiempo, más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el
trabajo, para servir de medida tiene que determinarse en cuanto a duración o
intensidad, de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para
trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada
individuo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce, tácitamente,
como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los
individuos, y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. En el
fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad. El
derecho sólo puede consistir, por naturaleza, en la aplicación de una medida
igual; pero los individuos desiguales (y no serían distintos individuos si no
fuesen desiguales) sólo pueden medirse por la misma medida siempre y cuando que
se les enfoque desde un punto de vista igual, siempre y cuando que se les mire
solamente en un aspecto determinado;
por ejemplo, en el caso concreto, sólo en
cuanto obreros, y no se vea en ellos ninguna otra cosa, es decir, se
prescinda de todo lo demás. Prosigamos: unos obreros están casados y otros no;
unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual rendimiento y, por consiguiente,
a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más
que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos
inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.» «Pero
estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal
y como brota de la sociedad capitalista después de un largo y doloroso
alumbramiento. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica
ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado» (Obras Escogidas de Marx y Engels en tres
tomos, t. III, Editorial Progreso, Moscú, 1970, pp. 14-5; cursivas en el
original).
Comentando estos juicios, Lenin
señaló: «El derecho burgués respecto a la distribución de los artículos de consumo presupone también
inevitablemente, como es natural, un Estado burgués, pues el derecho no es
nada sin un aparato capaz de obligar a respetar las normas de aquél.» «De donde
se deduce que bajo el comunismo no sólo subsiste durante un cierto tiempo el
derecho burgués, sino que ¡subsiste incluso el Estado burgués sin burguesía!» «[Marx]
tomó lo que es económica y políticamente inevitable en una sociedad que brota
de la entraña del capitalismo.» (El
Estado y la revolución, ELE, Pekín, 1975, pp. 121-22; cursivas en el
original).
Así, pues, los funcionarios del
Estado de la dictadura del proletariado tienen que ejercer la función de obligar a respetar las normas del
derecho burgués, y, debido a esto, dicho Estado aparece como terreno propicio
para la formación de una nueva burguesía.
Como es obvio, la Comuna de París no
tuvo tiempo de afrontar esta contradicción, pero la Revolución Rusa hubo de
afrontarla y, lógicamente, su tratamiento era un camino prácticamente
desconocido.
Pero, naturalmente, la Revolución
Rusa hubo de afrontar otras contradicciones más: 1) la contradicción entre la
economía socialista, por una parte, y el capitalismo privado, la producción
mercantil y el capitalismo de Estado, por otra; 2) la contradicción entre la
necesidad de un Estado eficiente y un aparato económico eficaz, por una parte,
y el insuficiente nivel cultural de las masas trabajadoras y, específicamente, la
función desorganizadora de la pequeña producción, por otra; 3) la contradicción
entre el partido y la clase, etc.
En el Estado y la revolución (agosto-setiembre de 1917), Lenin defendió y
desarrolló la teoría de Marx y Engels sobre la dictadura del proletariado, y,
en el Borrador del proyecto de programa,
presentado al VII Congreso Extraordinario del PC (b) de Rusia, realizado entre
el 6 y el 8 de marzo de 1918, entre otras cuestiones ratificó el sistema
soviético como el «tipo de Estado que corresponde, vista la experiencia de la
Comuna de París de 1871… al período de la dictadura del proletariado»; sostuvo la
«Supresión del parlamentarismo» y «la unión de la gestión pública legislativa y
ejecutiva»; sustentó la «Creación de una fuerza armada de obreros y campesinos
que esté lo menos apartada posible del pueblo» y el «Armamento general
organizado de todo el país como uno de los primeros pasos hacia el armamento de
todo el pueblo»; planteó la «posibilidad de suprimir la burocracia, de valernos
sin ella; comienzo de la realización de esta posibilidad»; mantuvo «la
supresión paulatina del Estado mediante la incorporación regular de un número
mayor cada día de ciudadanos, y luego de todos los ciudadanos sin excepción, al cumplimiento directo y
cotidiano de su parte de obligaciones
en la gestión pública» (OE, t. VIII,
pp. 50-2; cursivas en el original).
Así, pues, en el curso mismo de la
revolución, Lenin se ratificó en los principios de la Comuna de París. Sin
embargo, como realista dialéctico, analizaba la dictadura del proletariado tal
como se iba realizando en Rusia, es decir, partía de la realidad y no de la teoría.
Por eso sus tesis sobre la dictadura del proletariado aparecen como una teoría
abierta, contraria a todo utopismo, pero también a todo empirismo.
A poco de la revolución de
febrero, Lenin escribió: «… los obreros
han demolido la vieja máquina del Estado. Mejor dicho: han comenzado a demolerla» (ibídem,
t. VI, p. 224; cursivas en el original). Y, dos semanas después de la Revolución
de Octubre, señaló: «… el nuevo aparato es imposible crearlo de golpe» (ibídem, t. VII, p. 292)(1).
La esencia de esta realidad fue
expresada por el propio Lenin del siguiente modo: «… el proletariado sólo
necesita un Estado que se extinga, es decir, organizado de tal modo, que
comience a extinguirse inmediatamente y que no pueda por menos de extinguirse…»
(El Estado y la revolución, p. 28).
Que
comience a extinguirse inmediatamente, pues, y no que se extinga inmediatamente.
Pero ¿cómo había que hacer para que
el Estado comience a extinguirse inmediatamente en las condiciones de un país
con un desarrollo insuficiente de sus fuerzas productivas, con un insuficiente
nivel cultural de su proletariado y, en general, de sus clases trabajadoras, y,
además, con una abrumadora preponderancia del elemento pequeño burgués y rodeado por el imperialismo mundial?
De hecho, la extinción del Estado es
un proceso prolongado, mucho más prolongado de lo que supusieron los fundadores;
y, este proceso tiene dos condiciones fundamentales: una económica, la
propiedad común de los medios de producción; y otra política, la democracia
directa de las masas.
Como es evidente, sin esas
condiciones es imposible avanzar la solución de las contradicciones de la
dictadura del proletariado y, por tanto, la lucha por el comunismo.
Pues bien, la Revolución de Octubre
dio curso a las dos condiciones fundamentales y, por esto, el Estado que surgió
de ella fue un Estado en extinción.
Pero ocurre que, no obstante el
dominio del proletariado en el proceso social de reproducción, la estructura
fundamental del mismo fue modificada solo parcialmente (y no podía ser de otro
modo), y, por tanto, las relaciones de producción resultantes no eran plenamente
socialistas; por otra parte, en la Rusia revolucionaria el ejercicio de la democracia
directa presentaba la limitación del insuficiente nivel cultural de las clases
trabajadoras(2).
Por eso, la extinción del Estado no
se presentaba como un proceso llano y lineal, sino como un proceso tortuoso
cuyas modalidades, ritmo, dificultades, fases, vueltas y revueltas eran
determinados por la realidad objetiva (nacional e internacional) y por la
situación ideológica y cultural de las masas populares.
Esta idea –que le pertenece a
Lenin–, está en consonancia con lo que Marx escribió: «La clase obrera no
esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía
lista para implantar par dècret du peuple
[por decreto del pueblo]. Saben que para conseguir su propia emancipación, y
con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la
sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por
largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las
circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales,
sino simplemente liberar los elementos de la nueva sociedad que la vieja
sociedad burguesa agonizante lleva en su seno» (La guerra civil en Francia, ELE, Pekín, 1978, p.78; cursivas en el
original).
Así, pues, la dictadura del
proletariado debe transformar no solo las circunstancias sino también a los
hombres. Y en Rusia las circunstancias y los hombres presentaban una situación
deficitaria, tal como ya señalamos.
Analizando el gobierno encabezado
por Tomás Münzer que resultó de la insurrección campesina en la ciudad de
Mühlhausen, Engels escribió: «Lo peor que puede suceder al jefe de un partido
extremo es ser forzado a encargarse del gobierno en un momento en que el
movimiento no ha madurado lo suficiente para que la clase que representa pueda
asumir el mando y para que se puedan aplicar las medidas necesarias a la
dominación de esta clase. Lo que realmente puede hacer no depende de su propia
voluntad, sino del grado de tensión a que llega el antagonismo de las
diferentes clases, y del desarrollo de las condiciones de vida materiales, del
régimen de la producción y circulación, que son la base fundamental del
desarrollo de los antagonismos de clase. Lo que debe hacer, lo que exige de él
su partido, tampoco depende de él ni del grado de desarrollo que ha alcanzado
la lucha de clases y sus condiciones; el jefe se halla ligado por sus doctrinas
y reivindicaciones anteriores, que tampoco son el resultado de las relaciones
entre las diferentes clases sociales ni del estado momentáneo y más o menos
casual de la producción y circulación, sino de su capacidad –grande o pequeña–
para comprender los fines generales del movimiento social y político. Se
encuentra, pues, necesariamente ante un dilema insoluble; lo que realmente
puede hacer se halla en contradicción con toda su actuación anterior, con sus
principios y con los intereses inmediatos de su partido; y lo que debe hacer no
es realizable. En una palabra: se ve forzado a representar, no a su partido y a
su clase, sino a la clase llamada a dominar en aquel momento. El interés del
propio movimiento lo obliga a servir a una clase que no es la suya y a
entretener a la propia con palabras, promesas y con la afirmación de que los
intereses de aquella clase ajena son los de la suya. Los que ocupan esta
posición incómoda están irremediablemente perdidos» (Las guerras campesinas en Alemania, Editorial Andreus, Cali, 1979,
p. 138).
Esta profunda observación permite, mutatis mutandis, explicarse algunos problemas del poder
soviético en los primeros años de su existencia. Por ejemplo el siguiente: al
tener que sostenerse, dadas las condiciones, en la alianza obrero-campesina, la
dictadura del proletariado hubo de favorecer a esta última clase –que no es
partidaria del socialismo, sino de la propiedad privada– y posponer algunas
reivindicaciones proletarias por las cuales el partido bolchevique había
luchado desde su fundación. De hecho, durante un tiempo hubo de favorecer al
campesinado a costa del proletariado(3), con todas las consecuencias que esto
implicaba.
Por tanto, cualquier marxista que
tenga en cuenta las condiciones concretas en que se desenvolvía la Revolución
Rusa, puede comprender sus contradicciones, sus dificultades, sus complejidades,
pero también sus potencialidades.
Lenin señaló con toda razón: «El
socialismo sería imposible si no aprendiese a aprovechar la técnica, la
cultura, los aparatos creados por la cultura burguesa, por la cultura del
capitalismo» (OE, t. X, p. 356). Y
especificó: «… es imposible… construir el comunismo con otra cosa que no sea el
material humano creado por el capitalismo. Es imposible expulsar y exterminar a
los intelectuales burgueses. Lo que se debe hacer es vencerlos, transformarlos,
refundirlos, reeducarlos, de la misma manera que es necesario reeducar en lucha
prolongada, sobre la base de la dictadura del proletariado, a los proletarios
mismos, que no se desembarazan de sus prejuicios pequeñoburgueses de golpe, por
milagro, por obra y gracia del Espíritu Santo, o por el efecto mágico de una
consigna, de una resolución o de un decreto, sino únicamente en una lucha
masiva larga y difícil contra la influencia de las ideas pequeñoburguesas entre
las masas» (ibídem, t. XII, p. 97).
Así, pues, el socialismo es
imposible sin la herencia cultural positiva del capitalismo y, por tanto, sin
el material humano culturalmente capacitado por el capitalismo. Esto fue
particularmente cierto en la Rusia revolucionaria.
Por eso, cualquier marxista puede
comprender que no se puede eliminar a centenares de miles o millones de
personas, pues de lo que se trata es de reeducarlos. Recuérdese, a propósito de
ello, que el proletariado no solo tiene que emanciparse a sí mismo, sino que
tiene que emancipar a toda la humanidad y, precisamente, solo puede emancipase
a sí mismo si emancipa a toda la humanidad(4).
El olvido de esta verdad elemental,
entre otras cuestiones, dio lugar a una experiencia tan nefasta como la de
Camboya.
Por tanto, puede decirse que la
teoría leninista de la dictadura del proletariado tiene como premisa que dicha dictadura
no es algo que surge por generación espontánea, sino una realidad que surge de
la entraña misma de la historia: el socialismo no significa una ruptura
absoluta con el pasado histórico, sino la progresiva supresión de las diferencias de clase en general, la supresión de todas las relaciones de
producción en que éstas descansan, la
supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones
de producción, la subversión de todas
las ideas que brotan de estas relaciones sociales.
El socialismo no puede, pues,
construirse sino sobre la base de la herencia material y cultural positiva del
capitalismo; en esto reside, en nuestra época, la continuidad de la historia
humana. Pero, como acabamos de ver, tampoco puede construirse sin suprimir,
progresivamente, el lado negativo de esa herencia. Es decir el socialismo continúa
la herencia positiva del capitalismo, pero a la manera proletaria, o sea,
desbrozando el camino de la realización del comunismo.
Por eso la dictadura del
proletariado no es otra cosa que la revolución permanente que debe conducir a
la ruptura con todo lo negativo de la historia pasada, o, para decirlo con
Marx, con la prehistoria de la humanidad.
En marzo de 1918, Lenin señaló: «En
nuestros Soviets existen todavía gran tosquedad y multitud de cosas inacabadas,
eso es indudable y está claro para cuantos examinen con atención su labor; pero
lo importante en ellos, lo que tiene un valor histórico, lo que representa un
paso adelante en el desarrollo mundial del socialismo es que se ha creado un
nuevo tipo de Estado. (…) A pesar de toda la tosquedad e indisciplina que
existen en los Soviets, lo que constituye una reminiscencia del carácter
pequeño burgués de nuestro país, las masas populares han creado un nuevo tipo de Estado. Y ese
tipo de Estado [a diferencia de la Comuna de París] no se aplica semanas, sino
meses; no se aplica en una ciudad, sino en un país inmenso, en varias naciones.
Este tipo de Poder soviético ha mostrado de lo que es capaz, como lo prueba el
que se haya extendido a un país tan distinto en todos los aspectos como
Finlandia, donde no existen los Soviets, pero el tipo de poder es también
nuevo, proletario. Y eso constituye una demostración de lo que es indiscutible
desde el punto de vista teórico, de que el Poder soviético es un nuevo tipo de
Estado sin burocracia, sin policía, sin ejército permanente, en el que la
democracia burguesa es sustituida con una nueva democracia: la democracia que
adelanta a primer plano a la vanguardia de las masas trabajadoras,
convirtiéndolas en legislador, ejecutor y protector militar, y crea el mecanismo
capaz de reeducar a las masas.» (ibídem,
t. VIII, p. 41). «En Rusia apenas se ha
iniciado esa obra, y se ha iniciado mal. Si comprendemos lo que hay de malo en
lo que hemos iniciado, lo subsanaremos, siempre que la historia nos brinde la
posibilidad de trabajar para perfeccionar este Poder soviético durante un
período más o menos considerable.» (ibídem,
pp. 41-2)
Estas observaciones dan cuenta de la
contradicción (no antagónica) entre el partido y la clase, entre la conciencia
marxista y el movimiento espontáneo: Lenin subrayó la influencia de la sicología
pequeño burguesa en los activistas de los soviets, las imperfecciones de estos
aparatos, sus aspectos inacabados, no obstante lo cual relevó su condición de
nuevo tipo de poder que se desarrollaba ya a lo largo de varios meses en un
país inmenso como Rusia, y, por esto, señaló optimistamente la necesidad de
perfeccionar los soviets en el curso de un período prolongado.
Lenin señaló que «Es criminal lanzar
al pueblo contra un ejército regular dotado de una técnica superior» (ibídem, p. 84). Por eso, como hemos
visto arriba, en marzo de 1918 propuso la «Creación de una fuerza armada de
obreros y campesinos que esté lo menos apartada posible del pueblo» y el «Armamento
general organizado de todo el país como uno de los primeros pasos hacia el
armamento de todo el pueblo».
La creación del Ejército Rojo (que,
hasta el fallecimiento de Lenin y durante muchos años después, cumplió su función
lado a lado con las milicias populares), tiene la siguiente explicación: desenvolviéndose
en la época del imperialismo (y estando rodeada por el imperialismo mundial),
la Revolución Rusa no pudo sino crear un ejército regular para enfrentar a los
ejércitos regulares del imperialismo(5).
Lenin señaló: «En Rusia predomina
hoy precisamente el capitalismo pequeño burgués, del que un mismo camino lleva tanto
al gran capitalismo de Estado como al
socialismo, lleva a través de una misma estación
intermedia, llamada “contabilidad y control por todo el pueblo de la producción
y distribución de los productos”. Quien no comprenda esto incurre en un error
económico imperdonable, o bien por ignorar los hechos de la realidad, no viendo
lo que existe ni sabiendo mirar a la verdad cara a cara, o bien a limitarse a
una contraposición abstracta del “capitalismo” y el “socialismo”, sin calar
hondo en las formas y fases concretas de esa transición que está sobreviniendo
hoy en nuestro país.» (ibídem, p. 158;
cursivas en el original).
Al poner entre comillas los términos
capitalismo y socialismo, Lenin quiso decir –dijo– que, quienes cometen la
aludida contraposición abstracta, revelan una idea torcida tanto del
capitalismo como del socialismo, y que, debido a esto, no son capaces de calar
en los hechos: en las formas y fases que implicaba el desarrollo de la
dictadura del proletariado en las condiciones rusas de la época.
Desde 1917 –y durante un tiempo–, el
pueblo ruso hubo de afrontar condiciones marcadas por el desbarajuste
económico, la ruina de las fuerzas productivas, el agotamiento de la población
provocado por la guerra, el paro, el hambre, la guerra civil.
En estas condiciones, a partir de
junio de 1918 comenzaron a aplicarse las medidas que, en conjunto, son
conocidas con el nombre de «comunismo de guerra». Este nombre es incorrecto y
fue asumido solo porque, debido a la guerra civil (que por lo demás se ensambló
de hecho con la intervención del imperialismo mundial), la Revolución Rusa
enfrentó una situación de vida o muerte, que obligó a priorizar la producción
para avituallar al Ejercito Rojo, lo que significó la supresión de las formas
comerciales y monetarias de distribución, la producción para el uso directo, el
requisamiento de los excedentes de grano, etc. Esta política provocó numerosos
levantamientos campesinos y aun el descontento de amplios sectores de la clase
obrera.
El «comunismo de guerra» fue un
salto hacia adelante: si la Comuna de París fue un espontáneo salto hacia
adelante en el terreno político, dadas las condiciones de sus primeros tiempos
el poder soviético se vio obligado a dar un salto hacia adelante en el terreno
económico.
Por cuanto la producción mercantil
de los pequeños productores era la economía predominante en la formación social
rusa(6), el poder soviético implementó el capitalismo de Estado(7) a fin de
combatir el relajamiento y la anarquía espontánea de la pequeña burguesía.
Luego, el «comunismo de guerra» fue
reemplazado por la Nueva Política Económica (impuesto en especie, producción
para el mercado, etc.), y, de este modo, el poder soviético trazó una política
de largo plazo para normar sus relaciones con los pequeños productores
agrícolas y, en general, con la pequeña burguesía(8).
Es decir, obligado por las
exigencias de la realidad, el poder soviético hubo de «retroceder» desde sus
«avanzadas» medidas del «comunismo de guerra».
El paro, el hambre, la guerra civil,
determinaron que el proletariado ruso experimentase una «desintegración parcial».
«En 1922, el número de obreros con empleo es inferior a la mitad del número de
preguerra: 4,6 millones frente a 11 millones en 1913, dentro de las mismas
fronteras; de esos 4,6 millones con empleo en 1922, solamente dos millones
están incorporados a las actividades industriales y 1,2 millones pertenecen al
proletariado agrícola» (Charles Bettelheim, Las
luchas de clases en la URSS, t. I, p. 155).
Al mismo tiempo, el proletariado
ruso experimentó un cambio en su composición. «Muchos de los obreros veteranos,
entre los más combativos, han caído en los frentes. Otros han sido absorbidos
por los aparatos del partido, de los sindicatos y del Estado. Y otros –sobre
todo en los grandes centros industriales– han abandonado las filas de la clase
obrera y se han reincorporado a sus pueblos de origen, impulsados por la crisis
alimenticia o por el paro. Simultáneamente, hombres y mujeres de origen burgués
y pequeñoburgués, generalmente hostiles a la dictadura del proletariado, han
penetrado en las filas de la clase obrera
para beneficiarse de las raciones de los trabajadores manuales o para
intentar que se olvide su origen de clase.» (ibídem).
Se comprende que, en la situación
descrita, el proletariado no podía
ejercer directamente su dictadura. Por eso Lenin señaló que la dictadura del
proletariado era ejercida por el proletariado a través del Partido. Y anotó: «Tratan
de intimidar a los campesinos (particularmente los mencheviques y los
eseristas, todos ellos, hasta los de “izquierda”) con el espantajo de la
“dictadura de un solo partido”, del partido de los bolcheviques comunistas.» «La
dictadura de la clase obrera es ejercida por el mismo Partido Bolchevique que
ya en 1905, y antes todavía, se fusionó con todo el proletariado
revolucionario.» (OE, t. X, p. 126). Y,
ya antes, en abril de 1918, Lenin había escrito: «Nosotros, el partido de los
bolcheviques, hemos convencido a
Rusia, se la hemos ganado a los ricos para los pobres, a
los explotadores para los trabajadores. Ahora debemos gobernarla. Y toda la peculiaridad del momento en que vivimos, toda
la dificultad consiste en saber comprender las particularidades de la transición de una tarea principal, como la
de convencer al pueblo y aplastar por la fuerza militar la resistencia de los
explotadores, a otra tarea principal, la de gobernar.»
«Por primera vez en la historia universal, un partido socialista ha logrado
coronar, en términos generales, la conquista del poder y el aplastamiento de
los explotadores y abordar de lleno la tarea de gobernar el país.» (ibídem, t. VIII, pp. 93-4)(9).
Esta cita de Lenin da cuenta del
papel de dirección cumplido por el partido bolchevique a lo largo del proceso
histórico de la revolución rusa: fusión del marxismo con la clase obrera,
esclarecimiento revolucionario en el interior de los Soviets, decisión de tomar
del poder, clarividente política que hizo posible sostener el poder soviético.
Todos estos hechos históricos dan cuenta de una diferencia sustancial entre la
Comuna de París y la Revolución Rusa.
Es conocida la lucha llevada
adelante por Lenin contra la burocracia en el Estado y en el propio partido
bolchevique, y, en general, por mantener al Estado soviético como Estado en
extinción. Incluso algunos de sus últimos textos testimonian este hecho: Discurso pronunciado en el pleno del soviet
de Moscú el 20 de noviembre de 1922; Carta
al Congreso (23-29.12.1922); Páginas
del diario (02.01.1923); Sobre las
cooperativas (4-6.01.1923), Cómo
tenemos que reorganizar la Inspección Obrera y Campesina (23.01.1923), Más vale poco y bueno (02.03.1923).
Lenin señaló: «… tenemos derecho a
hablar sólo de la extinción inevitable del Estado, subrayando la prolongación
de este proceso, su supeditación a la rapidez con que se desarrolle la fase superior del comunismo, y dejando
completamente en pie la cuestión de los plazos o de las formas concretas de la
extinción, pues no tenemos datos para
poder resolver estas cuestiones» (El
Estado y la revolución, p. 118).
Por eso las tesis leninistas
surgidas a partir de la teorización sobre los nuevos datos proporcionados por
la dictadura del proletariado en Rusia, demuestran que, igual que Marx y Engels
con respecto a la Comuna de París, el jefe bolchevique tampoco cayó en utopismo
y esperó que la práctica proporcionara los datos concretos sobre las
modalidades, ritmo, fases, etc., del proceso de extinción del Estado.
Lenin señaló: «Es una época peculiar
o, más bien, una fase peculiar del desarrollo, y, para vencer definitivamente
al capital, tenemos que saber adaptar las formas de nuestra lucha a las
peculiares de esta fase.» «Sin la dirección de las diversas ramas de la
ciencia, de la técnica, de la práctica por parte de los especialistas es
imposible la transición al socialismo, ya que el socialismo exige un avance
consciente y masivo hacia una productividad del trabajo superior a la del
capitalismo y basada en lo alcanzado por éste. El socialismo debe impulsar este
avance a su manera, con métodos
propios, y para ser concretos, con métodos soviéticos.
Pero, debido a las condiciones de la vida social que ha permitido a los
especialistas hacerse especialistas, éstos pertenecen por fuerza y en masa a la
burguesía. Si después de tomar el poder, nuestro proletariado resolviera
rápidamente el problema de la contabilidad, del control y de la organización a
escala que abarque a todo el pueblo (todo esto era irrealizable a causa de la
guerra y del atraso de Rusia), entonces, una vez vencido el sabotaje y llevando
a cabo una contabilidad y un control generales, subordinaríamos también por
completo a los especialistas burgueses. Como vamos muy “atrasados” en la
contabilidad y el control en general, pese a haber conseguido vencer el
sabotaje, no hemos creado todavía las condiciones que puedan poner
a nuestra disposición a los especialistas burgueses. El grueso de los
saboteadores “acepta el empleo”, pero los mejores organizadores y los más
grandes especialistas pueden ser utilizados por el Estado, ya sea a la antigua,
a lo burgués (es decir, mediante una elevada remuneración), o a lo nuevo, a lo
proletario (es decir, creando las condiciones que permitan ejercer la
contabilidad y el control desde abajo, por todo el pueblo, condiciones que, por
sí solas, subordinarían y atraerían inevitablemente a los especialistas).» «Hemos
tenido que recurrir ahora al viejo método burgués y aceptar los “servicios” de
los especialistas burgueses más reputados a cambio de una remuneración muy
elevada. Quienes conocen la situación lo comprenden; pero no todos se detienen
a meditar sobre el significado de semejante medida tomada por un Estado
proletario. Es evidente que tal medida constituye un compromiso, una desviación
de los principios sustentados por la Comuna de París y por todo poder
proletario, que exigen la reducción de los sueldos al nivel del salario del
obrero medio, que exigen se combata el arribismo con hechos y no con palabras.»
«Pero esto no es todo. Es evidente que semejante medida no es sólo una
interrupción –en cierto terreno y en cierto grado– de la ofensiva contra el
capital (ya que el capital no es una simple suma de dinero, sino determinadas
relaciones sociales) sino también un paso
atrás de nuestro poder estatal socialista, soviético, que desde el primer
momento proclamó y comenzó a poner en práctica la política de reducción de los
sueldos elevados hasta el nivel del salario del obrero medio.» (OE, pp. 99-100).
Estas afirmaciones expresan la digna
actitud de revolucionario proletario de Lenin, quien siempre miró cara a cara
la realidad y reconoció con franqueza que algunas medidas que inescapablemente
hubo de tomar el poder soviético, significaban un cierto apartamiento o retroceso
en relación a los principios de la Comuna de París(10).
Así, pues, Lenin entendía que tales
medidas eran impuestas por «las necesidades históricas pasajeras» (para decirlo con sus propias
palabra),
y que, por tanto, tenían un carácter transitorio(11).
Por eso señaló en otro lugar: «…
ningún socialista consciente, ningún obrero que reflexione sobre la historia de
la revolución puede discutir que, pese a todos sus defectos –que conozco
demasiado bien y aprecio perfectamente–, el Poder soviético es un tipo superior
de Estado, es la continuación directa de la Comuna de París.» (ibídem, p. 78).
Es decir, Lenin no hacía de «necesidad,
virtud».
Por eso subrayó honestamente (con
esa honestidad que no tienen algunos de sus críticos): «Desde octubre, nuestra
revolución ha marchado de triunfo en triunfo; mas ahora han empezado tiempos
difíciles y para largo; no sabemos por cuánto tiempo, pero sí que será un
período largo y difícil…» (ibídem, p.
76).
En el período que va de la
Revolución de Octubre al 6 de marzo de 1923 (fecha en la que, agravada su
enfermedad, Lenin hubo de dejar toda actividad política), el Estado soviético
presentaba una serie de limitaciones, insuficiencias, distorsiones, que tienen
su explicación en las condiciones concretas, objetivas y subjetivas, en que se
desarrollaba la dictadura del proletariado. Por tanto, tales problemas no
pueden ser entendidos por un marxista sino materialista y dialécticamente y teniendo
en cuenta la siguiente observación del jefe bolchevique: «… ¿es que puede
encontrarse en la historia un solo ejemplo de un modo de producción nuevo que
haya prendido de golpe, sin una larga serie de reveses, equivocaciones y
recaídas? Medio siglo después de haber sido abolida la servidumbre, en la aldea
rusa persistían aún no pocas supervivencias de aquel régimen. Medio siglo
después de haber sido suprimida la esclavitud de los negros en Norteamérica, la
condición de estos últimos seguía siendo, en muchas ocasiones, de
semiesclavitud. Los intelectuales burgueses, comprendidos los mencheviques y
eseristas, permanecen fieles a sí mismos al servir al capital y repetir sus
argumentos totalmente falsos: antes de la revolución del proletariado nos
tildaban de utopistas, y después de la revolución nos exigen ¡que borremos de
la noche a la mañana todas las huellas del pasado!» (ibídem, t. X, p. 16).
Es decir, Lenin no se ató las manos
asumiendo la fácil actitud utópica de que lo que había que hacerse en Rusia era
aplicar inmediatamente, a rajatabla, el modelo ideal derivado de la Comuna de
París: como materialista dialéctico, el jefe de la Revolución Rusa iba
descubriendo, a la luz de la práctica, las peculiaridades que la realidad
concreta imponía a la dictadura del proletariado en su lucha por realizar los
principios de la Comuna.
En nuestro tiempo, antileninistas
mal encubiertos pretenden también que, a la altura de marzo de 1923, la
Revolución Rusa hubiera tenido que borrar todas
las huellas del pasado.
Por eso, atribuir a Lenin la
responsabilidad del Estado burocrático-militar, es considerar los acontecimientos
de la Revolución Rusa desde la óptica del idealismo histórico.
Es, concretamente hablando, no tener
en cuenta las condiciones en que se desarrollaban las contradicciones de la
dictadura del proletariado y la lucha de Lenin contra la burocracia en el Estado
soviético y en su propio partido.
La cuestión es, pues, de método: el
marxismo exige partir de la realidad, y no de la teoría; es decir, exige partir
de las condiciones concretas para desarrollar la verdad universal,
contrariamente al dogmatismo que parte de los principios para escamotear la
realidad.
Esta verdad marcó la diferencia
entre Lenin y los leninistas, de una parte, y las distintas fracciones
opositoras en el seno del partido bolchevique, de otra: mientras el jefe de la
Revolución Rusa se ajustaba al método marxista, sus opositores levantaban los principios
sin tener en cuenta la realidad concreta; así, pues, mientras aquel mostraba su
realismo dialéctico, éstos mostraban su subjetivismo metafísico.
Y, la misma verdad marca, ahora también,
la diferencia entre quienes estudian las vicisitudes de la Revolución Rusa según
el materialismo histórico, y quienes, víctimas de un dogmatismo formal y
arrastrados por su afición por las frases altisonantes(12), no hacen otra cosa que
desahogar su antileninismo.
La participación de elementos
burgueses en el aparato del Estado soviético, en las empresas estatales y de
militares profesionales del viejo ejército en el Ejército Rojo (rodeados y
controlados todos ellos, burgueses y militares, por centenares y miles de comunistas),
es un hecho que, por imposición de la realidad, se dio desde el principio o
casi desde el principio de la revolución. Pero el Estado burocrático-militar
tal cual solo se hizo una realidad en la segunda mitad de los años de 1930,
cuando fue evidente que la dirección del PCUS no había sabido encontrar el
método adecuado para combatir la burocracia en el aparato del Estado y del
Partido (13).
Concluyamos: la teoría leninista
sobre la dictadura del proletariado no es un simple reflejo de las condiciones
en las que se desarrollaba la Revolución Rusa, sino una expresión teórica de las
tendencias históricas generales de la misma. Por eso la teoría de Lenin forma cuerpo con la
de Marx y Engels.
La
revolución de octubre y el leninismo
La significación histórico-mundial de la Revolución
Rusa no se limita al hecho de que marcó el camino de la revolución proletaria
mundial y, por tanto, el inicio del paso de la humanidad del reino de la
necesidad al reino de la libertad, sino que comprende también el hecho de que
determinó un nuevo desarrollo del marxismo: el leninismo.
Por eso, Mariátegui señaló: «La
revolución rusa constituye, acéptenlo o no los reformistas, el acontecimiento
dominante del socialismo contemporáneo. Es en ese acontecimiento, cuyo alcance
histórico no se puede aún medir, donde hay que ir a buscar la nueva etapa
marxista» (Defensa del marxismo, p. 22).
Precisamente con la frase «la nueva
etapa marxista», Mariátegui expresó la idea de que, con la obra de Lenin, el marxismo
cobró el necesario desarrollo en nuestra época.
Cualquier marxista puede reconocer
que si le restáramos el leninismo a la teoría del proletariado, no sería posible
comprender el contenido de nuestra época.
Así, pues, el leninismo es la dimensión teórica de la revolución
rusa y, en general, de las condiciones de la revolución proletaria.
Por tanto, todo marxista tiene que reconocer que el marxismo-leninismo es la dimensión teórica de la revolución
proletaria mundial.
En conclusión, no es posible reconocer realmente la trascendencia histórico-mundial de
la revolución rusa, sin reconocer el leninismo como el desarrollo del marxismo
en nuestra época.
Las
distorsiones de la dictadura del proletariado en la Rusia soviética
Lenin señaló: «Si examinamos la situación a escala
histórica mundial, no cabe la menor duda de que, si nuestra revolución se
quedase sola, si no existiese un movimiento revolucionario en otros países, no
existiría ninguna esperanza de que llegase a alcanzar el triunfo final» (OE, t. VIII, p. 9). Y agregó: «… sin la
revolución alemana estamos perdidos» (ibídem,
p.13).
Este era, en general, el pensamiento
de los marxistas rusos en los primeros años de la revolución.
Pero la revolución alemana fue
derrotada y, después, sobrevino una oleada reaccionaria que llevó al poder a
Mussolini en Italia, a Primo de Rivera en España, a Horthy en Hungría, a Hitler
en Alemania, etc.
Entonces la Revolución Rusa quedó sola
en medio del mar del imperialismo mundial, y así quedó por un período entonces entendido
como indefinido.
En tales condiciones, el socialismo fue
matizándose poco a poco con un cierto nacionalismo que, de hecho, representaba
a fuerzas sociales extrañas a la revolución. La preparación de la lucha y, con
mayor razón, la propia lucha contra el nazismo ahondaron dicha matización, y se
dio entonces el caso curioso de que, por un lado, la victoria sobre el
imperialismo hitleriano marcara el momento de mayor prestigio del socialismo a
escala mundial, pero también, por otro lado, el callejón sin salida a que había
llegado la dictadura del proletariado al no haberse encontrado el método de
lucha adecuado contra la burocracia.
Precisamente en esa situación, en Sobre el proyecto de constitución de la URSS
(noviembre de 1936), Stalin planteó la tesis según la cual no había ya clases antagónicas en la
sociedad soviética; es decir que, de acuerdo a su óptica, la burguesía no
existía ya en la URSS(14). Y, en el Informe
ante el XVIII Congreso del Partido sobre la labor del Comité Central del P.C.
(b) de la U.R.S.S. (setiembre de 1938) afirmó prácticamente que, no
obstante no existir ya las clases antagónicas, el Estado de dictadura del proletariado
debía seguir existiendo debido al cerco imperialista(15).
La verdad, sin embargo, es que en la
segunda mitad de los años treinta se dibujaron los perfiles del Estado
burocrático-militar, y, así, las distorsiones que experimentaba el Estado
socialista aparecieron como distorsiones prácticamente sin remedio(16).
En otras palabras, terminó por cerrarse
la posibilidad de que la democracia directa de las masas cumpliera su papel de
hacer que las relaciones de producción socialistas progresaran hacia su
plenitud.
En conclusión, ya entonces era una
realidad que la burguesía burocrática había alcanzado posiciones más o menos
importantes en el aparato del Estado.
Así, pues, sin proponérselo, con su tesis
Stalin anticipó «los dos todos» de Jruschov: el «Estado de todo el pueblo» y el
«partido de todo el pueblo», aunque por otro lado, pasado un tiempo –y para
dibujar la paradoja–, en el folleto Problemas
económicas del socialismo en la URSS, desarrollara la lucha contra algunas posiciones
revisionistas y expusiera la ley económica fundamental del socialismo.
Esta paradoja tiene un contenido más
amplio por cuanto comprende otros aspectos (que no es posible exponer aquí), y,
por otra parte, expresa el hecho de que, no obstante sus errores (cierto dogmatismo,
burocratismo, extralimitación de la represión), Stalin fue un gran dirigente
proletario y la evaluación de su papel al frente del partido bolchevique y del
Estado soviético y su actuación en el movimiento comunista internacional implica
de hecho evaluar la experiencia histórica de la dictadura del proletariado en la
URSS desde 1923 hasta marzo de 1953. Esta es la premisa para evaluar
correctamente a Stalin.(17)
En la segunda mitad de los años de
1950, con Jruschov a la cabeza, el revisionismo usurpó el poder y dio curso a
la subversión de la dictadura del proletariado, lo que en principio se expresó
en la destitución del «grupo bolchevique» (Molotov, Malenkov, Kaganovich,
Shepílov, etc.), en la exclusión del CC del 70% de los miembros elegidos en el
XIX Congreso del PCUS (1952), y en la expulsión, entre 1963 y 1966, de casi 370,000
militantes.
Entre el XX Congreso (1956) y el
XXII Congreso (1961) del PCUS, se configuraron las tesis centrales del
revisionismo contemporáneo: «lucha contra el culto a la personalidad», «los dos
todos», «las tres pacíficas».
Así, pues, si la tesis de Stalin
según la cual las clases antagónicas habían desaparecido en la URSS fue un
grave error, las tesis jruschovianas son revisionismo puro y simple.
Este revisionismo, restaurador del
capitalismo sobre todo bajo la forma de capitalismo monopolista de Estado,
condujo finalmente, como se sabe, a la incorporación de la patria de Lenin al
mundo capitalista basado sobre todo en la propiedad privada de los medios de producción.
Las
enseñanzas de la revolución de octubre
La restauración del capitalismo en Rusia (y en otros
países), fue una grave derrota del proletariado, de la cual, sin embargo, es
posible sacar algunas valiosas enseñanzas. Mencionemos las principales.
Primera
enseñanza.
La premisa estructural de la
restauración del capitalismo es el Estado burocrático-militar, asentado en la
condición inacabada de las relaciones de producción socialistas y en la parálisis
de la democracia directa de las clases trabajadoras.
Segunda
enseñanza.
La premisa ideológico-política de la restauración
del capitalismo es el ascenso del revisionismo al poder. El ascenso del
revisionismo al poder es el ascenso de la burguesía al poder, y el ascenso de
la burguesía al poder lleva a la restauración del capitalismo. Negar esta
realidad es pretender borrar toda oposición entre el proletariado y la
burguesía, entre el capitalismo y el socialismo, entre el marxismo-leninismo y
el revisionismo.
Brevemente, es pretender encubrir la
dictadura de la burguesía burocrática y la restauración del capitalismo.
Tercera
enseñanza.
Mientras existan las clases (así no sean antagónicas), la dictadura del
proletariado es necesaria. Incluso en las condiciones del socialismo avanzado
no puede desaparecer la dictadura del proletariado y, por tanto, el Estado no
puede extinguirse sino hasta que la desaparición de las clases y la situación
internacional permitan el paso al comunismo.
Por eso Lenin señaló: «Para suprimir
las clases, es preciso, primero, derribar a los terratenientes y a los
capitalistas… Para abolir las clases, es preciso, en segundo lugar, suprimir la
diferencia entre los obreros y los campesinos, convertir a todos en
trabajadores.» (ibídem, t. X, p.183;
elipsis nuestra).
Cuarta
enseñanza.
La lucha de Lenin contra la burocracia en el Estado y en el propio Partido, no
fue suficiente. Esto se comprende por el hecho de que la dictadura del
proletariado era entonces una experiencia embrionaria, una experiencia prácticamente
nueva. Pero en los años de 1950, no obstante la experiencia acumulada, tampoco fue suficiente la lucha de la
dirección del PCUS. Esto se explica porque esta dirección ignoró la existencia
de las clases y la lucha de clases en la sociedad soviética.
Ya en 1966, los comunistas chinos
señalaron: “En la Unión Soviética, después del establecimiento de las
relaciones socialistas de producción, no se emprendió seriamente la revolución
cultural proletaria” (véase Kostas Mavraquis, Sobre el trotskismo, Ediciones Calarcá, Colombia, 1976, p. 132). Y,
quince años después, Bob Avakian precisó: «… al terminarse la II guerra
mundial, se planteó de manera descollante cuál sería el futuro camino de la
Unión Soviética, es decir la cuestión del camino capitalista vs. el camino
socialista. En cierto sentido, se podría decir que se trataba de retomar el
camino socialista y que lograrlo hubiera requerido algo de la magnitud o
parecido a la Revolución Cultural en China, pero eso no se dio, como todos
sabemos» (¿Conquistar el mundo? Deber y
destino del proletariado internacional, charla ofrecida en 1981 y publicada
en 1982 en Revolución, edición especial,
Nº 50, p. 25).
Es decir, con la tesis según la cual
las clases antagónicas no existían ya en la URSS, la dirección del PCUS se
mostró de espaldas a la salida necesaria al dilema: ¿camino socialista o camino
capitalista?
Pero lo negativo arrojó finalmente
algo positivo: analizando la tragedia de la URSS y afrontando el mismo problema
de quién vencerá a quién en la sociedad china, Mao llegó a la teoría de la
revolución cultural proletaria como el método adecuado de avanzar la solución
de las contradicciones de la dictadura del proletariado, o, para decirlo de
otro modo, para impulsar la construcción del socialismo, conjurar la
restauración del capitalismo y desbrozar el camino al comunismo.
La revolución cultural es la
movilización política de las amplias masas populares contra la burocracia
estatal y partidaria y por la trasformación de la concepción del mundo de la
gente.
Es, brevemente, la expresión más
concentrada de la revolución permanente del proletariado.
Así, pues, la transformación de la concepción
del mundo de la gente es la condición
ideológica del cumplimiento de la mencionada triple tarea.
Ahora bien, es claro que la
transformación de la concepción del mundo significa
precisamente que la gente asimile la concepción comunista del mundo; y, por
supuesto, que la asimile no de forma estereotipada, sino de forma razonada y
vívida.
Dicha transformación es necesaria porque,
según señaló Lenin, en el socialismo el proletariado está hundido todavía en «la
sicología tradicional de la sociedad capitalista», es decir, de hecho, en la
ideología burguesa.
Ello quiere decir que el
proletariado trae consigo los hábitos y las viejas ideas de la sociedad
capitalista.
Pero no solo el proletariado, sino
en mayor grado todavía las demás clases trabajadoras, cargan con el fardo de la
cultura burguesa; y qué decir tiene de los elementos burgueses que, en
conjunto, constituyen la herencia más pesada de la vieja sociedad.
Por tanto, la dictadura del
proletariado tiene la meta de transformar la concepción del mundo de los
proletarios y demás clases trabajadoras y aun de los elementos burgueses
mediante periódicas revoluciones culturales.
Así, pues, sin la transformación de
la concepción del mundo de la gente, no hay ni puede haber avance en la lucha
por la supresión de todas las diferencias de clase en general, de todas las
relaciones de producción en que éstas descansan, de todas las relaciones
sociales que corresponden a estas relaciones de producción, de todas las ideas
que brotan de estas relaciones sociales.
Por tanto, sin la más completa
masificación de la concepción comunista del mundo, no puede haber reabsorción progresiva
de las funciones de los aparatos del Estado por las clases trabajadoras, o sea,
no puede avanzarse el proceso de extinción del Estado y, por esto, no podría darse
el paso al comunismo.
El ritmo, las fases, las vueltas y
revueltas de este proceso histórico dependen no solo de la acción consciente de
la dictadura del proletariado, sino también de las condiciones objetivas tanto
nacionales como internacionales.
Pero fuese como fuese, incluso
teniendo que volver a empezar cien veces, el camino inaugurado por la
Revolución de Octubre terminará en la extinción del Estado, en la realización
del comunismo, en la concreción del humanismo proletario en toda la tierra.
Entonces, todos los hombres y todas
las mujeres del mundo serán comunistas.
Conclusión
La derrota de la Revolución Rusa (ascenso del
revisionismo al poder, restauración del capitalismo), no niega en absoluto que
su triunfo en 1917 marcó el camino de la revolución proletaria mundial y, por
tanto, el punto de arranque del paso de la humanidad del reino de la necesidad
al reino de la libertad.
Más aún: dicha derrota le permitió al
proletariado revolucionario encontrar el método para avanzar la causa del
comunismo.
Por eso, no solo por su triunfo
glorioso, sino también por su tragedia, la Gran Revolución Socialista de
Octubre aparece como «el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo».
Notas
[1]
Pero el jefe bolchevique esclareció: «Hemos heredado la vieja administración
pública, y esta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que esta
administración trabaje contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que
tomamos el poder, los funcionarios públicos comenzaron a sabotearnos. Entonces
nos asustamos mucho y les rogamos: “Por favor, vuelvan a sus puestos”. Todos
volvieron, y ésta ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una inmensidad de
funcionarios, pero no disponemos de elementos con suficiente instrucción para
poder dirigirlos de verdad. En la práctica sucede con harta frecuencia que
aquí, arriba, donde tenemos concentrado el poder estatal, la administración
funciona más o menos; pero en los puestos inferiores disponen ellos como
quieren, de manera que muy a menudo contrarrestan nuestras medidas. Hombres
adictos, en las altas esferas, tenemos no sé exactamente cuántos, pero creo
que, en todo caso, sólo varios miles, a lo sumo unas decenas de miles. Pero en
los puestos inferiores se cuentan por centenares de miles los antiguos
funcionarios que hemos heredado del régimen zarista y de la sociedad burguesa y
que trabajan contra nosotros, unas veces de manera consciente, y otras
inconsciente. Es indudable que, en este terreno, no se conseguirá nada a corto
plazo. Tendremos que trabajar muchos años para perfeccionar la administración,
renovarla y atraer nuevas fuerzas. Lo estamos haciendo a ritmo bastante rápido,
quizá demasiado rápido. Hemos fundado escuelas soviéticas y facultades obreras;
estudian varios centenares de miles de jóvenes; acaso estudien demasiado de
prisa; pero, de todas maneras, la labor en este terreno ha comenzado y creo que
nos dará sus frutos. Si no nos precipitamos demasiado en esta labor, dentro de
algunos años tendremos una masa de jóvenes capaces de cambiar radicalmente
nuestra administración.» (OE, t. XII,
pp. 338-39). En otro lugar precisó: «No podemos construir el comunismo más que
con los materiales que ha creado el capitalismo, más que con ese mecanismo
culto que se ha formado en un ambiente burgués, y, por ello –cuando se habla
del material humano como parte de ese mecanismo culto–, está necesariamente
impregnado de sicología burguesa. En eso reside la dificultad de la edificación
de la sociedad comunista, pero eso es también la garantía de la posibilidad y
del éxito de dicha edificación. Lo que distingue al marxismo del viejo
socialismo utópico es que este último quería construir la nueva sociedad, no
con la masa de material humano engendrada por el capitalismo expoliador,
inmundo, sangriento de los tenderos, sino con seres extraordinariamente
virtuosos criados en estufas e invernaderos especiales. Esta idea ridícula hace
reír hoy a todos y es abandonada por todos, pero no todos quieren o no todos
saben meditar la doctrina opuesta, el marxismo, meditar cómo se puede (y se debe)
construir el comunismo con una masa de material humano viciado por siglos y
milenios de esclavitud, de servidumbre, de capitalismo, de pequeña producción
de cada cual por su lado, viciado por la guerra de todos contra todos para
conquistar un puestito en el mercado, para vender a mayor precio los productos
o el trabajo.» (OC, t. IX, pp.
158-59).
[2]
Pero no solo el insuficiente nivel cultural, sino también el fardo que carga el
proletariado. Por eso Lenin señaló: «Ninguna muralla china ha separado jamás de
la vieja sociedad a los obreros, que conservan mucho de la sicología
tradicional de la sociedad capitalista. Los obreros están construyendo una
nueva sociedad sin haberse transformado en hombres nuevos y limpios del lodo
del viejo mundo, hundidos hasta las rodillas en ese lodo. Lo único que podemos
hacer es soñar en limpiarnos ese lodo. Sería la mayor utopía creer que eso
puede lograrse de golpe. Sería una utopía que, en la práctica, alejaría el
reino del socialismo hasta los cielos.» «No, no es así como abordamos la
construcción del socialismo. La abordamos, pisando aún el terreno de la
sociedad capitalista, luchando contra todas las debilidades y deficiencias que
tienen también los trabajadores y que tiran del proletariado hacia abajo.» (ibídem, t. IX, p. 193). Estas
afirmaciones demuestran que Lenin no
tenía una concepción obrerista de la dictadura del proletariado.
[3]
Esa prioridad que se les concedió a las reivindicaciones campesinas en los
primeros años de la revolución, resultó del hecho de que el campesinado era la
abrumadora mayoría de la población. Por eso Lenin señaló: «Nadie duda que los
campesinos son en nuestro país el factor decisivo.» (ibídem, t. XII, p. 334).
[4]
Ello no quiere decir, desde luego, que no hay que reprimir a los
contrarrevolucionarios: hay que reprimirlos, sencillamente porque la revolución
tiene derecho a defenderse. En Enfermedad
infantil, Lenin señaló: «La dictadura del proletariado es una lucha tenaz,
cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y
administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad.» Por
tanto, quienes ejercen el poder del proletariado deben tener en cuenta siempre
cuándo aplicar los métodos violentos y cuándo los pacíficos. Esta es una
cuestión en la que juegan dos cuestiones: 1) la correcta distinción entre las
contradicciones en el seno del pueblo y las contradicciones entre nosotros y el
enemigo; 2) o medidas puramente policiales o movilización política de las masas
trabajadoras (sin que esta movilización, en los casos de quienes han cometido
crímenes contra la revolución, no signifique, finalmente, alguna medida
punitiva)
[5]
Lenin señaló: «El problema de la fundación del Ejército Rojo era completamente
nuevo, no se había planteado en absoluto ni siquiera en el terreno teórico.
Marx dijo en alguna ocasión que fue un mérito de los federados de París haber
aplicado decisiones no tomadas de ninguna doctrina preconcebida, sino dictadas
por una necesidad real. Estas palabras de Marx sobre los federados tenían
cierto carácter mordaz, ya que en la Comuna predominaban dos tendencias –los
blanquistas y los proudhonistas– y ambas tendencias tuvieron que proceder en
contra de lo que les había enseñado su doctrina. Pero nosotros hemos procedido
conforme a lo que nos ha enseñado el marxismo» (ibídem, p. 301). «Es… indudable que los militares profesionales
darán en el tiempo próximo un elevado porcentaje de traidores, lo mismo que los
Kulaks, los intelectuales burgueses, los mencheviques y eseristas.» «Pero sería
un error irreparable y una imperdonable falta de carácter plantear por tal
causa la cuestión de modificar las bases de nuestra política militar. Nos
traicionan y seguirán traicionando centenares y centenares de militares
profesionales, a los que descubriremos y fusilaremos; pero con nosotros
trabajan sistemáticamente y desde hace ya tiempo miles, decenas de miles de
militares profesionales, sin los cuales no podría formarse el Ejército Rojo,
que ha superado ya el período de la indisciplina de maldita memoria y ha sabido
obtener brillantes triunfos en el Este. Hombres expertos que dirigen nuestro
Departamento de Guerra indican con razón que allí donde se procede con mayor
rigor en la aplicación de la política del partido con respecto a los militares
profesionales y a la extirpación del espíritu de indisciplina; allí donde la
disciplina es más firme, donde la labor política entre las tropas y la
actividad de los comisarios se realizan con el mayor cuidado, allí son menos,
en suma, los militares profesionales deseosos de traicionar, allí son menores
las posibilidades, para los que quieren traicionar, de llevar a cabo sus
propósitos; allí no hay desidia en el ejército; sus formaciones y su moral son
mejores y allí obtenemos más victorias.» (ibídem,
t. X, pp. 52-3). Por otro lado, la experiencia histórica de las revoluciones
presenta, entre otros, los siguientes hechos: el pueblo en armas de la Comuna
de París, no obstante sus prodigios de heroísmo, fue derrotado por el ejército regular
francés reorganizado en Versalles; la revolución china necesitó crear un
ejército regular para derrotar a los ejércitos regulares del Kuomintang y del
imperialismo japonés, acerca de lo cual Mao señaló: «La existencia de un
Ejército Rojo regular bastante fuerte es una condición indispensable para la
existencia del Poder rojo. Si contamos únicamente con destacamentos locales de
guardias rojos y carecemos de un Ejército Rojo, sólo podremos hacer frente a
las “milicias de casa por casa”, pero no a las tropas blancas regulares. Así
pues, aun cuando contemos con una buena base de masas obreras y campesinas, si
no poseemos fuerzas regulares bastante poderosas, será absolutamente imposible
crear un régimen independiente, y menos todavía uno que perdure y se desarrolle
sin cesar» (Obras Escogidas, t. 1, p.
67). Finalmente: durante la Revolución Cultural el Ejército Popular de
Liberación nunca fue puesto en cuestión: ni siquiera durante los días de la
Comuna de Shangai. Todo esto indica que las condiciones internacionales y
nacionales no permiten actualmente desembarazarse sin más del ejército regular,
pero sí hacen posible la existencia de las milicias populares al lado del
ejército. Sin embargo, la dictadura del proletariado debe tener en cuenta la
necesidad de que la función militar –y en general la función represiva–, sea
también reabsorbida por las clases trabajadoras como tales tan pronto las
condiciones objetivas lo permitan.
[6]
Lenin señaló sobre la producción mercantil: «La dictadura del proletariado es
la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía cuya
resistencia se halla decuplicada por
su derrocamiento (aunque no sea más que en un solo país) y cuya potencia
consiste, no sólo en la fuerza del capital internacional, en la fuerza y la
solidez de las relaciones internacionales de la burguesía, sino, además, en la
fuerza de la pequeña producción.
Pues, por desgracia, ha quedado todavía en el mundo mucha y mucha pequeña
producción y ésta engendra al
capitalismo y a la burguesía constantemente, cada día, cada hora, por un
proceso espontáneo y en masa. Por todos estos motivos, la dictadura del
proletariado es necesaria, y la victoria sobre la burguesía es imposible sin
una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige
serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única» (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en
el comunismo, ELE, Pekín, 1975, pp. 5-6; cursivas en el original). Estas
afirmaciones demuestran que hablar de «socialismo de mercado» (como hacen los
revisionistas chinos) o, repitiendo la fórmula con la frase «socialismo
mercantil» (como hacen algunos revisionistas peruanos), es un completo
despropósito. En el artículo Economía y
política en la época de la dictadura de proletariado, Lenin señaló que, «…
entre el capitalismo y el comunismo existe cierto período de transición. Este
período no puede dejar de reunir los rasgos o las propiedades de ambas
formaciones de la economía social, no puede menos de ser un período de lucha
entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras:
entre el capitalismo vencido pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero
muy débil aún» (OE, Lenin, t. X, p.
177). Es decir que, si el socialismo es un período de lucha entre el comunismo naciente (entre las nacientes
cuatro supresiones señaladas ya en el presente artículo) y el capitalismo vencido pero no aniquilado (capitalismo, pequeña
producción mercantil), entonces hablar de «socialismo de mercado» o de «socialismo
mercantil», es repetir el punto de vista oportunista de la democracia burguesa
de pretendida etiqueta socialista (Mac Donald, Juan Longuet, Carlos Kautsky,
Federico Adler, etc., etc.) que en su tiempo Lenin desenmascaró como expresión
de la conciliación «de ambas fuerzas en pugna, en lugar de dirigir la lucha de
una de estas fuerzas» (ibídem, p.
178). Ahora bien, por cuanto esta lucha es una cuestión inherente a la
dictadura del proletariado, entonces conciliar la economía socialista y la
producción mercantil bajo la fórmula de «socialismo de mercado» o «socialismo
mercantil», pone de manifiesto la «aversión a la lucha de clases», significa «soñar
en la posibilidad de prescindir de ella, aspirar a atenuar, a conciliar y limar
las agudas asperezas» (Lenin), y, por tanto, a debilitar la dictadura del
proletariado, a socavarla, a transformarla en su contrario.
[7]
Lenin subrayó: «El capitalismo monopolista de Estado es la preparación material más completa para el
socialismo, su antesala, un peldaño
de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio» (ibídem, t. VIII, p. 159; cursivas en el
original). Y como Rusia no había alcanzado el peldaño del capitalismo
monopolista de Estado, entonces la dictadura del proletariado procedió a
impulsarlo para llegar al peldaño del socialismo, sencillamente porque ello «no
tiene nada de temible para el Poder soviético, pues el Estado soviético es un
Estado en el está asegurado el poder de los obreros y de los campesinos pobres.»
Pero además, la implantación del capitalismo de Estado en la Rusia de Lenin fue
necesaria porque entonces, expropiadas las clases explotadoras, «el enemigo
principal» del socialismo era el capitalismo pequeño burgués de la aplastante
mayoría de la población rusa, pues «No es el capitalismo de Estado el que lucha
contra el socialismo, son la pequeña burguesía más el capitalismo privado los
que luchan juntos, de común acuerdo, tanto contra el capitalismo de Estado como
contra el socialismo. La pequeña burguesía opone resistencia a cualquier
intervención del Estado, contabilidad y control tanto capitalista de Estado
como socialista de Estado.» (ibídem,
p. 153).
[8]
Lenin mantuvo: «Suprimir las clases no consiste únicamente en expulsar a los terratenientes
y a los capitalistas… sino también en suprimir los pequeños productores de
mercancías. Pero a éstos es imposible expulsarlos, es imposible aplastarlos;
hay que entenderse con ellos, se les puede (y se les debe) transformar,
reeducar tan sólo mediante una labor de organización muy larga, lenta y
cautelosa» (La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, p. 33; elipsis nuestra).
[9]
De las citas de Lenin se desprende que la dictadura del proletariado es una dictadura de la clase y, al mismo
tiempo, del partido fusionado con la clase.
[10]
Lenin se extendió al respecto: «Tengo la esperanza de haber aprendido algo en
los largos años de revolución, y cuando se me injuria acusándome de traición,
digo: hay que estudiar primero la historia. Si hemos querido obligar a la
historia a cambiar de rumbo y hemos sido nosotros, y no la historia, los que
hemos virado, ajusticiadnos. A la historia no se la puede convencer con
discursos, y la historia demostrará que teníamos razón, que llevamos las
organizaciones obreras a la Gran Revolución de Octubre de 1917, pero merced
únicamente a que marchamos por encima de las frases y supimos mirar a los
hechos cara a cara y aprender de ellos.» (OE,
Lenin, t. 8, p. 86). Y, en otro lugar señaló sobre el mismo punto: «Naturalmente,
los lacayos de la burguesía, sobre todo los de poca monta, como los
mencheviques, los de Nóvaya Zhizn y los eseristas de derecha, soltarán la
carcajada por haber reconocido nosotros que damos un paso atrás. Pero no debemos
hacer caso de esas risitas. Debemos estudiar las peculiaridades del camino,
tortuoso en extremo y nuevo, que lleva al socialismo, sin velar nuestros
errores ni debilidades, sino procurando coronar a tiempo lo que aún nos queda
por hacer. Ocultar a las masas que la incorporación de los especialistas
burgueses mediante sueldos muy elevados es apartarse de los principios de la
Comuna sería descender al nivel de los politicastros burgueses y engañar a las
masas. En cambio, explicar abiertamente cómo y por qué hemos dado este paso
atrás, discutir públicamente los medios de que disponemos para recuperar lo
perdido significa educar a las masas y, con la experiencia reunida, aprender
junto a ellas a construir el socialismo. No es probable que la historia conozca
una sola campaña militar victoriosa en la que el vencedor no haya cometido
algunos errores, no haya sufrido derrotas parciales, no haya tenido que
retroceder temporalmente en algo y en alguna parte. Y la “campaña” contra el
capitalismo, comenzada por nosotros, es un millón de veces más difícil que la
peor expedición militar; por lo tanto, sería necio y bochornoso dejarse dominar
por el abatimiento a causa de una retirada particular y parcial» (ibídem, pp. 100-01).
[11]
Ya ha quedado claro que Lenin procedía conforme a «una necesidad real», conforme
al método marxista. Por eso señaló: «Cuando discutimos en el CEC con el
camarada Bujarin, éste advirtió, entre otras cosas: en la cuestión de los
sueldos elevados a los especialistas, “nosotros” (por lo visto “nosotros quiere
decir los “comunistas de izquierda”) “estamos a la derecha de Lenin”, pues no
vemos en ello ningún apartamiento de los principios, recordando las palabras de
Marx de que, en determinadas condiciones, lo más conveniente para la clase obrera
sería “deshacerse por dinero de toda esa cuadrilla” (precisamente de la
cuadrilla de capitalistas, es decir, indemnizar
a la burguesía por la tierra, las fábricas y demás medios de producción.» «Esta
observación, de extraordinario interés, pone de relieve… que Bujarin está muy
por encima de los eseristas de izquierda y anarquistas, que no se ha hundido
definitivamente, ni mucho menos, en las frases hueras, sino que, por el
contrario, trata de profundizar en las dificultades concretas de la transición
–dolorosa y dura transición– del capitalismo al socialismo.» «Profundicemos en
el pensamiento de Marx.» «Se trata de la Inglaterra de los años 70 del siglo
pasado, del período culminante del capitalismo premonopolista, del país donde
lo que menos había entonces era militarismo y burocracia, del país en el que
existían entonces mayores probabilidades de victoria “pacífica” del socialismo
en el sentido de que los obreros “indemnizasen” a la burguesía. Y Marx decía:
En determinadas condiciones, los obreros no se negarán de ninguna manera a
indemnizar a la burguesía. Max no se
ataba las manos -ni se las ataba a los futuros dirigentes de la revolución
socialista– en cuanto a las formas, métodos y procedimientos de la revolución,
comprendiendo muy bien cuán grande sería el número de problemas nuevos que se
plantearían, cómo cambiaría toda la situación en el curso de la revolución, con
qué frecuencia y en qué medida habría de cambiar esa situación» (ibídem, pp. 160-61; cursivas y elipsis
nuestras). En general, hay que subrayar que, las condiciones nacionales e
internacionales en las que se desarrollaba la Revolución Rusa, obligaron a
retroceder –en un cierto grado y en algunos terrenos– desde las posiciones
avanzadas que se habían alcanzado en un principio, precisamente a fin de consolidar la dictadura del proletariado en
su conjunto. Visto este hecho histórico en el plano filosófico, hay que
admitir que el mismo prueba la tesis marxista según la cual el desarrollo no se
produce en línea recta, sino en espiral.
[12]
Lenin señaló con todo acierto: «Pronunciar palabras altisonantes es una
propiedad de los intelectuales pequeñoburgueses desclasados» (ibídem, p.148). Precisamente con esa
clase de palabras, dichos intelectuales pretenden colocarse a la izquierda de
Lenin. Contrariamente a los pequeño burgueses altisonantes (y hueros, por lo
demás), en la conferencia Exposición y
crítica de las instituciones del régimen ruso (19 de octubre de 1923), Mariátegui,
basándose rigurosamente en los hechos (sin caer, por tanto, en «fórmulas
utópicas» y «abstracciones brumosas»), dio
cuenta del carácter democrático proletario del Estado soviético, y, como ya se
habrá percatado el lector, precisamente
siete meses después de que Lenin dejara para siempre la actividad política.
[13]
No obstante la necesidad de tener que contar con elementos burgueses en la construcción
del socialismo, Lenin sostuvo: «La revolución que hemos iniciado, que venimos
haciendo ya durante dos años y que estamos firmemente resueltos a llevar hasta
el fin…, es posible y factible sólo a condición de que logremos entregar el
poder a la clase nueva, a condición de que la burguesía, los esclavistas
capitalistas, los intelectuales burgueses, los representantes de todos los
poseedores, de todos los propietarios, sean reemplazados de abajo arriba por la
nueva clase en todas las esferas de gobierno, en toda la organización estatal,
en toda la dirección de la nueva vida» (ibídem,
t. IX, pp. 188-89; elipsis nuestra). Esta afirmación, que expresa lo que se
estaba haciendo en la Rusia de 1919, da cuenta del movimiento tendencial del Estado soviético, movimiento perceptible asimismo
en la Rusia de marzo de 1923. Por eso, endilgarle al jefe bolchevique la
configuración del Estado burocrático-militar, es injuriarlo, y, prácticamente, acusarlo
de traición.
[14] Véase Cuestiones del leninismo, ELE, Pekín,
1977, pp. 811-815. En realidad, las relaciones
de producción capitalistas pueden existir y existían de hecho enmascaradas bajo
la forma jurídica de la propiedad socialista. Por eso la propiedad estatal no
es sinónimo de propiedad socialista. Lenin señaló: «Las clases son grandes grupos de hombres que se
diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social
históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con
respecto a los medios de producción (relaciones que las leyes refrendan y
formulan en gran parte), por el papel que desempeñan en la organización social
del trabajo, y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben
la parte de riqueza social de que disponen. Las clases sociales son grupos
humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro por ocupar
puestos diferentes en un régimen determinado de economía social» (El socialismo
utópico y el socialismo científico, recopilación, Editorial Progreso,
Moscú, s/f, p. 158). Como vemos, Lenin dice que las relaciones con respecto a
los medios de producción en un determinado sistema de producción son formuladas
y refrendadas por las leyes, y, por tanto, se entiende que esa formulación y
este refrendo no son lo mismo que las relaciones de producción mismas, sino
apenas su envoltura jurídica, por decirlo así. De esto se desprende la ilusión juridicista (la
misma en la que siguen cayendo numerosos autores) según la cual por cuanto
legalmente no existe la propiedad privada sobre los medios de producción, no
existen ya las relaciones de producción capitalistas. De hecho la burguesía continuaba
existiendo en los tiempos en que Stalin sostenía que «Ya no existe la clase de los capitalistas en la esfera
de la industria. Ya no existe la clase de los kulaks en la esfera de la
agricultura. Ya no hay comerciantes y especuladores en la esfera de la
circulación de mercancías. Todas las clases explotadoras han sido, pues,
suprimidas» (ibídem, pp. 811). A los viejos elementos burgueses
sobrevivientes a la liquidación de su clase como tal, se sumó progresivamente una
cantidad de nuevos burgueses que finalmente configuraron una burguesía
burocrática.
[15] Véase ibídem, pp. 949-53. Ciertamente el cerco
imperialista es una razón por la cual el Estado de la dictadura del
proletariado debía continuar existiendo, pero la razón específica determinante era
que las clases antagónicas en la URSS seguían siendo una realidad objetiva.
[16] No es que no se hiciera
nada contra la burocracia en el aparato del Estado y en el propio Partido. Además
de encabezar la lucha contra los diversos grupos
oportunistas en el partido bolchevique, Stalin encabezó la lucha contra la burocracia en el
aparato estatal mediante la movilización de la dirección y de la base para
detectar y cazar a los viejos y nuevos burócratas, así como contra la
burocracia en el Partido bajo la forma de control del Partido por las masas desde la base y el
desarrollo de la democracia interna. Sin embargo, nada de eso tuvo la cualidad de
una revolución cultural proletaria que movilizara a las amplias masas populares
en la lucha por impulsar la construcción del socialismo, prevenir la restauración
del capitalismo y avanzar la lucha por la realización del comunismo, y que, al
mismo tiempo, tuviera la meta de que las masas asimilaran la concepción
comunista del mundo en el curso de la misma lucha.
[17] Esta es la premisa que resuelve principistamente
el problema de la pertenencia de clase de Stalin: el sucesor de Lenin es parte
de la experiencia histórica del proletariado, y en modo alguno de nuestros
enemigos de clase; pero, naturalmente, esta verdad no exime de realizar la
investigación histórica concreta que determine puntualmente tanto sus méritos
como sus errores. Como es obvio, aquella premisa –verdadera línea demarcatoria–
es el criterio básico fundamental que debe guiar la necesaria investigación
histórica concreta. Estamos por la crítica a Stalin, pero nos oponemos a su
negación en bloque, negación que en unos casos revela una posición reaccionaria
y en otros una posición oportunista.
12.09.2017.