¡VIVA EL PRIMERO DE MAYO! ¡VIVA EL SOCIALISMO!
Nota:
PUBLICAMOS A CONTINUACIÓN TRES TEXTOS sobre el Día Internacional de los
Trabajadores: dos de José Carlos Mariátegui y uno de Manuel Gonzáles Prada. De
esta forma se podrá constatar dos cosas: por un lado, que el marxismo de
Mariátegui empalmó con la tradición de la política de la clase obrera peruana,
y, por otro, que, precisamente sobre esta base, superó las limitaciones del
socialismo reformista en sus distintas variantes.
Gonzales Prada escribió una conferencia y
cinco artículos en conmemoración del Día Internacional de los Trabajadores: Conmemorando el 1º de Mayo fiesta universal
(1905); El intelectual y el obrero
(conferencia dictada el 1º de mayo de 1905 en la Federación de Obreros
Panaderos); El Primero de Mayo
(1906); Primero de Mayo (1907); Primero de Mayo (1908); Primero de mayo (1908); Primero de Mayo (1909).
La conferencia El intelectual y el obrero forma parte del libro Horas de lucha (1908), mientras los artículos fueron publicados en la
revista Los Parias, y más tarde
incorporados al libro Anarquía.
José Carlos Mariátegui escribió dos
artículos sobre el tema: El 1º de mayo y el frente único (1924) y Admonición del 1º de mayo (1929). El
primero fue publicado en El Obrero Textil,
Nº 59, y el segundo en Labor, Nº 8.
Ambos aparecen actualmente formando parte del libro Ideología y política.
Como se podrá observar, mientras Mariátegui
era explícito en cuanto al frente unido de la clase (“El 1º de Mayo es, en todo
el mundo, un día de unidad del proletariado revolucionario, una fecha que reúne
en un inmenso frente único internacional a todos los trabajadores
organizados”), y absolutamente claro en cuanto al objetivo del proletariado (“Para
nuestra Vanguardia obrera, cada 1º de Mayo representaría muy poco si no
señalara una etapa en su propia lucha por el socialismo”); el discurso de
Gonzales Prada peca por momentos de retórica y es indefinido en cuanto al
objetivo de la lucha proletaria, aunque, en honor a la verdad, hay que recordar
que, en el artículo Conmemorando el 1º de
mayo fiesta universal, no se mostró
tan indefinido: “Lejos del socialismo depresor que, sea cual fuere su forma, es
una manera de esclavitud o un remedo de la vida monacal; lejos también del
individualista egoísta que profesa el ¡Dejar hacer, dejar pasar, y el cada uno
para sí, cada uno en su casa”, divisamos una cumbre lejana donde leemos esta
única palabra: ANARQUÍA”.
Entonces el anarquismo se consideraba una
tendencia del socialismo –del socialismo no
depresor–, y por esto el propio Gonzáles Prada sostenía que “no hay socialismo
sino muchos socialismos” (Conmemorando el
1º de mayo…).
Por eso, mientras en la tesis Antecedentes y desarrollo de la acción
clasista, José Carlos Mariátegui señaló que “Las primeras manifestaciones
de propaganda ideológica revolucionaria son en el Perú, la que suscita, a
principios del siglo actual, el pensamiento radical de Gonzales Prada”; en 7 Ensayos precisó que “De su tiempo fue
el materialismo histórico. Sin embargo, el pensamiento de Gonzáles Prada, que
no impuso nunca límites a su audacia ni a su libertad, dejó a otros la empresa
de crear el socialismo peruano”.
Del mismo modo puede decirse que la
benemerencia de algunas tendencias del socialismo reformista peruano es cosa
reconocida en la literatura mariateguiana –y en la nuestra, dicho sea de paso–,
pero que, por sus consustanciales limitaciones, tales tendencias dejaron a
otros –al marxismo-leninismo de Mariátegui y su grupo– la empresa de crear el
Socialismo Peruano.
Así pues, Mariátegui y su grupo impulsaron
la interpretación marxista de nuestra realidad concreta, constituyeron el PSP,
fundaron la CGTP y contribuyeron a la fundación de la Federación de Yanaconas.
Entre el artículo de Gonzales Prada El primero de mayo, que publicamos aquí,
y el artículo El 1º de mayo y el frente
único de Mariátegui, mediaron quince años: quince años de decantación
ideológica, de clarificación, de deslindes y alineamientos. Este proceso tuvo
seis hitos: la pérdida de la hegemonía del anarco-sindicalismo en el movimiento
obrero; la publicación de la revista Nuestra
Época; la aparición del periódico La
Razón; el comienzo, en 1923, de la interpretación marxista de nuestra
realidad realizada por Mariátegui; la fundación del PSP en octubre de 1928; y
la fundación de la CGTP y de la Federación de Yanaconas.
De la afirmación mariateguiana sobre
Gonzales Prada en 7 Ensayos, citada
arriba, se desprende limpiamente que cuando el maestro habla de socialismo
peruano, no está hablando del variopinto socialismo en general, sino del
socialismo marxista en particular.
Esto da al traste con la oportunista
pretensión de amalgamar tras el término socialismo peruano tanto al socialismo
reformista de todo pelo con el socialismo marxista: marxista-leninista, para
mayor precisión (ver el numeral 4 del Programa
del Partido, en Ideología y política,
p.160).
El frente unido del proletariado, peruano e
internacional, es una necesidad perentoria. Pero esta unidad debe servir a la
lucha por el socialismo. Esta era la convicción de José Carlos Mariátegui. También
es la nuestra.
Por eso nuestra celebración del 1º de Mayo
no tiene un sentido de mera recordación de los mártires de Chicago, sino un
sentido revolucionario. Esto explica el contenido de la presente nota.
Que el lector medite sobre los conceptos
mariateguianos sobre el frente unido de los trabajadores y su llamado a la
lucha por el socialismo.
(El
Comité de Redacción)
El
Frente Único y el Primero de Mayo
José
Carlos Mariátegui
EL 1° DE MAYO ES, EN TODO EL MUNDO, un día de unidad del proletariado
revolucionario, una fecha que reúne en un inmenso frente único internacional a
todos los trabajadores organizados. En esta fecha resuenan, unánimemente
obedecidas y acatadas, las palabras de Carlos Marx: "Proletarios de todos
los países, uníos". En esta fecha caen espontáneamente todas las barreras
que diferencian y separan en varios grupos y varias escuelas a la vanguardia
proletaria.
El 1° de Mayo no pertenece a una
Internacional: es la fecha de todas las Internacionales. Socialistas,
comunistas y libertarios de todos los matices se confunden y se mezclan hoy en
un solo ejército que marcha hacia la lucha final.
Esta fecha, en suma, es una afirmación y una
instalación de que el frente único proletario es posible y es practicable y de
que a su realización no se opone ningún interés, ninguna exigencia del
presente.
A muchas meditaciones invita esta fecha
internacional. Pero para los trabajadores peruanos la más actual, la más
oportuna es la que concierne a la necesidad y a la posibilidad del frente
único. Últimamente se han producido algunos intentos seccionistas. Y urge
entenderse, un concretarse para impedir que estos intentos prosperen, evitando
que socaven y que minen la naciente vanguardia proletaria del Perú.
Mi actitud, desde mi incorporación en esta
vanguardia, ha sido siempre la de un fautor convencido, la de un propagandista
fervoroso del frente único. Recuerdo haberlo declarado en una de las
conferencias iniciales de mi curso de historia de la crisis mundial.
Respondiendo a los primeros gestos de resistencia y de aprensión de algunos
antiguos y hieráticos libertarios, más preocupados de la rigidez del dogma que
de la eficacia y la fecundidad de la acción, dije entonces desde la tribuna de
la Universidad Popular: "Somos todavía pocos para dividirnos. No hagamos cuestión
de etiquetas ni de títulos."
Posteriormente he repetido estas o análoga
palabras. Y no me cansaré de reiterarlas. El movimiento clasista, entre
nosotros, es aún muy incipiente, muy limitado, para que pensemos en
fraccionarle y escindirle. Antes de que llegue la hora, inevitable acaso, de
una división, nos corresponde realizar mucha obra común, mucha labor solidaria.
Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Nos toca, por ejemplo,
suscitar en la mayoría del proletariado peruano, conciencia de clase y
sentimiento de clase. Esta faena pertenece por igual a socialistas y
sindicalistas, a comunistas y libertarios. Todos tenemos el deber de sembrar
gérmenes de renovación y de difundir ideas clasistas. Todos tenemos el deber de
alejar al proletariado de las asambleas amarillas y de las falsas
"instituciones representativas". Todos tenemos el deber de luchar
contra los ataques y las represiones reaccionarias. Todos tenemos el deber de
defender la tribuna, la prensa y la organización proletaria. Todos tenemos el
deber de sostener las reivindicaciones de la esclavizada y oprimida raza
indígena. En el cumplimiento de estos deberes históricos, de estos deberes
elementales, se encontrarán y juntarán nuestros caminos, cualquiera que sea
nuestra meta última.
El frente único no anula la personalidad, no
anula la filiación de ninguno de los que lo componen. No significa la confusión
ni la amalgama de todas las doctrinas en una doctrina única. Es una acción
contingente, concreta, práctica. El programa del frente único considera
exclusivamente la realidad inmediata, fuera de toda abstracción y de toda
utopía. Preconizar el frente único no es, pues, preconizar el confusionismo
ideológico. Dentro del frente único cada cual debe conservar su propia
filiación y su propio ideario. Cada cual debe trabajar por su propio credo.
Pero todos deben sentirse unidos por la solidaridad de clase, vinculados por la
lucha contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria,
y la misma pasión renovadora. Formar un frente único es tener una actitud
solidaria ante un problema concreto, ante una necesidad urgente. No es
renunciar a la doctrina que cada uno sirve ni a la posición que cada uno ocupa
en la vanguardia, la variedad de tendencias y la diversidad de matices
ideológicos es inevitable en esa inmensa legión humana que se llama el
proletariado. La existencia de tendencias y grupos definidos y precisos no es
un mal; es por el contrario la señal de un periodo avanzado del proceso
revolucionario. Lo que importa es que esos grupos y esas tendencias sepan
entenderse ante la realidad concreta del día. Que no se esterilicen
bizantinamente en ex confesiones y excomuniones reciprocas. Que no alejen a las
masas de la revolución con el espectáculo de las querellas dogmáticas de sus
predicadores. Que no emplean sus armas ni dilapiden su tiempo en herirse unos a
otros, sino en combatir el orden social sus instituciones, sus injusticias y
sus crímenes.
Tratemos de sentir cordialmente el lazo
histórico que nos une a todos los hombres de la vanguardia, a todos los
fautores de la renovación. Los ejemplos que a diario nos vienen de fuera son
innumerables y magníficos. El más reciente y emocionante de estos ejemplos es
el de Germaine Berthon. Germaine Berthon, anarquista, disparó certeramente su
revólver contra un organizador y conductor del terror blanco por vengar el
asesinato del socialista Jean Jaurés. Los espíritus nobles, elevados y sinceros
de la revolución, perciben y respetan, así, por encima de toda barrera teórica,
la solidaridad histórica de sus esfuerzos y de sus obras. Pertenece a los
espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades dogmáticas
que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida, el
privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios.
El frente único proletario, por fortuna, es
entre nosotros una decisión y un anhelo evidente del proletariado. Las masas
reclaman la unidad. Las masas quieren fe. Y, por eso, su alma rechaza la voz
corrosiva, disolvente y pesimista de los que niegan y de los que dudan, y busca
la voz optimista, cordial, juvenil y fecunda de los afirman y de los que creen.
Admonición
del 1º de Mayo
José
Carlos Mariátegui
LA CONMEMORACIÓN DEL 1º DE MAYO, ha ido adquiriendo, en el proceso de la
lucha por el socialismo, un sentido cada vez más profundo y preciso. Hace ya
mucho tiempo que no se reduce a la conmemoración de los mártires de Chicago.
Ese fue su punto de partida. Desde 1888 en que el Congreso de París instituyó
esta conmemoración, el proletariado mundial ha recorrido una parte considerable
del camino que conduce a la realización de sus ideales de clase. En este
tiempo, se han sucedido, en su historia, muchas jornadas de luto y también
muchas jornadas de gloria. La clase obrera ha entrado en su mayor edad. La
crónica de su ascensión económica y política, registra siempre grandes
acontecimientos, que impiden al proletariado limitar la significación del 1º de
.Mayo a una sola efemérides. La experimentación, la actuación del socialismo ha
empezado desde 1918. Quedan aún por ganar las más difíciles y largas batallas.
Pero, en la lucha, la clase obrera acrecienta incesantemente su capacidad para
crear un nuevo orden: el orden socialista.
El 1º de mayo, afirma todos los años la
solidaridad internacional de los trabajadores. Es la fecha internacional,
universal por excelencia. En su celebración coinciden las avanzadas del
proletariado de los cinco continentes. En este hecho reside su mayor
significación revolucionaria. Lo sienten bien los nacionalismos reaccionarios
cuando, como el fascismo, en Italia, se empeñan en proscribir esta fecha del
sentimiento de la clase trabajadora. Empeño inútil, porque nada dará un
carácter más religioso y profundo a la conmemoración del 1º de Mayo en el
espíritu de cada obrero, que la persecución y condenación reaccionarias. El
fascismo está resucitando en Italia la edad heroica de las catacumbas. Este día
transcurre hoy en Italia, sin comicios, sin huelga, sin himnos revolucionarios,
sin banderas rojas; pero en mil hogares escondidos se jura, con más fervor y
resolución que nunca, la fe en el socialismo.
Hay que desterrar del 1º de mayo, todo lo
que en mucho ha tenido, y tiene todavía, el rito mecánico de simple efemérides.
La lucha por el socialismo no se nutre de evocaciones dolientes o coléricas ni
de esperanzas exaltadas. Es, antes que nada, acción concreta, realidad
presente. Trabajan por el advenimiento de una sociedad nueva los que todo el
año disciplinada, obstinadamente, combaten por el socialismo; no los que en
ésta u otra fecha sienten un momentáneo impulso de motín o asonada.
Para nuestra Vanguardia obrera, cada 1º de
mayo representaría muy poco si no señalara una etapa en su propia lucha por el
socialismo. Año tras año, esta fecha plantea cuestiones concretas, actuales.
¿Cuáles han sido los resultados y la experiencia de la acción desarrollada?
¿Cuáles son las tareas del porvenir? El problema que hoy se presenta, en primer
plano, es sin duda, un problema de organización. La vanguardia obrera tiene el
deber de impulsar y dirigir la organización del proletariado peruano, misión
que reclama un sentido de responsabilidad, al cual no es posible elevarse sino
en la medida en que se rompa con el individualismo anarcoide, con el utopismo
explosivo e intermitente de los que antes, guiando a veces las masas, se
imaginaban que se les conduce hacia un orden nuevo con la sola virtud de la
negación y la protesta. Reivindiquemos íntegra, absolutamente, el derecho de
asociación de los trabajadores, su libertad de organización legal, en las
ciudades, las minas y las haciendas. Y asumamos la tarea de que la reclamación
de este derecho, sea la afirmación de una capacidad. He aquí la obra por
cumplir; he aquí la misión por absolver. Que el 1º de mayo sirva esta vez para
que, comprendiéndolo, afirmemos, sin inútil declamación, la voluntad y la
aptitud de realizarlas.
Primero
de Mayo
Manuel
González Prada.
SI LOS PROLETARIOS DE AMERICA Y EUROPA se congregaran hoy para
únicamente celebrar la fiesta del trabajo, merecerían ser llamados ingenuos,
infelices y hasta inconscientes, pues no harían más que sancionar su miseria y
su esclavitud. Examinando bien los hechos, sin dejarnos alucinar por la
fraseología de sociólogos oficiales y oficiosos, ¿qué diferencia hay entre el
esclavo antiguo (que era la propiedad o la cosa del amo) y el trabajador
moderno que sigue siendo el autómata o la máquina del patrón? Vemos una sola
diferencia: en la Antigüedad el vencedor esclavizaba al vencido, francamente,
proclamando el derecho de la fuerza, sosteniendo que unos habían nacido para
mandar y otros para obedecer, mientras en las sociedades modernas el letrado y
el capitalista explotan al ignorante y al obrero, hipócritamente, predicando la
evangélica máxima del amor al prójimo, hablando de libertad, igualdad y
fraternidad.
El trabajo, tal como se halla organizado y
tal como desearían conservarle los capitalistas, se reduce a la explotación de
muchos por unos pocos, al sometimiento servil de la gran masa bajo la voluntad
omnipotente de algunos privilegiados, a la eternización de un verdadero régimen
de castas en que los de arriba gozan de luz y bienestar mientras los de abajo
vegetan en la ignorancia y las privaciones. Ese trabajo manual (tan encarecido
por los traficantes y los ociosos) no siempre dignifica y engrandece. Trabajar
para recoger todo el fruto de su labor o hacerlo voluntariamente para
transformar el Globo en una morada cómoda y salubre, concediéndose las horas
necesarias al solaz, a la instrucción y al sueño, es digno del hombre; pero
bregar y esquilmarse para que otros reporten los beneficios o hacerlo
obligadamente para sólo dulcificar la vida de los amos, negándose el descanso
indispensable, comiendo mal, durmiendo poco, vistiéndose de guiñapos y no
conociendo más placeres que el trago de aguardiente y la procreación, es
indigno del hombre.
No faltan desgraciados que merced a ese
régimen degeneran al punto de transformarse en animales de tracción y de carga,
con la circunstancia de tener menos descanso y menos pitanza que el asno y la
mula. Pero (qué mula ni qué asno! Hombres hay convertidos en algo inferior a
las acémilas, en verdaderos aparatos que sólo realizan actos puramente
mecánicos. Han perdido todo lo humano y, primero que nada, el instinto de la
rebelión. No les hablemos de reclamar sus derechos, de pedir lo suyo, de
adquirir la dignidad de hombres: no entenderán nuestras palabras y se volverán
contra nosotros para defender a su verdugo y a su Dios –el capitalista.
Felizmente la luz va penetrando en el
cerebro de los proletarios y muchos comprenden ya que el 1 de mayo, para no ser
una fiesta ridícula o pueril, debe significar algo más que la glorificación del
trabajo. Se congregan hoy para recordar a los buenos luchadores que señalaron
el camino y para reconocerse, estrechar las filas, cambiar ideas y acelerar el
advenimiento del gran día rojo. Y decimos rojo, pues no incurriremos en la
ingenuidad o simpleza de imaginarnos que la Humanidad ha de redimirse por un
acuerdo amigable entre los ricos y los pobres, entre el patrón y el obrero,
entre la soga del verdugo y el cuello del ahorcado. Toda iniquidad se funda en
la fuerza, y todo derecho ha sido reivindicado con el palo, el hierro o el
plomo. Lo demás es teoría, simple teoría.
La
Comuna de París y el 1º de Mayo
Eduardo
Ibarra
EL 17 DE MARZO DE CADA AÑO SE CONMEMORA el aniversario de la Comuna de
París de 1871, primera revolución socialista de la historia. Aunque derrotada,
la Comuna de París sirvió para descubrir la forma que debe asumir la dominación
política del proletariado. Por eso, en la Introducción que escribió para la
tercera edición alemana de La guerra civil en Francia, de Carlos Marx
–edición aparecida en 1891–, Federico Engels escribió: “Ultimamente las
palabras ‘dictadura del proletariado’ han vuelto a sumir en santo terror al
filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz
presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del
proletariado!”
La dictadura del proletariado es la forma de
dominación política que, en un largo proceso histórico y no importando las cien
derrotas que pueda experimentar, viabilizará finalmente la extinción de las
clases, la lucha de clases y el Estado, y por lo tanto la emancipación de la
humanidad de toda explotación económica, de toda opresión política y de toda
dominación ideológica. Por eso la Comuna de París representa el Programa Máximo
del proletariado, aunque, por razones conocidas, sus medidas económicas quedaran
por debajo de lo que se espera de cualquier revolución socialista. Así pues, la dictadura del proletariado es una
dictadura en extinción.
Pero, si la Comuna de París representa el
Programa Máximo del proletariado ¿por qué el Día Internacional de los
Trabajadores es el 1º de Mayo, y no el 17 de marzo?
Después de la derrota de la Comuna de París,
el movimiento obrero vióse ante la necesidad de realizar una labor lenta de
educación y organización, y, así, la Asociación Internacional
de Trabajadores se propuso luchar por una legislación que mejorara las
condiciones de vida de los productores directos: subsidios de desempleo,
protección social, etcétera, y especialmente por la instauración de la jornada
de ocho horas.
Mariátegui observó: “La función de la
segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los
partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento.
Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron,
por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas”.
En noviembre de 1884 se había celebrado en
la ciudad de Chicago el “IV Congreso de la American Federation of Labor“, en el
que se propuso que a partir del 1º de mayo de 1886 se obligaría a las
patronales a respetar la jornada laboral de ocho horas para todos los trabajadores,
y se hizo un llamado a defender este derecho.
En 1886 la lucha de los trabajadores obligó
al presidente Andrew Johnson a promulgar la ley “Ingersoll”, que reconocía la
jornada laboral de ocho horas.
Sin embargo las patronales no acataron la indicada
ley y amenazaron a los trabajadores con el despido si se negaban a cumplir las
prolongadas jornadas que aquellas decidían arbitrariamente. Entonces el
gobierno se hizo el desentendido.
Pero los fortalecidos sindicatos se
movilizaron ante semejante contubernio. Se convocó entonces una huelga general,
y el primero de mayo de ese mismo año, los obreros paralizaron la producción en
todo el país.
El gobierno desató entonces una brutal
represión contra los movilizados trabajadores, y, después de varios días de
enfrentamientos, el 4 de mayo, en medio de una huelga en la Haymarket Square de
Chicago, una mano anónima arrojó una bomba contra las fuerzas policiales que
intentaban disolver la manifestación por la fuerza, con un saldo de varios
policías muertos.
Entonces el gobierno culpó a las principales
dirigentes de la huelga, los que fueron sometidos a una parodia de juicio, en
donde fueron considerados traidores al orden establecido y enemigos de la
patria y finalmente varios de ellos condenados a la pena capital.
De los ocho obreros enjuiciados, August
Spies, Albert Parsons, Adolph Fischer y George Engel fueron ahorcados el 11 de
noviembre de 1887.
Luego, en el IV Congreso celebrado en París
en 1889, la Segunda Internacional acordó el 1º de mayo como el Día
Internacional de los Trabajadores en homenaje a los mártires de Chicago.
Se comprende este acuerdo porque la clase
obrera internacional tiene un común interés inmediato, de donde se desprende la
necesidad de la solidaridad de clase. Mariátegui anotó al respecto: “el 1º de
Mayo es, en todo el mundo, un día de unidad del proletariado revolucionario,
una fecha que reúne en un inmenso frente único internacional a todos los
trabajadores organizados. En esta fecha resuenan, unánimemente obedecidas y
acatadas, las palabras de Carlos Marx: ‘Proletarios de todos los países,
uníos’. En esta fecha caen espontáneamente todas las barreras que diferencian y
separan en varios grupos y varias escuelas a la vanguardia proletaria”. “Pertenece
a los espíritus mezquinos, sin horizontes y sin alas, a las mentalidades
dogmáticas que quieren petrificar e inmovilizar la vida en una fórmula rígida,
el privilegio de la incomprensión y del egotismo sectarios”.
Por eso, en las notas preparatorias de su
conferencia El fracaso de la Segunda Internacional, sustentada el 30
de junio de 1923, escribió: “… soy partidario antes que nada del frente único
proletario. Tenemos que emprender juntos muchas largas jornadas. Causa común
contra el amarillismo. Antes que agrupar
a los trabajadores en sectas o partidos agruparlos en una sola federación.
Cada cual tenga su filiación, pero todos el lazo común del credo clasista”
(cursivas nuestras).
Por otro lado, el acuerdo de la Segunda
Internacional expresa la teoría marxista acerca del papel de las masas en la
historia, y específicamente su posición contraria a todo egotismo sectario. El
marxismo es la conciencia política del proletariado internacional, pero no
todos los trabajadores son conscientes de esto, y, en la lucha por el
socialismo, ello es una realidad que debe ser tenida muy en cuenta.
Por eso Mariátegui señaló que en el
cumplimiento de los deberes históricos del proletariado, en cualquier etapa de
su lucha, “se encontrarán y se juntarán nuestros caminos, cualquiera que sea
nuestra meta última”.
El 1º de Mayo representa, pues, la lucha
reivindicativa de la clase obrera, y, precisamente por esto, su relación con el
17 de Marzo, aniversario de la Comuna de París, es la misma que existe entre el
Programa Mínimo y el Programa Máximo del proletariado.
Por lo tanto, de lo que se trata es de ligar
la lucha reivindicativa de la clase obrera a la lucha por el socialismo. Por
eso Mariátegui señaló: “Para nuestra Vanguardia obrera, cada 1º de mayo
representaría muy poco si no señalara una etapa en su propia lucha por el
socialismo”.
La meta última de los marxistas es el
socialismo y la sociedad sin clases.
Por eso hay que decir en voz alta: solo el
socialismo salvará a la humanidad, pues únicamente en sus condiciones, será posible
la desaparición de las clases, la lucha de clases y el Estado, y, por lo tanto,
la creación del hombre nuevo, la humanización de la humanidad.
Este es el camino abierto por la gloriosa
Comuna de París, cuyos principios brillarán eternamente en la historia.
¡Viva el 1º de Mayo!
¡Viva la lucha por el socialismo!
¡Defender
el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función
de la realidad actual!
Mariátegui
y el “Problema del Indio”
(Tercera
Parte)
Eduardo Ibarra
El “Problema del Indio” y el Problema de la Tierra
COMO SE HA PODIDO VER, PARA MARIÁTEGUI la esencia
del “problema del indio” es el problema de la tierra. Congruente con esta
premisa, sostuvo: “Y este problema de la tierra –cuya solidaridad con el
problema del indio es demasiado evidente– tampoco nos avenimos a atenuarlo o
adelgazarlo oportunistamente. Todo lo contrario. Por mi parte, yo trato de
plantearlo en términos absolutamente inequívocos y netos” (15). Y estos fueron
los términos: “Las expresiones de la feudalidad sobreviviente son dos: latifundio
y servidumbre. Expresiones solidarias y consustanciales, cuyo análisis nos
conduce a la conclusión de que no se puede liquidar la servidumbre, que pesa
sobre la raza indígena, sin liquidar el latifundio” (16). Términos, en efecto,
verdaderamente netos y absolutamente inequívocos, pues no dan ni el más mínimo margen
a la pretensión de convertir el problema de la tierra en, por ejemplo, “un
problema técnico-agrícola del dominio de
los agrónomos” (17). Por eso señaló rotundamente: “No nos contentamos con
reivindicar el derecho del indio a la educación, a la cultura, al progreso, al
amor y al cielo. Comenzamos por reivindicar, categóricamente, su derecho a la
tierra” (18).
En Principios de política agraria nacional, Mariátegui señaló: “El
punto de partida, formal y doctrinal, de una política agraria socialista no
puede ser otro que una ley de nacionalización de la tierra” (19).
La tierra nacional presupone la
liquidación del gamonalismo. Y supone el usufructo de la tierra por los
campesinos. La supervivencia de la comunidad permite reconocer la actualidad de
esta afirmación mariateguiana: “… es el Perú uno de los países de la América
Latina donde la cooperación encuentra
elementos más espontáneos y peculiares de arraigo. Las comunidades indígenas
reúnen la mayor cantidad posible de aptitudes morales y materiales para
transformarse en cooperativas de producción y de consumo. Castro Pozo, ha
estudiado con acierto, esta capacidad de las ‘comunidades’, en las cuales
reside, indudablemente, contra el interesado escepticismo de algunos, un
elemento activo y vital de realizaciones socialistas” (20).
Por eso señaló Mariátegui que “La
atribución de tierras a las comunidades tiene que efectuarse, naturalmente a
expensas de los latifundios, exceptuando de toda expropiación, como en México,
a los pequeños y aun a la de medianos propietarios, si existe en su abono el
requisito de la ‘presencia real’” (21). Esto es parte de la solución socialista
de nuestro problema agrario, acerca de la cual Mariátegui dejó sentado en el Programa del Partido: “El socialismo
encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes
empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión
agraria…” (22).
La tierra nacional no es otra
cosa que la reivindicación para la nación de una de sus riquezas naturales, y
por lo tanto, en perspectiva, está en relación con la soberanía del Estado
socialista.
La tierra nacional es la mejor
base para el usufructo colectivo de la tierra en unidades suficientemente grandes
para hacer posible la utilización de la tecnología agrícola más moderna, y por
lo tanto para mantener una alta productividad y una alta producción que haga de
la agricultura la base de la industrialización del país.
La tierra nacional es la condición
para la solución socialista de nuestro problema agrario.
En conclusión: “El problema no es
racial, sino social y económico; pero la raza tiene su rol en él y en los
medios de afrontarlo” (23). “La solución del problema del indio tiene que ser
una solución social. Sus realizadores deben ser los propios indios” (24).
Pero “La doctrina socialista es
la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la causa indígena,
que, situada en su verdadero terreno social y económico, y elevada al plano de
una política creadora y realista, cuenta para la realización de esta empresa
con la voluntad y la disciplina de una clase que hace hoy su aparición en
nuestro proceso histórico: el proletariado” (25).
Dada la supervivencia de más de
7,500 comunidades campesinas y “nativas” y la existencia de nueve millones de
“indígenas” (aproximadamente un tercio de la población absoluta del país, del
cual una parte considerable tiene la condición de campesina), hoy como ayer el
“problema del indo” se presenta como el problema primario en el proceso de
formación de la nación peruana.
Notas
[15] Ibídem, p.50.
[16] Ibídem, p.51.
[17] Ibídem.
[18] Ibídem, p.50.
[19] T.11, p.108.
[20] T.13, p.196.
[21] T.11, p.110.
[22] T.13, p.161.
[23] Ibídem,
p.45.
[24] T.11, p.33.
[25] T.13, p.188.
El Socialismo
Heroico y Creador:
«Defensa del
Marxismo»
(Tercera Parte)
Jorge Oshiro
EL RECHAZO O LA DEFENSA DE LA
REVOLUCIÓN RUSA va escindir la izquierda socialista a nivel mundial. La
aparición de la III. Internacional va a consolidar esta escisión.
Mariátegui
se ubica junto los defensores de la Rusia socialista.[1] Para
Mariátegui este hecho de incapacidad de comprender este acontecimiento histórico
fue relevante para comprender un espíritu reformista como fue el caso de Henri
de Man.
Pues
éste fue incapaz también de vivir y comprender una ambiente socio-psicológico
completamente diferente al que el escritor belga conocía. De Man no quería partir
del libro, del texto escrito; quería partir de la experiencia existencial,
quería partir de lo vivido, y sobre todo de lo vivido personalmente.
En
la polémica Mariátegui le siguió en este terreno argumentativo (pues
íntimamente coincidía con este presupuesto), aceptó las premisas que proponía
el belga y le hizo la crítica "desde dentro" del campo teórico
propuesto por el mismo de Man.
Si
lo fundamental era la experiencia vivida, argumentaba Mariátegui, de Man dio la
espalda precisamente a la experiencia colectiva más intensa y trascendental que
se daba en Europa y en el mundo en esos momentos y la más profunda después de
la Revolución Francesa.
Si
se quería comprender lo que era el marxismo en su forma más viviente, en su
expresión más dramática y hasta trágica, si se quería superar el marxismo
libresco había necesidad de estudiarlo, de observarlo (en el caso que el
interesado no fuera capaz de participar directamente en ella) en ese ambiente,
en esa coordenada histórica excepcional.
Allí
una multitud de hombres luchaban con dificultades increíbles, se esforzaban en
revolucionar su realidad concreta reclamando para si mismos el pensamiento de
Marx. Heinrich de Man dio la espalda a esta experiencia histórica y se conformó
a observar y analizar una experiencia que él mejor conocía porque era del
lugar: el ambiente proletario belga.
"El ambiente en el
cual se sitúa, para su análisis de los móviles e impulsos del proletariado, es
el ambiente mediocre y pasivo en el cual ha combatido: el sindicato y el de la
social-democracia belgas".
(...)
"No es en ningún
momento, el ambiente heroico de la Revolución que, durante la agitación
post-bélica no fue exclusivo de Rusia".[2]
Una doctrina viviente no puede
desarrollarse en abstracto. Ella está íntimamente ligada a una situación
histórica concreta. La doctrina no puede ser entendida independientemente de la
voluntad de los hombres concretos. La doctrina no es la causa del movimiento,
al contrario es el movimiento que le da a la doctrina su espíritu. Esta es una
también una tesis del mismo de Man:
"De la misma manera
como en el transcurso del desarrollo de la humanidad el pensamiento se
cristalizó como una función cada vez más importante del proceso de los afectos
y de la voluntad, así también muestra la totalidad de la historia íntima del
movimiento obrero como un cambio progresivo de los sentimientos en
pensamientos, de las necesidades (deseos) en ideales, de los estímulos en
razones" (Trad.JO).
Y en el mismo ritmo de su
pensamiento continuaba de Man afirmando que "la clase obrera ha luchado
antes de haber conocido la teoría" y formula lo siguiente:
"La lucha de clase
no ha nacido de la conciencia de clase, sino la conciencia de clase a partir de
la lucha de clase y ésta a partir del resentimiento de clases".[3]
Lo más lógicamente consecuente
hubiera sido para de Man estudiar el tema del marxismo precisamente allí donde
este resentimiento de clase, esta lucha de clase, estas necesidades-deseos,
instintos, estas emociones aparecían con mayor intensidad y apremio para
comprender mejor los pensamientos, los ideales, la conciencia de clase que
estos fenómenos "socio-psicológicos" engendran.
De
Man no lo hizo. Y él mismo decía que todo este deseo de análisis le vino de una
experiencia de frustración, de desilusión. Y de una desilusión frente a una
experiencia muy concreta, el socialismo puesta en práctica por el Partido
socialdemócrata alemán.
Este
fenómeno de desilusión y de frustración fue algo muy generalizado en su tiempo.
Muchos se despolitizaron, otros se radicalizaron y emigraron al otro campo
socialista. De Man fue incapaz de dar este paso pero tampoco abandonó la lucha
política. De allí que Mariátegui diga que "Henri de Man es un reformista
desengañado".
El
adjetivo que utiliza Mariátegui tiene importancia pues califica con precisión
su carácter reformista. El desengaño trae humores negativos. El libro escrito
por él es por esto, decía Mariátegui, "deliberadamente un libro derrotista
y negativo". Y todas las críticas que hacía de Man no correspondía al
objeto expresado, es decir al marxismo:
"Todas las
incongruencias, todas las distancias que de Man observa entre la teoría y la
práctica de la social democracia tudesca, no son, por ende, estrictamente
imputables al marxismo" (...) "El marxismo activo, viviente, de hoy,
tiene muy poco que ver con las desoladas comprobaciones de Henri de Man".
La tentativa revisionista de «Más Allá Del
Marxismo»
Ya nos hemos referido anteriormente
sobre las coincidencias entre las posiciones de Henri de Man y Mariátegui. La
crítica mariateguiana al libro del autor belga no fue puramente negativa.
Mariátegui reconoció las contribuciones valiosas que el libro ofreció al
movimiento obrero. El derrotismo del autor no anuló de ninguna manera, decía
Mariátegui
"...que el estudio
de los elementos psíquicos de la política obrera no constituya la parte más
positiva y original del libro, que contiene, a este respecto, observaciones muy
sagaces y buídas".
Pero para poder reconocer los
valiosos aportes del belga, Mariátegui tenía al mismo tiempo que
"recanalizar" estos conocimientos y observaciones en su dirección
original, es decir, su crítica a los principios marxistas.
Así
por ejemplo cuando de Man encontraba el resorte principal de la lucha
anticapitalista no en la lucha económica sino en "un complejo de
inferioridad social", decía Mariátegui
"su psicoanálisis
no obtiene ningún esclarecimiento contrario a las premisas esenciales del
marxismo".[4]
Y por otro lado, cuando afirmaba el
crítico belga que
"el resentimiento
contra la burguesía obedece, más que a su riqueza, a su poder",
afirmaba el peruano que
"(de Man) no decía
nada que contradiga la praxis marxista, que propone precisamente la conquista
del poder político como base de la socialización de la riqueza".
De la misma manera erraba en su
crítica cuando sostenía que
"lo que impulsó a
los obreros de la fábrica a la lucha defensiva, no fue tanto una disminuición
de salario como la independencia social, de alegría en el trabajo...".
Y a esto agregaba nuestro autor:
"de Man está
enteramente en lo justo cuando reclama una mayor valoración de los factores
psíquico del trabajo".
Y dentro de este cuadro cita este
pasaje:
"aunque nos
dediquemos a una labor utilitaria, no ha cambiado nuestra disposición original
que nos impulsó a buscar el placer del trabajo expresando en él los valores
psíquicos que nos son más personales"..."El hombre puede hallar la
felicidad no solamente por el trabajo, sino también en el trabajo".
Este elemento psicológico de la alegría
y el sentimiento de bienestar en el proceso del trabajo lo analizaba y
acentuaba Mariátegui cuando en los «Siete Ensayos» defendía la modalidad del
trabajo comunitario de los indios en su comunidad indígena entre otras cosas
porque además de que eran más productivo que el trabajo que se realizaba en los
latifundios, los indios desplegaban su trabajo con alegría.[5]
Los
pasajes con los cuales el revolucionario peruano estaba plenamente de acuerdo
con las observaciones de «Más allá del marxismo» podrían ser presentados más abundantemente.
Pero más importante es el fundamento teórico que hace estas coincidencias
posibles a pesar de que las intenciones y conclusiones no podrían ser más
contrarias.
Este
fundamento teórico no es otra que la crítica común que hacen ambos pensadores
al racionalismo cartesiano. En realidad lo que criticaba de Man era este
cartesianismo presente en el marxismo.
Para
ilustrar esta tesis tomemos un pasaje del primer capítulo, en el cual de Man
nos hacía un resumen de la crítica central presente a lo largo del libro. El
decía que el marxismo deduce el objetivo del socialismo de las leyes de la
evolución social a los cuales les da el carácter necesario de las leyes
naturales.
En
esto, decía de Man, el marxismo es determinista. Este determinismo corresponde
a un género de causalidad mecánica según el cual, siguiendo el ejemplo de
ciertos efectos mecánicos, una fuerza cambia de dirección sin modificar su
naturaleza o su intensidad y llega por esta via a un efecto opuesto a aquel de
su dirección original. En este sentido, según de Man, el marxismo es
mecanicista.
El
marxismo por otro lado, siempre según el crítico belga, funda su conocimiento
de las leyes de evolución social sobre la historia del pasado considerando los objetivos
de la voluntad humana como el resultado (mecánico) de ciertos estados del medio
ambiente. El marxismo reduce al hombre a un objeto de su medio ambiente y hace
derivar sus objetivos de "circunstancias" previas a su voluntad; en
ese sentido según de Man el marxismo es un historicismo.
Sin
embargo, según Marx, decía el belga, la evolución social así determinada no se
realiza sola. Ella exige del hombre una parte de voluntad que le venía de sus
conocimientos de las circunstancias determinantes y que en el proletariado debe
ser deducido del conocimiento de las leyes de la evolución formulada por Marx.
Esta creencia del marxismo en el conocimiento como causa de la voluntad social
testimonia su racionalismo afirma de Man
Como
se puede apreciar de Man criticaba al marxismo por su determinismo mecanicista,
es decir como lo hemos llamado anteriormente,[6] por su
"determinismo de lo inerte", por su historicismo, es decir por una
concepción de la voluntad cosificada, y por su racionalismo, es decir, la preeminencia
del conocimiento sobre la voluntad, los sentimientos y la práctica.
A
este racionalismo mecanicista opone de Man una visión del mundo que pretende
reivindicar el mundo afectivo de los instintos y los estados subconcientes.
Mientras él afirma el valor del mundo de los sentimientos, rechaza toda forma
de explicación de la realidad social y natural basada en la mecánica, siempre
exterior a la voluntad y a los afectos.
El
belga rechaza toda visión del conocimiento anterior al sentimiento, defiende
una visión que va de la vida al conocimiento y no al revés, como se expuso
arriba en referencia a Labriola.
Es
indudable que en toda esta visión de las cosas de Man se mueve dentro del
terreno spinoziano del conatus como categoría anterior a la ratio y en el cual
la ratio es explicada por el conatus y no al revés. Recordemos otra vez un
pasaje ya citado:
"La clase obrera ha
luchado antes de haber reconocido esta lucha. La lucha de clases no ha nacido
de la conciencia de la lucha de clase sino todo lo contrario, la conciencia de
clase ha nacido de la lucha de clase y ésta del resentimiento de clase".
Esta visión de las cosas que nos
ofrece de Man es semejante a la visión de Mariátegui que hemos expuesto a lo
largo de este trabajo. La referencia a Nietzsche que de Man nos hace al
comienzo de su libro no es por lo tanto gratuita, pues se aprecia en Nietzsche
una visión orgánica de la realidad, que sigue la tradición iniciada por Spinoza
con su teoría del conatus.
Mariátegui
se apresura a acentuar que esta visión del belga no es nueva. Ya un autor como
Sorel había establecido esta «reinversión" del orden de las cosas. Pero
Sorel lo había retomado de Nietzsche, además de Le Play y Proudhon. Y Nietzsche
de Spinoza
Y
así se establece un 'árbol genealógico', es decir, una tradición viviente de la
filosofía en la cual cada filósofo, aportando su propia creación se integra
dentro de una línea de reflexión que lo hacen común, dentro de las grandes
contradicciones que existe en sus respectivas expresiones.
Según
Mariátegui mucho antes que el crítico belga fue Sorel que puso la atención más
cuidadosa a los elementos espirituales del trabajo,
"Sorel sintió,
mejor acaso que ningún otro teórico del socialismo, no obstante su filiación
netamente materialista -en la acepción que tiene este término como antagónico
del de idealismo - el desequilibrio espiritual a que condenaba al trabajador el
orden capitalista".
Para el filósofo francés el mundo
espiritual del trabajador y su personalidad moral, decía Mariátegui,
interesaron tanto como su situación económica.
En
esta dimensión Sorel se distinguió a su vez por haber esbozado "las bases
de una teoría sobre el dolor" que confirmaba su fina y certera penetración
de psicólogo. Y mucho antes que apareciera Freud, reivindicó el pensador
francés todo el sentido de una expresión de Renán. Mariátegui:
"Es sorprendente
que la ciencia y la filosofía, adoptando el partido frívolo de las gentes de
mundo de tratar la causa misteriosa por excelencia como una simple materia de
chirigotas, no hayan hecho del amor el objeto capital de sus observaciones y de
sus especulaciones. Es el hecho más extraordinario y sugestivo del
universo".
Mariátegui asumiendo esta línea
reflexiva de Renán y Sorel criticaba el prejuicio existente contra este tema.
Decía:
"No se quiere ver
que se está ante el nudo de las cosas, ante el más profundo secreto del
mundo".
Pero no se piense que es un 'amor
platónico' lo que aquí se estaba debatiendo. Mariátegui como el pensador del
cuerpo no podía interpretar platónicamente este tema del amor. Siguiendo a
Renán, Unamuno y Sorel, escribía el revolucionario peruano:
"se siente movido a
pensar que los hombres manifiestan en su vida sexual todo lo que hay de más
esencial en su psicología".[7]
[1] Si se entiende como "leninista" la defensa de Lenin y la
Revolución Rusa contra todo tipo de ataques, ya sea de la burguesía
imperialista o de la socialdemocracia europea, no cabe duda que Mariátegui es
leninista, como lo fue un sinnúmero de intelectuales, en esos momentos, muy
diferentes uno de otros, entre ellos un Waldo Frank y un Diego Rivera. Hay que
entender además dentro de los conocimientos ganados en el cap. 3 y 4 que Lenín
es el símbolo del movimiento de multitudes
[2] El concepto "ambiente" debe ser entendido en el sentido
del 'estado de ánimo' de la multitud, producto sintético de una infinidad de
factores en el desarrollo de la conciencia y voluntad colectiva
[3] "Der Klassenkampf ist nicht aus dem Klassenbewußtsein geboren,
sondern das Klassenbewußtsein aus dem Klassekampf und dieser aus dem
Klassenressentiment".
[4] La categoría de
"complejo de inferioridad" aplicada a nivel social por de Mann no es
psicoanálisis freudiano sino adleriano. Pero lo importante aquí es que
Mariátegui integra este concepto dentro del marxismo, y por lo tanto de su
propia visión marxista
[5]Es necesario acentuar aquí que la "alegría al trabajo" a
la cual se refiere nuestro autor debe ser entendida en el sentido que es un
trabajo realizado en espíritu comunitario, en mancomunidad . En el contexto del
sentimiento de comunidad tanto de Man como Mariátegui se mueven dentro del
campo teórico adleriano.
[6] Ver el comienzo de este trabajo: «El punto de partida, El horizonte
Teórico»
[7] Este tema del amor, central en el pensamiento de Mariátegui, lo
desarrolló él pocos meses después de escrito este pasaje, en su corta novela
«Siegfried y el Profesor Canella» (febrero de 1929). El personaje central de la
historia, Julia Canella, (Ver abajo apéndice B) simboliza este amor dotado de
heroísmo y de esperanza, necesario en el proceso revolucionario. Y se tendría
que ver esta novela también como una crítica al "reformismo" moral de
Henri de Man.
Una Crítica Clasista al Concepto y Discurso
de la Sociedad Civil
Jan Lust
EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS, EL DISCURSO POLÍTICO ha sido contaminado cada vez más por el concepto
y el discurso de la sociedad civil. El colapso de la
antigua Unión Soviética a principios de la década de 1990 en
combinación con la introducción del
neoliberalismo hizo boom
al concepto de sociedad civil.
Como tal, la sociedad civil renació como un discurso adecuado para los intereses del capital
y en contra de las fuerzas que luchan por una sociedad en la que los seres humanos
son los motores del desarrollo en
lugar de los intereses y las necesidades
del capital (transnacional), y en
donde el desarrollo colectivo forma
la base de la asignación social e individual de los recursos.
La definición y el significado del concepto de sociedad
civil han cambiado con el tiempo.
El concepto tiene, sobre todo, una
connotación histórica y filosófica y fue utilizado por las diferentes fuerzas
políticas y organizaciones, en contextos políticos,
económicos y sociales específicos, para lograr
objetivos particulares de estas fuerzas políticas (Kaldor,
2005: 31-71; Fernández,
2003: 31-197). En
los “días de gloria” del neoliberalismo,
el concepto fue empleado como una “propuesta
conservadora para reducir el papel
del estado y todo lo que pertenece al
sector público” y para “fortalecer
la acción privada” (Torres-Rivas, 2001).
En este artículo
no vamos a profundizar en los
antecedentes históricos y filosóficos de
la sociedad civil como se hizo durante
los debates en los 90. Sin embargo, el hecho de que el concepto de la sociedad
civil se ha amarrado en el
pensamiento político de la izquierda nos obliga a politizar en
contra del concepto para establecer la esencia del concepto y exponer el significado ideológico real del mismo. Los muchos “rostros” de la sociedad civil, como escribe Wood (1990: 65), han hecho posible
que sirva “para muchos
propósitos”. Sin embargo, esto no quiere
decir que el concepto es neutro.
La sociedad civil, según Wood (1990: 63-64), “abarca una amplia gama de
instituciones y relaciones, desde los hogares, los sindicatos, las asociaciones
de voluntarios, hospitales, iglesias, hasta el mercado, las empresas
capitalistas, de hecho toda la economía capitalista en conjunto”. En realidad,
el concepto de sociedad civil podría ser considerado mejor como una
construcción política e ideológica en lugar de un concepto con base científica.
En
este artículo se argumenta que
el discurso de la sociedad civil no
conduce a la liberación del yugo
del capital por parte de los
pueblos de los países periféricos y centrales sino que, de hecho, los
encadena a este sistema de explotación y
opresión. Como el discurso
de la sociedad civil apunta a la democratización de la sociedad sin luchar por el poder del estado hace que el
discurso sea muy conveniente
para los intereses del capital.
Este
artículo
está estructurado en cuatro partes,
además de esta introducción. En la primera sección se discute la “eliminación” del concepto clase en el discurso de la sociedad civil. En la sección dos cuestionamos la supuesta separación entre el estado y la “sociedad” e intentamos demostrar la idoneidad ideológica del discurso de la sociedad civil para el capital. En la
tercera sección se presentan las conclusiones. En la sección cuatro, la última
sección, incluimos las referencias bibliográficas.
1.
La sociedad civil y la realidad de la clase
El concepto de la sociedad civil se incrusta dentro de un discurso que elimina la clase como el fundamento de la sociedad, como la unidad elemental para
el análisis del desarrollo de la
sociedad capitalista y como la
clave para la transformación social
hacia una sociedad socialista. Por haber “eliminado” la clase
de la sociedad, el discurso es capaz de
concentrar el análisis de, por ejemplo, la
desigualdad y la pobreza, en sus apariencias superficiales en lugar de sus causas.
Como consecuencia, el discurso erradica
la posibilidad de definir las relaciones
estratégicas de poder así como los conflictos entre
grupos sociales (Portes y Hoffman, 2003:
9) y se transforma en una herramienta
política e ideológica para
mantener el status quo. De hecho,
el discurso de la sociedad civil está
orientado a crear armonía entre
las diferentes clases sociales (David,
1998/99: 198).
La “eliminación” de la clase de la sociedad y de
su “eliminación” del análisis social hace que la lógica totalizadora y el poder
coercitivo del capitalismo se hagan invisibles. El efecto del discurso de la
sociedad civil es que, en vez que se debata el capitalismo en sí, se discute
una sociedad fragmentada “sin una estructura de poder global, sin una unidad
totalizadora, sin coerciones sistémicas” (Wood, 1990: 65).
El discurso de la sociedad civil es de gran utilidad para los intereses del
capital. No sólo disfraza los orígenes de la “prosperidad” del capital, sino
que también contribuye a mantener la paz entre las clases. El concepto de la
sociedad civil contribuye a mantener y profundizar una falsa imagen dentro de
las clases y capas sociales oprimidas y explotadas con respecto a los
fundamentos de la sociedad capitalista. Mientras que el proceso de la
producción capitalista se ha construido de tal forma que se evite que la clase
obrera “se transforma” de una clase an
sich (en sí mismo) a una clase für
sich (por sí mismo) ─el proceso productivo no es sólo técnico, sino también un proceso social
“en el que la transformación de las condiciones materiales de la existencia es
al mismo tiempo la producción, reproducción, y la transformación de las
relaciones sociales entre los productores directos (que participan en el
trabajo productivo real) y los que se apropian de su ‘producto excedente’ (los
que controlan los medios de producción)” (Zeitlin, 1980 : 2)─, el concepto de la sociedad civil
tiene la intención de crear la percepción de que la sociedad no está
estructurada en clases sociales sino solamente compuesta por individuos. De
hecho, como David (1998-1999: 201) comenta, la dominación de clase es “no solo
ejercido a través de la propiedad de los medios de producción y la coerción
política, sino también por la creación de consenso ideológico a través de las
instituciones de la sociedad civil.”
La existencia de diversas clases y fracciones dentro
de cada clase hace
que la comprensión de la sociedad
capitalista es sin duda muy
complicada. Sin embargo, como en el discurso de la sociedad civil se ha erradicado la clase, el “problema de la clase” no representa un problema para
comprender cabalmente las dinámicas de la
sociedad. Confluyendo con el discurso post-marxista, el discurso de la sociedad civil declara que “no
hay intereses objetivos de clase” que divide la sociedad ya que “los intereses son
puramente subjetivos y cada cultura
define las preferencias individuales” (Petras, 1997).[1] Veltmeyer (2000) sostiene que “la base del post-marxismo es un rechazo
del concepto que se encuentra en
el centro del análisis marxista: clase, definida en términos de la relación de los individuos con los medios de producción
en condiciones que son, como Marx ha concebido,
‘definitiva y más allá de su voluntad’, y que corresponden a las etapas del desarrollo de las fuerzas de
producción de la sociedad.”
Según Wood (1990: 79), la
“eliminación” de la clase es más
bien exactamente el problema de
discurso de la sociedad civil. Las teorías que no diferencian entre las distintas instituciones sociales y
las “identidades”, no pueden
tratar de manera crítica el capitalismo.
Mediante la “eliminación” de la clase,
la relación de explotación desaparece como una de las condiciones objetivas para el desarrollo del sistema capitalista y se transforma en un asunto subjetivo e
individual.
2.
El discurso de la sociedad civil y la verdad del estado capitalista
El discurso de la sociedad civil intenta hacernos creer
que existe una brecha entre el estado y la sociedad, incluso intereses contradictorios.[2] De hecho, el estado está considerado como autónomo y la política y la economía se conciben como
dos esferas de acción diferentes.
Hace años, Miliband (1970; 1976) y
Poulantzas (1976a; 1976b; 1986) explicaron
el papel del estado en la sociedad capitalista, aunque con distintos puntos de vista. Por un lado, el surgimiento del estado fue visto como la consecuencia de las contradicciones entre las clases y entre
fracciones de clase (teoría estructuralista del estado) y, por otro lado, el
estado capitalista fue considerado como un instrumento
en las manos de la clase dominante (la teoría instrumentalista del estado). Sin embargo, según Gold, Lo y Wright (1977: 35-36)
la perspectiva instrumentalista tiende al voluntarismo al explicar las actividades del estado. En el caso de los estructuralistas,
estos autores consideran que su análisis
ha eliminado casi
por completo la acción consciente. Creemos la teoría estructuralista así como la teoría instrumentalista del
estado, combinada, crucial para nuestra comprensión del funcionamiento del
sistema capitalista al nivel político. Además, estamos de acuerdo con
Poulantzas (1986: 241; 1976c: 12-13) quien declara que el estado capitalista no
representa directamente los intereses económicos de las clases dominantes sino
sus intereses políticos.
Una revisión de la discusión “antigua” con respecto a la visión
estructuralista e instrumentalista del estado es relevante para el debate que
debe ser llevado a cabo dentro de la izquierda en relación con el carácter de
clase del concepto y discurso de la sociedad civil. En nuestro punto de vista,
el estado debería ser contemplado como una relación de poder y de explotación,
afectando y reproduciendo la estructura de las relaciones de clase de la sociedad
capitalista. Como Adler (1982: 139) sostiene, aunque el estado no crea la
explotación “y por lo tanto tampoco puede ser su objetivo”, no obstante, “da a
esta explotación una forma particular, precisamente, la de la forma jurídica”.
El proceso de producción y explotación, señala
Poulantzas (1976a: 21), es “al mismo
tiempo el proceso de la reproducción de
las relaciones de dominación y subordinación política e ideológica.” Esto significa que la lucha de clases no
puede limitarse a la estructura económica y social de la sociedad,
pero debe entrar en la arena del estado,
o, en términos más generales, también tiene que “entrar” en el nivel de la superestructura. El estado podría ser
considerado como relativamente
autónomo de la estructura
económica y social de la
sociedad, pero esta autonomía relativa, como
Poulantzas (1986: 140-141) explica, se debe a su relación con las estructuras sociales de
la sociedad y no es causado por un cierto poder propio.
El discurso de la sociedad civil apunta al desarme de las clases explotadas y oprimidas. En vez de luchar por el poder
propone la creación de “subsociedades”. La apuesta a la fundación de
estas “subsociedades” confirma y profundiza la dominación de las estructuras de
la sociedad “dominante”. De esta manera, el discurso no contribuye
a la democratización de la sociedad como
sus partidarios afirman, pero ayuda a prolongar y, por lo tanto, fortalecer el
sistema. Al respecto, Petras
(1997) anota que los ataques anti-históricos y antisociales al estado solo sirven para
desarmar la posibilidad de “forjar una alternativa
eficaz y racional anclada en
las potencialidades creativas de la acción pública”.
El papel del estado capitalista en mantener y
profundizar el desarrollo capitalista y su clara defensa del capital transnacional en los países periféricos
puede ser demostrado con el caso del Estado peruano. Es un ejemplo perfecto y claro para mostrar cómo funciona el estado capitalista en
los países periféricos.
En las últimas dos décadas, la burguesía peruana no sólo fue
capaz de implementar un proceso
de privatización a gran escala, sino
que también fue la fuerza
política detrás de los acuerdos
de libre comercio que el Perú firmó
(y sigue firmando) con una variedad de países. En la actualidad, la burguesía peruana es el principal defensor de los intereses del
capital extractivo (transnacional). Ha tenido
éxito en evitar un impuesto a las
súper ganancias de las corporaciones
mineras y está
estimulando proyectos de infraestructura que faciliten las actividades
del capital extractivo. Estos
mismos proyectos se dan, en muchos casos, en forma de Asociaciones Públicos
Privados donde, al final, la empresa privada no tiene nada que perder. Es una
situación de “ganar o ganar”. En resumen, el estado en los países periféricos ejecuta, principalmente, las funciones económicas
e ideológicas que son indispensables
para la reproducción ampliada
del capital (transnacional).
Las consecuencias políticas devastadoras del discurso de la sociedad civil para la lucha hacia la transformación social parece ser más que evidente. A medida que el discurso hace hincapié en la existencia de intereses contradictorios entre el estado y
la sociedad, crea y propaga la idea de que una reforma
del estado, es decir, el estado
como un instrumento al servicio de toda la población, es posible. Sin embargo,
como Fernández (2003: 265,
274) –un defensor del discurso de la sociedad civil─ afirma claramente: “Una sociedad civilizada vigorosa proporciona
a los individuos y los grupos un
sentimiento de respeto por el
estado y un compromiso positivo [...]
Además, la sociedad civil ofrece nuevos
miembros para la clase dominante en la formación [...] El
fortalecimiento de la sociedad civil democrática está estrechamente relacionado con el
fortalecimiento de las instituciones públicas”. En otras palabras, según Fernández, la sociedad civil es funcional
para el desarrollo y el mantenimiento
del estado capitalista.
La supuesta
separación entre el estado y la sociedad
tiene que ver con la forma en que
se entiende la estructura de la sociedad. Como el
discurso de la sociedad civil contempla
la sociedad como compuesta de individuos, una pluralidad de identidades por
así decirlo, en lugar de estar estructurada,
básicamente, en clases sociales, sus
defensores no son capaces de comprender
la naturaleza de clase del estado
capitalista. En el
discurso de la sociedad civil, el
estado esta considerado autónomo
(ni relativamente autónoma como sostiene Poulantzas) y tiene
intereses particulares que se oponen a la “sociedad”.
Los partidarios
del concepto de la sociedad civil
apuntan a la función instrumental
del estado cuando critican y se movilizan en
contra de ello. El “carácter
estructuralista” del estado es, por otra parte, una píldora muy difícil de tragar para los defensores de la
sociedad civil, ya que destruye el fundamento de su intención,
supuestamente, de democratizar la sociedad. Por ejemplo, es mucho más fácil movilizarse
para algún tipo de democratización política y obtener ciertos
resultados tangibles en lugar de adoptar
medidas en favor de la democratización económica ya que esto implicaría un proceso que conlleva a la transformación social.
La democratización política del estado no es algo
que pueda ser considerada como contrario
a los intereses de la fracción
de la burguesía en el poder. A pesar de que podría, en
el corto plazo, oponer a los intereses económicos de la clase dominante, en el mediano y largo plazo la democratización podría ser “compatible con sus intereses políticos, con su dominación hegemónica” (Poulantzas, 1986: 242). Por esta
razón, como Poulantzas (1976c: 27) argumenta, los
intereses de las clases dominadas son, en general, solo garantizados
por el estado capitalista cuando éstos
sean compatibles con los intereses
de la clase dominante. Harnecker
(1970: 137) comenta
que con el fin de preservar su
poder económico, en algunos casos
la burguesía tiene que “dar” algo de poder político.
Estos “procesos” de
dar “espacio” a las clases
dominadas en el aparato estatal son
el resultado dialéctico de la
lucha de clases.
Los
defensores de la sociedad civil tienen la intención de fortalecer las fuerzas
democráticas fuera del estado. Mientras que, en definitiva, esto podría
contribuir a la democratización de la sociedad, sin embargo, al considerar el
estado como un organismo autónomo los “abogados” de la sociedad civil ayudan a
mistificar la realidad política y de clase del estado capitalista entre la
clase obrera y otras capas sociales explotadas y oprimidas. Por lo tanto,
aquellos que se adhieren al discurso de la sociedad civil podrían ser
considerados como lacayos del capital ya que intentan, tal vez sin ni siquiera
ser consciente de ello, de enmascarar la dictadura de la minoría, el régimen de
los propietarios de los medios de producción. En vez de apuntar a una verdadera
democratización de la sociedad capitalista, ellos, como argumenta Wood (1990:
79), se rinden ante el capitalismo y sus mistificaciones ideológicas “por un
concepto indeterminado de democracia”.
3.
Conclusiones
El discurso de la sociedad civil no sólo es funcional para el capital también
es una expresión de la politización de la sociedad (Tejada, 1996: 127). El
concepto y el discurso de la sociedad civil son adecuados para los procesos
hacia la superación del capitalismo como para su reproducción. La lucha por la
democratización política, por ejemplo, podría dar lugar a discusiones con
respecto a la democracia y conducir a procesos de democratización económica.
Sin embargo, la democratización política reflejada en la creciente
participación de la sociedad civil en los procesos de toma de decisiones
políticas también legitima la sociedad capitalista.
En el contexto político mundial, el concepto de la sociedad civil es una
construcción política para enmascarar los fundamentos de la sociedad
capitalista. El concepto “elimina” la clase de la sociedad y del análisis
social, y considera al estado como neutro. De esta manera, la “lógica
totalizadora del capitalismo”, como Wood (2000: 284) escribe, está siendo
reducida a “un conjunto de instituciones y relaciones entre un montón de otros”
y esta reducción es el “carácter distintivo principal de la ‘sociedad civil’ en
su nueva personificación”.
El discurso actual de la sociedad civil tiene
que ser considerado como un ataque político a los intereses históricos de la
clase obrera, definido como un proceso hacia la creación de una sociedad basada
en los principios socialistas. Es la tarea de las fuerzas revolucionarias para
mostrar la naturaleza de clase del discurso de la sociedad civil para revelar
el carácter de clase del estado y forjar la conciencia de clase de los
explotados y los oprimidos.
El concepto de la sociedad civil es importante para la lucha contra el
capital, ya que podría ayudar a reunir una gama diversa y amplia de movimientos
sociales detrás de la bandera de la democratización de la sociedad capitalista.
Para transformar esta lucha en un combate por la transformación social parece
ser muy difícil debido a los intereses de clase contradictorios dentro y entre
los movimientos sociales. Como afirma Petras (1997), “la política de identidad
en el sentido de la conciencia de una forma particular de opresión por un grupo
inmediato puede ser un punto de partida adecuado. Este entendimiento, sin
embargo, se convertirá en una ‘prisión de identidad’ (raza o género) aislada de
otros grupos sociales explotados a menos que trasciendan los puntos inmediatos
de opresión y se enfrenta al sistema social en el que está inmersa”.
Aunque podría parecer que el discurso de la sociedad
civil apunta a la democratización
de la sociedad, mediante la introducción de conceptos relacionados a la pluralidad de las
identidades el discurso ayuda,
de hecho, a mantener la esencia de la
organización no-democrática de la
sociedad, es decir, su estructura
de clases. Además, el discurso “de-conceptualiza” el capitalismo, por
estar “dividiendo la sociedad en fragmentos,
sin una estructura de poder que abarca todo” (Wood, 2000:
285).
Una verdadera democratización de la sociedad debería
significar su democratización económica.
En el contexto de los debates continuos sobre las cuestiones de desarrollo, consideramos que el desarrollo
“genuino” sólo puede tener lugar si esto implicaría una transformación social de la sociedad.
De hecho, si el
desarrollo se entiende como una mejora constante y estructural de las condiciones sociales de
una parte cada vez mayor de la población mundial debería implicar una ruptura con la mercantilización de las necesidades sociales básicas de la población, como el agua, la salud y la educación. Si también
apunta a un aumento cualitativo de la participación de la
población en la toma de decisiones
políticas y económicas, debe significar dar a las masas explotadas y oprimidas la propiedad, el
control y la gestión de los
medios de producción.
El estado
en la sociedad capitalista no puede
ser reformado para “trabajar” en
favor de las clases explotadas y
oprimidas ya que es, en esencia, una
agencia para promover el desarrollo de la sociedad capitalista, es decir, para
mantener, profundizar y ampliar las relaciones de explotación y opresión. El concepto y el discurso de la
sociedad civil podrían ser
considerados como instrumentos en las manos de la
burguesía porque enmascaran la función del estado en la sociedad capitalista.
Aunque no
consideramos que sea imposible para
el estado contribuir al cambio social, por un período de tiempo determinado y dependiendo de la correlación de fuerzas de clase dentro y fuera del estado, sin embargo, el proyecto
revolucionario de transformación social no puede depender de ello, sino más bien que tenga que destruir
el estado. Como comenta
Lenin
(1960: 299), “si el estado es un producto del cáracter irreconcilable de las
contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que ‘se divorcia más y más de la sociedad’, resulta claro que la
liberación de la clase oprimida es imposible, no solo sin una revolución
violenta, sino también sin la destrucción
del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el
que toma cuerpo aquel ‘divorcio’.”
4.
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Notas:
[1] Es interesante observar la relación entre la sociedad civil y el discurso post-marxista. Según Petras (1997), uno de los argumentos del post-marxismo contra el marxismo es la
siguiente: “El énfasis marxista en la
clase social es ‘reduccionista’ porque las clases se están disolviendo; los puntos políticos principales de partido son culturales y
arraigado en las diversas identidades (raza, género, étnicidad, preferencia sexual).”
[2] Según Fernández (2003: 240), la sociedad civil no está “sistematicamente
opuesta” al estado.