¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda
tergiversación y desarrollarlo en función de la realidad actual!
El
Socialismo y la Comunidad Campesina*
Eduardo
Ibarra
EN LA SEGUNDA PARTE DE SU RESPUESTA al
Cuestionario Nº4 del Seminario de Cultura Peruana, publicado en la revista La Sierra,
febrero 1927, José Carlos Mariátegui señaló que "Hay que contar con un
factor concreto que le da al problema agrario peruano un carácter peculiar: la
supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico en la
agricultura y la vida indígena. Para el socialismo peruano este factor tiene
que ser fundamental" (t.13, pp.276-277). Y en Principios de política agraria nacional, julio 1927, sostiene que
"El ´ayllu`, célula del Estado incaico, sobreviviente hasta ahora, a pesar
de los ataques de la feudalidad y el gamonalismo, acusa aún vitalidad bastante
para convertirse, gradualmente, en la célula de un Estado socialista moderno"
(t.11, pp.109-110). Por eso, en el Programa
del partido (1), octubre 1928, afirma que "El socialismo encuentra lo
mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas
agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión
agraria" (t.13, p.161). Esta vitalidad de la comunidad campesina y esta
peculiaridad de nuestro problema agrario constituyen, sin duda, elementos
cardinales de la teoría mariateguiana de la revolución peruana. Pues bien, es
menester preguntarse: ¿hoy por hoy, la comunidad campesina acusa suficiente
vitalidad como para convertirse en la célula de un Estado socialista? Esta
cuestión será examinada en el presente ensayo.
I
El proceso de surgimiento del Estado en el
antiguo Perú determinó que el ayllu primitivo, autosuficiente y autónomo,
experimentara progresivamente cambios en su doble condición de unidad familiar
de producción y de propietario de la tierra. De acuerdo a investigaciones
históricas, ya en la cultura Chimú se dio por primera vez la propiedad estatal
de la tierra y, en consecuencia, puede sostenerse razonablemente que a partir
de entonces el ayllu empezó a ser la célula básica del Estado (2). Con el
Tahuantinsuyo, estos cambios se generalizaron y consolidaron. El hecho es que,
entonces, las formas de solidaridad en el trabajo empezaron a servir no solo
para la reproducción del ayllu sino también para la reproducción del Estado. Es
de esta suerte como la comunidad pudo sobrevivir y convertirse en la célula
misma del Estado, aunque en calidad de institución explotada económicamente y
oprimida políticamente. Esta supervivencia del ayllu en las condiciones de la
existencia de clases y de Estado marca el punto de partida de la vía sui generis que ha seguido la sociedad
peruana a lo largo de su evolución histórica.
Con la Colonia,
"El feudalismo español se superpuso al agrarismo indígena, respetando en parte
sus formas comunitarias" (ibidem,
p.31). De hecho, las comunidades fueron despojadas en gran parte de sus
tierras, aunque las Leyes de Indias “tendían a convertir la comunidad en una
rueda de su maquinaria administrativa y fiscal. La comunidad podía y debía
subsistir, para la mayor gloria y provecho del Rey y de la Iglesia" (7 Ensayos, p.63). Así, "La
convivencia de ´comunidad´ y latifundio en el Perú está, pues, perfectamente
explicada, no sólo por las características del régimen del Coloniaje, sino
también por la experiencia de la Europa feudal. Pero la comunidad, bajo este
régimen, no podía ser verdaderamente amparada sino apenas tolerada. El
latifundista le imponía la ley de su fuerza despótica sin control posible del
Estado. La comunidad sobrevivía, pero dentro de un régimen de servidumbre.
Antes había sido la célula misma del Estado que le aseguraba el dinamismo
necesario para el bienestar de sus miembros. El coloniaje la petrificaba dentro
de la gran propiedad, base de un Estado nuevo, extraño a su destino" (ibidem, pp.65-66). En efecto,
petrificada dentro del feudalismo colonial, la comunidad devino despensa de
mano de obra de la hacienda feudal, de la mina esclavista y del obraje
mercantil. Y fue de esta forma como el colonialismo español la integró a su
sistema, lo cual explica que ella sobreviviera bajo las condiciones de un
feudalismo que presentaba como características sui generis: 1) la gran propiedad como célula económica del Estado
colonial; 2) la convivencia de latifundio y comunidad; 3) su carácter colonial;
4) su inserción en el comercio internacional del capitalismo naciente.
Formalmente, la
República instauró el régimen democrático, pero de hecho dejó casi intacta la feudalidad y estableció
el gamonalismo. Por eso Mariátegui sostiene que "el liberalismo formal de
la legislación republicana no se ha mostrado activo sino frente a la
´comunidad` indígena. Puede decirse que el concepto de propiedad individual
casi ha tenido una función antisocial en la República a causa de su conflicto
con la subsistencia de la ´comunidad`. En efecto, si la disolución y
expropiación de ésta hubiese sido decretada y realizada por un capitalismo en
vigoroso y autónomo crecimiento, habría aparecido como una imposición del
progreso económico. El indio entonces habría pasado de un régimen mixto de
comunismo y servidumbre a un régimen de salario libre. Este cambio lo habría
desnaturalizado un poco, pero lo habría puesto en grado de organizarse y
emanciparse como clase, por la vía de los demás proletarios del mundo. En
tanto, la expropiación y absorción graduales de la ´comunidad` por el
latifundismo, de un lado lo hundía más en la servidumbre y de otro destruía la
institución económica y jurídica que salvaguardaba en parte el espíritu y la
materia de su antigua civilización" (ibidem,
pp.77-78). Pero el capitalismo en el Perú se hizo tempranamente heterónomo y en
ninguno de sus momentos ha sido vigoroso y, por esto, no ha tenido la potencia
necesaria para disolver la comunidad campesina conforme a los principios liberales.
La comunidad sobrevivió así como apéndice del latifundio feudal o semifeudal y
como despensa de mano de obra barata del capitalismo.
En resumidas
cuentas, puede decirse que el ayllu-comunidad ha atravesado nuestra historia
transformándose y adaptándose a los diversos modos de producción sucesivamente
dominantes, pero conservando de algún modo y en alguna medida algunas de sus
características esenciales. Así, la supervivencia de la comunidad hasta nuestros
días es una peculiaridad de nuestro proceso histórico.
II
¿En qué consiste la teoría de Marx sobre la
perspectiva histórica de la comunidad campesina en nuestra época? ¿Cuáles son
los elementos fundamentales de esta teoría? ¿Puede decirse que esta teoría está
vigente, allí, naturalmente, donde sobrevive la comunidad campesina?
En el Proyecto de respuesta a la carta de V. I.
Zasúlich, escrito entre fines de febrero y comienzos de marzo de 1881, Marx
señala que la transformación de la propiedad privada basada en el trabajo
personal en propiedad privada basada en la explotación del trabajo ajeno, es
decir, la conversión de una forma de propiedad privada en otra forma de
propiedad privada, es un proceso cuya "fatalidad histórica"
corresponde típicamente a los países de Europa occidental, pues, por ejemplo,
en la Rusia de los años ochenta del siglo XIX, que él examina en dicho texto
justamente, se encontraba viva todavía la propiedad comunal que, por existir
paralelamente a la producción capitalista, podía permitirle “a Rusia incorporar
a la comunidad todos los adelantos positivos logrados por el sistema
capitalista sin pasar por sus Horcas Caudinas", y posibilitarle, por lo tanto,
que la institución comunal eliminara "gradualmente sus caracteres
primitivos" y se desarrollara "directamente como elemento de la
producción colectiva a escala nacional", pues "tanto en Europa
Occidental como en Estados Unidos", la comunidad encontraba al capitalismo
"en lucha contra la ciencia, contra las masas populares y contra las
mismas fuerzas productivas que engendra, en una palabra... en una crisis que
terminará con la eliminación del mismo, con un retorno de las sociedades
modernas a una forma superior de un tipo <<arcaico>> de la propiedad y de la producción
colectivas", lo cual era “la mejor prueba de que este desarrollo” posible
de la comunidad rural respondía “al rumbo histórico de nuestra época" (3).
Marx habla, además,
en el mismo texto, de "los posibles destinos de la <<comunidad rural>> desde un punto de
vista teórico", y específicamente de "la posibilidad teórica" de su evolución por la vía
del socialismo moderno a condición de que la revolución rusa alcanzase la
victoria. De allí su enfática afirmación de que "Para salvar la comunidad
rusa hace falta una revolución rusa". Caso contrario, sostiene, la
comunidad sería a la larga disuelta por el desarrollo del capitalismo, pues
"el dualismo inherente a la <<comunidad agraria>>" "puede,
con el tiempo, convertirse en fuente de descomposición". Pero, "si la
revolución se produce en su tiempo oportuno, si concentra todas sus fuerzas
para asegurar el libre desarrollo de la comunidad rural, ésta se erigirá pronto
en elemento regenerador de la sociedad rusa y en elemento de superioridad sobre
los países sojuzgados por el régimen capitalista".
Por otro lado, en
el tercer borrador de la carta a Zasúlich, Marx anota que "Como última
etapa de la formación primitiva de la sociedad, la comunidad agrícola es al
mismo tiempo una etapa de transición hacia la formación secundaria, o sea, una
transición de la sociedad basada en la propiedad común a la basada en la
propiedad privada. La formación secundaria abarca... la serie de sociedades
basadas en la esclavitud y la servidumbre" (4).
En consecuencia, si
la comunidad agraria es considerada en sus condiciones originales, hay que
reconocer que encerraba en su seno las premisas de su transformación hacia formaciones
sociales basadas en la propiedad privada. Pero, si es considerada tal como
existe en nuestra época, entonces hay que reconocer que su dualidad interna puede resolverse y tiene que resolverse con
arreglo a la influencia del ambiente histórico en que sobrevive. Como, en
general, este ambiente es el capitalismo, la comunidad campesina puede ser
liquidada por medio de la violencia como ocurrió en las Indias Británicas, o
puede desintegrarse por la acción de un impetuoso desarrollo del capitalismo
como en Rusia, o puede, incluso, convertirse en simple envoltura nominal de la
pequeña propiedad individual como es posible que pueda ocurrir en el Perú.
Pero, desde luego,
también es posible que la revolución se anticipe a cualquiera de estas formas
posibles de disolución de la comunidad y, en consecuencia, el elemento
colectivista inherente a ella sirva de punto de partida para su evolución hacia
el socialismo moderno, pues dicho
elemento responde al rumbo histórico
de nuestra época. Esto no quiere decir, por supuesto, que la comunidad
campesina pueda alcanzar espontáneamente
una transformación de esta naturaleza, pues de hecho el elemento colectivista
que encierra todavía, es, incluso en nuestro tiempo, "el resultado de la debilidad
del individuo aislado", y, por esta razón y otras más, no encierra las premisas
del socialismo moderno. Lo que ocurre es que si la revolución alcanza a
salvarla de la disolución, la comunidad puede transformarse en elemento de
la producción colectiva a escala nacional. De manera, pues, que cualquiera
de las dos posibilidades de evolución de la comunidad campesina depende para su
realización práctica del influjo del medio exterior a ella.
Resumiendo lo
esencial, hay que decir que la posibilidad
teórica de que la comunidad campesina
se transforme en los hechos en elemento de la producción colectiva a escala
nacional requiere del triunfo de la revolución. Por eso, en el prefacio a la
edición rusa de 1882 del Manifiesto,
Marx y Engels escribieron que "El Manifiesto Comunista se propuso como
tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad
burguesa. Pero en Rusia, vemos que al lado del florecimiento febril del fraude
capitalista y de la propiedad territorial en vías de formación, más de la mitad
de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la
pregunta: ¿podría la obshchina rusa
-forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la
tierra- pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la
forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso
de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?"
"La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente:
si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente,
de modo que ambas se completen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia
podrá servir de punto de partida a una revolución comunista".
Punto de partida, pues, y nada más que punto de partida. Y
por un doble motivo, pues la comunidad campesina tendría que transformarse
tanto como estructura económico-social cuanto como colectivo humano, pues lo
mismo con relación a lo primero como a lo segundo, es necesario eliminar gradualmente sus caracteres primitivos e
incorporarle los elementos materiales y espirituales positivos de la moderna
civilización. Solo así podría desarrollarse
directamente como elemento de la producción colectiva a escala nacional.
Esta es, expuesta a
grandes rasgos, la teoría de Marx sobre las dos perspectivas posibles de la
comunidad campesina en nuestra época.
III
¿En qué consiste, preguntémonos ahora, la
teoría de Mariátegui sobre la comunidad campesina peruana, sobre la posibilidad
de que pueda convertirse en célula del Estado socialista? ¿Cuáles son los
fundamentos de esta teoría?
En sus
fundamentales 7 Ensayos, Mariátegui
señala que "de la civilización inkaica, más que lo que ha muerto nos
preocupa lo que ha quedado. El problema de nuestro tiempo no está en saber cómo
ha sido el Perú. Está, más bien, en
saber cómo es el Perú. El pasado nos
interesa en la medida en que puede servirnos para explicarnos el presente. Las
generaciones constructivas sienten el pasado como una raíz, como una causa.
Jamás lo sienten como un programa" (p.335. Negritas en el original). Y,
¿qué ha quedado de la civilización
incaica? "Lo único casi que sobrevive del Tawantinsuyo es el indio. La
civilización ha perecido" (ibidem,
p.336). En efecto, como sociedad orgánica y autónoma la civilización incaica ha
fenecido, pero ha sobrevivido el indio con su comunidad agraria, su espíritu
colectivista y sus idiomas. Por eso Mariátegui sostiene que "Los
indigenistas revolucionarios, en lugar de un platónico amor al pasado incaico,
manifiestan una activa y concreta solidaridad con el indio de hoy" y, por
consiguiente, no sueñan "con utópicas restauraciones (...) Su concepción
de la historia y de sus fenómenos es realista y moderna. No ignora [n] ni
olvida [n] ninguno de los hechos históricos que, en estos cuatro siglos, han
modificado, con la realidad del Perú, la realidad del mundo" (t.11, p.74.
Elipsis nuestra). Y, ¿cuáles son estos hechos históricos que han modificado la
realidad del Perú? Pues, grosso modo,
tres fundamentalmente: 1) el feudalismo-colonial impuesto por España y la
inserción colonial del Perú en la economía y la vida mundiales; 2) la expansión
mundial del capitalismo y su desarrollo en el país; 3) el inicio de la época de
la revolución socialista y la acción política del proletariado peruano. Por eso,
Mariátegui observa que "El Perú contemporáneo se mueve dentro de la órbita
de la civilización occidental. La mistificada realidad nacional no es sino un
segmento, una parcela de la vasta realidad mundial" (ibidem, p.26).
Puede decirse que
este es la premisa general de la teoría mariateguiana sobre la comunidad
campesina y su proyección histórica.
En un plano
específico, Mariátegui señala que "La defensa de la ´comunidad` indígena
no reposa en principios abstractos de justicia ni de sentimentales
consideraciones tradicionalistas, sino en razones concretas y prácticas de
orden económico y social. La propiedad comunal no representa en el Perú una
economía primitiva a la que haya reemplazado gradualmente una economía
progresiva fundada en la propiedad individual. No; las ´comunidades` han sido
despojadas de sus tierras en provecho del latifundio feudal o semifeudal,
constitucionalmente incapaz de progreso técnico" (7 Ensayos, p.84). "En efecto, si la disolución y
expropiación" de la comunidad "hubiese sido decretada y realizada por
un capitalismo en vigoroso y autónomo crecimiento, habría aparecido como una
imposición del progreso económico. El indio entonces habría pasado de un
régimen mixto de comunismo y servidumbre a un régimen de salario libre. Este
cambio lo habría desnaturalizado un poco; pero lo habría puesto en grado de
organizarse y emanciparse como clase, por la vía de los demás proletariados del
mundo. En tanto, la expropiación y absorción graduales de la ´comunidad` por el
latifundismo, de un lado lo hundía más en la servidumbre y de otro destruía la
institución económica y jurídica que salvaguardaba en parte el espíritu y la
materia de su antigua civilización" (ibidem,
pp.77-78). De este modo Mariátegui defendió la comunidad campesina en su
conflicto con la feudalidad, al mismo tiempo que denunció el carácter formal de
nuestro liberalismo (5).
Por otro lado,
Mariátegui sostiene que "los rasgos de la agrupación social indígena no
han llegado a extinguirse" (7
Ensayos, p.345). Y que la comunidad no es solo "una institución
económica sino también, y sobre todo, una institución social que defiende la
tradición indígena, que conserva la función de la familia campesina y que
traduce ese sentimiento jurídico popular al que tan alto valor asignan Proudhon
y Sorel” (ibidem, pp.87-88). Por eso
mantiene que allí "donde se agrupan familias entre las cuales se han
extinguido los vínculos del patrimonio y del trabajo comunitarios, subsisten
aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la
expresión empírica de un espíritu comunista. La ‘comunidad’ corresponde a este
espíritu. Es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la
‘comunidad’, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla,
mantenerla o subrogarla. El trabajo y la propiedad en común son reemplazados
por la cooperación en el trabajo individual" (ibidem, p.83). En efecto, la comunidad no es solo un sistema de
propiedad de la tierra sino también un sistema orgánico de formas solidarias de
trabajo y de vida social y, por esto, incluso en los casos en los que ha
desaparecido como tal sistema, sobrevive en los campesinos indígenas cierto
espíritu de cooperación.
En su ensayo El problema del indio, Luis Valcárcel explicó esta realidad del
modo siguiente: “La resurrección de la ‘minka’ o trabajo colectivo para bien
común es uno de los hechos históricos de mayor significación de nuestro tiempo.
Yo, en mis charlas con José Carlos, mucho le había hablado del espíritu
comunitario que no había sufrido eclipses, pese a todos los contrastes.
Inclusive cuando la comunidad no ha escapado a la introducción de la propiedad
individual, ese espíritu se mantiene, en sus dos formas: solidaridad y
cooperación. Gracias a ese poder cohesivo, no han desaparecido del Perú los
millares de comunidades que todavía existen”. “Ambos sentimientos de
cooperación y de solidaridad afianzan la conciencia personal, garantizan la
vida del individuo, a quien los demás de su grupo apoyan y asisten en estrecha
hermandad” (El problema del indio/El
proceso de la instrucción pública/El proceso de la literatura, autores
varios, Editora Amauta, Lima, 1976, p.21 y p.22).
Y sobre esta misma realidad en su extensión
al mundo urbano, principalmente limeño, observó: “La diáspora que en estos años
ha dispersado a los campesinos para convertirlos en habitantes urbanos tampoco
ha roto el vínculo comunitario. En Lima hay miles de clubes de hijos de
Callapa, Tinti o Rocraorco que reúnen a todos los habitantes de un distrito, de
una aldea, que se ‘reconocen’ y actúan como si estuvieran en el propio medio
geográfico originario”. “No es posible imaginar una identificación más cabal
con su mundo de origen. Millares de provincianos salen de Lima o de donde sea a
celebrar en su aldea la fiesta del santo patrón o a recoger la cosecha de
parcela. Nunca se rompe del todo el vínculo que une al terruño” (ibídem, p.22).
Mariátegui constató la “capacidad efectiva
de desarrollo y transformación” de la comunidad campesina (6). Recordemos el
ejemplo que él mismo ofreció de esta capacidad: “la comunidad… cuando se ha
articulado, por el paso del ferrocarril, con el sistema comercial y las vías de
transporte centrales, ha llegado a transformarse espontáneamente, en una
cooperativa" (7 Ensayos, p. 85.
Elipsis nuestra). Esto prueba, pues, que "La ´comunidad` puede
transformarse en cooperativa, con mínimo esfuerzo" (t.13, p.43). No
obstante esta realidad, no obstante que "en los centros indígenas
campesinos, las tradiciones comunitarias ofrecen los elementos de un
cooperativismo integral", (ibidem,
p.196), nuestro liberalismo ha sido incapaz de intentar una completa
transformación de las comunidades en cooperativas.
En su artículo El porvenir de las cooperativas,
Mariátegui anota que “es el Perú uno de los países de la América Latina donde
la cooperación encuentra elementos más espontáneos y peculiares de arraigo. Las
comunidades indígenas reúnen la mayor cantidad posible de aptitudes morales y
materiales para transformarse en cooperativas de producción y de consumo” (ibidem, p.196). Desde luego, esta
aserción se inscribe en la perspectiva de la transformación de la comunidad
campesina en célula económica del Estado socialista (7). Pero este
planteamiento mariateguiano requiere una breve puntualización.
Gustavo Espinoza sostiene que “convertir
las comunidades en cooperativas... es renunciar a una institución propia en la
que particularmente el hombre andino desenvuelve con soltura toda su vida en su
infinita variedad de manifestaciones familiares y sociales, para establecer en
cambio una institución ideada especialmente para unir a gentes dispersas y de
mentalidades dispares (eso es una cooperativa), tal vez porque ello parecería
facilitar la desintegración comunitaria y la integración del indio a ‘la
sociedad moderna’ -como aconseja la
Carta de Punta del Este-, o quizá porque en la elaboración de
la Ley no ha
faltado la mano de la burocracia internacional, representante relamida de la
ideología del imperialismo” (El problema
de la tierra, Gustavo Espinoza y Carlos Malpica, Editora Amauta, Lima,
1970, pp.138-139. Elipsis nuestra).
Ciertamente
Espinoza se refiere a los objetivos del Decreto Ley de Reforma Agraria 17716
dictada por el gobierno de Velazco el 24 de junio de 1969. Pero ocurre que,
como se ha podido ver, Mariátegui plantea que “Las comunidades indígenas reúnen
la mayor cantidad posible de aptitudes morales
y materiales para transformarse en
cooperativas de producción y consumo” (los subrayados son nuestros), y, como es
obvio, este planteamiento está orientado en la perspectiva de un Estado
socialista. Por consiguiente, es necesario preguntarse: ¿cuáles son las aptitudes materiales de las comunidades
campesinas para transformarse en cooperativas? Evidentemente, la sobreviviente
propiedad colectiva de la tierra y las supervivientes formas solidarias de
trabajo. Y, ¿cuáles son sus aptitudes
morales para la misma transformación? Evidentemente, el sentimiento
colectivista de los comuneros que, aunque menguado, sobrevive todavía como
importante elemento de la tradición indígena.
Pero la comunidad
no podría pasar al socialismo sino con sus actuales caracteres constitutivos y,
por esto, el planteamiento mariateguiano tiene que reconocerse como algo
distinto a la teoría al uso del cooperativismo. Ahora bien, algunos de esos
caracteres son verdaderos anacronismos, pero, por supuesto -y como es lógico-
el nuevo Estado no podría abolirlos por decreto. Al transformar la comunidad,
el socialismo solo podría eliminarlos progresivamente. Sin embargo, ocurre que,
en un primer período de la construcción del socialismo, las residuales
relaciones de parentesco consanguíneo, por ejemplo, podrían cumplir un cierto
papel positivo (concretamente, acentuando la previsible consistencia de la
estructura social del mundo agrario rural allí donde aquellas relaciones
sobrevivan todavía). En consecuencia, puede decirse que las relaciones de
parentesco aparecerían como una nota de la originalidad del socialismo peruano.
Pero hemos dicho “en un primer período de la construcción del socialismo”,
porque luego, como es lógico también, el desarrollo de las fuerzas productivas
y de las relaciones sociales en general emanciparían progresivamente a las
comunidades de las estrechas y limitantes relaciones consanguíneas, en tanto en
cuanto el individuo es el conjunto de las relaciones sociales y la riqueza del
hombre en la sociedad comunista es precisamente la riqueza de sus relaciones
sociales. Ciertamente en ninguna parte del mundo se ha dado el caso de una
fusión entre los elementos residuales de la comunidad agraria primitiva y el
socialismo industrial moderno, por lo que, de producirse este encuentro en el
Perú, puede decirse que la comunidad campesina habría sido recreada incorporando a su seno las valiosas conquistas materiales
y espirituales logradas hasta hoy por la potencia humana.
En su ya citado
ensayo El problema del indio, Luis
Valcárcel señala con razón que el restablecimiento del sistema colectivista
sería un problema de nada fácil solución. Y es así, en efecto, pero,
naturalmente, estas notas no son el lugar adecuado para entrar en detalles. Sin
embargo, en términos generales, puede señalarse que la dualidad inherente a la
comunidad como tal comunidad determina la dualidad de los comuneros como tales
comuneros, y precisamente en esto último reside el verdadero problema a
resolver. Pero si las dos dualidades mencionadas pueden ser causa de la
descomposición de la comunidad en las condiciones del capitalismo, en las
condiciones del socialismo la segunda de tales dualidades puede ser resuelta a
favor del espíritu colectivista y, por lo tanto, la posibilidad de recrear la
comunidad campesina es una realidad.
En la actualidad,
existen en el Perú más de cinco mil comunidades campesinas con más de dos
millones de comuneros que ocupan el 37 por ciento de la superficie registrada
por las unidades agrarias del país (8). Esta realidad, por sí sola, es una prueba
fehaciente de la vitalidad que conserva todavía la comunidad campesina. Esta vitalidad
puede ilustrarse incluso con el hecho de que numerosas comunidades se han
reconstituido después de haberse disuelto como consecuencia de la guerra
interna. Pero, desde luego, esta vitalidad requiere explicación. La comunidad
campesina, tal como existe hoy, es una forma muy desnaturalizada del ayllu
ancestral y aun del ayllu de los tiempos del Tahuantinsuyo y de las
"comunidades de indígenas" de la Colonia. Incluso, con respecto a los
tiempos en que Mariátegui analizó su estructura, su funcionamiento y su
proyección, ha experimentado tales cambios que hoy por hoy se encuentra
prácticamente al borde de la extinción. Pero esto no quiere decir que vaya a
extinguirse mañana mismo. De hecho, la comunidad constituye todavía una
realidad y, dicho sea subrayadamente, aún conserva algunos rasgos de su armazón
esencial: 1) propiedad comunal, aunque en la mayoría de los casos entrelazada
con la propiedad individual, 2) diversas formas de solidaridad en el trabajo,
aunque entrelazadas con relaciones mercantiles.
Mariátegui señala
que "Ni la civilización occidental está tan agotada y putrefacta como
Valcárcel supone; ni una vez adquirida su experiencia, su técnica y sus ideas,
el Perú puede renunciar místicamente a tan válidos y preciosos instrumentos de
la potencia humana, para volver, con áspera intransigencia, a sus antiguos
mitos agrarios" (t.11, p.66). En otro lugar, sostiene que "ya la
experiencia de los pueblos de Oriente, el Japón, Turquía, la misma China, nos
ha probado cómo una sociedad autóctona, aun después de un largo colapso, puede
encontrar por sus propios pasos, y en muy poco tiempo, la vía de la
civilización moderna y traducir, a su propia lengua, las lecciones de los
pueblos de Occidente" (7 Ensayos,
pp.345-346). Y, en su artículo La nueva cruzada pro-indígena, afirma que
“el fenómeno nacional no se diferencia ni se desconecta, en su espíritu, del
fenómeno mundial. Por el contrario, de él recibe su fermento y su impulso. La
levadura de las nuevas reivindicaciones indigenistas es la idea socialista, no
como la hemos heredado instintivamente del extinto Inkario sino como la hemos
aprendido de la civilización occidental, en cuya ciencia y en cuya técnica sólo
romanticismos utopistas pueden dejar de ver adquisiciones irrenunciables y
magníficas del hombre moderno”. “De la presencia de un espíritu renovador,
palingenésico, que se nutre a la vez de sentimiento autóctono y de pensamiento
universal, tenemos presentemente muchas señales” (t.13, p.167). Por eso en el Programa del partido establece lo que sigue: "El socialismo encuentra lo
mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas
agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria"
(ibidem, p.161). Pero, desde luego,
Mariátegui tuvo en cuenta que "El comunismo moderno es una cosa distinta
del comunismo inkaico... Uno y otro comunismo son un producto de diferentes
experiencias humanas. Pertenecen a distintas épocas históricas. Constituyen la
elaboración de disímiles civilizaciones. La de los inkas fue una civilización
agraria. La de Marx y Sorel es una civilización industrial. En aquella el
hombre se sometía a la naturaleza. En ésta la naturaleza se somete a veces al
hombre. Es absurdo, por ende, confrontar las formas y las instituciones de uno
y otro comunismo. Lo único que puede confrontarse es su incorpórea semejanza
esencial, dentro de la diferencia esencial y material de tiempo y de
espacio" (7 Ensayos, p.78.
Elipsis nuestra). Por eso en el citado Programa…
subraya que la solución socialista de la cuestión agraria, "lo mismo que
el estímulo que se preste al libre resurgimiento del pueblo indígena, a la
manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos, no significa en lo
absoluto una romántica y anti-histórica tendencia de reconstrucción o
resurrección del socialismo incaico, que correspondió a condiciones históricas
completamente superadas, y del cual sólo quedan, como factor aprovechable
dentro de una técnica de producción perfectamente científica, los hábitos de
cooperación y socialismo de los campesinos indígenas. El socialismo presupone
la técnica, la ciencia, la etapa capitalista; y no puede importar el menor
retroceso en la adquisición de las conquistas de la civilización moderna, sino
por el contrario la máxima y metódica aceleración de la incorporación de estas
conquistas en la vida nacional" (t.13, p.161).
¿Está vigente la
teoría de Mariátegui sobre la posibilidad de que la comunidad campesina se
convierta en célula del Estado socialista?
La comunidad
campesina sobrevive en medio de un gamonalismo y de un capitalismo en lucha
contra las masas populares, contra el desarrollo de las fuerzas productivas y
contra la ciencia. Por lo tanto, si quiere conservar y desarrollar sus caracteres
esenciales, está en la necesidad de evitar la vía capitalista de desarrollo y,
por lo tanto, en la necesidad de convertirse en la célula de un Estado
socialista. Esta transformación de la comunidad campesina le permitiría a la
nueva sociedad: 1) aprovechar los hábitos
de cooperación y socialismo de los campesinos indígenas; 2) una metódica aceleración de la incorporación de las conquistas de la
civilización moderna en la vida nacional, es decir, la incorporación a la comunidad de todos los adelantos positivos
logrados por el sistema capitalista
sin pasar por sus Horcas Caudinas, 3) superar gradualmente los caracteres
primitivos de la comunidad tanto como institución económico-social cuanto
como desde el punto de vista de sus componentes humanos; 4) asimilar y
desarrollar el núcleo racional de la tradición indígena, y particularmente la
tecnología agro-ecológica de las comunidades campesinas (9), y 5) proporcionar
una sólida base económica y social para la
manifestación creadora de las fuerzas y
espíritu nativos, es decir, para el
libre resurgimiento del pueblo
indígena, base del Resurgimiento del Perú.
Esta proyección
histórica de la comunidad campesina representa la posibilidad de transformar el
socialismo resultante de la debilidad del
individuo aislado en un
socialismo resultante de la utilización de las conquistas de la potencia humana
por los individuos conscientemente asociados; de retornar, en un cierto
sentido, nuestra sociedad "a una forma superior de un tipo <<arcaico>> de la propiedad y
de la producción colectivas"; de transformar la comunidad en
elemento de la producción colectiva a escala nacional, en “un elemento activo y
vital de realizaciones socialistas” (t.13, p.196). Y, obviamente, esta transformación de la
comunidad campesina en célula económica
del Estado socialista, responde enteramente al rumbo histórico de nuestra época.
Más de cinco mil
comunidades y más de dos millones de comuneros son la fuerza material potencial
de esa posible transformación. Por supuesto, para la concreción de esta
transformación hace falta que a esta fuerza material se agregue la fuerza
espiritual de la teoría revolucionaria, que la idea socialista vuelva a prender
en el campesinado indígena.
De producirse,
pues, efectivamente, esta transformación, constituiría el maravilloso punto de
fusión de los elementos sobrevivientes
socialismo indígena y el naciente socialismo proletario.
Así pues, la teoría
de Mariátegui sobre la posibilidad de que la comunidad campesina se convierta
en célula del Estado socialista, se mantiene está vigente.
Ahora bien, la
solución socialista de nuestro problema agrario a que da lugar la supervivencia
de la comunidad campesina (y la existencia de grandes empresas agrícolas)
constituye precisamente un elemento socialista de nuestra revolución en su etapa
democrático-nacional, que, de esta forma, presenta una particularidad que la
distingue de otras experiencias novo-democráticas. Esta particularidad conduce a
las siguientes conclusiones: 1) en el Perú la revolución agraria no tendrá como
resultado el desarrollo de una economía predominantemente capitalista sino de
una economía predominantemente socialista; 2) en consecuencia, nuestro
movimiento campesino es un movimiento democrático en la medida y solo en la
medida en que el contenido económico-social de su lucha está orientado a destruir el gamonalismo; y, 3) pero en
la medida en que lo que tiene que construir
es una economía predominantemente socialista, el movimiento campesino se
presenta no como un movimiento
democrático-burgués sino como un
movimiento democrático y socialista al mismo tiempo.
Esta realidad
permite comprender esta declaración de Mariátegui: "La fe en el
resurgimiento indígena no proviene de un proceso de 'occidentalización'
material de la tierra keswa. No es la civilización, no es el alfabeto del
blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la
revolución socialista" (Prólogo a
Tempestad en los andes de Luis
Valcárcel).
Con respecto al
elemento humano, Mariátegui observa que "el indio, en cuatro siglos ha
cambiado poco espiritualmente. La servidumbre ha deprimido, sin duda, su
psiquis y su carne. Le ha vuelto un poco más melancólico, un poco más
nostálgico. Bajo el peso de estos cuatro siglos, el indio se ha encorvado moral
y físicamente. Mas el fondo oscuro de su alma casi no ha mudado. En las sierras
abruptas, en las quebradas lontanas, a donde no ha llegado la ley del blanco,
el indio guarda aún su ley ancestral" (7
Ensayos, p.336). Evidentemente, esta aserción mariateguiana no puede
asumirse hoy día con el mismo rigor, pues el indio ha cambiado bastante allí
donde ha llegado la economía mercantil, aunque, por supuesto, allí donde ha
llegado poco, mantiene todavía parte de su espíritu ancestral. En consecuencia,
encontrándose la tradición indígena en un estado de evidente simbiosis con
elementos de la tradición española y de la tradición republicana, lo central a
destacar aquí es que el sentimiento colectivista se mantiene suficientemente
vivo en la sicología social del campesino indígena, y esta realidad favorece la
asunción del socialismo proletario por parte del mismo. Para ello, únicamente hace
falta una comprensión cabal del mundo indígena y una política correcta por
parte de la vanguardia proletaria.
Por otro lado,
Mariátegui sostuvo que "El indio se ha asimilado perfectamente al
maquinismo. Es un operario atento y sobrio, que el capitalismo explota
diestramente" (t.13,
p.37). Esta afirmación desahucia completamente los prejuicios feudal-burgueses
sobre el campesino indígena, al mismo tiempo que establece la verdad de que el
progreso del Perú socialista dependerá del valor de su capital humano, la
verdad de que el campesino indígena, heredero del paleosocialismo agrario,
puede asimilarse con un mínimo de esfuerzo al moderno socialismo industrial.
Si la revolución
peruana alcanza a anticiparse a la disolución de la comunidad campesina, las
constataciones anotadas en el presente ensayo serían parte de la necesaria
combinación de sentimiento autóctono
y pensamiento universal.
Desde luego, si la
comunidad campesina se extinguiera antes del triunfo de la revolución, la
teoría de Mariátegui sobre su proyección histórica perdería su vigencia. Y,
ello sería una realidad que tendría que asimilarse a fin de replantear la
solución de nuestro problema agrario.
IV
A modo de conclusión, puede decirse que,
para salvar la comunidad campesina, hace falta una revolución peruana. Caso
contrario terminará por disolverse al influjo del capitalismo, aunque eventualmente
pueda conservar su forma nominal como simple envoltura de la pequeña propiedad
individual. La supervivencia de la comunidad campesina con todo lo que ello
significa determina que nuestra realidad rural no pueda ser comprendida de una
manera plana, simplista, superficial -como lo hizo el ultraizquierdismo armado-
sino en toda su densidad histórica, social y cultural. En consecuencia, ningún
marxista puede pasar por alto esta compleja realidad si de verdad quiere
interpretar para transformar, si de verdad quiere desarrollar el pensamiento de
Mariátegui para llevar la revolución peruana hasta la victoria.
Adenda
La cuestión de las comunidades nativas de
la selva y su proyección histórica merecería todo un artículo aparte, pero,
evidentemente, es necesario decir aquí algunas cosas esenciales acerca de ellas
a fin de completar una visión general de las comunidades peruanas.
I
En una nota de pie de página en los 7 Ensayos, Mariátegui señaló que
"En la Montaña, o más propiamente hablando, en el antiguo departamento de
Loreto, existen pueblos de costumbres y tradiciones propias, casi sin
parentesco con las costumbres y tradiciones de los pueblos de la Costa y de la
Sierra. Loreto tiene indiscutible individualidad en nuestra sociología y
nuestra historia. Sus capas biológicas no son las mismas. Su evolución social
se ha cumplido diversamente" (p.206). Por razones obvias, en estas líneas
no importa desarrollar el aspecto racial de los nativos de la selva, pero sí,
en cambio, señalar que, en efecto, las comunidades de Loreto -y en general las
comunidades selváticas- tienen todavía costumbres y tradiciones diferentes a
las de los pueblos serranos y costeños, hecho que, desde luego, les otorga una
marcada individualidad en nuestra historia y nuestra sociología.
En general, la evolución histórica de las
comunidades nativas de la selva ha tenido una notable autonomía con respecto al
proceso general tanto de las culturas pre-incas como del Tahuantinsuyo, tanto
de la Colonia como de la República. Esta autonomía, desde luego, ha ido de más
a menos a lo largo del tiempo y, así, en un principio tales comunidades se
mantuvieron fuera de dos procesos fundamentales operados en el espacio que
después sería el territorio tahuantinsuyano: 1) la “cotradición” (Wendell
Bennett) que empezó en el plano cultural con el desarrollo de la cerámica y el
arte textil, y que se manifestó en la agricultura, la ganadería, la
arquitectura, las artes industriales, el vestido y los medios de subsistencia
(ver Jorge Basadre, Perú: problema y posibilidad, pp.266-269); 2) el
proceso de surgimiento de las clases sociales y el Estado. Por cuanto los incas
no pudieron incorporar, por ninguno de sus métodos de expansión, a las
comunidades selváticas, limitándose a mantener con algunas de ellas cierto
nivel de intercambio, tales comunidades se quedaron estancadas en una fase muy
inferior de la comunidad primitiva. Puede decirse, entonces, que este hecho
marca el punto de partida de su individualidad en nuestra historia.
Durante la
Conquista y su producto histórico, la Colonia, el mítico El Dorado fue motivo
de numerosas "entradas" con los resultados conocidos tanto para
indígenas como para españoles, pero, al mismo tiempo, y posteriormente, los
misioneros organizaron algunas reducciones, provocando un brusco deterioro en
las condiciones de vida de los nativos selváticos tanto en lo económico como en
lo social y cultural. Desde el mismo siglo XVI, pero sobre todo desde fines del
siglo XVII y durante el siglo XVIII, conquistadores, misioneros, encomenderos y
exploradores se asentaron a lo largo de los grandes ríos navegables, provocando
con ello el desplazamiento de las poblaciones indígenas hacia las nacientes de
los ríos o hacia las zonas interfluviales altas con todas las consecuencias
negativas que esto significó para ellas. Así pues, mediante estas incursiones y
estos asentamientos, el Estado colonial sobrepasó los límites a los que había
llegado el Tahuantinsuyo en su expansión hacia el oriente (ver Stefano Varese, Sociedades nativas de la selva y situación
política, en Realidad nacional,
t.I, p., Retablo de Papel Ediciones, Lima, 1974).
Establecidas las
fronteras del Estado surgido de la Independencia, los territorios de las
comunidades nativas de la selva quedaron dentro del ámbito de su soberanía. La
explotación del caucho en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX,
la expansión de las haciendas de la sierra y de la costa, los procesos
espontáneos y planificados de colonización, la extracción de la madera, la
concesión a la Peruvian Corporation de gran parte de la zona del Alto río Perené
con numerosas comunidades amuesha y campa incluidas y la extracción de pieles y
animales y la explotación de algunos productos agrícolas, determinaron
sucesivos desplazamientos y reubicaciones de las comunidades selváticas con
grave deterioro de sus condiciones de vida y del crecimiento normal de su
población. Vía el enganche y el pago en especies, por lo general, estas
comunidades fueron incorporadas poco a poco al proceso formativo de la nación
peruana, a costa, obviamente, de una progresiva transformación y hasta
disolución de algunos de sus caracteres institucionales. Con más de cincuentra
grupos etnolinguísticos, con una economía de caza y de pesca, de recolección y
de agricultura de rotación, con una tecnología agro-ecológica aparente para la
sobrevivencia en la selva y una literatura oral conocida en gran parte, estas
comunidades dan cuenta de su individualidad en nuestra sociología (ver ibídem).
II
Por supuesto, actualmente esta
individualidad no es ya tan acentuada como hace un siglo. El desarrollo del
capitalismo -larvado y todo, lastrado y todo, marginal y todo- ha cumplido el
papel de incorporarlas en mayor o menor grado al proceso formativo de la nación,
aunque, desde luego, a su modo y sin haber llevado este proceso hasta el fin.
En los 7
Ensayos, página 204, podemos leer esta declaración: "Puede decirse que
la montaña, o mejor dicho la floresta, es un dominio colonial del Estado
peruano". Esta aserción, sin embargo, tiene un sentido distinto al
planteamiento de, por ejemplo, Rodolfo Stavenhagen en el artículo Siete tesis equivocadas sobre América Latina,
donde sostiene que "Las regiones subdesarrolladas de nuestros países hacen
las veces de colonias internas y en vez de plantear la situación de los
países de América Latina en términos de <<sociedad dual>> convendría más
plantearla en términos de colonialismo interno" (Tres ensayos
sobre América Latina, autores varios, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973,
p.17), borrando así las contradicciones de clase para dar paso a una
contradicción entre regiones y dando argumento a la tesis de la autodeterminación
de las "colonias internas". Para Mariátegui el Perú es una
nacionalidad en formación y, por lo tanto, para él las contradicciones de clase
marcan la relación Estado-comunidades selváticas.
Desde hace un tiempo, las comunidades
nativas de la selva han levantado la reivindicación territorial como base de su
buscada autonomía. Como es de conocimiento general, estas comunidades se han
organizado en una Asociación Interétnica
de Desarrollo de la Selva Peruana, que agrupa a 22 organizaciones
regionales que representan a 300,000 personas pertenecientes a 60 pueblos
selváticos de Pasco, Amazonas, Junín, Loreto, Ucayali, Madre de Dios y San
Martín.
No cabe duda que
éste es un problema que merece una seria reflexión, pues de hecho atañe de un
modo directo al programa revolucionario. Pero, obviamente, en el marco del
presente artículo no es posible desarrollar el análisis de esta cuestión.
III
¿En qué se asemeja la comunidad de la selva
a la comunidad campesina? Pues en las esencialmente comunes formas de propiedad y trabajo colectivos sobrevivientes tanto en
una como en otra. Y esto quiere decir que, si bien es cierto que la primera
tiene costumbres y tradiciones diferentes a la segunda, en lo esencial son
parte de una misma tradición general. Por eso, no poco de lo que hemos afirmado
sobre la comunidad campesina es aplicable también a la comunidad selvática, y,
así, consideramos que esta última es igualmente capaz de convertirse en célula
económica del Estado socialista.
En conclusión, la
comunidad nativa de la selva se presenta como un elemento sui generis de la tradición indígena, y no como una tradición
distinta. Por eso, de acuerdo al proyecto de transformación de nuestra
sociedad, las comunidades nativas de la selva aparecen como parte de la
tradición indígena que concurre a la constitución del Perú Integral.
Notas:
[1] En Ideología
y política este documento aparece con el título de Principios programáticos del Partido Socialista, pp.159-164.
[2] El estudio del ayllu en el antiguo Perú
no puede ni debe circunscribirse al período del Tahuantinsuyo, sino que tiene
que abarcar todo su proceso desde su aparición. Solo así puede comprenderse que
fenómenos como el surgimiento del Estado, la aparición de la propiedad estatal
de la tierra y la transformación del ayllu en la célula misma del Estado fueron
anteriores al Tahuantinsuyo, y que precisamente esos fenómenos modificaron
radicalmente la situación de la organización ayllal en el conglomerado social.
Como se sabe, en nuestra región el proceso de surgimiento de las clases
sociales y del Estado empezó más o menos 1,000 años antes de nuestra era -el
proceso, no las clases ni el Estado propiamente dichos- y la propiedad estatal
de la tierra apareció en los tiempos del reino de Chimú. Respecto a esto
último, Luis Lumbreras sostiene lo
que sigue: "Hay documentos que dicen que en aquellos tiempos, la tierra
pertenecía toda al señor, que la poseía como suya propia, dándola a los
campesinos en arrendamiento y usufructuando ellos parte de las cosechas que
producían" (Los orígenes de la
civilización en el Perú, Editorial Milla Batres, Lima, 1983, p.113). Esto
quiere decir que, entre los chimús, el señor, es decir el Estado, tuvo la
tierra en calidad de propiedad, y el
campesinado, vale decir el ayllu, tuvo el usufructo de la misma en calidad de posesión.
[3] Marx-Engels,
Obras escogidas en tres tomos,
Editorial Progreso, Moscú, 1980, t. 3, pp.161-170.
[4] Formaciones
económicas precapitalistas, Editorial Platina, Buenos Aires, 1966, p.133. Elipsis
nuestra.
[5]
Es revelador el hecho de que no pocos de nuestros liberales se hayan
manifestado a favor de la propiedad individual y, al mismo tiempo, a favor de
conservar y proteger a la comunidad. Es el caso, por ejemplo, de Villarán,
personaje de quien Mariátegui dijo que es "uno de los intelectuales que
con más actitud crítica y mayor coherencia doctrinal representa este
pensamiento en nuestra primera centuria", y que, al mismo tiempo que
"mantenía teóricamente su posición liberal, propugnando en principio la
individualización de la propiedad... prácticamente aceptaba la protección de
las comunidades contra el latifundismo, reconociéndoles una función a la que el
Estado debía su tutela" (7 Ensayos,
pp.79-80. Elipsis nuestra). Por supuesto, es el caso también de otros liberales
como Bustamante y Rivero, Emilio Romero, Fernando Belaúnde, entre otros. Estos
casos revelan que el liberalismo en el Perú ha sido siempre más bien formal que
real, y que, por esto, se ha mostrado "impotente ante el latifundio,
funesto para la 'comunidad'" (t.11, p.137).
[6] Esta sola frase de
Mariátegui basta para desmentir a Robert Paris, quien, en su tendencioso
artículo José Carlos Mariátegui y el
modelo del ‘comunismo’ inca,
acusa al Amauta de tener una concepción "ahistoricista" del ayllu. El
hecho de que Mariátegui utilizara este nombre todavía en 1927 y 1928 para referirse a lo que en su tiempo se
conocía con el nombre de "comunidad indígena" (en realidad utilizaba
indistintamente ambos términos), no quiere decir que no fuera consciente de la
evolución que el ayllu había experimentado a lo largo del tempo
histórico. Por lo demás, el problema de fondo no es precisamente el término
sino el reconocimiento de las transformaciones experimentadas por el ayllu. A
juicio nuestro, las "comunidades de indígenas" organizadas por Toledo,
teniendo en cuenta las comunidades de Castilla y Extremadura, no obstante tuvieron
por base el ayllu en tal medida que aquellas comunidades no pueden ser consideradas
como algo absolutamente nuevo y radicalmente distinto a la organización ayllal.
En realidad, la "comunidad de indígenas" no fue sino una continuación
modificada del ayllu ancestral.
[7] La
teoría mariateguiana sobre el campesinado indígena y la comunidad campesina fue
calificada por Mirochevski de populista (ver El populismo en el Perú. Papel
de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano).
Por eso es pertinente subrayar aquí que, mientras el populismo ruso concebía el
paso de la obshchina a la sociedad
socialista de un modo espontáneo,
como si las premisas de la sociedad socialista moderna le fueran
intrínsecamente inherentes, el planteamiento mariateguiano sobre la comunidad
campesina peruana consiste en que el socialismo proletario puede salvarla de la
disolución a condición de actuar sobre ella a partir de la revolución socialista
triunfante. En su tesis El problema
indígena, Mariátegui sostuvo que “Lo que asegura” la emancipación del
campesinado indígena “es el dinamismo de una economía y una cultura que portan
en su entraña el germen del socialismo” (t.13, p.31). Y en el Prefacio a El amauta Atusparia de Ernesto Reyna precisó que “La doctrina
socialista es la única que puede dar un sentido moderno, constructivo, a la
causa indígena, que situada en su verdadero terreno social y económico, y
elevada al plano de una política creadora y realista, cuenta para la
realización de esta empresa con la voluntad y la disciplina de una clase que
hace hoy su aparición en nuestro proceso histórico: el proletariado” (ibidem, p.188). Así, pues, la diferencia
entre el planteamiento populista y el planteamiento mariateguiano es radical.
Por otro lado, no hay que olvidar que en su folleto El Perú ¿una nación?, Martínez
pretendió refutar a Mariátegui en punto a la comunidad campesina afirmando que
“Tenemos que demostrar la utopía de la comunidad como fuente del socialismo” (Apuntes para una interpretación marxista
de historia social del Perú, t.2, p.174).
En la medida en que en esta frase aparece la contracción “del” -contracción de
la preposición “de” y el artículo “el”- la afirmación de Martínez insinúa que
Mariátegui sostenía que la comunidad era “fuente del socialismo” moderno
(el subrayado es nuestro), es decir, “fuente” del socialismo proletario.
Pero esto es una grosera tergiversación. Las dos citas anteriores como las dos
siguientes, dan al traste con la acusación del conocido oportunista: 1) “Hay
que contar con un factor concreto que le da al problema agrario peruano un
carácter peculiar: la supervivencia de la comunidad y de elementos de
socialismo práctico en la agricultura y la vida indígena. Para el socialismo
peruano este factor tiene que ser fundamental (t.13, pp.276-277); 2) “El
‘ayllu’, célula del Estado incaico, sobreviviente hasta ahora, a pesar de los
ataques de la feudalidad y del gamonalismo, acusa vitalidad bastante para
convertirse, gradualmente, en la célula de un Estado socialista moderno” (t.11,
pp.109-110). Como se puede ver, en la primera de estas últimas citas Mariátegui
distingue entre el “socialismo práctico”, es decir, el socialismo indígena
superviviente y el “socialismo peruano”, es decir, el socialismo moderno, y,
así, (a buen entendedor pocas palabras) dice que este último debe contar en su
realización con los elementos supervivientes del socialismo indígena. En la
segunda sostiene que la comunidad puede convertirse en célula de un Estado
socialista moderno, es decir, en célula de un Estado resultante de la acción
del pueblo bajo la dirección del proletariado. Así, pues, contra la intención
de Martínez, la tesis mariateguiana sobre la comunidad campesina queda
completamente clara como es.
[8] Ver Enrique
Mayer, Propiedad comunal y desarrollo,
conferencia presentada al Congreso de la República del Perú, octubre, 1996.
[9] A propósito de este tema, Hilda Araujo
escribe lo que sigue: “Nuestra política de desarrollo agropecuario tiene que comenzar
revalorizando el avance agropecuario, el acondicionamiento territorial y
las estrategias para la preservación a largo plazo, de nuestros recursos
naturales, que desarrollaron nuestros pueblos en la época prehispánica. Esta
revaloración debe entenderse como un compromiso serio por parte del Estado para
el redescubrimiento de los principios que sustentaron las diferentes técnicas
prehispánicas relacionadas con el agro, la ganadería y el manejo del medio
ambiente en general” (Andenes y camellones. Historia presente y futuro,
autores varios, CONCYTEC, 1987, p.296). Pero es evidente que al Estado burgués
no le interesa demasiado la revalorización de la tecnología andina; en cambio,
en un plan integral de restauración y desarrollo del potencial agrícola de la
tierra nacional, el Estado socialista tendrá necesidad de recuperar los logros
de la tecnología agro-ecológica andina e integrarlos a aquellos otros de la
correspondiente tecnología moderna.
*Este
ensayo fue escrito el 10.12.99, y desde entonces ha tenido una amplia difusión
en la internet (Nota del Comité de Redacción).
¡Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda
tergiversación y desarrollarlo en función de la realidad actual!
Toma
de Posición
Eduardo Ibarra
“El
socialismo no puede ser actuado
sino
por un partido de clase”
(J.C.
Mariátegui, Temas de Nuestra América, p.69)
I
EN LOS ÚLTIMOS AÑOS EL DEBATE EN LA
IZQUIERDA PERUANA ha tenido como centro dos cuestiones profundamente ligadas
entre sí: el Partido Socialista del Perú fundado por Mariátegui y el tipo de
partido que requiere hoy el proletariado peruano.
Este
debate fue delineándose poco a poco después del fracaso de los proyectos
militaristas del PCP-SL y el MRTA y del proyecto electoralista de Izquierda
Unida. Y tuvo como uno de sus elementos centrales la siguiente afirmación que
aparece en la carta de José Carlos Mariátegui a César Vallejo del 14 de octubre
de 1929: “… no cejaré en el empeño de dar vida a un partido de masas y de
ideas, el primer partido de masas y de ideas de toda nuestra historia
republicana” (Anuario Mariateguiano,
Nº2, 1989, p.146).
En este debate, hemos cumplido con el deber
de esclarecer las teorías y los hechos
relativos a la verdad doctrinal y organizativa del PSP y a la vigencia del
partido de clase, en trabajos mayoritariamente difundidos en la internet: El partido de masas y de ideas de José Carlos Mariátegui; Mariátegui y
el leninismo; Mariátegui y la base de unidad del partido; Un artículo
revelador; De cómo Ramón García tergiversa a Mariátegui; El concepto
mariateguiano de partido de masas y de ideas; El desmonte de una conspiración
contra José Carlos Mariátegui y el Partido Socialista del Perú; El nombre del
partido; Una vez más sobre el nombre del partido; Acerca de la propuesta de un
partido minga; Primera vez tragedia, segunda vez farsa; Ramón García o la
manipulación; Ramón García o la manipulación III; Apuntes sobre el socialismo
peruano; Apuntes sobre el socialismo peruano II; Crítica al listado de la
primera generación 1920-1945; El punto de partida de la revolución socialista
en el Perú; El concepto mariateguiano de socialismo; La verdad sea dicha; Notas
sobre la creación heroica de Mariátegui; Notas sobre la creación heroica de
Mariátegui II; Acerca del cuarto seminario del revisionismo peruano; Algo más
que una respuesta a Miguel Aragón; Mariátegui
y el Partido Socialista del Perú (borrador); Contribución a la teoría de las
generaciones del socialismo peruano; A propósito de algunas “observaciones”;
Notas sobre la “célula secreta de los siete”.
Ahora, pues, las posiciones están
deslindadas y, por esto, el debate está prácticamente agotado.
En consecuencia, así como en los años veinte
del siglo pasado, cuando, como resultado del debate entre Mariátegui y Haya
sobre el problema del partido, las diversas tendencias en el movimiento
político popular tomaron posición ante los proyectos confrontados, ahora
también las diversas tendencias tienen ante sí el ineludible deber de tomar posición definida y resuelta ante los distintos
proyectos de partido, si no lo han hecho ya.
La disyuntiva es clara y no admite
confusiones:
O se
tergiversa la verdad doctrinal y organizativa del PSP como hace el grupo
revisionista encabezado por Ramón García, quien firma como Ragarro;
O se reconoce
y se defiende dicha verdad;
O se pone el
hombro, de la forma que sea, al proyecto de un partido pluriclasista de “dos
niveles”: uno secreto, restringido, “marxista” no leninista (nivel fundado hace
ya casi cinco años); y otro público, masivo,
doctrinariamente híbrido (en proceso de formación con algunos partidarios de
García);
O se fortalece
la lucha por llevar hasta el fin la Reconstitución del Partido de Mariátegui
conforme a las condiciones actuales.
Para plantearlo en palabras que revelan el
fondo de la cuestión:
O se niega la
vigencia de la concepción de Mariátegui del partido de clase bajo la forma de
partido de masas como precisamente hace el grupo revisionista con su proyecto
de un partido pluriclasista de dos niveles;
O se reconoce y
se defiende la vigencia de dicha concepción.
Aquí, como es lógico, no valen ni la
indiferencia ni el eclecticismo.
Por eso, puede decirse, con razón, que ha
sido un absoluto contrasentido que, en el pasado más o menos reciente,
continuadores de Mariátegui hayan concurrido a algunos eventos organizados por
el grupo revisionista, poniendo así de manifiesto cierta desorientación y
cierto seguidismo.
Quienes
tergiversan groseramente la verdad doctrinal y organizativa del PSP con miras a
fundar un partido doctrinalmente heterogéneo, contrario por principio al modelo de partido legado por Mariátegui, NO TIENEN, COMO ES OBVIO,
NINGUNA AUTORIDAD MORAL PARA CONVOCAR
A NADIE A FUNDAR UN TAL SEDICENTE PARTIDO.
Y,
quienes defienden tanto la verdad histórica del PSP como la vigencia del partido
de clase, tienen el derecho de no ponerle el hombro a dicho engendro.
El
presente escrito está planteado desde más allá de toda banderilla, y no es más
que un justo y legítimo llamado a la
conciencia de los activistas del Socialismo Peruano que, es de esperar, sepan
asimilarlo y actuar en consecuencia.
En este llamado no está, pues, de por medio el
interés particular de ninguna tendencia, sino
el interés superior de defender la verdad histórica del PSP y la vigencia del
partido de clase.
A pesar de todas
las vicisitudes que ha afrontado a lo largo de la historia y de las
dificultades que enfrenta todavía, el Socialismo Peruano tiene un futuro
brillante.
Para que así sea efectivamente, es necesario
defender intransigentemente sus principios, asimilar limpiamente su experiencia
histórica y desarrollar vehementemente el Camino de Mariátegui.
La verdad es la fuerza del Socialismo
Peruano, su única fuerza, su mejor fuerza.
Esto ha quedado
fehacientemente demostrado en el debate.
Y si la historia es creación de los hombres y
las ideas, podemos encarar con esperanza el porvenir. De hombres y de ideas, es
nuestra fuerza.
Que los
continuadores de Mariátegui demuestren en los hechos esta sencilla verdad.
12.12.2013.
Transformación de
América Latina
Jan Lust y Jhohan
Oporto
I. El mundo
capitalista
En la mayoría de los países del mundo el modo de producción dominante es
capitalista. Este modo de producción se basa en la
propiedad privada de los medios de producción y la extracción de la
plusvalía de los productores directos. La relación entre los propietarios de
los medios de producción y los que solamente tienen su fuerza de trabajo por
vender es además una relación de explotación y también una relación de opresión
y de dominación. Dominación económica, social, política e ideológica, ya que la
articulación de estos elementos confiere al modo de producción capitalista un
carácter de sistema de organización social (general y específico). Es decir que
el modo de producción capitalista en su relación con las condiciones
particulares de determinada formación social despliega un conjunto de
condiciones específicas de organización y desarrollo socioeconómico en cada
país del mundo sin perder su carácter general de dominación.
La dominancia del modo de producción capitalista no
significa que no puedan existir otros modos de producción en una sociedad.
Estos modos de producción solamente pueden mantenerse porque, subsumidos a la
lógica del capital, son funcionales al modo de producción dominante y a su
sistema de organización social. Por eso consideramos que, en el caso de América
Latina (AL), las diferentes formas de producción en países como Bolivia,
Ecuador y el Perú con grandes comunidades indígenas dueñas de una cosmovisión,
diferente a la occidental, donde el modo de producción capitalista se enraizó
primero, son “aceptados” porque son políticamente y económicamente útiles a la
reproducción de la dominación del modo de producción capitalista.
La necesidad de los capitalistas individuales de
acumular capital para mantenerse a pie en la feroz competencia con otros
capitalistas tiene consecuencias sobre los productores directos y la estructura
política y económica mundial. En primera instancia, la necesidad de acumular
capital obliga a aumentar la explotación de los productores directos,
produciendo más plusvalía, absoluta y relativa. En segundo lugar, el aumento de
la explotación genera problemas de la realización de la plusvalía y por
consecuencia la transformación de la plusvalía en capital: las mercancías no encuentran
suficiente demanda para realizar su valor. Por ello urge a los capitalistas el
ampliar sus mercados y crear nuevos mercados. En tercera instancia, el hecho de
que la tendencia de la tasa de ganancia tienda a bajar incentiva a los
capitalistas a buscar continuamente nuevos lugares donde invertir y crear
nuevas fuentes de inversión. En cuarta instancia, previendo el desdoblamiento
espacio temporal, de extensión e intensidad de la organización de la producción
y de los mercados, los capitalistas despliegan un conjunto de transformaciones
políticas, jurídicas e ideológicas en la organización social, favorables a la
producción y reproducción de la dominación del sistema capitalista también a
través de la organización de la distribución y el consumo de las mercancías.
La competencia entre los capitalistas individuales
ha creado la necesidad de establecer una entidad que vele por los intereses de
los capitalistas en conjunto: el estado capitalista. Este
estado es por una parte la consecuencia de las contradicciones entre las clases
y dentro de las clases; entre las fracciones de las clases y, por otra
parte, un instrumento en las manos de la
clase dominante. Si bien es cierto que los
administradores de los intereses de los capitalistas a nivel nacional, regional
y también local no necesariamente son propietarios de los medios de producción,
sin embargo, su papel en el proceso de la producción y reproducción del
capitalismo los hace parte de esta clase social.
La función del estado capitalista es asegurar la reproducción del modo de producción
capitalista. Por ejemplo, las recurrentes crisis económicas causadas por la
sobreproducción conllevan a que el estado capitalista busque maneras de
asegurar la demanda interna de un país o trate de facilitar que sus
capitalistas tengan la posibilidad de expandir sus mercados. Los tratados de
libre comercio son otro ejemplo de los mecanismos que los estados capitalistas
usan para el beneficio de sus capitalistas. En el caso de los países de la
periferia del sistema capitalista, es decir los países capitalistas
dependientes, estos acuerdos comerciales son impuestos por el imperialismo en
concordancia con los intereses de las burguesías locales.
La dominancia del modo de producción capitalista
conlleva la dominación de su forma de distribución, es decir, el mercado. El
mercado no es un instrumento neutral de distribución sino que es instrumento
sumamente útil para la consolidación de un sistema basado en la explotación de
un ser humano por otro. Dado que se intercambian mercancías, cosas, la realidad
de lo que realmente se intercambia ─fuerza de trabajo─ se mistifica. En otras palabras, consideramos que
el mercado y la mercancía son “fuentes” de alineación del ser humano y que se
debería buscar y crear otras formas de distribución.
Nosotros contemplamos que el análisis del modo de
producción capitalista es una herramienta clave para entender el desarrollo
mundial. Lo que hoy se denomina como globalización y en el pasado imperialismo
cabe dentro de este análisis. Las guerras que han surgido en el siglo pasado y
en este nuevo milenio y los bloques económicos y comerciales que han emergido y
siguen emergiendo, responden, en general, política y económicamente, a la
lógica de la necesidad de acumular capital. De ello se desprenden: la búsqueda
de lugares y fuentes de inversión para los capitalistas; la defensa de los
intereses económicos y políticos de los capitalistas; y, hoy en día más
visible, de asegurar la apropiación y la libre disponibilidad de los recursos
naturales en todo la planeta para los capitalistas.
Nosotros defendemos la tesis de que los capitalistas
no tienen patria. Por el hecho de que su modus
operandi es el mismo en todo el mundo, consideramos que en lo fundamental
no existen diferencias entre los capitalistas, de enlaces económicos y
políticos entre los poderosos de, por ejemplo, AL y los Estados Unidos (EU). Lo
único en que se diferencian los capitalistas de estas áreas geográficas es su
capitalización y el poder político, económico y militar de su país de “origen”.
Nosotros vemos el imperialismo o en lenguaje
moderno, globalización, no solamente como un “producto” del capitalismo en sí,
y, “principalmente” promovido por los capitalistas del “Norte” sino también
como “herramienta” para el beneficio de los capitalistas nacionales en países
capitalistas en la periferia del sistema capitalista mundial. No consideramos a
los capitalistas en los países dependientes solo como sucursales del capital
transnacional sino como benefactores y cómplices, junto con su estado, de la
explotación y opresión de los pueblos. Sin embargo, no cerramos nuestros ojos
al hecho de que hay por un lado una relación de dominación entre los países en
el “Norte” y los países capitalistas dependientes y, por otro lado, entre el
capital transnacional y el capital “nacional”.
II. América
Latina
En tiempos de aguda crisis global, AL se ha convertido en escenario
fértil para pensar y construir vías alternativas al sistema capitalista y por
tanto de desarrollo. Frente a algo más de tres décadas de dominio del mercado y
la globalización, sobre todo financiera, orquestada por el imperialismo
estadounidense y aliados, y su programa de ajustes estructurales en la economía
regional de AL, estados como Venezuela, Ecuador y Bolivia e iniciativas de bloques
de integración continental como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos
(ALBA-TCP), surgen reconstituidos políticamente por el apoyo de fuerzas
sociales de cambio. Fuerzas de las que, a pesar de su composición heterogénea,
emana al unísono el objetivo de exigir mejores condiciones de vida.
Ligado a estas condiciones, el resurgimiento de la
lucha antiimperialista en la primera década del siglo XXI ha supuesto para AL
en su conjunto la revisión de las relaciones políticas, económicas y militares
con los EU. Unos países las revisan para consolidar su vinculación con el
sistema capitalista de manera frontal a la usanza de republiquetas (Perú, México) o de manera más disimulada pero sin
esconder su favor a la vinculación estratégica mediada por intereses
comerciales (Brasil, Chile), y otros países las revisan con la idea de
ejercitar soberanía y autodeterminación nacional y regional (Venezuela,
Ecuador, Bolivia) para la organización de un nuevo sistema societal y por tanto
un desarrollo organizado desde y para adentro, sin perder una perspectiva
continental.
A pesar de su efervescente vigencia, ésta última
tendencia encarnada por gobiernos progresistas se enfrenta a la historia
continental reciente, aquella que desde mediados del siglo XX configuró
progresiva y sistemáticamente a AL como una base geopolítica afín al proyecto
estratégico de desarrollo capitalista de los países del “Norte”, y
particularmente de EU. Es a partir de dicha base que, desde entonces al
presente, se han y están orquestándose al amparo de la dominación y opresión
económica, política y militar, iniciativas contrarias a la soberanía de las
naciones y a la integración regional, por tanto a la liberación de los pueblos
y del continente.
De la “Alianza para el Progreso” a la “Alianza del
Pacífico”, los intereses de EU se han dirigido a consolidar el dominio y
sometimiento de los gobiernos del continente a los intereses del capital
transnacional. Primero por la vía de coerción económica y política definida por
las instituciones internacionales de desarrollo vinculadas al Imperio, segundo,
por la vía de persuasión del uso de la fuerza por la expansión de bases
militares en países aliados del continente, o, tercero, a través de golpes contra
gobiernos democráticos (los más recientes, Honduras y Paraguay).
En este contexto, ya por la posición a favor o
contraria al Imperio, AL juega para sí y para el mundo en el presente su futuro
de persistencia o cambio de su papel histórico como “patio trasero” de EU y el
capital transnacional. La cuestión fundamental pasa por asumirse como fuente
abundante de fuerza de trabajo (o ejército de reserva) y depósito particular de
recursos naturales: energía, materias primas y alimentos principalmente, funcionales
al Imperio y su ejército de empresas transnacionales de rapiña, o asumir que
tales potenciales son base e instrumento de la construcción del proyecto
societal y de desarrollo alternativo. De superación del modo de producción y el
sistema capitalista en sí.
En tal sentido la lucha por soberanía y liberación
en sentido nacional y regional no se restringe a la recuperación del mercado
interno sino que supone la recuperación y ejercicio de autodeterminación sobre
el territorio nacional y regional y con ello los recursos naturales y el
trabajo que en él se emplazan y que fueron, al influjo de las políticas
neoliberales, subastadas y apropiadas por el capital transnacional.
Recuperarlas para subvertir las condiciones estructurales de inequidad y
desigualdad social, de dominación y opresión entre el imperialismo del “Norte”
y AL y entre el capital transnacional y el “nacional”.
Consideramos a partir de lo apuntado, que esta tarea
histórica requiere de implicación militante y comprometida con el proceso de construcción
del otro mundo posible, de la AL de y para el pueblo latinoamericano. Para ello
es necesario ejercitar una crítica social científica del proceso en dos
dimensiones de nuestra realidad: i) crítica radical del capitalismo en su
persistente forma neoliberal y su proceso de ajustes en la particularidad de
condiciones continental y de sus naciones componentes; y ii) una crítica
solidaria de los proyectos progresistas del continente para mantener y
fortalecer la dirección histórica del cambio y la transformación social.
Ambas tareas deben de abordar la realidad concreta
del continente, pues solo en su comprensión profunda se encuentran las raíces
para la transformación de las estructuras económicas, políticas e ideológicas
que lo subsumen, dominan, oprimen y reproducen el status quo de la injusticia y la desigualdad social entre los
miembros del mismo pueblo.
III. La educación
en América Latina
La educación, primaria, secundaria y superior, no puede considerarse
ajena al modo de producción capitalista. Sería muy extraño ver que el estado
capitalista permita una educación que genere las bases para su superación. Por
ello y en general, los distintos niveles de la educación en el mundo
capitalista son funcionales al desarrollo del mismo sistema. En tal sentido, no
nos extraña que nosotros mismos seamos producto de tal sistema y que nuestro
pensamiento esté infectado por su ideología. Sin embargo, no significa que
seamos adherentes al sistema capitalista y/o que solamente buscamos cambios en
su forma de operar, por el contrario, somos conscientes de que el capitalismo,
a través de la educación, genera no solamente su propia reproducción sino
también las claves y bases para su superación.
Desde la introducción del neoliberalismo en AL en
las décadas de 1980 y 1990, los sistemas educativos han sido reformados
sucesivamente para que sean más útiles y “eficientes” al desarrollo y a la
reproducción del sistema capitalista en nuestros países. Instituciones,
programas curriculares, e infraestructuras educativas se han desplegado desde
esta lógica hacia la generación de pensamiento único, genérico y
descontextualizado de realidades concretas, desarrollo de conocimiento,
habilidades, valores sintetizados en competencias dirigidas a la inserción de
los sujetos al mercado laboral prefigurado por las demandas de los capitalistas
nacionales y transnacionales, por tanto funcionales a la organización
pro-capitalista del trabajo.
El surgimiento de una gran cantidad de instituciones
privadas de educación a nivel primario, secundario y universitario está
íntimamente relacionado con las necesidades del capital de encontrar nuevas
fuentes de inversión y validar y sostener su programa político e ideológico. En
este sentido, descartamos el pretexto de los gobiernos de turno de nuestros
países que no tienen suficientes recursos financieros para cubrir las
necesidades educativas de la ciudadanía y, por eso, recurren a las
instituciones privadas para llenar este vacío. Consideramos que tal pretexto
encubre el servilismo a su condición de clase por tanto a los intereses del
capital “nacional” y transnacional. En tal sentido, consideramos que de manera
voluntaria y consciente ese fue y es uno de los pretextos para no incrementar
el presupuesto de educación, mejorar la calidad de los procesos de
enseñanza-aprendizaje e implementar en todas las instituciones de educación
pública una gestión académica que apunta al desarrollo de educadores y
educandos y, por lo tanto, al desarrollo del país en servicio de la mayorías.
Para las instituciones privadas de educación el educando es una fuente de
ingreso y no una pieza clave para el desarrollo de la sociedad.
IV. El papel de
la universidad en la sociedad capitalista
Desde su aparición en el viejo continente hace más de mil años, las
funciones de la universidad: conservación, transmisión, difusión, producción y
aplicación del conocimiento (métodos, técnicas, tecnologías) se han ajustado a
las demandas sociales de determinados modos de producción y del desarrollo de
distintas formaciones sociales. La institucionalización del carácter utilitario
del conocimiento, por medio de la universidad, ha tenido desde entonces un
papel económico, político e ideológico de influencia directa en la reproducción
y el desarrollo de la sociedad. Sin embargo de esta caracterización básica,
producto del ascenso y consolidación de la dominación del sistema capitalista
en los últimos 200 años, las universidades se han constituido en instituciones
de socialización de trabajo especializado y valores funcionales a la universalización
de los intereses del capital, de la dominación en lo económico, político e
ideológico.
Las reformas de la educación de AL en la faceta
neoliberal del capitalismo, durante las últimas décadas han promovido una serie
de líneas entre las que podemos señalar: i) privatización de la universidad, y
con ello la competitividad entre instituciones públicas y privadas; ii)
adecuación de los programas curriculares de las universidades públicas a las
demandas de los capitalistas en oposición a las demandas sociales, en tal
sentido se sobrevaloran los conocimientos, habilidades, valores de las
disciplinas relacionados al funcionamiento de la empresa, en franco detrimento
de las ciencias sociales y humanísticas; iii) la organización de la universidad
pública se adecúa a la manera de una empresa cuyo objetivo es la
competitividad, y donde se extiende un nuevo léxico de “excelencia”,
“eficiencia”, “evaluación continua”, “acreditación externa”; iv)
conscientemente se promueve la fragmentación del proceso de producción de
conocimientos, habilidades y valores, con la aspiración de profundizar la
división del trabajo, entre explotadores y explotados, de opresores y
oprimidos; v) en la dimensión del proceso de enseñanza-aprendizaje, se promueve
la educación positivista y bancaria que restringe la reflexión sobre la
pertinencia y significación de lo que se enseña y aprende, es decir que se
aboga por la repetición y el pragmatismo individualista en oposición a la
dialógica educador-educando-educando funcional al desarrollo de la competencia
crítica y creativa; vi) al influjo de la competencia, la evaluación de los
resultados de la educación pierde su carácter cualitativo dando paso a la
“cifra”, así por ejemplo, una forma importante para encontrar ventaja es a
través de los resultados de egresados con trabajo, o por ejemplo, otra forma de
ventaja competitiva se refiere a la reducción de horas/aula o años/carrera en
función del mercado y sin contar con los efectos en la demanda social; vii) el
producto social de la universidad, en tanto profesional formado y conocimiento
producido tiene un impacto social inversamente proporcional en la educación
pública y en la privada, mientras que el producto de la universidad pública
tiene un escaso impacto en la esfera social de lo público y su
institucionalidad, el producto de la universidad privada tiende a una mayor
articulación a la esfera de lo privado empresarial y al nivel de la “gerencia”
del estado capitalista.
La privatización de la educación superior ha generado una situación
que ha puesto a la educación pública en segundo lugar al interior de muchos
países de AL. Es decir, los egresados de las instituciones públicas son
considerados en el mercado laboral como educandos de segunda categoría. Con la
expansión de la “ola de acreditaciones”, la no adscripción a un sistema
continental puede provocar la misma situación en la escala de países, es decir
profesionales de tal país ocupan una segunda categoría. Aunque no estamos en
contra de procesos de acreditación en sí, es decir, que las universidades se
sometan a una evaluación drástica, sino que dado que estos procesos son
generados por la necesidad del capital para obtener una fuerza laboral y su
movilidad por el continente de acuerdo a sus intereses, rechazamos en forma
general estos procesos, en la mayoría de los casos dirigidos por empresas
privadas pero también ampliamente validados por las instituciones públicas
inundadas por la ideología neoliberal.
Otro fenómeno contemporáneo en la educación superior
en AL se da a partir de los múltiples y populares rankings del sistema de
universidades que se encargan de patentar las líneas apuntadas arriba en el
marco del principio de competitividad, de premio y sanción por aparecer o no en
la lista, “más arriba o más abajo”. Así en respuesta a los rankings y sus
índices se consuman acciones institucionales de reforma no para mejorar las
condiciones de la educación (investigación, interacción y extensión social,
convenios interinstitucionales) sino para la reafirmación de la competitividad
y la rentabilización del puesto más alto.
En oposición a los síntomas de una educación
superior mediada por los intereses del capital y la ideología neoliberal que lo
sustenta surge la necesidad de repensar en el objetivo de la universidad
latinoamericana. En tal sentido, consideramos que la vía de una pedagogía
crítica nos permitiría educar a los sujetos para la vida, una vida consciente
de la realidad en que se inscriba y comprometida con el cambio de condiciones
para el bienestar de la comunidad. Así, la pedagogía crítica aplicada a la
universidad será concebida como un proyecto político que identifique en el
proceso formativo profesional las relaciones entre el conocimiento
(conservación, transmisión, difusión, producción y aplicación) y los intereses
del capital, su poder y su proyecto social, económico, político e ideológico. A
partir de ello, la universidad se constituiría en un instrumento de formación
de profesionales cuyo desarrollo en conocimientos, habilidades y valores se
erija en los principios de liberación de los pueblos, apertura a la comunidad,
promoción de una praxis dinámica y compleja, reflexiva y dialógica, crítica y
creativa, y por tanto útil a la construcción de una organización societal y de
desarrollo alternativos al sistema capitalista.
V. El papel del
intelectual en la transformación de América Latina
El intelectual en la sociedad capitalista, en general, no es nada más
que un obrero que hace un trabajo mental, abstracto. Las universidades son
fábricas de conocimiento y “productoras” de trabajadores mentales cuyos
conocimientos, habilidades y valores serán puestos al servicio del capital,
transnacional y “nacional”.
El intelectual en la fábrica de conocimiento, aunque
muchas veces es considerado como un sabio,
trabaja, en general, al servicio del sistema capitalista y
específicamente para sus empleadores. Éstos pueden ser los funcionarios del
estado capitalista encargados de la educación o los capitalistas que se mueven
en el ámbito de la educación privada. Por esta razón, existe una distancia
abismal entre los intelectuales y el pueblo. Para el intelectual individualista
de la sociedad capitalista el pueblo no es nada más que un objeto de estudio,
un objeto posible de fragmentarse en fenómenos para descubrir las leyes en que
se funda su movimiento y constitución histórica (de lucha y resistencia contra
el capital, ser rearticulado a imagen, semejanza y funcionalidad del desarrollo
capitalista).
Tan preocupado en sus tareas de investigación, el
intelectual asalariado del sistema capitalista, lleva al extremo el
individualismo en su papel de educador en el proceso de formación
universitaria, promoviendo que su relación con el educando no sea más que una
copia de la división de clases, o sea, de una relación entre capitalista y obrero
o de un latifundista y un campesino. Sabemos que este juicio sobre los
intelectuales es duro y siempre hay casos que no corresponden a esta realidad.
Sin embargo, en el seno de la institucionalidad capitalista, el hecho de que
hasta ahora haya intelectuales de izquierda en la educación, es una muestra de
la seguridad y confianza del sistema en sí mismo. Estos intelectuales no hacen
daño al sistema, sino más bien, su presencia, en el caso de la educación
superior, tiene una función política e ideológica para validar el dominio del
sistema, mostrando que existen opiniones divergentes pero subsumidas a las
relaciones sociales del sistema capitalista.
De la labor militante que vinculaba aulas con la
calle en procesos de lucha por “otro mundo” durante las décadas de 1960 y 1970,
en las tres décadas siguientes, bajo una máscara ideológica de autonomía de
pensamiento, varios grupos intelectuales en AL se han acomodado progresivamente
a las condiciones impuestas por el sistema capitalista. Este acomodo de ciertas
facciones de la intelectualidad latinoamericana, en grupos de élite, se ha
conformado en asumir la producción de conocimiento que es política, ideológica
y socialmente funcional a la conservación de las relaciones de explotación,
dominación y opresión del sistema. Esta intelectualidad reformista
pseudo-progresista y de un añejo y delirante discurso izquierdista, además, se
ha encargado de servir a los intereses del capital, regulando cual “válvulas”
la reflexión de las fuerzas de cambio (del pueblo y los jóvenes intelectuales)
sobre la lucha de clases y el proyecto revolucionario para nuestras naciones y
nuestro continente, y de esta manera, ampliando y conteniendo en nuestros
pueblos los niveles de tolerancia a la injusticia, desigualdad, pobreza, violencia,
entre otras problemáticas estructurales.
Nosotros proponemos la necesidad de romper con esta
situación. Aunque somos conscientes de que tenemos limitaciones al estar
inmersos en el contexto de una educación dirigida por las necesidades de los
capitalistas, sin embargo, consideramos como deber el intento. Pensamos que el
intelectual que está al lado del pueblo debe considerarse como objeto y sujeto
del estudio. Es decir que, tiene que participar activamente en todos los
procesos de la lucha para la transformación social. En tal sentido, no vamos a
estudiar los sujetos de cambio tomando distancia, sino que nosotros mismos nos
convertimos/asumimos en sujetos del proceso de cambio. Estamos conscientes que
en el presente y en el futuro produciremos trabajos que, en última instancia,
sirvan a las necesidades del capital. Sin embargo, esta limitación no debe ser
la excusa para no elaborar trabajo científico y desarrollar actividades en
servicio del pueblo. Por esta razón, nos planteamos el reto de convertirnos en
intelectuales del pueblo. En tal sentido, nuestro trabajo intelectual a través
de la investigación busca que en la reflexión y el análisis de nuestra
condición como sujetos y objetos de la historia, no solo sirva al desarrollo de
nuestra individualidad, sino, se convierta en instrumento colectivo de acción
transformadora de nuestra América Latina.
Los
Partidos Políticos en el Perú*
Jorge
Rendón
Un vistazo a los partidos políticos en el
Perú permite advertir en seguida, como sus caracteres más nítidos, la anemia
ideológica, la endeblez organizativa o la temporalidad, y, como sustrato de
ellas, el caudillismo que los origina e impulsa.
Casi todos los
partidos políticos del Perú se han creado como una proyección de la voluntad e
intereses de una persona con cierta riqueza, perteneciente a alguna familia de
abolengo, incluso venida a menos, y criada en un hogar en el que un tema de
conversación habitual era la política y sus actores, con los cuales su familia
estaba vinculada por el parentesco, los negocios o la amistad.
Durante casi todo
el siglo XIX, gobernaron el Perú los caudillos militares. Todos ellos
consideraron que el ejercicio del poder político les pertenecía como un
atributo natural de su condición de militares, su disposición de las armas y su
poder de mandar a los oficiales de rango inferior y a las tropas. Entre ellos
se disputaban la Presidencia de la República que ganaba el más hábil o fuerte.
No obstante, por más ambiciosos y audaces que fueran, necesitaban el acuerdo
expreso o tácito de las familias propietarias de las grandes haciendas, cuyos
intereses se comprometían a defender desde el Estado. Los pocos civiles que
ejercieron la Presidencia de la República rellenaron los vacíos creados por las
disputas de los caudillos militares.
Manuel Pardo y
Lavalle, propietario de una gran hacienda en la Costa y con estudios superiores
en Chile y Francia, quebrantó este esquema al crear en 1871 el Partido Civil,
un conglomerado de latifundistas y burgueses embrionarios para darle cierta
estabilidad a la economía. Su Partido ganó las elecciones y él gobernó el país
de 1872 a 1876. Lo asesinó un sargento del Ejército en noviembre de 1878,
cuando ejercía la Presidencia del Senado.
Hasta 1919, la
conducción del Poder Ejecutivo la ejercieron los representantes del Partido
Civil, con los interregnos de los caudillos elegidos: Andes Avelino Cáceres y
Remigio Morales Bermúdez, militares; y Nicolás de Piérola y Guillermo
Billinghurst, civiles.
Augusto B. Leguía,
un caudillo civil formado en Europa, dividió a este Partido y gobernó con una
facción de él desde 1919 hasta 1930. Lo derribó el comandante Luis M. Sánchez
Cerro, al que asesinó un militante aprista en abril de 1933. Continuó en la
Presidencia de la República el general Oscar R. Benavides, por decisión del
Congreso Constituyente, y lo sucedió por elecciones en 1939 el representante de
la oligarquía financiera Manuel Prado, hijo de Mariano Ignacio Prado, el
Presidente que se llevó los ahorros nacionales en plena guerra con Chile. A
Manuel Prado lo continuó, el civil José Luis Bustamante y Rivero, postulado por
una coalición de partidos, hasta que fue depuesto por el general Manuel A.
Odría en octubre de 1948. Odría se quedó en la Presidencia de la República
hasta 1956, año en que lo sucedió por elecciones, Manuel Prado, a quien un
golpe militar excluyó de su mandato en 1962, faltando unos días para
terminarlo. La Junta Militar instaurada facilitó la llegada de Fernando
Belaunde Terry a la Presidencia en las elecciones de 1963 hasta que el 3 de
octubre de 1968 lo derrocó el movimiento militar acaudillado por el general
Juan Velasco Alvarado.
Se sabe lo que vino
después.
La evolución
indicada hasta el golpe de Estado de Velasco Alvarado tuvo como denominador
común el decisivo poder deliberante de las familias oligárquicas en la
designación de las personas que debían asumir los Poderes Legislativo,
Ejecutivo y Judicial, para lo cual disponían de una red de influencias,
contactos y medios de prensa, de la aquiescencia servil de la mayor parte de
familias de la clase media y de ciertos partidos políticos, y de la
contemplación pasmada de las clases trabajadoras, todos los cuales hacían el
papel de caja de resonancia de las cuerdas pulsadas por las familias
oligárquicas.
La naturaleza
caudillista de los partidos políticos del Perú determina que ellos carezcan de
una sólida ideología y de programas de gobierno coherentes con las necesidades
del país, que gobiernen en función de los intereses de la oligarquía y de las
empresas extranjeras y que se extingan poco después de la muerte de sus
conductores fundadores. Los partidos políticos existen mientras sus caudillos
gozan de fuerza vital para apetecer la Presidencia de la República y concitan
el apoyo de familias con poder económico que ven en esas opciones alguna
ventaja para invertir en ellas con la expectativa de recuperar su capital y
percibir las ganancias directas e indirectas que estiman normales cuando sus
patrocinados asumen o comparten los Poderes del Estado. A las familias
oligárquicas peruanas, que podrían ser denominadas en conjunto la derecha
económica, no les interesa pagar partidos políticos estables, como en otros
países, si pueden alquilarlos sin comprometerse o, si les conviene más,
convencer a algunos jefes militares ambiciosos.
Tal ha sido el sino
de los partidos creados por Manuel Pardo (Partido Civil), Andrés Avelino
Cáceres (Partido Constitucional), Nicolás de Piérola (Partido Demócrata),
Augusto B. Leguía (Partido Democrático Reformista), Luis M. Sánchez Cerro
(Unión Revolucionaria), Manuel Prado (Movimiento Democrático Peruano), y Manuel
A. Odría (Unión Nacional Odriista). Va
tras ellos el partido fundado por Fernando Belaúnde (Acción Popular).
Varias formaciones
que postularon a sus candidatos a los Poderes Ejecutivo y Legislativo a partir
de 1990 sólo tienen de partidos la denominación de acuerdo con la Ley de
Partidos Políticos que permite su creación sólo con cierta cantidad de firmas,
sin que importe que figuren en los padrones de otros partidos o se haya pagado
por ellas. Para la derecha económica significan más opciones de inversión y
locación.
El Partido Aprista
sobrevive a su caudillo Haya de la Torre por su organización celular, copiada
de los partidos comunistas, incluido el llamado centralismo democrático, por
haber encontrado un caudillo de repuesto y por el convencimiento de sus
militantes más experimentados de que el acceso a los Poderes del Estado, las
empresas y otras entidades públicas, las universidades, los colegios
profesionales, las cooperativas, los clubes, las organizaciones sindicales,
etc. les abre también sus codiciadas arcas y les posibilita otros ingresos non
sanctos. La motivación que el beneficio económico personal suscita (“La plata
viene sola”) obra como una colosal fuerza psicológica capaz incluso de sepultar
a la ley y a la moral, y de atraer a ciertos aliados.
El Partido Popular
Cristiano, creado por una disidencia en el Partido Demócrata Cristiano como una
congregación asambleísta, trata de representar a una parte de la burguesía y a
la clase media, imitando a los partidos de este mismo signo europeos y alzando
como estandarte la religión católica, situación que para muchos es una
irradiación manipuladora de la Iglesia Católica y la sombra de la fatídica
Inquisición.
En los partidos de
izquierda también opera el caudillismo en diversa medida, aunque con menor
ambición y calidad intelectual, con el efecto consiguiente de una atracción
ínfima de las clases y otros grupos sociales a los cuales pretenden
representar.
Los caracteres
indicados de los partidos políticos en el Perú constituyen una herencia de la
dominación española en tres siglos.
Mientras duró el
virreinato, los españoles nacidos en el Perú se consideraban súbditos de la
Corona, tanto o más leales que los nacidos en España, y acataban la autoridad
de los virreyes convencidos de su legitimidad indiscutible. Por lo tanto, les
era extraña la necesidad de conformar una fuerza social propia que los
representara. La idea de la democracia no existía para ellos. El camino hacia
los favores de los virreyes y la audiencia era congraciarse con ellos,
colmándolos de obsequios, invitaciones, coimas y una ostensible obsecuencia.
Cuando advino la
independencia, estos españoles peruanos, que no la habían promovido,
advirtieron que serían ellos los detentadores del poder político. No podían
serlo los mestizos, indios y esclavos negros, sometidos a su férula y anulados
como fuerzas pensantes. Fue del todo normal, por consiguiente, que gobernaran
como lo habían hecho los virreyes, y que el control del gobierno se discutiese
en el seno de sus familias.
La creación de
partidos políticos fue originariamente una necesidad de la burguesía europea
para abatir al feudalismo. Así sucedió en Inglaterra (recuérdese la marcha
hacia el constitucionalismo y la campaña de Cronwell en 1648) y en Francia (la
Revolución de 1789 se gestó en las logias y los clubes conspirativos,
precursores de los partidos).
Después, al
instituirse la igualdad de todos ante la ley, las elecciones requirieron el
concurso de los partidos, como formas de organización de los grupos sociales
para la defensa y promoción de sus intereses. En lo sucesivo, las clases
sociales organizaron y financiaron a sus partidos, y los militantes de éstos
consideraron normal e indispensable acatar la disciplina interna.
En el Perú, la
noción y la necesidad de partidos políticos apareció también como una necesidad
de la tardía burguesía, aunque con las limitaciones impuestas por el origen
oligárquico de ésta.
La debilidad
general de los partidos políticos en el Perú obedece a tres causas: 1) la
herencia ideológica colonial reproducida de generación en generación en la
conciencia colectiva que predispone a la mayor parte de ésta a inclinarse ante
el poder económico, como si fuera una renovada versión de la supremacía de los
virreyes y la audiencia; 2) la tendencia en muchos militantes de los partidos,
heredada del feudalismo, a rechazar el liderazgo de otros, aunque sea legítimo,
y a convertirse en caudillos larvarios; y 3) la ausencia de la tendencia
asociativa que hace la fuerza de los grupos organizados, formada en muchos
siglos de corporativismo.
En Europa las
corporaciones gremiales y de comerciantes tuvieron un poder muy grande que los
reyes y nobles no pudieron doblegar. No desaparecieron ni con la Ley Le Chapelier
aprobada en 1791, como una expresión de la Revolución Francesa. Se reencarnaron
en los sindicatos y las asociaciones mutualistas. La fuerza de los partidos
políticos en Europa y otras partes con tradición corporativa es una
continuación de ésta con fines distintos. En el Perú, el poder virreinal
prohibió esa clase de corporaciones. Las que admitió fueron sólo cofradías
religiosas para manifestarse en procesiones que permitían cierto desahogo a las
masas de fieles, por lo general mestizas, indias y afroperuanas. La afectio societatis, o elemento
conceptual cohesionante de las corporaciones, hansas, sociedades mercantiles,
logias, partidos políticos y otros grupos con fines diversos, es aún en nuestro
país un factor impostado. No es el caso de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile,
Cuba, México, Venezuela y otros países de América a los que afluyeron grandes
grupos de inmigrantes europeos quienes trajeron consigo sus hábitos de
corporativismo y organización, fundaron los primeros sindicatos e impulsaron la
formación de partidos políticos.
En algún momento
tendremos que superar esta insuficiencia y manera de ser de las grandes
mayorías sociales peruanas. Y no será por la acción de las clases propietarias
en el control del Estado, sino por la de ellas mismas, gracias a la catarsis
provocada por la ideología que las ayudará a disipar las miasmas de la herencia
colonial que continúan contaminando su espíritu.
(11/12/2013)
*El sentido
generalizante del título de este artículo no debe impedir comprender que su
autor se refiere exclusivamente a los partidos de las clases dominantes. (Nota
del Comité de Redacción).