domingo, 14 de noviembre de 2010

ECONOMÍA

La Polarización: Ley del
Sistema Capitalista Mundial


Santiago Ibarra *



Introducción

A mediados del siglo pasado se fabricó un discurso que prometía a las periferias alcanzar a los centros a través de su industrialización. La industrialización de las periferias tuvo lugar (aunque  de modo desigual), y, luego de realizada, muy lejos de reducir hasta eliminar sus diferencias con los centros, las desigualdades entre éstos se han acentuado todavía más. En realidad, este discurso no constituyó sino la forma renovada de aquel otro que desde fines del siglo XVIII y principios del XIX veía en la industrialización el medio que ineluctablemente llevaría a todas las naciones del orbe al progreso y a la prosperidad.

Fracasado el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, desde principios de la década de 1980 los centros imponen a las periferias un conjunto de (contra) reformas que, como décadas atrás, prometía su crecimiento económico y la reducción sistemática de la pobreza. Los resultados, sin embargo, han sido exactamente al revés.

Los neoliberales hacían del mercado un mecanismo autorregulador de los factores del crecimiento económico. A su vez, promovieron la reconversión de los aparatos productivos con destino al mercado nacional a industrias con destino al mercado externo, así como la apertura irrestricta de los mercados nacionales a los capitales transnacionales. Como era previsible, ninguna de estas medidas logró hacer realidad los objetivos señalados. La resistencia de los trabajadores afectados con las políticas neoliberales no estuvo ausente, y a fines de la década de 1990 y principios de la de 2000 tendrían lugar varias rebeliones masivas en el continente.

En primer lugar, la tasa anual de crecimiento económico alcanzada en América Latina durante el período neoliberal ha sido inferior a la lograda durante el período estatista: “Entre 1990 y 2000, el PIB real de la región (medido en dólares a precios constantes), se incrementó a una tasa anual media del 3.3 por ciento. Dicho crecimiento, aunque mayor al 1.1 por ciento anual registrado en los años ochenta, fue mucho más bajo que el 5.5 por ciento de alza anual lograda a medias en 1950-80” (1).

Asimismo, tampoco se revirtió el descenso sistemático de la tasa de crecimiento del producto interno bruto mundial: si hasta la década de 1960 éste fue superior al 5%, en la década de 1970 cae al 4,5%, en la de 1980 al 3,4%, y en la de 1990 al 2,9% (2).

Este fenómeno está sin duda asociado a la hiperfinanciarización que la economía capitalista mundial viene experimentando en las últimas décadas. La hiperfinanciarización de la economía capitalista es la estrategia de las clases dominantes para aumentar sus ganancias al máximo en el menor tiempo posible, sin recorrer el tortuoso camino de la producción, en un contexto de decreciente capacidad de consumo de las masas.

En segundo lugar, es esencial mostrar que desde la década de 1950 el porcentaje de precarios (con baja capacidad de negociación, súperexplotados, desempleados, empleados en el sector informal) dentro de las clases populares en la población urbana mundial se ha incrementado –como indica Samir Amin- de menos del 25% a más del 50%, de 250 millones a 1.500 millones de personas, llegando a representar en las periferias cerca del 80%, “registrando una tasa de crecimiento que supera aquella que caracteriza la expansión económica, el crecimiento de la población o el propio proceso de urbanización.” (3)

Por el otro lado, las clases dominantes representan necesariamente a un pequeño sector de la sociedad, pero son quienes más concentran las riquezas producidas por los trabajadores. Así, para algunos casos de países de América Latina tenemos que “a finales de los años noventa, el 10 por ciento de los hogares más ricos de Brasil concentraba cerca del 50 por ciento del ingreso nacional total, en tanto que el 40 por ciento de los hogares más pobres alcanzaba sólo el 10 por ciento del ingreso correspondiente. En Chile, la más moderna y dinámica economía de la región, la participación en el ingreso nacional del 10 por ciento de los hogares más ricos fue del 40 por ciento, y la del 40 por ciento de los más pobres estuvo por abajo del 15 por ciento. Las cifras de México y Argentina, así como las de las otras grandes economías de la región, también muestran una acentuada concentración del ingreso.” (4)

Acumulación de riquezas por un lado, crecimiento de la miseria por el otro. Dos fenómenos que se dan simultáneamente dentro de un mismo proceso: la acumulación de capital a escala mundial. La pobreza es condición absoluta del capitalismo. No es pobreza que se origine en la escasez: es pobreza que se produce como resultado de una creciente capacidad de acumulación de capital, como producto de un incremento de la productividad del trabajo. Bajo el capitalismo, cuanto mayor capacidad de producir riquezas, mayor número de pobres, de excluidos, de población sobrante, y mayor sufrimiento, mayor degradación moral. Marx, precisamente, expresaba en los siguientes términos la contradicción inmanente a la acumulación de capital:

“Esta ley es la que establece una correlación fatal entre la acumulación del capital y la de la miseria, de modo que la acumulación de riqueza en un polo es igual a la acumulación de pobreza, sufrimiento, ignorancia, embrutecimiento, degradación moral, esclavitud, en el polo opuesto, del lado de la clase que produce el capital mismo.” (5)

¿Cómo explicaba Marx la acumulación de capital por un lado y el incremento de la pauperización por el otro? ¿Cómo se explica la concentración de las riquezas en los centros y la concentración de la miseria en las periferias del sistema capitalista mundial?

Marx: La ley general de la acumulación de capital

La producción de plusvalía es ley absoluta del capitalismo. Tras las apariencias, Marx da con la realidad profunda. En la superficialidad de las cosas, la plusvalía aparece como ganancia: no sólo el trabajo, sino también la tecnología y el dinero aparecen como creadores de valor. Marx, por el contrario, demuestra que la ganancia del capital tiene su origen en el trabajo no remunerado del obrero. Vale decir, la acumulación de capital tiene su partida de nacimiento en la explotación de los trabajadores que, a su vez, es posible por la propiedad privada sobre los medios de producción de los capitalistas. El capitalista no tiene otro fin que la maximización de sus beneficios, el incremento permanente de la tasa de plusvalía, con consecuencias desastrosas sobre el hombre y la naturaleza. Este es el secreto de la acumulación del capital, la realidad profunda que Marx develó. 

Concentración y centralización del capital: acumulación de capital en la clase capitalista. La libre competencia conduce forzosamente a la concentración y a la centralización del capital. La concentración del capital tiene lugar por la vía de la creciente apropiación por capitales individuales del plusvalor producido por los trabajadores. La centralización del capital tiene lugar por la vía de la absorción y de la fusión de capitales distintos, dando origen a uno mayor.  

Incremento de la composición orgánica del capital: creciente pauperización de los desposeídos. El desarrollo del capitalismo, mediatizado por las luchas sociales de los trabajadores y la competencia entre los capitalistas, implica un crecimiento constante de la composición orgánica del capital: la inversión en capital constante es cada vez mayor en comparación a la inversión en capital variable. Hay un menor uso relativo e incluso absoluto de fuerza de trabajo en las industrias, pero hay una mayor capacidad de producción de riquezas. El trabajo muerto sustituye y desplaza al trabajo vivo. A esta población que es expulsada del centro productivo o que queda fuera de él, Marx la llamó ejército industrial de reserva o población excedente. A su vez, esta población sobrante presiona a la baja los salarios y al deterioro de las condiciones laborales de los trabajadores activos.

Acumulación de riquezas, de capital, y población excedente, sobrante, y precarización del trabajo en el sector productivo, esto es, pauperismo creciente, son entonces un resultado inmanente al despliegue del capitalismo, “ley absoluta, general, de la acumulación capitalista”.

El desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la técnica, bajo el capitalismo –nos dice Marx-, sigue necesariamente un camino contradictorio: 

“Todos los medios para desarrollar la producción se transforman en medios de dominar y explotar al productor: hacen de él un hombre truncado, fragmentario, o el apéndice de una máquina. Le oponen, como otras tantas potencias hostiles, las fuerzas científicas de la producción. Sustituyen el trabajo atractivo por el trabajo forzado. Hacen que las condiciones en que se desarrolla el trabajo sean cada vez más anormales, y someten al obrero, durante su servicio, a un despotismo tan ilimitado como mezquino. Convierten toda su vida en tiempo de trabajo, y arrojan a su mujer y sus hijos bajo las ruedas del Yaggernat capitalista." (6)

Franz Hinkelammert (7) sostiene la tesis de que lo que se produce en el mundo capitalista es un estancamiento dinámico, que lleva consigo una creciente exclusión de las grandes mayorías. Hay crecimiento intensivo –explica Hinkelammert-, pero no hay crecimiento extensivo. Hay crecimiento intensivo cuando el aumento de la productividad del trabajo es mayor al crecimiento del producto. Hay crecimiento extensivo cuando el crecimiento del producto es mayor al incremento de la productividad del trabajo. Lo que en el mundo hay es crecimiento del producto, en la industria y en la agricultura, y todavía más incremento de la productividad del trabajo, pero no hay generación de empleo. El crecimiento intensivo tiene su fundamento en la incorporación de nuevas tecnologías en los procesos productivos. Tecnología que sustituye y desplaza a los trabajadores. El sector excluido, que proviene del crecimiento demográfico vegetativo y, en las periferias, de la migración campo–ciudad, crece rápidamente. Para no morir de hambre esta población excluida, se autoemplea, y entonces aparece el denominado “sector informal” de la economía, caracterizado por sus bajos ingresos y la precariedad de sus condiciones de vida.

Circunstancias especiales que modifican (relativamente) la ley de la pauperización. La globalización neoliberal, nuevo viraje histórico: la ley de la pauperización se expresa con toda su fuerza.

Intelectuales al servicio del sistema capitalista han intentado más de una vez refutar la ley marxista de la creciente pauperización. Luego de la II guerra mundial, el mundo en su conjunto, pero, sobre todo, Estados Unidos, Europa occidental y Japón, experimentaron altas tasas de crecimiento económico, y, a su vez, en estas regiones, los salarios de los trabajadores aumentaban conforme se incrementaba la productividad del trabajo. Samir Amin -destacado marxista egipcio- explica, a partir del materialismo histórico, que este período de bonanza fue breve y especial, pues sólo duró hasta mediados de la década de 1970. Y fue especial porque estuvo determinado fundamentalmente por la existencia en el mundo de un triple sistema: a) el sistema soviético, b) el Estado de bienestar de Europa occidental y c) los regímenes populistas de América Latina, todos ellos producto de la lucha de los pueblos por su liberación nacional y por el socialismo. Luego de que se desintegrara el bloque soviético, la suerte de los otros dos sistemas no fue distinta (8).

Periclitado este triple sistema, la correlación de fuerzas habría de ser largamente favorable a las clases dominantes del mundo. En especial, al capital financiero. Y, entonces, la transferencia de excedentes, de valor, de trabajo desde las periferias hacia los centros no impedirá que en las últimas décadas la situación material de los trabajadores de estos mismos países sufra un deterioro cada vez mayor. Marx había sido claro: “La acción de esta ley, como la de cualquier otra, resulta modificada, por supuesto, por circunstancias especiales” (9). Estas “circunstancias especiales”, como queda claro, las constituyeron una relación de fuerzas en el mundo más favorable a las clases populares.

Hoy por hoy, en el centro del sistema capitalista mundial, el 40% de las clases populares en actividad son precarias. Ilustremos el crecimiento de la precariedad en el centro con tres ejemplos. En los Estados Unidos, en la década de 1990, el porcentaje de trabajadores que perdía sus puestos de trabajo se incrementó en un 15%, al tiempo que los que luego conseguían reubicarse ganaban un 14% menos en sus nuevos empleos (10). En Francia, el 75% de los contratos tienen duración definida (11). Bajo la lógica unilateral del capital, el trabajo se precariza también en el centro. No de otra manera pueden entenderse las movilizaciones sociales que en las últimas semanas se vienen produciendo en Francia contra una reforma del sistema de pensiones -promovida por el gobierno de Sarkozy-, que atenta contra los intereses de los trabajadores, al aumentar en dos años la edad de jubilación de los trabajadores, de 60 a 62 años de edad, sino como la necesaria respuesta de éstos a los intentos del capital de reducir aún más los costos de la fuerza de trabajo. Mientras tanto, la precariedad dentro de las clases populares urbanas ha pasado a representar del 50% alrededor de 1950 a cerca del 80% en la actualidad. 

Lenin: el capitalismo imperialista.

Aunque el imperialismo (no el “Imperio”, como plantean Negri y Hardt) haya sufrido cambios fundamentales en las últimas décadas, es importante referirse a algunos aspectos del mismo estudiados y subrayados por Lenin. Lenin destacaba que el imperialismo es el capitalismo monopolista, que surge del capitalismo de libre competencia. (Lenin, a partir de esta premisa, criticaba ásperamente la crítica pequeñoburguesa al imperialismo, que busca sustituir a éste por el capitalismo de libre competencia; Lenin retrucaba: ¡el capitalismo monopolista, el imperialismo, es un engendro de la libre competencia!). El imperialismo se caracteriza por el predominio del capital financiero, por la superioridad de éste sobre el resto de capitales, por su política colonial, de pillaje y sometimiento de muchas naciones por un grupúsculo de asociaciones monopolistas, a través de la exportación de capitales y otros mecanismos, lo que le da al imperialismo un carácter rentista, parasitario: “El mundo ha quedado dividido entre un puñado de Estados usureros y una mayoría gigantesca de Estados deudores” (12) Por esto, la cuestión nacional bajo el imperialismo se convierte en un problema álgido, pues la tendencia natural del imperialismo es a la dominación, no a la libertad, a la violación de la independencia política de los Estados nacionales, no al respeto de su soberanía. Los ejemplos actuales sobran, sólo mencionemos la actual guerra imperialista que Estados Unidos y sus aliados libran contra Irak.  

Samir Amin: La polarización a escala global

El capitalismo unifica al mundo, pero no lo homogeneiza: lo polariza crecientemente. Samir Amin es tal vez el teórico marxista que en las últimas décadas ha insistido más en la naturaleza polarizante del sistema capitalista mundial, y la ha explicado. El capitalismo integra, unifica al mundo por primera vez en la historia de la humanidad, pero no lo homogeneiza; al contrario, lo polariza crecientemente. Hay que combatir decididamente las ilusiones que siembran las potencias imperialistas, y que tienen eco en la burguesía y la pequeña burguesía de las periferias, ilusiones que tienen que ver con la idea de que las periferias pueden alcanzar alguna vez a los centros. El capitalismo es un sistema mundial, y la ley de la pauperización hay que constatarla también a este nivel. Mientras que Marx analizaba la ley de la pauperización al nivel del modo de producción capitalista, Samir Amin lo hace al nivel del capitalismo como sistema mundial, que tiene, sin embargo, su fundamento en aquél.  

Cuando los países del centro se constituyeron como tales construyeron economías autocentradas (construcción de industrias de bienes de consumo masivo e industria de bienes de capital en sus propios espacios nacionales), mientras que en los países de las periferias se construían economías extravertidas, especializadas, cuyo motor no se sitúa dentro de las mismos, sino en los centros; vale decir, se constituyeron desde el principio como satélites, como apéndices de las economías capitalistas del centro, al servicio de la acumulación de capital dentro de éstos. Esto fue y es posible porque en los países periféricos sus clases dominantes tienen intereses solidarios con el capital monopolista. 

La polarización entre centros y periferias es inmanente al despliegue del capitalismo a escala mundial. Mientras que la riqueza se concentra en los centros, la pobreza se concentra en las periferias. Samir Amin explica la situación privilegiada de los centros por la posición de dominio que tienen en el sistema capitalista mundial, por la transferencia de valor que se produce desde las periferias hacia sus espacios nacionales. A su vez, la situación de las periferias se explica por el bloqueo a que están sujetas por la posición que ocupan en el sistema capitalista mundial, por la forma en que se relacionan con el mercado mundial, con las economías capitalistas del centro, por su sometimiento a los intereses de los grandes capitales monopolistas.  

Es pertinente recordar que en el Perú, nuestro Amauta José Carlos Mariátegui visionariamente comprendió la naturaleza del desarrollo capitalista periférico en la época del imperialismo:

“La condición económica de estas repúblicas [latinoamericanas], es, sin duda, semicolonial, y, a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetración imperialista, tiene que acentuarse este carácter de su economía” (13).

Cómo funciona la polarización a escala global: el intercambio desigual. Hay que destacar que el subdesarrollo de nuestros países no es tanto igual a la persistencia de formas precapitalistas de producción, como lo pretenden algunos analistas al servicio del gran capital. El subdesarrollo es ante todo un producto de la penetración del capital monopolista en nuestras economías - que las clases dominantes locales hacen posible-, a través de formas como a) la explotación de sus recursos naturales, b) la exportación e inversión de sus capitales excedentes en nuestras regiones y c) la venta de sus productos manufacturados en los mercados de las periferias (14). Ahora bien, Amin no analiza el intercambio desigual en el plano del intercambio, sino que va al fondo de las cosas, al plano del proceso de producción. En primer lugar, Amin afirma que la producción de mercancías está destinada al mercado mundial y el trabajo que cristaliza en las mercancías tiene también carácter mundial. Una hora de trabajo en dos países distintos, uno del centro y otro de la periferia, produce el mismo valor. Pero el salario del trabajador de la periferia está muy por debajo del salario del trabajador del centro. Esta situación no se debe a las diferencias de productividades, sino a la inmovilidad del trabajo. En las periferias hay superexplotación de la fuerza de trabajo, una tasa de plusvalía muy superior a la tasa de plusvalía que se produce en los centros. Amin lo explica de la siguiente manera:

“Es evidente que la hora de trabajo aquí y allá crea el mismo valor, y si la fuerza de trabajo tiene aquí un valor inferior, es decir, si el salario real es inferior, la tasa de plusvalía es necesariamente superior. Los bienes salariales que constituyen la contrapartida real del valor de la fuerza de trabajo son mercancías internacionales que tienen un valor internacional. Si la jornada de trabajo es igual en A y en B (por ejemplo 8 horas), si la remuneración real del trabajador es diez veces superior en B (salario real en B igual a 10 kilogramos de trigo por día contra solamente un kilogramo en A), y si 10 kilogramos de trigo son producidos en el mundo (allí donde la productividad en esta actividad es la más elevada) en 4 horas, la tasa de plusvalía en B será del 100% (4 horas de trabajo necesario y 4 horas de sobretrabajo), mientras que se elevará a 1.900% en A (24 minutos de trabajo necesario y 7 horas 36 minutos de sobretrabajo). Para mantener este razonamiento, no hay que comparar la productividad en las dos producciones capitalistas en las que A y B se especializan: eso no tiene sentido” (15)

Samir Amin concluye: 1) hay transferencia de valor, desde las periferias hacia los centros, por la superexplotación del trabajo en las periferias, lo que contribuye a aumentar la masa de plusvalía relativa en los centros, al abaratar así en éstos los medios de subsistencia, y 2) hay intercambio desigual cuando las diferencias salariales son mayores a las diferencias de productividad.

Cómo funciona la polarización a escala global: la ley del valor mundializada. Ahora bien, ¿por qué existen grandes diferencias salariales entre los trabajadores del centro y de las periferias en ramas de la economía que tienen análogos niveles de productividad? Samir Amin llama la atención sobre el hecho de que Marx teoriza sobre la ley del valor de un modo “general, abstracto e indeterminado”, dentro del marco de un espacio nacional. Dentro de éste, hay un triple mercado integrado: de mercancías, de capitales y de trabajo. En el sistema capitalista mundial, empero, hay sólo un doble mercado libre: de mercancías y de capitales. El mercado de trabajo, por el contrario, se encuentra compartimentado en lo fundamental en el marco de los estados nacionales. A escala mundial la ley del valor está truncada. Es así como Samir Amin explica las diferencias salariales existentes entre los trabajadores de los centros y las periferias, dentro de sectores de la economía que tienen similares niveles de productividad. En palabras de Amin, “la ley del valor mundializada engendra por fuerza la polarización, y expresa la pauperización que supone la acumulación a escala mundial. Se trata de un fenómeno nuevo, sin precedentes en la historia anterior” (16) (las cursivas son nuestras).

Las clases dominantes del mundo levantan la ideología del “libre mercado”, pero conservan en lo esencial sus fronteras cerradas a los trabajadores de las periferias. La construcción de un muro en la frontera entre Estados Unidos y México, y las leyes aprobadas o por aprobarse en países de Europa y los Estados Unidos contra los inmigrantes de las periferias, de América Latina, de África y de Asia, ilustran dramáticamente el hecho mencionado.

Los cinco monopolios del centro. La polarización es ley del desarrollo del sistema capitalista mundial, pero cambia de formas.  Entre 1500 y 1800 el “capital mercantil es hegemónico en los centros atlánticos dominantes” y se forman “zonas periféricas (América) cuya función presuponía su total aceptación de la lógica de acumulación del capital” (17). Entre 1800 y 1945 la polarización toma la forma de contraposición entre países industrializados versus países no industrializados (exportadores de materias primas y productos agrícolas). Luego, gradualmente, con los procesos de industrialización que impulsaran las periferias gracias a los movimientos de liberación nacional y a los regímenes del “socialismo real”, la polarización global irá cobrando una forma histórica distinta.

Así, desde 1945 a la actualidad la polarización global irá adquiriendo su fundamento en los cinco monopolios de los centros sobre los que Amin llama la atención desde hace más de una década (18):

1) Monopolio tecnológico.
2) Control de los mercados financieros mundiales.
3) Control de los recursos naturales del planeta.
4) Monopolio de los medios de comunicación.
5) Monopolio de las armas de destrucción masiva.

Resulta decisivo por varias razones comprender en profundidad la nueva forma que ha tomado la polarización global. La industrialización que cobró impulso en las periferias a mediados del siglo pasado no ha dado fin con la polarización a escala mundial. Reconocido este hecho, no se trata de negar importancia al impulso del desarrollo de las fuerzas productivas en las periferias. Y de ninguna manera aceptar y adaptarse genuflexamente al sistema imperialista. Un gran número de países de las periferias lograron muy bajos niveles de industrialización, incluso dentro de la industria de bienes de consumo masivo. Estos países continúan dependiendo en gran medida de la exportación de materias primas y productos agrícolas, y su industrialización es una tarea pendiente. De lo que se trata, en cambio, es de subrayar la importancia que en la actualidad tiene para las periferias hacer frente a los monopolios indicados, condición insoslayable de su desarrollo. La industrialización de las periferias, dentro de este nuevo marco mundial de polarización, sobre todo, dentro del marco del monopolio de las tecnologías y del capital financiero por los centros, “puede volverse una especie de sistema moderno de putting out (de encargos), controlado por los centros financieros y tecnológicos” (19).

Amin anota que la diferenciación entre un “Cuarto Mundo” y un “Tercer Mundo”, “en vías de industrialización”,

“no es inofensivo en el espíritu de quienes lo proponen: supone que el Tercer Mundo de los NIC (Newly Industrializad Countries, Países de Reciente industrialización) está ‘cubriendo la brecha’ (o puede hacerlo), mientras que el Cuarto Mundo se hunde. Olvida que la industrialización ya no es el fundamento de la polarización. Prefiero decir por ende que el corazón de la periferia de mañana –en formación- está constituido por los países que tendrán como función esencial suministrar los productos industriales; y que el “Cuarto Mundo” ilustra el carácter destructivo de la expansión capitalista, lo que no es nuevo, sino que siempre acompañó la historia real del capitalismo.” (Las cursivas son nuestras) (20)  

De lo que se trata, pues, es de llamar la atención acerca del nuevo contexto internacional bajo el que las periferias continúan su industrialización. De lo que se trata, pues, es de hacer la crítica radical de los proyectos desarrollistas en cualquiera de sus versiones. De lo que se trata es de hacer la crítica radical de los proyectos “socialistas” que rinden culto al desarrollo de las fuerzas productivas, reproduciendo, así, la alienación economicista propia del modo de producción capitalista. De lo que se trata, pues, como sostiene Amin, es de “asociar… los objetivos de cierto desarrollo de las fuerzas productivas de las periferias del sistema a los objetivos de superar las lógicas de conjunto de la gestión capitalista de la sociedad” (alienación economicista, creciente polarización) (21).

Hasta el día de hoy la inversión extranjera directa sigue produciéndose en países como los nuestros básicamente en el sector primario exportador, pero –y esto es menos reconocido en general-, las inversiones en la industria manufacturera de exportación, que se fundamentan en la superexplotación de la fuerza de trabajo, están perfectamente integradas en la nueva división internacional del trabajo.

Por lo demás, el incremento de las tasas de crecimiento económico de los países de América Latina en la década de 2000, determinada por una coyuntura internacional favorable consistente en el incremento de la demanda de materias primas, no constituye sino el “desarrollo del subdesarrollo”, como sentenciara André Günder Frank.

Transformar el mundo. El socialismo: única alternativa a la barbarie del capitalismo

El discurso de “lucha contra la pobreza” de instituciones financieras internacionales al servicio del gran capital como el Banco Mundial no puede sino ser comprendido como el cinismo de los expropiadores. Siembran ilusiones: ¡pero no cosechan paz! Porque la resistencia de los pueblos ha estado presente en la historia desde los orígenes del capitalismo hasta la actualidad. El día de mañana no será diferente. En este sentido, la revolución social constituye la forma más alta que cobra la resistencia de los desposeídos a su deshumanización objetiva y subjetiva, para utilizar la expresión de Hinkelammert.

La alienación economicista impide ver las causas profundas de la creciente pauperización de las masas, y a no pocos de reconocer el problema mismo. Revertir cualitativamente la actual situación implica una nueva correlación de fuerzas a nivel mundial, favorable a las clases populares. De aquí la urgente necesidad de construir un verdadero internacionalismo de los pueblos del mundo. De aquí la imperiosa necesidad de la militancia revolucionaria. De aquí la perentoria necesidad de que esta militancia se articule decididamente con los excluidos del sistema capitalista para atacar el problema por la raíz.

Hace mucho que el capitalismo dejó de coincidir con el progreso. El capitalismo no ofrece a las inmensas mayorías sino más miseria, mayores sufrimientos. Ningún proyecto de “capitalismo nacional”, de “capitalismo popular” o de “capitalismo con rostro humano” es capaz de dar fin con la pauperización creciente de las masas. El socialismo mundial es la única alternativa verdaderamente humana a la creciente deshumanización que nos impone el capitalismo mundial. Mas el socialismo no puede ser reducido a un proyecto de desarrollo de las fuerzas productivas. Debe retomarse el proyecto de socialismo como la conquista de una civilización cualitativamente superior al capitalismo. Y el socialismo en el siglo XXI, así como en el siglo XX, será otra vez el resultado de las luchas de los trabajadores contra el capital.


Notas:

(1) Moreno Brid, Juan Carlos, Pérez Caldentey, Esteban y Ruiz Nápoles, Pablo, “El consenso de Washington: aciertos, yerros y omisiones” en: Perfiles Latinoamericanos, diciembre, número 25. Facultad Latinoamérica de Ciencias Sociales, Distrito Federal, México, 2004, pp. 149-168. La cita es de la página 153. Como puede verse por el título de este artículo, se trata de autores no marxistas, que utilizamos como muestra de lo afirmado por nosotros.
 
(2) Datos de la OCDE, trabajados por Beinstein, Jorge, La larga crisis de la economía global. Argentina-Buenos Aires, Corregidor, 1999.
 
(3) Amin, Samir, “Pobreza mundial, pauperización y acumulación de capital” en www.rebelion.org, 26 de octubre de 2003.
 
(4)Moreno Brid, Juan Carlos, Pérez Caldentey, Esteban y Ruiz Nápoles, Pablo, op. cit., p. 157.
 
(5) El Capital (Tomo I). Argentina, Editorial Cartago, 1974, p. 620.
 
(6) Ibid., p. 619.
 
(7) “Estancamiento dinámico y exclusión en la economía mundial” en Herramienta. Revista de debate y crítica marxista. Número 22, Buenos Aires, otoño de 2003, pp. 45-54.
 
(8) Amin hace referencia a este período histórico en varios pasajes de su obra.
 
(9) Marx, Carlos, op. cit., p. 618.
 
(10) Brenner, Robert, Turbulencias en la economía mundial. Santiago de Chile, Editorial LOM-Encuentro XXI, 1999, p.387, citado por Sotelo, Adrián, La reestructuración del mundo del trabajo. Superexplotación y nuevos paradigmas de la organización del trabajo. México D.F., Universidad Obrera de México-Escuela Nacional para Trabajadores-Editorial Itaca, 2003, p. 56.
 
(11) Coutrot, Thomas, “Crítica de la organización del trabajo” en www.rebelion.org, 14 de febrero de 2001, citado por Sotelo, Adrián, op. cit., p. 56.
 
(12) Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo en Obras Escogidas en tres tomos, Tomo I, Moscú, Progreso, 1970, p. 775.
 
(13) “Punto de Vista Anti-imperialista” en: Obras Completas de José Carlos Mariátegui, Tomo 13. Perú-Lima, Empresa Editora Amauta, 1978.
 
(14) Ver Roffinelli, Gabriela, Samir Amin y la mundialización del capital. España-Madrid, Campo de Ideas, 2004, p. 72. Hemos organizado los dos acápites acerca de cómo funciona la polarización a escala mundial con la ayuda de la didáctica exposición que hiciera G. Roffinelli del pensamiento de Samir Amin.
 
(15) Palabras de Samir Amin, citado en Roffinelli, Gabriela, op.cit., pp. 75-76.
 
(16) “3. Capitalismo y sistema-mundo” en: Amin, Samir, Los desafíos de la mundialización. México D.F.-España, Siglo XXI Editores, 1999, p. 59.

(17) “El futuro de la polarización global” en: Amin, Samir, El capitalismo en la era de la globalización. España-Barcelona, Ediciones Paidós, 1999,  pp.15-26.
 
(18) Ibid.
 
(19) “3. Capitalismo y sistema-mundo” en Amin, Samir, Los desafíos…, p. 68.
 
(20) Ibid., p.70.

(21) Amin, Samir, Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no norteamericano. Argentina-Buenos Aires, Editorial Paidós SAICF, 2003, p. 14.


(*) Santiago Ibarra es miembro del Comité de Redacción de Creación Heroica. Tiene escrito el trabajo Despolitización de la Central Obrera Boliviana y actualmente trabaja el tema de la explotación capitalista y la reproducción de la fuerza de trabajo entre los trabajadores de la industria manufacturera de exportación en Bolivia (El Comité de Redacción).



sábado, 6 de noviembre de 2010

OPINIÓN


Creación Heroica

Eduardo Ibarra



Como es de conocimiento general, en su dirimente editorial Aniversario y balance, Mariátegui sostuvo que no quería que en América el socialismo fuera “calco y copia”, sino “creación heroica”. Es decir que “Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano”. Y señaló que esta tarea constituía “una misión digna de una generación nueva”.

El momento en que Mariátegui escribió su citado editorial (setiembre de 1928), ya había puesto fin a la polémica con Haya, por un lado, y, por otro, prácticamente comenzaba su polémica con la Tercera Internacional.

En julio de 1925 Mariátegui había llamado a aplicar “un método científico al examen de los problemas peruanos”. En setiembre de 1926 había escrito en la Presentación de “Amauta”: “El objeto de esta revista es el de plantear, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos”. Ya sin recurrir al lenguaje esópico, en enero de 1927 había reiterado aquella idea de 1925: “Hace año y medio que propuse la organización de una especie de seminario de estudios económicos y sociológicos que se proponga, en primer término, la aplicación del método marxista al conocimiento y definición de los problemas del Perú”. Y, en la misma fecha y con motivo del Segundo Congreso Obrero de Lima, había definido así el marxismo: “El marxismo, del cual todos hablan pero que muy po0cos conocen y, sobre todo, comprenden, es un método fundamentalmente dialéctico. Esto es, un método que se apoya, íntegramente en la realidad, en los hechos. No es, como algunos erróneamente suponen, un cuerpo de principios de consecuencias rígidas, iguales para todos los climas históricos y todas las latitudes sociales. Marx extrajo su método de la entraña misma de la historia. El marxismo, en cada país, en cada pueblo, opera y acciona sobre el ambiente, sobre el medio, sin descuidar ninguna de sus modalidades”.

El resultado de esta concepción del marxismo como verdad universal y, por tanto, aplicable a nuestra realidad particular, es decir, de esta concepción del marxismo como método y no como dogma, fue, precisamente, el pensamiento de Mariátegui. Y con este pensamiento quedó fundado el Marxismo Peruano, que, desde luego, no se limita a dicho pensamiento, aunque, sin lugar a duda, tiene en él su piedra basal y su piedra angular.

La exigencia mariateguiana de aplicar el “método marxista al conocimiento y definición de los problemas del Perú” encierra una actitud contraria tanto al dogmatismo como al empirismo. Pues llamar a aplicar el método marxista equivale a reconocer su valor universal, y llamar a aplicarlo concretamente al conocimiento y definición de los problemas del Perú equivale a una actitud antidogmática.

Este llamado de doble valor de Mariátegui se concretó, como ya se dijo, en su inmensa obra teórico-práctica. Por tanto, es deber de los marxistas peruanos actualizarla, corregirla, desarrollarla, actuarla. Para esto –y conforme a la presente realidad ideológico-teórica del proletariado nacional– los marxistas peruanos tenemos que adoptar el método de tomar la verdad universal como guía, el pensamiento de Mariátegui como base y la realidad actual como centro.

Tomar la verdad universal como guía es tomarlo como método y no como dogma. Tomar el pensamiento de Mariátegui como base es tomarlo como la piedra angular del desarrollo del Marxismo Peruano. Y tomar la realidad actual como centro es tomar la realidad peruana como blanco de nuestra labor, en el entendido, claro está, de que esta realidad “es un fragmento de un mundo que sigue una trayectoria solidaria”, y que, por tanto, “tenemos el deber de no ignorar la realidad mundial”.

Por todo esto, las páginas de CREACIÓN HEROICA están dedicadas centralmente al examen de los diversos aspectos de la realidad peruana, desde la economía hasta la filosofía, pero igualmente al examen de la realidad mundial, también desde la economía hasta la filosofía. La relación entre una y otra labor es la relación entre el Perú y el Mundo, y entraña la relación entre la verdad particular y la verdad universal, entre la revolución peruana y la revolución mundial. Esta es la digna misión del Socialismo Peruano.

Es de esperar que los Redactores y los Colaboradores, actuales y futuros, de CREACIÓN HEROICA, estemos a la altura de esta misión de desarrollar el Camino de Mariátegui. Sólo así es posible contribuir a crear UN PERÚ NUEVO DENTRO DEL MUNDO NUEVO.


28.10.10.

jueves, 4 de noviembre de 2010

LITERATURA

Mario Vargas Llosa: Una revisión de su narrativa

(Primera Parte)*

 

Julio Carmona

 

En esta revisión de la narrativa de MV nos vamos a centrar en la búsqueda de aquellos elementos de base que sustenten el segundo término del título de este trabajo: el escribidor. Es decir, vamos a demostrar que el confusionismo teórico visto en los capítulos precedentes se manifiesta también en sus errores de escritura. Y esta obnubilación se demuestra -en principio- con una atingencia que el mismo MV hace en la presentación a una edición de Los Jefes y Los  Cachorros (1982). Ahí, aludiendo a la época en que escribió Los jefes, dice:

Me gustaba Faulkner pero imitaba a Hemingway. Estos cuentos deben mucho también  al  legendario personaje que, en esos años precisamente [1961], vino al Perú a pescar delfines y cazar ballenas. Su paso nos dejó un relente de historias aventureras, diálogos parcos, descripciones clínicas y datos escondidos al lector. Hemingway era una buena lectura para  un peruano que comenzaba a escribir hace un cuarto de siglo: una lección de sobriedad y objetividad estilísticas. Aunque había pasado de moda en otras partes, entre nosotros todavía se practicaba una literatura de campesinas estupradas por ignominiosos terratenientes, escrita con muchas esdrújulas, que los críticos llamaban “telúrica”. Yo la odiaba por tramposa, pues sus autores parecían creer que denunciar la injusticia los eximía de toda preocupación artística y hasta gramatical. (p. IX.)

En principio, hay que rectificar el dato referido a Hemingway. En Cabo Blanco (puerto de la costa norte peruana) hasta ahora recuerdan que el escritor norteamericano venía, exclusivamente, a pescar ejemplares del famoso pez espada (llamado “merlín” por los lugareños) que abunda en esas aguas, y no ‘a pescar delfines ni a cazar ballenas’. Como lo indica Víctor Borrero Vargas en su cuento “Cabo Blanco” (que da título al libro): “Ya sé -dijo- usted viene a Cabo Blanco en busca de  historias, esto me hace recordar a Hemingway (...) ese gringo venteado que vino por el merlín dorado de mil kilos.” (Cabo Blanco, Piura, Editorial Santa Ángela, 2002, p. 83).

Y, por otro lado, MV está exagerando la nota respecto a la literatura que se practicaba en esa época (a comienzos de los sesenta), ya que si con esa expresión hace referencia a los escritores de las décadas anteriores (que por entonces todavía publicaban): Arguedas, Alegría, Hernández, Izquierdo, etc., no es cierto que sus temas se redujeran a los que él señala ahí, y menos puede restringírseles calidad artística; el hecho de que esa calidad sea distinta a la que él preconiza no quiere decir que fuera inexistente o deficiente. El mismo MV, haciendo su paralelo con otros escritores del “boom” dice que “no hay un denominador común en lo que se refiere a criterio estético, a criterio artístico.” Los contrarios no se anulan por ser diferentes; la diferencia, en todo caso, los hace independientes, con cualidades peculiares, cada cual.

Y hay más, porque si lo relativo a lo artístico es una exageración, cuando se refiere a la gramática se vuelve injusticia. Pues se puede discrepar del canon estético de los autores mencionados, pero no se les puede mezquinar el uso adecuado de la lengua, en el que son  maestros. Y quizá más que el mismo MV. A ellos no se les hubiera ocurrido usar la siguiente construcción gramatical: “era una buena lectura para un peruano que comenzaba a escribir hace un cuarto de siglo”, pues seguro habrían escrito: ‘era una buena lectura para un peruano que hacía un cuarto de siglo comenzaba a escribir’ (estableciendo la correspondencia entre los dos pretéritos imperfectos,  o copretéritos, como los llama Andrés Bello).

Y yendo al nivel del significado, no cabe la relación de ‘haber empezado a escribir hacía un cuarto de siglo’, pues si lo que quiso decir es que tenía veinticinco años cuando Hemingway llegó al Perú (1961) coincidente con la época en que escribió Los jefes, no puede decir que ‘hacía un cuarto de siglo que había empezado a escribir’, pues se entiende, entonces, que lo hizo desde el momento de nacer (1936, más un cuarto de siglo = 1961).

Aquí es pertinente mencionar otras fallas de escritura de MV que lo desautorizan como censor, en ese sentido, de los escritores aludidos. En Conversación en la catedral, describe cómo un ave de rapiña (halcón o gavilán, no se precisa) atrapa a ¿una iguana? (así, con interrogación.) Pero lo más probable es que no fuera una iguana porque es demasiado grande para un halcón o un gavilán (a no ser que se tratase de un águila o un cóndor, que en los desiertos de la costa peruana no los hay), y, de tratarse de halcón o gavilán, la presa debió ser, en todo caso, una lagartija. Pero MV hace la siguiente descripción: “el ave rapaz aleteó a flor de tierra, la atrapó con el pico, la elevó, la ejecutó mientras escalaba el aire, metódicamente la devoró sin dejar de ascender.” (p. 111). El error radica en que el ave de rapiña no atrapa a sus presas con el pico sino con las garras, y, además, es imposible que el ave devore su presa en pleno vuelo, esto lo hace siempre detenida. Y el error se proyecta líneas más adelante cuando dice que el ave rapaz: “Seguía subiendo, digiriendo obstinado y en tinieblas...” Y, en primer lugar, no se olvide que está hablando del ‘ave rapaz’, que es femenino, y, no obstante eso, MV la califica con el adjetivo masculino ‘obstinado’ (segunda  cursiva  de  la  cita.) Y, en lo que respecta a la primera cursiva, al ave le correspondía subir “ingiriendo”, mas no “digiriendo”.

Asimismo, también aquí es pertinente traer a colación las observaciones de tipo gramatical que el psiquiatra Carlos Alberto Seguín hace a la novela Elogio de la madrastra, en especial la que sigue: “¿No debería haberse dicho ‘Elogio a la madrastra’ en lugar de ‘Elogio de la madrastra’? En  el primer caso se usa la preposición a, que indicaría destino: se elogia a alguien; en el segundo caso de parece más bien indicar que el elogio se origina en la madrastra (pues de “manifiesta de dónde son, provienen o salen las cosas o las personas)”. Es tan evidente el yerro denunciado por el doctor Seguín que hay críticos de MV que no escriben el título del libro como realmente aparece (Elogio de la madrastra) sino como debió ser: “Elogio a la madrastra”, y es el caso de Miguel Gutiérrez, que lo hace así, en su libro Los Andes en la novela peruana actual, al consignarla en la bibliografía.

Crítica de Fondo a Algunas de las Novelas de MV

Sería redundante referirse a las bondades artístico-literarias de la obra de MV. Es casi un tópico, al que se han referido -con mayor solvencia- críticos y estudiosos renombrados de la literatura. Hacemos, no obstante, la salvedad porque no es ése el tema de interés que anima a los comentarios que pensamos hacer aquí. Obviamos incidir en él, mas no porque lo consideremos negligible, sino porque -por su misma evidencia y contundencia- suele obnubilar o velar algunos niveles de fondo de su labor literaria. Por ejemplo, la alusión -directa o sesgada pero siempre, ex profeso, encizañante- a ciertos personajes históricos (e inclusive ficticios pero emblemáticos) con la intención evidente de devaluar su imagen. Esto hace que se pueda asumir -para calificarla- la expresión popular de la “mala leche”, es decir: tener mala intención al hablar de alguien. Y, en este caso, se cumple lo ya dicho respecto de la “bondad artística”, que se pone al servicio de un accionar siniestro, con el -a veces- consiguiente “pasar por alto” del lector. Nosotros nos despojamos de la venda y preferimos incidir en la crítica de fondo a algunas de las novelas de MV. Mas no lo haremos en orden de aparición de las mismas. Comenzaremos con la más celebrada: La guerra del fin del mundo (LGFM).

Hay  ciertas  novelas  a  las que se suele volver, de vez en cuando, como a hontanares a los que se acude para calmar una sed inefable. Una de esas novelas para nuestra sed es El Quijote de la Mancha. Y es así que al releer últimamente algunos de sus capítulos y como paralelamente estábamos haciendo la relectura de LGFM, resultó que -tanto en una como en otra, novelas- llegamos a encontrar -salvando muchas distancias- algunas coincidencias. Y una de ellas, probablemente la más visible, es la intrincada profusión de historias que hay tanto en la obra de Cervantes como en la de MV. En relación con ese tapiz de arabescos de LGFM, el narrador hace decir a uno de los personajes que: “Canudos no es una historia sino un árbol de historias” (p. 433). Y, asimismo, hace sentir a otro de sus personajes, el Barón de Cañabrava, que: “esas casualidades, coincidencias y asociaciones lo ponían sobre ascuas.” (p. 472).

Y, en el caso de El Quijote, Cervantes, también sobre el particular, dice: “Cide Hamete Benengeli, fué (sic) historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas, y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio, de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones tan cortas y sucintamente, que apenas nos llegan a los labios, dejándose en el tintero ya por descuido, por malicia o ignorancia lo más sustancial de la obra.” (I, 16. La negrita es nuestra). De esta cita de Cervantes destaquemos aquel ‘descuido’, que él achaca a los ‘historiadores graves’, para referirnos a continuación a algunas de las coincidencias acusadas, y, precisamente, sobre la base del descuido. Veamos.

En la vorágine de LGFM, en el meollo de la aventura de uno de los personajes, éste es despojado  de  sus  alforjas  que,  junto  con  los caballos en que viajaban él y un guía, se llevó un grupo de rebeldes de Canudos, interceptándolos cuando Galileo Gall (que es el nombre del personaje en cuestión) y el guía (de nombre Ulpino) se dirigían hacia allá. Y, así, leemos: “Pero la pérdida de los caballos había sido también, la de las alforjas con provisiones y a partir de  entonces  mataron  el  hambre con frutas secas, tallos y raíces” (p. 254). Y para reforzar esa situación de laceria o precariedad absoluta, en la página siguiente (255), hay un diálogo en el que Galileo “Preguntó a Ulpino [el guía] cuándo llegarían. Al anochecer si no había percances. ¿Qué percances? ¿Acaso tenían algo qué robarles?” Sin embargo, cuando -unas páginas más adelante- el guía abandona a Gall, éste reacciona de la siguiente manera: “Que Ulpino lo hubiera extraviado deliberadamente, le producía tanta angustia que, apenas aparecía en su cerebro esa sospecha, la expulsaba. Para abrirse  paso en el bosque llevaba una gruesa rama y prendida al hombro, su alforja.” (p. 279). [Todas las cursivas son nuestras]. Y aún vuelve a insistir más adelante: “Corría acezante, rasguñado por la caatinga, bajo trombas de agua, enlodándose, sin saber dónde iba. Conservaba el palo y la alforja, pero había perdido el sombrero” (p. 280).

Felizmente, no se le ocurre después hacerlo aparecer con el sombrero bien puesto, como por arte de birlibirloque. Pero lo cierto es que la alforja ha debido ser uno de esos “demonios” o “fantasmas” que tanto preocupan a MV, y se le escapó; de tal suerte que no pudo controlar su desaparición y aparición mágicas. Y lo peor de todo es que se convierte en un elemento ripioso puesto que (salvo como abalorio de utilería) la tal alforja -existente o inexistente- no aporta nada al desarrollo de la historia. No negligimos la posible atingencia que pudiera hacerse a nuestra observación de que en el momento del despojo (v. cita) se habla de “alforjas con provisiones”; pero es inverosímil pensar que las mesnadas de Canudos (dirigidas por delincuentes avezados) hubieran tenido la sutileza de discriminar qué tipo de alforjas debían llevarse; por lo demás no se nos dice la diferencia entre las alforjas con provisiones y la de la aparición mágica, y, finalmente, el solo hecho de andar con una alforja habría despertado la codicia de otros asaltantes y, por lo tanto, saldría sobrando el comentario de Galileo: ¿Qué percances? ¿Acaso tenían algo qué robarles?” (o sea que era consciente de no tener nada).

Y un descuido similar recordamos de la lectura paralela que hacíamos en El Quijote. En una de las aventuras del personaje, cuando a su escudero le roban el burro, el narrador, a poco trecho de la historia, lo hace montar nuevamente como si nada hubiera ocurrido; resolviéndose más bien el hecho del robo (la recuperación del burro) varias páginas más adelante.

Pero, antes de continuar con nuestro propósito de mostrar comparativamente los descuidos aludidos, queremos precisar que no recordamos el descuido de Miguel de Cervantes para atenuar el yerro de MV. La comparación no trasciende los límites de la errata. De esto somos conscientes. Más aún si se confrontan las condiciones de uno y otro para escribir sus obras. Debemos, más bien, concluir diciendo que los atenuantes para el caso cervantino (condiciones adversas para escribir, presiones de los acreedores y prisiones de los calumniadores, etc.) resultarán ser agravantes para el de nuestro coetáneo.

Pero sigamos con el paralelo. En El Quijote, el ilustre poeta empieza enumerando a las personas más allegadas al protagonista. Y dice: “Tenía en su casa una ama que pasaba los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera.” Y es el caso que ese ‘mozo’ (a diferencia del ama y la sobrina) no vuelve a aparecer en el discurso narrativo. Esa mención y la omisión subsiguiente lo convierten también  en un ripio, en un elemento inútil y, por tanto, perfectamente prescindible sin menoscabo de la obra.

Algo similar ocurre en LGFM (salvando siempre la distancia debida, que equivale a una distancia de vida). Al narrar MV los avatares de un personaje  protagónico,  “el  Beatito”,  precisa  que  tenía  una  hermana. Y subraya que: “A la niña se la llevó su madrina, que fue a trabajar en una hacienda del Barón de Cañabrava.” (p. 20). Subrayamos lo de la ‘hacienda’ porque esa vaguedad (una hacienda, en tanto después se ve que el mencionado barón tenía varias) ratifica nuestro planteamiento de que tal personaje es omitido en todo el curso de la historia, pese a que puede ser confundido  con  otro  personaje  femenino  (por un lector que recuerde la p. 20 entre las quinientas y tantas del libro y sin ningún otro indicio) como veremos a continuación. Y obsérvese que la omisión (y resultado ripioso) debe hacerse extensiva también a la tal “madrina”.

Pero pongámonos en el caso del lector ‘advertido’; él tiene que inquirir por la inserción posterior del personaje aludido en la historia, sino con todo derecho puede considerar como un ripio su mención inicial. Y, en tal sentido, en la LGFM, a la identificación con otro personaje femenino abona la presencia de Jurema, personaje importante que “pertenecía al barón”, dirá Galileo Gall dando cuenta de ella como esposa de Ulpino, el guía. Y agrega Gall: “Pertenecía, sí, como una cabra o una ternera. Se la regaló para que fuera su esposa.” (p. 81). Y puede sospecharse de Jurema como la ‘posible hermana’ del Beatito, en tanto es ella la única criada del barón de que se habla cuyas características son probables de ser asumidas para tal efecto (aunque nunca llegue a precisarse, ratificarse o confirmarse esa relación.) De ella dirá el mismo narrador: “habló de su infancia en la hacienda de Calumbí, al servicio de la esposa del Barón de Cañabrava, una mujer bellísima y buenísima.” (p. 173). Y, por su parte, el barón -enterado de su azaroso itinerario-, en un diálogo, pregunta: “¿Dice usted que se enamoró de Jurema? -insistió. Tenía, de pronto, la absurda sensación de que su antigua doméstica de Calumbí era la única mujer del sertón, una fatalidad femenina bajo cuyo inconsciente dominio caían tarde o temprano todos los hombres vinculados a Canudos” (p. 475). Hay que precisar que de Jurema se enamoran Galileo Gall, Pajeú y el periodista miope (además de Ulpino, su esposo). Y, en efecto, el narrador tiene que hacer la aclaración porque es poco verosímil esa coincidencia de pasiones varoniles confluyendo sobre una misma mujer. Y esto es algo que, con la misma sensación de inverosimilitud, se puede apreciar en el caso del personaje ‘Teresa’ de La ciudad y los perros (de quien se enamoran el Esclavo, Alberto y el Jaguar).

Pero en esa trayectoria del personaje Jurema no se incide en el nexo familiar, en su relación de posible parentesco con el Beatito, manteniéndosela como un personaje independiente. Incluso cuando Jurema llega a Canudos y su acción gravita decisivamente en los acontecimientos, despertando -por ejemplo- el amor de Pajeú, uno de los asesinos que rodeaban al Consejero, leemos: “Maravillado, el Beatito entiende por qué el Consejero, en ese instante supremo” (antes de morir) “se ha acordado de los forasteros que protege el padre Joaquim” (entre los que está Jurema). “¡Para salvar a un apóstol! ¡Para salvar el alma de Pajeú, de la caída que podría significarle tal vez esa mujer!” (p. 480). Y es la única vez que el Beatito piensa explícitamente en ella. Pero la última vez que se da una cercanía “física” de ambos es cuando ‘los forasteros’, incluida Jurema: “estaban  en el cuartito de las beatas, la antesala del Consejero, y por las rendijas Jurema veía, arrodilladas, al Coro Sagrado y a la Madre María Quadrado y los perfiles del Beatito y del León de Natuba” (p. 492).

Entonces, la pesquisa, en el desarrollo del personaje Jurema, por buscar esa  relación  que  ate  el  cabo suelto de la hermana del Beatito, no llega a trascender el nivel de la sospecha, la misma que, finalmente, se esfuma, pues (como ya adelantáramos) el Barón de Cañabrava tenía no una sino muchas criadas, como así también haciendas (Canudos lo era), y ello no indica que Jurema sea la hermana ya que su presencia en una hacienda del barón (como se dice en la p. 20) no es suficiente indicio para creer que se trate específicamente de Calumbí donde es ubicada Jurema. En conclusión, pues, en este caso, el deslinde definitivo (y esperado por el lector zahorí) no es sustentado ni por la acción o pasión de los protagonistas ni, en todo caso, por la alusión explícita del narrador (necesaria para la ratificación del hecho inquirido); necesaria, insistimos, para que la mención inicial de la hermana del Beatito no constituya un ripio por su omisión final. Y para demostrar la necesidad de esta aclaración, vamos a transcribir la que hace el novelista alemán Patrick Süskind en torno al mismo mutis de uno de los personajes de su -por otro lado, notable- novela El Perfume: Dado  que  abandonamos a madame Gaillard en este punto de la historia y no volveremos a encontrarla más tarde, queremos describir en pocas palabras el final de sus días.” Hasta aquí las “coincidencias” de LGFM con la obra inmortal de Cervantes.

Pero como otra de nuestras lecturas recurrentes es también Cien años de soledad, pudimos del mismo modo descubrir ciertas “concomitancias” entre ambas. En este caso podríamos hablar del mimetismo de algunos recursos técnicos. Y aunque el mismo MV, en su trabajo sobre la obra de García Márquez, Historia de un deicidio, plantea atenuantes al respecto: “Cabe la posibilidad -dice- de que un autor utilice hábitos de lenguaje y procedimientos narrativos de otro, y de hecho ocurre siempre, pero aquí también la originalidad dependerá estrictamente de los resultados...”, creemos nosotros que ese ‘hurto’ solventado por MV es relativamente válido, porque hay que adosarle una fórmula que, precisando su certeza, asegure la habilidad incuestionable del escritor metido a depredador: “El robo en literatura es válido siempre que vaya acompañado de asesinato.” Si no, se tiene que seguir concediendo vigencia al juicio brechtiano de que: “Los mismos trucos nunca surten efecto en la segunda vez. Por lo común el amante del arte está inmunizado contra una segunda invasión de ideas nuevas que se vale de medios ya conocidos, tal vez eficaces.” Y, lamentablemente, pues, MV no llegó a consumar el “deicidio” o, mejor, el “garcíamarquicidio”, porque los “hurtos” flagrantes e inocultables hechos a dicho autor no llegan a obviar su paternidad. Pruebas al canto. En Cien años de Soledad hay un diálogo en el que un personaje inquiere a otro de la siguiente manera:                              

    “-Usted, por supuesto, trae algún papel escrito.
    -Por supuesto -contestó el emisario-, no lo traigo.”

Ahí se puede apreciar cómo ha sido asimilado a la novela el recurso que en versificación se conoce con el nombre de encabalgamiento. Ese “por supuesto” de la respuesta (que equivale al suspenso de un final de verso cuya idea se sobreentiende continúa en el otro y que el lector sospecha cuál será) sugiere una afirmación, lo que será desmentido inmediatamente, pero mediando un suspenso (equivalente a la ruptura del verso) con la acotación del narrador: “-contestó el emisario-”, creándose así un clima de sorpresa y desconcierto cuando se descubre que la respuesta no era la afirmación esperada, sino todo lo contrario.

En La Guerra... se usa el mismo artificio, pero con efecto retardado -por decir lo menos:

    “-¿Le ha dicho también que les llevará armas?
    -Desde luego que no (...)” (p. 81).

Por otro lado, García Márquez también utiliza una frase que ha hecho historia. De Rebeca Buendía, personaje de la misma Cien años..., dice que (luego de ser poseída por el descomunal José Arcadio Buendía): “Alcanzó a dar gracias a Dios por haber nacido antes de perder la conciencia.” Y en LGFM, respecto del personaje María Quadrado (luego de un gran esfuerzo para cumplir con una penitencia), leemos: “... y aún tuvo fuerzas para agradecer a Dios su ventura antes de desvanecerse.” (p. 50).

Y, finalmente, hay un recurso de carácter fantástico en Cien años...: la levitación. La realiza el cura de Macondo elevándose algunos centímetros del suelo al solo conjuro de beberse un tazón de chocolate hirviendo (que, a decir verdad, a cualquiera hace levitar); y, también, Remedios la bella, que se eleva envuelta en sábanas (como un hermoso símbolo de su “real” desaparición), perdiéndose en las alturas del infinito. Es el mismo recurso que MV tuvo oportunidad de explicar en  Historia de un deicido: “Esta reincidencia -dice- del tema del hombre-que-vuela simboliza un fenómeno esencial que vive en estos relatos la realidad ficticia: su inmersión cada vez más profunda en lo imaginario. El mundo verbal ‘despega’ cada vez más de lo real objetivo para perderse entre nubes mágicas, fantásticas o milagrosas”.

Y es un recurso que va a ser mimetizado en LGFM. En ésta se hace, previamente, una preparación al lector. A comienzos de la novela, un personaje femenino es asesinado. Y por su desaparición y búsqueda infructuosa se dice: “Parecía que, como en las historias fantásticas de los troveros, se hubiera elevado y desaparecido por el aire” (p. 30). Y decimos que es una ‘preparación’ porque más tarde otros personajes de la novela sí pasarán por la peripecia de la levitación, al menos como versión de otros personajes y no directamente del narrador. Por ejemplo, Antonio Mendes Maciel, el Consejero, por cuya gestión “mesiánica” se desatan los acontecimientos que llegan a adquirir la apariencia de “fin del mundo”, es uno  de  los  personajes  a  quien  se  atribuye  el  prodigio  de la levitación: “-¿Y el Consejero, y el Consejero? -oye decir casi a su oído-. ¿Cierto que subió al cielo, que se lo llevaron los ángeles? (...)

-Subió -asiente el León de Natuba-. Se lo llevaron  los ángeles” (p. 510).                      

Y, en otro momento, cuando los policías, desesperados por no encontrar ni rastros de Joao Abade (uno de los más buscados y temibles asesinos de la región) ni vivo ni muerto, después de haber arrasado Canudos y cansados ya de interrogar a los pocos sobrevivientes (siendo cientos los diezmados), una vieja pregunta a uno de los jefes de la policía: “¿Quieres saber de Joao Abade?”, y como él insiste en su interrogación, ella  le  responde:  “Lo  subieron  al  cielo  unos arcángeles  (...)  Yo  los vi” (p. 531). Y fin del mundo. Mejor dicho, la frase de la anciana marca el fin de la novela.

Pero lo dicho hasta aquí no constituye el fin de los ‘descuidos’. Y sólo queremos mencionar uno último, que lo comparte también con GM, aunque en este caso con su novela El general en su laberinto; aquí leemos que una noche le llevaron al General a una adolescente “con una corona de cocuyos luminosos” (especie de luciérnagas) adornándole el cabello, y se dice que: “... se quitó la vincha [y] guardó los cocuyos en el interior de un trozo de caña de azúcar que llevaba consigo.” El error es evidente, a no ser que se piense que hay alguna especie de caña de azúcar que sea hueca, para poder introducir algo en su interior. Al menos entre nosotros, las únicas especies de caña hueca son el carrizo y el guayaquil; pero la de azúcar, no. Y el descuido paralelo en el caso de La Guerra..., se da al hacer la descripción de un personaje, de quien dice que: “Vestía una camisa desabotonada, un chaleco sin mangas, con lamparones de vejez o de grasa, un pantalón deshilachado en la basta y zapatones de vaquero” (p. 337). Huelga decir que, por definición, el chaleco es una prenda de vestir que no tiene mangas, a no ser que se piense que hay chalecos con mangas, en cuyo caso también se podrá decir que hay escarpines con suelas (aunque nadie nos convencerá de que, así, sigan siendo chalecos y escarpines, al menos en nuestra civilización.)

Finalmente, no podemos dejar de señalar que LGFM es una de las narraciones más importantes en la obra total de Mario Vargas Llosa (y, por supuesto, también lo es en el espectro mayor de la narrativa latinoamericana: esto -creo que queda claro- no está en cuestionamiento), pero los descuidos descubiertos en ella no hacen sino reafirmar aquello de que al panadero más diestro se le suele quemar el pan, y esto es refrendado por el yerro de nuestro admirado GM y de nuestro no menos venerado don Miguel de Cervantes, cuyas obras no nos cansamos de leer y releer. 

Espacios del Autor y el Narrador


Hay que deslindar un hecho puntual: que si los yerros acusados no pertenecieran al “narrador serio” (como evidentemente lo son) sino a un “narrador loco” o a los personajes, entonces se podría admitir su validez o verosimilitud. Tal es el caso de las escenas “elaboradas” por Pedro Camacho, el escribidor de La tía Julia... En el Capítulo X de esta novela (no olvidemos que los capítulos pares corresponden a las historias de Pedro Camacho que van paralelas a los capítulos impares del “narrador serio”) se dice de uno de los personajes de Camacho: “En un grifo próximo llenó el tanque de gasolina, el radiador de agua, y partió (...) conducía despacio y con cuidado, pensando, no en la integridad de los peatones, sino en su amarillo Volkswagen. (A-2002: 172. Cursiva nuestra).

Es evidente el “yerro”: no se puede llenar de agua el radiador del Volkswagen, simplemente porque este tipo de autos no tiene radiador. Pero en este caso no es un error achacable al “narrador serio” de quien el autor es el alter ego, porque, supuestamente, quien escribe es el “narrador loco”, el escribidor, y lo que se busca es hacer que éste diga torpezas. Pero cuando, como en los casos expuestos en el parágrafo anterior, es el “narrador serio” el que los comete, entonces, quien se convierte en escribidor es el autor. Y el mismo MV lo entiende así, aunque parcialmente, cuando dice que “El narrador es por supuesto un narrador creado a partir de un personaje real que es el propio autor”; pero decimos que es un ‘entendimiento parcial’, porque la conclusión a la que llega se bifurca de ese punto de partida, realista, objetivo, incontestable, para fugar a la irrealidad, pues dice: “en fin, sabemos que el autor y el narrador no son nunca la misma persona, aun cuando el narrador usurpe el nombre, el apellido y las experiencias del autor. En este caso, usurpa buen número de experiencias del autor, pero, evidentemente, es un personaje también creado...” (En una entrevista recogida por Jorge Coaguila). 

Y esta ‘opinión absolutista’ sobre el narrador autónomo es irreal, se basa en una ilusión, porque, si el narrador es un ‘personaje creado’ no tiene autonomía para usurpar nada; es el ‘creador’ el que le transfiere ese “buen número de experiencias” suyas. Y, por lo tanto, es éste el responsable del “buen” o “mal” uso que haga de tales experiencias. Y en el caso de los errores de construcción o de convicción es al autor a quien se le tienen que imputar, pues es él quien escribe, es él quien “sabe” lo que se dice y es en ese sentido que crea a los personajes que lo “dicen”. Y éste es el caso del que estamos llamando “narrador serio”: es creado por el autor para que diga lo dicho de manera coherente, o en caso contrario se puede inventar también otro personaje de hablar incoherente (“narrador loco”) que resulta ser inimputable.

Pero no es lícito que el autor quiera investirse de esa irresponsabilidad del personaje. Por ejemplo, en la elección de ciertas palabras con connotaciones muy marcadas el autor es necesariamente responsable, aunque sean dichas por el “narrador loco”. Pongamos por caso la siguiente proposición: “La barriada, en efecto, era en ese entonces una universidad del delito, en sus especialidades más proletarias: robo por efracción o escalamiento, prostitución, chavetería, estafa al menudeo, tráfico de pichicata y cafichazgo.” (La tía Julia y el escribidor: 244). Obviamente la aversión que siente MV por el socialismo se trasluce en esa devaluación del adjetivo ‘proletarias’ aplicándolo a acciones delincuenciales.

O sea, que el autor es responsable de la elección que hace de todos los elementos con que construye la novela. Y puntualizamos esto porque, en el caso de MV, ya vimos que -teóricamente- pretende exonerar al autor de cualquier responsabilidad. Dice MV: “El narrador de una novela no es nunca el autor, aunque tome su nombre y use su biografía.” (La tentación de lo imposible: 47). Y esa pretensión se vuelve más imperiosa al momento de iniciarse los cambios señalados por Balmiro Omaña cuando empieza MV -dice este autor- a desarrollar “una literatura mimética que trata de copiar la realidad y que sigue los patrones que rigen esa realidad real.” Testimonio de esto es la siguiente opinión vertida en El pez en el agua: “Fue una disputa que tuvimos [MV y su padre] sin vernos y sin cambiar palabra, a miles de kilómetros [una disputa muy sui generis, dígase de paso], con motivo de La tía Julia y el escribidor, novela en la que hay episodios autobiográficos en los que aparece el padre del narrador actuando de manera parecida a como él lo hizo, cuando me casé con Julia.” (p. 340).

Y, no obstante que, algunas páginas más adelante del mismo texto, relativiza esa separación absoluta de sus “dos mundos” (el real y el ficticio), pues dice que: “He aprovechado muchos de mis recuerdos de Radio Panamericana en mi novela La tía Julia y el escribidor, donde ellos se entreveran con otras memorias y fantasías, y tengo ahora dudas sobre lo que separa a unas y a otras, y es posible que se cuelen, entre las verdades, algunas ficciones, pero supongo que eso también puede llamarse autobiográfico.” (Ibíd.: 396); a pesar de esa duda respecto de su primigenia actitud absolutista, seis años después, en un nuevo prólogo a dicha novela vuelve a plantear el postulado de autonomía absoluta del narrador respecto del autor, indicando que el empeño de recurrir a sus experiencias reales “para que la novela no resultara demasiado artificial” (…) “Me sirvió para comprobar que el género novelesco no ha nacido para contar verdades, que éstas, al pasar a la ficción, se vuelven siempre mentiras (es decir, unas verdades dudosas e inverificables.) (La tía Julia y el escribidor, Prólogo: p. 3).

Y aunque, por otro lado, en ese mismo prólogo confirma que es él quien da forma a aquellos episodios que “sin serlo, parecieran los guiones de Pedro Camacho”, MV dice que ha buscado evitar “que se volvieran caricatura.” (Ibídem). Pero a nosotros nos da la impresión de que no logró ese objetivo. Porque no sólo los episodios resultan caricaturescos, sino los personajes mismos, especialmente el del propio escribidor, Pedro Camacho:

... yo quedé todavía más sorprendido que los churrasqueros. Que esa personita mínima, de físico de niño de cuarto de primaria, prometiera una paliza a dos sansones de cien kilos era delirante, además de suicida. Pero ya el churrasquero gordo reaccionaba, cogía del cuello al escriba, y, entre las risas de la gente que se había aglomerado alrededor, lo levantaba como una pluma (...) El churrasquero menor me lanzó, sin preámbulos, un puñetazo que me sentó en el suelo. Desde allí (...) vi que el churrasquero mayor descargaba una verdadera lluvia de bofetadas (había preferido las bofetadas a los puñetes, piadosamente, dada la osatura  liliputiense del adversario) sobre el artista. (op. cit.: 200-201).

Obsérvese el tratamiento despectivo que hace de los argentinos y que es una propensión recurrente en MV; ver, por ejemplo, la siguiente expresión: “la maciza pedantería rioplatense de Homais” (en La orgía perpetua, 17, cursiva nuestra.) La misma descripción caricaturesca utilizada con Pedro Camacho la vemos también usada con el “periodista miope” de La guerra del fin del mundo. En realidad, el “periodista miope” es Euclides Da Cunha, a quien dedica la novela (como hace con Julia Urquidi en la novela del escribidor), pretendiendo, tal vez, saldar una deuda: en el caso de la Urquidi, por haberlo ayudado a salir adelante con su vocación de novelista, al extremo que (luego de culminada su relación conyugal) le transfirió los derechos de autor de la Ciudad y los perros, los mismos que -por propia confesión de la afectada- le fueron suprimidos cuando ella no acató su pedido de que no publicara Lo que Varguitas no dijo (libro en el que ella pone los puntos sobre las íes). En el caso de Euclides Da Cunha, ¿quién no sabe que es el autor que le proporcionó gran parte del material con el que lograría ambientar su novela? Y esto lo ha reconocido MV en varias ocasiones. Os sertoes, la obra de  Da  Cunha  (una  mezcla de tratado sociológico, de crónica periodística y texto narrativo) fue una de las canteras que MV supo usar para su novela, como lo han determinado varios estudiosos (y lo reconoce él mismo).

Pero en ambos casos, la dedicatoria “saldadora” de deudas se ve traicionada por el tratamiento ominoso que de ellos hace como personajes de ficción. En el caso de Julia Urquidi, es obvio que no es nada edificante se cuenten las intimidades de un momento -no tan fugaz- de su vida, y menos que lo haga quien la traicionó con la sobrina de ella y prima hermana de él. De Euclides Da Cunha dice:

ese periodista joven, flaco, desgarbado, cuyos espesos anteojos de miope, sus frecuentes estornudos y su manía de escribir con una pluma de ganso en vez de hacerlo con una de metal son motivo de bromas entre la gente del oficio. Inclinado sobre su pupitre, la desagraciada cabeza inmersa en el halo de la lamparilla, en una postura que lo ajoroba y lo mantiene al sesgo del tablero, escribe deprisa, deteniéndose sólo para mojar la pluma en el tintero o consultar una libretita de apuntes, que acerca a los anteojos casi hasta tocarlos. (La guerra del fin del mundo: 129).

La caricatura ha sido siempre un recurso estilístico que, en la historia de la literatura, ha servido para establecer un paralelo que releva la imagen de uno de los comparados y, por supuesto, devalúa la del otro. Es famosa la que hace Homero, en la Ilíada, con Tersites, el soldado que osa contradecir la voluntad de los reyes, y que, hablando en nombre de la tropa (o pueblo) plantea el retorno al hogar. Pero es presentado por el narrador con rasgos esperpénticos: “bizco, cojo, corcovado, calvo”, de tal manera que cuando Odiseo (la perfección hecha hombre) se le opone, el pobre Tersites se desvanece. Y Euclides Da Cunha, como el “periodista miope”, es un personaje importante de la novela, pero como autor de Os sertoes es la sombra que  MV considera urgente devaluar.

Hasta aquí hemos visto dos casos meramente literarios de relación personal con el autor. Y es ésta una relación que se generaliza en toda la novelística de MV (convirtiéndose en un tema digno de ser comentado) aunque adoptando varias manifestaciones que implican la devaluación subliminal de ciertos personajes (reales o ficticios), como es el caso de la caricatura (ya tratado) o haciéndolos incurrir en acciones que la sociedad sanciona como negativas: la violación o la homosexualidad. Y en tanto estos recursos depresivos son utilizados por MV en, por ejemplo, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, La fiesta del Chivo, y El Paraíso en la otra esquina, vamos a tratarlos en esta oportunidad.

*Reproducimos aquí una parte del Capítulo III, del libro El mentiroso y el escribidor. Teoría y práctica literarias de Mario Vargas llosa (2007), en la que se demuestra que el calificativo de “escribidor” (un escritor que comete errores) que se le atribuye a MV en el título del libro, no es un exabrupto o una exageración. Lo de “mentiroso” tiene que ver con sus despropósitos en lo que concierne a la teoría literaria. La parte restante del aludido Capítulo será publicada posteriormente. (El Comité de Redacción).




Vargas Llosa: De  Militante Comunista a la Democracia Cristiana

Julio Roldán*



Las ideas de Karl Marx y Friedrich Engels, el llamado socialismo científico, fueron conocidas en América Latina en las últimas décadas del siglo XIX. Antes que ellas, llegaron e influenciaron las más variadas ideas anarquistas, ideas que vinieron de Europa, a través, principalmente, de intelectuales y obreros españoles italianos.
       
Argentina, Uruguay y Chile fueron los primeros países donde las ideas marxistas se difundieron: “Esta difusión estuvo limitada, inicialmente a pequeños círculos obreros e intelectuales e integraba el proceso más vasto de propagación de ideologías de tipo socialista que acompañaba el desarrollo capitalista de estas sociedades. Recién a fines del siglo se formaron algunos grupos definitivamente marxistas que emplearon los principios del materialismo histórico para analizar hechos de la política local”. (Autores varios, El Marxismo en América Latina, Buenos Aires, 1972)
       
Condicionado por el desarrollo del capitalismo, la penetración imperialista, las luchas obreras y campesinas, la revolución mexicana, la reforma universitaria, la Primera Guerra Mundial, y sobre todo por el triunfo de la Revolución Bolchevique, estas ideas se propagaron con mucha rapidez por toda América y su influencia se dejó notar en la vida de estas sociedades.
       
Entre los años 20 y 30 se fundaron partidos comunistas en varios países latinoamericanos. En Perú, ligado a esta actividad, apareció el más grande marxista del continente, José Carlos Mariátegui. Mariátegui, después de investigar y estudiar marxistamente la realidad peruana y latinoamericana, se dedicó principalmente, primero, a la difusión de estas ideas y a la organización de obreros y campesinos; después, fundó con otros intelectuales y obreros un partido comunista, acto que lo materializó en octubre de 1928, con el nombre de Partido Socialista del Perú. Para dicho partido Mariátegui redactó su programa político y a la vez lo adhirió a la Tercera Internacional Comunista, fundada en 1919.
       
Mariátegui es sin lugar a dudas la figura cumbre del pensamiento político cultural peruano y latinoamericano. Sobre su vida y sus ideas se ha escrito y se sigue escribiendo con marcado interés. En esta oportunidad deseamos terminar con Mariátegui cediendo la palabra a Vargas Llosa. Él, en un momento de mayor distanciamiento de las ideas del Amauta, escribió: “Y, sin embargo, el pensamiento de izquierda tenía un ilustre precursor en el Perú: José Carlos Mariátegui  (1894-1930). En su corta vida, produjo un impresionante número de ensayos y de artículos de divulgación del marxismo, de análisis de la realidad peruana, y trabajos de crítica literaria o comentarios políticos de actualidad, notables por su agudeza intelectual, a menudo por su originalidad y en los que se advierte una frescura conceptual y una voz propia, que nunca más reapareció en sus proclamados seguidores” (El Pez en el Agua)
       
Después de la muerte de Mariátegui, a la par de la dura represión en contra de los comunistas, esta organización fue orientada ideológica y políticamente por Eudocio Ravines, quien para ese entonces mantuvo estrechos vínculos con la línea dogmática de la Tercera Internacional Comunista. Es en esta etapa cuando se desarrolló la conocida táctica de “clase contra clase”, táctica equivocada que llevó dicha organización a aislarse y tener una presencia marginal en la vida política peruana. En 1939 el PCP apoyó al banquero Manuel Prado en las elecciones presidenciales de ese año; al ganar, algunos dirigentes obreros y hasta dirigente comunistas conocidos (Julio Portocarrero) terminaron trabajando para el gobierno; fenómeno que se repitió con los más destacados intelectuales  del partido (Esteban Pavletich y Martínez  de la Torre) quienes escribieron, durante este periodo, en el diario La Crónica, propiedad de la familia del presidente. En estos años, en pleno desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, el pequeño partido dio un giro hacia “posiciones demo-liberales” y para este cambio, sostienes los especialistas, tuvo mucho que ver la influencia del dirigente  del Partido Comunista de los EE. UU., Earl Browder.
       
Terminado el gobierno de Manuel Prado, en 1945 se celebraron elecciones presidenciales, las que fueron ganadas por el candidato del Frente Democrático Nacional. En este Frente participaron la mayoría de las fuerzas políticas del país, desde los neo-espiritualistas-terratenientes provincianos encabezados por Bustamante, pasando por el APRA, hasta los comunistas que  lograron elegir a Juan P. Luna como diputado en la lista del Frente. La llamada “primavera democrática” duró algo más de tres años. Fue derrocada por un golpe militar encabezado por el general Manuel Odría (representante del otro sector gran burgués), quien inició una dura represión política principalmente contra apristas y comunistas; como consecuencia de esta represión redujo a estos últimos, a su mínima expresión. Esta acción venía a incrementar los problemas al interior de este partido, que desde la muerte de Mariátegui, había sufrido una serie de desviaciones y divisiones que no le permitieron desarrollarse plenamente y cumplir con sus objetivos para los cuales había sido fundado.
       
Algunas células obreras y universitarias lograron recomponerse y a partir del año 52 comenzó un largo y difícil trabajo de reorganización partidaria; en esta etapa es cuando adoptan el nombre de Cahuide, otros hablan del Comité Leninista, al mismo tiempo publicaron un pequeño periódico clandestino con este mismo nombre. Este es el periódico en el cual Vargas Llosa, durante su militancia, cerca de dos años, escribió algunos artículos sobre temas internacionales.
       
En Cahuide militaron en estos momentos también varios futuros intelectuales como Virgilio Roel, Héctor Bejar, Juan José Vega, Alfredo Torero, Félix Arias Schreiber, entre otros. Vargas Llosa adoptó, como es costumbre en este tipo de organizaciones clandestinas y conspirativas, el pseudónimo de Camarada Alberto. Después de haber estudiado algunos libros básicos de marxismo, haber formado parte de varios círculos y haber sido instructor de ideología y política, con 17 años Mario Vargas Llosa participó, primero como simpatizante y después como militante del Partido Comunista Peruano. En esta nueva etapa tiene otras responsabilidades, además de escribir en el periódico partidario, de representar públicamente al partido. Recordando esta última tarea Vargas Llosa escribe: “Félix y yo salimos elegidos, entre los candidatos que presentó Cahuide en Letras, y entre los cinco delegados para la Federación” (ibidem).
       
Hasta aquí los hechos, ahora cabe una pregunta: ¿Por qué Vargas Llosa militó en el Partido Comunista y no en otro de los muchos que existían en la Universidad San Marcos, como el Apra por ejemplo? En  un primer momento la amistad con Félix Arias Schreiber, y sobre todo, la simpatía personal hacia Lea Barba condicionaron tal acercamiento; pero hay otros motivos de mayor peso. En el capítulo anterior ya los hemos desarrollado. Recordemos ahora sólo algunos de ellos. Para ese entonces Vargas Llosa se profesaba ateo; él intuía que los problemas con su padre, curas militares tenían sus raíces en la sociedad. Esta intuición se fue aclarando con las lecturas y conversaciones que compartió con sus amigos y futuros camaradas Lea Barba y Félix Arias Schreiber; estas lecturas y conversaciones le dieron algún orden a su desordenado intelecto y algún sentido a su centrífuga vida.
       
Si el novelista no militó en el Apra un partido grande, bien organizado, clandestino, perseguido y con mucha presencia en San Marcos de esos momentos, además de las razones mencionadas, fue porque el Apra fue y es un partido sin definición ideológica precisa, sin principios sólidos; esta organización se orienta de pronto a la izquierda como a la derecha;  su ideología es una amalgama de muchas y hasta contradictorias influencias. Vargas Llosa, siendo en lo filosófico un espíritu       que fluctúa entre el eclecticismo y el agnosticismo, es en la forma de su actuar un extremista emotivo de afirmaciones absolutas o negaciones rotundas; las posiciones intermedias, las “mediatintas”, de mentalidad indefinida, no le atraen. Un espíritu atormentado en su intimidad por las dudas, necesita de absolutos en las formas y expresiones para compensar la carencia interna de certidumbres.
       
Además, él venía cargado de un sentimiento anti-aprista, en la medida que acusaba a este partido de haber sido el causante del derrocamiento del presidente Bustamante en 1948 (“el tío Lucho” en la familia Llosa). Con la caída del presidente Bustamante, la familia Llosa perdió prestigio y relaciones, así como el abuelo Vargas Llosa, el “abuelo Pedro”, su trabajo. Vargas Llosa nunca pudo superar este resentimiento.
       
En el año 1955, la dictadura de Odría se acercaba a su fin. Las Fuerzas políticas preparaban sus aparatos y candidatos para las elecciones presidenciales del año siguiente. A la par del ex – presidente Prado se alistaban Fernando Belaúnde, con lo que posteriormente sería Acción Popular, y también Hernando La Valle, quien en colaboración con el historiador Porras Barrenechea, recogió el apoyo de todos los partidos menores, no sólo de los simples conservadores, sino hasta de los fascistas como La Unión Revolucionaria del ex - presidente Sánchez Cerro. En esos momentos el Apra y el Partido Comunista, por parecidas razones, no protagonizaron un papel importante.
       
Por estos tiempos un grupo de profesionales neo-espiritualistas, la mayoría abogados y arequipeños, bajo el padrinazgo del ex – presidente Bustamante, y hasta un tiempo atrás fascistas convictos y confesos (como Honorio Delgado, Ernesto Alayza Gruñid, Ismael Bielich Flores, Mario Alzamora Valdés, etc.) (2) fundaron el Partido Demócrata Cristiano; su ideario para el momento estaba sintetizado en la Encíclicas del Papa león XXIII Rerum  Novarum. Este nuevo partido, con una fraseología renovada, venía a ocupar el lugar político, que por esos tiempos había dejado la fascista Unión Revolucionaria. En el plano filosófico actualizaban el neo-tomismo en general y espiritualismo en Bartolomé Herrera, Alejandro Deustua, de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaúnde, en particular.
       
Vargas Llosa, a mediados del 54 se alejó del Partido Comunista, porque desde hacía tiempo y no creía en esta ideología y como consecuencia se sentía aburrido. Vargas Llosa escribe: “Y no creía y una palabra de nuestro análisis clasista y nuestras interpretaciones materialistas que, aunque no se lo dijera de manera tajante a mis camaradas, me parecían pueriles, un catecismo de estereotipos y abstracciones (…) Y, sobre todo, porque había en mi manera de ser en mi individualismo, en mi creciente vocación por escribir y en mi naturaleza díscola una incapacidad visceral para ser ese militante revolucionario paciente, incansable, dócil, esclavo de la organización…”(ibidem).
       
En 1955 a la vez que trabaja, junto a Pablo Macera, como asesor político del candidato presidencial Hernando la Valle, se integra como militante en la recién fundada Democracia Cristiana. En su nuevo partido, desde mediados del año 55 hasta los primeros meses del 60, llegó a ser Secretario del Comité de Lima y a la vez, junto con el lingüista Luis Jaime Cisneros, director del partidario Democracia.
       
A los 19 años Vargas Llosa da su primer giro ideológico y político de 180º, se mueve de un extremo al otro, de militante comunista a militante demo-cristiano, de materialista a espiritualista, de dialéctico a metafísico, de la revolución pasó al conservadurismo. El novelista se desenvuelve con facilidad en los extremos, el centro le parece infecundo, el la medida que sus pasiones lo desbordan. Vargas Llosa es consciente de lo que aquí venimos afirmando, cuando se compara con su  amigo, el también escritor, Luis Loayza, dice: “…con Lucho nuestra diferencias eran grandes en muchas cosas, y eso hacía que no nos aburriéramos, pues siempre teníamos algo sobre qué  polemizar. A diferencia de mí, siempre interesado por la política y capaz de apasionarme  por cualquier cosa y entregarme a ella sin pensarlo dos veces, a Loayza la política le aburría sobremanera…” (ibidem).
       
Vargas Llosa sostiene que su adhesión a la Democracia Cristiana no fue consecuencia de un convencimiento ideológico-político, en la medida que él tenía aún problemas filosóficos con su antiguo credo, a pesar de que “no creía ya una palabra”. Leamos cómo el novelista describe sus situación en la recién fundada organización: “El nuevo partido declaraba en sus estatutos que no era confesional, de manera que no era preciso ser creyente para militar en él, pero la verdad es que ese local del partido en la avenida Guzmán Blanco, parecía una iglesia, o cuando menos una sacristía, pues estaban allí todos los beatos conocidos de Lima,…” Y luego continúa preguntándose: “¿Qué demonios hacía yo ahí, entre gente respetabilísima a más no poder, pero a años luz del sartreano come curas, izquierdoso no curado del todo de las nociones de marxismo del círculo, que me seguía sintiendo? No sabría explicarlo. Mi entusiasmo político era bastante mayor que mi coherencia ideológica. Pero recuerdo haber vivido con un cierto malestar cada vez que tenía que explicar intelectualmente mi militancia en la Democracia Cristiana”. (ibidem).
       
Vargas Llosa milita en la Democracia Cristiana, en parte por su emoción y entusiasmo, también porque “el tío Lucho”, no sólo apadrinaba al nuevo partido, sino que se perfilaba como jefe y hasta futuro candidato presidencial. Para Vargas Llosa y muchos intelectuales peruanos, Bustamante es un demócrata a carta  cabal, espíritu mal comprendido por sus opositores y hasta  aprovechado  por sus allegados políticos. Claro que esto se afirma sólo recordando  su corto periodo presidencial del 45 al 48. Sabemos que Vargas Llosa no es objetivo en sus análisis y menos en relación con una persona respetada y querida en la familia, como Bustamante. Lo que llama la atención es que otros, como el sociólogo Portocarrero en su trabajo sobre el tema, lleguen a las mismas conclusiones a las cuales llega Vargas Llosa.


*Reproducimos aquí un acápite del Capítulo III del libro Vargas Llosa entre el Mito y la Realidad. Posibilidades y Límites de un Escritor Latinoamericano Comprometido. Julio Roldán es miembro del Comité de Redacción de CREACIÓN HEROICA, y autor de los libros Visión del Proceso Cultural Peruano, Gonzalo el Mito, Latinoamérica. La colonialidad cultural y otros ensayos, etc. (El Comité de Redacción).