jueves, 1 de septiembre de 2016

Literatura

Una Revisión de la Narrativa Vargasllosiana.
Introducción


Julio Carmona


EN ESTA REVISIÓN DE LA NARRATIVA de Mario Vargas nos vamos a centrar en la búsqueda de aquellos elementos de base que sustenten el segundo término del título de este trabajo: el escribidor. Es decir, vamos a demostrar que el confusionismo teórico visto en los capítulos precedentes se manifiesta también en sus errores de escritura. Y, por supuesto, las impertinencias señaladas en los parágrafos anteriores contribuyen a lo mismo. Y esta obnubilación se demuestra —en principio— con una atingencia que hace en la presentación a la edición de Los Jefes y Los Cachorros (A-1982), ahí —aludiendo a la época en que escribe Los jefes— dice:

«Me gustaba Faulkner pero imitaba a Hemingway. Estos cuentos deben mucho también al legendario personaje que, en esos años precisamente, vino al Perú a pescar delfines y cazar ballenas. Su paso nos dejó un relente de historias aventureras, diálogos parcos, descripciones clínicas y datos escondidos al lector. Hemingway era una buena lectura para un peruano que comenzaba a escribir hace un cuarto de siglo: una lección de sobriedad y objetividad estilísticas. Aunque había pasado de moda en otras partes, entre nosotros todavía se practicaba una literatura de campesinas estupradas por ignominiosos terratenientes, escrita con muchas esdrújulas, que los críticos llamaban “telúrica”. Yo la odiaba por tramposa, pues sus autores parecían creer que denunciar la injusticia los eximía de toda preocupación artística y hasta gramatical» (p. IX.)

En principio, hay que rectificar el dato referido a Hemingway. En Cabo Blanco (puerto de la costa norte peruana) hasta ahora recuerdan que el escritor norteamericano venía, exclusivamente, a pescar ejemplares del famoso pez espada (llamado “merlín” por los lugareños)1 que abunda en esas aguas, y no ‘a pescar delfines ni a cazar ballenas’. Y, evidentemente, MV está exagerando la nota respecto a la literatura que se practicaba en esa época (a comienzos de los sesenta), ya que si con esa expresión hace referencia a los escritores de las décadas anteriores (que por entonces todavía publicaban): Arguedas, Alegría, Hernández, Izquierdo, etc., no es cierto que sus temas se redujeran a los que ahí señala MV, y menos puede restringírseles calidad artística; el hecho de que esa calidad sea distinta a la que él preconiza no quiere decir que fuera inexistente o deficiente.2 Los contrarios no se anulan por ser diferentes; la diferencia, en todo caso, los hace independientes, con cualidades peculiares, cada cual. Y hay más, porque si lo relativo a lo artístico es una exageración, cuando se refiere a la gramática se vuelve injusticia. Pues se puede discrepar del canon estético de los autores mencionados, pero no se les puede mezquinar el uso adecuado de la lengua, en el  que  son  maestros. Y quizá  más  que el mismo MV. A ellos no se les hubiera ocurrido usar la siguiente construcción gramatical: “era una buena lectura para un peruano que comenzaba a escribir hace un cuarto de siglo”, pues seguro habrían escrito: ‘era una buena lectura para un peruano que hacía un cuarto de siglo comenzaba a escribir’ (estableciendo la correspondencia entre los dos pretéritos imperfectos, o copretéritos, como los llama Andrés Bello); y, más aún, al nivel del significado, no cabe la relación de ‘haber empezado a escribir hacía un cuarto de siglo’, pues si lo que quiso decir es que tenía veinticinco años cuando Hemingway influyó en él que es cuando escribió Los jefes (1961), no puede decir que ‘hacía un cuarto de siglo que había empezado a escribir’, pues entonces se entiende que lo hizo desde el momento de nacer (1936, más un cuarto de siglo = 1961.)

Aquí es pertinente mencionar otras fallas de escritura de MV que lo desautorizan como censor, en ese sentido, de los escritores aludidos. En la p. 111 de Conversación en la catedral, describe cómo un ave de rapiña (halcón o gavilán, no se precisa) atrapa a ¿una iguana? (así con interrogación.) Pero lo más probable es que no fuera una iguana porque es demasiado grande para un halcón o un gavilán (a no ser que se tratase de un águila o un cóndor, que en los desiertos de la costa peruana no los hay), y, de tratarse de halcón o gavilán, la presa debió ser, en todo caso, una lagartija. Pero MV hace la siguiente descripción:

el ave rapaz aleteó a flor de tierra, la atrapó con el pico, la elevó, la ejecutó mientras escalaba el aire, metódicamente la devoró sin dejar de ascender.

El error radica en que el ave de rapiña no atrapa a sus presas con el pico sino con las garras. A propósito, vamos a transcribir el párrafo de una novela en el que se trata una escena parecida. Dice: “Un pájaro sólo sabe lo que es morir en el suelo cuando él mismo está en el suelo, cuando es un zorro o un lobo o un lince el que se le abalanza súbitamente desde la espesura.” Y agrega: «Si no, es el chillido de algún ave más grande, de un águila, silbantes sus alas, perversamente prontas las garras mientras desciende en picado a arrebatar la presa recién cazada».3

Por otro lado, es imposible que el ave devore su presa en pleno vuelo, esto lo hace siempre detenida. Y el error se proyecta líneas más adelante cuando dice que el ave rapaz: “Seguía subiendo, digiriendo obstinado y en tinieblas...” Y, en primer lugar, no se olvide que está hablando del ‘ave rapaz’, que es femenino, y, no obstante eso, MV la califica con el adjetivo masculino ‘obstinado’ (segunda cursiva de la cita.) Y, en lo que respecta a la primera cursiva, al ave le correspondía subir “ingiriendo”, mas no “digiriendo”. Asimismo, también aquí es pertinente traer a colación las observaciones de tipo gramatical que el psiquiatra Carlos Alberto Seguín hace a la novela El elogio de la madrastra, en especial la que sigue:

«Termino con una duda que los gramáticos podrían disipar: ¿No debería haberse dicho “Elogio a la madrastra” en lugar de “Elogio de la madrastra”? En el primer caso se usa la preposición a, que indicaría destino: se elogia a alguien; en el segundo caso de parece más bien indicar que el elogio se origina en la madrastra (pues de “manifiesta de dónde son, provienen o salen las cosas o las personas”.») (D-2001-a: 287.)

Es tan evidente el yerro denunciado por el doctor Seguín que hay críticos de MV que no escriben el título del libro como realmente aparece (Elogio de la madrastra) sino como debió ser: “Elogio a la madrastra”, y es el caso de Miguel Gutiérrez, que lo hace así, en su libro Los Andes en la novela peruana actual, al consignar la bibliografía de MV. (Gutiérrez, D-1999: 199.)
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(1) Como lo indica Víctor Borrero Vargas en su cuento “Cabo Blanco” (que da título al libro): “Ya sé —dijo— usted viene a Cabo Blanco en busca de historias, esto me hace recordar a Hemingway (...) ese gringo venteado que vino por el merlín dorado de mil kilos.” Cabo Blanco, Piura, Editorial Santa Ángela, 2002, p. 83.
(2) El mismo MV, haciendo su paralelo con otros escritores del “boom” dice que “no hay un denominador común en lo que se refiere a criterio estético, a criterio artístico” (C-2004: 49.)

(3) David Osborn, Temporada de caza, Barcelona, Grijalbo, p. 141. Realicé una relectura de esta novela con ánimo de matizar este trabajo de redacción. Y, ciertamente, fue gratificante.

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